En un mundo marcado por desigualdades abismales en lo social, económico y político, la pobreza persiste como uno de los problemas más arraigados y multifacéticos de nuestro tiempo. A pesar de los avances tecnológicos sin precedentes, los compromisos globales y las políticas públicas diseñadas para erradicarla, amplios sectores de la población siguen atrapados en ciclos de precariedad, privados sistemáticamente de derechos fundamentales como la salud, la educación y un hogar digno(González-Guzmán, 2021a). Este escenario no solo expone la insuficiencia de las respuestas convencionales, sino que interpela a la humanidad a buscar estrategias integrales que, más allá de mitigar síntomas, transformen las estructuras de dominación que perpetúan la desigualdad.
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