Enrique Sánchez Gómez, Elizabet Petkova Sáiz, Juan A. López García Silva
Las relaciones sociales y los conflictos generados de tales relaciones son algo cotidiano. Estos conflictos pueden ser positivos si generan soluciones creativas compatibles con las necesidades y los niveles de satisfacción de los implicados. Pero en otras ocasiones, en vez de ser resueltos, se mantienen a lo largo del tiempo e incluso generan un proceso de escalada del conflicto, de consecuencias dañinas e imprevisibles. Pocos autores se han centrado en el estrés que resulta de la interacción social negativa en el trabajo. Ello tal vez sea debido a la creencia antigua, apoyada por algunos investigadores de que las interacciones sociales están influenciadas por factores situacionales y aleatorios que son, por tanto, menos relevantes para el rediseño del trabajo y de la organización.
Los conflictos interpersonales en los entornos del trabajo, al igual que en otras áreas de la vida, pueden adoptar formas muy variadas y grados de intensidad también muy variables, pudiendo ir desde pequeños desencuentros hasta situaciones de hostilidad abierta e incluso llegar a la manifestación de conductas claramente agresivas (desde el punto de vista físico y desde el psicológico), habitualmente tipificadas en nuestro ordenamiento jurídico. Tales situaciones de conflicto acaban teniendo un fuerte impacto en los aspectos psicológicos, emocionales, físicos y laborales de la víctima, consecuencias que en muchos casos terminan traduciéndose en costes para la empresa (productividad, funcionamiento, costes de producción, desmotivación, bajas,...), para el individuos (enfermedad, drogodependencias, pérdida del puesto de trabajo, paro...) y para la sociedad (seguro de desempleo, pensión de invalidez, asistencia médica por enfermedad...).
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