Artículo de Revisión

Farmacia y Plantas medicinales en la literatura: caso de García Márquez

Pharmacy and Medicinal plants in the literature: case of García Márquez

An Real Acad Farm Año 2021. Volumen 87 Número 2. pp. 171-184 | DOI: https://doi.org/10.53519/analesranf.2021.87.02.06

Secciones: Botánica Historia de la farmacia Otros

Recibido: Enero 17, 2021

Aceptado: Marzo 25, 2021

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Francisco José González Minero y Luis Bravo Díaz. Farmacia y Plantas medicinales en la literatura: caso de García Márquez. ANALES RANF [Internet]. Real Academia Nacional de Farmacia; An. Real Acad. Farm. · Año 2021 · volumen 87 · numero 02:000-000.


Francisco José González Minero y Luis Bravo Díaz. Pharmacy and Medicinal plants in the literature: case of García Márquez. ANALES RANF [Internet]. Real Academia Nacional de Farmacia; An. Real Acad. Farm. · Año 2021 · volumen 87 · numero 02:000-000.

RESUMEN:
Se trata de un trabajo bibliográfico que pretende obtener una “Mirada Farmacéutica” de la obra de García Márquez. En el mismo se relacionan plantas medicinales o derivados, algunos medicamentos y aspectos farmacéuticos, con las referencias literarias que aparecen en una muestra representativa de las novelas del autor, entre las que se incluyen Cien años de soledad y Amor en los Tiempos del cólera.
Estas novelas trascurren en lugares imaginarios o reales de Colombia en los siglos XIX y primera mitad del XX. De forma mayoritaria se han encontrado remedios vegetales y en menor medida de origen químico y animal. Para cada uno de ellos se han realizado observaciones e interpretaciones medicamentosas, sociales e históricas, que ponen en valor la farmacia y las plantas medicinales, que el autor ha usado como recursos para construir las novelas, con independencia de que tengan una base científica o no. Para ello se acompañan con las literarias textuales. Como conclusión, destacamos la forma magistral con la que García usa estos recursos y recomendamos sus lecturas o relecturas, teniendo en cuenta también al mismo tiempo se puede hacer desde un punto de vista farmacéutico.

Palabras Clave: Etnobotánica; Etnofarmacología; Farmacognosia; García Márquez; Historia de la Farmacia

ABSTRACT:
It is a bibliographic work that aims to obtain a “Pharmaceutical Look” at the work of García Márquez. It relates medicinal or associated plants, some medicinal and pharmaceutical aspects, with literary works that appear in a representative sample of the author’s novels, including One Hundred Years of Solitude and Love in the Times of Cholera.
These novels take place in imaginary or real places in Colombia in the 19th century and the first half of the 20th. Plant remedies and to a lesser extent chemical and animal remedies have been found. For each of them, observations and interpretations medical, social and histórical, have been made that value the pharmacy and medicinal plants, which the author has used as resources to build the novels, regardless of whether they have a scientific basis or not. For this they are accompanied by textual literary texts. In conclusion, we highlight the masterful way in which García uses these resources and we recommend their reading or re-reading, also taking into account that at the same time it can be done from a pharmaceutical point of view.

Keywords: Ethnobotany; Ethnopharmacology; García Márquez,; History of Pharmacy; Pharmacognosy


1. INTRODUCCIÓN

A medida que se van leyendo las novelas Cien años de soledad o Amor en los tiempos del cólera, van apareciendo numerosas referencias botánicas en forma de nombre comunes de plantas, a menudo muy acompañadas de la prosa poética del autor. En estas dos novelas se recogen más de 170 referencias botánicas: plantas con interés alimenticio, usadas en jardinería, aromáticas, que forman parte del paisaje, medicinales, etc. (1). A lo largo de su biografía, hemos encontrado algunas relaciones explícitas entre García Márquez y el mundo de la Botánica. En su niñez, en el colegio de jesuitas de Barranquilla, el narrador hizo “sin pestañear” unos dibujos de botánica que le había encargado el hermano Reyes (2). De joven, en su retiro en Sucre para curarse de una pulmonía, recibió un cajón de libros, entre los que se encontraba El origen de las especies, que él mismo calificó como “regalo indescifrable” (2). Ya en 1981 nos encontramos un artículo con verdades poéticas titulado Cómo sufrimos las flores (3).

Algo similar ocurre con la medicina, cuando narra cuadros clínicos de envenenamiento, prolapsos de matriz, hemorragias digestivas, autopsias, cataratas, etc. Por tanto, no es de extrañar que algunos investigadores realicen estudios que resaltan la implicación del campo de la medicina en la narrativa de García Márquez (4,5). En estos trabajos subyace el objetivo común de ser ejemplos de cómo se puede usar la literatura en la educación científica. Hay personas se preguntarán si son útiles este tipo de análisis en estudios científico-técnicos. Como respuesta diremos que en un tercio de las facultades de medicina de Estados Unidos se cuenta con la posibilidad de estudiar literatura relacionada con la profesión, dado que la ficción o la realidad literarias narran y ofrecen una visión diferente y complementaria a lo que se ha aprendido en el ámbito académico (6). En este sentido, Esteva de Sagrera (7) escribe en La Farmacia en el Quijote lo siguiente: uno de los colegas del médico británico Thomas Sydenham -1624-1689- le preguntó qué libro deberían leer los estudiantes de medicina y Sydenham contestó que leyesen el Quijote, un texto admirablemente escrito y con un gran conocimiento de los seres humanos y de su flaquezas, padecimientos y dolencias. Esta metodología de aprendizaje fomenta el interés del alumno. En consonancia con el argumento recién expuesto, tenemos que puntualizar que los estudios de Farmacia en España no han perdido aún su carácter “renacentista”, aúnan conocimientos de muchas áreas, por lo que lo dicho aquí, puede ser bienvenido.

Teniendo en cuenta estos antecedentes hemos considerado la oportunidad de realizar este artículo, escrito de forma no lineal, para contribuir a que el farmacéutico recuerde o descubra a través de varias novelas de García Márquez: plantas de carácter medicinal -ya sea por alusión directa de las mismas o por sus derivados terapéuticos-, productos de síntesis química y aspectos farmacéuticos de índole general, todo ello escrito en una prosa cautivadora y en un marco cultural y geográfico privilegiados, como es el caribe natal del autor colombiano.

Como se discutirá a lo largo del trabajo, no se persigue hacer un mero compendio de remedios con base científica -que puede ser que no exista o no haga falta siquiera-, más bien se pretende conseguir una “Mirada Farmacéutica” de la obra de García Márquez y su realismo mágico, llena de metáforas, ironías, situaciones alucinantes y divertidas, entre otros mensajes.

La elección de García Márquez para este trabajo no ha sido aleatoria. Distintos autores de realismo mágico muestran interés por la naturaleza, como el caso de Alejo Carpentier, en El siglo de las luces (8) describe en una pequeña “clase de botánica” cómo es una ceiba -Ceiba pentandra- considerada por los negros como “la madre de todos los árboles” (p.146-147). La profusión de plantas que aparece en las novelas de García Márquez, supera con mucho a lo que podemos encontrar, por poner un ejemplo, en obras de Vargas Llosa, así mismo premio Nobel. Este último autor, en La ciudad y los perros (9), La Guerra del fin del Mundo (10) o El sueño del celta (11) nos transporta de manera magistral al lugar físico y geográfico de los acontecimientos que narra, pero de una forma general. De esta manera, en La Ciudad… los personajes contemplan cada día un paisaje en apariencia desértico y están sometidos a esa lluvia imperceptible y plúmbea como es la garúa de Lima, en La Guerra… nos habla de la Caatinga brasileña como una región árida en la que domina el matorral espinoso y plantas suculentas y en El Sueño…, nos sumerge en una exuberante vegetación y clima agobiantes del Congo belga y de la Amazonía para explicarnos la extracción del caucho, pero en ninguno de los tres casos se detiene en alusiones concretas de plantas.

2. MATERIALES Y MÉTODOS

Se han leído novelas emblemáticas de Gabriel García Márquez y se ha señalado según aparece en la narración: aquello relacionado con las plantas con una posible acción (terapéutica, tóxica, venenosa o con un efecto fisiológico observable), con la farmacia y con otros medicamentos de origen químico. Sobre estas anotaciones se realizan las consideraciones oportunas y se acompañan de citas textuales de las novelas.

Las obras escogidas son: Cien años de soledad (12), Amor en los tiempos del cólera (13), El coronel no tiene quien le escriba (14), El otoño del patriarca (15), Crónica de una muerte anunciada (16) y El general en su laberinto (17). En la mayoría de estas novelas no aparecen datos históricos ni referencias geográficas concretas, pero de su lectura se desprende que transcurren en el Caribe Colombiano durante el siglo XIX y primera mitad del XX. El criterio para seleccionar estas novelas ha sido obtener una muestra representativa del autor, basada en su relación de novelas más vendidas y leídas (18,19). Hemos incluido, permítannos la licencia”, la novela El general en su laberinto, que en su día creó grandes disputas entre historiadores colombianos y venezolanos, llegando a decirse que esta obra había sido escrita de una forma que satisficiera a Fidel Castro [20)

3. RESULTADOS

3.1 Consideraciones biográficas sobre García Márquez

En una entrevista periodística realizada a García Márquez en 1996, el escritor dice: “no hay una sola línea en mis libros que no surja de un hecho verdadero que conocí o que me contaron, o que he vivido” (21), por ello hemos recurrido a su novela autobiográfica Vivir para contarla (2) para poner en contexto los resultados que aquí se recogen, y extraerle el mayor jugo posible.

Debemos tener ante todo en cuenta que el autor escribe novelas, no tratados científicos, y en muchos casos, la narración puede tener primeras y segundas derivadas, que son descubiertas y discutidas por hermeneutas filólogos, políticos e historiadores. Nosotros intentaremos realizar algunas interpretaciones, sabiendo que las narraciones están construidas bajo la clave de la corriente del realismo mágico: donde la realidad y la ficción se compaginan de forma natural y se recurre a metáforas y a cargas de ironía -en este punto recomendamos la lectura de aceptación del Premio Nobel en 1982, todo un alegato sobre la identidad de América Latina, no exento de un espíritu reivindicativo en contra de la injusticia social (22). A continuación, se reproduce el siguiente párrafo de dicho discurso: “No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a tres mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad”.

El autor nació en Aracataca -Colombia- en 1927. Allí pasa su infancia con sus abuelos, asistidos por dos indios guajiros en una casa, “de bahareque y techos de palma amarga, con una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado…” (2) (p. 41).

García Márquez era hijo de Gabriel Eligio, natural Cartagena de Indias que se ganaba la vida con el oficio de telegrafista, después de dejar sus estudios de medicina y farmacia por falta de recursos -durante el siglo XIX y primera mitad del XX, los estudios de farmacia en Colombia estaban ligados – estaban ligados a los de medicina a los de medicina los dos o tres de los primeros años- (23). A lo largo de su vida instaló cinco farmacias. Así cuenta el narrador en su autobiografía (2) una de sus experiencias directas con la farmacia:
“La única prueba que me faltaba era viajar solo con mi papá, y la tuve completa cuando me llevó a Barranquilla para que lo ayudara a instalar la farmacia…” (p.142).

El padre más tarde obtuvo el título de médico homeópata, con la advertencia de que no podía “tomar parte de operaciones quirúrgicas ni tampoco se le permite ninguna actividad en el ejercicio de la alopatía” (5). Este método curativo aparece varias veces en Cien…: “El doctor Alirio Noguera había llegado a Macondo pocos años antes con un botiquín de globulitos sin sabor y una divisa médica que no convenció a nadie: Un Clavo saca otro clavo“ (p.195-196). De esta forma el autor pretende transmitirnos su falta de creencia en esta manera de curar, que también puede deducirse del siguiente párrafo autobiográfico (2):
“Papá flotaba en un aire de buen humor, con el consultorio repleto y la farmacia bien surtida, sobre todo los domingos en que llegaban los pacientes de los montes vecinos. No sé si supo nunca que aquella afluencia obedecía en efecto a su fama de buen curador, aunque la gente del campo no se la atribuía a las virtudes homeopáticas de sus globulitos de azúcar y sus aguas prodigiosas, sino a sus buenas artes de brujo” (Pág.179).

Después de la muerte de sus abuelos la vida del escritor pasa por Barranquilla, Bogotá -donde comienza a trabajar de periodista-, Paris, España, Ciudad de Méjico…). Se casó con Mercedes Barcha, la Jirafa, la hija de un boticario de Sucre amigo de su padre, a la que se refiere así en Cien…:
“Sólo tuve que recorrer dos cuadras para llegar hasta la estrecha botica de polvorientas vidrieras con pomos de loza marcados en latín, donde una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo le despachó el medicamento” (p.507), “y casi siempre entre los pomos de loza y el aire de valeriana de la única botica que quedaba en Macondo, donde vivía Mercedes, la sigilosa novia de Gabriel” (p. 542).

A toda esta trascendencia familiar, habría que sumar las vivencias del autor en la farmacia Barbosa, dado que a partir de sus conversaciones con el farmacéutico se gestaría parte de sus líneas maestras que recorren toda su literatura. En esa farmacia se veían a escondidas sus padres durante el noviazgo (24).

El narrador también mantuvo durante toda su vida estrechas relaciones con toda clase de médicos y contaba en su círculo de amistades con expertos ginecólogos, psiquiatras, médicos generales, forenses…, a los que atosigaba con toda clase de preguntas de índole médico (5). Una de las relaciones más destacables fue con Danilo Bartulín, médico personal de Salvador Allende, quien redactó de forma íntegra la autopsia que le hicieron a Santiago Nasar en Crónica… (p.87-89). Nuestro autor apenas alteró la redacción, tanto introdujo detalles para mejorar la calidad literaria, como que la realizó el cura del pueblo con la ayuda del boticario que tomó las notas y un estudiante de medicina de primer año que estaba allí de vacaciones, entre otras cosas hallaron en el contenido del lodazal gástrico “una medalla de oro de la Virgen del Carmen que la víctima se había tragado a la edad de cuatro años” (p.88).

García Márquez está impregnado de vivencias familiares farmacéuticas y médicas y tiene la costumbre de documentarse hasta el extremo antes de escribir sus novelas, de modo que, aunque posiblemente no sea su última pretensión, es un hecho de que parte de los remedios farmacéuticos que emplea tienen una base científica o empírica que vamos a comentar en algunos casos. Según Dasso Saldívar, biógrafo de Gabo, refiere en El viaje a la semilla, que allá por la década de los 60, mientras Cien años de soledad empezaba a tomar forma, la mesa de trabajo del escritor estaba repleta de «manuales de medicina casera, crónicas sobre las pestes medievales, manuales de venenos y antídotos” (5). El mismo narrador refiere en su autobiografía (2) lo siguiente: “en tiempos de hambruna llegué a leer desde tratados de cirugía hasta manuales de contabilidad, sin pensar que habrían de servirme para mis aventuras de escritor” (p.451).

Esta relación con el mundo de la medicina se traduce en la aparición de un médico como uno de los personajes principales en Amor…, el doctor Juvenal Urbino, que viaja a Paris para formarse en la profesión y regresa al Caribe con la sabiduría más moderna de la época, dejando atrás praxis médicas desfasadas, y comenzando a tratar las enfermedades científicamente según su etiología. El doctor Urbino hace uso de su reputación para impulsar de iniciativas cívicas, como la construcción de un acueducto para mejorar de la calidad del agua y otras mejoras de salubridad pública:
“Su obsesión era el peligroso estado sanitario de la ciudad. Apeló a las instancias más altas para que cegaran los albañales españoles, que eran un inmenso vivero de ratas, y se construyeran en su lugar alcantarillas cerradas cuyos desechos no desembocaran en la ensenada del mercado, como ocurría desde siempre, sino en algún vertedero distante. Las casas coloniales bien dotadas tenían letrinas con pozas sépticas, pero las dos terceras partes de la población hacinada en barracas a la orilla de las ciénagas hacía sus necesidades al aire libre. Las heces se secaban al sol, se convertían en polvo, y eran respiradas por todos con regocijos de pascua en las frescas y venturosas brisas de diciembre. El doctor juvenal Urbino trató de imponer en el Cabildo un curso obligatorio de capacitación para que los pobres aprendieran a construir sus propias letrinas. Luchó en vano para que las basuras no se botaran en los manglares, convertidos desde hacía siglos en estanques de putrefacción, y para que se recogieran por lo menos dos veces por semana y se incineraran en despoblado” (p. 160).
“Era consciente de la acechanza mortal de las aguas de beber. La sola idea de construir un acueducto parecía fantástica, pues quienes hubieran podido impulsarla disponían de aljibes subterráneos donde se almacenaban bajo una espesa nata de verdín las aguas llovidas durante años. Entre los muebles más preciados de la época estaban los tinajeros de madera labrada cuyos filtros de piedra goteaban día y noche dentro de las tinajas…El agua era vidriada y fresca en la penumbra de la arcilla cocida, y dejaba un regusto de floresta…Pero el doctor Juvenal Urbino no incurría en estos engaños de purificación, pues sabía que a despecho de tantas precauciones el fondo de las tinajas era un santuario de gusarapos…De modo que pasó mucho tiempo antes de que aprendiera que los gusarapos eran en realidad las larvas de los zancudos, pero lo aprendió para no olvidarlo jamás, porque desde entonces se dio cuenta de que no sólo ellos sino otros muchos animes malignos podían pasar intactos a través de nuestros cándidos filtros de piedra” (p.161).

3.2 Enfermedades de la época

Si nuestro objetivo principal es obtener una “Mirada Farmacéutica” en una muestra representativa de la narrativa de García Márquez, parece oportuno desarrollar unos breves apuntes sobre las enfermedades más comunes de la época, al menos las que nombra el autor. Para ello hay que tener en cuenta que Colombia es conocido como el país de la megadiversidad y posee un clima tropical muy matizado por sus diferentes altitudes (1), algo que condiciona la expansión de las epidemias y prevalencia de enfermedades. Un ejemplo muy claro es el paludismo, que existe en todavía en algunas zonas rurales de Colombia, pero afecta a poca población, dado que la mayoría de la gente vive a más de 1500 metros de altura -donde el riesgo de transmisión de la enfermedad es menor- y además existen tratamientos combinados -higiene pública, menor índice de vulnerabilidad y medicamentos- (25), estos últimos ya recomendados por Celestino Mutis, cuando en 1785 recomendaba “quina a puñados” (26).

En siglos anteriores, la región se vio afectada por la viruela, bocio, focos de fiebre amarilla, malaria y lepra, siendo contenidas más o menos las dos primeras por fenómenos de inmunización o autoinmunización (25). Pasando a la época que nos ocupa -siglo XIX y primera mitad del siglo XX-, el autor nombra la lepra, la filariasis árabe, el cólera y la gonorrea.

La lepra –Mycobacterium leprae– es una enfermedad asociada a condiciones de pobreza, hambre y guerras, en el caso de Colombia se llegó a decir que el país era la primera “potencia mundial de leprosos” (27), caso que no pasa inadvertido para el narrador y hace referencia al lazareto de Cartagena de Indias y a la vivencia siguiente:
“El embajador Palmerston, uno de los últimos diplomáticos que le presentó las cartas credenciales… contaba en sus memorias prohibidas…nadie me dio razón de nada en alcabalas y oficinas y tuve que valerme de los leprosos y los paralíticos que ya habían invadido las primeras habitaciones privadas” (El otoño…, p.99-100).

La elefantiasis árabe o potra es una hernia de escroto causada por una filaria (Wuchereria brancofti) transmitida por mosquitos que viven en aguas estancadas y no tratadas. Entonces no tenían tratamiento farmacológico, aunque se usaron decocciones de orquídeas y aceite de copaiba (Copaifera officinalis) sin éxito, “si bien los potrosos soportaban esta enfermedad no sólo sin pudor sino inclusive con cierta insolencia patriótica” (28). De El otoño…, recogemos el siguiente párrafo:
“y él alegaba muerto de risa que si Dios es tan macho como usted dice dígale que me saque este cucarrón que me zumba en el oído, le decía, se desabotonaba los nueve botones de la bragueta y le mostraba la potra descomunal, dígale que me desinfle esta criatura, le decía, pero el nuncio lo pastoreaba con un largo estoicismo” (p.26).

En 1849 y 1850 hubo en Cartagena de Indias una epidemia de cólera –Vibrio cholerae– en la que murió una cuarta parte de la población. La enfermedad se contraía consumiendo agua o alimentos contaminados por las heces de las personas que tienen este mal. Recordemos que no había ni antibióticos ni vacunas y la única forma de tratamiento era la cuarentena (29), que en Amor…, no es una cuarentena sino un sitio que se anunciaba con banderas amarillas en los barcos y un cañonazo cada cuarto de hora:
“Desde que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la guarnición local se disparó un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche, de acuerdo con la superstición cívica de que la pólvora purificaba el ambiente. El cólera fue mucho más encarnizado con la población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero en realidad no tuvo miramientos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había empezado, y nunca se conoció el número de sus estragos, no porque fuera imposible establecerlo, sino porque una de nuestras virtudes más usuales era el pudor de las desgracias propias” (p.164-165).

La gonorrea o blenorragia –Neisseria gonorrhoeae– es una enfermedad que aparece de forma recurrente en las novelas estudiadas, y será descrita en la parte final de este trabajo.

3.3 Remedios de origen vegetal

Con el propósito de hacer más asimilable los contenidos que aparecen en este trabajo, pasamos a comentar las plantas usadas – demás remedios- reunidas en grupos temáticos en función de su naturaleza. Al final del texto aparece una tabla con el nombre científico de las plantas nombradas.

En El otoño… aparece el siguiente párrafo:
“y cultivando plantas de botica para las emergencias de los vecinos que la despertaban a medianoche con que tengo un espasmo de vientre, señora, y ella les daba a masticar semillas de mastuerzo, que al ahijado tiene el ojo torcido, y ella le daba un vermífugo de epazote, que me voy a morir, señora, ero no se morían porque ella tenía la salud en la mano” (p.166).

El autor emplea el mastuerzo, con acción de tónico estomacal según Font-Quer (30), el epazote o paico, un vermífugo muy potente (31). Parece indicar que a los mastuerzos -necios y zafios- los trata con semillas de la planta con el mismo nombre, y al ojo torcido -posiblemente se refriere a zurumbático o persona lela o pasmada- les aplica un purgante fuerte. El mismo autor, en su ambigüedad calculada, manifiesta su “confianza” en las plantas medicinales, cuestión que pone en duda en otros sucesos como veremos más adelante.

En Cien… aparecen remedios vegetales caseros: jarabe de totumo, agua de bija, pócimas de paico y aceite de ricino para desparasitar, árnica para las hinchazones, ají picante y ruibarbo para el vicio de comer tierra -geofagia-, gotas de acónito para la peste del insomnio, cataplasma de mostaza para burlar la fertilidad. Algunos de estos remedios se han usado por sus propiedades reconocidas (30). En el caso del ruibarbo el autor nos deja con la duda, y el empleo de la mostaza y acónito, es una mera invención.
“Estos niños andan como zurumbáticos -decía Úrsula-. Deben tener lombrices.» Les preparó una repugnante pócima de paico machacado, que ambos bebieron con imprevisto estoicismo, y se sentaron al mismo tiempo en sus bacinillas once veces en un solo día, y expulsaron unos parásitos rosados que mostraron a todos con gran júbilo” (p.115).
“Su padre le dio con el revés de la mano un violento golpe en la boca que le hizo saltar la sangre y las lágrimas. Esa noche Pilar Ternera le puso compresas de árnica en la hinchazón” (p.114). Una manera mediante la cual nos recuerda lo importante que es el respeto materno, inconcebible en la actualidad.
“Echaban hiel de vaca en el patio y untaban ají picante en las paredes, creyendo derrotar con esos métodos su vicio pernicioso, pero ella dio tales muestras de astucia e ingenio para procurarse la tierra, que Úrsula se vio forzada a emplear recursos más drásticos. Ponía jugo de naranja con ruibarbo en una cazuela que dejaba al sereno toda la noche, y le daba la pócima al día siguiente en ayunas”. Aunque nadie le había dicho que aquél era el remedio específico para el vicio de comer tierra, pensaba que cualquier sustancia amarga en el estómago vacío tenía que hacer reaccionar al hígado… Rebeca era tan rebelde y tan fuerte a pesar de su raquitismo, que tenían que barbearla como a un becerro para que tragara la medicina. Cuando Úrsula lo supo, complementó el tratamiento con correazos. No se estableció nunca si lo que surtió efecto fue el ruibarbo a las tollinas, o las dos cosas combinadas, pero la verdad es que en pocas semanas Rebeca empezó a dar muestras de restablecimiento” (p.131-132).

Como se ha referido, el autor nos deja en la indefinición o muestra una ambigüedad calculada, puesto que en la su autobiografía (2) cuenta cómo un médico de la compañía bananera le dio una pócima de ruibarbo para una amigdalitis que le provocó una crisis de vómitos (p.93).

Otro aspecto que trata el narrador es la anticoncepción. En Cien…, la pitonisa Pilar Ternera tiene algunos remedios como la mostaza, un condimento muy de olor fuerte y usado en todo el mundo y especialmente en Francia, pero sin el efecto que se le atribuye, por lo que puede ser que el autor las use como un recurso que le recuerda a su etapa en dicho país, como también recordaría el olor a coliflores hervidas y castañas asadas (Amor…, p.139):
“Pilar Ternera… Le enseñó además cómo prevenir la concepción indeseable mediante la vaporización de cataplasmas de mostaza, y le dio recetas de bebedizos que en casos de percances hacían expulsar «hasta los remordimientos de conciencia” (p.410).

Una discusión más extensa tiene el episodio sobre la peste del insomnio. “Habían contraído, en efecto, la enfermedad del insomnio. Lo más temible de la enfermedad no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido…, hasta hundirse en una idiotez sin pasado…. Al principio nadie se alarmó… Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadida el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones… Todos los forasteros que por aquel tiempo… que recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaba sano. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo sé transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas de insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Úrsula, que había aprendido de su madre el valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de acónito, pero no consiguieran dormir, sino que estuvieron todo el día soñando despiertos…” Pero el visitante -el gitano Melquiades- advirtió su falsedad. Entonces comprendió. Abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y de entre ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto”

Este largo extracto sobre la peste del insomnio, que aconsejamos a leer en toda su extensión Cien…, (p.133-140), sí ofrece varias derivadas. Por una parte, el narrador nos puede estar hablando de una demencia o un posible Alzheimer, recordemos García Márquez tenía antecedentes familiares de estas patologías (32) -en Amor… volverá a hablar de ellas cuando Tránsito Ariza terminó sin recuerdos, con la memoria casi en blanco- (p.249-250)- a las que Úrsula intentó tratar sin éxito con un potente tóxico como es el acónito. El mismo autor recibió una carta de un médico que aseguraba haber visto un caso así, al que respondió como hemos dicho antes: me lo inventé, fue una “mamada de gallo”. El mismo Sánchez-Torres relaciona por otra parte la virtud curativa con el color del agente terapéutico que sacó del maletín, algo poético que la alopatía no ha tenido en cuenta, pero que no que no hay que despreciar (5). Pero más actualidad cobra, si cabe, este episodio cuando se compara con la epidemia causada por el SARS-CoV-2. El New York Times (33) ha recordado este episodio como la Pandemia de la Soledad, el que están viviendo millones de personas en el mundo en la actualidad. También se ha realizado de forma altruista un corto metraje sobre la peste del insomnio por treinta actores latinoamericanos, como signo de ánimo y esperanza en medio de esta crisis sanitaria y económica (34).

En este trabajo ya se ha hablado de la presencia un médico en Amor…, el doctor Juvenal Urbino, quien, junto a Fermina Daza y Florentino Ariza, forman un el trío amoroso, eso sí el último personaje debe esperar “cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches” (p.495), mientras tanto toma, infusiones de flores de tilo para entretener los nervios” (p. 95-96), y se mantiene virgen a su manera: “Decían que usaba una pomada de veneno de víbora que enardecía la silla turca de las mujeres, pero él juraba no tener recursos distintos de los que Dios le había dado. Decía muerto de risa: “Es puro amor” (p.98). El mismo Florentino Ariza, después de probar todo tipo de remedios para frenar su calvicie, acude al Portal de los Escribanos -donde mezclan mestizos, criollos, negros, árabes, indios, aventureros- y en principio, los remedios son de dudosa eficacia:
“Recurrió por último a cuantas yerbas de indios pregonaban en el mercado público, y a cuantos específicos mágicos y pócimas orientales se vendían en el Portal de los Escribanos” (p.374).

En realidad, parece que Florentino Ariza acude a la desesperada para curar algo, que todavía hoy día tiene un tratamiento farmacológico con éxito relativo. ¿Quiere decir esto que el autor desprecia remedios “milagro” o “sin argumento” que sólo usarían las clases sociales más pobres? Resulta difícil saberlo. De nuevo, el autor nos devuelve a su ambigüedad, dado que en su autobiografía califica a su padre como “brujo” a la hora de tratar enfermedades. Las artes de brujo o “ritos de fatalidad” también las cita el autor como las realizadas en los palenques – refugios de fugitivos y esclavos-:
“El general Montilla le contó que estaban envenenando a los perros de la calle para impedir la propagación de la rabia. Sólo habían logrado capturar a dos de los niños mordidos en el barrio de los esclavos. Los otros, como siempre, habían sido escondidos por sus padres para que murieran bajo sus dioses, o-se los llevaban a los palenques de cimarrones en los pantanos de María- labaja, adonde no alcanzaba el brazo del gobierno, para tratar de salvarlos con artes de culebreros” (El general…, p.178-179).

En una situación antónima con el apartado anterior, el autor nos muestra a un doctor Urbino, “como caro y excluyente, y su clientela estuvo concentrada en las casas solariegas del barrio de los Virreyes” (Amor…, p.21). Receta tabonucos para la tos, papelillos de quinina para las fiebres tercianas, y otros medicamentos de origen químico de los que hablaremos al final del trabajo. Con el tiempo se va volviendo escéptico y sus actitudes hacia la medicina fueron cambiando a lo largo de su el tiempo:

Es un “médico excelente, capaz de saber lo que tenía un enfermo sólo por su aspecto, y cada vez desconfiaba más de los medicamentos de patente” (p.21), una reclamación, creemos que no una sospecha, insertada por el narrador en contra de estos medicamentos que son más caros y no disponibles para toda la población. “En todo caso -solía decir en clase- la poca medicina que se sabe sólo la saben algunos médicos… por lo que de sus entusiasmos juveniles había pasado a una posición que él mismo definía como un humanismo fatalista” (p.21). El propio autor cuenta en su autobiografía (2) lo siguiente: “Pues mire usted, comadre -concluyó-. Médico soy, y aquí me tiene usted, sin saber cuántos de mis enfermos se han muerto por la voluntad de Dios y cuántos por mis medicinas” (p.38).

Veamos a continuación, cómo el narrador se vale de las reales o supuestas virtudes medicinales de las plantas y otros medicamentos, para construir el personaje de un médico posiblemente hipocondriaco, polimedicado y que sigue una dieta estricta para retrasar su vejez:
“Se levantaba con los primeros gallos, y a esa hora empezaba a tomar sus medicinas secretas: bromuro de potasio para levantarse el ánimo, salicilatos para los dolores de los huesos en tiempo de lluvia, gotas de cornezuelo de centeno para los vahídos, belladona para el buen dormir. Tomaba algo a cada hora, siempre a escondidas, porque en su larga vida de médico y maestro fue siempre contrario a recetar paliativos para la vejez: le era más fácil soportar los dolores ajenos que los propios. En el bolsillo llevaba siempre una almohadilla de alcanfor que aspiraba a fondo cuando nadie lo estaba viendo, para quitarse el miedo de tantas medicinas revueltas” (p.18-19).
“Desayunaba en familia, pero con un régimen personal: una infusión de flores de ajenjo mayor, para el bienestar del estómago, y una cabeza de ajos cuyos dientes pelaba y se comía uno por uno masticándolos a conciencia con una hogaza de pan, para prevenir los ahogos del corazón” (p.20).

Además de construir un personaje, el narrador nos brinda una metáfora como es la almohadilla de alcanfor, que sirve para evitar los efectos adversos e interacciones entre tantas medicinas juntas. También nos habla de una dieta sana y de las exageraciones u obsesiones que pueden tener algunas personas con este aspecto, como es el comerse todos los días una cabeza de ajo. En definitiva, el doctor Urbino vive más de ochenta años, pero no es inmortal a pesar de su dieta y automedicación, acaba muriendo de una forma “absurda” como es caerse de espaldas de una escalera arrimada a la copa de un mango cuando intentaba rescatar a un loro doméstico manglero -al que había que ponerle supositorios de trementina- que se había escapado de la cocina de su casa.

3.4 Especias

Las especias son productos vegetales aromáticos que sirven como condimento. En Europa se empleaba el azafrán, laurel, mostaza, orégano, tomillo u otras plantas de diversa procedencia, naturalizadas en el mediterráneo como el perejil, cilantro, comino, sésamo, ajo, etc. Sin embargo, estas plantas son insípidas y aportan menos sabor en comparación con las especias. Lo que consideramos como especias se encontraban en el paleotrópico, en las Islas Molucas, Sri-Lanka, etc. El clavo de olor y la nuez moscada son las dos especias principales, a las que habría que sumar otra lista no muy extensa: pimienta, canela, anís estrellado, jengibre… La búsqueda de estas especias, que llegaban a valer su peso en oro, originó dos viajes oceánicos, el viaje de Colón y la vuelta al mundo de Magallanes. Hoy día su cultivo se ha extendido por todos los trópicos. Estas sustancias, a una determinada dosis, producen un efecto fisiológico (35). García Márquez describe en Amor... de forma magistral a este grupo de derivados de las plantas cuando Fermina Daza compra especias y condimentos en el Portal de los Escribanos de Cartagena de Indias:
“En la tienda de especias, por el puro placer del olfato, estrujó hojas de salvia y orégano en las palmas de las manos, y compró un puñado de clavos de olor, otro de anís estrellado, y otros dos de jengibre y de enebro, y salió bañada en lágrimas de risa de tanto estornudar por los vapores de la pimienta de Cayena. En la botica francesa, mientras compraba jabones de Reuter y agua de benjuí” (p.149-150).

No podemos saber si es una casualidad que Fermina Daza compre cosas caras como las especias en un lugar que no le “corresponde” por su alcurnia -aunque tenga carácter de mula- como es el Portal de los Escribanos, y deje para la farmacia cosas más superfluas. Es posible que se trate de una contraposición entre lo “auténtico” y rancio en la que la protagonista disfruta de lo “fantástico” y cosmopolita, frente a algo más elegante y distinguido como la botica francesa.

3.5 Sustancias psicoactivas, tabaco y estupefacientes

Consideraremos aquí como sustancias psicoactivas a las bases xánticas: cafeína, teofilina y teobromina. En mayor o menor medida son estimulantes del sistema nervioso central, estimulantes cardiorrespiratorios y diuréticos. Aunque la cafeína se puede extraer de otras plantas, la principal fuente es la semilla de café, un arbusto originario de Abisinia y extendido por todo el trópico. El narrador nombra con frecuencia el café, a veces en forma de café cerrero: “llevó al cuarto un termo de café espeso como el petróleo crudo” (Amor…, p.414). Las contraindicaciones que tiene el abuso de café las conoce el doctor Urbino quien, en su preocupación por mantener la salud, dice que “el café es veneno” (Amor…, p.272), tampoco bebe manzanilla porque dice que “esa vaina sabe a ventana” (Amor…, p.317) e incluso llega a pensar lo siguiente:
“Pensaba que con un criterio estricto todo medicamento era veneno, y que el setenta por ciento de los alimentos corrientes apresuraban la muerte. “En todo caso -solía decir en clase…que “muchos medicamentos adelantan la muerte” (Amor…, p.21).

El té es igualmente un arbusto, originario del norte de la India y del Sur de China. En Europa se introdujo en el siglo XVIII y en países como Inglaterra se popularizó su consumo, pero no así en España y en muchas de sus colonias, esto fue lo que dijo la madre del doctor Urbino cuando se trataba de imponer esta bebida a la hora de la merienda:
“Cuando hizo las primeras invitaciones para tomar el té a las cinco de la tarde, con galletitas imperiales y confituras de flores, de acuerdo con una moda reciente en Inglaterra, doña Blanca se opuso a que en su casa se bebieran medicinas para sudar la fiebre en vez del chocolate con queso fundido y ruedas de pan de yuca” (Amor…, p.297). Suponemos que con esta frase está reivindicando lo autóctono americano, el chocolate -cacao y el tubérculo de yuca -también llamada mandioca- en contra de algo más refinado, medicinal, “imperial” y extranjero.

El autor define al cacao, originario de América Central, como árbol “de grandes hojas persistentes y flores encarnadas y frutos de baya cuyas semillas se usaban como principal ingrediente del chocolate” (El otoño…, p.170). Veamos, dentro de lo que supone la técnica del realismo mágico, cómo el párroco de Macondo, presionado por los feligreses, demuestra la existencia de Dios mediante el chocolate -derivado del cacao-:
“Un momento -dijo-. Ahora vamos a presenciar una prueba irrebatible del infinito poder de Dios. El muchacho que había ayudado a misa le llevó una taza de chocolate espeso y humeante que él se tomó sin respirar. Luego se limpió los labios con un pañuelo que sacó de la manga, extendió los brazos y cerró los ojos. Entonces el padre Nicanor se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo” (Cien…, p. 178).

El párrafo anterior parece una filmación a modo de las que aparecen en los evangelios cristianos. De nuevo se sirve de una planta nativa, el jefe espiritual cristiano de la “tribu” ha ascendido un poco al cielo, sólo doce centímetros. El responsable es el un vaso de una bebida que proviene del cacao -Theobroma- que literalmente quiere decir alimento de los dioses. Para hacerlo más verosímil, es posible que García Márquez introduzca de manera periodística la cifra de doce centímetros, que puede no ser aleatoria, en tanto en cuanto que este número posee connotaciones bíblicas.

El interés farmacológico del tabaco hay que encuadrarlo en razones históricas, cuando en el siglo XV, el uso del tabaco por las poblaciones indígenas fue observado por Cristóbal Colón y la planta fue llevada por primera vez a Europa. Entonces se consideraba que todas las hierbas tenían propiedades terapéuticas potenciales y esta nueva se usó para tratar un amplio rango de dolencias -catarro, resfriados y fiebres, como una ayuda a la digestión y en la prevención del hambre y la sed; como purgante y narcótico- (36). El propio autor era un fumador de hasta seis cajetillas mientras escribía Cien años de soledad, en su autobiografía (2) se refiere al tabaquismo varias veces:
“Por la pulmonía me habían prohibido fumar…en Sucre, mientras trataba de leer sin pausas los libros recibidos, encendía un cigarrillo con la brasa del otro hasta que ya no podía más, y mientras más trataba de dejarlo más fumaba” (p.385).
“Una noche cualquiera, durante una cena casual en Barcelona, un amigo siquiatra les explicaba a otros que el tabaco era quizás la adicción más difícil de erradicar. Me atreví a preguntarle cuál era la razón de fondo, y su respuesta fue de una simplicidad escalofriante: -Porque dejar de fumar sería para ti como matar a un ser querido”. (p.386).

y así se refiere al tabaquismo en sus novelas:
“escribía sin piedad, intoxicado de café cerrero, envenenado del tabaco rancio del cigarro que encendía con el cabo del anterior” (El otoño…, p.164).
“fumaba sin reposo unos cigarros de carretero que liaba con papel de estraza, y se los recetaba a sus enfermos contra toda clase de malentendidos del cuerpo. Los mismos pacientes decían que nunca los curaba por completo sino que los entretenía con su yerba florida. El soltaba una risa plebeya” (El general…, p.220).

La coca, marihuana y burundanga las trataremos como elementos estupefacientes, que causan placer de distinto tipo y falsas impresiones sensoriales o alucinaciones. El narrador emplea la coca bajo la forma de coqueo, o empleo tradicional de los indígenas andinos que mastican bolas de coca (junto con cenizas alcalinas para liberar el alcaloide) por su efecto psicomotor, dado que reduce el cansancio y el hambre: “sentados, sin respirar, rumiando bolas de tabaco, bolas de coca, medicinas de parsimonia que les permitían sobrevivir a tanta ignominia” (El otoño…, p.204). Una buena forma no sólo de describir esta práctica, sino de denunciar la práctica social identificada con este sector de la población.

Sin embargo, separa el coqueo del empleo de la marihuana y la burundanga, al que circunscribe en un contexto de tugurio o de cantina -menos lícito-, donde estas drogas están ligadas al contacto sexual o moroso: ”dónde te habrás perdido en la parranda sin término del maranguango y la burundanga” (El otoño…, p.85). Queremos recordar que esta última planta es rica en escopolamina y a dosis bajas anula la voluntad y la memoria del individuo (37).

3.6 Tóxicos y venenos

Recordemos la famosa frase de Paracelso dosis sola facit venenum o la dosis hace al veneno. El arsenal médico del siglo XIX eran sustancias potencialmente tóxicas que contenían mercurio, plomo y arsénico. Uno de los productos muy usados era el Licor de Fowler -solución al 1% de ácido arsenioso- que se empleaba como antipirético contra el paludismo y otras muchas enfermedades (38).

En el último viaje de su vida “El Libertador” estaba muy enfermo y durante el mismo se aplicaron toda clase de remedios, recibió muchas drogas, pociones, cataplasmas y maniobras. Un resumen de las mismas, extraídos de El general…, podría ser: baños calientes con hojas de salvia y orégano, infusión de flores de tilo para calmar la tos, colirios de manzanilla para la supuración del lagrimal, gotas de belladona -para calmar alucinaciones-, infusión de amapolas con goma arábiga -como sedante-, quinina -para una posible malaria-, píldoras purgantes y lavativas de sen para su estreñimiento habitual, sinapismos en los pies, cantáridas –Lytta vesicatoria, vejigatorio para evacuar líquidos-. Para finalizar con este caso, en plena desesperación, llegó a plantearse algo exotérico, que aleja la mala suerte, como es un baño de cariaquito morado: “Algo habría que hacer», dijo. «Aunque fuera darnos un buen baño de cariaquito morado. Y no sólo nosotros: todo el ejército libertador” (p.136). Incluso el mismo Simón Bolívar deseó tener a mano un médico del que se decía que curaba más de trescientas enfermedades distintas a base de sábila (p.182). Todos los remedios vegetales fueron inútiles, e incluso tuvo que recurrirse a supersticiones como el cariaquito morado o a plantas panacea como la sábila.

Según Auwaerter y cols (39), Simón Bolivar murió de Paracoccidioidomicosis –Paracoccidioidomyces braziliensis- complicada por una intoxicación crónica por arsénico. Estos autores se basan en un informe forense -no del todo público-, realizado a partir de fragmentos de hueso extraídos de los restos de Simón Bolívar en 2010 por orden de Hugo Chávez, para determinar si se trataba de un envenenamiento. En este momento ya sabemos que la pretensión de García Márquez es escribir novelas, no exentas de una documentación previa que la usa según le conviene. De esta forma pone en boca de “El General” su experiencia con el arsénico:
“-«Acabo de renunciar al poder por un vomitivo mal recetado, y no estoy dispuesto a renunciar también a la vida». Años antes había dicho lo mismo, cuando otro médico le curó unas fiebres tercianas con un brebaje arsenical que estuvo a punto de matarlo de disentería” (El general…, p.52).

El láudano también cobra protagonismo en algunas de las novelas. Se trata de una tintura muy diluida de opiáceos en vino o alcohol etílico no desnaturalizado con miel, azafrán, especias (40) y se usaba para todo tipo de dolores y era de uso doméstico, si bien a grandes dosis era tóxico. En narrador recurre a esta tintura como forma de suicidio. En su viaje de amor por el Río Magdalena entre Fermina Daza y Florentino Ariza, éste último recibió un telegrama en la que la joven América Vicuña se había suicidado por celos:
“América Vicuña, presa de una depresión mortal por haber sido reprobada en los exámenes finales, se había bebido un frasco de láudano que se robó en la enfermería del colegio” (Amor…, p.477-478).

La estricnina es un alcaloide presente en la semilla de la nuez vómica y es una sustancia letal a dosis de partes por millón. Pero el coronel Aureliano Buendía parece inmune a los efectos de esta sustancia, ya que después de sobrevivir a un pelotón de fusilamiento, a emboscadas, a atentados e intento de suicidio con un tiro en el pecho, “sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo” (Cien…, p.202). El autor establece la diferencia entre estos dos venenos y los dos personajes, un frasco que hay que tomar completo para provocar la muerte de una adolescente, pero para matar al coronel Aureliano Buendía necesita algo más contundente, una cantidad grande de estricnina como para matar un caballo, y no lo consigue.

El comienzo de Amor… dice así: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados… Se trataba de una urgencia por la que había sido llamado el doctor Juvenal Urbino, un caso que había dejado de ser urgente hace muchos años” (p.11).

El doctor atiende a un amigo suicida suyo, Jeremiah de Saint-Amour que había respirado vapores de cianuro de oro, porque no quería vivir ningún día más de cumplidos los 60 años por miedo a la vejez. Consideramos que es una metáfora preciosa y una entrada literaria muy brillante, en la aparecen las almendras amargas -medicinales en cantidades muy diluidas- cuya actividad se debe al ácido cianhídrico o ácido prúsico. Con independencia de consideraciones literarias, la belleza de esta entrada queda realzada por la capacidad sensorial que tiene el autor de transmitirnos el olor característico de esta planta, al mismo tiempo que leemos.

3.7 Sustancias químicas

Los medicamentos de naturaleza química o sintética que aparecen en las novelas son varios, podemos dividirlos en función de su naturaleza inorgánica y orgánica.

El permanganato de potasio diluido -en inyecciones o irrigaciones- era la forma más común de tratar las afecciones blenorrágicas en el siglo XIX y comienzos del XX (41) antes de que aparecieran las sulfamidas y después los antibióticos, como ya indicamos con anterioridad-. La gonorrea o blenorragia era enfermedad prevalente y atribuida a la “mala vida”. Esta afección se ha relacionado en Colombia con el crecimiento de las ciudades, la aparición de una clase media, un proletariado urbano y un aumento de la prostitución en las ciudades (42), aunque décadas antes la enfermedad hacía estragos en los ejércitos de Simón Bolívar. Asís describe el narrador estragos y el tratamiento de esta enfermedad:

En Cien…, Pilar Ternera somete a Aureliano Segundo a “unos ardientes lavados de permanganato y las aguas diuréticas, y ambos se curaron por separado después de tres meses de sufrimientos secretos “(p.300-301).

En Cien… parece ser un mal social, cuando los trabajadores de la bananera United Fruit Company, instalada en los alrededores de la Ciénaga y en toda Centroamérica, recibían asistencia médica. Sin embargo, el autor no desaprovecha la oportunidad de contar cómo hay médicos ajenos al juramento hipocrático, que tratan a las personas como recuas de ganado o como si fueran esclavos:
“Los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora del color del piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento.” (p.423).

En Amor…, Tránsito Ariza confundía el cólera con la gonorrea de su hijo: “Pero de todos modos se equivocaba, porque el hijo había tenido en secreto seis blenorragias” (p.313). El autor se “ríe” de un personaje que prometió conservar su virginidad, que se prolongaría sin él saberlo, nada menos que más de medio siglo, para entregársela a Fermina Daza.

A veces la enfermedad no se cura, sino es por medio de la cárcel, como le ocurrió en Crónica…, a uno de los hermanos Vicario -asesinos de Santiago Nasar-, un personaje animal, zafio y refractario a cualquier tratamiento, que sólo puede sanarse por métodos drásticos:
“Regresó con una blenorragia de sargento que resistió a los métodos más brutales de la medicina militar, y a las inyecciones de arsénico y las purgaciones de permanganato del doctor Dionisio Iguarán. Sólo en la cárcel lograron sanarlo” (p.71).

En El general…, Simón Bolívar, preguntando por las tropas, recibe como respuesta “«Lo que nos tiene jodidos no es la moral, Excelencia», le dijo. «Es la gonorrea» (p.241).

El ácido bórico es una molécula que podríamos considerar de droguería, que puede comprarse a granel, sin tener en principio, mucho cuidado con la dosis. Es desinfectante activo y poco tóxico que es incapaz de acabar con las cucarachas, ya perseguidas desde tiempos bíblicos y sólo susceptibles al deslumbramiento solar (Cien…, p.523), con el que el dictador Zacarías Alvarado se aseaba cada día -con grandes cantidades de este producto- la zona genital que incluía su enorme potra de la que el personaje estaba orgulloso:
“le embadurnaba las bisagras de las piernas con manteca de cacao para aliviarle las escaldaduras del braguero, le empolvaba con ácido bórico la estrella mustia del culo” (El otoño…, p.194).

Otra molécula inorgánica era el bromuro de potasio que se tomaba como calmante del sistema nervioso y en situaciones neurasténicas (41); y era unas de las medicinas secretas que tomaba del doctor Juvenal Urbino para levantarse el ánimo (Amor…, p.18). Este dato aporta detalles sobre la personalidad del doctor Urbino, que por supuesto también está sujeto a bajadas de ánimo como el resto de los mortales.

En este sentido, durante el siglo XIX se lograron en Europa -y más tarde en los Estados Unidos- grandes avances en química orgánica de aplicación medicinal, como la extracción de alcaloides y la síntesis de moléculas como los salicilatos (43). Comienza el proceso de industria químico-farmacéutica, que en pocas décadas exportó sus medicamentos a distintas partes del mundo, lo que desembocó en el abandono progresivo de la formulación magistral basada en plantas medicinales.

En Amor…, ya hemos referido como el doctor Juvenal Urbino también tomaba salicilatos para el dolor de huesos en tiempos de lluvia (p.19). Una observación que resulta muy conspicua que nos brinda el autor sobre el mundo de la de la síntesis de medicamentos, los salicilatos fueron aislados en el siglo XVIII a partir de la corteza de sauce, con buenos resultados para la artritis y la fiebre, pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando de acetilaron por la empresa Bayer para disminuir sus efectos secundarios y empezar a producirse en gran escala y destinarlos a la exportación (44).

Tampoco hay que olvidar que el clima caribeño colombiano se caracteriza por un periodo largo de lluvias persistentes que comienza en abril – con una interrupción en julio- y sigue durante un largo invierno entre agosto y noviembre, y se interrumpe entre diciembre y marzo con un periodo seco (1). Medicamentos similares eran más costosos, como la fenaspirina -ácido fénico y aspirina- y sólo estaban dirigidos a las élites y su consumo se consideraba con un ejemplo de distinción (45). Pero existen dos ejemplos más claros de esta discriminación, el cloroformo y la insulina. El cloroformo sólo aparece en Amor…, esta molécula también llamada “anestésico de la reina”, se usó en 1847 para dormir a la Reina Victoria de Inglaterra en su octavo parto.

“Florentino Ariza sabía que los ricos de su tierra no tenían enfermedades cortas…Se sometían a lo que Dios quisiera en el Hospital de los Adventistas…Algunos volvían con el abdomen atravesado de costuras bárbaras que parecían hechas con cáñamo de zapatero…, y por el resto de sus días seguían contando y volviendo a contar las apariciones angélicas que habían visto bajo los efectos del cloroformo “(Amor…, p.334). Con esta frase el narrador nos recuerda, igual que en el caso de las víctimas del cólera, algunos rasgos fundamentales de la existencia humana: los ricos no se mueren, simplemente desaparecen.

Por último, aparece la insulina que, aunque de un origen biológico, la incluimos en este apartado como fruto del progreso bioquímico. Esta molécula se empezó a comercializar en Hispanoamérica en el primer tercio del siglo XX (46). El narrador trata la diabetes en sus novelas de forma más o menos explícita, aunque en su familia parece ser que no hay antecedentes de la enfermedad (32).

En Cien…, los Buendía beben limonada y siempre el café sin azúcar. En El Coronel habla de una “pastilla blanca con tamaño de habichuela” para endulzar el café, “es como azúcar, pero sin azúcar… de una dulzura triste. Es algo así como repicar sin campanas” (p.59).

También se describe un análisis de orina a un diabético: “el coronel esperó hasta cuando el médico calentó el tubo de vidrio con la orina del paciente, olfateó el vapor e hizo a don Sabas un signo aprobatorio” (p.77). Como consecuencia de esta prueba para comprobar la existencia de cuerpos cetónicos en la orina, el mismo médico concluye: “Habrá que fusilarlo -dijo el médico dirigiéndose al coronel-. La diabetes es demasiado lenta para acabar con los ricos”. «Ya usted ha hecho lo posible con sus malditas inyecciones de insulina». El mismo médico apostillaría después que “la pobreza es el mejor remedio contra la diabetes” (p.78). Es una descripción de la diabetes en adultos muy certera, causada, entre otras cosas por el exceso de comida y la vida sedentaria. El autor puede querernos decir que la insulina, un producto muy innovador y norteamericano, no va a poder con una diabetes de un coronel caribeño. Como el coronel se ha portado “mal” y el azúcar no va a acabar con él, habrá que recurrir a algo tan familiar y castizo como es el pelotón de fusilamiento. Al final no olvidemos que en la autopsia de Santiago Nasar se encontró un hígado hipertrofiado por una hepatitis mal curada, pero a la que el doctor Dionisio Iguarán más tarde apostilló: “Tenía que ser cura para ser tan bruto -me dijo-. No hubo manera de hacerle entender nunca que la gente del trópico tenemos el hígado más grande que los gallegos” (Crónica…, p.89).

4.CONCLUSIÓN

Con este trabajo se ha pretendido que un farmacéutico u otro profesional sanitario lea a García Márquez porque se trata de un escritor universal que incita de continuo a reflexiones con hechos insólitos, aventuras, enamoramientos, historia, etc. Si bien cuando de forma secundaria, se reconocen diversos aspectos farmacéuticos, se extrae un jugo particular, con independencia de que las alusiones a la farmacia y a las plantas medicinales sean ciertas o no. Los resultados nos demuestran que el autor escribe a menudo con mucha propiedad y de una forma muy elegante del tema aquí tratado. En una segunda lectura García Márquez nos relaciona la Farmacia con la sociedad de la época en un momento de solapamiento entre plantas medicinales y nuevos medicamentos de síntesis. También pensamos que estamos ofreciendo un recurso didáctico más para captar la atención docente a la hora de impartir distintas materias de la carrera, por lo que queda realizada una invitación a leer o releer estas novelas, sin perder nunca de vista que también se puede hacer con una mirada farmacéutica. De manera final, no hay que olvidar que este es un trabajo “abierto” sujeto a diferentes interpretaciones y enfoques, por lo que animamos a diferentes autores interesados a que sigan profundizando sobre el este asunto y aporten su propia visión y enfoque, que sin duda serán enriquecedores.

5. REFERENCIAS

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18. Libros más vendidos de Gabriel García Márquez. https://www.dineroenimagen.com/2014-04-17/35900 16
19. Libros más leídos de Gabriel García Márquez. https://www.actualidadliteratura.com/mejores-libros-gabriel-garcia-marquez/
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Tabla 1. Plantas medicinales o derivados. Nombre común vs. Nombre científico.