Bares privados en La Habana

Café Madrigal

Café Madrigal

Café Madrigal. Calle 17, nº 809 (Altos) entre 2 y 4.

El primer establecimiento que visité en el Vedado fue el Café Madrigal. Tuve la ocasión de conversar con su propietario, Rafael Rosales, un cineasta que fue primer asistente de dirección en la película Fresa y Chocolate (1994), de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. También trabajó en La vida es silbar (1998), de Fernando Pérez, El elefante y la bicicleta (1994), de Juan Carlos Tabío, y en Madrigal (2007), de Fernando Pérez, filme del que ha heredado su nombre el local. Un cartel de la película decora toda una pared. Me contó que el desarrollo del barrio del Vedado representaba la evolución de la antigua mansión habanera individual. "La calle 17 era donde vivían los millonarios –explica–. La mediana y la alta burguesía fueron construyendo sus residencias a semejanza de los más poderosos, lo que dio al barrio un estilo, un aroma de unidad arquitectónica, a pesar de su división en Altos y Bajos". La casa donde se aloja el Café Madrigal data de 1914 y perteneció a la familia de Rafael Rosales. El cineasta se hizo con ella mediante una permuta, hace ahora diez años. Entonces la casa tenía siete dormitorios, una buena cocina y una terraza estupenda. Allí se reunían sus amigos y organizaban divertidas fiestas, con buena gastronomía y mejor música. De ahí surgió la idea de abrir un local al público, reformando el interior, tirando tabiques, logrando una mayor amplitud. La decoración se ha conseguido con objetos antiguos, recuperados de los baúles familiares, y mucho material cedido por un tío de Rafael, fotógrafo. La mayor apuesta del nuevo negocio está en la carta de cócteles, encabezada por un mojito maravilloso. Hay música en directo –esta noche, un trío de jazz– que ameniza la velada. Entre el público, hay gentes del cine y del teatro, de la escena cubana. Es el primer bar particular que se abrió en La Habana, en 2011.

/ Elena Delgado

Hacía más de doce años que no pisaba las calles de La Habana.Se nota que entran divisas, procedentes de los bolsillos de los numerosos emigrantes cubanos, quienes, al igual que los españoles de los años 60 y 70, envían dinero a sus familiares y estos resuelven, a veces mejor, a veces peor, su vida cotidiana.

Pero lo que más llamó mi atención fue la eclosión de nuevos negocios particulares vinculados a la hostelería. Alentados por la liberalización socioeconómica puesta en marcha hace tres años por el gobierno de Raúl Castro, están naciendo paladares mucho más sofisticados que los de antaño (paladar es un término empleado exclusivamente en Cuba para designar a restaurantes montados y dirigidos por cuenta propia). Nuevos restaurantes, bares, locales de copas, los ahora llamados, en La Habana, bares privados, que ofrecen tapas o menús mucho más elaborados que los que ofrecían los paladares, atraen a los turistas y a la joven élite cubana y mantienen, como los paladares, dos precios: para nacionales y para turistas.

Ofrecen un ocio alternativo y atractivo para el turista fuera del circuito tradicional -el Floridita, La Bodeguita del Medio, el Tropicana- y han convertido el barrio donde se asienta la mayoría, el Vedado, en el epicentro de la nueva movida habanera, el equivalente a lo que fue el barrio de Malasaña en Madrid en los años 80. Con un gran valor añadido: en el Vedado se encuentran las sedes de las principales instituciones artísticas de la ciudad, varios teatros, el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica y algunos de los mejores museos de La Habana.

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