El mes de "Moby Dick", por Javier Reverte

Noviembre es deprimente, produce agresividad y tristeza. Pero algo le salva: "Moby Dick".

El mes de "Moby Dick", por Javier Reverte
El mes de "Moby Dick", por Javier Reverte / Raquel Aparicio

Noviembre, en el hemisferio norte, es un mes detestable. O cuanto menos, lo es para mí. El cielo toma un tono áspero, parece cubierto de mugre, la lluvia lo engorrina todo y hace mucho frío. Además de todo esto, es un mes que apenas tiene festivos, salvo el primer día, que para mayor escarnio o cachondeo es el de Difuntos. La bella estación otoñal ya agoniza; las encarnadas, púrpuras y doradas hojas de los árboles languidecen y están próximas a la muerte. El signo del zodiaco es, en una buena parte del mes de noviembre, el de Escorpio, que representa a un animal de horroroso diseño, ponzoñoso y agresivo. El tiempo de las verduras ha pasado y yo creo ver bastante tristeza en los rostros de las gentes con las que me cruzo por la calle. Las mujeres están tristes en noviembre, los malditos jefes andan cabreados y los curas no perdonan ningún pecado.

Además de ello, noviembre, en el norte del mundo, resulta feo de narices. Yo, siempre que puedo, procuro irme con la música a otro hemisferio. Habría que borrar el mes de noviembre de todos los calendarios septentrionales.

No me sucede a mí solo. ¿Recuerda, amigo lector, el comienzo de Moby Dick, en ese breve monólogo de Ismael al comienzo del libro?: "Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que hay en mi alma un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer delante de las tiendas de ataúdes, y en especial, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle a quitarle de un golpe el sombrero a los transeúntes, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda".

Ya ven: el mes de noviembre es deprimente, produce agresividad, tristeza e hipocondría. Pero algo le salva: gracias a esas circunstancias, tenemos a Moby Dick.

En las cumbres de la novela universal tenemos cuatro o cinco títulos -que cada uno elija los suyos-, pero yo fijo entre ellos a la gran novela de Herman Melville en persecución de la ballena blanca asesina. Vuelvo a leerla a menudo, cada tres o cuatro años, y procuro que sea en noviembre, porque es una manera de perdonarle al mundo la existencia de un mes tan cochino. Es, como la mayoría de las grandes narraciones de la literatura, la crónica de un gran viaje y una excepcional aventura metafísica. Todos sus ángulos resultan casi indescifrables, y su técnica, de una perfección inusitada. Es una novela tan épica como ética.

Y es la novela de noviembre, una novela abismal.

El comienzo ya resulta fulgurante: "Llamadme Ismael" (yo tengo un hijo al que bauticé con ese nombre por culpa de Melville). "Hace unos años, encontrándome sin apenas dinero, se me ocurrió embarcarme y ver mundo. Pero no como pasajero, sino como tripulante, como simple marinero de proa. Esto al principio resulta algo desagradable, ya que hay que andar saltando de un lado a otro, y lo marean a uno con órdenes y tareas desagradables, pero con el tiempo se acostumbra uno". Y a partir de ese inicio tan sencillo como seductor, surge una historia de tonos bíblicos que el cineasta John Huston rodó, genialmente, con el aire de un cómic.

Pero la historia de Melville cobra todo su esplendoroso y trágico valor cuando asoma la figura del capitán Ahab, el hombre mutilado por la terrible ballena blanca, Moby Dick, y que ha empeñado su vida en lograr dar caza y matar a la gran asesina de los mares. Porque el blanco, para Melville, era el color de la muerte, lo mismo que es el color del luto en la cultura de muchos pueblos: "Siempre se esconde algo elusivo en el íntimo sentido del color blanco, algo que infunde más pánico al alma que el pavoroso rojo de la sangre... Ni el tigre de feroces colmillos alcanza a crear el miedo que nos producen el oso polar o el tiburón revestidos de su albo sudario".

De modo que el mes de noviembre queda redimido por un libro, por una ballena terrorífica y por un capitán de barco enloquecido. ¡Viva noviembre que parió a Moby Dick!

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