Viaje a las Laponias, por Mariano López

Luis Pancorbo acaba de volcar en un libro estupendo sus muchos años de conocimiento del mundo ártico.

Viaje a las Laponias, por Mariano López
Viaje a las Laponias, por Mariano López / Jaime Martínez

No creo que haya ningún español que conozca Laponia, el norte boreal de Europa, tanto como Luis Pancorbo, quien seguramente ha hecho más kilómetros por la E-75, la carretera que cruza el norte de Finlandia, desde Rovaniemi hasta la costa noruega, que por la N-I, entre Madrid y Burgos. Su atracción por los mundos del hielo viene de antiguo. Fue el primer viajero español que pisó el Polo Sur, el primero que, cuando era corresponsal en Roma, entrevistó y frecuentó a Umberto Nobile, compañero de Amundsen, y el primer corresponsal de TVE en Suecia que envió imágenes de Kiruna y el salvaje norte, páramos, tundras y bosques apenas explorados, los neveros donde crece un alga que tiñe la nieve de color rosa. Luego tendría motivos personales, convertidos después en familiares, para viajar al norte de Finlandia, donde es raro que no pase temporadas una o dos veces al año. Ahora acaba de volcar en un libro estupendo tantos años de conocimiento del mundo ártico. El libro se titula Auroras de medianoche, viaje a las cuatro Laponias (editorial Fórcola) y explora el asombroso mundo que comparten el norte de Finlandia, Suecia, Noruega y Rusia, cuatro nortes que formaron, en tiempos, un territorio único, habitado por los samis, y denominado, por quienes lo colonizaron desde el sur, Laponia.

Aún hoy, las cuatro Laponias podrían ser una sola. Sigue siendo mayor el mundo que comparten que el que las separa. Aún no han perdido su carácter de última frontera, su naturaleza extrema: regiones donde la densidad humana es igual a cero, bosques vírgenes, lagos bellísimos donde no va nadie, montañas gobernadas por los osos, un suelo vestido por todos los tonos y densidades posibles de la nieve y un cielo negro, profundo, que sabe de noches perpetuas y días infinitos y que de vez en cuando regala el baile, emocionante, de las auroras boreales. Cualquiera que haya visto, alguna vez, una aurora se sentirá atrapado para siempre por el fenómeno y tratará de volver una y otra vez al encuentro con el cielo encendido, la cortina verde que parece agitar y seducir a las estrellas, el incendio rojo, la herida azul, las chispas que, según el mito sami, produce el zorro ártico cuando golpea con su cola las estrellas, uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza. "Si luego de comer un plato de oso con bayas sales a la calle, que es el campo, hace bajo cero y brillan las auroras boreales de medianoche, pintando el cielo de unos verdes que no se dan ni en el Amazonas -escribe Pancorbo, en su nuevo libro-, no echarás de menos otro lugar de este planeta".

Cautivado por el mundo ártico, Pancorbo describe con sensualidad, muchas veces con pasión, los territorios lapones, los colores de sus ocho estaciones, "no hay un día -escribe-de un color igual a otro", la calma inmensa, las noches boreales, los días en que el Sol no se pone nunca y las diferentes maneras que tienen las Laponias de infundir al viajero una completa sensación de libertad. Libres son sus habitantes, los samis, palabra que en su lengua, procedente de los Urales, significa la gente, bien diferente del término que les fue impuesto, lapón, que en su origen significó legañoso y también paleto, inculto y andrajoso.

Los samis sufrieron a los vikingos y a los piratas, entre quienes se encontraba -cuenta Pancorbo- un español, Juan Mendoza, navegante y aventurero que fue capaz de saquear las islas Feroe. Nunca vivieron, ni viven, en iglús, sino en cabañas o en kotas, similares a los tipis de los indios americanos. Fueron pueblos nómadas, pastores de renos en su mayoría, que adoraron al espíritu del oso y a los genios de los bosques y emplearon tambores chamánicos para comunicarse con la naturaleza y con sus dioses. Aún en esta década del siglo XXI siguen midiendo el tiempo por un calendario basado en los ciclos naturales de su animal más preciado, el reno, que en su lengua tiene numerosos nombres: el reno de dos años es yuonelo; el de tres, vuorso; el de cuatro, kosotin, y así hasta llegar al más viejo, al que llaman nimiloppu, que significa basta ya de nombres. Ahora, cuando comienza la semana 49 de su calendario, nuestro noviembre, el calendario dice que es el momento de prepararse para la llegada de Joulu Pukki, la genuina encarnación ártica de Santa Claus, aunque algunos samis no terminen de creer en estos advenimientos y resuman su calendario en solo dos estaciones: "En verano -cuenta Pancorbo-, los lapones pescamos y hacemos el amor; en invierno, pescamos menos".

En Laponia, en las Laponias, hay oro, perlas y amatistas, salmones como tigres, truchas árticas que pesan más de cien kilos, menús que incluyen lengua de reno y pechuga de urogallina, saunas de humo, duchas heladas, perdices nivales, bayas de todos los colores, una red de radares que miden la dispersión incoherente, lugares aún sagrados para los samis y líquenes que todavía emiten radiaciones de Chernobyl. Detrás de cada uno de estos nombres hay una historia apasionante, una suma de relatos que Luis Pancorbo ha hilvanado durante décadas, movido por su curiosidad y armado con la destreza de un periodista, explorador y antropólogo, y su talento como escritor. Un lujo de libro, de viaje y de paisaje: Auroras de medianoche, viaje a las cuatro Laponias, el nuevo libro de Luis Pancorbo.

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