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V. Mario Benedetti, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante



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Laudatio

José Carlos Rovira (Profesor Titular de Literatura Hispanoamericana. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Alicante)



Excmo. y Magnífico Sr. Rector

Excmas. e Ilustrísimas Autoridades

Claustro de la Universidad

Miembros de la Comunidad Universitaria

Señoras y Señores:

     La Junta de la Escuela de Formación del Profesorado propuso en el mes de julio al poeta Mario Benedetti como Doctor Honoris Causa por nuestra Universidad, propuesta acogida por la Junta de Gobierno y que hoy vamos a desarrollar. Comenzaré diciendo que es un honor para mí, que enseño literatura hispanoamericana en esta casa, el que se me haya encargado realizar esta laudatio, en donde tengo que plantearles una reflexión lo más objetiva posible que responda a las razones por las que pedimos el Doctorado Honoris Causa para Mario Benedetti, una reflexión que se hace difícil en su tono si tenemos en cuenta que hay también, necesariamente, una dosis de emoción en todo lo que yo les pueda decir. A la imagen del escritor, un día sucedió la imagen del amigo que, desde hace años, está fuertemente vinculado a esta Universidad, que ha participado en cursos, recitales, diálogos en ella, que ha sido, digamos, un factor de dinamización de ese «destino latinoamericano» que nuestra Universidad quiere tener, un destino que pasa por la cooperación científica y solidaria, y por la formación de estudiantes iberoamericanos en nuestras aulas.

     Mario Benedetti nació en 1920 en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó, en Uruguay, aunque muy pronto Montevideo se convirtió en el ámbito vivencial de un niño que, en el barrio de Capurro, acumuló las primeras sensaciones para ser escritor y persona, y para convertirse un día en otra voz de esa universalidad que la literatura uruguaya ha tenido también en nuestro siglo. Aquel Montevideo generó un poeta, un novelista, un autor teatral y un ensayista que, a lo largo de más de setenta libros, ha ido jalonando una de las escrituras más nutricias del castellano. Una escritura que comenzó como aventura reflexiva con aquel Peripecia y novela en 1948, en donde pudimos conocer una mirada crítica temprana que completó enseguida con su mirada poética y narrativa: Poemas de la oficina en 1956 y La tregua en 1960 son dos libros que abren con fuerza una escritura que no ha parado de desarrollarse hasta la publicación reciente de un último libro de poesía, El olvido está lleno de memoria, en 1995, una última novela, Andamios, en 1997, y la recopilación de una parte de sus ensayos, con el título El ejercicio del criterio, en 1995. En medio, obras reconocidas como Quién de nosotros, Gracias por el fuego, o los relatos de Montevideanos y Geografías. Y también una voluminosa escritura poética que se ha organizado en sus dos monumentales Inventarios; en todo este tiempo también, la reflexión crítica que ha tenido ejemplos perdurables de pasión y lucidez.

     Quisiera destacar ahora, ciñéndome a los valores principales que su obra aporta, algunos sentidos que debemos retener de la misma. En primer lugar, por una disposición personal más activa hacia la poesía, quiero comentarles que Mario Benedetti es un autor que definió su poética con el intento de aludir al lector y no eludirlo, con el impulso conversacional de elevar el lenguaje cotidiano, repleto de guiños cómplices, a la categoría de la expresión poética. La tensión de ese lenguaje tiene que ver con la que la palabra tenga para cada uno de nosotros. Quiero decir que la palabra se carga en Benedetti de emociones, como la ternura, el afecto, el amor, la ira, la cólera, el enojo, la indignación, respondiendo a las situaciones vivenciales de un sujeto lírico que intenta vivir conjuntamente la vida personal y la historia de cada día y de nuestro tiempo. Un lenguaje vertebrado por palabras que van respondiendo en su inmediatez, y en su alegría, y en su dolor, y en su esperanza, a un lector que sabe que en cierta medida puede encontrar una parte de sí mismo en ellas, que puede encontrarse. Lo digo como testimonio personal, porque estas sensaciones de la poesía son difíciles de establecer objetivamente, pero considero que son afirmaciones compartidas. Conozco jóvenes locos por Benedetti que descubrieron en poemas como «Táctica y estrategia», «No te salves», «Hagamos un trato», «Chau número tres», «Los formales y el frío», en su poesía amorosa, en definitiva, un lenguaje de amor que se podía compartir. He visto recitales de Benedetti con muchos jóvenes sentados en los pasillos, recordando en voz baja, con y sin nostalgia, aquello de «Compañera / usted sabe / que puede contar / conmigo». ¿Les atrae sólo esa vertebración coloquial y original de los lenguajes de amor? No creo.

     Desde su poesía a sus ensayos intentaría completar ahora una visión sobre la sociedad que forma una línea de reflexión complementaria. Creo que en Mario Benedetti hay una de las visiones urbanas contemporáneas más intensas, en su poesía y en su narrativa, una matizada visión de nostalgias por espacios desaparecidos que se evocan desde aquel poema inicial que decía que «Montevideo era verde en mi infancia / absolutamente verde y con tranvías». La intensidad de la evocación sobre el espacio urbano, en la que se mezclaban lenguajes de la burocracia y de la memoria, fue convirtiéndose con el paso del tiempo en remembranza histórica: hay un relato, que dio título al volumen Geografías, en el que se construye la memoria exiliada precisa, la de los espacios abandonados por imperativos de represión, persecución y torturas. Estoy hablando ya de la sociedad global. La que ha vivido el escritor durante una época de su vida que construyó una evocación imprescindible del país que tuvo que abandonar. Hablo de la reflexión social por tanto. De Mario Benedetti como un autor comprometido. A una parte de nosotros la palabra nos sonará con la antigüedad de nosotros mismos. Hay un poema de Mario Benedetti que certifica su voluntad de escritura de millares de páginas en el mismo sentido. Se titula «Soy un caso perdido» y responde a la sagacidad de un crítico que ha descubierto la parcialidad del autor y le exhorta «a que asuma la neutralidad / como cualquier intelectual que se respete». El escritor asume finalmente que no será neutral aunque sus textos traten «de mariposas y nubes / y duendes y pescaditos». Pues bien, yo creo que este caso perdido que es Mario Benedetti ha provocado algunas de las reflexiones poéticas, narrativas y ensayísticas más lúcidas sobre el tiempo que vivimos.

     Si repasamos ahora sus ensayos, que son crítica cómplice, como dice uno de sus títulos, que son además ese ejercicio de la conciencia que decía Roberto Fernández Retamar cerrando el Congreso, obtendremos sobre todo una escritura incesante, un caudal de páginas que sitúan a Mario Benedetti, a través de una veintena de títulos, como uno de los ejes de reflexión de América Latina. Desde los escritores contemporáneos, a las cuestiones concretas que han ido jalonando nuestros años, desde las raíces culturales del continente mestizo -mestizo no sólo de razas, sino de influencias, aspiraciones, ideologías-, a los grandes temas contemporáneos, cada una de sus páginas ha ido construyendo una reflexión de época vertebrada por esa audacia de decir muchas veces lo que no se quiere oír. Su biógrafo principal, Mario Paoletti, identificó al autor con el título de «El aguafiestas», en una perspectiva que traza su capacidad de ser inconveniente ante toda sacralidad y oficialidad cultural. Martianamente, el escritor eligió realizar su obra como ejercicio del criterio, y el criterio parece lo más difícil de mantener en tiempos de embustes y mentiras.

     Entre los ensayos de Benedetti, algunos especialmente actuales, como aquel panorama en el que la dialéctica del subdesarrollo genera lo que titula como «letras de osadía». América Latina como una emergencia cultural que desde el modernismo alcanza la palabra desde otra dimensión, la nutre desde unos supuestos de independencia que, sin negar los vínculos europeos, afirman una tradición propia, diferenciada y universalizante: un planteamiento metodológico que, sin ser nuevo, radicaliza otra novedad en su vinculación minuciosa al desarrollo de las sociedades en las que surge. La osadía es quizá seguir afirmando el papel de la palabra en su valor esencial, en afirmar el cuidado que de la palabra debemos tener, pero sin que el escritor se encierre en una celda verbal, sin que la palabra sea un ámbito conventual, sino que se ejerza al aire libre, abierta a la realidad. Esta atención a la palabra tiene gloriosos antecesores que se llaman Darío, Rodó, Carpentier, Neruda, etc. que, sin embargo, resumen en casi todos los casos espacios de realidad. Esta atención ha llevado incansablemente a Mario Benedetti a escribir páginas críticas sobre una gran parte de sus contemporáneos, y de los problemas culturales que se afrontan. Con humor se ocupó en «Rasgos y riesgos de la actual poesía latinoamericana» de los problemas del compromiso del escritor. Benedetti ha afirmado siempre la grandeza de aquellos poetas del compromiso -llámense Neruda, Vallejo o tantos otros- que, sin embargo, abren su obra a la consustancial complejidad del ser humano, creando un lenguaje propio en el que aparecen núcleos del amor, del dolor, de las preocupaciones metafísicas sobre el tiempo, sobre la vida y la muerte. Y detecta en los últimos años, sin embargo, al crítico incriminador y delator que parece estar señalando todos los días «a los poderes fácticos y prácticos» al poeta comprometido diciéndoles a éstos más o menos: «pero, señores, ¿no os habéis dado cuenta de que este individuo defiende, así sea con metáforas, las revoluciones? ¿No habéis advertido que en el fondo escarnece y estigmatiza vuestros canonizados patrimonios y rentas?»

     «Los intelectuales y la embriaguez del pesimismo» es otro de los títulos que recomendaría en esta sala y, sobre todo en los tiempos que corren. Tras detectar una devastadora corriente de pesimismo, tras realizar un análisis de la razón mítica y crítica, y una apuesta por esta última, tras recorrer la desacralización del intelectual y la civilización artificio, Benedetti llevará a cabo una sencilla propuesta, constructiva de una esperanza: la palabra sigue teniendo sentido, y en esta confianza cabe un margen de reconstrucción e, incluso, de modesto optimismo: «nada embriagador por cierto -nos dice-, pero al menos no disociado de lo posible. Entre la tanatología y el eudemonismo, entre el culto a los muertos y el de la felicidad [...] existe todavía una calle del medio por la que puede transitar, con los pies en la tierra, el hombre, ese hombre que no sólo es, como creía Unamuno, «el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda la filosofía, sino también, y sobre todo, protagonista de la historia».

     Y la cita de Unamuno me ha abierto un interrogante. Recuerdo que Benedetti cita alguna otra vez al rector salmantino, por ejemplo por su correspondencia con su compatriota José Enrique Rodó, recuerdo alguna otra cita, pero, en cualquier caso, al margen del pensamiento, al margen de sus grandes distancias, hay un paralelismo comprensible entre un escritor y otro: su pasión cultural o las formas de cultura que se establecen y expresan a través de la pasión, algo de lo que también estamos necesitados en estos tiempos de afirmación de pensamiento débil y complaciente.

     La narrativa sería el tercer recorrido que rápidamente les quiero proponer. Hay títulos de probada eficacia ante el lector. Ediciones innumerables de novelas como La tregua, una de las más bellas peripecias narrativas contemporáneas sobre la soledad y el amor. Anticipaciones del terror que después habría de emplazarse en Uruguay como Gracias por el fuego. Memorias del exilio, con atisbos de esperanzas, como Primavera con una esquina rota. Y la construcción de un ciclo personal de la memoria, en la que el protagonista no es el autor, aunque tenga varias cosas en común con él, iniciada con La borra del café, donde la evocación del barrio infantil de Capurro adquiere una gran intensidad emotiva. Y continuando el ciclo de la memoria con la reciente Andamios, una historia de un periodista desexiliado a Uruguay tras la dictadura, que mantiene sus vínculos con España y que evoca a través de los tipos humanos de aquella sociedad (el confidente, el torturador, el militante que ha pasado la dictadura en la cárcel, etc.) el entramado moral de una sociedad que quiere pervivir y mantener esperanzas. Entre los muchos guiños de la novela, hay uno que me resultó particularmente divertido: cuando a Javier, el protagonista, la agencia española que publica sus crónicas desde allá empieza a no publicarle nada por su radicalismo, aparece un artículo suyo en la prensa de Alicante.

     Pero volviendo a La tregua, uno de los más bellos ejemplos de la narrativa hispanoamericana contemporánea, con el que Benedetti se afincó en el mundo cansado de la burocracia, mediante un personaje, Martín Santomé y su redescubrimiento tardío del amor en Laura Avellaneda. Un lenguaje preciso establecido por los diarios de Santomé nos daba cuenta narrativa de un mundo que, poéticamente, había sido construido también en los Poemas de la oficina. La peripecia del amor, la ternura de las situaciones del personaje y el dolor en la pérdida, han dotado a esta novela de esa clasicidad contemporánea que hacen de Benedetti también un novelista imprescindible en un panorama de tanta riqueza como el de la novela hispanoamericana en los años 60.

     El teatro también sería otro recorrido posible. Estos días hemos podido ver en Alicante Pedro y el capitán, ese vigoroso diálogo entre un torturador y su víctima con el que Mario Benedetti lanzó una interpretación universal de la psicología de los dos personajes en su situación límite. Al margen de la sociedad uruguaya, la eficacia del diálogo ha servido para que algunas asociaciones como Amnistía Internacional hayan considerado esta obra como valiosísima para el trabajo de concienciación que pretenden.

     El recorrido podría ser mucho más amplio. Más de setenta libros, como ya dije, nos acompañan en la memoria, en los estímulos personales, en la capacidad de reencontrarnos en ellos. Pero quisiera insistir de nuevo en la síntesis que les propongo de la escritura de Mario Benedetti.

     ¿Qué nos entrega hoy esta obra en donde están presentes el conjunto de sentidos que he enunciado hasta aquí? ¿Por qué podemos considerar esta producción como imprescindible también para nuestro ámbito español? Yo creo que, en algunos de los sentidos esbozados, está presente ese conjunto de ideas que nutren de complejidad a la mujer y al hombre contemporáneo. Cuando un autor tiene detractores, y Mario Benedetti los tiene con seguridad, se condiciona su obra a determinados estímulos de la misma. Las reducciones se operan entonces con facilidad y se puede afirmar que el escritor es, por ejemplo, un poeta del compromiso en un tiempo en el que se deterioran la ejemplaridad de los mensajes que construyeron aquella poesía. Pero estas reducciones no suelen llevar al que las practica a ninguna parte. Si el compromiso social forma un núcleo importante en su obra, no está de más recordar la amplia dosis antiépica que la recorre, la vena irónica y humorística que la sostiene. Y no está de más recordar que el amor, con la creación de un lenguaje propio sobre el mismo, es uno de los más nutrientes estímulos de su poesía y su narrativa.

     En ese sentido, Mario Benedetti es de los creadores que se han dedicado a interpretar nuestra época en toda su complejidad, con todos los estímulos individuales y sociales que la constituyen, con todas las esperanzas y desesperanzas que la recorren. De las esperanzas habrá que hablar finalmente y aquí entra directamente la reflexión sobre América Latina. Se ha dicho alguna vez que en los años 60 América Latina fue el territorio de la esperanza y que ahora, por el contrario, se presenta con perfiles dramáticos de desesperanza. La detención de los procesos transformadores que se acumularon en los años 70, proceso que se saldó con un margen de violencia estatal rotunda en países como Chile, Argentina o Uruguay, con dictaduras que significaron la represión y desaparición violenta de un gran número de ciudadanos, significó una inversión de las líneas esperanzadoras de la historia que se quería vivir. La restitución de las democracias se hizo con una fuerte dosis de incertidumbre en la cual todavía estamos. Mario Benedetti, en ese tiempo, vivió el exilio hasta el punto de ser uno de los creadores principales de la poética de aquella diáspora. Desde 1973 hasta 1985 vivió en Buenos Aires, en Lima, en La Habana y en Madrid una concentrada y creativa espera en la que aparecieron algunas de sus obras principales. El «desexilio», término que acuñó en 1985, era la voluntad de regreso y de reintegración a un espacio que necesariamente había cambiado en doce años. Si los árboles de una de las avenidas principales de Montevideo, la Avenida 18, habían desaparecido, muchas personas también, en aquel horror que la dictadura militar abrió en el 73. El «desexilio» por eso conlleva una poética explícita de la memoria. La invitación social al olvido lleva al último libro poético que es una forma de responder a esta pretensión: el olvido está lleno de memoria, y con la memoria se restituye el pasado y el presente, la esperanza también que es, todavía, «compartir los sueños con los sueños». Escritor vertebrado en la esperanza a pesar de todo lo que se ha vivido, afirmando todavía que el «futuro se acerca / despacio / pero viene», sustentador de un optimismo contra el que no hay vacunas, Mario Benedetti es por todos esos sentidos también una lección moral que, desde lo cotidiano, envuelve la sociedad y la repuebla de guiños optimistas, aunque no fáciles. Si, a pesar de todo, debemos defender la alegría nos prevendrá de que habrá que defenderla también de la misma alegría, en su juego riguroso de encuentros con la palabra y el sentido último que ésta defiende.

     Éstos son algunos de los sentidos de una obra y un autor al que estos días más de sesenta ponentes han dedicado su reflexión en un Congreso en el que prevaleció rigurosamente el valor múltiple, repleto de sugerencias, de posibilidades de lectura, de su narrativa, de su poesía, de su teatro y su ensayística.

     Advertiré para concluir que esta laudatio tiene muchas adhesiones por el sentido de lo que pide. Más allá de ésta, algunas Universidades como la de Valladolid, en España, o la de La Habana, en Cuba, le van a otorgar, próximamente, a Mario Benedetti el mismo reconocimiento que la nuestra. Pero hay otro tipo de apoyo posible que tiene que ver con un amplio espacio de textos poéticos y ensayísticos en los que Mario Benedetti ha reivindicado la grandeza del sentimiento como mecanismo intelectual. Hablo ahora exclusivamente desde el mismo, desde el sentimiento. Y les digo que estoy seguro de que llegarían adhesiones desde el más allá si éstas fueran posibles, porque desde el cielo, la nada, o donde se encuentren, estarán mandando faxes de adhesión seguramente Julio Cortázar, Roque Dalton o Juan Carlos Onetti entre otros, y por supuesto que también Zelmar Michelini, monseñor Óscar Arnulfo Romero, Salvador Allende y Ernesto Che Guevara.

     Así pues, considerados y expuestos todos estos hechos, dignísimas autoridades y claustrales, solicito con toda consideración y encarecidamente ruego que se otorgue y confiera al Sr. D. Mario Benedetti, a este caso perdido de Mario Benedetti, el supremo grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante.

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