Un viaje bastante bobo, por Jesús Torbado

Es difícil entender por qué el austriaco Félix Baumgartner se embarcó en un viaje tan demencial.

Un viaje bastante bobo, por Jesús Torbado
Un viaje bastante bobo, por Jesús Torbado / Raquel Aparicio

Las razones por las que la gente viaja son tan variadas como insondables e imposibles de desmenuzar. Las más usuales, como es bien sabido, son razones de necesidad. Uno va a visitar a su madre enferma en Salamanca, a redondear un negocio en Rabat, a encamarse con una novia de paso en Tailandia, a cobrar una deuda en Barcelona, a visitar a un médico prestigioso en Londres, a socorrer a un hijo perdido junto al Ganges... Se han urdido docenas de encuestas para descubrir ese pequeño misterio, con la intención, claro, de sacarle provecho económico a la descubierta o de lucirse explicándolo en un foro cualquiera.

Pero hay también motivaciones muy extrañas: gente que viaja o se mueve por supuesto prestigio, por capricho montaraz, por matar el tiempo, por aparecer en los televisores, porque está de moda y empuja la publicidad más brutal... Quedó poco claro hace un mes por qué un ciudadano austriaco de buena planta llamado Félix Baumgartner, de 43 años, ex paracaidista y piloto, se encaramó a la estratosfera y pegó un salto de cuarenta kilómetros antes de aparcarse, sano y salvo, en el desierto de Nuevo México. De milagro, tal vez. Ya en el suelo, confesó que "el brillo de la luz detrás de mí era muy bonito", mientras caía agarrado a sí mismo a una velocidad de hasta 1.100 kilómetros por hora.

Estamos de acuerdo en que se trata de una hazaña, una proeza, una gesta, una machada, un récord (varios, en realidad) de una barbaridad insólita; lo que resulta menos fácil de entender es por qué se embarcó en tal viaje demencial. Ni siquiera vértigo sufrió, solo el absoluto y opresivo silencio de su soledad, aunque estuvo a punto de perder la cabeza girando sin control a mitad del trayecto. Parece que se ha llevado un buen dinero por el esfuerzo, muy merecido, quizás como para pasar el resto de sus días sin dar palo al agua ni saltar un charco; el éxito de público ha sido total, pues medio mundo se mantuvo en vilo durante los nueve minutos que le duró la faena, una eternidad, la mitad de ellos sin el soporte del paracaídas.

No hay noticia de que ningún viaje haya obtenido tanta expectación y aplauso en la historia de los hombres. Además, el volador afirmó que no había sentido miedo alguno y, encima, se casará divinamente a los pocos meses de su expedición aérea. Con una antigua miss auténtica y también guapa modelo. (Es sabido que nadie sin dinero o fama consigue en estos tiempos casarse con una moza de esa cualidad).

El paseíllo por la estratosfera y la troposfera dicen que se elevó hasta un presupuesto de unos cincuenta millones de euros, una minucia comparado con lo que se gastan alegremente por aquí algunos políticos nuestros en mariscadas y propinas, pero se recuperaron sobradamente con la visión del suceso por unos mil millones de personas y sus consecuencias comerciales.

Los dueños del líquido que patrocinó la hazaña, que debe de estar riquísimo si se tienen en cuenta los tropecientos millones de latas que se venden en 160 países, sostienen a seiscientos "deportistas de aventura". Lo suyo es vicio. O pasión comercial desenfrenada, quién sabe. O sea, sostienen a gentes un poco lanzadas y estrafalarias a las que se les ocurren peripecias inverosímiles, que salen bien de ellas y luego cobran lo convenido. Incluso hay profesionales de esta industria. Sin ir más lejos, en sus tiempos mozos este cronista fue subdirector, al lado de Enrique Meneses, de una revista -efímera, eso sí, y con edición inglesa- que se dedicaba con mucho esmero a esos asuntos, llamada Los aventureros. Ahora no hay semana en que los periódicos no nos señalen un reto de cierta enjundia y de mucho entretenimiento.

Pero el viajero de estirpe sabia contempla todas esas grandiosas hazañas sin duda con sonrisa irónica y bienhumorada, aunque no sin el debido asombro, como si se tratara de una nueva aventura del fantástico Barón de Münchhausen. ¿Saltar a tierra por las buenas desde la estratosfera? Bueno, pues vale y así sea.

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