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Resumen de Resumen de tesis. La "invención" del socialismo. Radicalismo y renovación en el PSOE durante la dictadura y la transición a la democracia (1953-1982)

Juan José de la Fuente Ruiz

  • En diciembre de 1976, los cerca de ochocientos delegados elegidos por las diferentes federaciones socialistas del exilio y del interior para asistir al primer congreso del PSOE celebrado en España desde 1932 proclamaron solemnemente que, como dignos receptores de «la más antigua tradición obrera del Estado español», encarnada en el ideal marxista de los padres fundadores del partido, estaban dispuestos a asumir, por primera vez desde el derrumbe del Ancien Régime en Europa, el «desafío histórico» de erigir un sistema político que fuese capaz de combinar en dosis iguales socialismo y libertad (socialismo y democracia). Pensaban los delegados reunidos en 1976 en el XXVII Congreso del PSOE que nunca en la historia se había dado la existencia de una sociedad regida realmente por los ideales socialistas; y estaban convencidos, además, de que tampoco había existido hasta la fecha ningún régimen auténticamente democrático en el mundo. Al sistema instaurado en la Unión Soviética lo calificaban de «fascismo ruso», y, en general, a los países comunistas los describían como «social-dictaduras», como regímenes opresores, que no habían sido capaces de acabar con el capitalismo, sino que, por el contrario, habían generado un «capitalismo de Estado brutal, exacerbado». Tampoco veían en las democracias liberales occidentales unos regímenes verdaderamente democráticos. Los socialistas estaban convencidos de que en la democracia «burguesa» las libertades se daban únicamente en un plano «formal», no real. De hecho, percibían la democracia liberal-parlamentaria como un sistema «limitado», sometido a un conjunto de reglas puramente técnicas, que ocultaban la realidad política y social subyacente, basada en el dominio absoluto de la «lógica del mercado» y en el crecimiento de un «nuevo autoritarismo», propiciado por la tecnocracia capitalista. Por esta razón, en 1976 los socialistas rechazaron por igual el socialismo soviético y la democracia liberal, y propusieron, como alternativa, un modelo de democracia «superior», de democracia «real», «directa», que superase, de una vez y para siempre, el carácter meramente «formal» de la democracia «burguesa». A este nuevo proyecto de construcción del socialismo, de democracia «real», lo denominaron entonces «autogestión». Políticamente, nunca especificaron los socialistas de forma clara cómo sería esa democracia real, más allá de proclamar que afectaría a todos los ámbitos de la vida y que toda la población participaría en la toma de decisiones de una forma directa. Sin embargo, sí fueron muy explícitos respecto a la democracia económica que propugnaban. Miguel Boyer lo explicó en varios foros económicos y empresariales en 1976. El sistema propuesto por Boyer se inspiró, según veremos, en el proyecto autogestionario de los socialistas franceses e, indirectamente, en el modelo industrial yugoslavo. Pretendía superar, a través de un plan de economía descentralizada y, a la vez, planificada, tanto el «capitalismo desregulado» occidental como el «capitalismo burocrático de Estado» comunista. Para ello, primero Boyer y después, en el XXVII Congreso, el Grupo de Economistas del PSOE propusieron dividir el entramado empresarial español en tres sectores: uno estatal, otro autogestionario y otro privado. El primero de ellos, el estatal, estaría constituido por un amplio sector público, nacionalizado, en el que se incluiría, entre otros, todo el sistema financiero, el sanitario o las industrias estratégicas (las energéticas, las eléctricas, la minería, las petroleras). El segundo sector, el más importante (por ser el de mayor tamaño), sería el autogestionado directamente por los trabajadores. Estos, convertidos por primera vez en la historia en los dueños de su propio destino, actuarían (de hecho y de derecho) como los verdaderos gestores de todas las grandes y medianas compañías del país, arrebatadas de las manos del capital privado y socializadas por el poder público. Por último, los socialistas pensaban que las pequeñas empresas familiares debían permanecer en el ámbito privado, pero, eso sí, debidamente «vigiladas» por el Estado, para que los «derechos y las condiciones» de sus trabajadores no fueran inferiores a los vigentes en los otros sectores económicos, el nacionalizado y el autogestionado. A este sistema de autogestión económica se avanzaría a través de un programa de transición al socialismo en tres etapas, que debía ser cumplido, si fuera necesario, aplicando «las medidas de fuerza precisas para hacer respetar los derechos de la mayoría» sobre «los derechos adquiridos y las estructuras económicas de la sociedad burguesa». Los socialistas españoles habían llegado a concebir semejante proyecto –acaso el más radical de toda su historia– a través de lo que Felipe González definió como un proceso de «acumulación ideológica» que durante la larga «travesía del desierto» franquista había ido «sobrecargando» los presupuestos teóricos del partido. Apenas seis años después, en octubre de 1982, el PSOE alcanzó, sin embargo, el poder político con un programa electoral (Por el cambio) moderado, «realista», y en el que ni rastro quedaba ya de aquel proyecto autogestionario que, de haberse aplicado, habría elevado a los socialistas españoles a la categoría de «inventores», por así decirlo, del primer modelo de construcción de «socialismo real» en el mundo. En 1982, por lo tanto, el PSOE, ya sin «modelo de repuesto» que fuese capaz de «mantener» la democracia y, al mismo tiempo, garantizar «unas mínimas condiciones de vida», se había limitado a ofrecer al pueblo español un proyecto «coherente» de gobierno que asumía «las esperanzas y las aspiraciones de la mayoría»: la lucha contra el desempleo, la mejora de la productividad, la modernización del país, la «racionalización de las relaciones industriales», la «elevación de los niveles tecnológico-organizativos». Como explicó algún tiempo después Francisco Bustelo –uno de los partidarios más firmes de las reformas extremas en 1976–, en poco más de un lustro, el PSOE «pasó de ser el partido socialista más radical de la Europa occidental a ser el más moderado, sin saber muy bien el porqué de lo uno y de lo otro». Y este es, precisamente, el objetivo del trabajo de investigación que tienen ustedes en sus manos: intentar dilucidar el cuándo (se originó), el cómo y, si es posible, el porqué de ese proceso de radicalización –de «acumulación ideológica», en palabras de Felipe González– que el PSOE experimentó durante los últimos años del franquismo.


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