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Resumen de Darwin y el lenguaje: un estudio sobre la aplicabilidad del contenido teórico del pensamiento evolutivo darwiniano al origen y desarrollo del lenguaje

William B. Otañez Durán

  • El punto de partida a la hora de abordar el tema de esta investigación reside en la idea de que la base científica del origen filogenético del lenguaje descansa sobre la teoría de la evolución neodarwiniana, aunque este fundamento no está exento de controversias. Esta teoría afirma que a lo largo de los períodos geológicos la vida compleja derivó de formas más simples y elementales en virtud de variaciones genéticas hereditarias y, a su vez, éstas se fueron transmitiendo a la descendencia subsiguiente, dando paso de este modo a una nueva especie distinta de la anterior. Las especies derivadas, indiscutiblemente, seguían compartiendo ciertos rasgos fenotípicos con sus progenitores. Asimismo, los procesos evolutivos se encargaron de ir seleccionando los rasgos genéticos pertinentes para que tomara lugar una de las mayores manifestaciones filogenéticas, el lenguaje articulado, que en valoración de la comunidad científica, marca una línea imborrable entre el reino animal y la raza humana. Aunque la relación entre los lingüistas y la teoría de la evolución no ha sido siempre la más estrecha durante la era moderna, sería para los defensores ortodoxos del evolucionismo más que imposible dar una explicación razonada al lenguaje articulado sin considerar las bases transformistas. Discurren que manejar la génesis del lenguaje desde una perspectiva diferente restaría a cualquier estudio rigurosidad científica. La teoría evolucionista, en principio, enfocó sus esfuerzos en determinar las variaciones y el surgimiento de las diferentes especies; asimismo, debido a su marco lógico, estructural y experimental, su influencia se extendió con rapidez a otros campos del saber, tales como la psicología, la sociología y la ética (Puga, Peschard y Castro, 2007, 69), abriéndose de esta manera las puertas a una comprensión evolucionista de todo el universo, lo que contribuyó a que el estudio del origen del lenguaje humano fuera sometido a un rigor más científico. El origen filogenético del lenguaje ha sido un asunto reñido entre filósofos y lingüistas. En efecto, y a modo de ejemplo, Rousseau y Diberot, intercambiaron acaloradas discusiones en el siglo XVIII, las cuales no llegaron a ningún consenso común. Fue tal el desacuerdo que la Société de Linguistique de Paris y la Linguistic Society of America prohibieron toda comunicación referente al tema en cuestión (López y Gallardo, 2005, 55). El debate se volvió a abrir gracias a la teoría de Chomsky en 1957, cuando expuso una teoría que revolucionaría los conceptos antiguos del origen del lenguaje. Como es ya conocido, fue Darwin el que con un magnífico carácter riguroso y metódico presentó al mundo su teoría de la evolución. Con enorme éxito trazó una línea evolutiva desde la materia orgánica hasta las diferentes formas de vida que se conocen en la actualidad. El problema que enfrentó el naturalista inglés fue explicar con su teoría la existencia del hombre. Esta tarea no fue fácil ya que necesitaba un plan de ataque que expusiera que el ser humano no le debe su aparición en la Tierra a un acto sobrenatural. De este modo emprendió su travesía intentando atarlo a las especies de animales inferiores y razonó que si podía demostrar que los animales y los hombres comparten muchas características y rasgos comunes, estaría en condiciones inmejorables para justificar que la raza humana no es especial entre las muchas especies que la naturaleza mantiene bajo su custodia. Una de las oposiciones más contundentes que se ha levantado, especialmente en el sector religioso, y que todavía retumba entre las paredes de la ciencia, es la adquisición del lenguaje articulado. La corriente religiosa se ha enfrascado en defender que su Dios ha hecho posible que el humano sea capaz de hablar. Pretende establecer que no fue necesario ningún mecanismo específico que desarrollara esta facultad. Por tanto, rechaza por completo toda hipótesis darwiniana que defienda un proceso lento y progresivo, aunque en la actualidad los términos están cambiando hacia una mayor intervención más naturalista. El lenguaje representa para Darwin una capacidad mental difícil de explicar, pero no imposible, y por lo que a nosotros nos concierne ya sea como investigadores o meros interesados en el tema, hemos de mostrarnos partidarios, previo periodo de reflexión, de la idea de que el habla humana constituye una de las amenazas más desafiantes a los principios evolutivos. Darwin se propuso a toda costa fundamentar que el lenguaje en realidad no representaba ninguna contradicción a su esquema transformista porque éste era sólo una característica homínida que se podía rastrear en términos filogenéticos. Nace de esta forma su segundo libro más transcendental de la historia de la biología evolutiva, El origen del hombre, en el que presenta una de las columnas principales de toda la teoría de la evolución: explicar el origen del lenguaje por medio de los mecanismos evolutivos sin la intervención creadora de algún ser supremo. De no esclarecer con suficiencia la incógnita del origen del lenguaje, habría dejado un profundo hueco complicado de tapar. La respuesta de Darwin no tardó en afirmar que los mismos mecanismos que influyeron sobre la materia viva también son aplicables al lenguaje. La historia constata que los lingüistas se han descantado por el estudio ontogenético del lenguaje por razones pragmáticas. Por consiguiente, las bases filogenéticas del lenguaje no siempre han estado a la vanguardia debido a la dificultad empírica que entrañan. Esta preferencia en la investigación ha dado lugar a una profusa cantidad de teorías que dan razón de la capacidad lingüística de los niños, pero a la vez, ha limitado la profundidad y el alcance teóricos de las mismas, puesto que para comprender con exactitud la adquisición de la competencia del lenguaje es trascendental responder primero al origen del lenguaje en los homínidos. Es pues lógico establecer que las teorías del desarrollo del lenguaje en los niños guardan una dependencia con el origen del lenguaje homínido, y de ahí la importancia de un estudio esmerado de los conceptos darwinianos con la finalidad de determinar cómo los homínidos articularon palabras. Los numerosos y distintos estudios lingüísticos no han sido capaces todavía de ofrecer conclusiones certeras que satisfagan de manera integral las inquietudes del origen del lenguaje por medio de los principios neodarwinianos, generando de este modo, sin propósito de confundir, una gama de hipótesis en el que se mezcla lo inverosímil con la seriedad empírica. Toda especulación tendrá mayor peso siempre y cuando se cuide de las impresiones que se generan del simple juicio infundado. En honor a la verdad, nunca se sabrá con certeza la respuesta a la incógnita del origen lenguaje humano, debido a que los elementos necesarios involucrados en el habla no fosilizan, dificultando su tratamiento empírico. Esta última afirmación abre las puertas a un continuo y serio estudio que sea capaz, no tan sólo de atender a las razones del discurso de los homínidos desde épocas remotas, sino también de la propia existencia de las especies. El objetivo esencial que fluye durante toda esta investigación es demostrar que la teoría transformista tal y como la plantean Darwin y el neodarwinismo es incapaz de justificar la existencia filogenética del lenguaje articulado en el hombre por medio de los principios evolutivos tales como la selección natural, selección sexual, adaptacionismo, gradualismo, mutacionismo, etc. El autor del presente trabajo siente la urgencia y la necesidad de estudiar el origen del lenguaje desde la perspectiva neodarwiniana y vislumbrar las razones que motivan la ausencia de una explicación clara y concluyente al respecto; y es que si la comunidad científica no está dispuesta a ampliar sus miras, el destino de una teoría sólida acerca del lenguaje no dejará de ser más que una intención intelectual. Esta investigación consiste en encarar este problema que ha paralizado la creatividad de los investigadores.


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