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Resumen de Ilici en la Antigüedad tardía: ciudad y territorio del ocaso imperial al pacto de Tudmīr

Roberto Lorenzo de San Román

  • INTRODUCCIÓN Supuesta capital de la Contestania ibérica y Colonia Iulia Ilici Augusta en época romana, posible sede episcopal de la Spania bizantina —con presencia activa en los distintos concilios de Toledo tras su conquista visigoda— y, finalmente, madīna mencionada en el Pacto de Tudmīr; la antigua ciudad de Ilici, ubicada en la loma de l’Alcúdia (uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la provincia de Alicante y con una más que centenaria tradición investigadora), no puede restar al margen de las últimas interpretaciones que sacuden el panorama historiográfico de la Hispania mediterránea en la Antigüedad tardía.

    Hace unos años abordé este problema a partir de un análisis básicamente historiográfico y de materiales ya publicados de la Ilici tardía, aparecido en 2006 como primera aproximación monográfica al respecto —L'Alcúdia d'Elx a l’Antiguitat Tardana: Anàlisi historiogràfica i arqueològica de l’Ilici dels segles V-VIII—. Ahora, para profundizar en diversos problemas entonces sólo apuntados y ampliando el objeto de estudio a un territorio amplio y, en ocasiones, muy alejado de la ciudad, así como recogiendo e interpretando los datos de las últimas excavaciones arqueológicas desarrolladas por la Fundación Universitaria de Investigación Arqueológica l’Alcúdia, se busca una correcta y exhaustiva contextualización tanto del yacimiento como de su entorno —civitas y territorium— para los siglos que marcaron la continuidad, la transformación y la evolución de la antigua Ilici.

    Creo, por tanto, muy necesaria una actualización, entendida como normalización, de la ciudad de Ilici dentro del actual panorama historiográfico para poder reivindicar, desde las pruebas y los argumentos científicos, su verdadera dimensión e importancia geoestratégica, política y económica a lo largo de los cinco siglos que median desde la desestructuración del Estado romano y hasta su consunción ya como ciudad islámica.

    DESARROLLO TEÓRICO El objetivo de esta tesis doctoral es aproximarse al estudio histórico de la ciudad de Ilici a lo largo de los siglos de la Antigüedad tardía; del III al IX en un sentido amplio.

    Se parte desde un enfoque crítico que no sólo analiza los avances historiográficos que se han producido en los últimos años, sino que también incorpora los datos recogidos por las excavaciones realizadas en la última década. E incluye una contextualización sobre el yacimiento arqueológico de l’Alcúdia d’Elx, así como sobre la verdadera extensión de la Colonia Iulia Ilici Augusta, un tema abierto y de gran actualidad, ya que ultrapasaba en varias direcciones la hoy día vallada y protegida loma, tradicional objeto de las excavaciones.

    Después de sistematizada y presentada la base empírica (tanto las fuentes escritas y epigráficas como el registro arqueológico), el estudio propiamente dicho de la evolución y la continuidad de la Ilici tardía se ordena cronológicamente en tres capítulos, utilizando como hilo argumental de la historia ilicitana los principales temas que hasta ahora habían interesado a la investigación. Se habla de las supuestas invasiones bárbaras del siglo III y de lo que hoy día sabemos sobre la realidad arqueológica de la ciudad en este momento, mientras que el esplendor de las villae suburbanas nos guia a un siglo IV en que la continuidad con el mundo romano es la norma. Las transformaciones urbanas y la cristianización topográfica organizan las páginas dedicadas a los siglos IV hasta el VI, haciendo un especial hincapié en la basílica paleocristiana y en las necrópolis intramuros que alteraron el urbanismo preexistente. A finales del siglo VI se analiza el dominio bizantino y también la conquista visigoda del VII y el problema de la dualidad y la identificación de las sedes episcopales ilicitana y eiotana. Finalmente, en el siglo VIII la conquista islámica y la formación de la Cora de Tudmīr nos llevan a la desaparición progresiva de la madīna Ilš como realidad urbana a lo largo del siglo IX.

    Complementariamente, gracias al estudio del entorno geográfico y de la red viaria antigua, pero no sólo de la comarca natural del Camp d’Elx sino de las cuencas medias del Segura y el Vinalopó, así como de los problemas derivados de la duplicación de las sedes episcopales, se aportan nuevos datos sobre la evolución del territorio ilicitano. La vinculación de civitas y territorium sirve para entender correctamente la evolución y la transformación urbanística ilicitana, pero también sus flujos económicos, sus problemas sociales y su proyección política y cultural durante la Antigüedad tardía.

    CONCLUSIONES La investigación sobre l'Alcúdia durante los siglos XIX y XX casi podría decirse cosa de familia, pues la pionera labor realizada por los hermanos Ibarra y luego las actuaciones de Alejandro Ramos y sus descendientes se caracterizaron por una gran continuidad en los temas tratados. Esto ha permitido la existencia de tantas y tantas campañas anuales de excavación pero también ha supuesto que el esfuerzo y los recursos disponibles se centrasen mayoritariamente en épocas con un mayor bagaje bibliográfico —o tradición— como la ibérica o la romana, lo que ha conllevado un atraso involuntario en la aparición sólo a fines del siglo XX de la Antigüedad tardía como objetivo historiográfico en un yacimiento que había sido considerado un referente para otros temas.

    En la primera parte del trabajo se ha expuesto el contexto en que el estudio de la Antigüedad tardía se ha abierto camino en la historiografía europea y española desde principios del siglo XX, hasta su auténtica eclosión en el último cuarto del mismo con infinidad de excavaciones y estudios que, año a año, crecen exponencialmente. De esta manera se han encuadrado mejor las dificultades a las que se ha enfrentado la investigación sobre la tardoantigüedad ilicitana.

    En realidad la tradición investigadora sobre Ilici bien podríamos remontarla a mediados del siglo XVIII, si bien desde el punto de vista de una historia sólo textual y factual, a partir de los religiosos e ilustrados Enrique Flórez y Juan Antonio Mayans. Pero, tras ciertas intentonas a finales de aquel mismo siglo, no fue hasta las exploraciones de Aureliano Ibarra en la segunda mitad del XIX que la Ilici de los textos y las monedas se reencontró con l'Alcúdia, solar y acrópolis de la antigua colonia romana. Desde entonces la base arqueológica firmemente asentada por Pere Ibarra y las numerosas publicaciones de Alejandro Ramos dieron a conocer el yacimiento en España y Europa a lo largo del siglo XX, si bien especialmente sobre sus grandezas materiales ibéricas —la Dama o la cerámica llamada de Elche-Archena— o las domus imperiales y algunos mosaicos.

    Sólo a partir del último cuarto del siglo XX el interés de Enrique Llobregat por el mundo tardoantiguo iluminó este período de la historia ilicitana que había pasado bastante desapercibido en las publicaciones de su principal excavador Rafael Ramos, y los trabajos sobre cerámica de Paul Reynolds y Sonia Gutiérrez Lloret demostraron que sí había una realidad arqueológica tardía en Ilici esperando ser estudiada, todavía descontextualizada pero no necesariamente irrecuperable ni sólo identificada con los niveles superficiales de l'Alcúdia. Teniendo como base sus pioneros trabajos, y coincidiendo además con la creciente atención de que ha sido objeto la Antigüedad tardía desde finales del siglo XX, pero especialmente a partir del cambio de milenio, la posterior investigación sobre Ilici ha buscado explicar desde la realidad arqueológica aquella pervivencia que apenas conocíamos por la existencia de algunos obispos en los Concilios visigodos de Toledo y por su constatación documental en el Pacto de Tudmīr que atestiguaba una supervivencia, al menos, en los primeros años de dominación islámica.

    En la segunda parte del trabajo se han reunido tantas evidencias empíricas como me ha sido posible, agrupándolas y contextualizándolas de acuerdo a los datos disponibles. La información se ha agrupado según una triple naturaleza: información escrita, crónicas, itinerarios y epigrafía; información geográfica, sobre el paisaje natural y sobre el paisaje humanizado; e información arqueológica sobre la Ilici tardía en sentido amplio, tanto el espacio urbano como el espacio rural. Aparecen aquí algunas revisiones y traducciones ad hoc de fragmentos latinos cronísticos o conciliares, reflexiones sobre la extensión real de la colonia romana y su evolución urbana tardía, y sobre la correcta localización de algunos hallazgos que se arrastraban por la bibliografía ilocalizados o muy alejados de su verdadera posición. También sobre la red viaria y la ocupación del territorio, tanto en la ciudad como en los establecimientos rurales de su área de influencia —asentamientos y necrópolis—, desde el primitivo territorium hasta su evoución a diócesis episcopal. Finalmente se recupera y ordena la información disponible sobre el comercio a partir del conjunto de la cultura material, especialmente la cerámica.

    En la tercera parte se propone un discurso histórico basado en la información previamente expuesta para acercarnos tanto como sea posible a las características y evolución de la Ilici tardorromana, bizantina, visigoda e islámica, objetivo último del trabajo. La historia de la Ilici tardía es sin duda tan rica en matices y contradicciones como pueda serlo la de cualquier otra ciudad mediterránea del momento, pero seguramente más desconocida que la de la mayoría por la ya apuntada falta de interés tradicional por investigarla. Sin embargo, aunque las noticias textuales conservadas y conocidas sobre los siglos tardíos sean insuficientes y la mayor parte de las excavaciones no haya proporcionado demasiada información sobre este largo período —incluso ninguneándolo—, o aunque la mayor parte de los datos se haya perdido irremisiblemente, la ciudad de Ilici, esto es, la colonia fundada por Roma con su inseparable territorio, sobrevivió durante siglos. Así es que sus habitantes asistieron a las transformaciones sociales, políticas y económicas del siglo III que luego dieron lugar a la tetrarquía, también a la reorganización y división imperial a finales del IV, a la proscripción de los milenarios cultos tradicionales y la expansión del cristianismo, a la desaparición final del Estado romano y su substitución por los reinos bárbaros, al conflicto grecogótico y a la conquista visigoda, al súbito colapso de aquel reino y a las primeras transformaciones de la nueva sociedad que se islamizaba.

    Todos estos siglos no pueden quedar como un mero párrafo de obligada referencia en las obras generales sobre la historia ilicitana, o una especie de epílogo o eco de un pasado mejor y más glorioso, pues en la práctica suponen la mitad de su vida urbana. Y de ahí el presente trabajo, que reivindica la normalización de Ilici en el actual panorama historiográfico y que ahora resumirá las principales aportaciones realizadas en los últimos años sobre la Antigüedad tardía en tanto en cuanto puedan ser aplicadas a la realidad ilicitana.

    En primer lugar cabe desterrar definitivamente la idea de unas invasiones francas en el siglo III, que ni destruyeron la ciudad ni seguramente se acercaron nunca a su zona de influencia, pese a lo que suponía una tradición historiográfica surgida a mediados del siglo XX que hizo fortuna al poder explicar con facilidad cualquier apariencia de destrucción en l'Alcúdia. Sabemos ahora que el yacimiento muestra una total y tranquila continuidad material entre los siglos II y IV, sin que pueda defenderse ni la existencia de aquellas supuestas invasiones ni sus dramáticas consecuencias.

    En el siglo IV Ilici era una ciudad tardorromana exitosa, secularmente beneficiada por la existencia de la via Augusta y de un Portus Ilicitanus a pleno rendimiento que la conectaba con el resto del Imperio; y probablemente ya había fagocitado el territorio del más antiguo municipio de una Lucentum colapsada a principios del siglo III en buena manera por la existencia de la propia Ilici. Con varias necrópolis de tradición tardorrepublicana en las principales vías de acceso —Borrocat, del Torrero y del Campo de Experimentación Agrícola— y un urbanismo que, en lo esencial, parece respetar la definitiva conformación de época flavia, a lo largo de aquel siglo sus habitantes asistieron a la progresiva cristianización no sólo de muchos de sus vecinos sino de parte del tejido urbano, con algunos de ellos capaces de erigir una basílica pavimentada de rico mosaico en la segunda mitad del siglo IV en un espacio doméstico preexistente, que no sería ni la futura catedral ni el único edificio dedicado a la nueva religión pero sí el único documentado hasta el momento.

    A lo largo de este siglo IV se produjeron, por tanto, algunas importantes transformaciones urbanísticas en Ilici, siendo una de las más llamativas la ruptura del antiguo tabú clásico sobre la convivencia entre vivos y muertos dentro del sagrado recinto del pomoerium, seguramente por influencia de una pujante cristianización que vio con buenos ojos la aparición de cementerios intramuros de inhumación en antiguas zonas de hábitat amortizadas, como la Necrópolis Central que tuvo sarcófagos y tumbas de mampostería o lajas, o la de la Basílica que conocemos peor, con enterramientos en fosa simple. Todo este proceso de sepultarse ad sanctos no es ajeno a la incipiente veneración de mártires y reliquias y la construcción de martyria en distintas ciudades, aunque este punto no lo tenemos atestiguado en Ilici y sólo se ha hablado de la posibilidad de un mausoleo que organizaría el espacio en la Necrópolis Central, parece que reaprovechando un antiguo edificio termal, amén de algún enterramiento privilegiado en la del Borrocat.

    Pero el siglo IV también es el momento en que las antiguas villae periurbanas ilicitanas se enfrentaron a un doble destino, embellecimiento o reconversión industrial, probablemente fruto de la concentración de la propiedad en las manos de unos latifundistas cada vez más escasos y más poderosos, que necesitaban las rentas pero no tantas residencias. Esta aristocracia tardorromana todavía de naturaleza civil y/o administrativa copió a pequeña escala las nuevas y ritualizadas maneras de representación de los emperadores de la tetrarquía que marcarán, desde sus múltiplicadas sedes de gobierno, el patrón arquitectónico de las villae residenciales de este momento. Así, la de Algorós se dotó de un riquísimo programa decorativo, mientras que otras cercanas también de gran tradición como Hacienda Botella, Els Partiorets o la Casa de les Teules parecen ver sus espacios transformados hacia usos más industriales que residenciales con la aparición de varios dolia y elementos de prensa, aunque en realidad carecemos de información para seguir correctamente su evolución. La inscripción musiva "In his praedis vivas cum tuis omnibus multis annis", y los motivos figurados del pavimento de los siglos III-IV con el que se relaciona, han hecho pensar en un contexto cristiano para Els Partiorets, que quizá conservase algunos años más su concepción original.

    El proceso lo conocemos mejor en las modernamente excavadas y más alejadas villae de la Canyada Joana (Crevillente), El Parque de las Naciones y la Casa Ferrer I, en l’Albufereta (Alicante), que vieron surgir diversos torcularia y espacios de almacenamiento entre los siglos III-V, como le podría haber pasado a la villa de la Casa de les Teules o a la llamada domus del Palmeral (Santa Pola), que sí conoció los ricos pavimentos de la segunda mitad del siglo IV realizados por el mismo taller de mosaicistas que trabajó en Algorós o en la basílica cristiana.

    El siglo V supuso un antes y un después en Ilici. No porque acabase el mundo tardorromano que siguió siendo, con las lógicas interferencias/aportaciones del cristianismo, la referencia mental y cultural para sus habitantes. No porque las correrías de suevos, vándalos, alanos y visigodos la afectasen directamente —pues de momento parece que no y habría que demostrarlo (quizá los vándalos perturbaron su territorio hacia los años 420-422)—, sino porque el marco estatal de referencia administrativa y política sí desapareció de facto a lo largo del primer cuarto del siglo V. Tras los acontecimientos de los años 407-411 —usurpación de Constantino III, traición en Hispania de su general Geroncio, sorteo y asentamiento de suevos, vándalos y alanos— el Imperio Romano de Occidente perdió la capacidad real de intervenir directamente en los asuntos hispanos más allá del valle del Ebro y Nordeste, y muchas ciudades como Ilici debieron adaptarse a la nueva situación de práctica autonomía, debiendo recurrir a soluciones locales pero sin que se resintieran las relaciones comerciales ni las importaciones, especialmente fuertes con el norte de África como ya lo habían sido en los siglos anteriores. Los movimientos de los pueblos bárbaros parecen circunscribirse a Galaecia, Lusitania y Bética y Cartaginense interiores, quedando la parte más urbanizada y con mayor potencial agrícola de la Tarraconense para los emperadores de Rávena, mientras que buena parte de la Tarraconense cantábrica, así como de la Bética y Cartaginense litorales, de alguna manera quedaron un poco en manos de sus propios habitantes.

    A lo largo de este siglo V se ha datado el abandono de la mayor parte de asentamientos rurales ilicitanos y lucentinos, y el principal de todos ellos, el Portus Ilicitanus, vería también ahora colapsadas sus infraestructuras portuarias —la cetaria de La Picola que había sido ampliada a mediados del siglo V, en una clara muestra de la vitalidad económica del enclave en la segunda mitad del siglo V, fue amortizada a principios del VI por basureros—, y sería suplantado en sus funciones entre los siglos V-VII por los cercanos fondeaderos de la Isla de Tabarca y el del Baver vinculado a Els Antigons, bajo el actual barrio de Benalua (Alicante). Sin embargo, tanto la propia existencia de este último, como la recuperación del antiguo enclave iberorromano de El Monastil (Elda) en este momento, quizá nos hablan de una transformación del poblamiento en el antiguo territorium de Ilici más que de un retraimiento.

    Mientras existió una estructura supralocal/estatal fuerte las ciudades y sus oligarquías gobernantes mantuvieron la capacidad coercitiva de promover y apropiarse del excedente de su territorio y canalizar una parte del mismo hacia el mantenimiento y el ornato urbano, que serviría, indirectamente, para justificar su posición y la existencia misma del sistema. Pero cuando flaquea o desaparece este poder supralocal que había organizado una verdadera pirámide fiscal con vértice en la Roma eterna, las élites ya no necesitarán encauzar parte de los excedentes hacia el interés común público de la ciudad ni serán tampoco fácilmente sometidas a control externo, apropiándose progresivamente de la parte que antes manejaban sólo como gestoras. Su legitimidad les vendrá cada vez más de la propia capacidad para mandar, pero no tanto de su integración en un sistema mayor, y esto en un contexto general en que se produce una militarización de la aristocracia, que en el siglo V se representa vistiendo ropa militar tardorromana y olvida el antiguo espíritu administrativo civil que había mantenido durante siglos; cambiando a Virgilio por la Biblia, y la toga por la espada, con una progresiva vinculación a la caballería en los siglos siguientes.

    Y en este proceso es muy importante la cristianización de las élites tardorromanas urbanas latifundistas —ambas cosas al tiempo y para nada de manera excluyente, porque viviesen en la urbs o en sus villae lo hacen en la ciudad— por el interés de acogerse, en tanto que obispos, a las exenciones fiscales de que gozaron los eclesiásticos desde momentos muy tempranos. Bien podría decirse, a partir de los estudios que se han realizado sobre las pocas fuentes textuales conservadas, que, cuando encontramos al obispo como defensor civitatis y máxima autoridad de la ciudad, en realidad nos hallamos ante una simbiosis entre la aristocracia laica y la religiosa, o directamente que no hubo diferencia alguna entre ambas pues son miembros de las mismas familias quienes ocupan indistintamente los cargos de episcopus, comes, etc., siendo la práctica totalidad de los obispos conocidos nobles de nacimiento como Gregorio de Tours o Sidonio Apolinar, tal y como ya se sabía para los posteriores siglos medievales. Quizá sea, por tanto, redundante referirnos distintamente a la aristocracia laica/militar y religiosa, y se trate de un único estamento, si bien no conocemos a los protagonistas ilicitanos de este complejo proceso que tiene ejemplos más septentrionales o de fuera de la Península Ibérica.

    Por otra parte, la transformación urbana que caracterizará la ciudad tardía comienza a observarse con claridad a lo largo del siglo IV, o incluso antes según zonas, y la consecuente decadencia de los elementos que hasta entonces se habían considerado definitorios de una ciudad romana —foros, templos, alcantarillado, termas y edificios de espectáculos...— es claramente reconocible en el siglo V. Sin embargo, como no se trata de un simple colapso y abandono de infraestructuras sino de todo un cambio en las prioridades urbanísticas que, en parte, explica la diferente y nueva monumentalización derivada de la cristianización topográfica, la historiografía prefiere hablar de transformación que de decadencia o regresión.

    Podríamos decir que la Antigüedad tardía, al menos en su expresión arquitectónica y material, acabaría revirtiendo el proceso de monumentalización urbana de la conocida autocita de Augusto sobre la Roma recibida y la legada —adeo, ut iure sit gloriatus marmoream se relinquere, quam latericiam accepisset—, y que el barro/ladrillo y la madera substituyeron progresivamente al mármol, reaprovechado a su vez en nuevas construcciones. Esto, de alguna forma, no deja de ser una vuelta al aprovechamiento lógico de recursos cercanos en detrimento de un comercio de lujo de material edilicio de prestigio surgido del deseo político imperial más que de la necesidad, y desaparecido, salvo excepciones, al flaquear aquel poder político o variar éste sus preocupaciones.

    Como hechos reseñables del siglo V, es probable que en el 460 el emperador Mayoriano esperase atacar el reino vándalo, que desde el 439 había cortado el flujo tradicional de grano africano a Italia, reuniendo naves en la costa ilicitana, y quizás el hecho de que los vándalos fuesen avisados "por traidores" (a los intereses de Rávena) nos pone sobre la pista de fuertes contactos e intereses comerciales entre el sudeste peninsular y el norte de África, en un momento en que la capacidad imperial de influir en la Cartaginense litoral habría prácticamente desaparecido desde la usurpación de Constantino III y la posterior entrada de suevos, vándalos y alanos en el 409.

    Parece razonable, por tanto, suponer que durante los años que median entre el asentamiento pactado y sorteado de aquellos grupos en el 411 —que en la práctica supuso la pérdida del control imperial de la península más allá de la Tarraconense oriental— y la llegada de los milites imperiales en el 555 Ilici tendió a autogestionarse al margen de las decisiones, cada vez más lejanas, de los emperadores de lo que quedaba de la Pars Occidentis. A comienzos de esta larga etapa la ciudad vio definitivamente inutilizado el alcantarillado urbano —sin mantenimiento desde el siglo III— y la transformación de dos grandes complejos termales —las Termas orientales compartimentadas en áreas domésticas y las Termas occidentales abandonadas— pero mantuvo disposiciones claras en cuanto a la gestión pública de los residuos, que siguieron eliminándose extramuros hasta principios del siglo VI.

    En este momento es cuando podría constatarse el primer obispo de Ilici, un tal Juan que en 517 recibió cartas del Papa Hormisda en el contexto de los vicariatos y la voluntad romana por imponer una autoridad sobre el conjunto de la(s) iglesia(s) hispana(s), aunque también podría tratarse de un obispo homónimo constatado para Tarraco en aquellos años. Aunque no hubiese un Juan de Ilici, bien a principios bien en momentos posteriores del siglo VI es más que probable que Ilici dispusiese de un obispado, si no es que lo tenía ya, por la lógica de la pervivencia urbana y de su importancia posterior.

    Paralelamente, cada vez parece más claro que la conquista visigoda de la antigua Hispania romana es un proceso largo y muy complejo, iniciado con fuerza sólo desde el 531 en que fueron expulsados de parte de sus dominios ultrapirenaicos por los francos, y en el que el episodio bizantino no fue un paréntesis sino un capítulo más de una trama compleja que incluía la existencia de otro reino germánico, como el suevo entre el 411 y el 585, y también la de diversas zonas que escaparon durante muchos años al control real —y quizá también nominal— de los reyes godos. Amplios territorios de la Bética y de la Cartaginense, con algunas importantes ciudades como Corduba, y también la zona del Sudeste que ahora nos ocupa, así como la llamada Oróspeda y la más conocida cornisa cantábrica de astures, cántabros y vascones, no fueron completamente anexadas al regnum gothorum al menos hasta el reinado de Leovigildo.

    Los visigodos priorizaron desde el primer momento un eje territorial y expansivo que iba de Barcinona a Caesaraugusta, por el valle del Ebro, y de allí a Toletum y Emerita, sobre ambas submesetas, para llegar a Hispalis y controlar el valle del Guadalquivir y el Estrecho, y este eje es el que empezaron a dominar desde el 507 y, con decisión, desde el 531. No debían por tanto controlar Ilici, ni otras ciudades de su entorno, todavía en el 555 cuando el pacto del candidato Atanagildo con la corte imperial propició el desembarco bizantino y un posible reparto de áreas de influencia entre Constantinopla y aquella Toledo que el propio Atanagildo, y luego Leovigildo, convirtieron en la capital estable del regnum gothorum. En cualquier caso, la naturaleza y organización del reino visigodo supone más una continuidad político-cultural con el mundo tardorromano que una ruptura, si bien de acuerdo a una lógica que evoluciona diacrónica y regionalmente, y con una extraordinaria preeminencia religiosa especialmente a partir del 589 y la justificación pseudo-teocrática de una monarquía católica que basó parte de su legislación en los Concilios toledanos.

    En el contexto ya mencionado del abandono de infraestructuras públicas que ya no servirían para conformar la nueva imagen de la ciudad cristiana, como las termas y edificios de espectáculos, también se observa una laxitud sobre las infraestructuras públicas en general, normalmente asociada al descenso de recursos disponibles desde que los curiales abandonasen sus obligaciones y los patricios su evergetismo en el siglo III. Pero parece que las ciudades que estuvieron bajo la órbita bizantina en la segunda mitad del siglo VI y primeros años del VII vieron ralentizar este proceso anterior de imparable decadencia urbana que acabaría por eliminarlas o transformarlas por completo en los siglos siguientes. Este paréntesis coincidiría, por otra parte, con el momento en que las nuevas autoridades urbanas episcopales canalicen durante el siglo VI parte de los recursos fiscales, que ahora controlan casi en exclusiva, hacia las nuevas instalaciones públicas —iglesias y complejos episcopales—, y aquí la evolución a nuevos paradigmas de ciudad en la Antigüedad tardía.

    En Ilici, en los momentos previos o ya bajo el dominio bizantino, una antigua mansión romana, la llamada domus 5-F, se vio compartimentada y convertida en lo que parecen varios ambientes domésticos que compartirían un patio abierto en torno al antiguo peristilo, mientras que las Termas Orientales, compartimentadas y evolucionadas a espacio privado/doméstico ya en el siglo V, se mantendrían como zona de probable habitación hasta los siglos VI-VII. Si estos dos ejemplos aprovecharon la estructura arquitectónica anterior, la excavación en la zona de las Casas ibéricas ha mostrado estratos del siglo VI, con suelos de tierra batida y nuevas estructuras que conviven con los antiguos muros pero con una organización diferente del espacio. Por otra parte, todo parece indicar que la Necrópolis Central, intramuros, y la del Torrero, extramuros, se utilizaron al menos hasta el siglo VI, cuando parece iniciarse la Necrópolis ad sanctos de la Basílica, mientras que un altar oriental sigmático polilobulado pudo embellecer alguna iglesia ilicitana en el siglo VI.

    Sobre la organización política de la Ilici bizantina intuimos la existencia de un obispo, como ya se ha dicho, y quizá la de un primicerius u oficial al cargo de la ciudad, y es posible que unas murallas "de cal y canto" que circuían l'Alcúdia —descritas en el siglo XVII— correspondan a estos años convulsos, aunque podrían ser fruto de los típicos amurallamientos de los siglos IV o V.

    Por distintos paralelos en otros lugares excavados con metodología moderna, quizá a esta época, siglo VI extenso, corresponden los enterramientos y transformación de antiguos espacios residenciales en otros productivos de la villa de Algorós. Tanto en l'Alcúdia como en el Portus Ilicitanus o Els Antigons se atestigua la presencia de mucha moneda vándala y bizantina de los siglos V-VI, funcionando este último enclave como puerto y centro industrial vinculado al vidrio. Contemporáneamente El Monastil crea una iglesia, y sus ponderales sugieren de la presencia de la administración bizantina, sin duda como puesto avanzado sobre la antigua via Augusta en el territorio ilicitano y para controlar el valle de Elda.

    Durante la época bizantina muchos antiguos asentamientos en llano parecen abandonados, pero conocemos la existencia de varios de ellos en altura que parecen tener fases de ocupación de este momento. Así, por ejemplo, siguiendo la cuenca del Vinalopó de Norte a Sur las personas que se dirigiesen hacia Ilici pasarían por El Monastil, por el asentamiento aún ilocalizado que explicaría la necrópolis de Vistalegre, y por El Castellar. Sobre la vía que avanzaba hacia Eliocroca al Oeste, Aurariola parece también mantener un poblamiento en altura en esta época, mientras que el antiguo camino litoral que pasaba por Lucentum ahora aparece guardado por Els Antigons y, quizá, por algún sencillo punto de control visual en el Benacantil parecido al apuntado para el Castellar. En un contexto de cierta militarización y conflicto, ahora activo ahora dormido, pero siempre latente, entre Carthago Spartaria y Toletum, era lógico suponer la existencia de estos y muchos otros puntos de control visual sobre las principales vías de comunicación en el entorno ilicitano, pero desde hace algunos años ya tenemos la confirmación arqueológica.

    A finales del sigo VI el avance visigodo contra la Spania bizantina necesitó de la creación de dos sedes episcopales para administrar los territorios arrebatados a Carthago Spartaria e Ilici, Begastri (Cehegín) y Eio (El Tolmo de Minateda) respectivamente, documentadas en el 610. Tras la destrucción de Carthago Spartaria hacia el 625 y la conquista de los últimos dominios bizantinos, surgió un pleito entre las sedes ilicitana y eiotana por el dominio del territorio limítrofe entre ambas diócesis, originalmente desgajado de la primera. En el IV Concilio de Toledo en el 633 se recoge el primer testimonio seguro sobre un obispo ilicitano, Serpentino, quien asistió a dos más —y en el contexto del pleito podrían interpretarse algunos cánones de este IV Concilio sobre jurisdicciones, parroquias y diócesis—, hasta que en el VII Concilio toledano en 646 su sucesor Winíbal firmó ya como episcopus ecclesiae ilicitanae qui et eiotanae, y así lo mantendrán sus sucesores. Por tanto la disputa no se zanjó con la eliminación de la sede de reciente creación pero sí con su vinculación a la preexistente, y el obispado de Ilici no sólo no se vio suplantado —como Carthago Spartaria por Begastri—, sino que incluso pudo salir ganando al quedarle vinculada la nueva sede y aumentar el territorio de su diócesis.

    Incorporada, pues, Ilici al regnum gothorum durante menos de un siglo, mientras que las importaciones cerámicas le llegaron hasta el siglo VII ininterrumpidamente mucha es la cerámica visigoda local documentada de esta época, siglos VII-VIII —incluso con alguna marmita a mano que se ha considerado característica de l'Alcúdia comercializada por el entorno regional—, pero mayoritariamente procedente de antiguas excavaciones y sin contexto estratigráfico, como también es el caso de un triente de Égica y Witiza. Se ha apuntado alguna reforma urbanística, como el nivelado de una gran superficie en el centro de l'Alcúdia que coincide con la anulación parcial, en el mismo sector, de una calle ocupada ahora por un horno cerámico, y quizá la pervivencia de la Necrópolis Central a partir de un sarcófago con cubierta a dos aguas y posible ajuar vítreo, así como niveles de colmatación en las Termas occidentales o de uso en las Casas ibéricas. Pero la reforma más conocida para este momento es una de tipo más bien litúrgico en la basílica cristiana: la perforación del mosaico y el encastado de las bases de sendos espigones para sustentar un cancel biselado del siglo VII, algunos de cuyos fragmentos bien podrían corresponder a celosías.

    Se ha apuntado también la posibilidad de que el asentamiento en altura de El Monastil se transforme en este momento en un monasterium del que herederaría el topónimo, mientras que la datación en el siglo VII de la necrópolis de Vistalegre incide en el control de la vía también bajo el dominio visigodo, y conocemos la existencia de una aldea en Fontcalent, así como la pervivencia residual del asentamiento rural de la Canyada Joana. Pero tanto Els Antigons como Tabarca ya no parecen operativos, y, destruida Carthago Spartaria en 625, a lo largo de este siglo apenas llegarán las importaciones, aunque en la costa ilicitana hay quien ubica el episodio de un combate entre el Teodomiro del futuro pacto homónimo y tropas bizantinas que habrían desembarcado en Hispania, probablemente desertores que huían del fracaso en la recuperación de una Carthago conquistada por los árabes en 698.

    En cualquier caso, la algarada de Tāriq en 711 y la campaña del visir de Ifrīqiya Mūsā en 712 provocaron el colapso del regnum gothorum y la subsiguiente conquista y ocupación militar de Hispania. Un noble llamado Teodomiro capituló en 713 un enorme territorio ante el hijo de Mūsā, recibiendo a cambio del pago de un impuesto anual la capacidad de gestionar su cobro y la regencia del territorio resultante, la que será llamada Côra de Tudmīr. Recuperando la idea de la fusión de Eio con Ilici, ésta pudo ser un resultado singular que tendrá un reflejo también singular en la posterior conformación de la Côra de Tudmīr, si la entendemos como las cuencas del Segura y del Vinalopó; pues el distrito delimitado por las ciudades garantes de la capitulación —Urīula (Aurariola), Lūrqa (Eliocroca), Mūla (Cerro de la Almagra, Mula), Buq.sr.h (Begastri), Ilš (Ilici), Laqant (Lucentum) e Iyyuh (Eio)— prácticamente coincidiría con aquellos territorios afectados por la gran reorganización derivada de la creación de Begastri y Eio, cuya consecuencia fue la práctica desaparición de dos de ellas, Eio y Carthago Spartaria, y la sobredimensión de las supervivientes Ilici y Begastri.

    Casualidad o no, el statu quo del pacto se mantuvo, al menos, hasta la llegada en 744 de parte de un ŷund procedente de Egipto que se estableció en Tudmīr, fuerza militar al servicio de los valíes de al-Ándalus que tenía derecho a vivir de un tercio de los impuestos de los dimmíes, o cristianos protegidos, con lo que muy probablemente asumieron la responsabilidad de su cobro o colaboraron con los anteriores responsables, Teodomiro y su sucesor Atanagildo, para conseguir una fiscalidad eficiente. La confluencia de intereses fiscales y latifundistas entre la nueva y la vieja aristocracia se plasmó en alianzas familiares, y por el testimonio de al-'Udrī conocemos al menos una hija de Teodomiro entroncando con uno de los linajes yundíes más importantes de la zona en los siglos posteriores, los Banū Jattāb, cuya dote fueron dos alquerías, una de las cuales, Tall al-Jattāb, se ha propuesto ubicarla en los Cabezos de los Ojales, en la Vega Baja.

    Tras esta alianza y reconfiguración de las características organizativas de Tudmīr, Ilici pudo sobrevivir hasta momentos avanzados del siglo VIII o quizá principios del IX, aunque la base económica de las nuevas y antiguas élites ya tenía una naturaleza esencialmente rural, y es posible que fuese abandonada tras la rebelión que hubo en la zona contra ‘Abd al-Rahmān I en 778, cuyas represalias llegaron hasta Valencia. Sin embargo, aunque es seguro que existió, de la fase islámica de Ilici/Ilš no conocemos gran cosa, apenas algunos materiales superficiales o descontextualizados, y referencias sobre un muro superpuesto al mosaico de la basílica. Sabemos de frecuentaciones e incluso de un enterramiento en l'Alcúdia, y la cercana Necrópolis del Campo de Experimentación Agrícola datada entre los siglos VIII y XI agrupa un centenar de inhumaciones en decúbito lateral, de acuerdo al rito islámico, a unos 890 m de l’Alcúdia, aunque por la cronología también podría corresponder a la Elche actual.

    A lo largo del siglo IX l'Alcúdia se convirtió en un erial, y luego en cantera, y el recuerdo de la vieja colonia romana empezó a desvanecerse aunque el topónimo Ilici perduró en la zona y pasó a denominar un nuevo asentamiento apenas dos quilómetros al norte. Pero es una nueva ciudad, vinculada a la construcción de la larga infraestructura hidráulica de la Séquia Major destinada a la creación de un agroecosistema tipo oasis junto a la Rambla del Vinalopó, y surgida en los siglos X-XI de acuerdo a planteamientos muy distintos de los que existían mil años antes, por lo que supone definitivamente la ruptura con el mundo anterior. Por eso la tardía mención a un Teodeguto pontifex ilicitanus en Córdoba en el 862 debe desvincularse de la supervivencia urbana ilicitana, y entenderlo como el cargo más honorífico que real de un mozárabe en la corte Omeya.

    Hasta aquí cinco siglos de vida de Ilici, romano-bizantina, visigoda e islámica.

    A lo largo del trabajo se ha expuesto que han sido muy pocas las excavaciones que han obtenido información sobre este período, y, por otra parte, apenas se conservan noticias textuales. Desde el punto de vista de las actas conciliares y otras noticias conservadas por los futuros reinos que se imaginaron herederos del visigodo, sin duda la época de dominio bizantino nos priva de documentos conservados de los siglos VI-VII que podrían hablar de Ilici. Pero creo probable que no sólo la posterior destrucción visigoda de Carthago Spartaria, que había ejercido de capital de la Spania bizantina y debía ser la depositaria de un importante volumen documental perdido, sino también —y especialmente— la propia desaparición y no continuidad urbana de Ilici tienen mucho que ver con la ausencia de testimonios documentales de esta época. La desaparición física del, sin duda, inmenso legado documental que Ilici debía acumular tras un milenio como ciudad romana, especialmente si recordamos que el colapso urbano definitivo sólo se produciría tras un período en que probablemente el latín ya había sido substituido por el árabe como nueva lingua franca de la administración, debe ser la causa principal de que no conozcamos ni un triste documento generado por/desde Ilici durante los siglos tardíos; a diferencia de otras ciudades supervivientes al siglo IX cuyos archivos continuaron utilizando el latín, entendiendo y conservando antiguos manuscritos mediante nuevas copias.

    Más de tres siglos separan la muerte de Teodosio y la división del Imperio Romano en 395 de la capitulación de Teodomiro en 713. Pese a la similitud fonética el primero tenía un nombre de raíz griega y el segundo germánica, pero es seguro que ambos hablaban en latín, la correa de transmisión que conectó la herencia grecorromana con las sobrevenidas tradiciones bárbaras, haciendo que los nuevos reinos sucesores del Estado romano mantuviesen durante siglos la administración bajoimperial como referente organizativo, previamente bañada en cristianismo. Los 150 años que separan a su vez a Teodomiro del pontifex Teodeguto del 862 demuestran que el legado clásico encontró la manera de sobrevivir, y nuevamente transformarse, para conformar una buena parte de la llamada cultura medieval, islámica y/o cristiana.


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