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Gobierno y posconflicto en Afganistán: la tensión entre democracia e identidad

  • Autores: Manuel López-Lago López-Zuazo
  • Directores de la Tesis: Pedro Tomás Nevado-Batalla Moreno (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad de Salamanca ( España ) en 2021
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Fátima García Díez (presid.), Alberto Oehling de los Reyes (secret.), Julia Pulido Gragera (voc.)
  • Programa de doctorado: Programa de Doctorado en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Universidad de Salamanca
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: TESEO
  • Resumen
    • El 11 de septiembre de 2001, uno de los terroristas más buscados de entonces, Osama Bin Laden, sorprendía a los servicios de inteligencia americanos y de todo el mundo con la ejecución casi perfecta de un ataque planeado durante meses: las Torres gemelas de Nueva York, el centro económico del mundo, se derrumbaban una tras otras. El mundo contenía la respiración y la geopolítica mundial cambiaría para siempre. En solo tres semanas, el régimen talibán era derrocado; la posterior fase de estabilización de Afganistán pretendía ser “un desfile militar”. Una vez la seguridad fuese implementada, la democracia vendría después. Un claro error. La seguridad nunca llegó, y Afganistán es una de las zonas más peligrosas del mundo.

      La aparición de nuevas formas de “hacer la guerra” ha experimentado una notable evolución. Si bien la guerra es una continuación de la política, y este postulado, como argumenta Clausewitz es invariable, la “manera” de hacer la guerra ha variado continuamente, especialmente en los últimos años. Afganistán, ciertamente, ha sido un escenario en el que las nuevas formas de hacer la guerra han sido una clave en el fracaso del proceso de estabilización. La pregunta que se hacen historiadores y expertos, después de tanto esfuerzo, es cuál fue la causa de ese fracaso. La seguridad era un elemento importante en la estabilización, pero tanto o más era las distintas identidades tanto étnicas como políticas de Afganistán. Las influencias de las civilizaciones, no sólo en el presente sino a lo largo de la historia, son claves para entender las identidades de las distintas zonas del mundo; Afganistán también lo es. El contacto del ciudadano afgano con los distintos “imperios” invasores ha moldeado la identidad política y la concepción de qué es un estado de la mayoría de sus ciudadanos y, paradójicamente, ha supuesto que exista una falta evidente de identidad nacional común.

      La diversidad de Afganistán en cuanto a etnias supone que sea un país muy heterogéneo en ese sentido. La etnia, la lengua, la religión y la cultura son elementos definidores del nebuloso concepto de qué es una nación; si existe mucha diversidad, como es el caso afgano, también existe una cuantiosa pluralidad en la identidad política; en este sentido, los ciudadanos no tienen una conciencia única de qué es una nación. Así, es más complejo implementar una estrategia posconflicto en aquellos lugares como Afganistán en el que existen enfrentamientos históricos entre las distintas identidades políticas.

      La política de identidad empezó a tomar relevancia durante la segunda mitad del siglo XIX y es esencial en la argumentación de esta tesis. La política de identidad se basa en búsqueda de reconocimiento de un determinado grupo como una colectividad significativa que influye en la política de una comunidad e incluso de un Estado. En Afganistán, las distintas identidades políticas afganas han entrado en conflicto con los valores occidentales. Unos valores que se basan en el imperio de la ley, los derechos humanos, el rendimiento de cuentas de los políticos y la participación política de sus ciudadanos. Esta forma de entender el funcionamiento de un Estado y la relación con sus ciudadanos se intentó exportar a Afganistán después de los Acuerdos de Bonn, y la posterior aprobación de la Constitución en el año 2004. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos afganos compartían como identidad política el derecho de la costumbre, representado por la ley Sharía o el código pastunwali y, en ocasiones, por una interpretación radical del Corán. Las Jirgas y las Shuras, parlamentos que han formado parte de la historia milenaria de Afganistán, eran la referencia del ciudadano y no el parlamento o la Constitución. Así, ambas interpretaciones casi antagónicas de entender la vida política no tardarían entrar en conflicto. La tensión entre la identidad y democracia serían dos conceptos irreconciliables en Afganistán. Afganistán, después de veinte años de guerra, vuelve a estar en el foco de la actualidad mundial. El posible acuerdo de paz con los talibanes supondría un claro triunfo de estos últimos; la comunidad internacional sellaría la consecución de los objetivos políticos de los talibanes por medio de años de guerra asimétrica en el que miles de afganos, civiles y militares, han sido víctimas de ataques terroristas, violaciones de los derechos humanos fundamentales, etc. Ciertamente, si los talibanes vuelven o no al poder lo sabremos muy pronto, lamentablemente


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