Al finalizar la IIGM España había quedado en una situación de casi total aislamiento por ello situada al margen del nuevo orden mundial que se estaba construyendo. Pero pronto comenzarían a hacerse evidentes las profundas diferencias ideológicas, políticas, sociales y económicas que separaban a los antiguos aliados en dos bloques antagónicos: democrático y liberal uno; totalitario el otro.
El Pentágono se vio así obligado a preparar apresuradamente planes de contingencia para hacer frente a la amenaza soviética, cuya superioridad en fuerzas terrestres solo podría ser contrarrestada por la proyección del potencial nuclear occidental desde un amplio sistema estratégico de Bases Aéreas y Navales. En ese aspecto, el territorio español ofrecía unas condiciones óptimas por su situación en el centro de la Alianza Atlántica, con alcance aéreo a los objetivos rusos y como retaguardia ante una invasión soviética de Europa, al tiempo que el anticomunismo del Régimen hacía de España un baluarte seguro frente a la amenaza soviética.
Aunque el deseo de los Estados Unidos, reiteradamente manifestado, había sido incorporar España a la Alianza -en vez de ir a un Pacto Bilateral- la permanente política de los Gobiernos inglés y francés, lo hizo imposible.
Las negociaciones hasta la firma del "Pacto de Madrid" no fueron fáciles, pero gracias a la eficiente actuación de la diplomacia española, apoyada por el "lobby" de Washington, se superaron las dificultades: España quería mantener su soberanía sobre Bases e Instalaciones, con el mando y la bandera en ellas. Además, deseaba una pronta entrega de material militar, equipo y armamento, a la par que una ayuda económica suficiente para salvar una situación de penuria por su parte, los Estados Unidos querían disponer de las Bases antes de otorgar ayuda y además y sobre todo, que nada pudiera coartar su libertad de actuación militar en caso necesario.
Las negociac
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