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Resumen de La violencia en las relaciones de pareja entre adolescentes de la Bahía de Cádiz. Validación de un modelo explicativo desde la perspectiva ecológica

Jeronimo Acosta Quintero

  • El establecimiento de una relación de pareja es un objetivo de alto valor entre los adolescentes. Pese a constituir el banco de pruebas en el que se van conformando y adaptando progresivamente las conductas, actitudes y modelos de interacción que marcarán las relaciones adultas, durante mucho tiempo, las parejas adolescentes han recibido poca atención y han sido consideradas como relaciones superficiales, pasajeras y de poca importancia, construidas sobre la base a una serie de mitos románticos que no resistirían el choque con la realidad que traerían ya los primeros años adultos.

    En consecuencia, pese al notable interés suscitado en las últimas décadas por el estudio de la violencia de género, tampoco la violencia en las relaciones de noviazgo o en parejas adolescentes ha recibido la misma atención que la violencia en parejas adultas. De hecho, las primeras investigaciones, desde la pionera de Makepeace en 1981, se centraban fundamentalmente en la determinación en las parejas jóvenes de las características que derivarían en la aparición o mantenimiento de la violencia en los estadios adultos. En esta línea, la revisión bibliográfica realizada ha permitido constatar que son muy escasos los estudios sobre esta violencia en el entorno geográfico andaluz y, desde luego, inexistentes en el ámbito de la Bahía de Cádiz y resto de la provincia.

    Por otra parte, la práctica totalidad de los estudios se centran en una concreta de las formas en que la violencia puede expresarse en las parejas adolescentes: la violencia de género. Este sesgo sin duda viene motivado por la tendencia a estudiar las parejas adolescentes con el mismo prisma y desde los mismos supuestos que se emplean con las parejas adultas.

    Esta situación está cambiando en los últimos años y la violencia en las relaciones entre adolescentes (la dating violence en terminología anglosajona) se va configurando como un campo de estudio delimitado que está generando un corpus teórico propio. El interés no solo deriva de su contribución a la comprensión de la violencia en parejas de adultos. La propia comprensión de la violencia en parejas adolescentes reclama mayores esfuerzos de investigación, porque cada vez es más claro que esta violencia tiene características diferenciales, que impiden que se la asimile con la adulta ni que se la considere como una mera (o necesaria) antesala de esta.

    Es cierto que la violencia entre adultos es fundamentalmente violencia de género, ejercida por el hombre contra la mujer, con la finalidad de asentar una posición de posesión y dominio.

    Sin embargo, esta investigación parte de una concepción de la violencia en las parejas adolescentes diferenciada de la que se da entre adultos.

    Básicamente, será definida como multidimensional y bidireccional. Sobre estos dos ejes vertebradores, se defiende que no toda la violencia que se infligen los miembros de una pareja de adolescentes puede ser entendida como motivada por razones de género, ni basada culturalmente en ideología machista. Una parte de esas manifestaciones violentas deben enmarcarse en modelos relacionales que contemplan, de un modo quizás excesivamente normalizado, la presencia de las conductas violentas. En muchas ocasiones, se estará ante violencia en la pareja, más que ante violencia de pareja.

    La enorme gravedad de la violencia de género y las consecuencias dramáticas de las que, con demasiada frecuencia, se acompaña, obligan a maximizar la eficacia de los recursos que la sociedad pone en pie para combatirla. Son muchos los esfuerzos invertidos en la línea de prevenir las agresiones; sin embargo, la terquedad de los hechos exige una evaluación continuada de la eficacia de los recursos. En el caso de los jóvenes, esta evaluación ha de empezar intentando explicar, en primer lugar, el bajo nivel de uso de dichos recursos por parte de los adolescentes. En este trabajo, se defiende que la consideración de toda violencia como violencia de género hará que los jóvenes no se identifiquen con esos perfiles ni se reconozcan como destinatarios de las medidas preventivas. La eficacia de dichas medidas quedará seriamente comprometida.

    Se realizó una investigación correlacional, ex post facto, mediada por cuestionario sobre una muestra de 647 alumnos de ambos sexos, estudiantes de educación secundaria (ESO y Bachillerato) de tres institutos de la Bahía de Cádiz.

    Desde el modelo ecológico adoptado, basado en los planteamientos de Bronfenbrenner (1979), se evaluaron variables de los diferentes niveles de interacción (personal, relacional, comunitario y sociocultural) a través de un cuestionario de 150 ítems, conformado por los siguientes instrumentos: • Cuestionario de Exposición a la Violencia (CEV) de Orúe y Calvete (2010). Modificado.

    • Cuestionario de Agresión Reactiva/Proactiva (RPQ) de Raine et al. (2006).

    • Cuestionario de Detección del Sexismo en Adolescentes (DSA) de Cuadrado, Recio y Ramos (2006).

    • Cuestionario de Aceptación de la Violencia hacia la Mujer (AVHM) de Rey Anacona (2008).

    • Cuestionario de Ideas Disfuncionales sobre el amor y la pareja (IDAP). Construido para la investigación.

    • Cuestionario de Relaciones Familiares durante la Infancia (RFI). Construido para la investigación.

    • Cuestionario de Violencia Sufrida/Ejercida en la Pareja (VSP/VEP). De García-Sedeño y García-Tejera (2013). Modificado.

    OBJETIVOS DE LA INVESTIGACIÓN.

    1. Describir el comportamiento de los adolescentes del entorno geográfico de la Bahía de Cádiz en relación con la Violencia de Pareja y conocer las tasas de prevalencia de este tipo de Violencia en sus relaciones.

    2. Conocer y comparar las tasas de Violencia de Pareja sufrida y ejercida por chicos y por chicas.

    3. Conocer las prevalencias diferenciales de los dos tipos de violencia interpersonal definidas como estructurales: • Violencia Estructural Exclusiva (definida como Violencia de Pareja).

    • Violencia Estructural Generalizada (otros tipos de violencia interpersonal).

    4. Determinar la influencia de diferentes factores personales, relacionales, comunitarios y socioculturales en la génesis de la Violencia en la Pareja en adolescentes.

    5. Validar un modelo explicativo de la Violencia en la Pareja en las relaciones entre adolescentes. El modelo propuesto será, como queda dicho, multidimensional y bidireccional.

    HIPÓTESIS PLANTEADAS 1. La reciprocidad en la Violencia de Pareja (ejercer y sufrir violencia en sus relaciones) será la forma más habitual de expresión de este tipo de violencia entre adolescentes y mostrará tasas de prevalencia superiores a la Violencia de Pareja unidireccional.

    2. La Violencia Sufrida y Ejercida en la Pareja tiene una naturaleza multidimensional y no obedece únicamente a motivaciones de poder en razón del género. La violencia recíproca en la relación de pareja entre adolescentes tiene un carácter reactivo, de respuesta situacional, más que una finalidad de control violento mutuo.

    3. La Violencia de Pareja Sufrida en adolescentes puede ser explicada por una combinación de factores referidos a los diferentes niveles ecológicos de interacción (personal, relacional, comunitario y sociocultural).

    4. La Violencia de Pareja Ejercida en adolescentes puede ser explicada por una combinación de factores referidos a los diferentes niveles ecológicos de interacción (personal, relacional, comunitario y sociocultural).

    5. El modelo explicativo de la Violencia Sufrida en Pareja y de Violencia Ejercida en Pareja será diferente en chicos y en chicas.

    5.1. En el modelo explicativo de la Violencia Ejercida en Pareja por las mujeres tendrá una mayor relevancia el Recurso a la Violencia como método de solución de problemas y respuesta a amenazas.

    5.2. En el modelo explicativo de la Violencia Ejercida en Pareja por los hombres tendrán más relevancia los factores ideológicos relacionados con la cultura machista.

    5.3. Los mitos (ideas desadaptadas) en torno al amor y a la pareja serán predictores de la Violencia Ejercida en Pareja tanto por chicas como por chicos.

    6. La Violencia Generalizada responde a motivaciones diferentes respecto de la Violencia en la Pareja.

    6.1. En la explicación de la Violencia Generalizada Circunstancial no tendrán un papel relevante las variables sexistas determinadas socioculturalmente, siendo mejor explicada por otros predictores relacionales.

    6.2. En la explicación de la Violencia Estructural Generalizada compartirán papel explicativo variables sexistas y otros predictores relacionales.

    6.3. La tasa de prevalencia de Violencia Estructural Generalizada será superior en chicos.

    RESULTADOS El establecimiento de una relación de pareja es un valor de alta significación entre la población adolescente de la Bahía de Cádiz. Hasta un 81,16% de los jóvenes de entre 14 y 19 años manifiesta tener o haber tenido una relación sentimental. De hecho, la situación más frecuente es la de haber vivido varias experiencias de pareja (la media se sitúa en 2,85 parejas en el caso de los chicos, frente a 2,32 parejas en las chicas; diferencia que resulta estadísticamente significativa).

    Un Estilo Educativo Rígido por parte de los padres y madres durante su infancia es reconocido por hasta el 48,2% de los chicos y el 41,2% de las chicas.

    Hasta un 18,29% de los jóvenes observó algún tipo de violencia en la relación entre sus padres, incluyendo los insultos (6,4%) o los golpes (3,6%) del padre hacia la madre. Uno de cada diez vivió en un contexto familiar en el que las peleas y discusiones entre los padres eran frecuentes.

    La exposición a la violencia a que se ven sometidos los adolescentes actualmente en el entorno del hogar es también importante. Los insultos en este ámbito son conductas de muy alta frecuencia de aparición: un 31,2% los observa con un grado de exposición medio o alto, mientras que lo sufren directamente en esos índices un 23,3% de los adolescentes. Un 8,7% dice estar expuesto a observar violencia en su hogar en niveles Altos; la sufren también en nivel Alto un 7,8%, que es insultado, amenazado o golpeado en ese grado.

    En los niveles de exposición a la violencia en la comunidad (en el colegio o en la calle) cambia radicalmente la situación de chicos y chicas, siendo claramente más expuestos ellos. Así, son insultados en el colegio hasta el 49,5% (frente al 39,3% de las chicas). Un 14,1% de los chicos ha recibido amenazas en el colegio y un 16% en la calle; en chicas, estas cifras se sitúan en el 4,6% y 6,3% respectivamente. Son también ellos los que con mayor frecuencia reciben daño físico, son golpeados o pegados, tanto en el colegio (10,2%) como en la calle (6,5%).

    Una más frecuente implicación en Violencia Generalizada y la mayor exposición que se deriva del rol más agéntico y competitivo, culturalmente asociado a los hombres, estarán en la base de estos mayores índices de exposición a la violencia directa en la comunidad.

    Esta diferencia entre los dos sexos no se ve repetida en lo relativo a la exposición indirecta a la violencia (observar, no sufrir) en el contexto comunitario. Realmente los adolescentes del entorno de la Bahía de Cádiz se ven expuestos a unas tasas tan elevadas que parece que las conductas violentas formaran parte consustancial de su paisaje diario (y, por ello, tanto chicas como chicos son forzados testigos).

    La práctica totalidad (94,3%) presencian insultos en el colegio; en algo menor tasa (83%), son testigos de ellos en la calle. La observación de amenazas es igualmente muy frecuente (72,3% y 58%). La mitad de los jóvenes ha sido testigo de cómo se pegaba o dañaba físicamente a otra persona en su colegio o en la calle.

    Los prejuicios sexistas son construcciones socioculturales que configuran una serie de creencias sesgadas sobre las capacidades, roles, derechos, expectativas o trato asignados a hombres y a mujeres diferencialmente, precisamente en base a su pertenencia a uno u otro sexo. Tradicionalmente han ido parejos a la aceptación de una relación asimétrica hombre/mujer, en la que corresponde al hombre la posición de dominio y dirección y a la mujer la de sumisión y obediencia. La violencia de género se ha sustentado en esta concepción distorsionada de la relación de pareja.

    Los jóvenes gaditanos muestran unos niveles medio-bajo de sexismo (media de 1,77 sobre 5). Desde el punto de vista del sexismo globalmente considerado, los valores observados en chicos y en chicas no serían significativamente diferentes. Sin embargo, al considerar las dos formas de sexismo evaluadas (sexismo hostil y sexismo benevolente), se aprecia un comportamiento claramente diferenciado. Los chicos muestran unos valores superiores en sexismo hostil (1,51 frente a 1,29) y las chicas hacen lo propio en sexismo benevolente (2,22 frente a 2,06); en ambos casos, con diferencias estadísticamente significativas.

    Resulta muy llamativo que siga habiendo un 14,6% de chicos que piensa que el hombre debe dirigir con cariño, pero con firmeza, a la mujer; o que un 9,9% de las chicas asuma como válido que no es propio de hombres encargarse de las tareas del hogar; o que un 8,2% de los chicos manifieste pensar que el lugar más adecuado para la mujer es su casa, con su familia.

    Deben resaltarse también, como llamativos, los altos niveles de acuerdo que manifiestan los adolescentes gaditanos con algunos prejuicios configuradores del sexismo benevolente: un 13,1% piensa que las mujeres están mejor dotadas para complacer a los demás y estar atentas a sus necesidades; el pensar que nadie como las mujeres sabe criar a sus hijos (19,4%) o que son insustituibles en el hogar (10,1%) abonará las asignaciones sexistas de roles de cuidado y servicio a la mujer.

    Un 17,5% de las chicas cree que las mujeres tienen mayor capacidad para perdonar los defectos. Este prejuicio estará en la base del mantenimiento de muchas relaciones tóxicas.

    Una reflexión sobre los niveles de asunción de estos sesgos conceptuales ha de llevar a constatar la necesidad de continuar invirtiendo esfuerzos en la educación igualitaria, que en algún momento ha podido erróneamente considerarse como una meta alcanzada.

    Paralela a la intensidad de asunción de concepciones sexistas, suele ir la aceptación de la Violencia dirigida hacia la mujer. En el caso de los adolescentes del entorno de la Bahía de Cádiz, los valores son similares a las que se reflejan en la mayoría de las investigaciones y encuestas oficiales. En tal sentido, aunque bajo, aún se mantiene un porcentaje de jóvenes que considera justificada la violencia hacia la mujer ante incumplimiento de supuestos desempeños de rol culturalmente asignados. Un 9% de los jóvenes no considera delito el que un hombre golpee a su mujer.

    El índice de aceptación de esta violencia es superior en chicos que en chicas, siendo significativa estadísticamente la diferencia.

    Por otro lado, siguen presentes las visiones sesgadas sobre la pareja o la realidad de la propia relación, llegando a constituirse en verdaderos “mitos del amor romántico”. Un tercio de la población adolescente (36,6%) cree en la omnipotencia del amor, que superará por sí cualquier obstáculo que la relación presente. Si se une que hasta el 22,6% mantiene la fe en el mito de la “media naranja” (“mi pareja es el amor de mi vida; a pesar de lo que haga, le quiero y me quiere”), se estará ante una combinación que propiciará sobrellevar conductas que pueden ser dañinas y peligrosas.

    Otro foco evidente de posibles riesgos lo constituyen la aceptación del mito de que los celos son “una señal de que me quiere y de que le importo mucho” (así lo piensa el 21,3% de los adolescentes) y del mito de que “una persona puede quererme y, al mismo tiempo, hacerme sufrir o tratarme mal”, de que amor y maltrato son compatibles (hasta un 17,4% lo sostiene). Estos mitos abonarán el terreno para involucrarse o mantener relaciones de pareja perniciosas y vuelven a ratificar la necesidad de educación en valores propios de una relación de pareja sana. Por cierto, una educación que parece debe ir enfocada con más intensidad hacia los chicos, pues son ellos los que en mayor medida mantienen estas ideas distorsionadas, contradiciendo un estereotipo muy arraigado.

    En las relaciones de pareja de los adolescentes de la Bahía de Cádiz, las conductas violentas tienen una alta frecuencia de aparición. Es alta la prevalencia de Violencia Sufrida en la Pareja y también, aunque reconocida en menor grado, de Violencia Ejercida en la Pareja.

    Sin embargo, la presencia también elevada entre estos jóvenes de Violencia Estructural Generalizada y de Violencia Situacional Generalizada reclama una consideración multidimensional de las conductas violentas que se observan en las relaciones de pareja: una parte de estas será simplemente reflejo de aquella violencia más generalizada. Violencia que, además, estaría en gran medida normalizada, integrada en los modos de interactuar de los jóvenes y vinculada a una escasa experiencia relacional, a unas formas de cortejo torpes e incluso a fórmulas de expresar interés, cuando no desarrolladas dentro de un contexto de broma o juego.

    Prácticamente la mitad de la muestra (49,41%) manifiesta sufrir alguna forma de violencia por parte de su pareja. Es más alto el porcentaje de chicos que dicen ser objeto de violencia por parte de su pareja: lo declara así el 54,65%, mientras que en las chicas este porcentaje desciende hasta el 43,46%. Esta diferencia, significativa estadísticamente, se traduce en que, por cada chica que dice sufrir violencia en su relación de pareja, hay 1,57 chicos que expresan ser víctimas de ella. También es más frecuente en los chicos el reconocer a su pareja como violenta en relaciones anteriores.

    Los resultados de la investigación se alinean, por lo tanto, con los estudios que documentan una mayor frecuencia de victimización manifestada por parte de los chicos frentes a las chicas.

    La Violencia Psicológica de Acaparamiento/Exclusividad es la que con mayor frecuencia sufren los adolescentes. Así, un 24,8% (uno de cada cuatro) declara que su pareja es demasiado celoso/a; algo más de uno de cada cinco (22,5%) informa que su pareja cree que debe conocer a todas sus amistades; mientras que un 17,6% reconoce que la pareja cree que debe ser informada de dónde está en todo momento.

    Aunque en menor grado, es también frecuente el sufrir Violencia Psicológica del tipo Humillación/Culpabilización, de forma que, por ejemplo, alrededor del 10% de los adolescentes sufren el enfado, o muestras de desprecio e ignorancia, por parte de su pareja, si expresan desacuerdos con él/ella.

    La Violencia de tipo Físico/Control-grave es sufrida en las tasas más bajas, en consonancia con la práctica totalidad de las investigaciones. No obstante, un 4,6% de los y las adolescentes manifiesta actuar movidos por el temor a sus parejas y un 2,2% dice haber sido obligados/as a mantener algún tipo de relación sexual no consentida.

    Un 7,49% de los chicos refiere la presencia, en el grupo de iguales de su pareja, de amigos/as que ejercen violencia en sus relaciones. Esta tasa desciende significativamente en el caso de las chicas (4,64%).

    Pese a que prácticamente la mitad de los jóvenes reconoce sufrir algún tipo de conducta violenta por parte de su pareja (evaluación conductual), solamente un 3,21% de estos se perciben a sí mismos/as como maltratados (evaluación holística), sin que se encuentren diferencias en ello entre chicos y chicas. Los niveles de reconocimiento más bajos se dan, entre los jóvenes gaditanos, en relación con las conductas de Violencia Psicológica de tipo Acaparamiento/Exclusividad. Son algo más reconocidas como tales las conductas de Violencia Psicológica tipo Humillación/ Culpabilización (un 5,34% de quienes las sufren se identifican como víctimas de maltrato). Las agresiones Físicas o el Control grave dan lugar a una percepción más clara de ser maltratado (un 10% de quienes las sufren se consideran maltratados por su pareja).

    En cuanto al ejercicio de la violencia en las relaciones de pareja, se ha encontrado en la presente investigación que el 38,21% de los adolescentes manifiesta haber mostrado algún tipo de comportamiento violento, sin que se aprecie diferencia significativa entre chicos y chicas.

    Un tercio de los adolescentes gaditanos (32,35%) exhibe hacia su pareja comportamientos de Acaparamiento y Exclusividad. Son las chicas las que en mayor número tienden a ejercer esta Violencia Psicológica (el 35,71% de ellas lo hace, frente al 29,45% de los chicos); ellos ejercen en algo mayor medida la Violencia Psicológica del tipo Humillación/Culpabilidad (14,91% frente a 13,45%) y, sobre todo, la Violencia Física/Control-grave, que solo reconoce ejercer un 0,85% de las chicas, frente a un 3,28% de los chicos. En cualquier caso, únicamente esta última diferencia alcanza niveles cercanos a la significatividad.

    Sin embargo, al medir no solo el número de chicos o chicas que ejercen algún tipo de conducta violenta, sino el grado o la diversidad con que manifiestan dichas conductas, son los chicos los que aparecen como más perpetradores de violencia en las relaciones de pareja. De esta forma, sus medias son superiores en los diversos tipos de comportamientos violentos, siendo significativas las diferencias en Violencia Total Ejercida y en Violencia Física/Control-grave. Un mayor porcentaje de chicas muestra conductas violentas, pero los chicos las exhiben con mayor frecuencia e intensidad.

    En el caso de la violencia ejercida, es mucho más evidente la distancia entre la evaluación conductual (reconocer que se manifiestan determinadas conductas violentas, hecho que, como se ha dicho, admite casi el 40% de los adolescentes) y la evaluación holística (definirse como maltratador/a; esta circunstancia solo es aceptada por el 0,20%). La deseabilidad social y la falta de identificación de muchas de estas conductas con el concepto de “violencia de pareja” estarán en la base de esta falta de concordancia entre ejecución y reconocimiento.

    En la misma línea está el reconocimiento de haber sido violento/a en anteriores relaciones de pareja (únicamente el 0,40% informa haberlo sido).

    Probablemente el factor de deseabilidad social quede algo debilitado en la consideración como violentas de personas del propio grupo de iguales, amigos o amigas. Así, un 5,95% de los jóvenes gaditanos reconocen que alguno de sus amigos/as ejerce violencia en sus relaciones de pareja. Aunque es algo mayor el porcentaje de chicos que dicen reconocer este patrón en su grupo de iguales, las diferencias no son significativas respecto de las chicas.

    Como se ha dicho, las manifestaciones de Violencia Generalizada son también frecuentes entre los jóvenes estudiados.

    Un 63,6% recurren a la Violencia de tipo Reactivo (identificable con la llamada Violencia Generalizada Situacional) como forma de interacción en sus relaciones interpersonales. No hay diferencias entre chicos y chicas en cuanto a porcentaje de ellos que la usan; sin embargo, es mayor la frecuencia de uso en varones.

    En cambio, los chicos se muestran más propensos al uso de un tipo de violencia más instrumental, la Violencia Proactiva, la que se corresponde con una Violencia Estructural (en este caso Generalizada). Un 29,5% de ellos emplea estos comportamientos para obtener ganancias o situación de dominio. En las chicas, esta fórmula de violencia solo es empleada por un 14,2%. Lógicamente una parte de esta Violencia Proactiva se expresa en el contexto de la relación de pareja, completando el carácter multidimensional de esta.

    Pese a que la percepción social parece sostener la idea de que la violencia en las relaciones de pareja se da esencialmente en la dirección de hombre a mujer, en esta investigación se evidencia que la fórmula bidireccional constituye la forma de expresión más frecuente de esta violencia: los chicos y las chicas la ejercen y la sufren a la vez. Esto permite mantener la hipótesis número 1.

    Así lo manifiesta el 27,33% del total de los adolescentes, sin que haya diferencias significativas entre chicas (26,27%) y chicos (28,25%).

    Las fórmulas de expresión unidireccional de la violencia en la pareja son muy inferiores, tanto en lo que respecta a la sufrida como a la ejercida.

    Como se ha dicho, son los chicos los que manifiestan sufrir violencia en mayor tasa. Un 54,65% de ellos dice sufrirla (frente al 43,22% de las chicas). También son más los chicos que dicen ser objeto de violencia por parte de su pareja, sin que ellos respondan (violencia sufrida unidireccionalmente); esta situación es informada por el 26,39% de los chicos y por el 16,95% de las chicas.

    Aun cuando se precisaría de futuros estudios para comprobarlo, parecen plausibles las explicaciones que avanzan infravaloración en los hombres y sobrevaloración en las mujeres de la violencia ejercida. En la base de esta diferencia estarían una mayor capacidad introspectiva en las chicas para recordar episodios agresivos perpetrados, distintos criterios en cuanto a qué considerar agresividad o el hecho de que las chicas no sean tan reacias a reconocer que comenten este tipo de actos violentos, por la mayor tolerancia social cuando son ejecutados por mujeres (los chicos tenderían a ocultarlos para evitar ser calificados como violentos o maltratadores).

    Por otra parte, apoyando otra de las hipótesis planteadas en la investigación (hipótesis número 2), esta violencia bidireccional en las relaciones de pareja es fundamentalmente de naturaleza situacional, reactiva. Se relaciona con la incapacidad para manejar los conflictos de forma constructiva y no violenta. Los adolescentes emplean la violencia como una herramienta más en sus intentos de solucionar los problemas que surgen en sus relaciones de pareja. Este hecho se hace evidente al observar que esta violencia recíproca es mucho más frecuente entre quienes recurren a las conductas agresivas de tipo reactivo (alcanza el 20,7% entre estos) que entre quienes no recurren a ellas (entre los que alcanza solo el 7,7%). En consecuencia, al menos estas manifestaciones de violencia en la pareja no pueden ser atribuidas a una intencionalidad controladora, de terrorismo íntimo o violencia de género. Si fuese así, aquellos que recurren a las conductas agresivas de tipo proactivo mostrarían mayores tasas de violencia recíproca en la pareja que los que no manifiesten esas tendencias proactivas. Los datos de la presente investigación no respaldan esto: la reciprocidad se observa en frecuencias similares, sin importar que se recurra o no a la violencia instrumental, proactiva. Estas consideraciones son válidas tanto referidas a chicas como a chicos, pues los valores observados son similares. Evidentemente, la violencia en la pareja es un fenómeno multidimensional y no toda ella puede ser interpretada necesariamente como violencia por razón de dominio.

    Esta multidimensionalidad reafirma la necesidad de abordar las explicaciones de la violencia de pareja desde perspectivas multifactoriales en cuanto a motivación. El acercamiento ecológico, que se ha postulado en esta investigación, puede ser mantenido en función de los modelos y resultados obtenidos.

    Se evidenció la pertinencia de incluir variables de los distintos niveles de interacción que contemplan los modelos ecológicos (personal, relacional, comunitario y sociocultural). Se consiguió con estos modelos explicar unas proporciones aceptables de Violencia Sufrida e n la Pareja y de Violencia Ejercida en la Pareja, pese a la evidente complejidad de estos fenómenos.

    Figura 1 Modelos de VSP y VEP en la muestra total.

    Las experiencias previas de violencia en anteriores relaciones de pareja (del propio sujeto o de su pareja) son un factor de riesgo de primera magnitud en la aparición de la violencia de pareja (ejercida o sufrida, respectivamente). Coeficientes β superiores a 0,35 así lo indican.

    La presencia de amigos/as, propios o de la pareja, que ejerzan violencia en sus relaciones, es igualmente una circunstancia que propicia la aparición de la violencia en las relaciones de pareja.

    La exposición a la violencia en el entorno juega papeles diferenciados. El haber sido expuestos a situaciones de violencia en las relaciones entre los padres durante la infancia contribuye a explicar una mayor posibilidad de victimización en las relaciones de pareja que en el futuro entablen los adolescentes. Mecanismos de identificación con el progenitor del mismo sexo, que es víctima de la violencia, pueden estar en la base de este efecto.

    Por su parte ser objeto directo de violencia en la comunidad (sufrir violencia en el colegio o en la calle) predispondría también a una mayor victimización en las relaciones de pareja. La victimización en el ámbito comunitario, que fundamentalmente será llevada a cabo por iguales, es un factor importante de riesgo, que minimizará la resistencia de los jóvenes ante las manifestaciones de violencia por parte de sus parejas.

    En el plano de la perpetración, el haber sido objeto de violencia en el hogar, o el haberla observado en este ámbito, resultó predictor de violencia ejercida en las futuras relaciones de pareja. Los adolescentes que observan conductas violentas en casa o que han sido sometidos a daños por parte de sus progenitores, han mostrado una relación positiva con el desarrollo posterior de conducta violenta. La conducta de los padres se constituye en modelo que, además, tiene reflejo significativo (β=0,30) en una mayor tendencia al empleo de la violencia como fórmula de enfrentarse a los problemas o de responder a amenazas (Violencia Reactiva).

    De hecho, este tipo de violencia ha mostrado, en los modelos finalmente aceptados, una clara relación con la Violencia en la Pareja, tanto sufrida como ejercida. Se evidencia así una naturaleza situacional, reactiva, en (al menos) una parte de la violencia en la pareja, volviéndose a poner de manifiesto una de las ideas fuerza de este trabajo: el carácter multidimensional de la violencia que los adolescentes expresan en sus relaciones de pareja. Sin duda, parte de estas conductas violentas forman parte de sus métodos normalizados de afrontamiento de los problemas y no deben calificarse de violencia de género. El recurso a la violencia reactiva modula también la influencia de haber observado o sufrido violencia en el entorno familiar sobre la violencia ejercida en la pareja.

    Junto a ello, en cualquier caso, los estereotipos y prejuicios socioculturalmente determinados en torno a la relación hombre/mujer y, en concreto, al papel de esta, ejercen una influencia clara sobre la aparición de la violencia en la pareja.

    El sexismo hostil, las ideas y actitudes más definitorias de la cultura patriarcal machista, determina una mayor probabilidad de victimización en las relaciones. La aceptación de prejuicios tradicionales de género se ha mostrado como predictor en los modelos explicativos de violencia recibida.

    Por su parte, la aceptación y justificación de la violencia hacia la mujer es un factor de riesgo de perpetración de violencia en la pareja que aún está presente en los adolescentes de la Bahía de Cádiz, un 10% de los cuales no consideran delito que un hombre pegue a una mujer.

    Las ideas desadaptadas sobre el amor y sobre la persona con la que se forma pareja, como se ha indicado, dan lugar a la conformación de una serie de mitos en torno al amor romántico. Estos mitos siguen presentes, en algunos casos en alta medida, entre los jóvenes y facilitan la instauración y el mantenimiento de relaciones de pareja inmaduras y eventualmente nocivas. Los modelos contrastados en la presente investigación han demostrado su potencial como factor de riesgo de violencia sufrida y, sobre todo, de violencia ejercida en la pareja (β= 0,30).

    El mantener que toda la violencia en la pareja no puede ser calificada de violencia de género no debe ocultar el hecho de que una parte de ella sí que está basada en motivaciones machistas, en concepciones peyorativas, culturalmente conformadas, de infravaloración de la mujer y de asignación de roles diferenciados en función de sexo. En este estudio, se defiende la naturaleza multidimensional de esta violencia, que lógicamente también incluye acciones calificables plenamente de violencia de género; de hecho, el postular diferentes modelos explicativos en chicos y en chicas está en buena medida basado en el diferente significado de la violencia en unos y otras, con un mayor peso de las variables socioculturales en el modelo masculino.

    En tal sentido, sobre la base de que chicos y chicas han reconocido tasas similares de ejecución de violencia hacia sus parejas (37,09% y 39,50% respectivamente) y de que ellos manifiestan ser víctimas de violencia en mayor grado que ellas (54,65% frente a 43,46%), se avanzó algo más allá de la mera constatación cuantitativa, analizándose el significado de las conductas violentas para cada sexo en las dos facetas, como víctima y como victimario. Se postulaba en la hipótesis número 5 que la violencia en la pareja tendría connotaciones diferentes en chicas y en chicos, siendo sustentada por distintos factores y derivando en modelos explicativos diferentes. Los resultados obtenidos han permitido mantener estas hipótesis.

    Los modelos explicativos de la violencia en pareja en hombres daban cuenta de mayor cantidad de varianza que los correspondientes a las mujeres.

    La presencia de violencia en anteriores relaciones de pareja se evidencia nuevamente como un factor de riesgo muy importante en relación con ambos sexos. Y ello, tanto referido a la violencia sufrida como a la ejercida. Es el más potente factor explicativo de la violencia sufrida en chicos y se mantiene entre los de coeficientes más elevado en todos los modelos. El que los coeficientes sean parejos en chicas y chicos en relación con violencia ejercida (β= 0,30 y β= 0,32) pero difieran considerablemente en los modelos de violencia sufrida vuelve a ratificar la evidencia de que los hombres informan de tasas de violencia sufrida superiores, en tanto que la violencia ejercida es reconocida en tasas similares por hombres y mujeres.

    Figura 2. Modelos de VSP y VEP en Mujeres y Hombres.

    En el caso de la presencia de amigos/as que ejerzan violencia en sus relaciones, se da una situación parecida. Las chicas tienden a infravalorar la consideración de violentos de los amigos de su pareja; en tanto que ellos tenderán a sobrevalorar esta circunstancia en las amigas de ellas. En consecuencia, el modelo recoge una mayor influencia de este factor en victimización de hombres.

    La presión social de los iguales que ejercen violencia ocurrirá, sin embargo, en chicos (β= 0,23), no dándose en el caso de las chicas. La naturaleza de la violencia en los chicos, que como se verá a continuación es más sociocultural, impelerá a estos a comportamientos similares a los manifestados por sus iguales, para evitar ser señalado como diferente y correr el riesgo de ser excluido del grupo; la naturaleza más reactiva, personal de las conductas violentas en las chicas no parece obligar a un seguimiento del grupo, pues no es este el que determina esos comportamientos con sus normas.

    En cuanto a la exposición a la violencia en los diferentes entornos relacionales, es la vivida en el ámbito familiar la que más influye en la aparición de la violencia en la relación de pareja. Probablemente, la altísima frecuencia (casi podría hablarse de normalización en algunos aspectos) de la exposición a la violencia en la comunidad hace que este factor no sea discriminativo cuando se consideran separadamente ambos sexos.

    La observación de episodios de violencia en la relación que mantuviesen los padres es un predictor de violencia sufrida en la pareja en el caso de los chicos. Su influencia, además, se verá incrementada a través de una mayor aceptación de postulados sexistas. La aceptación de estas conductas violentas en la relación parece estar en la base de la predisposición a la victimización. El establecimiento de relaciones de apego inseguras con la madre también parece estar en la base de una mayor tendencia a ejercer violencia hacia la pareja. Las inseguridades y dudas respecto al mantenimiento del vínculo se tratarían de contrarrestar mediante la violencia, que limitaría la libertad de la otra parte y con ello un abandono temido. La relación evidenciada del apego materno inseguro con la aceptación de la violencia hacia la mujer y con los postulados sexistas apuntaría en esta línea.

    En las chicas, será la adopción por los padres de un estilo educativo rígido el factor más influyente de los referidos a las relaciones familiares en la infancia; estas fórmulas educativas, además, parecen incrementar la tendencia a recurrir a conductas agresivas para enfrentarse a las dificultades (violencia reactiva), factor que también incrementa las posibilidades de implicarse en fórmulas relacionales en que sea fácil sufrir violencia.

    La permanencia de agresividad en el entorno familiar, es decir, el que los jóvenes sean testigos de ella en casa e, incluso, que sufran directamente violencia en este entorno, predispone a la perpetración de violencia en las relaciones de pareja. Tanto en chicas como en chicos, la exposición a la violencia en casa se constituye en factor de riesgo. Los estilos de convivencia en las familias de origen se establecen como patrones a través de la normalización, la aceptación y la imitación. Esta influencia es superior en chicas y está modulada por el incremento en recurso a la violencia de tipo generalizada (proactiva y, sobre todo, reactiva).

    La violencia (generalizada) de tipo reactivo muestra una clara relación con la violencia sufrida en la pareja, como se aprecia por los coeficientes β, tanto en el modelo de chicas como en el de chicos. Sin duda se trata de una relación que se retroalimenta: el uso de conductas violentas para responder a problemas, o a otras conductas violentas previas de la pareja, termina cerrando un círculo que explica en parte las elevadas prevalencias de estos comportamientos.

    El diferente significado de la violencia en la pareja en chicas y chicos se empieza a evidenciar en el papel de esta agresividad reactiva (y, en menor grado, de la proactiva) en los modelos de violencia ejercida por unas y otros. Las chicas que son violentas en otros contextos tenderán a serlo también con sus parejas, en mayor medida que los chicos. Las conductas agresivas de las chicas serán principalmente de naturaleza reactiva, respuesta a situaciones previas (β=0,25). Este hecho no se evidencia en el modelo de los hombres, en el que este tipo de violencia generalizada no aparece como predictor (el recurso a ella no marcará diferencias entre quienes ejerzan violencia en la pareja y quienes no).

    Las construcciones socioculturales han demostrado un papel igualmente significativo en la frecuencia de aparición de la violencia en las relaciones de pareja en adolescentes. Los resultados de la presente investigación se alinean con la defensa de las ideas sexistas como factor de riesgo de victimización en la pareja, en concreto las representativas de un sexismo más peyorativo, hostil. Tanto los chicos como, en mayor medida, las chicas (β=0,31) que asumen postulados sexistas sufren con mayor probabilidad violencia en la pareja. En las chicas, es también un predictor el acomodarse a ideas desadaptadas sobre el amor y la pareja, a los llamados “mitos del amor romántico”. La aceptación, por ejemplo, de que los celos son una muestra de amor y de interés o de que una persona puede querer y maltratar a otra al mismo tiempo, colocarán a las chicas en situación de vulnerabilidad frente a la violencia. Significativamente, estos factores socioculturales presentan unos coeficientes β superiores en el modelo de violencia ejercida correspondiente a los hombres. Así, la aceptación de la violencia hacia la mujer duplica su influencia, como factor de riesgo de perpetración de violencia en la pareja, en los hombres. Por su parte la aceptación de mitos sobre las relaciones de pareja también influye en mayor grado en la manifestación de violencia por parte de los chicos (β= 0,37 frente a β= 0,27 en chicas). Más significativo es el papel que juegan las ideas sexistas. El sexismo hostil es factor de riesgo de ejercer violencia en chicos, pero no en chicas; en cambio, mantener ideas encuadradas en el denominado sexismo benevolente explica la perpetración de violencia por parte de las chicas, pero se constituye en factor de protección frente a este ejercicio en los chicos (β= -0,16). Al parecer, las consideraciones de la mujer como figura a proteger, valorada por sus capacidades de servicio y sacrificio, y que merece ser ensalzada por el hombre, potencia la violencia en ellas (probablemente como forma de exigir el respeto a este estatus), mientras que este marianismo sirve de freno a la ejecución de conductas violentas por parte de los chicos: no parecen inclinados a agredir a quienes consideran más débiles, indefensas y necesitadas de su protección.

    En definitiva, los modelos de hombre/mujer ponen de manifiesto: • La aparición de violencia en relaciones anteriores es un importante factor de riesgo en el mantenimiento de esta a lo largo de sucesivas relaciones.

    • La presión de iguales que ejerzan violencia influye en la manifestación de conductas violentas en los chicos, no así en las chicas.

    • La exposición a la violencia en casa facilita la perpetración de violencia en futuras relaciones de pareja en chicos y chicas, así como la victimización de los chicos. En la victimización de las chicas, influye más un estilo educativo paterno rígido.

    • El recurso a la violencia (sobre todo reactiva) aumenta la probabilidad de perpetración de violencia en la pareja por parte de las chicas, pero no de los chicos. La violencia en pareja es de naturaleza más situacional, respondiente, en chicas.

    • Las variables socioculturales influyen en mayor medida en la perpetración de violencia por parte de los chicos. El sexismo hostil y la aceptación de violencia hacia la mujer potencian su aparición, mientras que los chicos que muestran posturas de sexismo benevolente tenderían a no ejercer violencia en la pareja. Por el contrario, el sexismo benevolente en chicas es factor de riesgo de violencia ejercida. La aceptación de ideas sexistas peyorativas (sexismo hostil) se traduce en chicos y chicas en mayores probabilidades de victimización.

    • La asunción de mitos sobre el amor y la pareja conlleva aumento del riesgo de perpetrar violencia en ambos sexos y de sufrirla en el caso de las chicas.

    En cualquier caso, como ya se puso de manifiesto al analizar la reciprocidad, parte de la violencia que se infligen los miembros de la pareja debe ser interpretada como violencia generalizada, que en este caso ocurre en el contexto de la pareja. No sería, pues violencia de pareja, sino violencia en la pareja. De hecho, según se mantenía en la última hipótesis planteada, este tipo de violencia obedece a motivaciones diferentes.

    Se demostró que en esta violencia generalizada sí intervienen como factores explicativos la exposición a la violencia en los diversos contextos comunitarios: violencia observada o directamente sufrida en la calle o en el colegio. En la de naturaleza más instrumental (la violencia estructural generalizada), además, intervienen como factores predictores algunas de las variables del nivel sociocultural, en concreto, la aceptación de la violencia contra la mujer y el sexismo hostil. Esto evidencia una zona de solapamiento, en la que sí operaria una violencia dirigida a fines.

    Se expresaba nuevamente la multidimensionalidad de la violencia observada en las parejas de adolescentes. Este ha sido uno de los ejes vertebradores de la presente investigación.

    Se considera, a la vista de los resultados expuestos al contrastar las hipótesis planteadas, mucho más adecuado mantener esta naturaleza multidimensional, en la que una parte de las conductas violentas responderán a intentos de conseguir una posición de poder y dominio (básicamente serán ejercidas por los chicos), mientras que otros serán reacciones (de mayor frecuencia en el caso de las chicas), comportamientos reactivos ante aquellos intentos de establecer una relación asimétrica. Finalmente, una parte no menor de esas conductas violentas serán mero reflejo de la tendencia de los jóvenes a recurrir a la agresividad de forma, hasta cierto punto, normalizada. Así, usarían la violencia como fórmula para enfrentarse a los conflictos y dificultades, evidenciando una carencia de habilidades sociales y de resolución de problemas; incluso, muchas de estas conductas quedarían encuadradas en los modos relacionales normalizados de juego o broma.

    Esta diferenciación de las conductas violentas en ningún momento pretende ocultar ni desviar la atención de las graves consecuencias que se pueden derivar de la violencia sufrida por parte de la pareja. Lo que se pretende es una llamada de atención sobre la necesidad de una reflexión a fondo sobre la violencia en las parejas de adolescentes. Si las cifras de denuncias aumentan y, con demasiada frecuencia, ocurren casos de agresiones muy graves, incluso de muertes de chicas jóvenes, alguna de las medidas puestas en marcha serán sin duda mejorables. El escaso uso de los numerosos recursos puestos a disposición de los jóvenes es correlato de la baja percepción que tienen de sí mismos como víctimas/victimarios de una violencia descrita como violencia de género.

    Mucho ha de avanzarse aún en la correcta interpretación por parte de los jóvenes de algunas conductas como agresiones de pareja. Esta investigación ha evidenciado también la necesidad de no considerar toda violencia en la pareja como violencia de pareja. La consideración automática de toda conducta agresiva como machista y de todo el que la ejerce como agresor de género, provocará en los adolescentes ausencia de identificación y rechazo; a partir de ahí, solo cabrá esperar la descalificación global de toda medida que quiera implementarse y el consiguiente fracaso.

    Partir de la aceptación de la naturaleza bidireccional y multidimensional de la violencia en las parejas adolescentes será un buen primer paso en la búsqueda de mayor eficacia contra la violencia de pareja.

    Ahondar en la relación entre el recurso a la violencia generalizada (tanto la de naturaleza estructural como circunstancial) y la perpetración de violencia en la pareja, así como en el estudio de las variables que median la correcta identificación holística de esta, sin duda serán líneas de investigación que ayuden a ello.

    La investigación realizada pretende hacer una llamada a la necesidad de reflexionar sobre el señalado carácter multidimensional de la violencia en las parejas adolescentes. Junto a ello, aporta una fotografía sobre la incidencia de este tipo de violencia en los adolescentes del entorno de la Bahía de Cádiz.


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