Buenos Aires vive abrazada a sus mitos y a sus demonios inmemoriales. Sólo de este modo puede explicarse que, algunas tradiciones, que en otros lugares habrían quedado sepultadas bajo el olvido y la acusación de decadentes, aquí pervivan con caracteres de verdaderas religiones. El tango es el emblema estelar de la ciudad. El baile que se ideó para seducir tanto a quien lo ejecuta como a quien lo contempla se transforma en un carrusel de sensualidad, pugna de verticalidad y horizontalidad cargada de narcisismo� y del lastre de pesimismo lastimero, melodramático, que caracteriza a esa capacidad infinita para el lamento del alma porteña.
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