El crecimiento de la población es el resultado de dos componentes. La primera es el crecimiento vegetativo, y la segunda es el saldo migratorio, interior y exterior. Las bajas tasas de natalidad (el Índice sintético de fecundidad en España ha pasado de 2,8 hijos por mujer en el año 1975 a 1,2 hijos por mujer en el año 2001, y la edad media a la maternidad desde los 28,8 años en el año 1975 hasta los 30,7 años en el año 2000), el avance del proceso de envejecimiento demográfico (en el año 2001, el 17 por ciento de la población española tenía más de 65 años y el Índice de envejecimiento era de 109,163) y el aumento de la esperanza de vida al nacer (de 70,4 para los hombres y 76,2 años para las mujeres en el año 1975 hemos pasado a 75,2 y 82,2 años respectivamente en el año 1998) han contribuido sobremanera a la caída del crecimiento natural de las últimas tres décadas, situándolo en niveles muy bajos o incluso negativos en algunos territorios españoles, todo lo cual convierte a la movilidad interior y a la inmigración extranjera en principales responsables de la crisis de crecimiento demográfico que desgraciadamente muchos municipios españoles padecen (especialmente los de interior y montaña) y del apogeo demográfico de otros territorios como Madrid y el eje mediterráneo.
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