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Resumen de Césares de Suetonio: Unos reinaron; Otros, no

Isaac Zájara Jubitero

  • Los pseudo-historiadores cristianos del siglo I d.C. nos mostraron a Tiberio, Calígula, Valeria Messalina, Nerón y Agrippina Minor como perversos sexuales; los presentan tan degenerados que “merecerían –incluso– ser asesinados”, como finalmente acabó sucediendo; al igual que ocurrió con Claudio, en este caso por “mostrarse” rematadamente tonto. En cambio, esos mismos pseudo-historiadores apenas nos relatan los primeros pasos del cristianismo, cuyo alumbramiento fue el hecho más relevante de su tiempo. Lo curioso del asunto es que Jesús-bar-Filipo, gay y pederasta, era quien observaba una conducta sexual más atípica y, además, la persona más interesada en tener bajo control el trono de Roma (“móvil” de los citados crímenes), un trono que él mismo acabó por ocupar en 98 d.C. con el nombre de Marco Cocceyo Nerva.

    Hay, pues, muchos indicios de que los magnicidios de la dinastía Druso-Claudia (Tiberio, Calígula, Claudio, Valeria Messalina, Lucano y Agrippina Minor) fueron perpetrados a instancias de Jesús-bar-Filipo (Marcos Evangelista), al objeto de dar paso a una nueva dinastía: la gens Flavia. Todo esto es lo que se expone en el libro que les presento hoy: Césares de Suetonio: unos reinaron; otros, no.

    En su lista, Suetonio no incluye a Nerva (Marcos Evangelista) ni a Trajano. En cambio, menciona a dos personajes de ficción: Julio César y Octavio Augusto. Sobre el primero de estos dos (Julio César), Francesco Carotta escribió en 1999 un interesante tratado titulado Jesus was Caesar, en el que –acertadamente– encuentra múltiples paralelos entre las vidas y los cultos de Julio César y de Jesús de Nazareth; no obstante, Carotta llega a la errónea conclusión de que la figura de Jesús de Nazareth se basó en la de Julio César. En realidad, ocurrió justamente lo contrario: la mítica figura de Julio César se basó en Jesús de Nazareth, una insurgente caudillo gaulanita de carne y hueso.

    En este punto, mis lectores se preguntarán en buena lógica: “Entonces, ¿quién demonios escribió los libros que hoy atribuimos a la pluma de Julio César?”. La respuesta es obvia: Jesús-bar-Filipo (Marcos Evangelista). Además de Julio César (“pre-encarnación de un Jesús de Nazareth que se convierte en Cristo Resucitado), son personajes de ficción tanto Marco Antonio (“pre-encarnación” de Jesús de Nazareth) como Octavio Augusto (“pre-encarnación” de Cristo Resucitado).

    Mis lectores se preguntarán sin dilación: “¿Qué necesidad tenía Jesús-bar-Filipo de crear tres personajes de ficción tan próximos entre sí en el tiempo?”. La respuesta es muy sencilla. Jesús-bar-Filipo pretendía ocultar a las generaciones posteriores dos extremos: (1) lo que sucedió realmente el Egipto en los años 30 a.C y 30 d.C. (la caída de los Ptolomeos, que coincidió con la llegada de Bar-Filipo al país del Nilo y con el nacimiento del cristianismo); y (2) el auténtico modo en que se había producido el hermanamiento entre Egipto y Roma.

    Jesús-bar-Filipo nos quiso hacer creer que dicho hermanamiento se produjo a través de dos romances sucesivos de Cleopatra VII con Marco Antonio y con Julio César; a ello, añadió la derrota de Marco Antonio en la legendaria batalla de Accio (31 a.C.) y la posterior muerte literaria de Cleopatra VII, a consecuencia de la picadura de un áspid (30 a.C.). En realidad, Cleopatra VII falleció de muerte natural circa 10 d.C. Siguiendo la tradición de los faraones, estuvo casada endogámicamente con Ptolomeo XIV y tuvo dos hijos: (1) Ptolomeo XV Filadelfo (alabarcha Alejandro), que reinó en Egipto entre los años 10 y 37 d.C.; y (2) Cleopatra Selene, casada con Juba II de Mauritania. En verdad, el hermanamiento entre Egipto y Roma tuvo lugar en el año 14 d.C. cuando Agrippina Major, hija de Ptolomeo XV Filadelfo, se casa con Germánico Julio César, hijo de Antonia Minor y de Tiberio (y no de Druso “el mayor”, otro personaje de ficción).


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