La sujeción a las formas se percibe unas veces como garantía de la seguridad y otras, como un rígido encorsetamiento. La tensión entre su observancia y su flexibilidad se advierte acusadamente en las reformas procesales y en la práctica de nuestros tribunales y atraviesa el proceso entero: su preparación y acceso, su desarrollo y conclusión, el aseguramiento de su efectividad y la ulterior ejecución. El trámite útil y adecuado, el tiempo suficiente para realizarlo y las herramientas informáticas de las que servirse salpican el recorrido del proceso al que se le exige agilidad y acierto. Formularios, comunicaciones telemáticas, expedientes electrónicos, principios en pugna, pautas de actuación que nacen extramuros de la ley, impulsos desde las normas y la jurisprudencia europeas, nuevas formas de litigación… Son indicadores de las transformaciones a las que estamos asistiendo y que exigen adaptaciones en el modo de proceder. Parece oportuno preguntarse sobre los aciertos, los excesos y las carencias de los cauces actuales y los que se propugnan para una más acabada tutela judicial.
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El diablo está en los detalles: la importancia de las normas procedimentales para el legislador procesal europeo
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