En las negociaciones de paz que mantuvieron Felipe II y Murad III en 1581, los musulmanes pusieron de manifiesto que estaban dispuestos a renunciar a la guerra de grandes batallas y desembolsos, pero no así a las expediciones corsarias contra las playas del sur de Europa, fundamentales para el desarrollo de su sistema económico esclavista. La reanudación del comercio mediterráneo después de un periodo harto belicoso, la llegada de oro y plata de América y la instalación de los moriscos españoles en las ciudades del Magreb potenciaron estas actividades predatorias, que resultaron ser más intensas que a principios de siglo. A título de ejemplo es ilustrativo el siguiente dato: entre 1580 y 1640 la quinta parte de la población de Argel eran cautivos portugueses, italianos y españoles. Era evidente que las instituciones de a Edad Media (órdenes religiosas, hermandades y cofradías caracterizadas por su falta de medios económicos) no podían frenar esta sangría humana. Asimismo, la defensa de los intereses dinásticos en Europa no permitía la creación de una nueva institución de rescate, capaz de libertar a todos los cautivos cristianos que había en el norte de África. Por eso, los soberanos españoles decidieron integrar en su sistema político de gobierno a las redenciones que mejores resultados cuantitativos venían dando desde su fundación: las de los frailes de la Merced y la Trinidad.
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