Antonio Peñafiel Ramón, Juan Hernández Franco
El presente estudio se sitúa dentro de una línea que profundizo en los componentes culturales de la familia, poniendo de relieve la estrecha conexión entre el parentesco, los valores y hábitos culturales y la organización social. En concreto, en una ciudad mediterránea de la Monarquía Hispánica (siglos xv-xviii), Murcia, se hizo del parentesco de linaje un valor de rango distinguido y prestigioso, reservado casi exclusivamente a las familias principales. Para éstas fue un importante capital, de origen bajomedieval, construido a partir de brillantes acciones guerreras; y más tarde, conforme se afianzaba el Estado Moderno, formado a través del servicio al monarca. Y fue importante, sobre todo, por su utilidad social: era un requisito pertinente para acceder a la minoría de los selectos y a los beneficios que proporcionaba su hegemonía. Socialmente la perpetuación de tal situación quedó fuertemente ligada a la del propio linaje. Bien es verdad que éste se podía ver interrumpido por cuestiones negativas como los accidentes biológicos, las tendencias dispersantes de algunos integrantes del parentesco, la traición o la falta de fidelidad a las instituciones de poder superiores y a sus disposiciones, etc. Ahora bien, lo más lógico fueron estrategias positivas de reproducción, y para tal fin entendieron el parentesco como algo más permeable que los estrictos lazos de sangre; prefirieron limitar sus relaciones a un círculo social estrecho, de corte endogámico y homogámico; se insertaron dentro de redes de poder; y manifestaron y activaron un amplio conjunto de símbolos (solar, sangre, emblemas y lemas, capellanías, mayorazgos, sitiales, oficios representativos, escudos de armas....) adecuados a su rango.
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