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Resumen de Los fundamentos de la acción exterior de Estados Unidos

Florentino Portero Rodríguez

  • español

    Las elecciones estadounidenses son el factor más decisivo del año 2024. Para entender la política exterior estadounidense hay que conocer los rasgos fundamentales de su cultura política, condicionados por una historia única. En el momento unipolar de los noventa, EE. UU. falló en su intento de expandir el «orden liberal» al resto del planeta. Posteriormente, los costosos experimentos en Afganistán e Irak demostraron al mundo la poca determinación y continuidad de su designio estratégico. Estos enfrentamientos y los efectos no deseados de la globalización desembocaron, con Obama, en «un retraimiento de la política exterior norteamericana» y condujeron, tras la victoria de Trump, a «un replanteamiento más profundo de la presencia de ese país en el mundo». Más internacionalista que sus tres predecesores y partidario del consenso establecido desde finales de los noventa sobre el giro hacia el Pacífico, la rivalidad con China y el cansancio de las guerras de Afganistán e Irak, Biden llegó a la Casa Blanca dispuesto a mantener en pie el «orden liberal» en la medida de lo posible. Las principales iniciativas de Biden para mantener a los EE. UU. como el actor de referencia en la Revolución Digital están dando resultado, pero, aunque en economía, tecnología e innovación Washington parecen más fuertes que nunca, el vínculo entre lo económico y la seguridad no se está consolidando. El problema fundamental es, no obstante, que Estados Unidos ha dejado de ser el hegemón previsible y ha pasado a ser un estado sometido a los vaivenes de una opinión pública falta de cohesión y de una clase política que supedita la acción exterior a las conveniencias políticas del momento. Así, la creciente brecha que se ha abierto en la sociedad entre formas distintas de entender la nación está lastrando su acción exterior, privándola de la cohesión, credibilidad y fuerza necesarias.

  • English

    The U.S. elections are the most decisive factor in 2024. To understand U.S. foreign policy, one must know the fundamental features of its political culture, conditioned by a unique history. In the unipolar moment of the 1990s, the U.S. failed to extend the “liberal order” to the rest of the planet. Subsequently, the costly experiments in Afghanistan and Iraq demonstrated to the world the lack of determination and continuity in its strategic design. These confrontations and the unwanted effects of globalization led, under Obama, to “a withdrawal of U.S. foreign policy” and led, after Trump’s victory, to “a deeper rethinking of this country’s presence in the world”. More internationalist than his three predecessors and supportive of the consensus established since the late 1990s on the turn to the Pacific, the rivalry with China and the fatigue of the wars in Afghanistan and Iraq, Biden came to the White House ready to maintain the “liberal order” as much as possible. Biden’s major initiatives to keep the U.S. at the forefront of the digital revolution are working, but while Washington seems stronger than ever in business, technology and innovation, the link between business and security is not being consolidated. The fundamental problem, however, is that the United States has ceased to be the predictable hegemon and has become a state subject to the vagaries of a lack of cohesion in public opinion and a political class that subordinates foreign action to the political expediency of the moment. Thus, the growing gap that has opened up in society between different ways of understanding the nation weighs on its external action, depriving it of the necessary cohesion, credibility and strength.


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