Durante la Edad Media, hubo una gran movilidad en el Mediterráneo, a menudo restringida, sin embargo, a los dos extremos de la escala social: los más privilegiados y los más miserables, casi siempre hombres, en ambos casos. Había interminables categorías de viajeros que, como en el caso de los peregrinos, eran más proclives a dejar testimonio del periplo y la experiencia personales, de modo que, hoy en día, cada religión dispone de sus mitos o viajeros icónicos. Muy a menudo, estos viajes estaban llenos de peligros de carácter natural y humano, lo cual dio lugar a una serie de rituales y consejos muy extendidos. Otros colectivos, como los mercaderes, rara vez dejaban testimonio de sus vivencias. A la mayoría de viajeros los guiaba la curiosidad y las ansias de ver mundo, aunque el concepto de turismo aún quedaba muy lejano.
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