Aunque al lector actual pueda parecerle del todo punto surrealista el capricho real de establecer una “pequeña sucursal” de la Marina de guerra en el interior de la Península, hay que recordar que aquel conjunto de estrafalarias y suntuosas embarcaciones de recreo, con independencia del entretenimiento y diversión que pudieran proporcionar, cumplían con el fin de proyectar el valor subliminal del lujo, que el vulgo de la época indefectiblemente asociaba al poder.
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