Cuando el nombre de Giuseppe Verdi comenzó a aparecer en los carteles de los teatros líricos -hay que recordar que el compositor estrenó su primera ópera, Oberto, Conte di San Bonifacio en 1839-, no podía hablarse con propiedad de batutas verdianas ni de ninguna clase, porque por aquel entonces las funciones que el director musical hoy ejerce en un espectáculo operístico corrían a cargo de dos personas distintas: una que preparaba y concertaba la compañía de canto y otra que dirigía la orquesta.
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