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Resumen de Teun Hocks o la melancolía del virtuoso

Luis Francisco Pérez

  • Quizá sólo sería auténtico el arte que se hubiera liberado de la idea misma de autenticidad, del ser así y no de otra manera¿ Theodor W. Adorno, Filosofía de la nueva música ¿De una figura también se dice que es una imagen. Y también de una imagen se podría decir que es una figura, pero ninguna de las dos es una igualdad. Y precisamente porque pertenece a un mundo ordenado no según la igualdad, sino según la figuralidad, se puede explicar la fuerza de sustitución, el efecto imponente, de imitaciones oscuras y poco semejantes...¿ Robert Musil, El hombre sin atributos Probablemente no sería en exceso complicado arribar a un aceptable consenso en lo que se refiere a la ¿voluntad narrativa¿, de tan presente y optimizada como se encuentra en el momento actual, de las prácticas artísticas contemporáneas ¿y el decidido entrecomillado con que hemos querido enunciarlo bien serviría para significar su ambición descriptiva, su briosa inmersión en una narratología feraz de los hechos y las cosas. Si bien más que voluntad sería más correcto y oportuno hablar de necesidad, toda vez que su razón de ser y desarrollo quizá no esté tan unido, como en una primera impresión bien pudiera parecer, a una querencia de vocación y perfil modal y estilístico, que también y ello es contingentemente innegable, como al hecho más que posible, diríamos casi obligatorio, que esa misma voluntad o necesidad vendría significada por los propios rasgos epocales, propios de la obsesiva utilización de la experiencia existencial, casi siempre en su vertiente más privada o doméstica, del sujeto contemporáneo.

    Si estamos dispuestos a aceptar esta premisa, a medias entre el estilo y la época, de que ya todo es simbología narrativa, y con ello la confirmación de lo que al respecto opinaba Benjamin, toda vez que lo que revela el símbolo es ¿la transfiguración de la naturaleza en la luz de la redención¿, y consiguientemente el progresivo deslizamiento de todas las jerarquías privadas, íntimas o domésticas, hacía una ¿forma de Verdad¿ que se caracteriza esencialmente por estar desposeída de cualquier atributo esencialista. La Verdad contemporánea, la ¿verdad artística¿, para entendernos, posee los rasgos de una naturaleza laica, voluble y manipuladora, pero ya, definitivamente, es la única Naturaleza en la que, aún fatigosamente, podemos utilizar como espejo para nuestra propia contemplación.

    Teun Hocks (Leiden, Países Bajos, 1947) es un artista que utiliza la fotografía como medio para retratarse a sí mismo en cientos de acciones y situaciones diferentes (él como otro múltiple), después de haber pintado (trabajado, maniobrado, alterado, manipulado) el apropiado decorado, o la necesaria ambientación narrativa necesaria para crear la atmósfera oportuna que se acomode a lo que se pretende narrar, y desde la cual Hocks se situará a sí mismo como único actor de una comedia de costumbres. Un personaje en busca de autor, pirandellianamente, en la medida que ese único personaje (Hocks que no es Hocks) lo único que realmente posee es el saberse autor de sí mismo. O bien expresado de otra manera, Hocks crea, desarrolla y estimula, un anónimo personaje que, en todas y cada una de sus obras, se presenta como si estuviera esperando, no a Godot, pero sí Hocks, esperando a Hocks.

    Es esta una obra (admirable, brutal, magnífica: es importante, en según qué casos, efectuar, lo más rápidamente posible, una declaración afirmativa de las intenciones que perseguimos) donde está presente una cualidad consustancial a gran parte de la literatura europea, si bien más acusada o mejor definida en la literatura del norte del continente, especialmente en Alemania, que se conoce como Bildungroman, o novela de formación, en la cual el protagonista del relato, casi siempre un adolescente masculino, traza con su peripecia vital la estructura existencial tanto de su propio recorrido humano como de la sociedad en la que se desarrolla esa formación, o educación, a la vez que quedan reflejadas las formas y costumbres inherentes a ella. El ejemplo clásico de Bildungroman es, por supuesto, el maravilloso relato de Goethe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, pero más cercano a nosotros, y desde luego mucho más próximo al mundo cultural de Teun Hocks, es otro no menos extraordinario ejemplo de Bildungrroman, que sería la magnífica novela del escritor belga en lengua neerlandesa Hugo Claus, La pena de Bélgica, y que para quien esto escribe es su obra maestra. Pues bien, toda la obra de Teun Hocks es un maravilloso ejemplo de una novela de formación otra, de un Bildungsroman secuenciado a través de una admirable sucesión de fotografías o imágenes, sería más correcto decir, cada una de ellas singularizada como si fuera un capítulo autónomo, equipado o dotado de su propia ¿aventura¿, de un relato mayor, y donde el único protagonista de esta trama solitaria es el propio artista, Teun Hocks. Pero no todo es tan fácil como, ingenuamente, así parece ser. De hecho, nada en la obra de Hocks es lo que parece.

    En primera instancia, el problema de la pura visibilidad, o el ¿dilema de lo visible¿, o mejor, ya entrando en sustancia, los límites de la percepción. Estas son algunas de las principales interrogantes que nos plantea la (aparentemente) feliz contemplación de la obra de Teun Hocks. Pero de entrada, es necesario hacer un pequeño rodeo hasta llegar a la médula central de la obra del fotógrafo holandés. De entre las muchas auto-inmolaciones que en su vertiente estética la Modernidad ¿más que ese grito compulsivo sin tiempo ni memoria que es la Vanguardia- se ha infligido a sí misma con el ánimo tan inteligente como cínico de ¿desaparecer en la Presencia¿, no es la menos importante aquella que circunscribe la realidad de sus conquistas artísticas a una continua y circular puesta a prueba de los dispositivos de percepción; o expresado de manera diversa e igual enunciado: la eterna renovación sistemática de lo que podríamos llamar ¿los derechos naturales de la mirada¿ a un perpetuo entusiasmo y estimulación. Una cierta felicidad de la mirada, sí, pero en cualquier caso no habría que confundir con lo que bien pudiéramos definir como ¿cansancio de la factualidad artística¿, o agotamiento de las alternativas estéticas. La mirada exige un territorio reproductor de acontecimientos, tanto da que sea un desierto o la jungla de la ciudad moderna, o al menos un espacio desde el cual ella misma (la mirada) pueda provocar los dispositivos necesarios que, posteriormente, otorgará a la especulación crítica su carta de naturaleza. Así entonces, qué tenemos, ¿una pura visibilidad sin más honor que la magnificencia de su noble atributo? No, no es eso lo que queremos o pretendemos decir, pero sí una pura visualidad que sin ella no existiría ni el estremecimiento sensual ante la belleza, ni el ofendido rechazo ante el horror. Una visualidad, en definitiva, que gracias a la virginidad de su a priori, prepara el terreno para que la Modernidad siga vigente a través de sus múltiples estrategias de supervivencia. Una de esas estrategias, y no la menos baladí desde luego: la capacidad renovada del asombro ante lo que sin ser ¿nuevo¿ (porque no puede serlo) se nos aparezca ante nuestra mirada como tal.


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