Una joven es secuestrada a punta de navaja, sufre una violación múltiple y es asesinada con ensañamiento, atropellada repetidas veces y quemada viva. Hay varios menores de edad sentados en el banquillo, detenidos anteriormente más de setecientas veces. En la sociedad reina la sensación de injusticia, de indefensión de la víctima e impunidad y derechos inviolables del delincuente. Está claro que algo falla.
Parece lógico que al ciudadano le urja más defenderse que prevenir o educar, no sea que le vuelvan a atracar, violar o asesinar. Se solicita el endurecimiento de las penas y el castigo ejemplar. Pero esta medida, si es la única que se adopta, equivale a algo así como tener fiebre y limitarse a ocultarla tomando antipiréticos, sin realizar diagnóstico previo alguno.
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