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Resumen de La lesbiana en "El segundo sexo": un universalismo sin universalidad

Marie-Jo Bonnet

  • "Soy consciente de que me enfrento a un gran tabú al tratar el capítulo de "La Lesbienne" ("La lesbiana") en Le Deuxième Sexe (El segundo sexo). De entrada, tabú en la obra biográfica de Simone de Beauvoir, ya que ella nunca aborda el aspecto carnal de sus relaciones con las mujeres, a pesar de un proyecto literario movido por la voluntad de decirlo todo y de ser sincera. Después, tabú en "la familia", en su círculo de amigos y para con sus admiradores. La publicación de las Mémoires d'une Jeune fille dérangée (Memorias de una joven trastornada) por Bianca Lamblin (1993) estuvo rodeada de un silencio piadoso, aunque los hechos no se hayan desmentido. Por lo tanto, lo que cuenta Bianca Lamblin es cierto, pero aparentemente molesto, ya que se sabía en su entorno inmediato que "El Castor" era bisexual.

    Tabú, por último, para las feministas, para quienes el tema de las relaciones entre el amor por su propio sexo y la igualdad política entre los sexos siempre es espinoso; es lo menos que podemos decir (Bonnet: 1998a, 85). Pero cincuenta años después de la publicación de Le Deuxième Sexe, no podemos seguir aparentando ignorar que Simone de Beauvoir era bisexual. El Journal de guerre (Diario de guerra) y las Lettres à Sartre (Cartas a Sartre), publicadas en 1990 por Sylvie Le Bon, son especialmente explícitos. Con fecha de 11 de diciembre de 1939, Beauvoir escribe a Sartre, hablando de Bianca Lamblin, que aparece en esas cartas con el pseudónimo de Védrine:

    Nos hemos abrazado apasionadamente y, a decir verdad, le he cogido cierto gusto a esas relaciones" (Beauvoir: 1990a, 344). Más tarde ella señala: "me hace gracia que me amen apasionadamente de esta manera femenina y orgánica dos personas: Védrine (...) y Sorokine" (Beauvoir: 1990a, 370).

    Sartre apenas se hace ilusiones porque el 23 de diciembre le responde lo siguiente: "Me divierte usted con su harem de mujeres. Le animo encarecidamente a querer mucho a su pequeña Sorokine, que es tan encantadora. Pero, dirá usted, habrá que sacrificarla al final de la guerra. Es usted una inocente, mi amor, porque una de dos: o usted no habrá tenido el interés suficiente y entonces, tal como es usted, acabe o no la guerra, la dejará caer como un escupitajo, que es usted una pequeña malvada. O sino, como se presente, se encariñará mucho de ella y entonces sé que es usted tan ávida como para quererla guardar de todos y contra todos. Sería completamente triste sacrificar ese corazoncito, pequeño y puro" (Beauvoir: 1983, 503)."


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