Cuando el cristianismo parecía haberse consolidado definitivamente en el imperio romano, imprevistas circunstancias ofrecieron en el año 360 una nueva alternativa de poder. Juliano el Apóstata empuñó las riendas del gobierno con un decidido propósito de restauración pagana. A pesar de sus protestas de ecuanimidad y de justicia, su peculiar concepto de libertad quedó bien patente en sus disposiciones sobre la enseñanza que en cierto modo estabilizó e intentó hacerla inaccesible a los maestros cristianos. La brevedad de su reinado (360-363) evitó las graves consecuencias que se hubieran seguido sin duda para el cristianismo del mal disimulado sectarismo de su legislación.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados