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El Museo del Prado: más allá de España

  • Autores: Miguel Falomir Faus
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 33, Nº 189, 2019, págs. 120-126
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • En un momento en que otros museos tienden a la homogeneización, su personalidad, asociación con España e historia otorgan al Prado un atractivo creciente en el mundo.

      Desde su fundación hace 200 años, el Museo del Prado ha tenido una deliberada dimensión internacional, como corresponde a una institución nacida en el siglo XIX, fuertemente marcado por el nacionalismo, cuando los Estados europeos se afirmaban no solo internamente, sino también midiéndose en el exterior. Fundado con la intención de vindicar y difundir los logros de la escuela española de pintura, fue un instrumento privilegiado en el afán de nuestro país por posicionarse entre las grandes naciones europeas en un siglo de menguante protagonismo político. Y un instrumento eficaz, pues apenas unas décadas después de su inauguración, el Museo del Prado se había convertido en uno de los principales reclamos para visitar el país y en una presencia constante en los relatos de los viajeros europeos, muchos de ellos reconocidos escritores (Théophile Gautier o Prosper Mérimée entre otros), unánimes en sus elogios a la pinacoteca.

      Dos factores contribuyeron en el extranjero a la temprana asimilación del Museo del Prado con España: su ubicación en Madrid, la capital, y que su principal atractivo fuera la cada vez más valorada pintura española. Esto último no sucedía, por ejemplo, con la National Gallery de Londres o los museos alemanes y austriacos, cuyas escuelas nacionales no suscitaban un entusiasmo similar. La contribución de nuestra pintura a la configuración de la imagen exterior de España fue, de hecho, capital, como atestiguan los espacios singulares que le dedicaron las principales pinacotecas europeas. Alcanzó su ápice en el quicio de los siglos XIX al XX, cuando Velázquez se encaramó a la cima del Parnaso pictórico y el Prado se convirtió en lugar de peregrinaje de artistas de vanguardia como Manet, Degas o Sargent, así como de intelectuales europeos y norteamericanos.

      Esta percepción se consolidó y propagó durante el primer tercio del siglo XX, un periodo de innovaciones y anhelos particularmente feliz, truncado de manera abrupta por la Guerra Civil. Esta marcó el momento más crítico en los 200 años de vida del museo, pero la misma tragedia atrajo la atención de la opinión pública mundial. El gobierno de la República fue muy consciente del valor cultural y el alcance simbólico del Prado (no en vano su presidente, Manuel Azaña, había afirmado que era más importante que la monarquía o la república), así como de las simpatías que podía suscitar para su causa, no solo en España sino también en el extranjero. Ello explica medidas como la discutida evacuación de las obras, primero a Valencia y Cataluña y finalmente a Suiza, que más allá de su pertinencia en términos de conservación, poseía una dimensión simbólica e incluso de legitimación del gobierno a través de la cercanía a las obras del Prado, o el nombramiento de Pablo Picasso como director honorario del museo, decisión de gran eco mundial. Concluida la contienda, el gobierno de Franco extrajo también rédito de la salida de las obras con la famosa exposición en el Musée d’Art et d’Histoire de Ginebra (Chefs-d’oeuvre du Musée du Prado), que conoció un éxito extraordinario, con más de 400.000 visitantes.

      El Museo del Prado siguió siendo fundamental en la política de prestigio del franquismo, sobre todo en sus comienzos. Fue instrumental en la recuperación de importantes obras maestras conservadas hasta entonces en Francia y entregadas por el gobierno de Vichy a cambio de pinturas de sus colecciones. En un país aislado del mundo, sirvió de escaparate del régimen para los escasos mandatarios extranjeros que lo visitaron. El Prado se benefició en décadas posteriores de la progresiva incorporación del país a foros internacionales, perceptible en un incremento gradual del número de visitantes, pero desempeñando un papel más bien pasivo y sin esforzarse demasiado por atraerlos o publicitar su imagen en el exterior.

      El tránsito de la dictadura a la democracia en España discurrió en paralelo a una revolución en el mundo de los museos. Hasta entonces venerables instituciones culturales, se convirtieron también en destinos turísticos de unas masas que acudían atraídas por el fenómeno de las blockbuster exhibitions. El resultado fue un novedoso protagonismo mediático y social del museo, convertido en la catedral laica de finales del siglo XX y principios del XXI, idea que pronto sancionarían impresionantes proyectos arquitectónicos. El Museo del Prado participó de todas las vertientes de este fenómeno con ­desigual fortuna y con las peculiaridades propias de nuestro país…


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