Las desmedidas razones de las ciencias para crear en un mundo dirigido hacia el progreso produjeron como efecto un menosprecio casi total de todo aquello que estuviera relacionado con la imaginación y sus producciones de carácter mítico y utópico. Sin embargo la humanidad ha seguido reproduciendo mitos y utopías.
En este final de siglo con la ruptura del optimismo racionalista, así como con la caída de los grandes sistemas ideológicos, obnubilados por el cientificismo, comienza de nuevo a valorarse la función de la imaginación y a construirse un pensamiento postilustrado sobre el papel de la religión el arte y, en general, de la comunicación simbólica.
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