La escrupulosa y pormenorizada organización de la trashumancia realizada por ganaderos y pastores, donde se cuidaba al detalle la distribución de la carga en las bestias hateras, el número de mastines necesarios, los comestibles o el reparto de los rebaños, no garantizaba el éxito. Muchos iban a ser los problemas y obstáculos a superar en los pastizales, pero lo más importantes los encontraban en las cañadas y caminos durante los desplazamientos largos y cortos. Eran imposibles de prever y rompían la rutina cotidiana de los días de la trashumancia. Entre los principales estaban los ataques de lobos y alimañas, las roturaciones ilegales, la negación de la libertad de tránsito y los impuestos fraudulentos. Los mesteños ya no estaban protegidos por los privilegios de la Cabaña Real en los itinerarios trashumantes, y ni tan siquiera en los pequeños ramales entre dehesas, y afrontaban peligros, agresiones, arbitrariedades y abusos de labradores, concejos, pastores locales o justicias todos los días, lo que conllevaba muerte de animales, grandes gastos, pleitos y, en última instancia, el abandono de la trashumancia.
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