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Resumen de La política exterior tras la muerte de Fidel Castro

Carlos Daniel Malamud Rikles

  • Las expectativas de apertura surgidas en 2014 se han diluido por el inmovilismo de Raúl Castro y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

    Las negociaciones entre Barack Obama y Raúl Castro en 2014 parecieron abrir una nueva era en la política exterior cubana. Todo indicaba que uno de los objetivos codiciados desde hacía tiempo por la diplomacia castrista, el fin del embargo, estaba mucho más cerca de concretarse que nunca antes. El diálogo cubano-estadounidense, secreto primero, no tan secreto después, mostró que con determinación política se podían resolver algunas cuestiones de fondo, muchas convertidas durante décadas en temas centrales de la vida cotidiana de los cubanos. Sin embargo, las grandes expectativas duraron poco tiempo y la dura realidad se impuso en uno y otro campo.

    Desde el mismo momento de su implantación, la idea del "bloqueo", versión isleña del embargo impulsado por Estados Unidos, dominó el discurso antiimperialista oficial. La conclusión era inmediata. Si Cuba no podía encontrarse con su destino, si Cuba no podía desarrollar todas sus potencialidades, se debía fundamentalmente a la maldad intrínseca de Washington, decidido a toda costa no solo a eliminar físicamente a Fidel Castro, sino también a acabar de una vez y para siempre con el experimento socialista que tenía lugar a pocos kilómetros de Florida.

    En la nueva coyuntura, iniciada a partir de la determinación de Obama y de Raúl Castro, la negociación con el departamento de Estado tenía un límite claro, la negativa del Congreso de EEUU, dominado en ambas Cámaras por los republicanos, a levantar el embargo. En este punto la diplomacia cubana cometió un error garrafal al no dar los pasos necesarios para impulsar aquellas reformas políticas y económicas clave para que Obama tuviera los argumentos suficientes si se decidía a acudir al Congreso para levantar el embargo.

    En su determinación por hacer las cosas de una cierta manera, las autoridades cubanas partían de un doble supuesto. El levantamiento de las medidas en su contra era responsabilidad única de EEUU, que fue el que las puso en marcha. Por tanto, el gobierno cubano no tenía ni podía hacer nada al respecto. Las peticiones de los senadores estadounidenses de que se garantizaran los derechos humanos y se iniciara una profunda reforma política fueron respondidas con un clamoroso silencio desde las más altas instancias gubernamentales en La Habana. El segundo supuesto interpretaba que las reformas económicas de Obama relativas a Cuba - mucho más profundas que las concretadas por Raúl Castro, que atravesaban una fase de parálisis importante, cuando no de claro retroceso - podían amenazar los fundamentos de la revolución.

    De hecho, la visita de Obama a Cuba en marzo de 2016 afloró las contradicciones con que el régimen cubano vivía el acercamiento a su mortal enemigo. En esa ocasión, las apariciones públicas de Obama y su contacto directo o a través de los medios de comunicación se reglamentaron al máximo, intentando controlar, en la medida de lo posible, su impacto político y social. Pese a otras señales de apertura, como el desfile de moda de Chanel a cargo de Karl Lagerfeld, una parte importante de la cúpula del régimen se negó a seguir transitando un camino visto con bastante recelo.

    Buena prueba de ello eran las continuas "Reflexiones" de Fidel Castro, pese a estar apartado de la primera línea del ejercicio cotidiano del poder. En este tiempo Fidel Castro se había convertido en el guardián de la ortodoxia y de las esencias revolucionarias. De hecho, su posición antirreformista, relativamente encubierta, mostraba las pulsiones más conservadoras de la política cubana ...


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