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Barcelona, renovar la mediterraneidad

  • Autores: Pol Morillas i Bassedas, Eduard Soler i Lecha
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 31, Nº 180, 2017, págs. 106-111
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • POCAS ciudades hay que se asocien tan directamente a una prioridad política como Barcelona con el Mediterráneo. Esto es así porque Barcelona desempeñó un papel esencial en el lanzamiento y consolidación del partneriado euromediterráneo. Pero también porque desde hace décadas en esta ciudad han florecido todo tipo de iniciativas que tenían como objetivo fortalecer y diversificar los lazos entre ambas orillas del Mediterráneo.

      Hay, cómo no, un momento clave. Lo que en inglés llamarían a critical juncture, pero que en este caso adquiere una dimensión de momento fundacional. Hace más de 20 años, en Barcelona se concretó la idea que algunos pioneros habían lanzado de establecer un partenariado entre los países de la Unión Europea y los socios del Sur y el Este del Mediterráneo. Era un momento especial. Había terminado la guerra fría y se temía que tras desmantelar el telón de acero, se erigieran otros muros, esta vez en el Sur. También había esperanza y anhelo de paz, especialmente tras la firma de los Acuerdos de Oslo. ¿Si la paz entre Israel y los palestinos era posible, por qué no acompañarla de una dinámica de colaboración más amplia? Europa tenía ambición, y el Mediterráneo era una de sus prioridades.

      En aquel momento confluían distintas narrativas. El Mediterráneo se presentaba como un foco de amenazas, reales o potenciales. Pero también como un reto, una oportunidad y una responsabilidad compartida. Además, la manera de afrontar el Mediterráneo reflejaba la definición que Europa quería tener de sí misma: la de un modelo de integración regional que otros podían replicar, basado en principios de apertura y buena gobernanza.

      La propia idea de pensar en clave mediterránea es parte de lo que podríamos llamar el acquis de Barcelona. Hay muchas formas de pensar nuestras relaciones con el Sur y cada una de ellas tiene una connotación propia. La lógica mediterránea trata de intensificar el diálogo y la colaboración en un espacio compartido. Desde esta lógica, Europa no es un actor externo a la región sino parte de ella. Es normal que una idea así arraigase en Barcelona. Una ciudad que se reivindica a sí misma como capital mediterránea y que prefiere verse en el centro de un espacio mediterráneo que en la periferia europea o en una línea de falla geopolítica.

      Desde un buen inicio, Mediterráneo fue sinónimo de partenariado (asociación). Es decir, no se trataba de diseñar políticas y hacer ofertas de colaboración a nuestros vecinos, sino de dialogar con ellos en un plano de igualdad y pensar juntos cuáles deberían ser las prioridades y las acciones a poner en marcha. Un partenariado que, además, era transversal y comprehensivo. Que no se contentaba con abordar un solo tema sino que ponía en relación la agenda política y de seguridad, con la económica y social. Es así como se marcaron unos objetivos que, tristemente, siguen sin haberse alcanzado: hacer del Mediterráneo un espacio de paz y seguridad, prosperidad compartida e intercambio cultural.

      Otra idea que se asocia con Barcelona es la de la inclusión. Este partenariado se diseñó como un marco de colaboración entre Estados, pero que abría espacios de interlocución e influencia a actores locales y regionales, al sector privado y, sobre todo, a la sociedad civil. En este sentido, hay que señalar el papel pionero que tuvo el Institut Català de la Mediterranía, luego reconvertido en Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) convocando el primer Foro Civil Euro-Mediterráneo. En paralelo surgieron otras iniciativas como la Conferencia Alternativa Mediterránea, precedente del Foro Social Mediterráneo, que facilitó el trabajo en red entre movimientos sociales de todo tipo.

      ¿Es casual que todo esto surgiera en Barcelona? Creemos que no. La fuerte implicación del tejido político, económico y social barcelonés fue esencial. Pero también lo fueron las alianzas en Madrid y en Bruselas.

      Sin embargo, el espíritu original se topó de bruces con una realidad cada vez más complicada. Resurgía la dinámica del conflicto en Oriente Próximo. Europa y algunos Estados miembros tenían otras muchas prioridades. Y las medidas y acciones que se proponían en el marco euromediterráneo se demostraban insuficientes para cambiar la situación.

      Tras la euforia y optimismo inicial, empezó una fase de resaca, de fatiga. Surgieron otras iniciativas como la la Política Europea de Vecindad (PEV) que diluyeron el espíritu inicial de Barcelona. Es en este contexto cuando del entusiasmo se pasa a una dinámica defensiva. Hay que salvar el enfoque mediterráneo. No puede tirarse por los suelos lo que tanto costó construir. Pero para hacerlo no basta con reivindicar los orígenes, hay que abordar nuevos retos y hacerlo de formas distintas ...


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