Nuestra sociedad es litigiosa. Reclama soluciones a conflictos que se gestan de manera generalizada y constante. Esa incontrovertible verdad no tiene razón de acarrear automáticamente connotaciones negativas. Al contrario, un alto índice de litigiosidad, de problemas y escollos surgidos en el curso de las relaciones jurídico-económicas canalizados y ventilados de forma reglada y racional, puede demostrar también madurez en la sociedad en cuyo seno se producen.
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