La crisis económica y social ha debilitado el proyecto europeo, porque las consecuencias de la misma no se han visto compensadas con acciones políticas claras para contrarrestarlas, tampoco en el plano fiscal. Europa y sus instituciones supranacionales han quedado indeleblemente vinculadas con el origen de la crisis, con la mala gestión de sus consecuencias y en ningún caso con la búsqueda de soluciones acertadas que prioricen la minimización de sus consecuencias sociales. El relato de que en Europa la crisis habría sido mucho peor carece de la potencia suficiente como para compensar los estragos que sobre el proyecto europeo ha generado la dominante sensación negativa.
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