Si 2011 inauguró ciclo político en el mundo árabe y el 2012 evidenció que ningún proceso abierto sería fácil,fue en 2013 cuando muchos empezaron a cuestionarse realmente si la primavera árabe había valido la pena. La intensidad del conflicto en Siria, la rivalidad entre potencias regionales, el riesgo de involución en Egipto y la inseguridad creciente en el Norte de África han invitado al pesimismo. Sólo la deriva constructiva e inclusiva de la transición tunecina ha puesto el contrapunto a este sombrío panorama.
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