Los monasterios femeninos medievales constituyeron, ya desde que vieron la luz en los comienzos del cristianismo, un espacio de vida singular. Gracias a los conocimientos de latín, necesarios para poder llevar a cabo las tareas litúrgicas, las religiosas tuvieron acceso a la tradición culta del Medievo europeo. Dado que las mujeres no eran admitidas en las instituciones educativas públicas, tales como escuelas de latín y universidades, las propias monjas asumieron el papel de educar y formar a las nuevas generaciones de religiosas. Sin embargo, los diversos campos de conocimiento de los conventos femeninos no se limitaban a los conocimientos teológicos, litúrgicos y literarios, sino que abarcaban también amplios saberes de tipo administrativo y jurídico. Estos saberes (como saberes ligados a la escritura) estaban adaptados a las exigencias particulares de la administración, desde la clausura, de la familia monástica y de la economía del convento. Podemos encontrar manifestaciones de los mencionados ámbitos de conocimiento en la estructura de las bibliotecas monásticas, pero también en la documentación administrativa de sus archivos.
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