El presente artículo estudia un fenómeno poco explorado por la historiografía de la Gran Guerra: la organización de bibliotecas y servicios de lectura para prisioneros. Se parte del problema que supuso para los países beligerantes la atención a un número de cautivos sin precedentes. Su auxilio mediante el suministro de libros evidenció un perfil de combatiente distinto al de conflictos anteriores: en su mayoría, hombres alfabetizados y familiarizados con la lectura. Se describe el tejido institucional que intervino en la selección y envío del material, así como las vicisitudes y obstáculos que se debieron superar para distribuirlo en los campos de internamiento. Destacan tres tipologías de obras: religiosas, textos instructivos y prensa. Se valora la significación que tuvieron entre los prisioneros. En la elaboración del artículo se han consultado fuentes bibliográficas, hemerográficas y archivísticas.
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