Dice que su mesa es caótica. Que no hace grandes cuadros sinópticos o árboles genealógicos de sus personajes. Que tiene miedo a que un día dejen de ocurrírsele argumentos para escribir. Traducida a una treintena de idiomas, con millones de ejemplares vendidos, hará la primera presentación de su nuevo libro en San Petersburgo, uno de los escenarios en los que transcurre. Anda seis kilómetros diarios y hace yoga. Ya pergeña su próxima novela.
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