La unificación alemana ha causado cierta preucupación en los círculos europeos y occidentales en general. Esa inquietud se derivaría no sólo del hecho de tratarse de la economía más sólida de la Comunidad Europea, sino de la recuperación de su condición de potencia hegemónica en la Europa Central luego del derrumbe de los regímenes del llamado socialismo real. Sin embargo, por lo menos en corto plazo, Alemania parece orientada entres direcciones irreversibles: el compromiso con los valores e instituciones democráticas, la consolidación del proyecto comunitario y la apuesta atlantista, de cara al papel de Estados Unidos en Europa1.
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