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Epílogo: competitividad, el debate necesario

  • Autores: Enrique Fanjul Martín
  • Localización: Economía exterior: estudios de la revista Política Exterior sobre la internacionalización de la economía española, ISSN 1137-4772, Nº. 50, 2009, págs. 148-151
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Hace cerca de 15 años empecé a colaborar con Política Exterior, sin duda la revista más importante que se edita en lengua castellana sobre cuestiones internacionales. En una primera etapa colaboré en la publicación de unos suplementos en la revista que trataban temas de internacionalización de la empresa y la economía. Con el paso del tiempo surgió Economía Exterior, de la que fui co-editor, junto con Darío Valcárcel, durante sus primeros años de vida. La revista cumple ahora 50 números. Para mí es un motivo de profunda satisfacción colaborar en este número tan significado. Economía Exterior se ha consolidado como una publicación de referencia sobre temas de internacionalización, y le deseo los mayores éxitos, que seguro obtendrá, en sus próximos 50 números.

      La internacionalización de la empresa española ha dado un salto gigantesco en los últimos 10-15 años. Sin entrar en cifras sobre el crecimiento de las exportaciones o de las inversiones exteriores, hay dos hechos que en mi opinión marcan de forma determinante esta transformación.

      En primer lugar, la emergencia de las grandes multinacionales españolas. Hace un par de décadas, los que trabajábamos en temas de internacionalización (bien en la empresa, bien en la Administración) nos "quejábamos" regularmente de que no había grandes empresas españolas en los mercados internacionales, de que no había marcas españolas conocidas, que tuvieran un reconocimiento mundial. La inexistencia de grandes empresas era un elemento que condicionaba y establecía las limitadas fronteras de la presencia global de la economía y la empresa española.

      Hoy en día, el panorama es completamente distinto. Una docena de empresas españolas aparecen en el ranking global del Fortune 500. Los dos grandes bancos españoles se han situado entre los primeros bancos del mundo en tamaño y han brillado de manera especial en los actuales tiempos de crisis por su capacidad para resistir las turbulencias financieras, colocándose en posiciones de liderazgo mundial en cifra de beneficios. El Banco Santander ha sido en 2008 el primer banco occidental en cifra de beneficios (sólo superado a nivel mundial por dos bancos chinos).

      En otro sector de actividad de creciente importancia en la economía mundial, los proyectos en régimen de PPP (del inglés Public-Private Partnership), las empresas españolas ocupan también una posición de liderazgo mundial, y construyen y desarrollan autopistas, hospitales o parques eólicos en numerosos países, desde Canadá a Australia.

      El segundo gran rasgo que marca ese gran salto en la internacionalización de la empresa española es el proceso de diversificación geográfica que se ha producido. En los últimos años España ha estado normalmente entre los diez primeros inversores en el extranjero a nivel mundial.

      En los pasados años noventa, el grueso de la inversión exterior española se dirigía a países en vías de desarrollo, en especial a Latinoamérica. En la presente década, sin embargo, la inversión española se ha dirigido de manera muy mayoritaria a países desarrollados de la OCDE, en especial de la Unión Europea (con un crecimiento muy significativo en los últimos tres o cuatro años de la inversión en Estados Unidos).

      En 1993 un 69% de la inversión exterior española se dirigió a países en vías de desarrollo, por sólo un 31% a países desarrollados de la OCDE. En 2006 y 2007, por el contrario, un 95% de la inversión española tuvo como destino países desarrollados de la OCDE.1 ¿Cabe pensar que esta tendencia continuará en el futuro, que la empresa española continuará avanzando, progresando, en su proceso de internacionalización? Existen ciertamente motivos de preocupación a este respecto.

      Varios importantes informes sobre competitividad que han sido publicados en septiembre de 2009 han confirmado lo que diversos observadores y analistas vienen señalando desde hace algún tiempo: el deterioro de la competitividad internacional de la economía española.

      El Indice Global de Competitividad del World Economic Forum (WEF) es probablemente el estudio comparativo de competitividad más conocido a nivel internacional. Su última edición (2009-2010) ha situado a España en el puesto 33, con una pérdida de cuatro puestos respecto a la anterior edición (2008-2009). El informe del WEF destaca el fuerte deterioro de la estabilidad macroeconómica, en especial por el crecimiento del déficit público, y la falta de flexibilidad del mercado de trabajo.

      Otro de los informes más relevantes a nivel internacional sobre temas de competitividad es el Doing Business que elabora el Banco Mundial, y que analiza las condiciones para el desarrollo de los negocios en 183 países del mundo. En su última edición, también publicada en septiembre de 2009, España aparece en el puesto 62 del ranking mundial que establece el estudio. No es un puesto muy bueno pero, además, representa una pérdida de 11 puestos en relación con la edición del año anterior. El aspecto laboral también recibe una valoración muy negativa en el estudio del Banco Mundial (que en este aspecto sitúa a España en el puesto 157 mundial).

      Por último, en el ranking de competitividad en tecnologías de la información publicado por el Economist Intelligence Unit España se encuentra en el puesto 25 y, lo que es más relevante, con una pérdida de dos puestos en relación con el ranking de 2008.

      Si la posición de competitividad empeorara en algún estudio, probablemente no habría motivos de preocupación. Pero son demasiadas coincidencias, en informes importantes que, además, son los más seguidos por los agentes económicos del mundo, que los toman en cuenta para sus decisiones estratégicas de inversión y negocios.

      Los tiempos actuales están marcados por las urgencias de la crisis económica, que ha golpeado a España con gran dureza. Sin embargo, la crisis no debe impedir que se detecten, y se afronten, los problemas de competitividad.

      Los mercados internacionales están cambiando con rapidez, y exigen respuestas rápidas de los agentes económicos. Cada vez es más evidente que las economías emergentes como India o China están planteando una competencia que va más allá de la tradicional competencia de bienes intensivos en mano de obra y tecnología baja o intermedia. De forma acelerada estamos viendo cómo las empresas chinas e indias están compitiendo agresivamente, y con éxito, en sectores de alta tecnología, y éste es un fenómeno que irá a más con el tiempo.

      Las empresas españolas, como las empresas de otros países industrializados, están obligadas a buscar sus nichos de competitividad en sectores de tecnología avanzada y, dentro de éstos, en los segmentos del proceso productivo de mayor valor añadido, como diseño, investigación, etc. Hoy más que nunca parece imprescindible que la economía y las empresas españolas tomen las medidas para dirigirse hacia esos sectores y fases del proceso productivo de alto valor añadido, si queremos que la sociedad española continúe avanzando por una senda de prosperidad y no se vea relegada a una posición de mediocridad en la economía internacional.

      Ahora bien, la competitividad exterior de una economía está determinada, de forma fundamental, por factores domésticos: el sistema regulador, la flexibilidad del marco de los negocios, la regulación del mercado de trabajo, la política de I+D, la adecuación del sistema educativo a las necesidades del sistema productivo. Todos estos elementos son claves cara a la capacidad de reacción de las empresas ante las nuevas condiciones, y los nuevos competidores, en los mercados internacionales.

      En el caso de España, las deficiencias del sistema educativo deberían ser un elemento de especial preocupación, pero no parece que los agentes sociales le presten la importancia que se merecen. El informe del World Economic Forum, que analiza con gran desagregación los diferentes aspectos que configuran la competitividad, ofrece a este respecto unos datos muy claros. En "calidad de la educación primaria" España se sitúa en el puesto 72 mundial. En el mismo puesto 72 se sitúa en "gasto en educación primaria". (Recordemos que a nivel general España se coloca en el puesto 33 del ranking mundial de competitividad). La posición en "calidad del sistema educativo" es la 78, y la 99 en "calidad de la educación científica y matemática".

      Nuevamente se trata de datos que no son aislados, sino que son consistentes con los de otros estudios e indicadores (por ejemplo, los que muestran el alto nivel de fracaso escolar en el sistema educativo español, muy superior a la media europea).

      La competitividad exterior no es algo "independiente" del resto de la sociedad y de la economía, sino una prolongación, una consecuencia, del estado general de la economía y la sociedad. Las estrategias para mejorar la competitividad internacional están pues íntimamente relacionadas con las "reformas estructurales" que sería preciso llevar a cabo en la economía española, y que son mencionadas en los tiempos actuales con tanta frecuencia por organismos internacionales, centros de investigación, economistas.

      Resulta llamativa a este respecto la resistencia que se percibe en ciertas instancias de la sociedad a que se abra un debate sobre algunas de estas reformas.

      Hay por lo menos tres grandes cuestiones sobre las que se ha planteado con claridad la necesidad de discutir y estudiar reformas: la energía, y en particular el papel de la energía nuclear; el marco laboral (caracterizado por una dualidad extrema, entre los trabajadores con contrato fijo y los contratados temporalmente, una dualidad que es la responsable de que el desempleo se dispare con tanta intensidad en épocas de desaceleración); y el sistema de pensiones (cuyo equilibrio a largo plazo es cuestionado por numerosos expertos).

      Son muchos los que defienden la energía nuclear, por sus menores costes, su mayor adecuación a la lucha contra el cambio climático, etc., y han pedido por ello que se abra un debate sobre su papel. Sin embargo, lo sorprendente, lo llamativo, es la postura que se niega a que se plantee este debate. Análogamente, desde estas posturas cerradas a la discusión se dice que el sistema de pensiones está asegurado, porque sí, y el marco laboral no se toca ni se discute, también porque sí. La simple idea de plantear la necesidad de reformas del marco laboral es descalificada con el argumento de que lo que se pretende es introducir el despido libre...

      Negarse a afrontar y discutir los problemas no parece intelectualmente la actitud más adecuada para que una sociedad corrija sus deficiencias y progrese. La empresa española ha protagonizado un notable avance en su proceso de internacionalización en los últimos años. Pero la continuidad de este proceso en el futuro se ve seriamente amenazada. Y la primera amenaza radica en la negativa a discutir y debatir los problemas.


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