Los profesionales de la orientación deben contar con unas competencias básicas personales que ayuden a definir el valor diferencial de este perfil. Un buen orientador sabrá desenvolverse con éxito en el contexto escolar, cumplirá funciones específicas de su ámbito, como la evaluación psicopedagógica o la emisión de dictámenes de escolarización y conocerá los entresijos del sistema educativo para dar respuesta al colectivo docente.
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