La muralla baezana, potenciada y desarrollada por los musulmanes, sufre a lo largo de los siglos un proceo de desgaste y deterioro desde el momento mismo de la anexión de la ciudad de Baeza a la Corona de Castilla con Fernando III, en 1227. Destruida y vuelta a levantar en repetidas ocasiones, dado el clima de guerra continua que se vivía en aquellos siglos, se convierte en el elemento identificativo de la Ciudad tras perder efectividad defensiva, ya en tiempos de paz.
Aunque respetó el trazado musulmán, con ocho siglos de vida desde aquella fecha, es obvio que se trata de una obra cristiana, como demuestran los documentos.
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