Desde los años 80 del siglo XIX, y en una fase de claro desarrollo capitalista, la necesidad de una mano de obra industrial disciplinada y sujeta a ritmos de trabajo intensivo se hizo acuciosa. El artículo describe el discurso patronal de hostilidad hacia la "pereza" de una mano de obra hasta entonces considerada modélica; así como la retórica lanzada contra los ciclos festivos y los hábitos culturales propios de una sociedad tradicional, practicados por un obrero minero mixto que era tanto trabajador industrial cuanto campesino, y a los que la óptica empresarial responsabilizaba de unos altos niveles de absentismo e indisciplina laboral
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