En el siglo XVI la vida laboral de los oficios artesanos se encontraba en muchas ocasiones regulada de una manera estricta por unas ordenanzas que controlaban el proceso de producción, los precios y la calidad de los productos a través de los veedores. El gremio, a tenor de la opinión manifestada por Antonio Romeu de Armas, había pasado de poseer un carácter de obligatoriedad a finales de la Edad Media a convertirse en una institución cerrada, dado el enorme crecimiento en el número de individuos que ejercían un oficio.
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