La desinformación se ha convertido en la última década en un fenómeno a nivel global, dejándose notar sus efectos en ámbitos tan dispares como la política, la comunicación, la sanidad, la economía o la educación. El auge de la digitalización y las redes sociales -a través de estas vías cualquier usuario puede crear y difundir de manera masiva sus propios mensajes- han agravado esta problemática, a la que numerosos autores califican como una preocupante amenaza para la democracia y la libertad de expresión. Ante este contexto, cobra aún más importancia la labor periodística de la verificación de datos para paliar el flujo desinformativo, una tarea que exige cada vez más el manejo de herramientas y recursos digitales. La presente tesis tiene como objetivo, por una parte, determinar los rasgos definitorios de las fake news y cómo se difunden estos mensajes y, por otra, identificar las rutinas profesionales y el nivel de formación en materia de verificación de datos de los periodistas en España. Para ello, se optó por una metodología mixta y multidisciplinar, en la que se combinaba el análisis de contenido y la encuesta.
Entre otros, los resultados muestran que el texto es el formato predominante empleado para la construcción de las fake news, si bien los soportes audiovisuales -especialmente los vídeos- están experimentando un creciente protagonismo. Se demuestra que mayoritariamente los contenidos fraudulentos carecen de fuentes identificadas -fuentes anónimas-, aunque la inclusión de elementos audiovisuales sirve para paliar la pérdida de credibilidad que pudiera achacarse a esta circunstancia. Atendiendo a la categoría de los mensajes, priman los engaños, es decir, hechos de invención absoluta, los cuales tienen un propósito eminentemente ideológico y/o político. La diseminación de estos infundios se canaliza principalmente a través de X y Facebook, que constituyen, seguido de las aplicaciones de mensajería instantánea, los canales con una mayor presencia de fake news. Sobre las características lingüísticas del discurso no verídico, este se articula en torno a cuatro rasgos definidos: el empleo de una modalidad informativa como garante de la objetividad, la ausencia de testimonios o declaraciones, el uso de un lenguaje cotidiano sin presencia de tecnicismos o léxico especializado y la tendencia a personalizar el relato.
En cuanto a las rutinas profesionales de verificación, se aprecia que, aunque la mayoría de los periodistas ha aumentado sus esfuerzos de verificación, el grueso dedica un máximo de 30 minutos a esta labor, para la que recurren preponderantemente a las fuentes de carácter oficial y académica. Frente a esto, se constata que la tasa de utilización de herramientas digitales de verificación es baja y principalmente basada en recursos o aplicaciones generales y no especializados para la labor periodística. Las pruebas estadísticas arrojan un leve repunte entre los periodistas jóvenes y aquellos adscritos a plataformas de fact-checking, más familiarizados con las herramientas digitales de verificación. De manera casi unánime los encuestados apuntan hacia dos problemáticas que colisionan con la óptima labor periodística: la presencia de fuentes interesadas y la falta de tiempo/carga excesiva de trabajo. Finalmente, se infiere una carencia formativa general en materia de verificación, lo que no parece obstáculo para que la percepción de los periodistas sobre su capacitación para afrontar la labor de verificación sea más bien generosa. No obstante, los encuestados demandan más medidas a sus empresas para minimizar la incidencia de la desinformación y desearían participar en futuras acciones formativas, especialmente sobre herramientas digitales y técnicas específicas.
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