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Resumen de El eterno retorno de Odiseo

Adrian Maldonado Repetto

  • La Odisea es un texto extraño, quizás, el más inusual en la historia de la literatura occidental. El origen de esta extrañeza radica en no pocos factores, de los cuales privilegiar uno u otro termina por ser problemático, puesto que difícilmente el analista es capaz de juzgar de acuerdo a los preceptos de la sensibilidad micénico-griega. Más bien ocurre, con frecuencia, que sobreponemos las categorías propias de nuestra época (una determinada sensibilidad histórica) a un conjunto textual pretérito a manera de prejuicio (Gadamer 2002; 9, 20-21), que en principio no obedecería directamente a esa correlación entre discurso y sensibilidad. De este modo un texto como la Odisea no es tanto un entretejido sino más bien la sobreposición intertextual de escrituras y lecturas que se han realizado del retorno de Ulises.

    Retomando dicho enfoque para establecer una serie de distinciones, las preguntas a las que va intentar responder críticamente este enfoque suponen una serie de interrogantes. Primera cuestión de los mitos odiseicos de carácter homérico: cómo se relaciona el conjunto textual, en principio, con el modelo palaciego del anax, es decir, cuánto del pasado micénico arrastra el presente homérico y qué significa este. Segundo punto: la relación del texto con el circuito de intensidades propio de la religión y el pensamiento griego de la edad de oro. Tercera interrogante por tratarse: dada la sombra del pasado micénico, Odiseo parece encarnar engañosamente al hombre nuevo. En este sentido parecería que todo texto que adquiere cierto estatuto literario presenta en primera instancia un renacer de la sensibilidad pero siempre en función de elementos relativamente conocidos, que dan lugar a un efecto de hibridación y novedad. Cuarto punto: la necesaria síntesis entre la religión, el pensamiento, la transformación de la sensibilidad y la espiral del retorno para hablar de otros Odiseos en la literatura.

    Justificación histórica La historicidad de los textos homéricos, la Ilíada y la Odisea, es bastante compleja y atribuible a diferentes autores. La cuestión no es solo de autoría (fuera Homero, los homéridas o algún otro aedo) sino de modificaciones ulteriores de los traductores y escoliastas. Si dicha discusión asume el punto de vista de la estética que define la sensibilidad de una época y de una antropología textual, la distinción entre ambos textos parece radicar más bien entre la cólera de Aquiles y Odiseo cual sujeto discursivo, es decir, una serie de valores que nos hablan más bien del carácter de la polis en contraposición al estado palatino.

    De momento la cuestión radica en señalar que la distinción entre ambos personajes se refleja en varios aspectos de dichas obras. Desde el título de la Ilíada o caída de Ileón, a diferencia de la Odisea que asume la individualidad necesaria de Ulises, debemos entender que nos encontramos ante dos formas por completo distintas de multiplicidades discursivas. Esta última noción no debe subestimarse en tanto difícilmente hablamos de un solo siendo más bien el efecto de una serie de tradiciones. En función de esta divergencia debe explorarse la sensibilidad de esas dos épocas entre las que Homero (o su sombra de autores) parece encontrarse.

    Si como Vernant (2002) nos indica, el nacimiento de la polis supone el advenimiento de la filosofía, el estado palatino parece representar la aparición de una concentración inusitada de recursos y poder bajo una tutela religiosa-militar. El conflicto en el interior de la ciudadela se debía a la distribución de un poder divido entre la nobleza y el arte de la guerra, o bien para citar a la Ilíada, la separación entre el Atrida y el divino Aquiles. La Odisea por su parte, más cercana a la urbe propia de la polis, nos habla del príncipe que, persuade y modifica voluntades en lo que sería la nueva sensibilidad retórica que dará lugar al siglo de oro griego. En ese sentido implica un renacimiento político investido en la figura de un héroe de antaño.

    En una simple escala de gradientes, del mito a la filosofía y de esta a la ciencia puede verse la importancia que debieron ocupar los aedos en una historia del pensamiento. Sujetos errantes, de voluntad crítica y entusiastas cantores, no solo transmitían las noticias sino que incluso, en cierto sentido, les daban forma. El aedo es pues el sujeto de la palabra cantada antes de que esta fuera logos (Derrida 1967). En este sentido, la retórica tendría un extraño precedente en estas formas líricas que nos hablan de una época auditiva y en absoluto visual.

    Con el nacimiento del texto narrativo, su difusión y las múltiples traducciones e interpretaciones, la tradición cultural greco-micénica de carácter oral habría de socavarse. Lo cierto es que tanto las tablas administrativas babilónicas y egipcias, como los registros de Pylos no supusieron competencia alguna para la sensibilidad auditiva, pero sí la aparición de una narrativa textual que tiende hacia el relato y la ficción.

    Modelo teórico.

    El acercamiento al texto odiseico, inserto en la medida de lo posible en el contexto de su época, se debe realizar a través de un modelo (Deleuze y Guattari; 2002) que retome los mitos y su realidad como un sistema de transformaciones y un circuito de intensidades.

    Si pensamos que la sensibilidad histórica no es sino una serie de principios rectores que atraviesan al individuo condicionando su sensibilidad, formas de pensar y sentir (Foucault 1990), nuestra investigación no intenta únicamente mostrar al sujeto disecado, cuando más bien tratamos de mostrar que en última instancia llegando a ciertas condiciones límite (Trías 2000) se da una modificación potencial, de carácter social, que deviene acto literario por igual. Al respecto, la transformación del modelo palaciego en la polis discursiva es significativa de lo que Vernant (Ibíd.) evoca como un distanciamiento sin precedentes del modelo despótico oriental. La secuencia de la decadencia del anax en pequeños basileus hasta su desaparición y la emergencia del discurso como determinante de la vida política constituyen la telaraña que la historia habrá de urdir lentamente y en cuyo centro presentamos a la Odisea. Ulises retornaría entonces ávido de nostalgia por el mundo antiguo, pero sujeto del presente narrativo griego de la edad clásica que todavía manifiesta cierto carácter lírico, en donde lo que impera es la fuerza de las palabras y su astucia propia de las necesidades del hombre nuevo inserto en la plaza pública de lo político. Confirmar dicha hipótesis es lo que se impone ante nosotros como parte de la presente investigación.

    A diferencia de la Ilíada, que es casi un fragmento de historia y en la que todavía encontramos la memoria de la tribu, la Odisea nos engaña con su plenitud y su ipseidad aristotélica. Su circularidad perfecta, principio, desarrollo, clímax y desenlace, es otra estratagema superficial –pues su lectura detenida muestra profundas discontinuidades- para revestir el pasado de un presente engañoso. Los recuerdos de la tribu han sido modificados por la sensibilidad de un presente -posiblemente del período de Pisístrato, quien ordenó las traducciones- que no puede sino contradecirse. Odiseo dialéctico, conversador y peripatético, explorador y navegante, sobrepasando límites y regresando, a pesar de su engaño se develaría gradualmente como lo que es, una extraña noción del cambio y la continuidad a través de la figura del retorno.

    Metodología y desarrollo temático Partiendo de una teoría del mito que considera que lo esencial en dichos relatos no es tanto su lógica, moraleja o axiomática, sino la transformación de los sucesos, aquello que no es deviene otra cosa y se multiplica en inesperadas formas, abordar la Odisea parece una labor engañosa. Es posible incluso que la Odisea sea un anti-mito, es decir el cortocircuito que históricamente habría de cercenar lo mitológico, cercano a la religión, para dar lugar a la filosofía como discurso rector de una nueva época, la Edad de Oro y su prolongación bajo otras formas.

    Para llegar sin embargo a esta conclusión debemos trazar un itinerario que considere las diferentes teorías del mito, desde el modelo logicista hasta el punitivo y social para finalmente hablar de las transformaciones y cómo éstas, cerradas en sí mismas (el basileus que retorna errante, hasta entronizarse, imagen del retorno del rey) nos hablan de un falso retorno. Entonces dos lecturas de la Odisea se desprenderían necesariamente, acorde a la mirada interpretativa del tiempo. Eterno y falso retorno son dos de nuestras categorías centrales por esclarecer. La eternidad en este sentido implica todas las posibilidades (incluyendo la de la libertad), y todas las combinaciones, y por lo mismo un tipo muy extraño de repetición inevitable al ser el tiempo infinito. El falso retorno por su parte aparece como el circuito cerrado que conjuga unos cuantos elementos de repetición continua.

    ¿Odiseo explora todas las posibilidades en la necesidad de su retorno? ¿Debe acaso necesariamente retornar? ¿Se manifiesta como un retorno libre de la diferencia hacia la diferencia? ¿Es un anti-mito? En los mitos parece no haber opciones y su naturaleza tiende hacia la linealidad del fatum. No hablamos del antihéroe sino del antimito; es posible que el antihéroe diera lugar a otro cortocircuito y realineación, pero ello no nos debe preocupar ahora.

    Nuestro itinerario comienza, con una aproximación a la sensibilidad greco-micénica para caracterizar la sociedad y cultura que dio origen a los mitos griegos de carácter homérico representados en la Ilíada y la Odisea. Dichas civilizaciones eran de carácter cerrado, con un modelo de organización basado en linajes tribales usualmente considerados de interacción de suma cero. Al abordar esto introduciremos la noción de los mitos como un sistema de potencia e intensidades. De la misma forma hablaremos algo de Homero y su supuesta ceguera, en contraposición a una sensibilidad auditiva que es esencial en dicha época. Por supuesto, después de las numerosas traducciones y transcripciones seguidas de notas propias de los escoliastas, el texto se modificó gradualmente hasta su versión conocida. En ello, sin embargo, debemos apreciar el desarrollo en la tradición crítica del aedo, hasta transformarse en la figura del filósofo y el análisis del logos como discurso. Debemos recordar entonces, que en términos generales el colapso micénico, expreso parcialmente en la Ilíada, solo fue un antecedente de la revitalización griega, algo de lo cual se vería en la Odisea.

    Nuestro segundo capítulo aborda precisamente la refundación del ser humano a partir de la figura de Odiseo como el hombre nuevo. Esto es, el basileus que, sujeto de la palabra, debería caracterizar el nuevo estilo de gobierno, en donde el verbo y la persuasión se vuelven necesarios. Para entender esto, sin embargo, debemos partir de los excesos mitológicos, pues de acuerdo a nuestro planteamiento lo que caracteriza al héroe –sea en su forma divina o humana- es un particular exceso por el que franquea un umbral y amplía la experiencia de lo humano, a veces sufriendo las consecuencias aunque en otras ocasiones dicha transgresión suponga el fuego divino del cambio requerido.

    El tercer capítulo abarca la relación existente entre los viajes, la distancia cultural y el retorno. Por una parte, el planteamiento inicial expone los vínculos entre los desplazamientos y el poder, considerando la metáfora y ritualidad del rey peregrino. De cualquier manera, al desarrollar dichos puntos vemos que esta ritualidad deja de ser política y se vuelve religiosa –lo que también es parte del sentido de autoridad- en estas civilizaciones del mundo antiguo. El eterno y falso retorno, en este sentido, son derivaciones del texto odiseico que, sin embargo, tienen algo de la connotación que supone atravesar fronteras para consolidarse como autoridad –el basileus gobernante. No debemos olvidar que algunos aspectos secundarios tratados en este apartado tienen también una función en la historia grecolatina, pues las emociones asociadas al retorno darían lugar a la literatura de viajes –por ejemplo al narrarse los retornos masivos de Jenofonte y Alejandro Magno. Por igual, la aparición de un protoromanticismo o romanticismo pagano es algo que abordamos para entender que la Odisea, con sus múltiples textos en esa vorágine que retorna, presenta también dicha sensibilidad protoromántica, o de un extraño romanticismo, como antecedente de lo que después sería significativo al tratar los temas de la patria y la mujer.

    Nuestro último capítulo es simplemente una presentación de algunos ejemplos de la influencia de la Odisea en la historia de la literatura hasta la posmodernidad misma. Hablamos de esto porque la posmodernidad habría de constituirse como un mito según el cual presenciaríamos –o estamos presenciando- el fin de los grandes relatos. Nuestro parecer es que, al igual que los ciclos, con esa relación de cambio y continuidad que establecen, en la literatura, independientemente de la sensibilidad histórica, observamos precisamente esa fisión y fusión de relatos que dieron lugar a la Odisea.


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