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Resumen de Envejecimiento y dependencia en el contexto rural. Un estudio descriptivo sobre la provincia de Sevilla

Francisco Joya Díaz

  • Realizar una tesis doctoral sobre las personas mayores y la dependencia en el ámbito rural es, desde nuestro punto de vista, un reto socialmente necesario, pero que requiere un esfuerzo y una dosis de compromiso que espero haber cumplido mínimamente.

    El envejecimiento es un fenómeno de capital importancia al que se está prestando una atención especial desde hace muchos años. Tanto el incremento progresivo del número de personas mayores como la complejidad de este grupo social invitan a un planteamiento cada vez más diversificado y específico.

    En definitiva, no se trata solamente de conocer el envejecimiento, sino en qué condiciones se produce este evento. No es lo mismo envejecer siendo hombre que mujer, teniendo recursos económicos que careciendo de ellos, estando aquejado de limitaciones físicas o psíquicas que poseyendo la capacidad para movilizarse o ejecutar cualquier decisión. No se envejece del mismo modo cuando se tiene formación o cultura, que cuando se carece de ella; también existen diferencias, cuando ese proceso se produce en un hábitat urbano o en uno rural.

    Esta tesis responde a este proceso de diversificación. Aborda las peculiaridades específicas del envejecimiento en el mundo rural, y plantea tanto las demandas de los mayores como las respuestas que se dan a sus necesidades en situación de dependencia en un contexto concreto: la provincia de Sevilla.

    Se han relacionado dos grandes parámetros: el de la oferta de Servicios Sociales y el de la demanda, concluyéndose que el objetivo final es encontrar una solución adecuada, que armonice el deseo de los mayores y los recursos sociales actualmente disponibles para resolver el problema. No hay por qué oponer lo público a lo privado, sino que la lógica social apunta hacia políticas de convergencia y de complementariedad entre los Servicios Sociales públicos, ya sean del Estado, de las Comunidades Autónomas o de los entes locales, la ayuda informal y la oferta privada.

    Desde este planteamiento se presenta la demanda de los mayores y la oferta que la Ley de autonomía personal y atención a las personas mayores en situación de dependencia (en adelante “Ley de la dependencia”) aplica a este sector de población de la provincia de Sevilla.

    Presentar una tesis sobre personas mayores y dependencia en el mundo rural, como respuesta social a este colectivo, resulta a todas luces interesante e incluso prioritario en el momento actual de la aplicación de la "Ley de dependencia".

    El envejecimiento es una realidad generalizada y en avance en el mundo desarrollado, pero alcanza cotas, casi nos atrevemos a señalar, preocupantes en el mundo rural, ya que, lo rural es una realidad compleja resultado de variables demográficas, económicas, políticas, sociales y culturales. (García Sanz, 1994).

    Si en el conjunto de nuestro país las personas que sobrepasan los sesenta y cinco años superan ya el 17 por ciento, este porcentaje está por encima del 20 por ciento en el denominado mundo rural. Evidentemente, no todo el mundo rural está envejecido por igual. Este hecho es mayor o menor a tenor de las formas de hábitat (municipios más grandes o más pequeños), dependiendo asimismo del grado de envejecimiento y de desarrollo del conjunto de la región, así como de las formas de ocupación, que se han ido consolidando. Se puede señalar que el mayor envejecimiento rural es consecuencia de la distorsión de la estructura por edades, resultado de los fuertes flujos migratorios del campo a la ciudad, iniciados en los años cincuenta y acentuados a lo largo de la década de los sesenta y setenta, pero también de los procesos de retorno de prejubilados y/o de mayores jóvenes que están en auge desde la década de los ochenta.(López, 2010) No es fácil recomponer la estructura poblacional de la sociedad rural. En los pueblos no hay muchos jóvenes y los que han quedado podrían marcharse en el futuro, si encontrasen ciertas ventajas en la salida. Aunque los que se encuentran en edad de procrear tienden a ser proporcionalmente más fecundos que los que viven en la ciudad, este grupo es cada vez más minoritario, por lo que resulta un tanto utópico esperar de ellos una recuperación de la población. La tendencia futura parece bastante clara: cada vez habrá más personas mayores en nuestra sociedad y en el medio rural esa proporción será cada vez mayor.

    Además, no sólo se incrementará el número de personas mayores, sino que se producirá un mayor sobreenvejecimiento (proporción de habitantes de ochenta años y más). Desde esta perspectiva el INE ha estimado el crecimiento de este grupo en un 50 por ciento entre el año 1991 y el 2010 (Anuario estadístico de España, 1992) y Leguina (1995) avanza un crecimiento del 44 por ciento para Europa hasta el año 2020.

    Obviamente, la prolongación de la vida determinará una presencia cada vez más numerosa de personas con algún grado de dependencia y en situación de mayor vulnerabilidad. Esta es, hoy por hoy, una consecuencia lógica de la esperanza de la vida: vivimos cada vez más años, pero lo hacemos, a partir de una determinada edad, en condiciones de mayor precariedad y de mayor dependencia. Esto constituye un problema añadido para nuestra sociedad, en general, y para las familias y cuidadores, en particular. En el caso del medio rural, el sobreenvejecimiento se verá agravado en los próximos años como consecuencia de que las cohortes más numerosas de mayores alcanzarán las edades avanzadas en el 2010. Este dato viene recogido en la tesis doctoral inédita de Alberto Saco (1997).

    Hasta ahora el problema de las personas mayores estaba más o menos resuelto, porque detrás de ellos estaba presente una familia que social, moral y jurídicamente se veía impulsada a atender y cuidar de sus mayores por las siguientes razones: a) Socialmente, porque se respiraba en el ambiente que, cuando los padres empezaban a sentir el vértigo de la limitación y de la dependencia, ahí estaban los hijos, sobre todo las hijas, que tenían la obligación de hacerse cargo de ellos para resolver su problema.

    b) Moralmente, porque esta práctica formaba parte de los valores, mandatos y obligaciones asumidos por esa sociedad aquí y ahora .

    c) Jurídicamente, porque había un conjunto de leyes que se encargaban de recordar ciertas obligaciones filiopaternales, siempre que los hijos /as tuviesen tendencia al olvido.

    Por todo ello habría que distinguir entre deber moral y deber legal, y señalar que se tiene la impresión de una separación del concepto del deber entre el Norte y el Sur. En el Sur, anclando el modelo tradicional de familia, el deber tiene un carácter de norma y ley social, mientras que en el Norte se trata de un deber moral. Conviene señalar, no obstante, que estas dos categorías están entremezcladas y que los limites entre las dos formas de actuar deben ser fluidas.

    Por otro lado, la herencia ha actuado como un factor que ha movilizado sentimientos y responsabilidades, para que no decayera el compromiso tradicional.

    Ahora bien, la apelación sistemática a la familia como recurso obligatorio del cuidado y de la atención de los mayores tiene, cuando menos, algunas limitaciones.

    Estudios recientes parecen demostrar que la familia es una institución sólida, Palacios (1998), Sánchez 2010, que aún no ha renunciado al deber de atender a los mayores, pero todos los estudiosos del tema reconocen que se están produciendo cambios profundos que debilitan la solidaridad intergeneracional y ponen ciertos límites al cumplimiento, por parte de la familia, de esta función, los cuales pueden erosionar en el futuro papel realizado por esta institución. Desde esta perspectiva el profesor Velázquez (2010) habla de “la crisis del cuidado a las personas mayores” co mo una nueva situación de nuestra sociedad.

    El planteamiento anterior lleva a mencionar los siguientes cambios: 1°.- “La nueva estructuración de la familia tradicional” como consecuencia de los procesos migratorios. En la actualidad cerca del 50 por ciento de las personas vive en lugares diferentes a los de su nacimiento, lo que provoca una ruptura de los soportes familiares. En el mundo rural el porcentaje de movilidad es bastante menor, pero tiene en contrapartida que muchas familias hayan quedado sin el soporte y el apoyo de sus familiares. En los últimos cuarenta años se han marchado de los municipios rurales en torno a cuatro millones de personas (básicamente gente joven y con un predominio de mujeres), lo que está influyendo en la red social que tradicionalmente ha cuidado de los mayores, López (2010) Una mirada rápida a las consecuencias de la emigración sobre la desestructuración de la familia rural apunta los siguientes hechos: un menor número de miembros por hogar que en la sociedad urbana; una importancia creciente de hogares unipersonales, envejecidos y relativamente algo más masculinizados; un aumento proporcional del número de solteros/as y una mayor proporción de familias en las que conviven tres o más órdenes generacionales. Alguno de estos aspectos se acentúan en las personas mayores, como es el componente de hogares solitarios y/o de hogares uninucleares integrados por matrimonio sin hijos. La ventaja es que en el mundo rural tiene, todavía, una mayor presencia la familia extensa, organización vinculada a la propiedad de la tierra y diseñada para perpetuar el patrimonio a costa de la integración del núcleo familiar del heredero en el hogar de sus progenitores. Así pues, en algunas zonas rurales, sobre todo en las zonas en las que pervive el heredero único o "mejorado" (casos de Cataluña, Cantabria, País Vasco y parte de Galicia), la institución familiar sigue funcionando en mayor medida como garantía de atención a los mayores. Además, las relaciones de la familia con los mayores se desarrollan en un contexto de cierta normalidad, sin distorsiones ni rupturas.

    2°.- Es un hecho reiterado la apelación a “la incorporación de la mujer al mercado de trabajo”, para cuestionar el funcionamiento de la familia como soporte casi exclusivo en la atención a los mayores. La mujer como esposa, como hija , como nuera, o como nieta es la base en la que se ha apoyado el cuidado y atención de los mayores. De momento, parece que este hecho no ha repercutido de forma directa. Por un lado, la esposa sigue asumiendo su función de cuidadora principal y mientras pueda, está garantizado el cuidado del marido. Ahora bien, puede variar la forma en que se realiza dicha atención, dependiendo de cómo haya sido el tipo de relación. Se pueden distinguir hasta cuatro tipos de relación combinando la cohesión interna de las parejas y la distribución de papeles y labores en el hogar: a) parejas contractuales en las que uno de los esposos (generalmente la mujer) asume la mayoría de las labores de la vida cotidiana; b) parejas contractuales en las que las tareas se reparten de forma igualitaria; c) parejas no contractuales con relaciones de dominación de uno sobre el otro, y d) parejas no contractuales, con ciertas dosis de individualismo entre ellas, que genera un consenso tenue, pero que permite ciertas ayudas mutuas.

    La incorporación de las hijas y nueras al mercado de trabajo puede ser mucho más problemático, puesto que puede dificultar esta relación; en la actualidad se soluciona el problema, porque la mujer ha suplido esta circunstancia con un aumento de las horas de trabajo.

    No obstante en el mundo rural, cuando la mujer trabaja, se despierta una cierta solidaridad familiar y vecinal, que ayuda a resolver el problema. Pero las respuestas dadas hasta estos momentos no garantizan que se vaya a mantener la solidaridad entre generaciones en el futuro.

    3°.- “El propio modelo de familia” puede condicionar la atención y el cuidado de los mayores. La familia como institución primordial es compatible con la existencia de una variedad enorme de formas de convivencia y con una tolerancia creciente de las mismas (Alberdi, 1995). La nuclearización y la individualización de los modelos de hogar, así como el crecimiento de los matrimonios sin hijos, y otras muchas formas, no parecen constituir bases sólidas para asentar un futuro que garantice el cuidado de las personas mayores. A ello se une el deseo de autonomía, derecho a la intimidad e independencia de las parejas, que contrasta con la responsabilidad y el deber que se tiene hacia los padres.

    Pero no es solamente la familia la responsable de esta obligación. El Estado y sus instituciones han cubierto una buena aparte de la demanda social, habiendo reducido en algunos campos el papel de la familia a una función subsidiaria. La existencia de estas instituciones no quiebra el principio de solidaridad familiar, sino que ofrece un nuevo marco para éste. La solidaridad familiar sigue actuando con carácter subsidiario (Alberdi, 1995).

    Centrando en análisis en nuestro país, hay que reconocer los enormes esfuerzos que viene haciendo la Administración desde los años setenta/ochenta a través de las llamadas ayudas institucionales para dar una respuesta a la demanda de servicios sociales de las personas mayores, aun cuando se reconoce su carácter totalmente insuficiente. Ello se puede paliar a través de las actuaciones de la Administración autonómica, provincial o local, hecho que se está produciendo con desigual intensidad en las diferentes Comunidades Autónomas. Las enormes carencias de la Administración y la crisis del Estado de Bienestar centran nuestra atención en la familia, institución que de forma reiterada y constante ha resuelto, con más o menos éxito, la problemática de los mayores. Desde este planteamiento habría que tener en cuenta, por ejemplo, el artículo (El País, 25 y 26 de diciembre 1995) titulado "El Estado de malestar, en el que el sociólogo Manuel Castells argumentaba la no sostenibilidad del Estado de Bienestar, apoyándose en las razones siguientes: primero, por el deterioro de la relación entre cotizantes y beneficiarios de los sistemas de protección social; segundo, porque es imposible mantener gastos sociales por persona muchísimo más altos que los de otros países, en una economía global interdependiente; tercero, porque con las nuevas tecnologías las empresas dependen cada vez más de redes y colaboraciones laborales transitorias, lo que produce un desfase entre empleo productivo y cotizantes asalariados a la Seguridad Social.

    No hay datos precisos, pero las diferentes fuentes consultadas apuntan a que un 80 por ciento de las situaciones de dependencia que se generan en las personas mayores se resuelven mediante la aportación de ayudas que proceden de la familia, porcentaje que aumenta en el medio rural.

    Como ha señalado Lebris (1.993 pp 7 y 8): "la familia constituye en toda Europa el eje sobre el que pivota la ayuda a los mayores dependientes, cualesquiera que sean las estructuras familiares, sociales y sociopolíticas de los países. La omnipresencia de la familia en este asunto es ampliamente ignorada por la opinión pública (incluidos los propios cuidadores/as), fuertemente influida por los estereotipos reinantes sobre el desentendimiento de la familia con respecto a sus mayores". No obstante, como señala el mismo autor, "domina la falacia común de que las familias se desentienden de sus miembros de edad más avanzada; esta falacia persiste a pesar de que los responsables de la formulación de medidas de política social de varios Estados miembros han empezado a ver la realidad más allá del mito". Se trata, probablemente, de una justificación que pretende encubrir la falta de apoyos, entonces, por parte de la Administración a los familiares en su función cuidadora.

    Toda esta red de ayudas que se proporciona a las personas mayores por parte de parientes, amistades y vecindad que no se encuentra burocratizada ni formalizada y que presenta la virtualidad de añadir a la relación afectividad, es lo que se ha dado en llamar apoyo informal. La familia es hoy por hoy la única alternativa ante la insuficiencia de los cuidados que se prestan a los mayores en la comunidad o por la vía institucional. Se podría añadir una cuarta opción, la red vecinal, pero se trata en términos generales de una solución marginal que puede venir en apoyo de los cuidados y atención que se prestan en la familia, pero que en raras ocasiones puede sustituirla. Incluso la propia sociedad rural rechaza la apelación a los vecinos como sustitutivos de la familia. Más aún, el propio vecino tendería a retraer su colaboración desde el momento que notase la inhibición de los familiares más cercanos o presumiese que está siendo utilizado, Santos (2010) Evidentemente, lo que hemos llamado redes de apoyo informal no son todas de la misma naturaleza, ni tienen la misma consistencia. En una investigación realizada sobre este tema (Clements y otros, 1992), se señala que las relaciones padres e hijos en el mundo rural no son del todo aleatorias, sino que dependen del modo de regulación económica y del tipo de familia que formaron los padres. Se pueden distinguir así varios modelos de esta relación: a) Cuando no se tienen hijos/as, se orientan las redes de relación hacia la familia de origen, y en ausencia de familia, la vecindad y la amistad constituyen la mayor parte del soporte; tenemos la sensación, señalan los responsables del estudio, "de que la ausencia de hijos y la imposibilidad de contar con tal apoyo, empujó a algunos a crearse redes de ayuda (o intercambio de ayuda), mientras que los que podían esperar una ayuda de un hijo a más o menos largo plazo, descuidaron esta posibilidad".

    b) La convivencia padres e hijos/as es mucho más frecuente en el mundo rural (50 por ciento frente a 25 por ciento), dándose la circunstancia de que esta convivencia en pocos casos es el resultado de un deterioro físico, sino que obedece a que por una razón u otra los hijos no se marcharon de casa (heredero único, hijos de madre soltera, hijos minusválidos, solidaridad). Interés económico y solidaridad familiar son dos variables que funcionan con cierta frecuencia en el mundo rural para mantener los lazos familiares. El interés económico suele estar presente en los sistemas económicos de heredero único que sucede al padre para continuar la explotación, y la solidaridad suele funcionar en situaciones extremas en las que los hijos se resisten a abandonar el hogar de padres enfermos o imposibilitados. En ambas situaciones, el cuidado de las personas mayores se descarga sobre la mujer, sea hija o sea nuera.

    c) Relaciones frecuentes entre padres e hijos/as, pero sin convivencia.

    Este tipo de relación ha recibido el nombre de “intimidad a distancia.” Esta relación se suele polarizar en torno a un hijo/a, pero con la colaboración más o menos frecuente e intensa de los demás hijos. En ocasiones se produce un acercamiento de los padres a los hijos o de los hijos, generalmente de las hijas, hacia los padres, para favorecer el cuidado. Probablemente este es un hecho que está teniendo cierta importancia en los procesos de retorno y que se va a acentuar en el futuro.

    d) Relaciones padres e hijos/as menos frecuentes. Si se produce una situación de incapacidad y dependencia hay una tendencia a incrementar las relaciones, sobre todo entre los que mantienen relaciones más frecuentes. La nota a destacar es que, en esta situación, la composición familiar no parece actuar como un hecho decisivo a la hora de mejorar las relaciones con los padres 4º.- Un principio general en todos los países de la Unión Europea es el de mantener a las personas mayores no autónomas en su medio y en su lugar, envejecer en casa". Las opciones que se presentan son: "entrega de la esponsabilidad a la familia y abandono (o no intervención) del Estado, o asunción de a responsabilidad por el Estado, con exención de tal responsabilidad, pero no bandono, para la familia" (Lebris, 1993, p. 29). La variedad de situaciones es muy mplia y se puede representar en una especie de continuo en el que en un extremo se ncontraría el Estado como responsable exclusivo de la atención a los mayores y en el otro la familia como capitalizadora de esta situación. Dinamarca y Alemania parece que se encuentran en polos opuestos, no esperándose, en Dinamarca, que la familia preste cuidado a sus mayores, o que lo haga el Estado en Alemania. Grecia, Reino Unido, Francia, Bélgica y Países Bajos intentan mantener un cierto equilibrio entre familia y Estado en el reparto de responsabilidades en el cuidado a los mayores.

    España y Portugal se acercarían más al modelo alemán.

    Pero el hecho de que la familia asuma una función tan importante en el cuidado de los mayores no faculta al Estado, para que se desentienda de esta cuestión, sino que le insta a que defina de forma clara sus posiciones y ponga en juego grandes recursos de que dispone para dar una respuesta adecuada al problema. El Estado puede estar a la expectativa para suplir las deficiencias de la sociedad (actitud negativa) o puede plantearse de forma positiva la actuación en este terreno. La acción del Estado no tiene por qué absorber o eliminar responsabilidades de terceros, sino que puede ser un vehículo para estimularlas, incentivarlas, protegerlas e, incluso, organizarlas. Este es un camino por andar, según criterio de García Sanz (1997) que compartimos. Camino que no implica necesariamente importantes costes económicos y que puede ayudar a mejorar la cobertura de servicios sociales, así como las relaciones entre los responsables directos y los destinatarios.

    En esta línea situamos la aplicación de la Ley de dependencia que consideramos está en la buena dirección para solucionar los nuevos problemas planteados por los cambios sociales y familiares acaecidos en los últimos años y que con su aplicación tanto beneficio está ocasionando a las familias con personas dependientes en el ámbito rural, en nuestro caso en la provincia de Sevilla.


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