La presente investigación se articula en torno a dos identidades. Por un lado, México como una nación que ha de reinventarse tras tres siglos de colonia española y, por otro, Diego Rivera, que regresa a su país natal en 1921 tras su paso por Europa, donde se sumergió en la vanguardia artística y comenzó a gestar su imaginario socialista. Puesto que ambas identidades, la nacional y la del pintor, conforman en gran medida la estética más reconocible del muralismo, a lo largo del estudio se analiza la forma en que surgen y de qué manera se ejerce la relación entre ambas identidades en la obra de Rivera, destacando dos vertientes. La primera, como una herramienta del Estado, del poder, para consolidar los principios del nacionalismo mexicano y, la segunda, como consecuencia de un movimiento revolucionario de izquierdas con un marcado carácter marxista, universalista y propagandístico. Al delimitar los aportes originales que hace el pintor, la investigación ofrece una perspectiva paralela y contraria a los dictámenes del poder.
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