Editores científicos:
Jorge Morín de Pablos
Dionisio Urbina Martínez
Diseño y Maquetación:
Carmen Elisa Narro Sánchez.
Esperanza de Coig-O’Donnell Magro
Edición:
Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A.
Avenida de Alfonso XIII, 72. 28016, MADRID
www.audema.com
1ª edición: Septiembre 2012.
ISBN: 84-616-0349-4
Depósito Legal:
Impreso en España - Printed in Spain.
Todos los derechos reservados.
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escrito de Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A.
EL PRIMER MILENIO a.C.
EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
VOLUMEN 1:
I EDAD DEL HIERRO
ÍNDICE
APERTURA
•
El Primer Milenio en la Meseta Central.
Jorge Morín y Dionisio Urbina
PRIMERA EDAD DEL HIERRO. VOL. 1
CONTEXTOS
•
Bronce Final - en el Tajo superior .
Rosa Barroso
•
Las Primeras Necrópolis de incineración en tierras de Madrid.
María Concepción Blasco, José Chamón y Joaquín Barrio
•
El final de Cogotas I y los inicios de la Edad del Hierro en el Centro de la Península Ibérica (1200- 800 a.C.)
Alfredo Mederos
NUEVOS YACIMIENTOS
•
El Yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid) Longhouses en la Meseta Central.
Ernesto Agustí, Jorge Morín, Dionisio Urbina, Francisco José López, Primitivo J. Sanabria, Germán López, Mario López,
José Manuel Illán, José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero
•
La Cuesta, Torrejón de Velasco (Madrid): un hábitat singular en la Primera Edad del Hierro.
Primitivo J. Sanabria
•
El Yacimiento de Las Lunas, Yuncler (Toledo): una ciudad de cabañas.
Dionisio Urbina
•
Las cabañas de la I Edad del Hierro del yacimiento de Dehesa de Ahín (Toledo).
Juan Manuel Rojas Rodriguez Malo y Antonio J. Gómez Laguna
•
Palomar de Pintado, Villafranca de los Caballeros (Toledo): territorialización y sociedades del primer hierro en la
Mancha toledana.
Jesús Carrobles
LA CULTURA MATERIAL
•
La cerámica de transición del Bronce al Hierro y del Hierro Antiguo en el Área de Madrid y Norte de Toledo
(850/800- 500/400 a.C.)
Juan Francisco Blanco
•
Metalurgia en la meseta sur: síntesis sobre el primer milenio ac.
Ignacio Montero Ruiz y Martina Renzi
•
Conjuntos líticos de la Edad del Hierro en la Meseta Central.
Germán López
•
Industria lítica del yacimiento de Las Camas”(Villaverde, Madrid)
Germán López
•
Un brazalete de marfil del yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid)
Thomas X. Schuhmacher
•
Grafitos fenicios en el centro peninsular
Luis Alberto Ruiz Cabrero
SEGUNDA EDAD DEL HIERRO. VOL. 2
CONTEXTOS
•
Los yacimientos celtibéricos del Alto Tajo y Alto Jalón: el I Milenio a.C. en la Meseta Oriental.
María Luisa Cerdeño
•
Plaza de Moros y los recintos amurallados carpetanos.
Dionisio Urbina
•
El final de la Edad del Hierro: el hábitat fortificado del Cerro de la Gavia
Jorge Morín, Dionisio Urbina, Francisco José López, Marta Escolà, Amalia Pérez- Juarez, Ernesto Agustí y Rafael Barroso
NUEVOS YACIMIENTOS
•
Hoyo de la Serna, poblado y necrópolis de los inicios de la II Edad del Hierro en la meseta de Ocaña.
Dionisio Urbina y Catalina Urquijo
•
Cerro Colorado, una necrópolis de los primeros poblados de la II Edad del Hierro.
Dionisio Urbina y Catalina Urquijo
•
La Guirnalda: un yacimiento de la Edad del Hierro en la provincia de Guadalajara
Ernesto Agustí, Dionisio Urbina, Jorge Morín, Ruth Villaverde, Antxoka Martínez, Enrique Navarro, Rui de Almeida, Francisco J. López
y Laura Benito
LA CULTURA MATERIAL
•
Imágenes de la Segunda Edad del Hierro en el Centro Peninsular.
Dionisio Urbina y Catalina Urquijo
•
Estudio de material cerámico en el yacimiento del Cerro de la Gavia, Villa de Vallecas (Madrid).
Jorge Morín y Dionisio Urbina
•
Conjunto cerámico de una estructura doméstica de la II Edad del Hierro en el yacimiento de la Guirnalda (Quer, Guadalajara).
Sandra Azcárraga, Jorge Morín y Dionisio Urbina
•
Estudio de la industria lítica en el yacimiento del Cerro de la Gavia, Villa de Vallecas (Madrid)
Jorge Morín y Dionisio Urbina
TÉCNICAS APLICADAS
•
Zoorarqueología. La fauna en la Primera Edad del Hierro.
José Yravedra Sainz de los Terreros
•
Paleoambientes y dinámica antrópica en la Meseta Sur (Madrid) durante la I y II Edad del Hierro.
José Antonio López y Sebastián Pérez
Estudio arqueobotánico de Las Camas (Villaverde, Madrid): un ejemplo de interdisciplinariedad para el conocimiento del paisaje
vegetal y los usos de las plantas en la Meseta durante el 1er Milenio a.C.
Ethell Allùe, D. Cabanes, I. Expósito, I. Euba, A. Rodríguez, M. Casa y F. Burjachs
•
INTERPRETACIÓN, DIVULGACIÓN Y DIFUSIÓN
•
De la arqueología al Patrimonio arqueológico: cuestiones a debate.
Isabel Baquedano
•
Ética frente a los medios. Destruir y conservar con criterio. El yacimiento de Cerrocuquillo como ejemplo (Villanueva de la Sagra- Toledo).
Montserrat Cruz, Alicia Torija e Isabel Baquedano
•
Museos Arqueológicos del siglo XXI. El Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid y la difusión de la Edad del Hierro.
Antonio F. Dávila
•
La utopía del acondicionamiento del Cerro de la Gavia. Un viaje al pasado desde el paisaje postmoderno.
Jorge Morín y Esperanza de Coig O’Donell
•
Modelización en 3D como método de investigación y conocimiento de las arquitecturas de la Edad del Hierro.
Francisco J. López
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
Jorge Morín y Dionisio Urbina (Editores)
Al inicio del siglo XXI vio la luz el trabajo de uno de nosotros sobre la IIª Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña, que partía
de investigaciones de campo anteriores, realizadas desde 1993. Allí (Urbina, 1997:cap 3) se hacía hincapié en los enormes
vacíos de la documentación sobre esta época en el centro peninsular, y el carácter fragmentario de la escasa información
disponible. Desde entonces hemos venido insistiendo en este hecho del que otros investigadores también se han hecho eco
(Ruiz Zapatero, en Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid (Ateneo de Madrid, 29 y 30
de nov y 1 de dic. de 2006; Torres de, 2012).
Anteriormente existía un registro muy incompleto, disperso y de variada calidad, entre el que se pueden incluir las excavaciones
que se resumían a unas campañas en la alquería de Cerro Redondo en Fuente el Saz del Jarama, las viejas excavaciones en
la necrópolis de Las Madrigueras, El Navazo, o Buenache de Alarcón, en Cuenca; o las más recientes y apenas publicadas
en la necrópolis de Las Esperillas en Santa Cruz de la Zarza, junto con las llevadas a cabo intermitentemente en Palomar de
Pintado, en Villafranca de los Caballeros; las antiguas excavaciones en el Cerro del Ecce Homo junto a Alcalá de Henares o
Cerro de los Encaños en Cuenca, las más recientes en Fuente la Mota (Barchín del Hoyo), El Cerrón de Illescas, y algunos
sondeos en Santorcaz, Yeles, Cerro del Gollino y Villanueva de Bogas en Toledo; Fosos de Bayona en Cuenca, Cerro de las
Nieves en Ciudad Real, o Cerro de San Antonio en Madrid y Los Llanos1, a las que hay que añadir las aportaciones de Kenia
Muñoz con los sondeos realizados en el entorno de Aranjuez: Camino de las Cárcavas, Puente Largo del Jarama, etc.
El panorama era algo más halagüeño en los bordes de esta área central que tiene al río Tajo como eje meridiano, con las
excavaciones prolongadas que se venían realizando al Sur en los poblados de Alarcos o Cerro de las Cabezas, o al Noreste
en yacimientos como El Ceremeño.2
A comienzos de este siglo hacía dos años que habían comenzado las excavaciones en el yacimiento amurallado de Plaza
de Moros (Urquijo y Urbina, 2000) y por entonces se estaban llevando a cabo las del Cerro de la Gavia, y terminados los
trabajos en Arroyo Culebro, del que se realizaba poco después una exposición y la posterior publicación del catálogo sobre
los yacimientos excavados.
En Arroyo Culebro se documentan tres yacimientos de la Edad del Hierro que se hallan muy próximos en el espacio, pero
no uno sobre otro, abarcando casi la totalidad de este período cronológico. Si los dos sitios de habitación se hallan muy
destruidos, la necrópolis de los inicios de la Edad del Hierro ha venido a confirmar fehacientemente, entre otros aspectos,
la sospecha de que la incineración se generaliza en estas tierras en momentos anteriores a la llegada de los productos
a torno, al tiempo que se afianzan los datos sobre la temprana aparición del Hierro en el centro peninsular, algo que se
constata igualmente en la necrópolis de Palomar de Pintado y recientemente en el poblado de Las Lunas. La necrópolis de
incineración del Hierro I abría las puertas a una serie de hallazgos que han cambiado sobremanera nuestra comprensión
sobre la etapa de formación de la Edad del Hierro, con los hallazgos de Arroyo Butarque (Blasco y Barrio 2001-2 y las
contribuciones en el monográfico sobre los carpetanos en la revista Zona Arqueológica de 2007) y los posteriores de Hoyo
de la Serna (en este volumen), o los sensacionales restos de las cabañas o longhouses de Las Camas (Urbina et al. 2007).
Por entonces también comenzaron las excavaciones en el Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid), que han producido apenas
unas notas en la primera década (Baquedano et al. 2007; Gozalbes et al. 2011 y Uzquiano 2011), hasta la publicación del
catálogo de la reciente exposición monográfica (Ruiz Zapatero et al. 2012).
Todavía abundan en el panorama historiográfico sobre la Edad del Hierro los pequeños estudios centrados en piezas,
noticias sobre colecciones de superficie, o capítulos de monograf ías que recogen aún las viejas tesis: Blasco y Lucas, 2000;
Carrobles, 2008; Pereira, 2006; Urbina, 2005). Ese carácter tienen también las contribuciones al II Congreso de Arqueología
de la provincia de Toledo, centrado en la mancha occidental y la Mesa de Ocaña, celebrado en Ocaña en 2000; así como las
comunicaciones del Primer Simposio AUDEMA, celebrado en Madrid-Guadalajara, 24-25 Oct. 2007, que marca un hito ya
que se trata de una reunión auspiciada desde la iniciativa de una empresa privada.
En las comunicaciones de otras reuniones de esta década y los inicios de la siguiente, se vuelven a encontrar trabajos descriptivos
que dan a conocer las nuevas actuaciones en su inmensa mayoría motivadas por las obras civiles de construcción. Nos
referimos por ejemplo al monográfico sobre investigaciones arqueológicas en Castilla-La Mancha, que recoge actuaciones
de 1996 a 2002, o de las I Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha, celebradas en Cuenca, 13-17 de diciembre de
2005, o las Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid, celebradas el 29 y 30 de noviembre y
1 de diciembre de 2006, o incluso en las reuniones más modernas como el I Ciclo de Conferencias. Arqueología y Grandes
Infraestructuras, celebrado en Cuenca, en febrero de 2010, o las Actas de las II Jornadas de Arqueología de Castilla-La
Mancha, que celebradas en Toledo, del 6 al 8 de marzo de 2007, han visto la luz en 2012.
Como es natural los contenidos de las obras mencionadas son muy variados, a la par que lo son sus objetivos. Desde el
punto de vista que iniciamos en Faro, en 2004, consideramos la de mayor interés aquellas que ofrecen los resultados de
excavaciones (dada la endémica falta de datos de registro de que adolece la arqueología del área carpetana) y las reflexiones
sobre los propios datos que aporta el registro arqueológico. Merece la pena destacar las monograf ías sobre sendos poblados
amurallados, como el del Ceremeño en tierras de Guadalajara (Cerdeño y Juez, 2002 y Cerdeño y Sagardoy, 2007) o Fuente
de la Mota en Cuenca (Sierra, 2002), al tiempo que aparece el catálogo sobre la exposición monográfica del Cerro de la Gavia,
en Madrid (Quero et al. 2005), o artículos sobre los yacimientos que se están excavando en esos momentos: Cerro de la Mesa
en Alcolea de Tajo (Ortega y del Valle, 2004y Chapa y Pereira, 2006); Palomar de Pintado (Pereira, Ruiz Taboada y Carrobles,
2003) o Plaza de Moros (Urbina, García Vuelta y Urquijo, 2004).
En el año 2004 presentamos en la 8ª sesión del IV Congresso de arqueología peninsular celebrado en Faro, un simposio sobre
la Edad del Hierro en el Centro de la Península. La introducción del mismo se titulaba “La Edad del Hierro en el centro de la
Península Ibérica. Una realidad emergente”. No sospechábamos entonces cuanta verdad había en aquella aseveración. Como
decimos, en 2004 pretendimos dar un nuevo impulso a las investigaciones sobre la Edad del Hiero, partiendo de los nuevos
datos que estaban aportando lugares como Plaza de Moros, La Gavia y los extraordinarios y desconcertantes hallazgos de las
longhouses de Las Camas. Lamentablemente, hubieron de pasar casi 4 años hasta que las comunicaciones presentadas a ese
congreso vieran la luz, y en ese lapso de tiempo se habían producido nuevos hallazgos y nuevas publicaciones.
En 2005 se celebró la exposición El Cerro de La Gavia. El Madrid que encontraron los romanos, en el Museo de San Isidro
del 14 de junio al 25 de septiembre. El Cerro de la Gavia, constituye el único ejemplo en la Comunidad de Madrid, de recinto
amurallado de la IIª Edad del Hierro con una trama urbanística excavada. La Gavia pone de relieve que estos recintos
iniciarían su andadura en algún momento del siglo IV a.C. (presencia de barniz negro ático) y, que a diferencia de casos en
donde se documenta un fin violento y más temprano de recintos amurallados similares: caso de Plaza de Moros, la ocupación
del poblado se prolonga hasta bien entrado el siglo I a.C. deshabitándose paulatinamente. Asimismo, La Gavia ofrece uno
de los escasos ejemplos en le Península Ibérica de instalaciones de habitación y/o transformación, no sólo extramuros
del poblado, sino en recintos que se disponen a unos cientos de metros incluso a uno o varios kms del núcleo central.
En el catálogo exposición se incluyen por vez primera capítulos sobre aspectos de la vida cotidiana que hasta entonces
sólo se podían esbozar. El aumento de los datos conocidos permite continuar esta tendencia, y así en el catálogo sobre
la exposición del Cerro de la Horca, en Santorcaz, que ve la luz en 2012, los aspectos sobre la vida cotidiana cobran un
importante papel permitiendo un discurso de los mismos en mayor profundidad, debido fundamentalmente a un rico
registro que obedece a la fecha tardía del yacimiento, ya que abarca desde finales del siglo III al I a.n.e. en pleno proceso
de romanización que se hace sentir en los hallazgos.
En 2007 se publica el Vol 10 de la revista del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid: Zona
Arqueológica, dedicado a Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. En este caso se pretende ofrecer las
novedades en el registro arqueológico (Vol 2) a la par que interpretaciones sobre el mismo (Vol 1). Como parece lógico
en una obra de estas características el contenido es heterogéneo, pero por encima de ello creemos que hay que resaltar
dos peculiaridades que se manifiestan a lo largo de sus páginas. Quizá la más notoria sea el abismo en la calidad de las
diferentes comunicaciones, entre las que hay algunas con notas y citas apresuradas que establecen contradicciones como
que para unos la llegada del torno a las parameras de Molina haya que llevarla al siglo s. VII a.C., mientras que para otros
este hecho se produce a fines del siglo IV, sin duda porque están copiando escritos de hace ya muchos años en los que se
asignaba esa fecha.
Otra peculiaridad que se puede extraer es la abundancia de intervenciones sobre lugares de escasa entidad poblacional
(hablamos sólo de las intervenciones novedosas) Salvo las excepciones que representan los sitios Las Camas, Santorcaz,
la Dehesa de Ahín, y tal vez la necrópolis de El Vado, el resto de intervenciones lo hacen sobre yacimientos marginales y
de escasa entidad. Lejos de considerar esta característica como algo negativo, deberemos pensar que se ha conseguido que
las obras civiles sólo afecten a los sitios arqueológicos de menor relevancia, salvaguardando los poblamientos de mayor
entidad. Por otro lado, gracias a estas intervenciones podemos acceder a la documentación de los enclaves secundarios
que de otro modo quedarían sin investigar dado su escaso atractivo y las dificultades para localizarlos.
Hace años que la investigación es consciente de la existencia de estos lugares, y pudimos acceder en parte a esta compleja
realidad al examinar el poblamiento de la IIª Edad del Hierro en el entorno del poblado de La Gavia. No sólo se presumía
la existencia de numerosas granjas, alquerías o hábitats de escasa extensión y poco prolongados en el tiempo al comienzo
de la Edad del Hierro, sino que entre los poblados de larga duración de la IIª Edad del Hierro debía existir un complejo
entramado de núcleos secundarios o instalaciones ligadas a ellos de una u otra forma: granjas, lugares de extracción de
materias primas como cal, yeso, arcilla, sal, cerámicas y hoyos que expresen la frecuentación de campos de cultivos, etc.
Pero una vez citado el hecho positivo de la documentación de estos lugares, emerge una realidad menos amable, como la
falta de contextualización de los hallazgos realizados en la mayor parte de las comunicaciones. No sólo las intervenciones
se limitan por los bordes de las obras en las que se enmarcan (algo ya de por sí bastante incómodo y frustrante), sino
que los hallazgos realizados no se relacionan con el poblamiento conocido del entorno, a pesar de que en la mayoría de
términos municipales se hayan realizado prospecciones intensivas y de cobertura total. Por ello, la mayor parte de las
comunicaciones sólo se pueden considerar escritos técnicos publicados ya que no se trata de publicaciones científicas
estrictamente hablando, pues se escatima en ellas el verdadero proceso de investigación arqueológico: se limitan a
presentar los datos sin más, siendo necesaria una labor posterior de interpretación de los mismos que no se puede
deducir de los escritos.
Estas mismas consideraciones con un carácter aún más estricto: mayor falta de interpretación de los hallazgos, ausencia
de un intento, por tímido que sea, de contextualizar los nuevos resultados, falta de un discurso arqueológico propiamente
dicho; se pueden aplicar a la mayoría de las comunicaciones presentadas a las jornadas de investigaciones arqueológicas
de Castilla-La Mancha y las jornadas de patrimonio de Madrid. No por ello valoramos menos positivamente estas
publicaciones (ya que a la postre consideramos que sólo con la publicación de los hallazgos finaliza verdaderamente el
proceso de actuación arqueológica que se inicia con la excavación), e invitamos vivamente a que estas experiencias se repitan
y acaben convirtiéndose en prácticas rutinarias.
Finalmente, y como si de alguna manera se cerrase un ciclo, ya pasada la fiebre constructora que propició numerosas
intervenciones (algunas de las cuales se hallan escuetamente contenidas en el volumen monográfico de Zona Arqueológica
y las actas del II C en 2012), y situados en plena parálisis económica, aparece una nueva tesis sobre la Edad del Hierro en el
Centro de la Península: La tierra sin límites: territorio, sociedad e identidades en el valle medio del Tajo (S. IX-I a. C.), de Jorge
de Torres, y casi al tiempo el primer libro de carácter divulgativo sobre los carpetanos: Tierra de carpetanos.
Por lo que respecta al primero de ellos, la tesis doctoral pretende reunir todos los datos del registro conocidos hasta la
fecha e intentar ofrecer una interpretación de los mismos3. Sin duda se ha recorrido un largo camino en estos 25 años
desde que redactara su tesis doctoral Santiago Valiente1, y la distancia entre una y otra tesis nos sirven para medir el pasaje
andado y la avalancha de novedades en el registro que desde entonces se ha producido aunque, salvando las distancias,
encontramos ciertas similitudes entre los esfuerzos de una y otra tesis por recopilar datos, en la mayoría de los casos
sumamente fragmentarios, sin duda porque no existe otra forma de acercarse aún a un registro que está marcado por ese
carácter. Pero ahora ya se puede esbozar una secuencia cronológica del desarrollo de la Edad del Hierro en la zona, al tiempo
que en muchos casos avanzar interpretaciones sobre los procesos históricos, como se hace en la última tesis que, por muy
discutibles que puedan ser en algunos casos, constituyen la única partida de un verdadero discurso científico.
“Tierra de carpetanos” es un resumen de los trabajos y teorías sobre la Edad del Hierro en el centro peninsular, que si no
aporta nuevos datos o enfoques sobre el tema, tiene, a nuestro juicio, la virtud de ofrecer una versión en clave divulgativa de
los conocimientos existentes sobre esta materia.
Afortunadamente, el volumen de nuevos datos sigue creciendo, tal vez como consecuencia de la crisis que deja más tiempo
para la publicación de anteriores intervenciones, de modo que las novedades del registro son todavía susceptibles de cambiar
radicalmente teorías esbozadas con anterioridad a la aparición de esos datos. Un buen ejemplo de ello lo constituye la primera
fase del momento que llamamos Hierro I. En este sentido creemos que los datos aportados en este volumen ofrecen una nueva
luz sobre los inicios de este proceso. Desde los hallazgos de Las Lunas a los de Las Camas, el horizonte del Bronce Final y los
inicios del Hierro pueden ser comprendidos con mayor precisión y profundidad de lo que se ha hecho hasta ahora. En otros
aspectos ya es posible ofrecer un panorama relativamente coherente derivado de un registro más abundante, como sucede
con las necrópolis de los inicios del Hierro I y del Hierro II Antiguo, algo que hemos pretendido realizar en la publicación que
aparecerá en breve, aprovechando los estudios sobre la necrópolis de Cerro Colorado (Urbina y Urquijo, e.p.).
De algún modo, la reciente publicación del catálogo de la exposición sobre los hallazgos en el Llano de la Horca, viene a
suplir la carencia de trabajos sobre el final de la Edad del Hierro que aparecen en este volumen, con lo que el panorama que
presentamos se amplía y abarca a todo el primer Milenio a.n.e.
Creemos que con las contribuciones aquí presentadas se agranda la comprensión de la Edad del Hierro en el centro peninsular,
y que poco a poco se va superando ese estadio en el que el panorama historiográfico estaba dominado por la precariedad del
registro, y es tiempo de comenzar a elaborar hipótesis fundadas sobre los procesos históricos que rigieron el desarrollo de
las sociedades del último Milenio a.n.e. en esas tierras.
NOTAS
1
Véase la bibliograf ía aportada en la introducción del simposio sobre la Edad del Hierro citado, así como las comunicaciones: Urbina, D. Claves de la secuencia del poblamiento de la Edad del Hierro en el Centro de la Península. En
As Idades do Bronze e do Ferro na Península Ibérica. Actas do IV Congresso de arqueologia peninsular. 14-19 Setp
2004, Faro, 15-28.
2
No citamos por considerar que se alejan demasiado del área de estudio, las actuaciones en poblados como El Amarejo en Albacete, o Sisapo ya en Sierra Morena.
3
Dado que el trabajo sólo está accesible desde la sección de tesis de la Universidad Complutense de Madrid, y confiamos en que pronto pueda ser publicado, no queremos extendernos sobre el contenido del mismo.
4
La Segunda Edad del Hierro en el valle medio del Tajo. 1987. Inédita. Universidad Autónoma de Madrid.
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Estudio sobre la metalurgia antigua en la provincia
de Toledo: el proyecto arqueometalurgia de la Península
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Hoyo de la Serna. (Villarrubia de Santiago). El inicio
de la Segunda Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña. D.
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El territorio toledano, un hito en la articulación interna
den la meseta prerromana. E. Sánchez.
Los Villares de Ocaña. Una ciudad romana en la
Cuenca Media del Tajo. C. Urquijo, D. Urbina y O García
Vuelta.
El proyecto Plaza de Moros. Villatobas. Toledo. Un
ejemplo de Gestión del Patrimonio Arqueológico. D. Urbina
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La Edad del Hierro en
el centro de la Península
Ibérica. Una realidad emergente. Jorge Morín y Dionisio
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Claves de la secuencia del poblamiento de la Edad del
Hierro en el Centro de la Peninsula. Dionisio Urbina.
El yacimiento de Las Camas. Nuevos datos para el
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1996-2002. Patrimonio Histórico-Arqueología 18. Junta
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Los yacimientos protohistóricos de la zona arqueológica
de Herrería (Guadalajara). Mª L. Cerdeño, F. Marcos y T.
Sagardoy
El poblado de la Edad del Hierro de Plaza de Moros.
Villatobas (Toledo). D. Urbina, C. Urquijo.
conocimiento del Bronce Final y el Hierro I en el curso bajo
del rio Manzanares (Madrid). Ernesto Agustí, et al.
El yacimiento ibérico de Fuente la Mota: los albores de
una cultura en la submeseta sur de Cuenca. M. Sierra.
El yacimiento de “Las Camas”; nuevos datos sobre los
La necrópolis de Palomar de Pintado (Villafranca de
los Caballeros, Toledo). A. Ruiz, J. Carrobles y J. Pereira.
repertorios liticos de la Edad del Bronce y Primera Edad
del Hierro Germán López
La necrópolis de la Edad del Hierro de Cerro Colorado,
Vil/atabas, Toledo. Dionisio Urbina, Oscar García y
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La arracada de la necrópolis de Cerro Colorado. Vil/
atabas, Toledo Alicia Perea, Oscar García y Dionisio
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Actas de las I Jornadas (Cuenca 13-17 de
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El Cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid
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la Comunidad de Madrid. Jorge Morín et al.
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los valles fluviales del Centro de la Península. Dionisio
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Almagro Gorbea, M. y Lorrio, A. J. El Signinum
Equitum del Museo de Cuenca y los bronces tipo “Jinete de
la Bastida”, p. 17-52.
El yacimiento de Pozos de Finisterre. Un asentamiento
de la Segunda Edad del Hierro y época republicana en
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Lorrio, A.J. y Velaza, J. Una carta celtibérica sobre
plomo del Museo de Cuenca, p. 53-64.
Uroz Sáez, J. et alii. El Departamento 86: Una taberna
del barrio industrial ibérico de Libisosa (Lezuza, Albacete),
p. 143-170.
Vélez, J. y Pérez Avilés, J.J. Oppidúm ibérico del Cerro de
las Cabezas. Trabajos y aportaciones recientes, p. 263-278.
Sierra Delage, M. Yacimiento ibérico en el S.E. de
Cuenca, p. 469-482.
Cerdeño Serrano, Mª Luisa y Sagardoy Hidalgo, T.
Intervenciones realizadas en la zona arqueológica de
Herrería (Guadalajara: Campañas 2003-2005), p. 641-658.
La Segunda Edad del Hierro en el centro de la Península
Ibérica: un estado de la situación y una agenda para la
acción. G. Ruiz Zapatero.
Chapa Brunet, T. et alii. El asentamiento protohistórico
del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo), p. 797-810.
El Llano de la Horca (Santorcaz): un asentamiento
carpetano en el crepúsculo de la II Edad del Hierro. M.
Contreras y G. Martëns.
El Cerro de La Gavia.
El Madrid que encontraron los romanos.
Catálogo exposición.
Museo de San Isidro,
14 de junio, 25 de
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Ayuntamiento de
Madrid.
El Colegio (Valdemoro): cambios matriales y estabilidad
socioeconómica a mediados del primer milenio. G.
Sanguino, P. Oñate y J de Torres.
El Cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid capital).
El urbanismo de un poblado de la II Edad del Hierro en la
Comunidad de Madrid. J. Morín de Pablos, et alii.
El yacimiento carpetano de Laguna del Campillo (Rivas
Vaciamadrid). E. Penedo et alii.
Asentamientos y territorio durante la Segunda Edad
del Hierro en el bajo valle del río Henares. A. F. Dávila.
Excavaciones arqueológicas en el poblado carpetano
de Fuente de la Mora. J. J. Vega, M. P. Martín y D. Pérez
Vicente.
Aproximación historiográfica a las investigaciones en el
Cerro de la Gavia. A. González.
La intervención arqueológica. 1999-2004. J Morín et
alii.
El poblado en la II Edad del Hierro. El Cerro de la Gavia
y los recintos amurallados del Hierro II en el Centro de la
Península. D. Urbina y J. Morín.
El poblado en la II Edad del Hierro. El Urbanismo. J.
Morín et alii.
El poblado en la II Edad del Hierro. La vida cotidiana.
D. Urbina et alii.
El poblado en la II Edad del Hierro. Las actividades
artesanales. D. Urbina et alii.
Terceras Jornadas de
Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid
(Ateneo de Madrid,
29 y 30 de nov y 1 de
dic. de 2006). La tercera sesión se dedicó
a la II Edad del Hierro en la Comunidad
de Madrid.
Zona Arqueológica.
Vol 10. Dedicado
a Estudios sobre la
Edad del Hierro en la
Carpetania. Museo
Arqueológico Regional. Alcalá de Henares, 2007.
Vol. 1
La Edad del Hierro en la Carpetania: una historia a
medio contar. Antonio F. Dávila. pags. 14-35
Antes del Hierro: cultura y sociedad en el centro de la
Meseta (ca. 1200-500 a.C.). Gonzalo Ruiz Zapatero. pags.
36-63
El tránsito del Bronce Final al Hierro Antiguo en la
cuenca baja del Manzanares. María Concepción Blasco
Bosqued. pags. 64-87
La Edad del Hierro en el bajo valle del río Henares:
territorio y asentamientos. Antonio F. Dávila. pags. 88-135
Paisajes agrarios del curso medio del río Jarama durante
la Edad del Hierro: una aproximación numérica. Victorino
Mayoral Herrera, Jesús Bermúdez Sánchez, María Teresa
Chapa Brunet. pags. 136-155
El valle del Tajuña madrileño durante la Edad del
Hierro: una aproximación arqueológica. Martín Almagro
Gorbea, José Enrique Benito López. pags. 156-181
Vol (2). Novedades
en el registro arqueológico
Emplazamientos de la II Edad del Hierro en La Sagra
vertebrada por el arroyo Guatén. Santiago Valiente
Cánovas, Jesús Fernando López Ciudad. pags. 182-193
El espacio y el tiempo. Sistemas de asentamiento de la
Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña. Dionisio Urbina
Martínez. pags. 194-217
Nuevos datos sobre el poblamiento en la Carpetania
meridional: el valle medio del Cigüela. Luis Andrés
Domingo Puertas, Jaime Max Magariños Sánchez, Amparo
Aldecoa Quintana. pags. 218-237
El entorno de zonas salobres y humedales de la
Carpetania durante la II Edad del Hierro. Santiago Valiente
Cánovas. pags. 238-255
El yacimiento de la Primera Edad del Hierro de Las
Camas (Villaverde, Madrid): los complejos habitacionales y
productivos. Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos,
Dionisio Urbina, Francisco José López Fraile, Primitivo J.
Sanabria Marcos. pags. 10-25
La Carpetania: entre celtas e iberos. Antonio Madrigal
Belinchón, Isabel-Kenia Muñoz López-Astilleros. pags.
256-273
Espacios domésticos y de almacenaje en la confluencia
de los ríos Jarama y Manzanares. Asunción Martín Bañón.
pags. 26-41
Algunas consideraciones en torno a la delimitación
del complejo cultural carpetano. Juan Pereira Sieso, Jesús
Carrobles Santos. pags. 274-289
Camino de las Cárcavas (Aranjuez): desde el Hierro
antiguo hasta los carpetanos. José Ramón Ortiz del Cueto,
Carpetania: argumentos para una definición del
territorio en época romana. Juan Manuel Abascal Palazón,
Pilar González-Conde. pags. 290-301
Complutum y los carpetanos: cambio y continuidad
cultural desde el mundo indígena a la ciudad
hispanorromana. Sebastián Rascón Marqués, Ana Lucía
Sánchez Montes. pags. 302-321
El inicio de la romanización en la región madrileña:
nuevas perspectivas para la investigación. Sandra
Azcárraga Cámara. pags. 322-341
Antonio Madrigal Belinchón, Laura López Covacho,
Isabel-Kenia Muñoz López-Astilleros. pags. 42-70
El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de
Ahín (Toledo). Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo, Gema
Garrido Resino, Antonio José Gómez de la Laguna, Antonio
Guío Gómez, Jaime Perera Rodríguez. pags. 71-106
El yacimiento de la Primera Edad del Hierro de «La
Cantueña». Juan Sanguino Vázquez, Pilar Oñate Baztán,
Eduardo Penedo Cobo, Jorge de Torres Rodríguez. pags.
107-118
Poblamiento prerromano en la Dehesa de la Oliva
(Patones, Madrid). Ignacio Montero Ruiz, José Javier
Alcolea González, Yolanda Alvarez González, Javier Baena
Preysler, Miguel Angel García Valero. pags. 119-130
El yacimiento de La Albareja (Fuenlabrada, Madrid):
un ejemplo de poblamiento disperso en la Edad del Hierro.
Susana Consuegra Rodríguez, Pedro Díaz del Río Español.
pags. 131-152
«El Colegio» (Valdemoro): cambios materiales y
estabilidad socioeconómica a mediados del Primer milenio
a. C. Juan Sanguino Vázquez, Pilar Oñate Baztán, Eduardo
Penedo Cobo, Jorge de Torres Rodríguez. pags. 153-174
El Caracol: un yacimiento de transición en la Primera
Edad del Hierro madrileña. Pilar Oñate Baztán, Juan
Sanguino Vázquez, Eduardo Penedo Cobo, Jorge de Torres.
pags. 175-193
El yacimiento de El Badío (Torrejón de Velasco, Madrid):
algunos aspectos acerca de la evolución de los espacios
de habitación entre los siglos V y I a. C.: de la cabaña al
edificio. Asunción Martín Bañón, Sabah Walid Sbeinati.
pags. 194-214
La revitalización de los ritos de enterramiento y la
implantación de las necrópolis de incineración en la cuenca
del Manzanares: la necrópolis de Arroyo Butarque. María
Primer Simposio
AUDEMA. La Investigación y Difusión
Arqueopaleontológica en el Marco de
la Iniciativa Privada.
Audema S.A. MadridGuadalajara, 24-25
Oct. 2007.
Concepción Blasco Bosqued, Joaquín Barrio Martín, María
Pilar Pineda Reina. pags. 215-238
Cerro Colorado, Villatobas, Toledo: una necrópolis de
incineración en el Centro de la Península. Dionisio Urbina,
Catalina Urquijo. pags. 239-254
La necrópolis de El Vado (La Puebla de Almoradiel,
Toledo): nuevos datos sobre el mundo funerario en época
carpetana. Asunción Martín Bañón. pags. 255-268
El yacimiento carpetano de «La Ribera». Lorenzo
Galindo San José, Vicente M. Sánchez Sánchez-Moreno.
pags. 269-289
La fase carpetana de «El Malecón» (Madrid). Miguel
Rodríguez Cifuentes. pags. 290-302
El horno de La Alberquilla: un centro productor de
cerámica carpetana en Toledo. Enrique Gutiérrez Cuenca,
Emilio Muñoz Fernández, José Manuel Morlote Expósito,
Ramón Montes Barquín. pags. 303-323
El yacimiento arqueológico de Santa María, Villarejo
de Salvanés (Madrid). Daniel Pérez Vicente, Marta Bueno
Moreno. pags. 324-341
El cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid capital):
el urbanismo de un poblado de la II Edad del Hierro en la
Comunidad de Madrid. Jorge Morín de Pablos, Dionisio
Urbina Martínez, Ernesto Agustí García, Marta Escolá
Martínez, Francisco José López Fraile. pags. 342-373
El oppidum carpetano de «El Llano de la Horca»
(Santorcaz, Madrid). Enrique Baquedano, Miguel
Contreras Martínez, Gabriela Märtens, Gonzalo Ruiz
Zapatero. pags. 374-394
El yacimiento arqueológico del Mojón de Valdezarza
(Villarejo de Salvanés, Madrid). Daniel Pérez Vicente,
Marta Bueno Moreno. pags. 395-411
Hallazgos de una vía romana en el yacimiento de
Pozos de Finisterre (Consuegra, Toledo): el item a Liminio
Toletum. María Hernández Martínez, Jorge Morín de
Pablos, Mercedes Sánchez García-Arista, Fernando
Sánchez Hidalgo, Dionisio Urbina Martínez
Una puerta hacia la comprensión de la Edad del Hierro
en el valle del Manzanares: los yacimientos de Las Camas
y La Gavia (Madrid). D. Urbina et alii.
Macromamíferos del yacimiento de la Primera Edad
del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid. J. Yravedra.
Nuestro Patrimonio.
Recientes actuaciones
y nuevos planteamientos en la provincia de Cuenca. I Ciclo
de Conferencias.
Arqueología y Grandes Infraestructuras.
C. Villar y A Madrigal
Coords. (Cuenca,
Febrero, 2009). Diputación Provincial de
Cuenca. Serie Actas
nº 3. Cuenca, 2010.
Excavaciones en el yacimiento de Las Madrigueras
II (Carrascosa del Campo, Cuenca), O. López y Mª V.
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El yacimiento ibérico Los Canónigos (Arcas del Villar,
Cuenca). M. A. Valero.
Actas de las II Jornadas de Arqueología de
Castilla-La Mancha
(Toledo, 6-8 de marzo
de 2007). A. Madrigal
y Mª Perlines Coords.
Toledo. 2012.
Vol I.
Algunos apuntes sobre las excavaciones en curso del
yacimiento de Cerrocuquillo (Villaluenga de la SagraToledo). I. Baquedano, A. Torija y M. Cruz.
Nuevos yacimientos en la comarca de La Sagra:
asentamientos de la Edad del Bronce, Edad del Hierro y
época romana de El Cerrón /Casas de la Jerónima (Yuncos,
Toledo). A. Martín Bañón.
Yacimiento de la Edad del Hierro I de “San Antón”
(Villaluenga de la Sagra, Toledo). S. Walid y J. Pulido.
El hábitat carpetano y la necrópolis de El Vado (La
Puebla de Almoradiel, Toledo). A. Martín Bañón.
Una necrópolis del Hierro en Atalaya del Cañavate,
Cuenca: la cañada del Santo. Mª C. Valenciano y J. Polo.
Intervención arqueológica en el yacimiento Fuente la
Gota II, Carrascosa del Campo-Cuenca. Febrero-Junio
2006. H. Chautón.
Vol II
La necrópolis ibérica de La punta de Barrionuevo,
Iniesta-Cuenca. Avance sobre las últimas investigaciones.
M. A. Valero.
CD
2.07 Nuevos datos sobre el poblamiento durante la
Edad del Hierro en La Sagra toledana: el yacimiento de
Fuentevieja (Numancia de la Sagra) L. A. Domingo, J.
Max Magariños y Mª A. Aldecoa
2.11 Intervención arqueológica en El Castellar
(Villarrubia de Santiago, Toledo). D. Urbina
2.12 Las Caleras. Poblado, necrópolis y minería de
“espejuelo” junto a la calzada Toledo-Segóbriga. D. Urbina
y C. Urquijo.
3.04 Intervención arqueológica en la Autovía de Los
Viñedos Cm-400. Tramo: Consuegra-Tomelloso (P.K. 0+000
A 74+600). J. M. rojas y A. J. Gómez.
3.05 Estructuras de Ocupación del Bronce Final
Orientalizante, Hierro I y II Edad del Hierro localizadas
En La Autovía De Los Viñedos Cm-400. Tramo: Consuegra-
Tomelloso. (P.K. 0+000 A 74+600) Yacimientos de Varas
del Palio, Palomar de Doña Leonides, Zona 4 de Lerma y
Arrojachicos. J. M. Rojas, A. J. Gómez, Y. Cáceres y J. de
Juan.
6.04 Aplicaciones de Última Tecnología de Detección
Geof ísica en Arqueología: El Caso de Las Madrigueras
(Carrascosa del Campo, Cuenca). O. López y R. Ruiz
Bravo.
Los últimos carpetanos. El oppidum de
El LLano de la Horca
(Santorcaz, Madrid). Catálogo de la
exposición. Museo
Arqueológico Regional. Del 18 de abril
al 25 de noviembre
de 2012. Alcalá de
Henares. Madrid.
Visualizar el pasado: los carpetanos en imágenes. (pags.
17-34).
La Hispania prerromana. (pags. 35-46).
La Carpetania. (pags. 47-58).
La investigación desarrollada por el Museo Arqueológico
Regional. (pags. 59-82).
El oppidum de El Llano de la Horca. (pags. 83-96).
Calles, plazas y espacios de uso público. (pags. 97-112)
Las casas carpetanas. (pags. 113-134).
Las artesanías. (pags. 135-162).
Entorno y actividades económicas. (pags. 163-192).
Ideología y simbolismo. (pags. 193-210).
Presente y futuro del yacimiento. (pags. 211-222).
Catálogo. (pags. 223-374).
AUTORES TEXTOS:
Gonzalo Ruiz
Gabriela Märtens
Miguel Contreras
Enrique Baquedano
AUTORES FICHAS CATALOGRÁFICAS:
Marian Arlegui, Sandra Azcárraga, Susana Cortés,
Beatriz Ezquerra, Cristina Fernández, María Mariné,
Jorge Morín, Fernando Pérez, José Polo, Carmen Repullo,
Carmen Valenciano y Jaime Vives.
YACIMIENTOS VISITABLES
Comunidad de Madrid
La Comunidad de Madrid cuenta con un plan de yacimientos visitables y dentro del mismo se han incluido cuatro
yacimientos de época prerromana:
•
•
•
•
Dehesa de la Oliva (Patones).
Hábitat carpetano de Miralrío (Rivas-Vaciamadrid).
Castro carpetano Llano de la Horca (Santorcaz).
Yacimiento carpetano de Titulcia (Titulcia).
Comunidad de Castilla – La Mancha
Yacimiento de Dehesa de la Oliva.
En Castilla-La Mancha se engloban dentro de la Red de
Parques Arqueológicos y Yacimientos visitables los lugares
de:
•
•
•
•
•
•
•
•
•
Parque Arqueológico de Alarcos (Ciudad Real). Yacimiento musealizado con centro
de interpretación.
Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real). Yacimiento musealizado, con centro de interpretación.
La Bienvenida (Sisapo), (Almadén, Ciudad Real) yacimiento visitable.
Oreto-Zuqueca (Granátula de Calatrava, Ciudad
Real), yacimiento visitable.
Poblado celtibérico de El Ceremeño (Herrería, Guadalajara). Yacimiento visitable.
Necrópolis de Palomar de pintado (Villafranca de los
Caballeros), Museo de sitio.
Yacimiento de Fuente de la Mora (Barchín del Hoyo,
Cuenca).
Yacimiento de Plaza de Moros (Villatobas, Toledo).
Yacimiento del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo).
Yacimiento de Miralrío.
Yacimiento de Cerro de las Cabezas.
PRIMERA EDAD DEL HIERRO
CONTEXTOS
I EDAD DEL HIERRO
BRONCE FINAL - HIERRO
EN EL TAJO SUPERIOR
Rosa Barroso Bermejo
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 20-04-2009
Aceptado: 20-05-2009
BRONCE FINAL - HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
LATE BRONZE AGE - IRON AGE IN TAGUS
Rosa Barroso Bermejo
Área de Prehistoria
UAH- rosa.barroso@uah.es
PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Edad del Hierro, Cogotas I, Tajo.
KEYS WORDS: Late Bronze Age, Iron Age, Cogotas I, Tagus
RESUMEN:
En este artículo se recogen algunos aspectos de las comunidades que protagonizan, en el Tajo, el final de la Edad del Bronce
y el comienzo de la Edad del Hierro. Aspectos sobre su vida y muerte, junto a la cronología y algunos elementos económicos,
centran el contenido de este trabajo, contrastando datos entre el área oriental y central del Tajo, es decir, los registros de las
provincias de Guadalajara y Madrid.
ABSTRACT:
This paper collects some aspects of the communities of the Tagus basin during the end of the Bronze Age and the beginnings
of the Iron Age. Aspects of their life and death, together with the chronology and some economic factors, focus the content
of this work, contrasting data between the central and eastern area of the Tagus, that is to say, the records of the provinces
of Guadalajara and Madrid.
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Rosa Barroso Bermejo
El ámbito que nos ocupa, parte entre lo que será la Carpetania y la Celtiberia, cuenta con varios hallazgos de los
últimos años que permiten trazar aspectos novedosos de
las comunidades que viven y mueren a comienzos del I
milenio a.C.
Estos aspectos, vida y muerte, junto a la cronología y
algunos elementos económicos, centran la síntesis que
aquí se recoge, continuación de otras muy recientes sobre
el tema (Ruiz Zapatero, 2007; Blasco, 2007; Urbina, 2007),
que permiten que nuestro trabajo sea un tanto selectivo
respecto a las cuestiones a tratar, las más actuales, a la vez
que se contrastan los datos de la zona oriental y central del
Tajo. No parece coherente que unas comunidades a las que
constantemente atribuimos intensas relaciones comerciales e influencias queden aisladas en tierras próximas que
sólo más tarde se definen como verdaderos territorios prerromanos, y que en el caso de la Carpetania ni siquiera
tenemos perfectamente delimitado como tal.
Son también varias las referencias que se hacen a áreas
y yacimientos fuera de la Meseta que tienen registros semejantes del I milenio a.C., y es que el volumen de datos
actual, aún con sus carencias o problemas de conservación, equipara el final de nuestra Prehistoria Reciente a los
procesos que se repiten en otros marcos peninsulares.
BALANCE DE UNA HISTORIA DE FACIES Y
HORIZONTES
Sin pretender un exhaustivo recorrido historiográfico
sino sólo ponernos en antecedentes, el marco que nos ocupa arranca pronto en el plano arqueológico, a comienzos
del siglo XX, con hallazgos de Pérez de Barradas en el Manzanares y el Henares, y verdaderas excavaciones del marqués de Cerralbo, que dejan claro el gran protagonismo de
la Edad del Hierro plasmado en varias de las necrópolis de
incineración que excavó, algunas como Luzaga o El Altillo
de Aguilar de Anguita con elementos realmente originales
en la meseta como son las calles en las que se organizan las
sepulturas o las estelas hincadas que las señalizan.
Realmente sus trabajos van a guiar de uno u otro modo
la primera actividad arqueología de la zona. Primero por
las revisiones que se hicieron en los 70 de los materiales
de estas necrópolis depositados en el MAN, por ejemplo
el caso de El Atance (Paz, 1980), Luzaga (Díaz, 1976), o la
reexcavación de algunas de ellas como El Altillo (Argente,
1977). También porque las nuevas actividades de campo
de los 80 se centran en contextos de incineración semejantes a los de comienzos de siglo, pero ahora con trabajos
sistemáticos como Prado Redondos en Sigüenza (Cerdeño,
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
1978) o la necrópolis de Molina de Aragón (Cerdeño et
alii, 1981), junto con el interés por los espacios de habitación. Este es el caso del poblado de La Coronilla (Cerdeño
y García Huerta, 1983) en el que sus autoras se enfrentan a
muchos materiales que hoy, de una u otra manera, tienen
un papel en las novedades que aporta el tránsito del Bronce Final al Hierro. Y es que las cerámicas pintadas o las
grafitadas aunque presentes en las necrópolis excavadas a
primeros de siglo (Barroso, 1999) habían pasado desapercibidas o, al menos, perdido protagonismo frente al conjunto de tumbas celtibéricas que interesó más a Cerralbo.
Frente a ese interés por la Edad del Hierro hay que decir
que no es que Cogotas I no estuviera presente en la capital
alcarreña, de hecho casi a la par que Arenero de Soto (Martínez Navarrete y Méndez, 1983), su misma modélica excavación de cuidada metodología se pone en práctica en La
Muela de Alarilla (Méndez y Velasco, 1986), yacimiento al
que vamos a hacer varias referencias. En él, por cierto, conviven boquique y excisión de la más clara tradición meseteña con pintadas, grafitadas, e incluso la presencia de hierro.
En esas mismas fechas surge un trabajo que debe ser
considerado precedente de los estudios de la “transición”
(Valiente, 1982) marcando la tónica de toda una serie de
trabajos de la provincia de Guadalajara en los que con
materiales descontextualizados, porque es muy poco lo
excavado, se definen varias facies u horizontes culturales.
Por un lado el Horizonte Riosalido situado en el siglo IX
a.C. con un mínimo aporte de cronología absoluta, y definido por variedades cerámicas pintadas y grafitadas de
una excavación clandestina que resumen rasgos indígenas
y filiaciones con los Campos de Urnas también patentes
(Valiente, 1982). En paralelo, el poblado de Pico Buitre,
que con varias campañas de excavación, encabeza los yacimientos conocidos como “poblados de ribera” o facies
Pico Buitre que, aunque coetáneos en origen de Cogotas I,
forman también parte de ese camino a la Edad del Hierro
con una cronología del siglo X a.C. (Valiente et alii, 1986:
68). A partir de ellos los distintos estudios no han hecho
sino regionalizar más el fenómeno de tal forma que en el
área molinesa podemos hablar de otros tantos horizontes
que suelen tener como protagonista el poblado de Fuente
Estaca (Arenas 1999: 209).
En fechas muy parecidas, en Madrid, el Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1985) inicia los estudios de lo que aquí
se denomina Edad del Hierro. Con él se configura pronto un
importante número de yacimientos, mucho mejor conocidos
que en Guadalajara (Blasco et alii, 1988), cuyas características han sido recogidas en varias ocasiones (Blasco, 2007).
30
Este recorrido historiográfico se cierra con un balance actual en el que son pocas las excavaciones llevadas a
cabo en los últimos años en Guadalajara, o mejor dicho,
seguramente son muchas, pero poco lo que conocemos
de ellas, no porque no hayan tenido un buen trabajo de
documentación, sino porque este no se ha seguido de un
trabajo de interpretación y divulgación de los resultados.
A diferencia de Madrid, que cuenta desde hace unos años
con una serie continua de Jornadas de Patrimonio Arqueológico de la Comunidad, o un monográfico sobre los
estudios de la Carpetania en la serie Zona Arqueológica
del Museo Regional, en la provincia vecina los trabajos a
nivel regional o provincial, han sido mucho más discontinuos. Este es el caso de los simposios provinciales hasta el
momento celebrados cada cuatro años. Las únicas aportaciones corresponden al área molinesa con excavaciones en
los 90, por ejemplo en el castro de El Ceremeño (Cerdeño
y Juez, 2002) al que haremos varias referencias, y la más
reciente de la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy,
2007a) que cuenta ya con una monograf ía sobre sus fases
más modernas (Cerdeño y Sagardoy, 2007b), así como una
secuencia para la zona en la que se incluye el Bronce Final
como Protoceltibérico I y II (Cerdeño, 2008: 98-99).
Hace ya algunos años realizamos una primera síntesis
aunando los yacimientos de ambas provincias, Madrid y
Guadalajara (Barroso, 2002), y la visión de un registro parcelado con terminología diversa no es muy distinta de la
que puede verse hoy en día (Ruiz Zapatero, 2007: 42) siendo necesario primero buscar la generalidad sobre la regionalidad. Estamos en un periodo de cambios y transformaciones, de novedades, que es incómodo y dif ícil definir,
especialmente en sus comienzos, e impreciso de fijar en su
plano temporal, prestándose, como hemos visto, también
a denominaciones varias. (Fig. 1).
En ese mencionado trabajo de síntesis (Barroso, 2002)
usaba ambas denominaciones, la de transición y Edad del
Hierro, manejada en ambas provincias, como momentos
de un mismo proceso histórico, referentes temporales,
aunque el criterio fuera mayoritariamente el material.
Intentaba con ello reunir facies y horizontes, ya caducos,
pero desde luego no deja de ser parcelar, hay que reconocerlo, sin mucho acierto, porque son denominaciones distintas que corren el riesgo de entender la transición como
verdadera etapa cultural.
Ahora bien, más allá de denominaciones que habrá que
concretar, el trasfondo que intentaba transmitir es lo destacable. La transición viene a ser un recurso que utilizamos
para llamar a los momentos que no podemos definir con
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Fig. 1.- Área de estudio y diferentes denominaciones utilizadas para el Bronce Final – Hierro.
nuestras categorías teóricas (Perea, 2005: 91). Y es que en
el Tajo nos enfrentamos en muchas ocasiones a un registro en formación, con muchas permanencias y novedades.
Parece ser un proceso de experimentación y adaptación en
el que se repiten las mismas localizaciones que antes, se
dispone de las mismas tierras, o se usan materiales nuevos
o los ya tradicionales de madera y barro en construcciones igual de endebles o en otras de mayor entidad, por no
hablar de enterramientos poco normalizados aún en todo
el periodo, algo muy del Bronce final más que de la Edad
del Hierro. En este panorama de cambio es en que el más
vamos a insistir aquí.
patente en muchos de sus enclaves de carácter abierto. Entendemos éste en cuanto falta de construcciones defensivas o de una búsqueda expresa de accidentes naturales de
protección porque, en última instancia, no hay duda que
los enclaves responden a una cierta variedad, por ejemplo
en su altura sobre los cauces. Espolones, relieves moderados a modo de pequeños cerros o mesetas y terrazas que
destacan en altura sobre el cauce del río como ocurre en
el Jarama o el tramo alto del Henares, o que apenas tienen
elevación como en el Manzanares, o en el propio Henares
por las disimetrías entre sus orillas.
Una segunda cuestión, es la existencia de un poblamiento en alto que en el caso del Henares se vino consi-
DATOS PARA UN MODELO DE
POBLAMIENTO
derando exclusivamente relacionado con Cogotas I, enarbolando yacimientos en cerros testigos como La Muela de
Alarilla (Fig. 2) o Ecce Homo, mientras que poblados como
Por el momento no disponemos de un buen mapa de
yacimientos porque es mucho lo excavado pero poco lo
publicado. Esto imposibilita conocer verdaderos patrones
de poblamiento que ni siquiera a partir de buenos datos de
prospección serían completamente fiables. En todo caso,
mostrar lo que se observa nunca puede ser perjudicial, y
además podemos hablar de algunas pautas realmente seguras que contribuyan a la definición de un verdadero patrón.
Una primera cuestión es la falta de interés defensivo
de estas comunidades, al igual que Cogotas I, que queda
Pico Buitre, buscaban intencionadamente los terrenos llanos y bajos próximos a las orillas de los ríos, protegiéndose
sólo de las crecidas (Valiente et alii, 1986: 67). Hoy parece
bien probado que el poblamiento en altura no es el único frecuentado por las gentes de Cogotas I, que ocuparon
con insistencia las tierras bajas del Manzanares, y que las
coincidencias sobre los mismos espacios se repiten (Barroso, 2002: 133). Esta dualidad de yacimientos en altura
y en tierras bajas en la Meseta no surge ahora, existe al
menos desde Calcolítico, y parece que persiste hasta más
31
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Fig.2.- Vista de la Muela de Alarilla, Guadalajara.
allá de la II Edad del Hierro (Dávila, 2007: 124), luego no
Cogotas I, no encuentran un marco de inestabilidad social
hay valor cronológico en la elección de uno u otro enclave,
o choques intergrupales.
sin que convenza más la existencia de una jerarquización
Una cuestión más es la búsqueda progresiva de un es-
social (Díaz del Río, 2001: 296), o una especialización eco-
pacio de ocupación propio, abandonándose las terrazas y
nómica. Respecto a ésta última, planteada en el bajo He-
la cercanía a los principales cursos fluviales que buscaba
nares (Dávila, 2007: 124), tenemos algunos datos, aunque
Cogotas I observada en ámbitos muy distintos de la Me-
no muy explícitos, del cerro del Ecce Homo (Ruiz et alii,
seta, como el bajo Henares (Dávila, 2007: 123). Al respec-
1997) y a su pie los obtenidos en Las Matillas (Díaz del
to son muchos los ejemplos, en Henares, Manzanares o
Río et alii, 1997), para pensar en un mismo entorno y una
Jarama en los que se reiteran en el mismo enclave yaci-
economía igual de diversificada durante el Bronce Final.
mientos Cogotas I y del Primer Hierro. Es el caso de la
Es bastante especulativo, pero lo que hace estos enclaves
Muela de Alarilla (Méndez y Velasco, 1986), Ecce Homo
tan distintos es su aspecto actual, no sólo la altura, sino
(Almagro y Dávila, 1989), Camino de las Cárcavas ( Ló-
las deficiencias que observamos respecto a los poblados en
pez et alii, 1999), Dehesa de Alcalá (Dávila, 2007: 100) o
zonas bajas inmediatos a áreas productivas, y sobre todo
Capanegra (Martín y Vírseda, 2005), El Colegio (Sanguino
el agua. Quizás ese costo de mantenimiento de la pobla-
et alii, 2007: 156) o El Baldío (Martín y Salid, 2007: 195).
ción en alto que vemos hoy, no fuera mucho mayor que
Podemos discutir su continuidad o interrupción, pero no
en las zonas bajas, siendo cubierto, por ejemplo, en el caso
que en muchas ocasiones se elige el mismo enclave, y con
del agua, por pequeños cauces sin duda hoy desparecidos,
ello las mismas tierras, luego su poblamiento no surge con
y que la única explicación sea un paisaje ocupado y por
una estrategia socioeconómica distinta a Cogotas I. Eso no
tanto demarcado en sus distintas variedades topográficas.
Por otro lado, la falta de interés defensivo, aún en poblados en altura, también tiene repercusiones más allá de la
falta de delimitación del espacio y de construcciones de
uso común, situándonos en comunidades que, como las de
quita para que con su dispersión y aislamiento surja la ne-
32
cesidad creciente de nuevos espacios, ocupándose zonas
muy distintas, incluso de escasa visibilidad, con un mayor
número de asentamientos en los espacios interfluviales, ligados a tierras más fértiles. (Fig. 3)
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Fig. 3.- Situación de algunos de los yacimientos principales mencionados en el texto.
Esta necesidad creciente de nuevas tierras es una cuestión interesante de manejar, junto al tamaño de los poblados, de cara a poder determinar algún día el número y la
densidad que llegó a alcanzar el poblamiento de la Edad
del Hierro, o su crecimiento demográfico. En general, se ha
señalado una drástica disminución de tamaño con referencia a los amplios poblados de Cogotas I (Blasco, 2007a: 75),
pero la idea de nuclearización derivada de ello debe ser
matizada. Se trata de pequeñas agrupaciones sin esbozo
de traza urbana, más allá de algunas alineaciones y orientaciones parejas de las viviendas, que en ocasiones tienen
amplios espacios intermedios, sin actividad alguna, que
podrían sugerir sectores diferenciados, o expresas áreas de
paso. Encontramos viviendas exentas a las que se adosan,
o entremezclan, dependientes estructuras de almacenaje,
estabulación y de actividad, sustituyéndose progresivamente los espacios de almacenamiento comunes, por recursos propios, de lo que parecen unidades familiares un
tanto independientes. Los valores comúnmente admitidos
de cuatro o cinco personas por núcleo familiar vendrían
a determinar agrupaciones de unas 15-25 personas. Un
poblamiento disperso, escasamente estandarizado, y de
economía igual de sencilla que Cogotas I, formado por los
efectivos existentes en la Meseta Sur en el I milenio a.C.
Dentro de lo que parecen ser construcciones sin orden,
podría existir alguna delimitación perimetral argumentada por los tramos de empalizada localizados en La Deseada (Martín y Vírseda, 2005: 198). Podrían formar parte
de cercados para ganado entre las propias viviendas, o ser
verdaderos elementos de demarcación como se conocen
en la Meseta Norte (Misiego et alii, 1999). Para determinar
su grado de novedad en el poblamiento que nos ocupa, me
parece que queda aún pendiente la asignación de recintos
de fosos a yacimientos Cogotas I, aunque se han sugerido delimitaciones de matorrales espinosos (Blasco, 2007b:
14), y pequeños tramos de postes (Silva y Macarro, 1996: 138).
Es una realidad, que las excavaciones amplias de estos
yacimientos proporcionan automáticamente huellas de
construcciones. Pueden ser de mayor o menor tamaño,
mejor o peor conservadas, pero son estructuras más allá
de los tan repetidos silos de almacenamiento. Es por tanto evidente que esas áreas de almacenamiento cambian,
intercalándose más viviendas, o al menos, que predomina la concentración sobre la extensión de los poblados
Cogotas I.
Sus estructuras reúnen rasgos tradicionales y distintivos, siendo el cuerpo constructivo, la madera, junto al barro y los entramados vegetales, e incluso contando con algunos trazados nada ajenos a Cogotas I. Huellas de poste,
33
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
restos de adobe, tapial, y manteados, aparecen en la mayor
parte de los yacimientos, estando también presente la piedra, como parte de los calzos de los postes, o en los zócalos
de los muros.
Conjugando estos distintos elementos se construyen
estructuras muy diversas. Por un lado, una arquitectura de
postes, entramados vegetales y barro, que configura cabañas circulares u ovales de pequeño tamaño y complejidad,
como las del Cerro de San Antonio, o el Sector III de Getafe, y que forma también parte de estructuras de mayor
dimensión, desarrollo y compartimentación, que conocíamos por la vivienda oval/trapezoidal de 13x4 m localizada
en Ecce Homo, hecha a base de postes (Almagro y Dávila,
1989). En los últimos años tenemos más ejemplos, entre
ellos El Colegio (Sanguino et alii, 2007), donde se produce
además un ensayo de lo que podrían ser casas adosadas, y
en las dos estructuras de gran tamaño, 200 y 144 m² localizadas en Las Camas (Urbina et alii, 2007), que reproducen
143), la doble hilada de bloques de sílex de La Capellana
(Blasco y Baena, 1989), El Caracol (Oñate et al, 2007) o la
cabaña de Pico Buitre. En esta, se coloca un zócalo de tapial manteado con cal de 20 cm de altura que aprovecha un
rehundido natural de la vaguada, sobre el que levantarían
las paredes de ramas y troncos. Un tramo de encachado
y dos alineaciones de piedra, a modo de divisiones internas, completan los restos conservados de la construcción
(Crespo, 1995: 171-172). Los tamaños de las estructuras
aparentan gran variabilidad, destacando también la presencia de viviendas grandes, como los más de 160 m² que
pudieron alcanzar las cabañas de adobe de Dehesa de Ahín
(Rojas et alii, 2007: 77).
Por otro lado, contamos con una arquitectura de piedra, adobe o tapial que sin renunciar al uso de la madera y
los entramados vegetales, así como al barro en sus paredes,
La cabaña de postes de Ecce Homo y las dos cabañas
localizadas al pie del mismo cerro, en el poblado de Los
Pinos (Muñoz y Ortega, 1997) (Fig. 4), pero de planta circular, nos dan idea de la enorme versatilidad estructural. Si
ambos tipos constructivos, o las distintas plantas que diseñan, responden a diferentes funcionalidades, experimentaciones técnicas, cronologías, o adaptaciones al entorno,
está por determinar con precisión. En todo caso, parece
que la diferencia de tamaño es un factor decisivo en la interpretación funcional de las estructuras. Las más pequeñas serían estructuras de almacenaje o pequeños graneros
de las tradicionalmente consideradas viviendas (Martín y
Vírseda, 2005: 193), pasando éstas, de no más de unos 20
m², a ser espacios anexos de usos suplementarios a las de
mayor tamaño, por ejemplo, las grandes viviendas localizadas en Albareja (Consuegra y Díaz del Río, 2007), o Las
Camas (Urbina et alii, 2007).
eleva éstas sobre cimentaciones y zócalos. Es el caso de
Es interesante la secuencia de El Colegio donde a las
Puente Largo de Jarama, con un zócalo de 50 cm de ancho
construcciones de postes de madera les siguen construcciones circulares con zócalos de piedra, paredes de adobe
y suelos encachados (Sanguino et alii, 2007), que mues-
un mismo de tipo de construcción longitudinal de cabeza semicircular a base de postes de madera. Una línea de
postes centrales, igual que en El Colegio (Sanguino et alii,
2007: 158), divide de forma tripartita el espacio interior,
separando lo que debieron ser áreas de descanso, preparación de alimentos y despensa. Su grado de arrasamiento no
permite asegurar ni siquiera la presencia de hogares, como
en aquella, que sin duda debieron de servir para caldear o
iluminar una estructura tan grande.
hecho con cantos rodados, sobre los que se elevarían paredes de madera y adobe revestido (Muñoz y Ortega, 1997:
Fig. 4.- Planta de la cabaña del Ecce Homo (Almagro y Dávila, 1989) y Los Pinos (Muñoz y Ortega, 1977).
34
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
tran una estancia duradera, al menos hasta la II Edad del
Hierro, igual que en La Dehesa (Dávila, 2007: 100), o en
el Baldío. Aquí, con el interés añadido de mostrar el largo uso de las construcciones perecederas (Martín y Walid,
2007: 212). Una de las mejores secuencias la tenemos en la
Dehesa de Ahín, uno de los pocos casos en los que podemos hablar de tell al estilo de Soto, y de la presencia, como
aquí, de bancos corridos y enlucidos rojos (Delibes et alii,
1995). Las fases del poblado toledano (Rojas et alii, 2007)
comienzan con varios niveles que sólo fue posible sondear
documentándose cenizas, hogares y algunos pavimentos
que podrían relacionarse con estructuras perecederas incendiadas. Prosigue con una sucesión de construcciones
en adobe que modifican su planta y fortaleza muraria, pasando de recintos rectangulares a recintos longitudinales
con cabeza absidal, que aumentan significativamente la
superficie de habitación, aunque no la complejidad interna, con sólo algunos postes que dividen pequeñas áreas. Es
posible que el tiempo entre las construcciones no sea muy
grande, no sólo por la construcción en sí, sino también por
el final brusco de algunas de ellas por los incendios.
Por el momento no son muchos los yacimientos que
muestran esta continuidad, pero la mayoría tiene indicios
de permanencia. Esta se deduce de acondicionamientos de
las viviendas con suelos preparados, pavimentos, encachados de piedra hechos de guijarros, como en Los Pinos (Muñoz y Ortega, 1997: 143), El Cerro de San Antonio (Blasco
et alii, 1991: 23), Pico Buitre (Crespo, 1995: 171-172), o
revestimientos interiores calizos (Crespo, 1995: 171-172),
y enlucidos en rojo (Rojas et alii, 2007: 83) a los que hay
que dar un valor estético más que funcional. En realidad,
parte de la dificultad de delimitar estas construcciones
viene precisamente de la superposición de elementos que
muestran rehabilitaciones y reconstrucciones del espacio.
En ocasiones dividen la superficie habitacional (Martín
y Walid, 2007: 200) y, en otras, la aumentan con cabezas
absidales o trazados más longitudinales, como ocurre en
Ecce Homo, a cuya primera cabaña se añade un espacio en
la entrada (Almagro y Dávila, 1989: 34-35). También se deduce de sus reparaciones, como muestran la presencia de
suelos preparados con fragmentos cerámicos acumulados
previamente en lugar, con sucesivas capas de enlucidos, o
varias superficies de uso de los hogares.
De éstos hay que señalar que la presencia de estructuras de combustión es algo más que casual, en todos estos
contextos, y también va más allá de meros hogares relacionados con las viviendas. Hay un hogar doméstico, o varios,
como en El Colegio (Sanguino et alii, 2007), o Dehesa de
Ahín (Rojas et alii, 2007), al interior de la estructuras, que
pueden ser muy elaborados, a base de placas de arcilla endurecida sobre fragmentos cerámicos, o bien cantos de río.
Pero también son frecuentes los hornos, estructuras para
la realización de metal y cerámica, bien identificadas en el
yacimiento de Las Camas (Urbina et alii, 2007: 50), con un
conjunto de seis cubetas de las que se conservaba la base, e
incluso en alguna el arranque del cierre de la cámara. Destacan también las trece superficies de barro rojo endurecido,
más o menos circulares, localizadas en la pequeña excavación de Pico Buitre (Crespo, 1995), que pueden identificarse bien con las diferentes partes conservadas en los hornos
de Las Camas. En ambos las estructuras se agrupan y ligan
a fosas, en las Camas interpretadas como de obtención de
arcillas (Urbina et alii, 2007: 50), formando pequeñas áreas
de producción, casi a modo de pequeños talleres.
Cambiando de sector, en la zona oriental de la Meseta Sur, se ha señalado una baja implantación de Cogotas I
(Arenas, 1999: 168) que contrasta, claramente, con el núcleo madrileño, y que se hace extensible a prácticamente
toda la Edad del Bronce en la zona, lo que sugiere un gran
vacío de investigación más que un paisaje despoblado.
Las construcciones de madera del área oriental vienen
aquí expuestas por el poblado molinés de Fuente Estaca
(Martínez, 1992). Su excavación localizó los restos de al
menos dos cabañas ovales de hasta 16 m de longitud, delimitadas por huellas de poste, con suelos apisonados o
empedrados, hogares, y estructuras anexas de hornos de
cerámica, es decir, el mismo modelo expuesto para Pico
Buitre o los yacimientos madrileños.
Contamos además, algo más tarde, con un proceso de
nuclearización bien configurado en varios poblados excavados, de los que sin duda el mejor ejemplo es El Ceremeño
(Cerdeño y Juez, 2002). Se trata de poblados en altura, amurallados, y con viviendas rectangulares con zócalo de piedra
y paredes de adobe, que se adosan entre sí y apoyan en la
muralla, organizándose entorno a un espacio abierto. En el
mismo conjunto podrían incluirse los restos constructivos
encontrados en El Turmielo, con zócalo de piedra y recrecido de tapial (Arenas y Martínez, 1995), o las casas de La
Coronilla (Cerdeño y García Huerta, 1992), todos ellos en
el área de Molina de Aragón. Si las viviendas de éste último
poblado llegan a unos 19 m², en el Ceremeño hay una cierta
variabilidad, con ejemplos de unos 55 m² y divisiones bi y
tripartitas. Se completan con pisos de tierra apisonada, hogares, postes para sujetar la techumbre, y bancos de piedra.
Son escasos los silos, pero en la mayor parte de ellos son
frecuentes las vasijas de almacenamiento, algunas clavadas
35
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
y calzadas en el propio suelo (Arenas y Martínez, 1995: 103)
a modo de mobiliario de provisión de la casa.
Las diferentes referencias demográficas utilizadas en El
Ceremeño determinan un poblado de entre 51 o 75 habitantes, según las variables manejadas (Cerdeño y Juez,
2002: 59), es decir, con una mayor concentración demográfica que la que resulta de los restos constructivos descritos en Madrid y el Henares alcarreño.
Que Fuente Estaca sea un poblado en zona baja, frente
a las elevaciones de los castros molineses, no debe hacernos caer en la simplificación de arquitectura de madera en
bajo, mampostería en alto, por mucho que la documentación en la zona sea escasa. Algo como lo que sucede en Cortes de Navarra, con quien El Ceremeño comparte muchas
similitudes en su diseño urbano, parece bastante posible.
Aquí, tras una fase de estructuras de madera, con plantas
circulares que preceden a las rectangulares, le sigue el uso
de materiales perdurables (Munilla et alii, 1996).
El contraste marcado entre el área madrileña y el alto
Tajo es evidente. Los tamaños de las viviendas de El Ceremeño se alejan de las grandes estructuras de madera
descritas en Madrid. Ahora bien, si se da valor a una postura diferente (Arenas, 2007), que también hay que decir,
cuenta ya con su correspondiente réplica (Cerdeño, 2008),
y vemos las construcciones de El Ceremeño no sólo como
viviendas, sino además como espacios dedicados a actividades de acumulación de leña, forraje, o labores diversas, la
similitud con el modelo del resto del Tajo es más próxima,
igual que la demograf ía de los núcleos familiares de ambos
marcos. Sólo la cohesión que proporcionada la muralla del
Ceremeño se echa en falta en los poblados de la capital.
LA CUESTIÓN FUNERARIA
Respecto al mundo funerario, paralelo al de habitación,
la información en este periodo de transición es limitada
(Ruiz Zapatero, 2007: 49), lo que no debe resultar raro,
pues precisamente el Bronce Final se caracteriza por su
parquedad funeraria en buena parte de nuestra Península
Ibérica. De hecho, en el caso de Cogotas I, se plantea la
escasez y el enrarecimiento de sus enterramientos finales
como una diferencia clara de comportamiento entre sus
comunidades del II y I milenio a.C. (Blasco et alii, 2004:
49). Tampoco podemos olvidar que un poblamiento de
pequeñas comunidades, como el descrito, quizás perfila
cementerios igual de pequeños, dispersos y poco sistematizados, en definitiva dif íciles de documentar.
36
En el área carpetana aún no conocemos los contextos
de enterramiento de los primeros asentamientos, pero esto
no impide que las pautas funerarias sean consideradas el
elemento de más abrupta diferencia entre las comunidades del Bronce y del Hierro, por el contraste que supone
la inhumación frente a la incineración (Blasco, 2007a: 82).
Desde luego la sola idea de cementerio supone también
permanencia.
Conjuntos como los de varias necrópolis de Guadalajara, excavadas a comienzos de siglo, que tuvimos la
oportunidad de revisar, el caso de las Horazas (Paz, 1980),
igual que la incineración de La Torrecilla (Priego y Quero,
1978), en Madrid, parecían aproximar la incineración a estas comunidades, desde sus momentos más antiguos, pero
lo cierto es que sus argumentos, únicamente materiales,
eran endebles.
Una aportación interesante a este vacío viene sin duda
del Alto Tajo, con la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007a) que asegura, en su fase más antigua, la gran
antigüedad del ritual de incineración en la zona. Más allá
de la propia incineración, o de su ligazón con los Campos
de Urnas, Herrería II, con la presencia de empedrados o
túmulos, con incineración e inhumación, incineraciones
en hoyo, o la presencia de estelas, ya presentes en la fase
anterior, muestra una unión de tradición y novedad propia
de un periodo de tránsito. Conviene no olvidar que esos
comportamientos tan poco reglados, casi mezclados, de
costumbres conocidas y nuevas que afectan al plano funerario, son comunes en varios contextos peninsulares de
este momento (Barroso et alii, 2007).
Destaca de Herrería su gran número de sepulturas
(Cerdeño y Sagardoy, 2007a), casi 300, entre las continuas
fase I y II, y otras 300 estimadas para la fase III, lo que
muestra una comunidad bien consolidada.
Cualquier comparación con las necrópolis del área carpetana que conocemos hasta el momento (Blasco en este
mismo volumen) es endeble en valor demográfico, pues
tanto Arroyo Culebro como el Arroyo de Butarque se han
excavado parcialmente. En síntesis recientes se señala que
en general están en consonancia con esas comunidades pequeñas descritas, mostrando también su misma ausencia de
belicosidad y grandes diferencias sociales (Ruiz Zapatero,
2007: 53). Los restos incinerados se depositan directamente
en un hoyo o en urna, sin faltar las tumbas vacías a modo
de cenotafios (Penedo et alii, 2001: 51; Blasco et alii, 2007:
220), es decir, lo usual en este tipo de conjuntos que incluso muestra el habitual ambiguo comportamiento hacia los
individuos infantiles según su edad. Algunos se incineran y
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
otros se inhuman, como en Arroyo Culebro (Gómez y Martín, 2001: 259-260), mientras los perinatales se entierran
bajo las casas (Blasco, 2007a: 83), como también se documenta en el Alto Tajo (Cerdeño y García Huerta, 1983).
Dos cuestiones que es interesante destacar en su contraste con las necrópolis del área oriental de la Meseta.
Una primera, la falta de señalización de las tumbas (Blasco, 2007a: 83), que ciertamente choca con el inconveniente
del grado de arrasamiento de los conjuntos y de la nula
conservación de la materia orgánica pero que, hoy por hoy,
es un elemento a destacar, por la planificación que supone.
Las escasas piedras próximas a algunos hoyos de Arroyo
Culebro (Penedo et alii, 2001: 51) contrastan, sin duda, con
los empedrados y túmulos localizados en Herrería III, y
con las estelas, mucho más presentes en sus fases antiguas.
Entre ellas hay algún ejemplar excepcional de 1,52 m (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 112), que no sólo referencia tumbas sino también áreas destacadas del paisaje funerario de
la necrópolis. La importancia de estas señalizaciones en la
zona, se pone de manifiesto en las necrópolis celtibéricas,
de estelas alineadas en calles, que documentó Cerralbo en
Luzaga, o El Altillo. Junto a la novedosa incineración, puede verse la tradición anterior de estas piezas, recordando
la asociación espacial de la última necrópolis mencionada,
a un conjunto megalítico con varios menhires con decoración (Bueno et alii, 1994).
Una segunda cuestión es la falta de armas de las necrópolis madrileñas (Blasco, 2007a: 83) mencionadas, cuyos
ajuares cuentan exclusivamente con cuchillos de hoja curva, y el trasfondo de la reducida presencia de hierro que esto
supone. Cuchillos, pero también puntas de lanza, regatones
y espadas, están presentes en la fase III de Herrería, en la
misma línea de lo documentado en la necrópolis de Sigüenza, en el Henares (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 134-135).
2007: 169; Ruiz et alii, 1997: 140; Ruiz y Gil, 1995) que,
en algún momento, quizás pudiera influir en los distintos
modos constructivos descritos que tanto uso parecen hacer de la madera. A ellos se unen análisis antracológicos,
de esos repetidos niveles de incendio que afectan a vigas,
techumbres y postes, que muestran, como en el Ceremeño (Cerdeño y Juez, 2002: 36), la selección de pino para la
construcción.
La abundante presencia de ruderales en el polen (Mariscal, 1996: 83-86), puede interpretarse en la línea de un
importante aprovechamiento de las tierras del entorno, lo
mismo que pone de manifiesto el análisis del territorio inmediato de explotación. Las buenas tierras parecen ser la
única ventaja de la ubicación de poblados como Pico Buitre (Barroso, 2002), que en una vaguada, ni siquiera contarían con la mejor visibilidad.
Como hemos señalado, la elección de los mismos enclaves de Cogotas I es algo más que casual, luego las directrices económicas no son tan distintas, al menos en
un primer momento. La diversificación parece la base de
la autonomía económica de las comunidades del Bronce
Final–Hierro que, a falta de muralla y otro tipo de delimitación, no muestran una gran competencia por la tierra.
La carpología, elementos materiales como los dientes de
hoz, y una cierta lógica en la continuidad de cultivos anteriores, nos permiten reconstruir comunidades con siembras
de trigo y cebada (Arenas y Martínez, 1995: 92) a las que, en
momentos avanzados, se unen cereales de ciclo corto, en
procesos algo más intensivos que podrían incluir la rotación
de cultivos (Cerdeño y Juez, 2002: 92). Los restos faunísticos, generalizados en la mayor parte de los poblados excavados, muestran el valor de los ovicápridos sobre los bóvidos, que iría acompañado de un porcentaje variable de caza
y recolección según biotopos específicos. Así, el reducido
porcentaje de caza de Cerro de San Antonio (Blasco et alii,
BREVE APUNTE ECONÓMICO
1988: 150), o Las Camas (Yravedra, 2007), tiene su contrapunto en una presencia elevada de ciervo en el Alto Tajo,
Los registros económicos del Tajo son, hoy en día, más
favorables en el área oriental, donde forman un bloque más
compacto. De ahí la importancia de los que se recogen en
este volumen, pues en el Tajo medio, en cuyo patrón económico vamos a insistir más en este apartado, la publicación de restos estructurales de los últimos años, junto con
los restos materiales que les acompañan, no ha ido ligada
siempre de una pareja información económica.
La referencia que proporcionan los polínicos es un tanto escueta, en la mayor parte de los casos, y no va más
allá de claros indicios de deforestación (Sanguino et alii,
donde tenemos también muestras de recolección, bellotas
carbonizadas (Cerdeño y Juez, 2002: 102), que son fáciles de
recoger y procesar pudiendo hacer el papel de sustitutivo de
los cereales en determinadas épocas del año. (Fig. 5)
La aportación de los contextos funerarios nuevamente
marca la relevancia de ovicápridos (Penedo et alii, 2001:51)
y vacuno, cuya elevada edad de sacrificio va más allá de su
etapa de mejor aprovechamiento cárnico (Arenas, 1999: 222).
El uso del entorno inmediato no sólo se reduce a valores subsistenciales a los que habría que unir la sal (Muñoz
y Ortega, 1997: 151), sino también mobiliarios, por cuanto
37
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Viviendas, almacén o áreas de estabulación, y áreas de
actividad, determinan espacios exentos subsidiarios, o que
forman parte de una misma unidad espacial, que garanti-
Almacén
sleeping/storage
Cocina,
trabajo y
descanso
Estabulación
a
activities
activities
b
Fig. 5.- Modelos de uso de espacio doméstico: a) partir de Valdés, V.
2002: 161; b) según Pope, 2007: 221.
se dispone de arcillas de buena calidad con la que realizar
la cerámica, con ejemplos como el ya mencionado de Las
Camas (Agustí et alii, 2007), sílex para la industria lítica, y
metal. Este se está trabajando en los poblados, de ahí los
restos de Las Camas o las escorias de Pico Buitre (Crespo,
1992: 65), aprovechándose afloramientos locales (Cerdeño
y Juez, 2002: 106).
Al paisaje, mayoritariamente de silos, ofrecido por los
yacimientos de la prehistoria Reciente madrileña, se añaden ahora estructuras cuyo uso va más allá de la vivienda
y el descanso. Es decir, esta economía diversificada y autónoma sobre sus tierras parece, además, menos colectiva
de lo que lo era antes, pero necesitamos un buen registro
de los restos interiores de las construcciones para poder
determinar la verdadera entidad económica de sus agrupaciones.
En este sentido es muy ilustrativo el ejemplo del castro
de El Ceremeño. Su modélico análisis de sedimentos de
varias viviendas ha ayudado a determinar sus divisiones
internas y su funcionalidad. El ejemplo de la vivienda E, de
unos 50 m², podría ser extrapolable a varias de las estructuras conocidas en el Tajo. Su pequeño vestíbulo fue utilizado para la estabulación de ganado, mientras en el interior se distinguen áreas de cocina y descanso, quedando el
fondo como despensa (Cerdeño, 2008: 109). Estas mismas
divisiones se plantean, incluso en viviendas circulares, en
contextos ingleses (Pope, 2007), quedando la estabulación
de la entrada ligada a animales con crías, y en buena parte
como refugio nocturno e invernal.
38
zaría el mantenimiento de los que la habitan. El interés por
abarcar dentro de la construcción de vivienda, diferentes
actividades de trabajo que exigen de más espacio, se observa en Dehesa de Ahín cuando se añade una cerca, o a un
área inicialmente abierta dedicada a labores artesanales, se
le incluye dentro de una cabaña (Rojas et alii, 2007: 105).
También de un cierto éxito económico podríamos
calificar las frecuentes remodelaciones del espacio mencionadas. Suelen ser tendentes a un aumento del mismo,
aunque nos falta por comprobar si estas ampliaciones vienen acompañadas de un mayor número de estructuras. En
todo caso parece que esos almacenes nos permiten hablar
de una producción excedentaria, o que si no lo es en gran
manera, es por un cierto conservadurismo y mesura de sus
comunidades.
Esa apertura se observa también en cuanto que se trata de comunidades abiertas, permeables, a numerosos influjos e intercambios externos. De los primeros proceden
distintos aspectos que se funden en las producciones materiales de este momento, así como en el aprendizaje de
nuevas tecnologías, y de los segundos, auténticas importaciones cuyo valor económico no sólo está en el propio
contenedor sino en el contenido, que en la mayor parte de
las ocasiones desconocemos.
LAS FECHAS. CRONOLOGÍA ABSOLUTA
Y RELATIVA
La falta de resueltas estratigraf ías, una cuestión presente en toda nuestra Prehistoria Reciente, permite tomar
o dejar una siempre cómoda sucesión lineal entre las comunidades Cogotas I y aquellas que fabrican nuevos tipos
vasculares.
En el trabajo ya aludido usaba el título de “Otros Bronces f ínales” (Barroso, 2002: 131) ligado a este periodo de
tránsito, y es que estos yacimientos que nos ocupan forman parte de un proceso de diversificación, todo apunta
que, previo a la desaparición plena de las gentes de los
típicos poblados de fondos Cogotas I (Fernández Posse,
1988: 138-139). La importante presencia de Cogotas I, en
su solar originario, ha hecho dif ícil la observación de otras
pequeñas comunidades que conviven con ella tomando
su relevo, mientras en la periferia, donde Cogotas I suele englobarse en Bronce Tardío, se ha abordado el Bronce
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Final propio de cada zona sin tantas trabas. De esta manera, los mejores paralelos para los yacimientos que ahora
nos ocupan, no sólo para sus viviendas, sino también para
sus conjuntos materiales, están en Levante, en conjuntos
como Peña Negra, en el Alto Ebro, en Soto o en la Beira, la
mayor parte por cierto con la misma problemática comentada respecto a los patrones funerarios (Barroso, 2002: 133
y ss.), y con importante influencia de Cogotas I (Abarquero, 2005: 402). (Fig. 6)
El trasfondo de contactos y dinamismo propio del
Bronce Final, acrecentado en un marco geográfico central
como es la Meseta, y la falta de fechas C-14, ha hecho de
las influencias externas un elemento fundamental a la hora
de identificar las comunidades del Bronce Final-Hierro de
la zona, extrapolando para fechar, elementos y su problemática desde diferentes contextos (Urbina et alii, 2007:
65). La tendencia normalmente era retrasar la fecha desde
el supuesto punto originario, y además aquí, se topaba con
algunas de las referencias más tardías de Cogotas I en la
Meseta, que aunque muy discutidas, siempre han estado
ahí (Barroso, 2002: 103).
Aunque hoy tenemos más fechas, y sabemos que el uso
de la tipología tiene sus problemas, la situación temporal de estas comunidades no tiene absoluto quórum. Los
problemas de la curva de calibración del C-14 en estos
momentos, con márgenes muy amplios, se han intentado
suplir por el uso de la TL, pero hay que reconocer que ambos, aunque cronología absoluta, pueden relativizarse por
cuanto la interpretación de su contexto de procedencia se
presta a versiones diversas.
En los últimos años han sido varias las fechas antiguas
obtenidas. Algunos autores son partidarios de valores intermedios entre C-14 y TL que ajusten con el marco cronológico obtenido para Cogotas I, admitiendo cronologías
del VIII a.C. para el tránsito Bronce Final-Hierro (Blasco,
2007a: 71). Otros no encuentran tanto inconveniente en
esas cronologías anteriores (Barroso, 2002; Agustí et alii,
2007; Cerdeño, 2008).
Cuando abordamos hace años esta cuestión sólo teníamos las fechas radiocarbónicas de Pico Buitre, que sus autores llevaron sin problemas al siglo X a.C. (Crespo, 1992:
65), y cuya calibración obviamente envejece aún más. Ya
en ese momento observábamos la existencia de valores semejantes en otras áreas peninsulares, sin encontrar motivo
alguno para dejar fuera el área del Tajo. Ejemplos del Sureste, del Alto Ebro, como La Hoya, o el propio Cortes de
Navarra, o los yacimientos Baioes-Santa Luzia en la Beira
Alta, o los de la Beira Interior, en Portugal, completaban
junto a Pico Buitre un amplio cuadro del Bronce Final cuyo
grueso de fechas, entre el siglo XII-IX cal BC (Barroso,
2002: 165), tiene hoy nuevos datos de radiocarbono fuera
(Misiego et alii, 2005: 218) o dentro del Tajo.
Aquí los más relevantes son sin duda las fechas de la vivienda de Las Camas, entre los siglos XI y X cal BC (Agustí
et alii, 2007: 69), y los de la mencionada necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007b), en el área oriental, para
el comienzo de la cultura celtibérica. Tanto Herrería, como
Pico Buitre, Fuente Estaca, y Las Camas, forman un conjunto de fechas entre 1250-800 cal BC, que se aborda con
mayor (Cerdeño, 2008) o menor resolución (Agustí et alii,
2007: 79) según el peso que se dé a determinados elementos
materiales, o el margen de las muestras, en muchas ocasiones madera de construcción sujeta a un largo uso. (Fig. 7)
Al siglo VIII cal BC remiten las fechas de El Ceremeño,
unidas a otra más de La Coronilla y de la Torre II, mostrando el cohesionado poblamiento ya descrito en el área oriental de la Meseta, en comunidades que siguen incinerando a
sus muertos, como se pone de manifiesto en las fechas de
Herrería III. Dos fechas del siglo XI cal BC obtenidas en El
Ceremeño y La Coronilla, quizás fechan elementos constructivos procedentes de viviendas anteriores y reutilizados
en cubiertas y vigas de sus fases de ocupación posteriores.
Las fuertes nivelaciones necesarias en la construcción de
muros y viviendas de piedra podrían haber borrado evidencias de un poblamiento anterior, seguramente con importante uso de la madera, que determinará la frecuentación
tanto de zonas bajas como altas para vivir.
La fecha obtenida en el madrileño yacimiento de Arroyo Butarque, pone de manifiesto el uso de necrópolis de
incineración, en paralelo a las celtíberas.
Otra cosa diferente es, dentro de ese grueso cronológico, establecer una secuencia temporal que permita precisar más los acontecimientos que se suceden, y que se echa
en falta en un marco amplio como el que hemos definido.
Para ello será necesario contar con más fechas absolutas
que nos permitan relacionar datos constructivos y elementos materiales que, no tienen valor por sí mismos, de forma independiente.
Los elementos materiales, en especial la cerámica, han
sido repetido objeto de estudio por cuanto se presentan
como uno de los rasgos más novedosos y renovadores de
estas comunidades, y por lo tanto, uno de los que mejor caracterizan lo que “no es Cogotas I”. Su descripción ha sido
suficientemente abordada (Barroso, 2002), por lo que sólo
destacaremos su concreción de elementos característicos de
Cogotas I, Campos de Urnas o el marco meridional, en de-
39
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
Fig. 6.- Otros contextos del Bronce Final peninsular mencionados en el texto.
finitiva una auténtica mixtura. Su valor cronológico, lo que
ahora nos ocupa, es realmente impreciso. Hoy sabemos que
cerámicas como las grafitadas, más allá de las vinculaciones
con el Ebro, se están fabricando en la Tajo (Barroso, 2002b:
137; Andrés et alii, 1989), y la importante presencia en la
Meseta de algunos tipos de fíbulas convierte a esta zona en
tan posible receptora como productora. Del mismo modo,
tenemos varios casos, por ejemplo Pico Buitre (Crespo,
1995: 172-173) en los que las sucesivas remodelaciones de
un mismo espacio no conllevan cambios materiales apreciables, pues se suceden en cortos espacios de tiempo.
Todo indica que, hasta que nuestro volumen de información, precisado por fechas, no sea mayor, sólo podemos
hablar de pautas cuyo respaldo temporal habrá que comprobar.
Una pauta a comprobar sería sin duda el porcentaje de
cerámica decorada significativa que existe en los diferentes
conjuntos vasculares. Las acanaladas, en el caso de aquellos
40
ambientes más influenciados por el Ebro, o las incisiones
y excisiones típicas de los conjuntos del Tajo medio. Un
ejemplo, al respecto, lo tenemos en Dehesa de Ahín donde
se observa un progresivo empobrecimiento formal y decorativo de los conjuntos vasculares (Rojas et alii, 2007).
Otra pauta más estaría en la presencia de piezas hechas
a torno entre la cerámica a mano. Piezas importadas, o de
imitación, suelen ser un paso previo a la adopción de la
nueva tecnología, y por lo tanto su porcentaje resulta expresivo de un proceso de transformación. El torno aparece en poblados del Henares como Los Pinos, y tiene una
buena documentación en el área oriental de la meseta en
conjuntos como El Turmielo (Arenas y Martínez, 1995), El
Palomar (Arenas, 1999), o El Ceremeño (Cerdeño y Juez,
2002: 77-78) con porcentajes muy variables. En este último
tenemos los porcentajes más altos, cercanos al 50% en algunas viviendas, con la referencia cronológica ya mencionada, y el testimonio de su funcionalidad, pues el porcentaje
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
disminuye notablemente en la necrópolis paralela a la fase
de ocupación del castro (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 125).
cia en el cementerio, en forma de armas, que en el poblado
Su presencia en la necrópolis de Arroyo Butarque
(Blasco et alii, 2007: 231) lo sitúa en un momento paralelo
en los conjuntos madrileños.
106). Dado los recursos de hierro del Tajo, sería interesan-
Respecto al hierro, tradicionalmente considerado tardío, como el torno, la remontada de fechas de los últimos
años convierte a este material en un elemento de uso temporal inseguro. Su presencia funcional en Alarilla, con un
escoplo, junto a cerámica Cogotas I (Méndez y Velasco,
1986: 28), alertaba de esa cuestión. Hoy tenemos fechas del
siglo X cal BC, de la necrópolis de Palomar de Pintado, que
se relacionan con la pieza encontrada junto a la tumba 32
de Arroyo Culebro (Pereira et alii, 2003: 164). También, de
nuevo, en El Ceremeño y Herrería III, mostrando aquí su
valor simbólico, pues es mucho más numerosa su presen-
interiores antiguos de la Península, está llevando a revisar
donde el registro es reducido (Cerdeño y Juez, 2002: 82 y
te contar con nuevas analíticas pues la repetida presencia
de este metal, en poblados y necrópolis de otros contextos
la relación importación/fabricación propia (Vilaça, 2005).
También desde el punto de vista cronológico los diferentes tipos de estructuras constructivas tientan a ser
ordenadas en una secuencia temporal que existe en otros
contextos (Delibes et alii, 1995). Sin embargo este campo,
por si sólo, es tan inseguro como el de los restos materiales.
Por mucho que las plantas rectangulares o la piedra nos
parezcan mejores, las diferentes consecuciones técnicas y
urbanísticas se relacionan con procesos socioeconómicos
que se consolidan con ritmos propios.
Fig. 7.- Fechas de C-14 calibradas de los contextos Bronce Final – Hierro del Tajo Superior.
41
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
VIDA Y MUERTE DE LAS COMUNIDADES
MESETEÑAS DEL I MILENIO A.C.
pequeño núcleo básico de explotación rural. Se modifica
así la economía de Cogotas I aunque la base sigue siendo
igual de sencilla y diversificada.
Tenemos pautas que muestran cambios en ese consolidado paisaje que arraiga en la Meseta al menos desde el
Neolítico, pero las novedades se perfilan por el momento
con pulsos muy distintos a lo largo del Tajo, verdaderamente opuestos a parámetros estrictamente lineales.
Muchos de estos aspectos recuerdan el modelo establecido para las comunidades campesinas del noroeste
cuyas construcciones se definen como unidades de ocupación que agrupan vivienda, almacén y áreas de trabajo, es
decir, auténticas unidades independientes de producción
y consumo destacando la importancia del grupo familiar
(Fernández Posse y Sánchez Palencia, 1998). Contrasta, sin
embargo, con el Tajo medio, que las construcciones son el
único referente espacial de una agregación social que carece aún de verdaderos elementos de cohesión y trabajo
colectivo, más allá de endebles empalizadas.
Los cambios, por novedosos que sean, no tienen que
ser súbitos, bruscos, ni convulsos (Blasco, 2007a: 72), sino
que suponen solapamientos, convivencias, o prácticas comunes en comunidades que, pueden segmentarse o congregarse de distinta manera, e incluso recibir algún aporte
externo como se ha sugerido en el Alto Tajo (Arenas, 1999:
170), pero no sustituirse totalmente como si de una aniquilación se tratara. Las excavaciones de los últimos años
están dejando claro el importante volumen de población
que concentra el entorno de Madrid durante la Prehistoria
Como hemos visto, los muros/murallas están presentes
en el Alto Tajo, y son una de las diferencias que se pueden
establecer entre ambos tramos del río. Aún está por confirmar si estas diferencias son más aparentes que profun-
Reciente (Blasco, 2007a: 65), una población que, lejos de
das y, aunque tendrían sentido delimitando ya los solares
perecer, se articula y comporta de distinta forma, integrándose como parte activa de los cambios, con una apropiación distinta de un entorno que conocen bien. Esto ayuda a
comprender mejor el fin de Cogotas I, que es precisamente
en su desenlace cuando se muestra menos impermeable a
muchos de las influencias y aperturas que van a caracteri-
de las futuras Carpetania y Celtiberia, también permiten
zar las comunidades del Bronce Final–Hierro.
sigue quedando abierta la posibilidad de núcleos de mayor
Las novedades afectan fundamentalmente al plano funerario, la incineración, mientras los aspectos tradicionales proliferan en otros planos de la vida doméstica de los
una valoración global como la que se recoge. El temprano
urbanismo de tierras celtíberas se augura más lento en las
tierras bajas del río, donde Cogotas I arraiga con más fuerza, siendo visible un paulatino proceso de cohesión de las
comunidades surgidas de su fragmentación. Sin embargo,
entidad en Madrid, quizás en zonas no urbanizables que
han sido las más excavadas, del mismo modo que es evidente que son aún pocas las actuaciones en poblados de
poblados madrileños lo que arroja un balance muy propio
de contextos del Bronce Final, de contextos en formación.
tierras bajas del área oriental.
Inicialmente, no son tanto las viviendas, en muchas
ocasiones de sólo madera y barro, las que suponen el verdadero cambio de estas comunidades, porque hay que reconocer que el aspecto de muchas de ellas podría verse con
los mismos criterios de temporalidad que tradicionalmente se vienen usando en los poblados de fondos de cabaña.
La diferencia, la estabilidad tantas veces aludida, es más
de fondo que estructural, y reside sin duda en los cambios
socioeconómicos que conlleva este poblamiento disperso.
La progresiva sustitución de áreas de almacenaje comunal
por dependencias de almacén más individualizados a nivel de silos, pequeños graneros o despensas, ligados a unidades residenciales, y espacios o estancias que aseguran
actividades artesanales, relacionadas con la fabricación de
cerámica y metal, así como un entorno de buenas tierras
de explotación directa y propia, de las que también se obtienen materias primas para la producción, describen un
las fechas, en toda una dispersa red de intercambios e in-
42
La precoz incorporación de la Meseta, como muestran
fluencias, invita a no olvidar el protagonismo activo de sus
comunidades. Es decir, los cambios deberán ser analizados
más allá de los influjos o los intercambios que muestran los
registros vasculares, con buenos datos socioeconómicos,
e incluso debemos ver aquellos, los restos materiales, más
allá de sus paralelos.
Los materiales, igual que los modos constructivos por
si solos, no son la mejor base para definir una etapa, y mucho menos para delimitar sus tramos temporales. Se necesita una información conjunta y bien fechada, siendo el
C-14 definitivo para que hoy, sin duda, podamos hablar al
menos de un Bronce Final meseteño o de un Hierro Antiguo, según la terminología que se quiera adoptar, del 1250800 cal BC. Los ritmos a los que se afianza, y sus comportamientos regionales, es algo que aún nos queda por
determinar en toda su secuencia.
BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE
INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Mª Concepción Blasco
Jorge Chamón
Joaquín Barrio
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 05-04-2009
Aceptado: 15-04-2009
LAS PRIMERAS NECROPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
LATE BRONZE AGE - IRON AGE IN TAGUS
Mª Concepción Blasco
Jorge Chamón
Joaquín Barrio
Dep. de Prehistoria y Arqueología
Universidad Autónoma de Madrid
concepcion.blasco@uam.es
PALABRAS CLAVE: I Edad del Hierro, necrópolis, valle del Manzanares.
KEYS WORDS: First Iron Age, cementeries, Low Manzanares.
RESUMEN:
En este artículo se estudia la aparición del ritual de incineración en torno al segundo cuarto del primer milenio a. C. en la
Región de Madrid, a través de dos necrópolis localizadas en el curso bajo del valle del Manzanares. La presencia en uno de
estos cementerios de uno de los ejemplares cerámicos, realizados a torno, más antiguos de la región, como la tipología de los
conjuntos vasculares y las características de los ajuares metálicos nos llevan a considerar que la implantación de los nuevos
ritos funerarios en territorios del centro peninsular no son ajenos a la existencia de relaciones con las tierras meridionales
peninsulares afectadas por influjos orientalizantes.
ABSTRACT:
In this work presents two cremation cementeries of the first Iron Age in the river basin of thel Low Manzanares. All the
ceramic material, with exception of one of the ballot boxes, is made by hand, which united to the characteristics of the
metallix deposits takes their chronology to the s. VI B.C. and connect this cementeries with an orientalizante atmosphere
and and warn of the influence that those circles could have in the introduction of the rites of cremation in these areas of the
peninsular center.
LAS PRIMERAS NECROPOLIS DE
INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Mª Concepción Blasco
Jorge Chamón
Joaquín Barrio
Por los datos disponibles, las manifestaciones funerarias normalizadas en la región de Madrid debieron de ser
poco habituales a lo largo de toda la Prehistoria y en especial durante el segundo milenio, pues todo parece indicar
que a partir del Horizonte campaniforme se produce un
proceso de enrarecimiento de los rituales funerarios convencionales que culmina en el Horizonte Cogotas I de plenitud, durante el último cuarto del segundo milenio, momento al que no podemos asignar ningún enterramiento,
pese a que no faltan algunas excepciones en otras regiones geográficas como es el caso del Valle del Duero (Delibes, 1978). En contrapartida contamos con la presencia
de restos humanos, a veces en forma de huesos aislados,
localizados en silos integrados en espacios domésticos
asociados a desechos de fauna y cerámicas amortizadas.
Algo más raros son los hallazgos de miembros aislados en
siguiendo la tradición de los grupos del Bronce Antiguo,
se practican inhumaciones individuales o en pareja, dentro de “silos” distribuidos en el interior de los poblados,
en general, en número reducido y progresivamente cada
vez más raras de las que tenemos constancia en yacimientos como Caserío de Perales (Blasco et alii, 1991), La Dehesa (Macarro, 2000, 89-128), la pista de motos de Pinto
(VVAA, 2007, 60-63) o la Fábrica de Ladrillos (Blasco et
alii, 2006-2007, 58-64) entre otros. De manera que a lo
largo de casi cinco centurias se podría decir que apenas
contamos con registros relacionados con los enterramientos normalizados, pues desde el último tercio del segundo
milenio desconocemos casi todo con lo relacionado con
los ritos de la muerte cuya revitalización se asocia de manera muy directa con la introducción de la incineración
en la zona una práctica que, como veremos, se produce ya
conexiones anatómicas como el de una mano recuperada
en el yacimiento del Arenero de Soto (Martínez Navarrete
y Méndez, 1983) o incluso restos más completos como es
el caso del cuerpo desmembrado localizado en uno de los
silos de Caserío de Perales (Blasco et alii, 1991).
dentro del I milenio a.C.
Así pues, para encontrar las últimas inhumaciones en
En efecto, el panorama cambia radicalmente con la introducción de los ritos incineradores una práctica que, en
esta región del interior peninsular, empezamos a conocer
mejor desde hace una década, ya que hace sólo 15 años
apenas contábamos con datos para trazar una aproxima-
completa conexión anatómica hay que retrotraerse a mediados del II milenio, al Horizonte Protocogotas en el que,
ción a este fenómeno (Blasco y Barrio, 1992), sin embargo
las excavaciones de los cementerios toledanos de Palomar
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 1. Urna realizada a mano y cazuela torneada procedentes de una tumba de incineración junto materiales de otros contextos recogidos en las proximidades, entre ellos un brazalete áureo: La Torrecilla (Getafe, Madrid) (según VVAA, 1987, 115).
de Pintado (Ruiz Taboada et alii, 2004), Cerro Colorado
(Urbina y Urquijo, 2007) o El Vado (Martín, 2007) y la
localización y recuperación de parte de dos necrópolis
madrileñas en el entorno del bajo Manzanares y relativa-
Ciñéndonos al territorio madrileño, los datos conocidos hasta hace poco tiempo se reducían a la existencia de
una serie de materiales, casi exclusivamente cerámicos,
obtenidos por hallazgos casuales procedentes de la activi-
mente próximas entre sí, entre otros hallazgos, nos permiten contar hoy con datos más esclarecedores y, sobre
todo, acercarnos a las características, génesis y evolución
de estas necrópolis en el Valle del Tajo.
dad de extracción de áridos o por la acción de los furtivos,
la mayoría de ellos pertenecientes ya a los siglos IV-III a.
C., es decir a la segunda Edad del Hierro aunque intuíamos
que su inicio podía haberse producido en torno a los siglos
50
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
VII a VI a. C. pese a no existir todavía datos contundentes
para poder avalarlo.
Sin embargo, como en tantos otros aspectos, era cuestión de tiempo que tal hecho se debiera más a una falta de
investigación que a una ausencia de registro. Efectivamente, hoy podemos decir que se confirma plenamente la implantación de los ritos de incineración en un momento del
Hierro Antiguo que, quizás pueda elevarse hasta el siglo
VIII a. C. o inicios del VII a juzgar por la presencia en algunos ajuares de elementos enmarcados en este horizonte
temporal, a los cuales vienen a sumarse los indicios que
aportaban algunos hallazgos iniciales descontextualizados
como las urnas de la Torrecilla (Priego y Quero, 1978). Estos datos más definitivos se han obtenido tras las intervenciones en las necrópolis de Arroyo Culebro (Penedo el al.,
2001) y Arroyo Butarque (Blasco el al. 2007) que, como La
Torrecilla, se encuentra en la cuenca baja del Manzanares
donde se han podido documentar contextos tumbales cerrados muy coherentes
De La Torrecilla conocemos únicamente una urna de
tendencia troncocónica con decoración de mamelones y
5 pequeños vasitos de ofrenda, todo ello hecho a mano,
además de una cazuela realizada a torno y cuyo color claro
rojizo contrasta con las tonalidades oscuras de las producciones a mano (Figura 1). Desconocemos si también pertenece al mismo lote una cazuelita de paredes muy finas con
mamelón perforado que figura como procedente de esta
zona. Este conjunto apareció en un punto cercano al que
entregó un brazalete áureo que definitivamente no está en
relación directa con la incineración despejándose así los
problemas que la posible sincronía de tal adscripción podían generar.
De los pocos datos disponibles se deduce que la urna
se encontraba sobre una costra de tierra endurecida de
unos 10 milímetros de grosor, de color rojo al exterior y
negro al interior, que posee un pequeño reborde de unos
80 milímetros de altura y cuya base presenta improntas
de cestería muy evidentes. Tanto la urna como la cazuela
contenían restos de cremación pero desconocemos si pertenecieron a más de una incineración.
Del conjunto destacamos la cazuela torneada sin decoración con una morfología bastante próxima a producciones locales a mano del Bronce Final y muy diferente
a las cerámicas a torno carpetanas la cual nos plantea la
duda de si estamos ante un ejemplar importado o ante una
de las primeras producciones locales a torno. Lo cierto es
Fig 2. Situación de las tres necrópolis del Hierro I localizadas en la Cuenca Baja del Manzanares.
51
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
que, como veremos, tiene una tipología y, sobre todo, una
pasta de aspecto similar al único recipiente a torno de la
necrópolis del Arroyo Butarque.
También es interesante la urna piriforme hecha a mano
que se enmarca dentro de la tipología T2 de Gonzáles Prats
para la necrópolis de Les Moreres de Crevillente (Alicante), donde los ejemplares representativos de esta morfología se asocian a recipientes torneados de importación
como las urnas “Cruz del Negro” (González Prats, 2002,
236-246). La mayoría de estas urnas acogen los restos de
cremaciones infantiles y algunas presentan en su base claras improntas de cestería (González Prats, 2002, 91 y 104)
similares a las que se observan en la costra de tierra endurecida sobre la que estaban depositados los materiales de
la incineración de La Torrecilla.
La fase Les Moreres II en la que aparecen estas urnas se
enmarca en un Bronce Final/Hierro I con una cronología
entre el 750 y el 625 (González Prats, 2002, 400-401) y corresponde a la presencia, en algunos ajuares, de cerámicas
torneadas de importación y f íbulas de doble resorte. Se
trata de un horizonte que entendemos podría corresponder perfectamente a esta tumba.
Muchos más datos nos ofrecen las dos necrópolis excavadas parcialmente en fechas recientes: las de Arroyo
Culebro y Arroyo Butarque, situadas, como la Torrecilla,
en la Cuenca baja del Manzanares a orillas de dos de los
arroyos tributarios más importantes de su margen derecha
que distan entre sí y a La Torrecilla algo más de 15 kilómetros (Figura 2 ).
La necrópolis de Arroyo Culebro fue excavada por la
empresa ARTRA SL, bajo la dirección de Eduardo Penedo,
autor también de su publicación (Penedo et alii, 2001b).
Se encuentra situada en la margen meridional del arroyo
Culebro, en el mismo fondo del valle a solo unos 150 metros del cauce (Penedo et al, 2001b, 47). Desconocemos
si pudo tener un hábitat cercano pues, aunque se han documentado en las proximidades restos de varios asentamientos, uno de ellos perteneciente a la Edad del Hierro,
ninguno parece ser sincrónico al cementerio (Penedo, et
alii, 2001a).
Desgraciadamente todos estos yacimientos, incluida la
necrópolis, en el momento de su localización y excavación
se encontraban muy afectados por las labores agrícolas
lo que impidió documentar el primitivo paisaje con las
posibles señalizaciones de las tumbas y, especialmente, si
existieron túmulos sellando algunas de ellas, pues incluso
esta mala conservación ha afectado también al contenido
y a la interpretación del significado de algunas de las fosas.
Fig 3. Planimetría de la Necrópolis de Arroyo Culebro, según Penedo et alii, 2001, 52- 53.
52
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 4. Foto aérea de la Necróplis de Arroyo Culebro (Según Penedo et alii, 2001, 46 ).
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 5. Tipología de as urnas de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001).
Fig 6. Tumba de la Necrópolis de Arroyo Culebro. a) urna. b) cazuela de ofrenda (Según Penedo et alii, 2001, 70).
54
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 7. Tipología de los vasos de ofrenda de los ajuares de a tumbas de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001).
Además, dado el tipo de actuación, no tenemos noticia de
de hierro. Otra pieza destacable es el fragmento de otro
cual pudo ser la extensión total del yacimiento y, mucho
broche de cinturón, al parecer de tres garfios, localizado
menos, del número de tumbas que acogía. Sólo sabemos
en la tumba 7. Pero el catálogo gráfico que se ofrece no es
que el total de las tumbas excavadas, según el plano
completo y, en consecuencia, el estudio definitivo ya que
(Figuras 3 y 4) que se aporta, es de 32 las cuales se agrupan
hay una mención a la tumba 13, de la que no se presenta
en tres tipos: con los restos “Depositados directamente
material gráfico, y de la que se dice que ofreció un ajuar
“compuesto por un pequeño cuenco invertido depositado
al lado de la urna. [y] En el interior de la urna destaca un
recipiente con pie de copa” (Gómez y Martin, 2001, 261).
en el suelo sin ajuar asociado; depositados en el suelo con
un recipiente invertido a modo de tapadera o depositados
en urna” (Penedo et al, 2001,b), 51), pero no se menciona
el porcentaje de cada una de estas tres modalidades de
depósitos. Así mismo se identificaron otros contextos,
algunos de los cuales podrían ser restos de ustrina. Entre
todas las incineraciones destaca la existencia de una
inhumación infantil localizada en la fosa 4 (Gómez y
Martín, 2001, 259).
Como información complementaria podemos añadir
que 23 de las 32 tumbas exhumadas contenían algún
tipo de material cerámico como ajuar y de ellas 10 tenían
también algo de metal, entre estas últimas destacan 3 por
su abundancia o presencia de elementos metálicos más
singulares: las correspondientes a los números: 9, con dos
f íbulas de doble resorte y unas pinzas, 17 con 4 brazaletes,
un broche de cinturón de un garfio y sin escotadura y una
anilla y 32 con 23 brazaletes, una anilla y restos de una pieza
Con respecto a las circunstancias en las que se encontraban los ajuares, se dice que tres de las tumbas (nº 1, 23 y
36) contenían únicamente las urnas con las cenizas; el resto de los enterramientos contenían recipientes de acompañamiento colocados indistintamente dentro o fuera de
las urnas, pero rara vez constituían verdaderas tapaderas
que cerraran totalmente su boca, únicamente de la urna
32 se dice que había “piedras y fragmentos de cerámica
externos que tapaban la boca”. En las tumbas que había
ajuares metálicos éstos se encontraba en el interior de las
correspondientes urnas, únicamente cuando el número
de piezas era importante (tumbas nº 17 y 32), algunas ellas
se depositaron fuera (Gómez y Martin, 2001, 263).
Desgraciadamente nos faltan datos para conocer algunos aspectos interesantes de los personajes enterrados,
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 8. Objetos de bonce procedentes de los ajuares de diversas tumbas de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001).
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 9. Fotograf ía de algunos de los ajuares metálicos más significativos de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001).
tales como sexo o edad pues tan solo contamos con menciones poco precisas como: “según muestra el análisis de
los restos óseos, existen individuos ancianos e infantiles”
(Gómez y Martín, 2001, nota 7, p. 259). Respecto al rango
social, podrían inferirse algunas conclusiones a partir de
la presencia o ausencia de ajuar y de su mayor o menor
riqueza, cuando éste está presente, pero estimamos que
los datos no son del todo precisos y además el número de
tumbas exhumadas resulta insuficiente para obtener conclusiones.
Todas las urnas contenedoras de las cremaciones (Figura 5) están realizadas a mano y presentan morfologías
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
bastante variadas siendo particularmente significativas
las de tendencia bicónica que revelan una inequívoca adscripción al Hierro antiguo. Especial interés ofrece la urna
de la tumba 32 (Figura 6a), que ostenta una decoración de
doble línea quebrada bruñida además de un acabado a la
almagra muy intenso; posee un perfil carenado muy próximo a alguno de los ejemplares del tipo T1A de Crevillente
(González Prats, 2002, 237), representativo de la fase más
antigua de esta necrópolis que su excavador adscribe al
Bronce Final II (900-750 AC) (Moreres I) por no encontrase asociadas a contenedores torneados de importación,
si bien en un caso, tumba 123, uno de estos recipientes se
vincula a un ajuar con cuchillo de hierro, un objeto que
también está presente en una de las tumbas con urnas del
tipo T2 de la fase Moreres II y que por la presencia, entre
otros rasgos, de los cuchillos de hierro, se le asigna a una
(Figura 7), que, en su mayoría, ostentan una morfología
troncocónica de paredes muy abiertas con acabados de
bruñidos, cepillados o a la almagra y frecuentemente con
mamelones perforados. Entre todos los ejemplares resulta
muy significativa la cazuelita de la tumba 32 (Figura 6b),
con un perfil de carena bastante acusada en la que se ha
colocado un mamelón de perforación horizontal; presenta
superficie muy bruñida de color gris que, al igual que su
tipología, nos remite a las producciones más clásicas del
Hierro Antiguo. Piezas de esta morfología (tazas carenadas tipo B1) están presentes en los ajuares de algunas de
las necrópolis del sureste (Lorrio, 2008, 228-230), entre
ellas en la ya citada de Les Moreres, utilizadas indistintamente como urnas (Tipo IB) (González Prats, 2002, 238,
fig 181) o como tapaderas de distintos tipos de urnas.
cronología entre mediados del s. VIII y el primer tercio del
siglo VII a. C..
Los elementos metálicos (Figura 8 y 9) resultan también
muy coherentes con el referido horizonte de Les Moreres
y, en general con la fase III de las necrópolis del sureste
Con respecto a las ofrendas cerámicas cabe señalar que
ninguna de las tumbas contiene más de tres recipientes y,
como ya se ha apuntado, los enterramientos números 1,
23 y 36 no entregaron ninguno. En general estas donacio-
(Lorrio 2008). La mayoría de ellos son adornos personales, a excepción de un fragmento de objeto no identificable
de hierro presente en la singular tumba 32, el resto están
realizados en bronce. Destacan, por su número -al menos
nes corresponden a cuencos y platos de pequeño tamaño
34- los brazaletes de extremos abiertos, sección cuadrada
Fig 10. Restos óseos recuperados en el interior de la urna de la tumba VIII de la necrópolis de Arroyo Butarque.
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 11. Tipología de las urnas de la necrópolis de Arroyo Butarque.
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LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
o circular y sin decoración, pero hay también dos anillas o
+7 metros y no en el lecho de inundación. En este caso tam-
aros, dos f íbulas de doble resorte, una de ellas de puente
poco ha sido posible localizar un asentamiento vinculado
ligeramente acintado, restos de espiras posiblemente de
topográficamente aunque en el entorno se han producido
otros imperdibles de similar morfología, dos fragmentos
bastantes hallazgos tanto del Hierro I, como del Hierro II;
de broche de cinturón, el más completo de un solo gar-
en concreto se conocen materiales procedentes de una ne-
fio sin escotaduras y unas pinzas de depilar. Se trata de
crópolis, al parecer situada en las laderas del Cerro de la
un elenco que encontramos en muchas de las necrópolis
Gavia con cronología algo posterior (Blasco y Barrio, 1992:
del territorio carpetano pero también están presentes en
285-287 y 306-312). Pero conviene indicar que el yacimien-
prácticamente todas las necrópolis orientalizadas del me-
to más próximo con materiales claramente compatibles cro-
diodía peninsular donde estos objetos han sido datados a
nológicamente con los que ha proporcionado este cemente-
partir de inicios del s. VIII a. C., si bien nos inclinamos a
rio es el de Las Camas (Urbina et alii, 2007), distante poco
pensar que detalles como el puente acintado del ejemplar
más de un kilómetro, aunque situado en la orilla opuesta
de f íbula de doble resorte de la tumba 17 podrían llevar la
del Arroyo Butarque. Sin embargo, la fuerte modificación
cronología de algunas de las tumbas al s. VII a. C.
antrópica de la zona hace muy difícil establecer supuestas
El tercer tipo de ofrendas son los restos faunísticos, de
los que se dice se encontraron en dos de las tumbas: en la
fosa 4 perteneciente a la ya mencionada inhumación infantil y en el interior de la urna de la tumba nº 2, correspondiente también a un individuo infantil; en este caso las
porciones óseas animales se encontraban sobre dos platos
y una cazuela introducidos en la urna y colocados sobre
los restos de la cremación. En ambos casos se habla de que
pertenecen a “pequeños rumiantes” (Gómez y Martín,
2001, 264). ¿Estamos ante un tipo de ofrenda que, en esta
necrópolis se entrega solo a los niños?
Teniendo en cuenta los paralelos aducidos y las propias
tipologías de las cerámicas y los metales, la mayoría de las
tumbas exhumadas de este cementerio nos llevan a un marco
temporal que podría elevarse a partir de mediados del s. VIII
a. C., si bien la presencia del hierro nos inclina a llevarlas no
más allá de inicios del s. VII a. C., una cronología que resulta
algo más baja que el margen de las dos dataciones de TL obtenidas que han dado una edad de 2750 + 275 BP.
Por último, a falta de datos estratigráficos y de otros registros más puntuales, no se puede asegurar que el cementerio haya tenido un uso prolongado y aunque tampoco
hay argumentos para descartarlo parece que estamos ante
un conjunto bastante homogéneo que podría ser indicio
de una utilización relativamente corta.
No menos interés ofrece la necrópolis del Arroyo Butarque, a pesar de que la información que hemos podido recabar de los trabajos de campo (Miranda y Pineda, 1998) es
todavía más escasa que la proporcionada por la de Arroyo
Culebro de la que distan entre sí unos 15 kilómetros. Se ubica a unos 100 metros del cauce del arroyo en una situación
bastante similar a la descrita para el cementerio de Arroyo
Culebro, si bien en este caso se asienta sobre la terraza de
60
relaciones entre los diferentes hallazgos y concretamente
entre estos dos yacimientos, por lo que no podemos identificar con un mínimo de seguridad el asentamiento o asentamientos que pudieron utilizar el cementerio.
En la memoria de la intervención se menciona que se
excavaron 8 tumbas y 2 hoyos los cuales posiblemente corresponden también a otras tantas tumbas de la modalidad de depósito de los restos de la incineración colocados
directamente en el suelo, tal como se reconoce en Arroyo
Culebro. En este yacimiento también existen graves problemas para identificar algunas de las estructuras por la
deficiente conservación del yacimiento al estar muy alterada su superficie, circunstancia que se detecta, entre otros
indicios, por la rotura de la mayor parte de las urnas a la
altura del cuello. Este problema no permite hacer una interpretación de cómo pudo ser el aspecto externo del cementerio y si existió o no algún tipo de señalización.
Por otra parte, la escasa superficie de intervención en
la excavación realizada resulta, a todas luces, muy parcial e
impide obtener un panorama aproximado de las pautas de
distribución de las tumbas y de la posible existencia de ustrina u otro tipo de evidencias. Lo que sí podemos deducir a
la vista de los restos óseos conservados (Figura 10) es que la
cremación fue bastante parcial ya que se conservan algunas
porciones esqueléticas relativamente grandes.
A diferencia de la necrópolis de Arroyo Culebro, donde
toda la cerámica está realizada a mano, en la de Arroyo
Butarque una de las urnas funerarias está confeccionada
a torno y presenta una morfología y una textura bastante
similar a la cazuela, también torneada, de la Torrecilla a
la que hemos hecho mención, y que encuentra estrechos
paralelos en ejemplares no torneados. El resto de las urnas
cinerarias están hechas a mano y muestran perfiles bicónicos o de tendencia globular u ovoide (Figura 11), algunos
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Fig 12. Tipología de los vasos de ofrenda de la necrópolis de Arroyo Butarque.
61
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
I por la factura de su urna cineraria, la única que está realizada a torno, y particularmente por la presencia de un
interesante torques (Figura 13a) de bronce plomado con
colgantes amorcillados que tiene estrechos paralelos con
los recuperados en otras necrópolis del oeste peninsular y,
en especial, en el entorno de Alcocer do Sal donde aparecen asociados a f íbulas de doble resorte y tipo acebuchal,
ánforas fenicias o escarabeos entre otros materiales de importación, unos contextos que se fechan entre mediados
del siglo VII y la mitad del s. VI a.C.. (Arruda, 1999-2000,
77-78). A todo ello se suma un fragmento de un posible
Fig 13. Materiales de bronce procedentes del ajuar de la tumba I de la
necrópolis de Arroyo Butarque. a) Torques con detalle de los colgantes
amorcillados. b) Fragmento de vástago de un espetón.
espetón o asador de bronce perteneciente a una parte del
vástago cuya tipología no es posible identificar (Almagro
1974 y Fernández Gómez, 1982 y 1992/93) y, por tanto,
asignar su adscripción temporal, aunque la mayoría de
ellos se adscriben al Bronce Final, algunos se llevan incluso
al Bronce Antiguo (Silva, I., coord., 1995. 32-33).
Este contexto nos indica que nos encontramos ante la
de ellos bastante próximos a los de Arroyo Culebro.
Igualmente todos los platos utilizados como tapaderas
u ofrenda, están realizados a mano y presentan perfiles
bastante homogéneos, con cuerpo en forma de casquete y
labio plano bastante volado, únicamente las bases presentan mayores variantes al desarrollar fondos convexos, planos, umbilicados o incluso de pie anular. La excepción la
constituyen algunas cazuelitas de paredes más finas y perfil en S bastante pronunciado pero sin carena y un ejemplar de tendencia troncocónica (Figura 12). Estos platos o
cuencos de labio plano y amplio en forma de ala recuerdan
a morfologías propias de producciones a torno con superficies de barniz rojo que comienzan a estar presentes en las
necrópolis del sureste a mediados del s. VIII a. C. (Lorrio,
2008, 243), si bien en este caso están elaborados a mano
y presentan superficie de color muy desigual, castaños o
grises que son consecuencia de su cocción en hornos de
tiro muy irregular.
Los ajuares metálicos de bronce corresponden mayoritariamente a objetos de adorno personal (Figuras 13 a
15) y vuelven a estar dominados numéricamente por los
brazaletes de extremos abiertos y junco liso de sección
circular o cuadrangular o acintado con pequeñas molduras y extremos piriformes abultados (Figura 15), seguidos
de las f íbulas de doble resorte (Figura 14), de las que solo
contamos con un ejemplar completo, aunque hay restos de
alguno más. A todo ello se suma un fragmento también de
bronce de un posible espetón (Figura 13b) y un cuchillo de
hierro de hoja ligeramente curva (Figura 16 ).
Entre todos las tumbas recuperadas destaca la número
62
Fig 15. Brazaletes procedentes de los ajuares de las tumbas III y VII de la
necrópolis de Arroyo Butarque con detalle de la decoración.
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
tintas tumbas, pero, salvo el torques y el posible asador que
sí podemos calificarlos como objetos singulares, máxime
si tenemos en cuenta su asociación a una urna torneada,
el resto de las piezas son relativamente abundantes en los
ajuares de los cementerios peninsulares pertenecientes al
mismo marco temporal que, a juzgar por la presencia del
ejemplar torneado y por el torques con colgantes amorcillados, habría que llevarlo al siglo VII a.C.
En suma, las necrópolis de Arroyo Culebro y de Arroyo Butarque recientemente incorporadas a la bibliograf ía
científica presentan, como ya se ha apuntado, muchos elementos comunes con los ajuares de la denominada fase III
de las necrópolis del sureste (Lorrio, 2008, figura 188) que
Fig 14. Fíbulas de doble resorte procedentes de los ajuares de las tumbas
IV y VIII de la necrópolis de Arroyo Butarque.
tumba de un personaje de alto status, posiblemente procedente de otra zona, al que se le entregan objetos ajenos a
esta área: una urna hecha a torno cuya cronología es anterior a la introducción de esta tecnología en estas tierras del
interior, y dos objetos broncíneos: un torques y un asador
de clara procedencia occidental y generalmente vinculados a unas élites cuyos atrezos y costumbres se encuentran
fuertemente influenciadas por modas arraigadas en círculos orientalizados (Lucas et alii, 2006, 64-65).
se sitúa en la primera mitad del siglo VIII a.C., sin embargo
la presencia en Arroyo Butarque de un ejemplar cerámico
torneado, la morfología de los platos de casquete esférico
con labio plano de ala y la presencia del fragmento de asador y del torques con colgantes amorcillados nos permite
sospechar que esta necrópolis podría corresponder a un
horizonte cronológico ya dentro del siglo VII a. C., pero
no descartamos que el inicio de la necrópolis de Arroyo
Culebro pudiera ser ligeramente anterior.
Por otra parte, pensamos que el contenedor torneado,
similar al de la Torrecilla, podría aproximar la cronología
de ambos cementerios, convirtiéndose, de momento, en
los yacimientos madrileños con la cerámica a torno más
antigua, en torno al siglo VI, quizás el VII, a.C.. Se trata de
unos recipientes cuya factura se aleja claramente de los
ejemplares carpetanos, por lo que nos plantean la duda de
si podemos estar ante unas piezas importadas, sobre todo
teniendo en cuenta que el ejemplar de la tumba I de Arroyo Butarque es un contenedor reaprovechado pues la boca
se encuentra rota pero con los planos de fractura muy desgastados indicando que su rotura es producto de un viejo
accidente, bastante anterior a su uso como urna cineraria.
Por otra parte, pensamos que las tipologías cerámicas
y metalúrgicas, así como la presencia casi exclusiva, entre
los objetos de metal, de elementos de adorno con la significativa ausencia de armas, nos invitan a dirigir la mirada
a cementerios de ambiente orientalizante de la Baja Andalucía (Aubet, 1981), el Sureste (Lorrio, 2008 y González
Prats, 2002) o Portugal y, en consecuencia, a apuntar que
la causa fundamental de la definitiva implantación de los
ritos incineradores en esta zona podría ser la interacción
de las sociedades orientalizadas con los indígenas del centro peninsular, teniendo en cuenta que desde hace ya años,
varios investigadores (Almagro et alii, López et. al., Blasco
et. al.) habíamos llamado que la atención sobre el componente orientalizante de algunos aspectos de los equipos
materiales domésticos.
Los materiales del resto de las tumbas de Arroyo Butarque, particularmente los metales, nos llevan a similar
horizonte cronológico, es el caso de las f íbulas o los brazaletes de sección cuadrada presentes en los ajuares de las
tumbas IV y VIII. Así mismo el único objeto de hierro:
un cuchillo de hoja ligeramente acodada recuperado en la
tumba V es un elemento frecuente en las tumbas antiguas
de la Meseta y su asociación con los mencionados objetos
broncíneos de adorno es un hecho reiterado. Una vez más
estos objetos metálicos son los que marcan con más claridad el diferente grado de riqueza/singularidad de las dis-
Fig 16. Cuchillo de hierro y detalle de los remaches, procedente del ajuar
de la tumba V de Arroyo Butarque.
63
ESTUDIO ARQUEOMETALÚRGICO DE OBJETOS DE
BRONCE CORRESPONDIENTES A LA NECRÓPOLIS DE
ARROYO BUTARQUE (VILLAVERDE BAJO, MADRID)
SEPULTURA I.
Torques de bronce con colgantes amorcillados (W8I003).
Esta pieza aparece partida en dos fragmentos y conserva
cuatro colgantes amorcillados muy similares entre sí. La
composición del collar es un bronce ternario de plomo,
teniendo unos valores de 5% de estaño y 5,5 % de plomo. El alto
contenido en plomo distingue este objeto de otros bronces del
bronce final y Hierro I de la Península. Si bien la mayoría de los
datos utilizados para la comparación son objetos procedentes
del sur de la Península (Lorrio, 2088, 508). (Fig. 1)
Fig 1 Colgante amorcillado.
Se trata de un fragmento de varilla maciza de un espetón
de bronce levemente doblada. En este caso estamos ante
un bronce con 15,2 % Sn y 0,8 % Pb. Este mismo objeto
fue analizado con el equipo de fluorescencia del Museo
Arqueológico Nacional obteniéndose unos valores de 15,5
% Sn y 2% Pb. Los valores de este objeto están dentro de
los valores esperados para los objetos de Bronce Final –
hierro I1. Sobre los análisis relacionados con espetones nos
remitimos al trabajo Lucas Pellicer et alii, 2004 donde se
expone en profundidad los instrumentos relacionados con
el banquete. En este trabajo se pone de manifiesto que la
mayoría de los espetones estudiados en el área meseteña
son de hierro, encontrándose algunos ejemplares de cobre
puro. De una forma más minoritaria entre los ejemplares
estudiados del área de Molina de Aragón hay dos ejemplares
de bronce, teniendo 3,64% Sn y 0,33 %Pb uno y 1,93 % Sn el otro.
Fig 2. Varilla.
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Los altos valores de estaño y plomo encontrados en este objeto
parece que se salen de lo común de esta tipología. (Fig. 2)
Asociado a la sepultura I, junto con el espetón y el
colgante amorcillado se encontró un goterón metálico, que
preservaba un muy buen núcleo metálico, posiblemente
el residuo de algún tipo de metalurgia. El análisis de este
goterón reveló un bronce ternario de 11,9% Sn y 10,7% Pb.
El goterón también fue analizado en el Museo Arqueológico
Nacional obteniéndose unos valores de 12,9 % Sn y 12,2 Pb.
En esta ocasión la cantidad de plomo vuelve a ser anómala
con el corpus de datos comparados (Lorrio 2008). (Fig. 3)
con una decoración de dos canales simétricos respecto al
centro de la cinta, y están rematado en una bola, típica de
estas piezas.
El análisis del brazalete A revela un bronce con 8,6
% Sn y 1 % Pb, mientras que el brazalete B posee una
composición concreta 14,5 % Sn y 1,7 % Pb. Conocidos
estos resultados parece lógico pensar que se trata de dos
brazaletes distintos, pero de manufactura idéntica, y quizás
obra del mismo artesano. (Fig. 4- Fig. 5- Gráfico 2)
Fig 3. Goterón.
Como muestra de lo comentado anteriormente el
gráfico I es una representación gráfica de la composición de
los objetos de bronce de la sepultura I en relación con los
Fig 4. Brazaletes.
objetos analizados de Bronce Final y Hierro. (Gráfico I)
Fig 5. Detalle de la decoración del torques A.
Gráfico 1.
SEPULTURA III
Torques E1 1III004
Aunque inicialmente todo el grupo tenía la misma
signatura de excavación arriba consignada, en realidad
se trata de dos brazaletes distintos, ambos incompletos.
Ambos están manufacturados en una pequeña cinta plana
66
Gráifco 2.
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
SEPULTURA IV
Fragmento de f íbula de resorte E1 1IV006.
En esta sepultura el objeto de bronce más destacable es
un fragmento de f íbula de doble resorte de gran tamaño.
El fragmento es un alambrón de bronce retorcido en un
extremo cuya finalidad es actuar como si de un muelle se
tratase. El análisis confirma esta cualidad dada al metal
en este punto, pues tiene 6,56 % Sn y 1 % Pb. Esto quiere
decir que no posee gran cantidad de plomo pero mantiene
suficiente estaño para que el cobre no sea puro y se deforme
plásticamente sin llegar a ser quebradizo (> 13% Sn). (Fig. 6)
que el fragmento B presentaba una composición de 4% Sn
y 1,3% Pb. El fragmento A posee unos valores de estaño
en el límite de este tipo de objetos, así como un valor de
plomo inusualmente alto. (Fig. 8)
Fibula de doble resorte E12VIII008.
Esta f íbula se encontró completa y es de menor tamaño
que la encontrada en la tumba IV. Su composición es muy
similar a la de dicha tumba, 4,1% Sn y 0,9 % Pb.
SEPULTURA VII
Brazalete de bronce en varilla de sección circular simple
E12VII006
Fig 8. Fragmentos de pulseras.
Fig 6. Fragmento de f íbula de doble resorte.
Se trata de una brazalete sin decoración de sección
circular, está fragmentada y su composición es de 14,9 %
Sn y 0,9 % Pb. (Fig. 7)
Se trata de un conjunto de fragmentos pequeños
que pertenecen a dos pulseras o brazaletes distintos. Se
analizaron dos fragmentos representativos de cada una de
ellas, dando el fragmento A 19,2 % Sn y 23,7 % Pb, mientras
Fig 7. Pulsera de sección circular.
La gráfica 3 compara los valores de Sn y Pb de los
paralelos analizados y encontrados en la bibliograf ía. En
ella se aprecia que el conjunto de f íbulas pertenecientes a
Bronce Final III poseen un porcentaje de estaño más elevado
(>13 % Sn) y menor cantidad de plomo, esto las hace más
quebradizas que las de Hierro I que poseen una cantidad
más adecuadas de estaño y mayor cantidad de plomo para
su función. Si bien el número de estas piezas analizadas es
muy bajo, en el futuro con un mayor número de análisis se
podría confirmar este hecho. (Fig. 9- Gráfico 3)
Gráfica 3.
67
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
VII-, estos porcentajes tan elevados no se pueden deber
a impurezas de la metalurgia extractiva o residuos de la
metalogenia del mineral. Más bien debamos interpretarlo
como una adición intencionada o casual de plomo, quizás
por estar fabricadas por moldeo y necesitaran una colada
muy fluidizada. Esta hipótesis relaciona la composición
directamente con la intencionalidad del fundidor.
La recopilación de la tabla anterior se presenta en la
gráfica 4 para su mejor comprensión. (Gráfica 4).
Fig 9. f íbula de doble resorte.
COMENTARIO GENERAL
Estamos antes un conjunto de bronces que siguen un
patrón de aleación similar a los bronces de la Península
pertenecientes a los últimos estadios del Bronce Final
- principios de Hierro (< 20 % Sn; > 4% Pb). Existe una
correlación entre los bronces de Butarque y los bronces del
primer milenio analizados en el yacimiento de Castellar de
la Muela, Guadalajara (Lucas et alii, 2003). La composición
de una varilla pseudocircular de Catellar de la Muela
presenta un porcentaje de estaño del 10,4 % y de plomo del
1 %. En dicho trabajo3 se estudia un lingote planoconvexo
y se asigna la procedencia del lingote al metalotecto de
Herrería-Prados llegando a la conclusión que los bronces
estudiados bien pudieran proceder de dicho afloramiento.
Esto nos lleva a pensar que no es raro encontrar porcentajes
de hasta un 1 o 2% de plomo procedentes de la metalogenia
en bronces de la Meseta. Otro ejemplo que apoya esta idea
es el análisis de un brazalete de Bronce Final / Hierro I
en la zona de Guadalajara (Miedes de Atienza) que nos
proporciona una composición en buena correlación 10,8
% Sn y 0,9 %Pb (Lucas et. al., 2005- 2006)
Otro ejemplo de bronces circundantes al área de
Madrid son los encontrados en Arroyo Culebro (Leganés)
(Penedo et alii, 2001, 306- 309) Del conjunto de bronces
de Hierro I se analizaron una f íbula y unos fragmentos
de pulsera de tipología idéntica a los estudiados aquí y
presentaron una composición bien relacionada con la
mayoría de los objetos de Butarque. La f íbula perteneciente
a la tumba 9 del yacimiento D posee 5,9 % Sn, mientras
que el fragmento de pulsera analizada presenta en el corte
transversal 16,4 %Sn y 1 %Pb y en el corte longitudinal 12,1
% Sn y 0,28 % Pb.Si bien algunas de las piezas analizadas en
Butarque son excepciones por tener una elevada cantidad
de plomo -el collar amorcillado y el goterón encontrados
en la sepultura I, el fragmento de brazalete de la sepultura
68
Gráfica 4.
Como conclusión final podríamos decir a partir de la
lectura de la gráfica adjunta, que los bronces analizados
del sur de la P. Ibérica presentan unos bajos contenidos
en Sn, por norma, mientras que los recopilados en el área
meseteña, ofrecen unos contenidos de Sn bastante mayores.
En este contexto metalúrgico es donde cabe integrar la
mayor parte de las piezas analizadas de la necrópolis de
Butarque, a excepción del collar con colgantes amorcillados,
y el goterón, ambos de de la Sepultura I, y un pequeño
fragmento de pulsera de la Sepultura VII, que poseen una
cantidad inusualmente alta de Pb, que no sabemos si cabría
valorar como un signo de procedencia externa. Cuando
contemos con análisis de torques similares a éste se podrá
ratificar esta opinión expresada.
Respecto a la procedencia del mineral de cobre a
partir del cual se obtuvieron estos metales recogidos en la
tumbas de la N. de Arroyo Butarque, los datos analíticos
compositivos apuntan a una clara relación con las
piezas del entorno de Guadalajara, y con el metalotecno
Herrerías-Prados. Todo hace pensar en una producción de
carácter regional. Este planteamiento que ahora hacemos
a partir de un corpus pequeño de análisis de metales,
podría modificarse o ratificarse cuando contemos con una
muestra mucho mayor.
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
Tabla Análisis de objetos base cobre de Hierro I.
PROCEDENCIA
OBJETO
SIGLA
Sn %
Pb
FRX
CITA
Butarque, Madrid
Collar amorcillado
W8I003
5
5,5
SECYR
-
Butarque, Madrid
Espetón
W8I004
15,2
0,8
SECYR
-
Butarque, Madrid
Espetón
W8I004
15,5
2
MAN
-
Butarque, Madrid
Goterón
Sep. I
11,9
10,7
SECYR
-
Butarque, Madrid
Goterón
Sep. I
12,9
12,2
SECYR
-
Butarque, Madrid
Brazalete A
E1 1III004
8,6
1
SECYR
-
Butarque, Madrid
Brazalete B
E1 1III004
14,5
1,7
SECYR
-
Butarque, Madrid
Fíbula de resorte
E1 1IV006
6,56
1
SECYR
-
Butarque, Madrid
Pulsera
E12VII006
14,9
0,9
SECYR
-
Butarque, Madrid
Frag. pulsera A
Sep. VII
19,2
23,7
SECYR
-
Butarque, Madrid
Frag. pulsera B
Sep. VII
4
1,3
SECYR
-
Butarque, Madrid
Fíbula doble
resorte
E12VIII008
4,1
0,9
SECYR
-
Arroyo Culebro, Madrid
Fíbula
Inv. 1419
5,98
0
ARQUEOCAT
5
Arroyo Culebro, Madrid
Varilla
Inv. 1423
16,44
1,04
ARQUEOCAT
5
Castellar de la Muela, Guadalajara
Varilla
Frag. 2
10,4
1
MAN
3
Miedes de Atienza, Guadalajara
Brazalete
Inv. n6
10,8
0,92
MAN
4
Cerrada de los Santos, Guadalajara
Espetón
-
3,64
0,33
MAN
2
Chera, Guadalajara
Espetón
-
1,93
-
MAN
2
Cuevas Almanzora, Loma del Boliche II
Pinzas
PA10661
1,02
0,29
MAN
1
Turre, Cañada del Palmar I
Fibula doble resorte mortaja
PA10093
2,98
0,14
MAN
1
Turre, Cañada del Palmar I
Fibula doble
resorte
PA10094
1,48
0,81
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 12-
Colgante
PA10578
2,49
0,23
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 14-
Anillo frag.
PA6419
0,55
1,09
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 17-
Brazalete frag.
PA6300
13,1
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 19-
Lámina
PA6418
5,79
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 19-
Varilla
PA6417
12,2
1,18
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 26-
Aro cerrado grande
PA10663
8,91
1,12
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 26-
Aro abierto
PA10664
1,86
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 27-
Varillas
PA10662
1,81
0,3
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28-
Anilla cerrada
PA6420
4,67
0,7
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28-
Anilla cerrada
PA10659
3,48
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28-
Aro cerrado
PA10658
4,31
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28-
Anilla cerrada (dos
unidades)
PA10660
6,08
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 35-
Brazalete
acorazado
PA10577
1,11
0,29
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 35-
Arete amorcillado
PA10665
6,04
0,81
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 40-
Colgante astral
PA10581
0
0,56
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 40-
Adorno
PA10740
0
1,51
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 43-
Cuenta gallonada
esf
PA10583
5,4
6,32
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 43-
Cuenta gallnada
PA10582
0,13
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche-
Brazalete frag.
PA10579
0,2
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche-
Brazalete frag. s.
circular
PA6411
5,79
0,2
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche-
Arete
PA6410
2,85
0
MAN
1
Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche-
Anillo? frag.
PA6414
9,8
0
MAN
1
69
LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID
AGRADECIMIENTOS
Quisiéramos agradecer al Prof. Salvador Rovira por dejarnos
realizar desinteresadamente algunas medidas con el instrumento
de fluorescencia de rayos X del Museo Arqueológico Nacional,
así como por su apoyo y consejos en la técnica.
NOTAS
Los análisis han sido realizados con un instrumento de
fluorescencia de rayos X de la marca Ampteck Eclipse III con
cátodo de plata y spot de medida de 2mm. Se ha utilizado el
software ADMCA. Para el cálculo del porcentaje de estaño
y plomo se han utilizado los patrones de referencia de HMB
33xGM4, 33xGM5, 33xGM6, 32xLB11 y 32XLB15, calculándose
las áreas L-alfa del estaño y L-beta del plomo.
BIBLIOGRAFIA
ALMAGRO, M., 1974: “Los asadores de bronce del SO
peninsular”. Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Tomo
LXXVII, I, 351-395.
ALMAGRO, M. LOPEZ, L., MADRIGAL, A., MUÑOZ, K. y
ORTIZ, J. R., 1996: “Antropomorfo sobre cerámica del I Edad del
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GOMEZ, E. y MARTÍN, D., 2001: “Necrópolis de incineración
Arroyo Culebro (Leganés). Aspectos técnicos analíticos de
la excavación de las urnas cinerarias”. En Vida y muerde en
Arroyo Culebro (Leganés). (Catálogo de la exposición.). Museo
Arqueológico Regional de Madrid, 255-266
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71
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS
INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO
EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Alfredo Mederos Martín
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4 Recibido: 01-09-2009
Depósito Legal: Aceptado: 20-09-2009
M-29884-2012
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA
PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
THE END OF COGOTAS I AND THE BEGINNING OF THE IRON AGE IN CENTRAL IBERIAN PENINSULA (1200-800 BC)
Alfredo Mederos Martín
Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Facultad de Filosofía y Letras.
Campus de Cantoblanco.
28049. Madrid
E-mail: alfredo.mederos@uam.es
PALABRAS CLAVE: Cogotas I, Bronce Final, Edad del Hierro, Cronología, Península Ibérica.
KEYS WORDS: Cogotas I, Late Bronze Age, Iron Age, Chronology, Iberian Peninsula.
RESUMEN:
En este trabajo trataremos de mostrar que en la mayor parte de la Península Ibérica existe un posible final de Cogotas I
al terminar el Bronce Final IIB, 1225-1150 AC, con una posible prolongación hasta ca. 1100 AC. No existen, de momento,
contextos claros de cerámicas de Cogotas I durante el Bronce Final IIC, 1150-1050 AC, de acuerdo con un análisis detallado
de los contextos de todos los yacimientos con fechas entre los siglos XII-VIII AC. En la primera mitad del siglo XII AC podrían
fecharse la Cueva de San Bartolomé en La Rioja y quizás La Requejada de San Román de la Hornija en Valladolid. Buena parte
de las dataciones erróneas proceden de los laboratorios de Teledyne Isotopes y a veces UGRA.
ABSTRACT:
In this work we will try to show that in the main area of the Iberian Peninsula exists a possible final of Cogotas I ending the
Late Bronze Age IIB, 1225-1150 BC, with a possible prolongation until ca. 1100 BC. They do not exist, at the moment, clear
ceramics contexts of Cogotas I during the Late Bronze Age IIC, 1150-1050 BC, according to a detailed contexts analysis of all
the deposits with dates between the 12-8th century BC. In first half of the 12th century BC could be dated the Cave of San
Bartolomé in La Rioja and perhaps La Requejada of San Román de la Hornija in Valladolid. A good part of the wrong dates
proceeds of the laboratories Teledyne Isotopes and sometimes UGRA.
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD
DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Alfredo Mederos Martín
EL PROBLEMA DEL FINAL DE COGOTAS I
Distintos autores plantean su continuidad hasta la
primera mitad del siglo IX, 900-850 AC (Ruiz Zapatero y
Teniendo como límite ante quem la serie del Soto de
Medinilla de inicios de la Edad del Hierro, se ha planteado
un final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Delibes et alii,
1995: 156 y 1999: 195), revisando opiniones previas que
lo situaban a finales del siglo IX a.C. (Delibes y Romero,
1992: 236) y previamente en pleno siglo IX a.C. (Delibes,
Fernández Manzano y Rodríguez Marcos, 1990: 65-66;
Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 175). Este final del grupo
Cogotas I en torno al 1000 AC ya había sido defendido por
Castro, Micó y Sanahuja (1995: 95-97, 100) y después ha
sido asumido por otros investigadores (Crespo y Arenas,
1998: 53; Barroso, 2002: 130).
Propugnando la continuidad de las cerámicas
características del Cogotas un siglo más, se ha planteado
una fase Cogotas I Evolucionado entre el 1150/1100-950
AC (Abarquero, 2005: 65, 469-470) y apagamiento hacia
finales del siglo X AC (Abarquero, 2005: 67).
No faltan investigadores que propugnan que Cogotas I
se desvanece a inicios del siglo IX AC, ca. 900 AC (Blasco,
1997: 92; Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 171), aunque
estos últimos autores plantean cierta continuidad de estas
cerámicas hasta pleno siglo VIII a.C. (Jimeno y Martínez
Naranjo, 1999: 170).
Lorrio, 1988: 258; Ruiz Zapatero, 2007: 43), retrotrayendo
ligeramente la fecha no calibrada del 850 a.C. (Ruiz Zapatero, 1984: 177, 179).
La propuesta mayoritaria sigue planteando su continuidad hasta la transición del siglo IX al VIII, ca. 800 AC,
definiéndose un Cogotas I Pleno 1300/1250-800 AC (Blasco, 2007a: 200 y 2007b: 71), finalizando hacia el 800 AC
(Cerdeño y García Huerta, 1982: 286; Fernández-Posse,
1986: 484-485; Delibes y Romero, 1992: 236; FernándezPosse y Montero, 1998: 200; Jimeno y Martínez Naranjo,
1999: 171; Blasco y Blanco, 2007: 7-8; Herrán, 2008: 288).
Para ello algunos investigadores han defendido la pervivencia de la tradición decorativa de Cogotas I en los
entornos montañosos del Sistema Central y en zonas del
Duero Medio, a partir de las secuencias de Cancho Enamorado de El Berrueco y el Castillejo de Sanchorreja (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 171). Ello serviría para
explicar la coexistencia de Cogotas I tardío con cerámicas
pintadas en Sanchorreja y Ecce Homo (Fernández-Posse,
1998: 138, 140). Esta fase final entre el 1000-800 a.C. estaría caracterizada por la presencia de fuentes troncocónicas
y jarras con asa de cinta (Fernández-Posse, 1986: 484).
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Una continuidad hasta el 700 a.C. en la Meseta fue
defendida por Delibes y Fernández-Miranda (1986-87: 27),
aceptando parcialmente el valor de la fecha de La Fábrica
de Ladrillos por ser demasiado reciente y sólo admitiendo
como mucho un 700-650 a.C.
encauzó el arroyo Añana, desapareciendo dos tercios del
La mayor pervivencia ha sido planteada por Galán
Saulnier (1998: 239, 242, 241 tabla 6), que propugna una
tercera fase de Cogotas I entre el 1550-625 AC, marcando
el límite inferior de su fase final la datación más reciente
de La Fábrica de Ladrillos, al igual que unos orígenes
mucho más antiguos, desde el 2050 AC, siguiendo una
corriente que ha conectado la cerámica campaniforme de
tipo Ciempozuelos con Cogotas defendida por FernándezPosse (1986) o Delibes y Fernández-Miranda (1986-87:
20), apoyándose en la discutible estratigraf ía de la Cueva
del Arevalillo en Segovia, durante su fase IIa.
-0.83 m. de profundidad, la mayor parte de la cerámica
La idea de una continuidad de la cerámica de Cogotas
va asociada al problema de su posible coexistencia con
otros grupos cerámicos, caso de Cogotas I y Pico Buitre
desde el 1000 a.C., con presencia conjunta de ambos tipos
de cerámicas en poblados como San Juan del Viso y Ecce
Homo, ambos en Alcalá de Henares (Madrid) o en La Muela
en Alarilla (Valiente et alii, 1986: 68, 70; Crespo y Arenas,
1998: 55), problema que trataremos posteriormente al
analizar las secuencias de Pico Buitre y Fuente Estaca.
En este trabajo trataremos de mostrar que existe un
posible final de Cogotas al terminar el Bronce Final IIB
1225-1150 AC, con prolongación posible hasta el 1100 AC,
no existiendo de momento contextos claros de cerámicas
de Cogotas durante el Bronce Final IIC 1150-1050.
Se describirán los principales contextos datados de
yacimientos del Bronce Final II y III con presencia de
cerámicas de Cogotas I (Alava, La Rioja, Burgos, Palencia,
Valladolid, Porto, Madrid y Córdoba) y los de yacimientos
de inicios de la Edad del Hierro, en particular las facies
cerámicas Soto de Medinilla, Pico Buitre, Riosalido
y Campos de Urnas de la Meseta Oriental (Palencia,
Valladolid, Zamora, Salamanca, Guadalajara, Madrid y
Toledo), siguiendo un orden por provincias de Norte a Sur.
mismo (Llanos, 1991: 223, 228 fig. 4), siendo descubierto
en unas prospecciones en febrero de 1980. A partir de
0.65 m. de profundidad se aprecia abundante carbón
y cerámica, localizándose en el nivel C, entre -0.73 m. y
con decoración excisa de motivo ajedrezado e incisiones
con motivos de espiga y boquique de punto y raya (Llanos,
1991: 229 fig. 5/1-4, 9-10). La datación se obtuvo de un
conjunto de huesos, I-11.590 2900±85 B.P. (Llanos, 1991:
226) 1375 (1106-1050) 837 AC. Las muestras de varios
huesos presentan el problema que tienden a ofrecer una
media de cada uno de los huesos analizados, entre los más
modernos y los más antiguos. Los animales presentes eran
ciervo y cabra montés y en el nivel C se menciona que un
recipiente tenía varios huesos en su interior (Llanos, 1991:
226), pero al menos cabe suponer que proceden del nivel
C, el más interesante, puesto que en el nivel D, a partir
de -0.83 m. de profundidad disminuían los hallazgos. La
fecha resulta algo reciente, pero al presentar cerámica de
Cogotas I avanzado podría aceptarse el límite superior de
la media, ca. 1100 AC, o algo más antigua, coherente con la
cazuela carenada con decoración excisa, si bien Abarquero
(2005: 120) cree asumible un siglo X A.C. considerando “el
depósito como una auténtica manifestación de Cogotas I”.
Cueva de San Bartolomé (Nestares, La Rioja)
La cueva funeraria de San Bartolomé o Sima del
Maestro, situada en el río Iregua, fue estudiada por Ismael
del Pan (1915) a inicios del siglo XX. Los enterramientos,
con huesos inconexos de 12 individuos, 3 adultos
masculinos, 3 adultos femeninos y 6 infantiles (Rodanes
et alii, 1994: 16), se localizaban en una gran sala o Cámara
III, a 25 m. de profundidad de la entrada, con unas
dimensiones de 20 m. de longitud por 6 m. de ancho. De
los huesos humanos se obtuvo GrN-16.315 2970±50 B.P.
(Rodanes, 1990: 45 y 1996: 8; Rodanes et alii, 1994: 16)
1376 (1211-1133) 1011 AC. Las siguientes campañas se
centraron en la entrada de la cueva, donde se documentó
una secuencia de más de 2 m. de profundidad, que contaba
LOS POBLADOS CON FECHAS DEL FINAL
DE COGOTAS I
con dos grandes estratos de ocupación, el nivel Ia, de
0.40-0.80 m. de profundidad, fue datado por GrN-21.008
3475±35 B.P. (Rodanes et alii, 1994: 17; Rodanes, 1996: 8)
La Paul (Arbigano, Álava)
1884 (1856-1754) 1688 AC. El nivel I, que oscilaba entre
0.40 y 1.20 m. de profundidad, parece coetáneo con las
El “silo” o fosa de La Paul, de 0.80 m. de diámetro en la
inhumaciones de la Cámara III, obteniéndose en el cuadro
boca y 1.16 m. de profundidad, fue seccionado cuando se
3A, las dataciones GrN-21.006 2970±25 B.P. (Rodanes et
76
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
alii, 1994: 18; Rodanes, 1996: 8) 1293 (1211-1133) 1055
AC y GrN-21.007 2950±50 B.P. (Rodanes et alii, 1994: 17;
Rodanes, 1996: 8) 1370 (1207-1130) 1001 AC. Este nivel
I presentó cerámicas con decoraciones excisas, junto con
otras con impresiones circulares, incisiones triangulares
rellenas de líneas paralelas o acanalados (Rodanes et alii,
1994: 18). Aunque no se publican dibujos de las cerámicas,
la serie de la Cueva de San Bartolomé presenta coherencia
interna y sugiere el inicio del final de las cerámicas tipo
Cogotas I hacia mediados del siglo XII AC.
fechas, aún presenta mínimas intrusiones 2 % de comunes
romanas y 2 % sigillatas, frente al 96 % del Bronce (Mínguez,
2005: 85 fig. 5).
Inicialmente se publicó un conjunto de fechas correspondientes a la excavación del sector 2. Del lecho 83,
CSIC-611 3640±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263)
2141 (2018-1980) 1832 AC. I-9.880 3470±190 B.P. (Apellániz y Uribarri, 1976: 196) 2295 (1767-1751) 1322 AC. Del
lecho 71-72, CSIC-532 3400±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263) 1876 (1726-1689) 1527 AC
Ya con fechas que podrían ser coetáneas a la primera
El Portalón de la Cueva Mayor de Atapuerca
(Ibeas de Juarros, Burgos)
presencia de cerámicas de tipo Cogeces y Cogotas I
estarían del lecho 35, I-9.881 3340±160 B.P. (Apellániz y
Uribarri, 1976: 196) 2030 (1677-1622) 1262 AC, y del lecho
Esta cueva situada en la estremo sur de la Sierra de
Atapuerca, conocida al menos desde el siglo XVII, fue dada a
conocer por la publicación de los ingenieros Pedro Sampayo
y Mariano Zuaznavar en 1868, y cuenta con pinturas
rupestres estudiadas inicialmente por Breuil (Apellániz y
Uribarri, 1976: 7-10). Se trata de un complejo kárstico que
presenta un acceso, denominado El Portalón de la Cueva
30, I-9.879 3170±130 B.P. (Apellániz y Uribarri, 1976: 196;
Apellániz y Domingo, 1987: 263) 1739 (1432) 1053 AC.
Existe una fecha del lecho 10, que pertenece al sector 3,
CSIC-531 2850±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263)
1208 (1002) 898 AC, la única que no aparece recogida por
Mínguez (2005: 50).
Mayor, desde el cual en dirección izquierda conecta con
Respecto a la precisión estratigráfica, un recipiente
la Cueva del Silo y en dirección derecha con la Galería del
reconstruido del sector 2 es muy significativo, una cazuela
Sílex, de 920 m. de longitud. Ésta contaba en el techo del
con carena alta y decoración de una guirnalda de boquique
tramo final con una explotación de nódulos de sílex. Esta
e incisión en zig-zag al interior del borde, se distribuye por
segunda galería, descubierta en 1972, presentó restos de un
los lechos 4, 10, 23, 27, 36 y 47 (Mínguez, 2005: 84, 356
mínimo de 25 enterramientos, de los cuales un 48 % eran
lám. 153). Esto implica que las fechas de los lechos 30 y 35,
infantiles (Apellániz y Domingo, 1987: 7, 8 plano 1, 316).
1677-1622 y 1432 AC, habría que verlas en conjunto.
El Portalón de la Cueva Mayor se trata de una zona
Como puede observarse, las determinaciones del
de paso, al que se accede por una rampa descendente y
laboratorio de Teledyne Isotopes, procedentes de la
en el cual la mitad de su superficie está ocupada por
campaña de 1976, presentan desviaciones típicas muy
una torrentera que vierte aguas desde el exterior por la
elevadas ±130, ±160 o ±190 (Apellániz y Uribarri, 1976:
rampa, lo que impide que se trate de una zona de hábitat
195-196; Apellániz y Domingo, 1987: 169), aunque parece
permanente y sea un espacio ocupado ocasionalmente.
haber una coherencia estratigráfica desde los niveles o
Fue inicialmente sondeado por Jordá en 1965, y después
lechos más antiguos hasta los más recientes.
por Clark en 1972 (Clark, 1979), que abrió un corte de 3
Más recientemente se han dado a conocer otra serie
x 0.50 m., pero que profundizó poco por la estrechez del
procedente de la excavación por Apellániz del sector 1,
sondeo y la humedad, siendo las excavaciones retomadas
en la tesis doctoral de Mínguez (2004: 218 y 2005: 50, 58;
desde el año siguiente, entre 1973-1983, por Apellaniz, que
Apellániz com. pers.). Estas incluyen, del lecho 112 CSIC-
excavó una superficie de 17 m2 en dos sectores anexos,
612, 3430±50 B.P., 1881 (1739-1695) 1617 A.C. Del lecho
profundizando en el sector I, con las cuadrículas A4, A2,
64, CSIC-453 3240±50 B.P., 1678 (1517) 1410 A.C. Del
B4, B2, C4, C2, D4 y D2 y en el sector II, con las cuadrículas
lecho 38, CSIC-452 3060±60 B.P. 1427 (1371-1317) 1128
A6, A8, A10, Z6, Z8 y Z10 (Minguez, 2005: 20, 259-260).
a. C. Del lecho 14, CSIC-451 2890 ±50 B.P., 1258 (1047)
Los niveles I y II, de los que no hay dataciones, presentan
919 A.C. y del lecho 9, nuevamente 2890 B.P., ±40 A.C. que
cerámica medieval, 14 % y 7 % respectivamente, cerámica
figura en el texto pero no en la tabla y parece ser una errata
común romana, 8 y 32 % y cerámica sigillata romana, 4 y
al confundir el lecho.
3 %, dentro de un contexto mayoritario de cerámicas del
Un recipiente reconstruido del sector 1, se distribuye
Bronce, 69 y 58 %. El nivel III, del que proceden todas las
por los lechos 9, 12, 14, 16, 17 y 18 (Mínguez, 2005: 84),
77
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
lo que explicaría la similar cronología de los lechos 9 y 14,
940 a.C., 1047 a.C. aunque también aparecen fragmentos
en los lechos 28 y 33 del sector II, que en el lecho 30 sugiere
una fecha mucho más antigua, 1432 AC.
En general, las fechas del sector 2 van desde el Bronce
Inicial 2018-1980 AC, al Bronce Medio 1767-1751 AC y el
Bronce Final IB-IC, 1432 AC en el lecho 30.
La serie del sector 1 arranca del Bronce Medio, 17391695 a.C. en el lecho 112, y se prolonga aparentemente a lo
largo de todo el Bronce Final, tanto el Bronce Final IB-IC,
1517 a.C. y 1369-1316 AC, como una fecha en el lecho 14
del 1047 a.C.
La distribución de cerámica de Cogotas I ayuda de
encuadrar mejor estos contextos. Se trata de una serie
relativamente antigua, con sólo dos fragmentos que
combinan excisión con boquique, predominando este
último y la incisión. El boquique aparece en el sector 2
desde el lecho 28 al lecho 14 (Mínguez, 2005: 114, 152). Si
tenemos fechado el lecho 30 en el 1432 AC, nos marca un
momento del Bronce Final IB-IC.
En el caso del sector 1, la cerámica con decoración de
boquique aparece en el nivel 38 y se mantiene hasta el nivel
4 (Mínguez, 2005: 113-114). Aquí la fecha del lecho 38,
1369-1316 AC, sigue indicándonos el periodo Bronce Final
IB-IC. En cambio, los niveles más superficiales del sector
1, lechos del 14 al 9, parecen marcar un momento del 1047
A.C, pero la cerámica no parece corresponderse con una
fase de Cogotas final, pues las cerámicas se adscriben a los
tipos de Cogeces y Cogotas I Pleno, faltando la fase Cogotas
I Evolucionado que ha situado entre el 1150/1100-950 AC
(Abarquero, 2005: 76).
de la que proceden las tres dataciones obtenidas.
Las muestras por AMS se obtuvieron de tres posiciones
del nivel 4. Del nivel de base, a -12.71 m., se obtuvo una
muestra de carbón, Beta-153.366 3400±40 B.P. (Moral,
2002: 40, 41 fig. 9) 1863 (1726-1689) 1538 AC. Más
antigua resulta en cambio la fecha de la tibia uno de los
6 enterramientos del nivel 4, parte de un conjunto de 200
huesos humanos pertenecientes a 2 niños, 2 jóvenes, 1
mujer senil y un individuo indeterminado, a -12.28 m.,
esto es 0.43 m. por encima, que proporcionó la fecha más
antigua, Beta-153.365 3670±40 B.P. (Moral, 2002: 40, 42,
41 fig. 9) 2195 (2033) 1922 AC. Finalmente, de la parte
superior del estrato, a -11.78 m., o 0.50 m. por encima
de la muestra precedente, se tomó la muestra de carbón
Beta-154.894 3040±40 B.P. (Moral, 2002: 40, 41 fig. 9) 1408
(1366-1308) 1131 AC.
A pesar de la elevada fragmentación de la cerámica
decorada, las piezas más representativas son franjas
horizontales de triángulos excisos (Moral, 2002: 120-122,
96 fig. 22/88-90, 101 fig. 27/138) relacionables con una taza
con carena medio-alta y franja horizontal excisa debajo
de la carena de la Cueva del Asno en Los Rabanos (Soria)
(Delibes et alii, 2000). Es interesante la no presencia de
ocupaciones recientes de los siglos XII-X AC en esta cueva
en contraste con lo que aparentemente sugieren algunas
fechas discutibles de El Portalón de Cueva Mayor.
Castillo de Burgos (Burgos)
Este poblado está situado en el Cerro de San Miguel,
actualmente ocupado por el Castillo de Burgos (Uribarri et
Cueva del Mirador de Atapuerca (Ibeas de
Juarros, Burgos)
La cueva o abrigo de El Mirador, que presenta una
entrada de 23 m. de ancho, 15 m. de profundidad y 4 m.
de altura, fue inicialmente objeto de sondeos por grupos
de espeleólogos burgaleses, primero por C. Liz Calleja y el
Grupo Espeleológico Edelweisss en los años 70 y después
por el Grupo Espeleológico Ramón y Cajal en 1980, hasta
el último sondeo de 3 x 2 m., durante dos campañas, en el
sector suroeste de la cueva. Se distinguieron 4 niveles, dos
de ellos revueltos, el superficial o nivel 1 y el nivel 2 muy
afectado por la presencia de madrigueras de conejos y zorros
aunque se hallaron 11 huesos humanos de 2 individuos, un
adulto y un joven de menos de 14 años. Un nivel 3 pequeño,
que oscila entre 2 y 25 cm., con 5 huesos humanos de un
niño de -8 años (Moral, 2002: 34-38, 41, fig. 2), y un nivel 4
78
alii, 1987: 50, 53 y 167). Presenta una muestra de carbón
procedente de los niveles más profundos de la secuencia
del sector I, UGRA-226, a - 2.08 m. del nivel 12, 2900±100
B.P. (González Gómez et alii, 1991: 369), 1394 (1106-1050)
830 AC. Según Uribarri et alii (1987: 167), el nivel 12 del
Sector I corresponde al Hierro Inicial y esperaba una fecha
en torno al 750 AC (González Gómez et alii, 1991: 369).
Sí procede del sector I, de un nivel superior, a -1.96 m.,
del nivel 10, UGRA-339, 3230±70 B.P. (González Gómez
et alii, 1992: 134), 1684 (1516) 1322 AC, notablemente más
antigua.
Correspondientes al sector II, se disponen de tres fechas
asignables a la Edad del Hierro, de semillas del nivel I M1,
a –1.52 m., UGRA-227 2710±80 B.P. (González Gómez et
alii, 1991: 369) 1015 (832) 786 AC; del nivel V M3, UGRA333 2590±90 B.P. (González Gómez et alii, 1992: 134) 908
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
(796) 409 AC; y del nivel VI M4, UGRA-334 2400±100 B.P.
(González Gómez et alii, 1992: 134) 801 (408) 202 AC.
Cueva de los Espinos (Mave, Palencia)
La Requejada (San Román de la Hornija,
Valladolid)
El poblado de La Requejada se sitúa en llano en la
primera terraza del río Duero, a unos 2 km. actualmente,
La Cueva de los Espinos se encuentra en el Cañón de
la Horadada, con 3 m. de altura y un ancho de 9 m. de la
entrada, que se amplían hasta 20 m. al entrar dos metros
hacia el interior. La cueva presenta 3 niveles, el I por debajo
de superficial de 0.15 m., el II con ca. 1 m. y el III con 0.600.70 m. (Santonja et alii, 1982: 358-362).
De la cuadrícula G5, en el nivel III inferior, se localizó
un hogar de 30 cm. de diámetro y 12 cm. de profundidad,
fechado por I-11.115 4350±95 B.P. (Santonja et alii, 1982:
364, 381, 383) 3345 (2919) 2701 AC. Es interesante la
presencia de una punta de flecha con pedúnculo y aletas
calcolítica recogida en el nivel superficial (Santonja et alii,
1982: 377, 366 fig. 12/12).
Ya en el nivel II, a 0.99 m., en el punto de confluencia de
las cuadrículas I4-I5-J5, se localizó un gran hogar de 1.50
x 1.30 m. y 10 cm. de profundidad, que presentó asociado
a 2 fragmentos cerámicos de Cogotas con ajedrezados
excisos y zig-zag incisos, fechado por I-11.116 2830±95
B.P. (Santonja et alii, 1982: 364, 371, 381, 383, 380 fig. 19)
1290 (997-979) 803 AC.
También en el nivel II se detectaron dos grandes fosas
excavadas dentro del nivel III, una que fue excavada de
2.60 x 2.40 m. y 0.50 m. de profundidad, que ocupaba las
cuadrículas D3, D4, D5, C3, C4, C5, B3, B4 y B5, en cuyo
interior se recogió cerámica de Cogotas (Santonja et alii,
1982: 362-363 fig. 11). En el extremo norte de la cuadrícula
B5 se observó el inicio de otra fosa, que no fue excavada, pero
que al presentar una bolsada de carbón en el nivel superior
se recogió para datarla, I-11.117 3120±95 B.P. (Santonja et
alii, 1982: 364, 381, 383) 1603 (1407) 1127 AC.
En general, resulta excesiva la separación entre los dos
contextos datados con cerámicas de Cogotas. La cerámica
con ajedrezado exciso es indicativa de un momento
avanzado de Cogotas, pero la fecha de inicios del siglo X
AC, nos parece demasiado moderna. En cambio resulta más
aceptable una fecha de inicios del siglo XIV AC, para el otro
contexto, si bien Abarquero (2005: 78) sitúa el conjunto de
cerámicas de esta cueva dentro de Cogotas Pleno y hay dos
fragmentos con decoración de espiga al interior del borde
(Santonja et alii, 1982: 379, 384 fig. 21/14, 386 fig. 22/16).
pero junto al lecho de un meandro fluvial del río hoy
abandonado y con un manantial próximo que mantiene
encharcados los pastos que la rodean, el cual fue objeto de
excavaciones en 9 fondos durante dos campañas de 1973 y
1974 (Martín Valls y Delibes, 1972: 9; Delibes, 1978: 225226, 240; Delibes et alii, 1990: 69 fig. 2). Presenta un único
nivel arqueológico que tiene una potencia media de 0.25
m., aunque llega a alcanzar en algunos puntos 0.40-0.80
m. de profundidad, descendiendo en potencia hacia el Sur
y Oeste, nivel en el que se abren las fosas y hogares. Eso
permitió realizar una excavación en extensión en 1978 que
abarcó más de 250 m2 de superficie (Delibes, Fernández
Manzano y Rodríguez Marcos, 1990: 67, 71).
La fosa I-XI, de 1.50 m. de diámetro y 1.45 m. de
profundidad, presentó bajo un enlosado de piedras
un enterramiento colectivo de tres individuos adultos
orientados al Noroeste, tomándose una muestra de los
huesos del enterramiento nº 3, I-9.603 2820±150 B.P.
(Delibes, 1978: 236-237) 1407 (973-941) 673 AC. Este tenía
junto a su cabeza y manos un espiraliforme de bronce. El
enterramiento nº 1 presentó un prisma-lingote de plata
entre sus manos, un esqueleto de conejo sobre su cabeza y
dos fragmentos cerámicos con decoración excisa. La fosa
I-XI presentó en su relleno una f íbula de codo tipo Huelva,
a -0.40 m., y cerámicas decoradas incisas, excisas, impresas
y con boquique.
Del hogar I-XI/J-XI, situado a 1 m. de la fosa I-XI, que
documentó cerámicas que ensamblaban con otras del
relleno de la fosa I-XI y con varios fragmentos impresos
junto al enterramiento nº 3, se tomó una muestra de
carbón, I-9.604 2960±95 B.P. (Delibes, 1978: 236-237)
1427 (1209-1131) 904 AC.
En la sepultura, se optó inicialmente por conceder más
valor a la datación más reciente (Delibes, 1978: 229, 236237), del 870 a.C. 973-941 AC, al contar con un ejemplar
de f íbula de codo tipo Huelva y una fecha del 870 a.C.
que se correspondía bien con las del 880-850 a.C. de la
serie de la Ría de Huelva, a pesar de su mayor desviación
estándar, 150 años, y de ser obtenida de una muestra de
hueso, que no posee la misma fiabilidad que las actuales a
partir del AMS. Por ello, se imponía la asociación HuelvaSan Román de la Hornija que aportaba una fecha ca. 875
a.C. Por otra parte, la fecha de mediados del siglo IX a.C.
79
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
se utilizó para proponer un final de Cogotas a finales del
siglo IX a.C. (Delibes y Romero, 1992: 236).
Esta visión diacrónica del yacimiento no es la defendida
por Delibes et alii (1990: 68-69), quienes consideran que
No obstante, con las dos campañas realizadas en Soto
de Medinilla (Valladolid) entre 1989-90, y disponerse de las
primeras dataciones de los niveles antiguos, que acabaron
fijando el final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Delibes et
alii, 1995: 156), se optó por admitir la datación más antigua,
indicándose que la sepultura era “inexcusablemente” del
inicio del siglo X a.C. (Delibes y Fernández Manzano,
1991: 208).
el registro del yacimiento, por su breve estratigraf ía debe
Desde nuestro punto de vista, la desviación estándar
de la determinación 870±150 a.C. resulta más elevada que
la datación más antigua, 1010±95 a.C., que a nosotros nos
parece más fiable, ca. 1209-1131 AC. Tal vez influyó que la
primera procede de los huesos del esqueleto 3 y la segunda
de un hogar exterior a la sepultura. Pero la presencia en
dicho hogar de fragmentos de cerámica decorada de un
vaso, que se encuentran también en el relleno de la sepultura
donde apareció la fíbula de codo, indica la potencial validez
de esta segunda determinación. De esta forma, la fíbula de
codo tipo Huelva de San Román de la Hornija permitiría
fijar su presencia hacia ca. 1150 AC, en el inicio del Bronce
Final IIC (Mederos, 1996b: 97-98, 108 tabla 7).
Bouca do Frade (Porto, Portugal)
En cambio, a partir del análisis de su evolución formal,
Carrasco y Pachón (2006: 271, 277) fechan la fíbula de La
Requejada entre el 1000-950 AC, aunque consideran que el
tipo de fíbula de codo tipo Huelva surgió a inicios del siglo
XI o incluso finales del XII AC, esto es, ca. 1110-1100 AC.
Por otra parte, no debe olvidarse que está constatada
una f íbula de arco multicurvilíneo del nivel 2 de Monte do
Trigo, Idanha-a-Nova (Vilaça, 2003: 254 n. 7), que son las
tradicionalmente denominadas en italiano ad occhio, con
bucle y resorte de una sola vuelta, que también podrían
denominarse f íbula de codo y bucle. Este nivel 2 está
datado por tres muestras (Vilaça, 2003: 254 n. 8 y 2006: 89),
Sac-1456 2990±50 BP 1390 (1258-1215) 1046 AC, Sac-1457
2960±45 BP 1370 (1209-1131) 1011 AC, Sac-1507 2960±45
BP 1370 (1209-1131) 1011 AC, que implican márgenes entre
1258-1131 AC (Mederos, 2008b: 280-281).
Otros autores han defendido que el enterramiento de
los tres individuos se produjo en el momento final de la
ocupación hacia el 1000 AC, por lo que buena parte del
corresponder a “un período de tiempo relativamente
fugaz”. No obstante, reconocen pequeñas subfases como
un posible pavimento de barro del suelo de una cabaña
recubriendo la boca de un silo abierto previamente, o la
reutilización de algunos pozos como el nº 2 que tiene dos
bocas que se cortan.
El poblado de Bouca do Frade, situado junto al río Ovil,
afluente del río Duero, presenta del área F-7, del sector
IIA, dos dataciones, CSIC-629 3970±50 B.P. 2617 (2470)
2310 AC, y una segunda medición CSIC-629R 3940±50
B.P. 2573 (2464) 2290 AC, procedentes del nivel 3, pero a
muy poca profundidad, -0.30 m., que indican un momento
del Calcolítico Final.
Otras tres dataciones proceden del área K del sector IIA
(Jorge, 1988: 14, fig. 15), sobre la que había caído un poste de
madera en el nivel 3b, del que se tomó CSIC-632 2710±50
B.P. (Jorge, 1988: 64) 971 (832) 798 AC, y dos del nivel 3a,
una misma muestra que fue partida en dos, CSIC-630 y 631,
2720±50 B.P. (Jorge, 1988: 64) 995 (887-834) 800 AC.
La serie de fechas de Bouca do Frade ha sido una de las
que más han contribuido a sugerir una pervivencia de las
cerámicas de Cogotas en el siglo VIII a.C., cuando se da
la paradójica situación que este tipo de cerámicas, sólo 6
fragmentos, incluyendo una cazuela carenada con excisión
de dientes de lobo y boquique de punto y raya, proceden del
sector IB (Jorge, 1988: fig. 37/1-2), el sector IA (Jorge, 1988:
fig. 36/3-4) y el sector IIB, con un recipiente hemiesférico
con decoración de boquique formando guirnaldas (Jorge,
1988: fig. 43/2-3), mientras que las dataciones son del
sector IIA.
Puesto que las cerámicas corresponden a un momento
de Cogotas I avanzado, que Abarquero (2005: 205) sitúa en
el siglo XI AC, pero que también podrían ir perfectamente
en el siglo XII AC, las fechas no pueden utilizarse para
proponer una perduración tardía de Cogotas, que han
defendido algunos autores.
registro cerámico sería más antiguo el cual se introduciría
al hacer la fosa (Castro Martínez, Micó y Sanahuja, 1995:
Ecce Homo (Alcalá de Henares, Madrid)
81; Galán Saulnier, 1998: 216), por lo que la f íbula de
codo de tipo Huelva ha sido fechada entre el 1200-1000
AC o 1200-1050 AC, anterior al enterramiento y quizás
sincrónico al hogar (Castro Martínez et alii, 1995: 81, 95).
80
El cerro de Ecce Homo se levanta 250 m. por encima
de la cuenca del río Henares, en un cerro testigo de 836
m.s.n.m., a 1 km. de distancia del río. El poblado ocupa
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
toda la superficie del cerro de unos 400 m. de longitud
por 200 m. de ancho, con una extensión de 6 hectáreas
(Almagro Gorbea y Dávila, 1989: 30). Se han desarrollado
una primera campaña en 1972, codirigida por Almagro
Gorbea y Fernández Galiano (1980), continuadas por el
primero con una campaña de prospección en 1984 del
entorno, y nuevas campañas de excavación entre 1985-88,
centradas desde 1986 en la excavación de una cabaña de
la Edad del Hierro o fase Ecce Homo IIB, con un 14.5 %
de cerámicas grafitadas y un fragmento de f íbula de doble
de una ocupación posterior de la fase Ecce Homo II.
Por esta homogeneidad de la serie de fechas de
Ecce Homo I, resulta discutible la propuesta de Castro
Martínez, Micó y Sanahuja (1995: 97-98; Valiente Malla,
1999: 83) de aceptar el siglo XIII AC como el inicio de la
fase Ecce Homo II a partir de la fecha del fondo 2/4, que
les ha servido para sugerir la coexistencia de las cerámicas
tipo Cogotas I avanzado y de los grupos Ecce Homo II a
partir del 1250 AC y Pico Buitre desde el 1100 AC, hasta
producirse el final de Cogotas I hacia el 1000 AC.
resorte (Almagro Gorbea y Dávila, 1988: 362, 364 fig. 1 y
1989: 30-32, 34).
De este yacimiento proceden una serie de 4 muestras de
carbón, una del fondo 2/6 que carecía de cerámica decorada,
Fábrica de Ladrillos Prefabricados Resistentes, La Aldehuela, río Manzanares (Getafe,
Madrid)
a pesar de sus dimensiones de 1.30 m. de longitud máxima
y 0.52 m. de profundidad (Almagro Gorbea y Fernández
Galiano, 1980: 24, 94, 23 fig. 6), CSIC-163 3100±70 B.P.
(Almagro Gorbea, 1977: 529; Almagro Gorbea y Fernández
Galiano, 1980: 125) 1518 (1393-1324) 1131 AC.
De un fondo 3/B, situado en el borde del cantil
meridional, que incluía cerámicas Cogotas I (Almagro
Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 24, 25 lám. 6, 94, 80
fig. 26/1, 3 y 6), CSIC-165 3020±70 B.P. (Almagro Gorbea,
1977: 529; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980:
125) 1430 (1289-1262) 1020 AC.
Ya con presencia de cerámicas más modernas en la
parte superficial de la fase Ecce Homo II, se encuentra una
datación obtenida de la mezcla de muestras procedentes de
dos “silos”, los fondos 2/1 de 0.25 m. de profundidad y 1/1
de 1.20 m. de diámetro, muestras procedentes de dos cortes
diferentes, los cortes 1 y 2 (Almagro Gorbea y Fernández
Galiano, 1980: 21, 23, 22 fig. 4 y 23 fig. 6), este segundo
fondo con cerámica más reciente, CSIC-164 3020±70 B.P.
(Almagro Gorbea, 1977: 530; Almagro Gorbea y Fernández
Galiano, 1980: 125) 1430 (1289-1262) 1020 AC.
Finalmente, del fondo 1/4 (Almagro Gorbea, 1977:
530), o 2/4 (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980:
125, 23 fig. 6), de 0.44 m. de profundidad, donde había
una presencia de cerámica Ecce Homo II, incluyendo una
cerámica pintada, pero también cerámicas de Cogotas I
(Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 94, 77 fig.
23/16 y 21), CSIC-167 2990±70 B.P. (Almagro Gorbea,
1977: 530; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980:
125) 1410 (1258-1215) 1002 AC.
Resulta obvio que la fundación de todos estos fondos fue
durante una fase relativamente homogénea de Cogotas I,
presentando algunos en sus niveles superficiales evidencias
El yacimiento de la Fábrica de Ladrillos Prefabricados
Resistentes S.A., se localiza en la finca de La Aldehuela, en
la terraza fluvial más baja de la margen derecha del Arroyo
Culebro, a 500 m. de su punto de confluencia con el río
Manzanares y a 5 km. de la confluencia del Manzanares
en el río Jarama, ocupando una superficie llana de 1.2 Ha.
(Blasco et alii, 2007: 13). El poblado fue objeto de una
primera excavación arqueológica de urgencia en 1982
por C. Priego y S. Quero (1983: 301-302), después del
descubrimiento del yacimiento por la extracción de arenas
para la fabricación de ladrillos, ampliada con una nueva
campaña en 1983 hasta abarcar una superficie de 864 m2
(Priego, 1984: 193).
El primer análisis se realizó en el fondo 12, de 1.55 m. de
diámetro y 0.47 m. de profundidad. En su interior se localizaron dos agrupaciones con recipientes cerámicos, la primera en el nivel 2, con dos vasos lisos invertidos, uno dentro
de una cazuela troncocónica (Blanco et alii, 2007: 240-241,
fig. 138/208.745 y 208.767). En el nivel 3, aparecieron otros
tres recipientes completos, uno de ellos una cazuela bicónica de paredes convergentes decorada con puntos impresos
insertos en una banda con forma guirnalda y con motivo de
escalera vertical en dos bandas con forma guirnalda, ambas
rellenas de pasta roja de Cogotas I avanzado (Priego y Quero, 1983: lám. 2/2; Blanco et alii, 2007: 241 fig. 137/208.748),
una cazuela troncocónica de paredes rectas con decoración de punto y raya de boquique (Priego y Quero, 1983:
lám. 2/1; Blanco et alii, 2007: 240 fig. 136/208.749, 241 fig.
139/208.749) y otro más pequeño con decoración excisa y
de boquique, que se pensó parte de un ajuar (Priego y Quero, 1983: lám. 1/2; Blanco et alii, 2007: 240 fig. 140/208.753).
Del interior de uno de estos recipientes, la tierra contenía
cenizas en el fondo, de la que se obtuvo una muestra a -0.470.50 m. de profundidad, I-12.863 2490±95 B.P. (Priego y
81
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Quero, 1983: 302-303; Priego, 1984: 200 y 1986: 132; Blasco,
2007: 193-194 fig. 106), 827 (759-554) 389 AC, que resulta
claramente muy reciente, quizás por la propia composición
de cenizas de la muestra.
Los propios arqueólogos, Priego y Quero (1983: 303),
reconocían que una fecha del 540 a.C. resultaba muy
reciente frente a la secuencia tradicional para Cogotas
que situaban entre el 1100-800 a.C., pero al pensarse que
se trataba de una incineración creyeron que sería más
moderna (Priego y Quero, 1983: 302).
Una segunda muestra de “tierra con materia orgánica”,
procede del fondo 156-157, de 1.58 m. de diámetro y
1.15 m. de profundidad, donde se tomó a 0.60-0.70 m. de
profundidad, que presentaba en su nivel 5 un borde con
cerámica decorada de líneas cosidas y otro con impresión
de media caña, I-13.748 2840±90 B.P. (Priego, 1986: 132;
Blasco, 2007: 194-195 fig. 107; Blanco et alii, 2007: 367-368,
fig. 348/1332 y 1334), 1290 (1000) 810 AC, la cual resulta
también claramente reciente, pues no puede hablarse de un
Cogotas I avanzado en la cerámica, nuevamente quizás por
el tipo de muestra utilizada, tierra con materia orgánica.
Para el estudio de los materiales se solicitaron dos
proyectos de investigación en 2003 y 2004 a la Comunidad
de Madrid, dirigidos por C. Blasco, que además de lograr
publicar la memoria definitiva (Blasco et alii, 2007), han
permitido obtener nuevas dataciones por carbono 14.
Del fondo 76, de 1.50 m. de diámetro y 0.30 m. de
profundidad, excavado en 1982, se localizó en el nivel 3
una importante concentración de 406 huesos de bóvido,
pertenecientes al menos a 5 ejemplares, y se dató el colágeno
de un fragmento de tibia de bóvido, en un fondo con dos
fragmentos cerámicos amorfos con decoración impresa de
media caña de tipo Cogeces en los niveles 4 y 1, Beta-184.835
3340±70 B.P. (Blasco, 2007: 195-197 fig. 109; Blanco et alii,
2007: 294, fig. 229/211.024 y 211.048), 1861 (1677-1622)
1449 AC que se ajusta bien a un Bronce Final IA Cogeces.
También excavado en 1982, del nivel 5 del fondo 50, con
0.70 m. de diámetro y 0.94 m. de profundidad, junto con
un fragmento cerámico con decoración impresa de media
caña en zig-zag de tradición Cogeces (Blasco, 2007: 196197; Blanco et alii, 2007: 275 fig. 193/210.258) y otros de
Cogotas I con múltiples incisiones dispuestas en horizontal
y en guirnalda o espiguillas incisas en zig-zag junto al borde
de los niveles 2 y 1 (Blanco et alii, 2007: 276 fig. 194/210.169
y 210.186). De ella procede la muestra de hueso Beta197.523 3040±40 B.P. 1408 (1366-1308) 1131 AC, que nos
señala un momento de Cogotas I del Bronce Final IC.
82
Del nivel 5 del fondo 27, excavado en 1982, de 1.40
m. de diámetro y 0.81 m. de profundidad, que presentaba
cerámica de Cogotas I decorada con cuencos carenados de
base plana, cuencos hemiesféricos y una jarra con asa que
presentan decoración excisa, boquique e impresa formando
guirnaldas (Blasco, 2007: 197; Blanco et alii, 2007: 252-253
fig. 161-163). Procedente de hueso animal, Beta-197.524
3000±40 B.P. 1387 (1259-1220) 1125 AC, que marca un
momento del Bronce Final IIA con Cogotas I avanzado.
En cambio, resultó muy reciente un análisis sobre
colágeno de hueso de bóvido procedente de la “tumba” 2,
situado a 20 m. de la tumba 1. Realmente, un fondo con
1.80 m. de diámetro y 1.80 m. de profundidad, con tres
recipientes con decoración de boquique propia de Cogotas
I avanzado, Beta-184.836 1980±40 B.P. (Blasco, 2007: 196,
198 fig. 110/207.851; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352)
51 AC (25-47) 124 DC.
Este fondo fue afectado por la extracción de las arcillas
y estaba situado “fuera de la excavación y destruido a
consecuencia del desmonte causado por la excavadora.
Aunque desprendido de su emplazamiento originario,
todavía pudimos recoger cuatro piezas: una vasija, una
pequeña cazuela, un cuenco y un vaso”, que también
pensaron que pertenecían a una urna de incineración con 3
vasos de ajuar (Priego, 1984: 194), siendo la urna una cazuela
con asa fracturada y umbo en la base, con decoración de
puntos impresos insertos en bandas verticales, otras con
motivo de escalera vertical con punto y raya de boquique
y bandas horizontales rellenas de puntos con pasta roja
(Priego, 1984: 194, 196 fig. 1a-b; Blasco, 2007: 198 fig.
110; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.851). En
su interior se recogieron una pequeña cazuela con umbo
(Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/2; Blasco, 2007: 198 fig. 110;
Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.854) y un cuenco
con umbo (Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/3; Blasco, 2007:
198 fig. 110; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.853),
mientras que un vaso troncocónico estaba situado en el
borde de cazuela, aunque boca arriba, y no boca abajo,
el cual quizás se pensó era la tapadera de la incineración
(Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/4; Blanco et alii, 2007: 370371 fig. 352/207.852). Dos de estas cerámicas fueron
incluso relacionadas con la facies Riosalido por Valiente
Malla (2001: 206) quien aceptó que se trataba de un
enterramiento de incineración.
Algunos autores no han descartado que en particular la
datación del fondo 12, podría representar “una fase tardía
de Cogotas I”, posterior al 900 AC (Castro Martínez et alii,
1995: 82 n. 69), otros la han considerado demasiado reciente
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
aunque aceptando un 700-650 a.C. (Delibes y FernándezMiranda, 1986-87: 27), mientras que Galán Saulnier (1998:
242) sugiere la pervivencia de estas cerámicas de la “tumba”
2 hasta el 625 AC, al asumir esta fecha.
Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba)
y Montes, 1986: 491), 1518 (1256-1134) 834 AC. Como
puede observarse, hay un relativo solapamiento en las
medias de ambas, aunque en teoría el estrato IIIb debería
ser algo más reciente, por lo que de la fecha del estrato IIIb
sólo podría aceptarse el margen inferior ca. 1150-1134 AC.
Muy próximo al corte R.1, avanzando en dirección Este,
el corte R.2, de 8 x 4 m., presentó una potencia máxima
El poblado del Llanete de los Moros, cerro de 233 m.s.n.m.,
junto al cerro anexo de El Palomarejo de 245 m.s.n.m., controla un meandro del río Guadalquivir, desde la parte superior del actual casco urbano de Montoro, ocupando una
superficie de unas 10 Ha. de extensión (Martín de la Cruz,
1987; Murillo, 1995: 221). Tras diversos hallazgos aislados y
una prospección superficial a fines de los años setenta (Martín de la Cruz, 1978-79), se empezó a excavar de forma continuada desde 1980. En las campañas de 1980-81 se abrieron
en la primera terraza o superior al este del edificio los cortes
R-1, R-2, R-3 y R-6, y en el sector oeste se realizó un primer
sondeo en los cortes A-1-3 y A-1-4, también de la primera terraza. Dos de estos cortes fueron estudiados en una memoria
de excavaciones, R-1 y R-6 (Martín de la Cruz, 1987a). Ante
el anuncio de construcción de un polideportivo, en actuaciones de urgencias entre 1982-83, se amplió la excavación
en el lado oeste del edificio y se abrieron varios cortes en extensión, A.1.3, A.1.4, B.1.2, B.1.3 y B.1.4. La construcción de
una nave de talleres en el extremo sur del sector oeste obligó
a una nueva campaña de urgencias que permitió excavar el
corte A-2-1 y finalizar el corte R-3, interrumpido desde 1981
(Martín de la Cruz, 1987b; Martín de la Cruz et alii, 2000: 1617). En 1987 se realizó otra excavación de urgencia (Martín
de la Cruz et alii, 1990), mientras se denegaron permisos para
excavaciones sistemáticas en 1986 y 1987, y ya sólo hubo una
primera actuación sistemática en 1990 (Martín de la Cruz
et alii, 1990), al autorizarse un nuevo proyecto en 1988, que
tampoco consiguió continuidad al producirse la paralización
de la mayor parte de las excavaciones sistemáticas en Andalucía desde el año 1992.
El corte R.1, excavado entre 1980-81, de 8 x 4 m., con
profundidad máxima de 4.5 m., presentó cerámicas tipo
Cogotas I exclusivamente en los estratos IIIa y IIIb de ca. 1
m. de potencia entre ambos. Del estrato IIIa, infrapuesto al
IIIb, a 4.4 m., se recogió la muestra UGRA-190 2930±110
B.P. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz
et alii, 1987: 206), 1427 (1186-1128) 823 AC. El estrato IIIa
cuenta con un fragmento importado a torno (Martín de
la Cruz, 2008: fig. 17). En un estrato superior, IIIb, a 3.1
m. de profundidad, se obtuvo UGRA-159 2980±130 B.P.
(González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz
de -5.55 m., siendo excavado entre 1980-81 (Baquedano,
1987: 226; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987; Martín de
la Cruz et alii, 2000: 47). Del nivel más antiguo datado, el
VI, procede UGRA-187 2910±120 B.P. (González Gómez
et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987:
52, 54), 1427 (1112-1054) 818 AC. En este contexto se
recuperaron 3 fragmentos cerámicos a torno (Martín de la
Cruz, 2008: fig. 17).
Del nivel VIII, se analizó una muestra de semillas,
UGRA-186 2710±250 B.P. (González Gómez et alii, 1986:
1203; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 53-54, 56)
1494 (832) 209 AC, cuya desviación de ±250 años deriva de
la escasez de muestra remitida al laboratorio, y no puede
ser aceptada. Este estrato presenta 4 fragmentos cerámicos
a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17).
Finalmente, existen dos fosas realizadas en el nivel
VIII, una ovoide, realizada cuando se estaba finalizando el
nivel VIII o ya finalizado, y otra rectangular, de las cuales
se tomaron a 4.1 m. de profundidad UGRA-183 3080±90
B.P. 1521 (1381-1321) 1050 AC y a 3.9 m. de profundidad
UGRA-160 3000±100 B.P. 1491 (1259-1220) 924 AC, que
se consideraron demasiado antiguas, pues superan la antigüedad del nivel VI, no debiendo sobrepasar ambas el
900 a.C. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de
la Cruz y Baquedano, 1987: 53, 55). Esta fosa o estructura
ovoide (Baquedano, 1987: 226-227, fig. 2), de la que probablemente proceden las muestras UGRA 183 y 160, perfora
el corte R.2 desde el nivel VIII hasta el nivel III, atravesando claramente el nivel VI de acuerdo con el perfil aportado. Ello explica que la profundidad de UGRA-160 (nivel
VIII-fosa) y UGRA-187 (nivel VI) posean la misma cota
de 3.9 m., y que incluso UGRA 183 (nivel VIII-fosa) proceda de aún mayor profundidad, 4.1 m. y es coherente que
UGRA-186 (nivel VIII), el más reciente, tenga una cota de
3.4 m. Si descartamos esta última, por su elevada desviación estadística, una posible ordenación de las determinaciones sería 1381-1321 AC, 1259-1220 AC y 1112-1054
AC, donde se incorporarían como intrusiones carbones y
semillas de los estratos que fueron perforados por la fosa.
En cualquier caso, ambas fechas del 1381-1321 AC y 12591220 AC, no pueden definir cronológicamente el nivel VIII
83
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
(Baquedano, 1987: 230), en el cual empieza a desaparecer
niéndose la determinación CSIC-624 2900±50 B.P. (Mar-
el boquique, aún con dos fragmentos y ya coexiste con un
tín de la Cruz y Montes, 1986: 494), 1260 (1106-1050) 923
AC, donde se documentó una cazuela Cogotas I y un soporte liso (Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 52 fig.
2, 56 fig. 3). También proceden 8 fragmentos cerámicos
a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17). Aunque es dif ícil valorar adecuadamente este corte, que permanece aún
sin publicar, la fecha es ligeramente moderna, pero puede
aceptarse el margen superior de la media, ca. 1100 AC. Por
otra parte, el escaso grosor de este estrato pudo favorecer
movimientos verticales de carbones más recientes procedentes de estratos superficiales.
fragmento de retícula bruñida.
El corte R-3 se abrió en 1980-81, retomándose su excavación en 1985. Su prolongación descendiendo la ladera
fue el corte R-4, que presenta similar estratigraf ía, con unas
dimensiones en conjunto de ambos de 13 x 4 m. y una profundidad máxima 7.56 m. (Martín de la Cruz et alii, 2000:
16, 49). En el Corte R-3 se documentó una fosa, que correspondería al nivel III, la cual corta el nivel II precedente.
Dicha fosa se divide en 4 subniveles. El primero de los subniveles, III.1, muestra cerámicas con decoraciones excisas
Finalmente, cabe reseñar una determinación UGRA175 2890±140 AC, 1432 (1047) 799 AC, obtenida a -3.9
m. de profundidad, de la cual carecemos de cualquier dato
contextual sobre la misma.
y de boquique. En III.2 un fragmento micénico acompaña
a cerámica decorada con boquique. En III.3 continúa las
cerámicas de boquique. Y finalmente en III.4, junto a esta
cerámica decorada aparece el segundo fragmento micénico. Del nivel IV sólo disponemos de una pieza dibujada
Estas dos últimas dataciones han servido para plantear
la continuidad de Cogotas I en Llanete de los Moros hasta
1050-1000 AC (Castro Martínez et alii, 1995: 95), que creemos son fechas excesivamente recientes para los contextos
publicados de cerámicas de Cogotas I de este poblado.
decorada incisa, presumiblemente tipo Cogotas, sobre el
que se dispone un derrumbe o nivel V. Las dataciones son
CSIC-795 1437 (1371-1317) 1128 AC para “el nivel en el
que aparecieron las cerámicas” o III.2 y CSIC-794 1413
(1289-1262) 1049 AC para el nivel “inmediatamente enci-
En todo caso, aunque existen problemas de inversiones
en algunas determinaciones, a veces resultado de dataciones del Laboratorio de la Universidad de Granada, que han
llevado a varios autores a descartar el conjunto de dataciones del Llanete de los Moros (Pellicer, 1989: 173- 174;
Belen et alii, 1992: 67; Murillo, 1995: 313), se trata de un
planteamiento excesivo que desmerece esta importante
estratigraf ía, como ya en su momento indicamos (Mederos, 1996a: 62-63).
ma dentro del estrato III” o III.3 (Martín de la Cruz, 1988;
Martín de la Cruz y Perlines, 1993: 337). Ambas cerámicas,
el pie de una crátera y la pared de una taza, pertenecen al
Heládico Final IIIA1, ca. 1390-1370/60 AC, sin descartar
el Heládico Final IIIA2 o IIIB, ca. 1375-1225 AC.
El corte B1.2, excavado entre 1982-83, de 4 x 4 m. y
profundidad máxima de 2 m., presenta cerámicas tipo Cogotas I en el estrato I de 0.10-0.20 m. de potencia, obte-
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
La Paul, fosa, nivel C?
Albigano,
Álaba
2900
85
950
1375
1106
1104
1050
837
I-11.590/H
Cueva de San Bartolomé,
nivel Ia
Nestares,
La Rioja
3475
35
1525
1884
1856
1852
1769
1756
1754
1688
GrN-21.008/
MC
84
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
2, nivel III, lecho 83
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3640
50
1690
2141
2018
1996
1980
1832
CSIC-611/C
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
2, nivel III, lecho 32,
Cuadro A6
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3470
190 1520
2295
1767
1761
1751
1322
I-9.880/C
Campaña
1976
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
2, nivel III, lecho 71-72
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3400
50
1450
1876
1726
1724
1689
1527
CSIC-532/C
Campaña
1982
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
2, nivel III, lecho 35,
cuadro A6
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3340
160 1390
2030
1677
1673
1622
1262
I-9.881/C
Campaña
1976
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
2, nivel III, lecho 30,
cuadro A6
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3170
130 1220
1739
1432
1053
I-9.879/C
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
1, nivel III, lecho 112
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3430
50
1480
1881
1739
1706
1695
1617
CSIC-612/C
Campaña
1982
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
1, nivel III, lecho 64
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3240
50
1290
1678
1517
1410
CSIC-453/C
Campaña
1976
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
1, nivel III, lecho 38
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3060
60
1100
1437
1371
1357
1352
1341
1317
1128
CSIC-452/C
Campaña
1976
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
1, nivel III, lecho 14
Ibeas de
Juarros,
Burgos
2890
50
940
1258
1047
919
CSIC-451/C
Campaña
1975
El Portalón de Cueva
Mayor, Atapuerca, sector
3, nivel III, lecho 10
Ibeas de
Juarros,
Burgos
2850
50
900
1208
1002
898
CSIC-531/C
Campaña
1979
Cueva de El Mirador, nivel
4
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3670
40
1720
2195
2033
1922
Beta- 153.365/
AMS/H
Cueva de El Mirador, nivel
4 base
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3400
40
1450
1863
1726
1724
1689
1538
Beta-153.366/
AMS/C
Quercus
caducifolio
85
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
Cueva de El Mirador, nivel
4 superior
Ibeas de
Juarros,
Burgos
3040
40
1090
1408
1366
1363
1308
1131
Beta-153.366/
AMS/C
Quercus
perennifolio
El Castillo, Burgos, nivel X
Burgos
3230
70
1280
1684
1516
1322
UGRA-339/C
El Castillo, Burgos, Sector
I, nivel XII
Burgos
2900
100 950
1394
1106
1104
1050
830
UGRA-226/C
El Castillo, Burgos, Sector
II, nivel I M1
Burgos
2710
80
760
1015
832
786
UGRA-227/S
El Castillo, Burgos, Sector
II, nivel V M3
Burgos
2590
90
640
908
796
409
UGRA-333/C
El Castillo, Burgos, Sector
II, nivel VI M4
Burgos
2400
110 450
801
408
202
UGRA-334/C
Cueva de los Espinos,
cuadrícula G5, nivel III,
hogar
Mave,
Palencia
4350
95
2400
3345
2919
2701
I-11.115/C
Cueva de los Espinos,
cuadrícula B5, nivel II
Mave,
Palencia
3120
95
1170
1603
1407
1107
I-11.117
Cueva de los Espinos,
cuadrículas I4-I5-J5, nivel
Mave,
Palencia
2830
95
880
1290
997
986
803
I-11.116
904
I-9.604/C
II, hogar
La Requejada, hogar I-XI/
J-XI
979
San Román
de la
2960
95
1010
1427
Hornija,
Valladolid
1209
1200
1191
1177
1163
1140
1131
La Requejada, fosa I-XI,
enterramiento 3
San Román
de la
Hornija,
Valladolid
2820
150 870
1407
973
956
941
673
I-9.603/H
Bouça do Frade, sector
IIA, F-7, nivel 3, -0.30 m.
prof.
Baiao,
Porto,
Douro
Litoral
3970
50
2020
2617
2470
2310
CSIC-629/C
Bouça do Frade, sector
IIA, F-7, nivel 3, -0.30 m.
prof.
Baiao,
Porto,
Douro
Litoral
3940
50
1990
2547
2464
2290
CSIC-629R/C
Bouça do Frade, sector
Baiao,
2720
50
770
995
887
800
CSIC-630/C
IIA, área K, nivel 3a
Porto,
Douro
Litoral
86
884
834
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
Bouça do Frade, sector
IIA, área K, nivel 3a
Baiao,
Porto,
Douro
Litoral
2720
50
770
995
887
884
834
800
CSIC-631/C
Bouça do Frade, sector
IIA, área K, nivel 3b
Baiao,
Porto,
Douro
Litoral
2710
50
760
971
832
798
CSIC-632/M
poste
Ecce Homo, fondo 2/6
Alcalá de
Henares,
Madrid
3100
70
1150
1518
1393
1327
1324
1131
CSIC-163/C
Ecce Homo, fondo 3/B en
el cantil meridional
Alcalá de
Henares,
Madrid
3020
70
1070
1430
1289
1281
1262
1020
CSIC-165/C
Ecce Homo, fondos 1/1 y
2/1
Alcalá de
Henares,
Madrid
3020
70
1070
1430
1289
1281
1262
1020
CSIC-164/C
procedente de
dos fondos
Ecce Homo, fondo 2/4
Alcalá de
Henares,
Madrid
2990
70
1040
1040
1258
1235
1215
1002
CSIC-167/C
Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe,
76, nivel 3
Madrid
3340
70
1390
1861
1677
1673
1622
1449
Beta184.835/H
bóvido
Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe,
50, nivel 5
Madrid
3040
40
1090
1408
1366
1363
1308
1131
Beta197.523/H
Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe,
27, nivel 5
Madrid
3000
40
1050
1387
1259
1230
1220
1125
Beta197.524/H
Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe,
156-157
Madrid
2840
90
890
1290
1000
810
I-13.748
Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe,
Madrid
12-nivel 2-3
2490
95
540
827
759
682
665
636
590
579
554
389
I-12.863/CNZ
Fábrica de Ladrillos,
Tumba 2
1980
40
30
51
AC
25
45
47
DC
124
Beta184.836/H
bóvido
Getafe,
Madrid
87
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
Llanete de los Moros, R-3,
nivel III, subnivel III.2
Montoro,
Córdoba
3060
60
1110
1437
1317
1357
1352
1341
1317
1128
CSIC- 795
Llanete de los Moros, R-3,
nivel III, subnivel III.3
Montoro,
Córdoba
3020
60
1070
1413
1289
1281
1262
1049
CSIC- 794
Llanete de los Moros, R-3,
nivel IIIB
Montoro,
Córdoba
2980
130 1030
1518
1256
1240
1213
1196
1194
1137
1134
834
UGRA- 159
Llanete de los Moros, R-3,
nivel IIIA
Montoro,
Córdoba
2930
110 980
1427
1186
1183
1128
823
UGRA- 190
Llanete de los Moros, R-2,
nivel VIII, fosa
Montoro,
Córdoba
3080
90
1130
1521
1381
1334
1321
1050
UGRA- 183
Cueva de San Bartolomé,
Cámara III
Nestares,
La Rioja
2970
50
1020
1376
1211
1198
1192
1138
1133
1011
GrN-16.315/H
Cueva de San Bartolomé, Nestares,
nivel I, cuadro 3A, sector 3 La Rioja
2970
25
1020
1293
1211
1198
1192
1138
1133
1055
GrN-21.006/C
Cueva de San Bartolomé,
Nestares,
nivel I, cuadro 3A, sector 3 La Rioja
2950
50
1000
1370
1207
1202
1189
1179
1156
1142
1130
1001
GrN-21.007/C
Tabla 1. Yacimientos con dataciones que pueden indicar la presencia de las fases avanzadas de Cogotas I.
C= Carbón. CNZ= Cenizas. H= Hueso. M= Madera. S= Semillas.
Calib. V.4.2. según STUIVER et alii (1998). Curva inicial 98.
88
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
LOS POBLADOS CON FECHAS DE INICIOS
DE LA EDAD DEL HIERRO
Los Baraones (Valdegama, Palencia)
El poblado de Los Baraones se encuentra cerca del
límite del Norte de Palencia con Burgos, donde confluyen
los valles fluviales de los ríos Lucio y Monegro, afluentes
del río Pisuerga, tributario del río Duero. El yacimiento se
distribuye por una gran superficie sobre los Cintos de los
Baraones, grandes terrazas que se levantan 100 m. sobre el
cauce de ambos ríos, abarcando 10 Ha. en su ladera Sur y 2
Ha. en la ladera Norte, habiéndose realizado excavaciones
en 5 sectores, durante 5 campañas, entre 1986-1990,
apareciendo la roca a escasa profundidad en los sectores 3
y 4 (Barril, 1995: 399-400, 402).
El sector 1 presenta una ocupación de Cogotas I,
procediendo dos dataciones del silo 4, la más antigua del
fondo y la otra junto a la boca (Barril, 1995: 401), GrN14.334 3220±50 B.P. 1617 (1500) 1406 AC y GrN-14.335
3190±30 B.P. 1520 (1486-1443) 1407 AC.
Del sector 2, en una superficie de 8 x 7 m., se excavaron
dos cabañas. En la cabaña 1, con zócalo de piedra arenisca,
que presenta un hogar en su interior, se tomó una muestra
junto a la cara interna del muro norte, en una zona
quemada y otra más reciente de un pequeño poste junto
al hogar (Barril, 1995: 401-402), GrN-16.320 2510±20 B.P.
788 (762-602) 524 AC y GrN-16.973 2385±35 B.P. 756
(405) 393 AC.
La cabaña 2, también con zócalo de piedra arenisca,
con revoco interior, presentaba un nivel de tierra quemada
donde se tomó una muestra, mientras la más reciente
procede de un poste de madera de un momento de
reutilización de la cabaña que al enterrarlo aplastó varios
recipientes cerámicos (Barril, 1995: 402), GrN-16.974
2540±45 B.P. 803 (779) 455 AC y GrN-16.968 2415±20 B.P.
757 (476-410) 403 AC. Este poste y el poste de la cabaña 1
responden a una reutilización posterior de la cabaña.
El sector 5, en la ladera occidental, presenta la
estratigraf ía más amplia del poblado, anexa a la muralla,
de 1.50 m. de altura conservada y 4 m. de ancho, en la cata
7. En el nivel inferior o 5 fase, por debajo de la muralla, se
localizaron 5 agujeros de poste de la cabaña 3 por delante
del corte. En el corte, se documentó un muro de barro y un
hogar que llega hasta el inicio de la cabaña 3, asociados a
un vaso carenado de tipo Soto de Medinilla I. Por encima
se superpone la fase 4, afectada por un nivel de incendio,
y sobre esta, la fase 3, que presentó la cabaña 2, de 6.60 m.
de diámetro con un hogar central, afectada por un nivel
de incendio, donde se tomaron dos muestras (Barril, 1995:
405), GrN-16.319 2770±40 B.P. 1003 (904) 827 AC y GrN16.972 2740±50 B.P. 1001 (896-845) 803 AC.
La fase 2 de la cata 7, en el sector 5, presentó la cabaña
1, de 7 m. de diámetro, con zócalo de piedras de arenisca,
que contaba con dos bancos, uno de piedra y otro de greda
de barro, un hogar central y un receptáculo de barro con
dos piedras de molino adosado a la pared de la cabaña
donde se tomó una muestra de carbono 14, GrN-16.138
2350±70 B.P. (Barril, 1995: 404), 760 (400) 209 AC. La
modernidad de esta muestra es explicada por Barril (1995:
404 n. 9) por haberse tomado cerca de un sector que había
sido excavado en la campaña precedente y quizás fue
afectado por el agua de lluvia u otros factores.
En la parte superior de la cata 7, del sector 5, correspondiente a la fase 1, se excavó un sector que presentaba
un hogar y un delgado poste de madera del que se tomó
una muestra 2485±35 B.P. (Barril, 1995: 403), GrN- 14.966
789 (759-544) 409 AC.
La serie de Los Baraones es una de las más amplias e
importantes para el Hierro Inicial del centro de la Península
Ibérica. Aparte de dos fechas asociadas a Cogotas I, durante
el Bronce Final IB, 1500-1443 AC, el poblado cuenta con
una ocupación de Soto I, no de las más antiguas pues hay
dos fases no datadas en el sector 5, las fases 5 y 4, mientras
que la fase 3 marca un momento de fin del siglo IX y
primera mitad del siglo VIII AC, 904 y 896-845 AC, fechas
que son tan antiguas como las que conocemos en el propio
Soto de Medinilla.
El poblado presenta una ocupación de los siglos VIIIVII AC, en la fase 1 del sector 5, 759-544 AC, y con más
claridad en el sector 2, 762-602 AC de la cabaña 1 y 779
AC de la cabaña 2, siendo las dos fechas más recientes
resultado de una reutilización del sector excavándose
nuevos hoyos de poste.
San Pelayo (Castromocho, Palencia)
El poblado de San Pelayo se sitúa en una elevación
sobre el río Valdeginate, a 776 m.s.n.m., al Norte del
núcleo de Castomocho. Conocido desde los años 30 del
siglo XX (Barrientos, 1934-35: 411-413), fue objeto de una
excavación de urgencia en 1988 por la explanación de la
finca y como excavación sistemática a partir de 1989 (Lión,
1993: 111).
La excavación documentó tres cabañas, una completa
de 6 m. de diámetro, nº 1 al Oeste, otra el semicírculo
89
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
meridional, nº 2, al Norte y dos tercios occidentales de
una tercera, nº 3, la situada más al Este del corte (Lión,
1993: 114 fig. 2). La cabaña nº 3, de la que se obtuvieron las
determinaciones, presentaba cuatro niveles en su interior,
uno superficial, un segundo de derrumbe con adobes, un
tercero donde apareció una placa de arcilla de un hogar
central y finalmente un nivel de base con tierra cenicienta
y abundante cerámica. Del interior de la cabaña proceden
las dos muestras de madera más recientes (Lión, 1993:
119-120), GrN-17.304 2365±50 B.P. 757 (402) 264 AC y
GrN-13.305 2310±65 B.P. 518 (393) 202 AC.
En el espacio abierto al Sur de la cabaña nº 3, también
había 4 niveles, uno superficial, otro con alineaciones de
adobes que fueron levantados, un tercero de tierra gris y
finalmente un nivel de base con cerámica muy abundante.
En este nivel inferior se pudo apreciar que la cabaña nº 3
estaba levantada sobre una cabaña de adobes previa y una
estructura de madera con postes unidos con acanaladuras
que sostenían maderos en posición horizontal sobre
los que se disponían abundantes semillas carbonizadas,
donde se obtuvo una tercera muestra de madera GrN17.306 2530±35 B.P. 798 (Lión, 1993: 113, 116-117, 120),
(764) 522 AC, de la primera mitad del siglo VIII AC. Su
excavador no deja de manifestar cierta sorpresa por la
distancia cronológica entre los dos grupos de dataciones
(Lión, 1993: 120) y es posible que el uso de un poste de
madera para datar la más antigua indique un momento
más antiguo de lo esperable.
Soto de Medinilla (Valladolid)
El yacimiento de Soto de Medinilla es el más importante
del Hierro Inicial de la Meseta Norte. Situado a 2 km.
al Norte del casco urbano de Valladolid, en una terraza
fluvial junto al cauce del río Pisuerga, en el extremo de un
meandro, unos 5 m. por encima de la llanura de inundación,
ha formado un tell artificial de unos 5 m. de altura, con una
superficie de 2 Ha. en su fase inicial, que llega a alcanzar
10 Ha. durante la fase Soto III (Delibes, Romero y Ramírez,
1995: 149-151).
El poblado, cuyas primeros sondeos fueron realizados
por C. de Mergelina a inicios de los años 30 del siglo
XX, después de ganar la cátedra de Arqueología y
Numismática de la Universidad de Valladolid en 1925, fue
después objeto de 9 campañas de excavación por Pedro de
Palol y Federico Wattenberg entre 1956 y 1965, y llegó a
abarcar una superficie de 16 x 14 m, 224 m2 en extensión
(Palol, 1961: 646 fig. 3; Palol y Wattenberg, 1974: 182,
90
183 fig. 61). Aunque no se publicó una memoria de las
excavaciones, ya anunciada para inicios de 1961 (Palol,
1961: 648 n. 1), se identificaron tres grandes fases, “dos
momentos célticos y otro celtibérico” (Palol y Wattenberg,
1974: 185), subdivididas internamente en 6 subfases, 2
correspondientes a Soto I, 3 a Soto II, para finalmente
superponerse la etapa correspondiente a Soto III o Vaccea
(Palol, 1966: 29-32; Palol y Wattenberg, 1974: 185-186).
La fase de Soto I fue la peor documentada en estas
primeras campañas, con apenas 0.40 m., y unos 0.20
m. para cada una de las dos subfases de Soto I, de las
que presentaron las correspondientes plantas (Palol
y Wattenberg, 1974: fig. Soto I-1 y I-2), conformando
cabañas de planta circular, unas con hoyos de poste en
Soto I-1 y otras con muros de adobes de arcilla en Soto
I-1 y I-2, finalizando esta última etapa con un fuerte nivel
de cenizas blanquecinas, en el que se destruyó también
la muralla de adobes y empalizada de troncos de madera
(Palol y Wattenberg, 1974: 184, 186-187, lám. 17/29).
En la fase final de Soto II-3, se excavó la cabaña circular
nº 1, que presentaba un banco de adobes interior en su
lado Este, varios hogares cuadrados superpuestos y se
excavaron en el interior de la cabaña agujeros donde se
colocaron grandes vasijas ovoides rellenas de cereal de
trigo y cebada. De este trigo se obtuvo la primera datación
por carbono 14, recogida de muestras de la campaña de
1957 M-994 2175±200 B.P. (Crane y Griffin, 1961: 121;
Palol, 1963), 793 (201 AC) 244 DC, y otra fecha de la misma
muestra de semillas proporcionó 2165 B.P. 347 (200) 172
AC, resultados ambos que fueron considerados “un tanto
modernos” (Palol y Wattenberg, 1974: 191-192, fig. Soto
II-3).
Las excavaciones se retomaron en 1989 y 1990,
excavándose 36 m2 en el sector Suroeste del tell, con una
estratigraf ía vertical de +4.5 m., identificándose 16 cabañas
circulares superpuestas, primero de cañizo y barro desde
la casa XVI del nivel 11 hasta la casa XII del nivel 9, para
posteriormente aparecer los alzados con adobes desde la
casa XI (Delibes et alii, 1995: 146-147, 172), obteniéndose
una serie de 8 dataciones (Delibes et alii, 1995: 154; Delibes,
Romero y Ramírez, 1995: 156, 158, 160, 162, 165, 168), la
mejor del Hierro Inicial en la Meseta, que han llevado a
Delibes et alii (1995: 156 y 2001: 75) a situar los inicios del
poblado de Soto de Medinilla a lo largo del siglo X AC,
entre el 1000-900 AC.
Del nivel 11, el más antiguo horizonte constructivo,
proceden dos fechas, ambas de la casa XV, que cuenta
con revestimientos en la pared de arcilla y pintura blanca
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
(Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 155 fig. 2; Delibes et
alii, 1995: 146 fig., 147), una obtenida del poste central de
madera, GrN-19.051 2795±50 B.P. 1105 (967-923) 828 AC
y otra a partir de semillas de trigo recuperadas en el suelo
de la cabaña, GrN-19.052 2765±35 B.P. 1000 (903) 828 AC,
que parece más precisa.
En el nivel 9, que ya presenta el primer fragmento de
hierro (Delibes et alii, 1995: 153), se obtuvo en la Casa XII,
de madera procedente del derrumbe de techumbre, GrN19.053 2675±110 B.P. 1049 (825) 521 AC.
A partir del nivel 8, que carece de restos de cabaña,
tenemos constancia la presencia de cerámica pintada en
amarillo y rojo o en amarillo (Romero y Ramírez, 1996: 316).
Entre los niveles 7-5, construido en el nivel 7, había
un horno doméstico de pan (Delibes, Romero y Ramírez,
1995: 159-160 lám. II-III, 161 fig. 4), cuya temperatura no
llegó a superar los 430º C (Misiego et alii, 1993: 104-105,
92 fig. 1a-b, lám. 2a), donde una astilla de madera de pino
sirvió para fechar GrN-19.054 2640±50 B.P. 898 (804) 765
AC y en el nivel 4, de la base del muro de la Casa VII se
obtuvo GrN-19.055 2620±50 B.P. 890 (801) 672 AC.
Correspondientes al nivel 3, hay dos fechas asociadas al
anejo al Este de la Casa V, con una concentración de granos
de cereal (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 165 lám. V),
GrN-19.056 2580±30 B.P. 805 (794) 670 AC y de semillas de
trigo GrN-19.057 2455±50 B.P. 788 (742-522) 400 AC.
Finalmente, del nivel 1, obtenida en un hoyo junto a
Casa I (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 168), procede
GrN-19.058 787 (536-520) 399 AC.
La Mota (Medina del Campo, Valladolid)
El poblado del Castillo de La Mota, se sitúa dentro del
casco urbano de Medina del Campo, sobre un espolón de
740 m.s.n.m. que abarca unas 10 Ha. y se levanta unos 20
m. de altura sobre el entorno inmediato, donde confluyen
el río Zapardiel al Suroeste y el arroyo Adajuela al Noreste,
que actualmente está encauzado dentro del casco urbano,
mientras varias lagunas rodeaban el entorno como las de
Santa Clara, San Nicolás o El Hospital, alguna dedicada a la
explotación de sal (García Alonso y Urteaga, 1985: 63, 65;
Seco y Treceño, 1993: 133 y 1995: 219, 240). No se descarta
una ocupación precedente durante Cogotas I, que aún no ha
sido localizada, por el hallazgo de alguna cerámica de boquique en niveles alterados y la presencia de una muralla de
la Edad del Hierro, reutilizada posteriormente por el trazado de la muralla medieval (Seco y Treceño, 1995: 223-224).
Durante las obras de ampliación del cementerio
de la localidad, que se sitúa junto al castillo, se apreció
una importante estratigraf ía que fue objeto de una
excavación de urgencia en marzo de 1982, aprovechando
el corte producido por una gran fosa abierta por una
pala excavadora, de 40 x 20 m., que había alcanzado una
profundidad de 1.85 m. Allí se abrieron 5 cortes, A-1, A-3,
B-1, B-3 y C-1, localizándose la mejor estratigraf ía en el
corte A-1 (García Alonso y Urteaga, 1985: 63-65).
La excavación documentó un nivel de base o II-3, de
poca potencia estratigráfica, que sólo tenía estructuras
de madera por la presencia de hoyos de poste, finalizado
por un primer nivel de incendio o estrato 14, sobre el que
se superponía el nivel II-2, con muros rectangulares de
adobe y tapial, enlucidos pintados con franjas de color
rojo en los muros, que terminaba en un segundo gran
nivel de incendio asociado a la presencia de cuchillos
de hierro (García Alonso y Urteaga, 1985: 130, 132-135;
García Alonso, 1986-87: 105, 107, 106 fig. 1), que parece
tratarse del estrato 9 (García Alonso, 1986-87: 105). De
este momento se obtuvieron dos determinaciones (García
Alonso y Urteaga, 1985: 133; García Alonso, 1986-87: 109),
GrN-11.307 2580±30 B.P. 805 (794) 670 AC y GrN-11.308
2555±25 B.P. 799 (787) 562 AC, que marcan un momento
de la primera mitad del siglo VIII AC.
Aprovechando la realización de nuevas fosas dentro
del cementerio se han realizado nuevas excavaciones de
urgencia en 1988 y 1989, en las que se abrieron 3 nuevos
cortes, A-C, estando muy alterados los niveles en los cortes
A y B. En el corte C, en la ladera Norte del foso, se localizó
una secuencia de casi 3 m. de potencia, con 8 fases, que en
sus niveles intermedios, se documentó una casa con hogar
en plataforma rectangular la cual presentaba un nivel
de incendio sobre el pavimento de la casa que contenía
cerámicas con pintura roja, cerámicas a torno y un posible
aryballos, el cual fue sellado por un derrumbe de las vigas de
madera de la techumbre (Seco y Treceño, 1993: 136-137),
de donde se tomaron dos muestras, GrN-17.568 2525±35
B.P. (Seco y Treceño, 1993: 137 y 1995: 237) 797 (764) 520
AC y GrN-17.569 2370±35 B.P. 518 (403) 388 AC.
En 1990 se abrió el corte D, en el cementerio infantil, de
3 x 3 m., a unos 50 m. del foso excavado en 1982, donde se
documentó una secuencia de 3.50 m. de potencia, también
con 8 fases, las seis más profundas de la Edad del Hierro.
De ellas, el nivel más profundo u VIII, con 0.25-0.35 m. de
potencia, presentaba una casa con muros rectos usando
grandes adobes de 40 cm. de largo por 25 cm. de ancho.
Al exterior de la casa había un estrato ceniciento sobre la
91
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
tierra virgen con cerámicas pintadas postcocción, otras
con decoración incisa y 2 agujas de f íbula (Seco y Treceño,
1993: 137-139, 169, 140 fig. 3), nivel ceniciento del que
se tomó una muestra, GrN-18.907 2560±70 B.P. (Seco y
Treceño, 1993: 139 y 1995: 235) 831 (789) 411 AC. En el
nivel VII aparece la cerámica a torno pintada al exterior
con líneas de color rojo (Seco y Treceño, 1993: 142).
En 1991 se realizaron 3 sondeos y hasta 1993 se
realizaron hasta 12 nuevos cortes en puntos diferentes por
la apertura de panteones en el interior del cementerio de
La Mota (Seco y Treceño, 1995: 222).
de carbono 14 que permanece inédita (Escribano, 1990:
217, 235, 258-259), y la estructura 4 que corresponde a un
pavimento de arcilla y cantos de 3 x 1 m., que se superpone
a la estructura 2 (Escribano, 1990: 235, 242 fig. 17).
Cerro de San Pelayo (Martinamor,
Salamanca)
Cerro elevado sobre el cauce del río Tormes, afluente
del río Duero. El yacimiento está afectado por el aterrazado
para la construcción de una plaza de toros en el siglo
XVIII y por la explotación de minas de wolframio. Se
El Castillo, Manzanal de Abajo (Villardeciervos, Zamora)
han realizado dos campañas de excavación en la cumbre
aterrazada del cerro durante 1985 y 1986 (Benet, 1990:
77). Las tres muestras datadas proceden de los estratos
El Castillo en Manzanal de Abajo fue excavado a inicios
de 1988 antes de quedar sumergido por el embalse de
Valparaiso en marzo de 1988. Se sitúa en un espolón a 820
m.s.n.m., con una superficie de -1 hectárea, en el punto de
confluencia de los ríos Tera y Vallada, que le proporcionan
defensas naturales por sus laderas noroeste y este, en una
comarca relativamente próxima a la frontera portuguesa
(Escribano, 1990: 213, 215).
inferiores del corte B6, obtenidas en la campaña de 1985
La excavación se centró en el extremo del sector SW.
para documentar un campo de piedras hincadas, foso y
muralla, presentes desde la fase I del poblado. Este nivel se
superponía a un estrato de tierra entre las grietas de la roca
base donde se localizó una punta de aletas y pedúnculo
de cobre y se tomó una muestra de carbón datada en
Groningen que permanece inédita (Escribano, 1990: 215,
217, 258, 234 fig. 13/1).
1990: 81) Del nivel VI, proceden GrN-13.970 2715±30 B.P.
La datación publicada se obtuvo en el corte J-4, donde
se documentó el arranque del foso, la muralla y al interior
cerámica pintada la conocemos en Soto de Medinilla ca.
de la misma adosada la estructura 1 o pavimento de arcilla
de una posible vivienda, que presentaba dos agujeros de
poste calzados con piedras, de donde quizás se obtuvo la
muestra, GrN-14.794 2580±60 B.P. (Escribano, 1990: 216217, 235, 258, 216 fig. 3, 238 fig. 15) 831 (794) 522 AC.
sido asociado recientemente (López Jiménez, 2003: 137)
Después de la fase I, la muralla fue desmantelada
formándose una plataforma plana a modo de terraplén
o fase II sobre la antigua estructura 1, sobre la cual se
construirán cuatro estructuras pertenecientes a la fase III.
Dos contemporáneas, las estructuras 2 y 3, un pavimento
de arcilla o cantos asociado a unas cubetas de arcillas
(Escribano, 1990: 217, 235, 240 fig. 16); la posible vivienda
5, un pavimento de arcilla que presentó dos fragmentos de
años procedente del corte B5.
enlucido de paredes pintados y numerosas vasijas aplastadas
por un derrumbe de muro, de donde se tomó una muestra
Pico Buitre, cerca de la margen izquierda del río Henares,
92
(Benet, 1990: 85)
Del nivel V procede GrN-1369 2910±140 B.P. 1487
(1112-1054) 802 AC, que tiene una desviación típica muy
elevada ±140 y se obtuvo de hueso, quizás con insuficiente
colágeno, siendo más antigua que las del nivel inferior. Este
nivel presentaba alguna intrusión de cerámicas a torno
donde “son contados (...) si es que existe alguno” (Benet,
919 (833) 805 AC y GrN-13.971 2660±30 B.P. 891 (812)
797 AC, que apuntan a un momento de la segunda mitad
del siglo IX AC. Ambas se tomaron del ángulo oriental
del fondo de una cabaña, que presentaba en el centro,
corte B5, un cuenco de borde divergente con decoración
pintada geométrica al interior, un cuenco con umbo y un
vaso troncocónico de borde convergente y base plana. La
825-800 AC (vide supra). Este nivel inferior en B6 y B5 ha
a la presencia de un túmulo funerario, opinión también
subscrita por Benet (com. pers; López Jiménez y Benet,
2004: 163) al localizarse en el estudio de la fauna un
fragmento de mandíbula humana de adulto entre 35-40
Pico Buitre (Espinosa de Henares,
Guadalajara)
El yacimiento de Pico Buitre, localizado en 1981, se
sitúa en un pequeña loma cultivada dentro de una vaguada
entre el Cerro de Alcantarilla y el de Las Culebras, al pie de
en su cauce superior. Fue objeto de un estudio del material
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
de superficie recuperado por la roturación del yacimiento
es que las cerámicas grafitadas del Alto Ebro forman un
(Valiente Malla, 1984: 9-10) y posteriormente se han
grupo individualizado (Saenz de Urturi, 1983: 398-399),
desarrollado 5 pequeñas campañas de excavación, 1986-
utilizando el grafito sólo para obtener motivos ornamentales
88 y 1990-91, de las que se obtuvieron 3 dataciones por
geométricos como grecas o triángulos, lo que separa a las
carbono 14 sobre huesos de posiblemente ovicápridos, dos
cerámicas del Castillo de Henayo, La Hoya de Laguardia o
más recientes de las dos primeras campañas de 1986 y 1987
El Redal de las que conocemos en la Meseta.
(Crespo y Cuadrado, 1990: 77; Crespo, 1992: 65; Crespo y
También destacan los cuencos semiesféricos con carena
alta y apéndice circular sobre la carena con perforación
horizontal y pintura exterior e interior (Crespo, 1995: 178
fig. 4/1) o el muelle de una f íbula de doble resorte (Crespo,
1992: 64, 60 fig. 5/7).
Arenas, 1998: 49 fig. 1), I-14.921 2990±90 B.P. 1432 (12581215) 935 AC, e I-15.259 2900±90 B.P. 1385 (1106-1050)
834 AC, y una más antigua de la campaña de 1988, I-15.887
3070±100 B.P. (Crespo y Arenas, 1998: 49 fig. 1; Valiente,
1999: 83 n. 18) 1522 (1374-1319) 1012 AC.
La estratigraf ía principal se ha obtenido de la zona
A, apareciendo estructuras de muros rectos y varias
estructuras planas de arcilla con un diámetro entre 0.40
y 1 m., a partir de una profundidad de -0.90 m. o nivel
superior (Crespo, 1995: 175 fig. 1), mientras el nivel inferior
o I, que presenta los recipientes cerámicos más completos,
comienza a partir de -1.45 m. alcanzando una profundidad
de -2.25 m. (Crespo, 1995: 176 fig. 2), de donde proceden
las tres dataciones (Crespo, com. pers.)
Esta facies cerámica presente en la cuenca del río
Henares con los yacimientos de kilómetro 98 (Crespo
y Cuadrado, 1990: 67-69, 70-72), Pico Buitre (Valiente,
1984; Valiente et alii, 1986: 52-54), Peñalcuervo (Cerezo
de Mohernando) (Valiente et alii, 1986: 50, 54-57), La
Merced (Guadalajara) (Valiente et alii, 1986: 50-51, 5861), Los Manantiales (Crespo y Cuadrado, 1990: 69-70,
72-74), Casasola (Chiloeches) (Valiente et alii, 1986: 51,
60), Alovera (Espinosa y Crespo, 1988: 247-248, 254-255
fig. 1-2) y La Dehesa (Alovera) (Valiente et alii, 1986: 51,
60-63), controla las vegas aluviales de los afluentes que
desembocan en el Henares.
Las
cerámicas
más
representativas
son
urnas
bitroncocónicas con carena media y borde divergente
(Crespo, 1995: 177 fig. 3/1), cazuelas bruñidas con
decoración sobre la carena media y al interior del borde
(Crespo, 1995: 178 fig. 4/3), y cazuelas bruñidas o grafitadas,
con carena media-baja o media, que presentan apéndice
circular sobre la carena con perforación horizontal, y
en otras ocasiones presentan decoración pintada roja o
amarilla formando zig-zag o retícula (Crespo, 1992: 49 fig.
Estas tres fechas implicarían según Valiente Malla (1999:
83; Castro Martínez et alii, 1995: 97) que la ocupación del
poblado de Pico Buitre se situaría hacia 1250/1200-1000
AC. A la vez, se ha defendido una coexistencia de las
cerámicas tipo Cogotas I avanzado y de los grupos Ecce
Homo II a partir del 1250 AC y Pico Buitre desde el 1100
AC hasta el final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Castro
Martínez et alii, 1995: 97-98; Valiente Malla, 1999: 83),
sugiriéndose la adquisición en los poblados de Cogotas I,
pastores de ovicaprinos, de la vajilla fina bruñida o grafitada
de los poblados del grupo de Pico Buitre, agricultores de
vega fluvial y ganaderos de cerdo y vacuno (Crespo, 1992:
63). Otros autores aún retrotraen más la coexistencia de
Cogotas I con la facies Pico Buitre, que comenzaría hacia
el 1200-1100 AC (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 172),
suponiendo el inicio de lo que denominan Protoceltibérico
(Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 184 fig. 7).
No resulta fácil valorar las dataciones del yacimiento de
Pico Buitre porque desconocemos los contextos cerámicos
de cada muestra. No pueden aceptarse las dos primeras
fechas de los siglos XIV y XIII AC. La fecha de la primera
mitad del siglo X AC, que sugiere incluso la fecha más
reciente de esta serie, 2900±90 B.P. 1385 (1106-1050) 834
AC, ha servido para propugnar el inicio de esta facies desde
el 950 a.C. o algo anterior (Valiente Malla, 1984: 38) y poco
después un 1000 a.C. (Valiente Malla et alii, 1986: 68). No
obstante, el contexto puede corresponder quizás a fines
del siglo IX AC, en el límite inferior de la calibración 1385834 AC, por la presencia de una f íbula de doble resorte,
pero la ocupación puede retrotraerse al menos al último
cuarto del siglo X AC.
1/7, 50 fig. 2/2).
La decoración grafitada aparece en la superficie interior
Fuente Estaca (Embid, Guadalajara)
y exterior, dándosele un brillo plateado al diluir el polvo
de grafito en un engobe negro que se aplica después de
la cocción y luego se frotaba para acentuar el brillo. Un
aspecto importante, que a veces no se tiene en cuenta,
El poblado, protegido de los vientos dominantes del
Noroeste, es un pequeño cabezo, arado con tractores
agrícolas, el cual fue localizado en unas prospecciones
93
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
en 1985 en la ladera sur del Alto del Enebral, en Embid,
comarca de Molina de Aragón, perteneciente a la cuenca
del río Piedra, orientada hacia Teruel. El yacimiento fue
dividido en dos sectores, un sector A que presentó los
hoyos de poste de una cabaña de planta oval de ca. 1416 m. de largo y 4-4.5 m. de ancho y un horno alfarero,
mientras que el sector B, separado del anterior por unos
50 m., presentó restos de otra cabaña, con escasa potencia
arqueológica y muy afectada por la acción del arado
(Martínez Sastre, 1992: 70-73).
Se localizaron urnas bitroncocónicas con borde
divergente y decoraciones con incisión ancha o acanalada
en zig-zag por encima de la carena, junto con apéndices
con perforación horizontal en la línea de carenación
(Martínez Sastre y Arenas, 1988: 275 fig. 1/1-2; Arenas,
1997: 119 fig. 5), cazuelas bruñidas con carena media-baja
o media que presentan apéndice circular con perforación
horizontal y decoración de líneas horizontales acanaladas
sobre la carena (Crespo y Arenas, 1998: 57 fig. 4a), y una
aguja de f íbula de pivotes procedente de la cabaña de la
zona A (Martínez Sastre, 1992: 74-76), que indican un
contexto de campos de urnas, relacionado con Cortes de
Navarra III y IIA, a inicios del siglo IX AC, de acuerdo con
una fecha sobre hueso de animal 2750±90 B.P. (Martínez
Sastre, 1992: 77) 1187 (899) 791 AC.
Estas cerámicas con decoraciones acanaladas, también
presentes en Ecce Homo, han sido asociadas a la posible
infiltración de pequeños grupos de población vinculados a
los Campos de Urnas (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1988: 261).
Similar propuesta ha sido planteada para las cerámicas
de Fuente Estaca, consideradas fruto de la llegada de un
reducido grupo de población alóctona (Martínez Sastre y
Arenas, 1988: 272).
La cabaña del sector B presentó una fase más moderna
donde las decoraciones acanaladas en la línea de carena son
sustituidas por triángulos excisos (Crespo y Arenas, 1998:
57 fig. 4b), relacionables con el yacimiento de El Redal en
Logroño (Blasco, 1973: 107-110 fig. 1-4, 115 fig. 11; Álvarez
y Pérez Arrondo, 1987: 68, 120), fechable a finales del siglo
IX AC, CSIC-621 2630±50 B.P. 895 (802) 674 AC.
Castro de la Coronilla (Prados Redondos,
Guadalajara)
En la comarca de Molina de Aragón, junto a la cuenca del
río Gallo, afluente de la cabecera del río Tajo que nace en la
Sierra de Albarracín de Teruel, se encuentra el Castro de la
Coronilla en la localidad de Chera, un cerro testigo de 1150
94
m.s.n.m., con 62 m. de longitud, que ofrece con su pendiente
natural una importante protección. La vega fluvial del río
Gallo se abre junto al poblado alcanzando unas dimensiones
de 1 km. de ancho a lo largo de 3 km. de longitud (Cerdeño y
García Huerta, 1982: 257, 259 y 1992: 96 fig. 63).
El poblado fue objeto de un sondeo en 1980 y de una
campaña sistemática en 1981 en la que se abrieron 5
cortes, entre los que destacó el corte 2 donde se obtuvo una
primera datación por carbono 14 en el nivel III (Cerdeño y
García Huerta, 1982: 258-259, 261).
En el corte 2, entre -1.20-1.30 y -1.85 m., se encuentra
el nivel III asociado a un espacio de habitación y en la
base de este nivel, a -1.85 m., aflora el nivel natural de
conglomerado terciario en pendiente desde -1.20 hasta
-1.85 -1.90 m. Desde el inicio del nivel, aparecieron dos
lienzos de muro del extremo de la vivienda 4, los cuales
se disponían uno perpendicular y otro paralelo al muro
exterior. De un hoyo de poste de 18 cm. de diámetro,
situado en el extremo noroeste de esta habitación, desde
-1.53 m. hasta el nivel de conglomerado de base a -1.85 m.,
se obtuvo la fecha I-12.101 2900±90 B.P. (Cerdeño y García
Huerta, 1982: 261, 275, 289 y 1992: 85, 97, 87 lám. 14/1;
Cerdeño, 1986-87: 113) 1385 (1106-1050) 834 AC.
En las campañas de 1982 y 1983 se abrió el corte 6 y
se continuó excavando el corte 4, mientras que en 1984
se amplió en corte 2. Fue en las dos últimas campañas
de 1985 y 1986 cuando se optó por una excavación en
extensión abriéndose los cortes 7, 8, 8bis y 9 en el sector
noreste y a partir del sondeo 2, los cortes 2bis, 2c, 11 y
12 en el sector noroeste, que permitieron observar para
la fase III un trazado de 6 posibles viviendas con muros
adosados junto a la ladera norte del cerro que formaban
un muro corrido exterior a modo de defensa artificial que
complementaba la propia del cerro creando al cerrar su
perímetro una espacio central comunal (Cerdeño y García
Huerta, 1992: 12-13 fig. 2).
En este nivel III, el elemento más destacable es la
presencia de cerámicas con decoración grafitada, algunas
pertenecientes a cuencos (Cerdeño y García Huerta,
1982: 280, 281 fig. 15) y una cuenta de pasta vítrea verde
(Cerdeño y García Huerta, 1982: 284, 278 fig. 14/10).
Esta fecha sirvió para propugnar la presencia de
cerámicas grafitadas asociadas a Campos de Urnas desde
el siglo X a.C. (Cerdeño, 1986-87: 116-117; Valiente Malla,
1999: 90; Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 172) o el 1100
AC (Castro Martínez, Micó y Sanahuja, 1995: 98), mientras
que al usar la fecha calibrada, en cambio Maya (2005: 527)
la veía excesivamente elevada.
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Estas cerámicas grafitadas son incluidas dentro de la
facies cerámica Riosalido por Valiente Malla (1999: 82,
90-91), propugnando su origen en el Alto Ebro desde el
siglo XIII a.C. o XIV AC en fechas calibradas, propuesta
dif ícilmente asumible, aunque reconoce que corresponden
a una fase posterior a Pico Buitre, antigüedad que explica
que defienda que la técnica del grafitado aparece desde
las fases finales de Cogotas I (Valiente Malla y Velasco
Colás, 1986: 89). Para otros autores supone el inicio de lo
que denominan Celtibérico Antiguo (Jimeno y Martínez
Naranjo, 1999: 184 fig. 7). Un planteamiento de la
cronología de las cerámicas grafitadas de la facies Riosalido
completamente diferente es el defendido por Ruiz Zapatero
y Lorrio (1988: 258), considerándolas posteriores al siglo
VIII a.C., y por Crespo y Arenas (1998: 61-62) que sitúan la
aparición de esta facies hacia el 710-700 a.C., perdurando
hasta el 600 a.C.
Este periodo supone el fin del hábitat abierto junto a
los cauces fluviales para regresar al poblamiento en altura
en cerros testigos que aportan una defensa natural. El
yacimiento más representativo es el Alto del Castro de
Riosalido, situado en el Norte de Guadalajara, próximo a
la cabecera del río Henares. Este poblado, situado sobre
un cerro testigo de 1.047 m.s.n.m., protección natural
(Cerdeño y García Huerta, 1992: 84, 97-98, 147, 87 lám.
13/2) 798 (782) 944 DC. Esta fecha prácticamente se ha
ignorado y sin embargo calibrada nos señala un momento
de la primera mitad del siglo VIII AC, que tiene más sentido
que la de la primera mitad del siglo XI AC.
La última muestra del corte 12, nivel III, se recuperó
en un hoyo de poste, de 0.28 m. de diámetro por 0.15 m.
de profundidad, al interior del muro trasero corrido de
la vivienda 1, I-14.810 1930±80 B.P. (Cerdeño y García
Huerta, 1992: 84, 147, 87 lám. 13/1) 105 AC (75 DC) 316
DC, que puede estar relacionada con la reutilización de
este espacio en época romana.
A 20 km. del Castro de la Coronilla se encuentra el
castro de El Ceremeño, en Herrería, dentro de la comarca
de Molina de Aragón en Guadalajara, el cual presenta una
fecha muy antigua, claramente anómala, obtenida de un
poste de madera de la vivienda B durante la campaña de
1992, I-17.169 2920±90 B.P. (Vega Toscano, 2002: 127) 1394
(1126) 843 AC, pues de la misma unidad estratigráfica, la
nº 13 y también de una viga quemada de la techumbre,
aunque obtenida en la campaña precedente de 1991, se
obtuvo I-16.770 2380±200 B.P. (Vega Toscano, 2002: 127)
918 (404 AC) 47 DC, ambas dentro de un contexto situable
por Cerdeño y Juez (2002) hacia el siglo VI AC.
reforzada por la presencia de una muralla de rodea el
cerro, fue objeto de excavaciones por aficionados a inicios
Las Camas, Villaverde Bajo (Madrid)
del siglo XX, depositándose los materiales en la colección
del párroco Justo Juberías, que acompañaba en ocasiones
al Marqués de Cerralbo en sus prospecciones (Fernández
Galiano, 1979: 23-24).
Una segunda datación del Castro de la Coronilla procede
de la parte superior del nivel III. Recuperada en la campaña de 1981, se remitió poco después, I-12.441 1280±80 B.P.
(Cerdeño y García Huerta, 1982: 289 y 1992: 97; Cerdeño,
El yacimiento de Las Camas se sitúa en una loma de 585
m.s.n.m., en la margen derecha del arroyo Butarque, poco
antes que desemboque en el río Manzanares, teniendo en la
margen de enfrente la confluencia del arroyo de La Gavia.
Hoy en día es parte del barrio de Villaverde Bajo (Madrid),
casi en el límite con Perales del Río (Getafe) (Agustí et alii,
2007: 11; Urbina et alii, 2007: 45-46).
2, la única de la que se obtuvo su planta completa de 4.75
Durante la limpieza de una superficie de 4.000 m2,
la excavación de urgencia documentó en el sector A dos
grandes cabañas rectangulares con planta absidal en la
cabecera, a partir de la distribución de los hoyos de poste,
46 en la primera y 23 en la segunda. La cabaña 1 tiene unas
dimensiones de 26.73 m. de longitud por 8.17 m. de ancho,
que implica una superficie útil de 226.5 m2, mientras que la
segunda es de 18.75 m. x 7.65 m. con 143.5 m2. Los agujeros
de poste laterales son generalmente de 30 cm. de diámetro,
aunque pueden alcanzar los 40 cm., mientras que los postes
centrales alcanzan anchos de 1 a 1.40 m. de diámetro y
profundidades de 0.70 a 1 m., que permitirían sostener
cabañas de hasta 5 m. de altura (Agustí et alii, 2007: 14-15;
m. de ancho por 4 m. de longitud, I-14.810 2330±80 B.P.
Urbina et alii, 2007: 48, 51, 52 fig. 3-4, 53 fig. 5-7).
1986-87: 113) 621 (693-764) 959 DC. Esta fecha bien puede
ser resultado de un problema de medición del laboratorio,
pues como las autoras indican no hay evidencias de una
reutilización del cerro después de época celtibérico-romana, o bien fruto de una contaminación, pues el nivel II presentaba cerámicas de revuelto procedentes del nivel I iberoromano, hasta prácticamente -1.30 m. (Cerdeño y García
Huerta, 1982: 261), que era casi el inicio del nivel III.
La tercera fecha obtenida en el corte 11, nivel III,
procede de muestras de carbón obtenidas en un hogar
adosado al exterior del muro trasero corrido de la vivienda
95
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
La cabaña 1 presenta una serie de 6 dataciones de la
madera de hoyos de poste, de las cuales eliminando la fecha
más reciente, se ha planteado como una datación conjunta
de 2835±35 BP, 1114-909 AC (Urbina et alii, 2007: 67, 69).
Tiro IV, 800-775 AC (Mederos y Ruiz Cabrero, 2006:
tabla 1), implica hasta 100 años de diferencia con las
dataciones de los postes de madera de fines del siglo X
AC. Estas f íbulas también se conocen en La Meseta en La
Este conjunto de fechas esta compuesto por Beta195.296 3070±70 B.P. 1495 (1374-1319) 1127 AC,
Beta-195.294 2990±80 B.P. 1427 (1258-1215) 975 AC,
Beta-195.292 2880±120 B.P. 1407 (1039-1023) 803 AC,
Beta-195.295 2800±50 B.P. 1108 (968-925) 829 AC, Beta195.300 2770±70 B.P. 1125 (904) 802 AC y Beta-195.293
2480±100 B.P. 827 (785-543) 383 AC.
Mota (García Alonso y Urteaga, 1985: 135), Ecce Homo
La serie no es de fácil interpretación, pues oscila entre
el 530-1120 a.C. en fechas no calibradas y el 543-1374 AC
en fechas calibradas, y tienen una elevada desviación, salvo
una, todas entre ±70 y 120, que incrementa el margen de
error al calibrar las fechas. No cabe descartar fallos propios
del laboratorio. Si fuera sólo un error por la antigüedad de
los troncos de la madera, la tendencia general sería a una
mayor antigüedad de todas las fechas, pero en este caso hay
algunas que son con seguridad más recientes que la propia
ocupación del poblado, caso de Beta-195.293 2480±100
B.P. 827 (785-543) 383 AC. La opción de combinar todas
las fechas para obtener una general es interesante porque
centra mejor las desviaciones estadísticas, pero esta
solución tiene el problema que hace más antiguas o más
recientes la media general si hay fechas anómalas hacia
una mayor modernidad o antigüedad.
primera mitad del siglo VIII AC, 900-750 AC.
(Almagro Gorbea y Dávila, 1988: 362 y 1989: 32) o en
Pico Buitre (Crespo, 1992: 64, 60 fig. 5/7), y está fechada
en el 800 AC en el nivel 4 de Soto de Medinilla (Delibes
et alii, 1995: 174). Estas discrepancias entre el registro y
las dataciones las reconocen implícitamente Urbina et alii
(2007: 79) quienes comentan que iría mejor en el siglo IX o
La cuestión es si cabe retrotraer este tipo de ocupaciones
al menos hasta el último cuarto del siglo X AC, cuando
se produce la transición al hierro en el Valle Medio del
Duero en contexto de Soto de Medinilla y eso nos parece
perfectamente posible.
Palomar del Pintado (Villafranca de los
Caballeros, Toledo)
La necrópolis carpetana de Palomar del Pintado se
localizada en una loma que domina la confluencia de los
ríos Amarguillo y Cigüela, junto a una antigua zona de
inundación denominada la Laguna del Rincón (Pereira,
Ruiz Taboada y Carrobles, 2003: 153).
Correspondiente a la primera fase de la necrópolis, a
Valorando las fechas calibradas, necesariamente dos
de las fechas son erróneas por muy antiguas 3070±70 B.P.
1495 (1374-1319) 1127 AC y 2990±80 B.P. 1427 (12581215) 975 AC. Las tres restantes apuntan a un momento
del último cuarto del siglo IX AC y a lo largo de todo el
siglo X AC, 2880±120 B.P. 1407 (1039-1023) 803 AC,
2800±50 B.P. 1108 (968-925) 829 AC y 2770±70 B.P. 1125
(904) 802 AC.
-1.50 m. de profundidad, se documentó la tumba 76, una
Por el contexto material, una fecha de fines del siglo
IX podría ser aceptable, 825-800 AC, lo que implicaría
que incluso las tres fechas más recientes están afectadas
por una mayor antigüedad por el uso de madera de los
hoyos de poste. Esto haría paradójicamente más fiable
a la más reciente, 2480±100 B.P. 827 (758-543) 383 AC,
precisamente la descartada, pues el inicio de su media
desde 758 AC, a mediados del siglo VIII AC, podría ser
correcto.
siglo X AC, del Bronce Final IIIA2, que resulta antigua,
La presencia de 3 fragmentos de f íbulas de doble
resorte (Urbina et alii, 2007: 70, 71 fig. 20, 72 fig. 21), aún
relacionándolos con el contexto meridional más antiguo
en la Península Ibérica, la fase B1 de Morro de Mezquitilla,
interior de un vaso con carena media y un asa de cinta, como
96
urna a mano, de base plana, borde divergente y decoración
impresa digital en el borde, que presentaba como ajuar
un cuchillo de hierro y un brazalete de bronce, de la que
existe una datación sobre hueso quemado procedente de
los huesos cremados del interior, Beta-178.469 2820±40
B.P. (Pereira et alii, 2003: 162, 163 tabla 1), 1109 (973-941)
841 AC, que marca un momento de la primera mitad del
pues responde a un patrón funerario meridional. Para la
fase II, la tumba 62, también sobre huesos cremados del
interior, Beta-178.469 2440±40 B.P. (Pereira et alii, 2003:
162, 163 tabla 1), 764 (517-415) 401 AC, podría marcar un
momento de inicios del siglo V AC.
Durante el Bronce Final IIIA2, 997-921 AC, en el valle
del río Tajo, el grupo de Alpiarça practicaba la incineración
(Mederos, 2008a: 83), y las cenizas se depositaban en el
revela el estudio de la urna 27 de la necrópolis de Tanchoal
dos Patudos, Alpiarça (Santarem, Ribatejo) (Vilaça, 1999),
no obstante en Palomar del Pintado de momento sólo
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
contamos con una tumba. El brazalete de bronce e incluso
la distancia de varios siglos que separa el contexto de esta
el puñal de hierro podrían colocarse en un Bronce Final
tumba de las restantes de la necrópolis, la fase II a partir
IIIA (Mederos, 2008b) pero sería conveniente disponer de
del siglo V AC, que no permite de momento sugerir su uso
una muestra más amplia. El problema real de esta fecha es
continuado.
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
Los Baraones, zona 1, silo
4, fondo
Valdegama,
Palencia
3220
50
1270
1617
1500
1406
GrN14.334/C
Los Baraones, zona 1, silo
4, boca
Valdegama,
Palencia
3190
30
1240
1520
1486
1484
1443
1407
GrN14.335/C
Los Baraones, zona 5,
corte 7, fase 3, cabaña 2
Valdegama,
Palencia
2770
40
820
1003
904
827
GrN16.319/C
Los Baraones, zona 5,
corte 7, fase 3, cabaña 2
Valdegama,
Palencia
2740
50
790
1001
896
875
862
847
845
803
GrN16.972/C
Los Baraones, zona 5,
corte 7, fase 2, cabaña 1
Valdegama,
Palencia
2350
70
400
760
400
209
GrN16.138/C
Los Baraones, zona 2,
cabaña 2
Valdegama,
Palencia
2540
45
590
803
779
455
GrN16.974/C
Los Baraones, zona 2,
Valdegama,
2415
20
465
757
476
403
GrN-
cabaña 2
Palencia
Los Baraones, zona 2,
cabaña 1
Valdegama,
Palencia
2510
20
560
788
762
678
671
607
602
524
GrN16.320/C
Los Baraones, zona 2,
cabaña 1
Valdegama,
Palencia
2385
35
435
756
405
393
GrN16.973/M
poste
Los Baraones, zona 5,
corte 7, fase 1
Valdegama,
Palencia
2485
35
535
789
759
683
663
641
588
544
409
GrN14.966/M
poste
San Pelayo, exterior
cabaña 3
Castromocho,
Palencia
2530
35
580
798
764
522
GrN17.306/M
473
410
14.968/M
poste
97
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
San Pelayo, cabaña 3, nivel
4
Castromocho,
Palencia
2365
50
415
757
402
264
GrN-17.304/
C-M
San Pelayo, cabaña 3, nivel
4
Castromocho,
Palencia
2310
65
360
518
393
202
GrN-17.305/
C-M
Soto de la Medinilla, nivel
11, Casa XV, poste central
Valladolid
2795
50
845
1105
967
963
923
828
GrN19.051/M pino
Soto de la Medinilla, nivel
11, Casa XV, pavimento
Valladolid
2765
35
815
1000
903
828
GrN-19.052/S
trigo
Soto de la Medinilla, nivel
9, Casa XII, derrumbe de
techumbre
Valladolid
2675
110 725
1049
825
521
GrN19.053/M
Soto de la Medinilla,
niveles 7-5, horno
Valladolid
2640
50
690
898
804
765
GrN19.054/M pino
Soto de la Medinilla, nivel
4, Casa VII, base muro
Valladolid
2620
50
670
890
801
672
GrN-19.055/C
Soto de la Medinilla, nivel
3, Casa V, anejo al Este de
la casa
Valladolid
2580
30
630
805
794
670
GrN-19.056/C
Soto de la Medinilla, nivel
3, Casa V, anejo al Este de
Valladolid
2450
50
505
788
742
724
400
GrN-19.057/S
trigo
la casa
538
530
522
Soto de la Medinilla, nivel
1, hoyo junto a Casa I
Valladolid
2450
50
500
787
536
532
520
399
GrN-19.058/C
Soto de la Medinilla, fase
Soto II-3, cabaña 1
Valladolid
2175
200 225
793
201
AC
244
DC
M-994/S trigo
Soto de la Medinilla, fase
Soto II-3, cabaña 1
Valladolid
2165
215
347
200
172
S trigo
La Mota, corte A-1, nivel
II-2, ¿estrato 9?
Medina del
Campo,
Valladolid
2580
30
630
805
794
670
GrN-11.307
La Mota, corte A-1, nivel
II-2, ¿estrato 9?
Medina del
Campo,
Valladolid
2555
25
605
799
787
562
GrN-11.308
La Mota, corte D, nivel
VIII
Medina del
Campo,
Valladolid
2560
70
610
831
789
411
GrN-18.907
La Mota, corte C, casa 1
Medina del
Campo,
Valladolid
2525
35
575
797
764
520
GrN-17.568
98
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
La Mota, corte C, casa 1
Medina del
Campo,
Valladolid
2370
35
420
518
403
388
GrN-17.569
El Castillo, Manzanal de
Abajo, corte J-4, fase I,
estructura- vivienda 1
Villardeciervos, Zamora
2580
60
630
831
794
522
GrN-14.794
Cerro San Pelayo, corte
B6, nivel V
Martinamor,
Salamanca
2910
140 960
1487
1112
1097
1088
1058
1054
802
GrN-13.969/H
Cerro San Pelayo, corte
B6, nivel VI
Martinamor,
Salamanca
2715
30
765
919
833
805
GrN-13.970/C
Cerro San Pelayo, corte
B6, nivel VI
Martinamor,
Salamanca
2660
30
710
891
812
797
GrN-13.971/C
Pico Buitre, zona A, cata I,
nivel inferior o I, -2.03 m.
Espinosa de
Henares,
Guadalajara
3070
100 1120
1522
1374
1338
1319
1012
I-15.887/H
Pico Buitre, zona A, nivel
inferior o I, -1.69 m.
Espinosa de
Henares,
Guadalajara
2990
90
1040
1432
1258
1235
1215
935
I-14.921/H
Pico Buitre, zona A, nivel
inferior o I, -1.54-1.69 m.
Espinosa de
Henares,
Guadalajara
2900
90
950
1385
1106
1104
1050
834
I-15.259/H
Fuente Estaca, sector ¿A?
Embid,
Guadalajara
2750
90
800
1187
899
791
/H
El Redal
Logroño
2630
50
680
895
802
674
CSIC-621
Castro de la Coronilla,
corte 2, nivel III, vivienda
4, hoyo de poste
Prados
Redondos,
Guadalajara
2900
90
950
1385
1106
1104
1050
834
I-12.101/M
Castro de la Coronilla, ,
corte 11, nivel III, vivienda
2, hogar
Prados
Redondos,
Guadalajara
2330
80
380
798
782
544
I-14.810/C
Castro de la Coronilla,
vivienda 1, corte 12, nivel
III, hoyo de poste
Prados
Redondos,
Guadalajara
1930
80
20
AC
105
AC
75
DC
316
DC
I-14.809/M
Castro de la Coronilla,
corte 2, nivel III
Prados
Redondos,
Guadalajara
1280
80
670
DC
621
DC
693
699
715
749
764
959
DC
I-12.441/C
El Ceremeño, vivienda B,
unidad estratigráfica 13
Herrería,
Guadalajara
2920
90
970
1394
1126
843
I-17.169/M
viga
techumbre
Pinus silvestis
99
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimiento
Municipio,
Provincia
B.P.
+
-
A.C.
máx.
CAL
CAL
A.C.
mín.
CAL
Nº
Laboratorio y
Muestra
El Ceremeño, vivienda C,
unidad estratigráfica 16
Herrería,
Guadalajara
2480
80
530
804
758
684
660
645
586
584
543
395
I-16.771/M
viga
techumbre
Pinus silvestis
El Ceremeño, vivienda B,
unidad estratigráfica 13
Herrería,
Guadalajara
2380
200 430
918
404
47
DC
I-16.770/M
viga
techumbre
Pinus silvestis
Las Camas, Villaverde
Bajo, Cabaña 1
Madrid
3070
70
1120
1495
1374
1338
1319
1127
Beta195.296/M
poste
Las Camas, Villaverde
Madrid
2990
80
1040
1427
1258
975
Beta-
Bajo, Cabaña 1
1235
1215
195.294/M
poste
Las Camas, Villaverde
Bajo, Cabaña 1
Madrid
2880
120 930
1407
1039
1030
1023
803
Beta195.292/M
poste
Las Camas, Villaverde
Bajo, Cabaña 1
Madrid
2800
50
1108
968
961
829
Beta195.295/M
850
925
poste
Las Camas, Villaverde
Bajo, Cabaña 1
Madrid
2770
70
820
1125
904
802
Beta195.300/M
poste
Las Camas, Villaverde
Bajo, Cabaña 1
Madrid
2480
100 530
827
758
684
660
645
586
584
543
383
Beta195.293/M
poste
Palomar del Pintado, fase
I, tumba 76
Villafranca de
los Caballeros,
Toledo
2820
40
870
1109
973
956
941
841
Beta178.469/H
Palomar del Pintado, fase
II, tumba 62
Villafranca de
los Caballeros,
Toledo
2440
40
490
764
517
458
453
437
432
416
415
401
Beta178.472/H
Tabla 2. Yacimientos con dataciones de los inicios de la Edad del Hierro. C= Carbón. CNZ= Cenizas. H= Hueso. M= Madera. S= Semillas.
Calib V.4.2. STUIVER et alii (1998).
100
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
CONCLUSIONES
El objetivo de este trabajo es abrir la discusión sobre el
final de Cogotas I. Para ello hemos seleccionado todos los
yacimientos de la Península Ibérica con dataciones tardías,
en particular los siglos XI, X, IX y VIII AC, aunque para que
se aprecie mejor nuestro razonamiento se incluyen también
yacimientos con fechas de los siglos XIII y XII AC.
Como puede observarse en la tabla adjunta, apenas
existen contextos de Cogotas I que superan el siglo XII AC,
siendo esta centuria el límite en yacimientos como San
Bartolomé en La Rioja y quizás La Requejada en Valladolid.
Ello sugiere que el final de Cogotas I en la mayor parte de
la Península Ibérica es patente al terminar el Bronce Final
IIB 1225-1150 AC, con una prolongación posible hasta el
1100 AC.
Una pervivencia en el siglo XI AC sólo se apoya en fechas
de una fosa cortada de La Paul en Álava del laboratorio de
Teledyne Isotopes y en dos fechas del Llanete de los Moros
en Córdoba. De éstas, el estrato VIII del corte R2, 1112-1054
AC, parece demasiado moderna, y en niveles superiores
del corte R2, el estrato VIII, presenta fechas del 13811321 AC y 1259-1220 AC, ambas que parecen demasiado
antiguas y 832 AC, en cambio demasiado reciente. Eso nos
deja con la fecha del corte B1.2, 1106-1050, del CSIC, que
está asociada a 8 fragmentos cerámicos a torno. En este
caso, el principal elemento de prudencia es que procede
del estrato I, pues en este corte no nos encontramos con
una estratigraf ía potente presente en los cortes R1, R2,
R3-R4 y Q3. En todo caso, su límite superior del 1100 AC
podría aceptarse. De otra fecha de UGRA del 1047 AC no
conocemos el contexto.
Al siglo XI también pertenecen fechas que creemos
erróneas del Castillo de Burgos, 1106-1050 AC de UGRA,
con una fecha del siglo XVI AC en estratos superiores, y
dos procedentes de contextos en Guadalajara posteriores
a Cogotas I, ambas de Teledyne Isotopes, Pico Buitre y La
Coronilla, ambas 1106-1050 AC. Otras dos fechas de Pico
Buitre de este mismo laboratorio se remontan a los siglos
XIV y XIII AC, siendo el límite inferior de mediados del
siglo XI AC lo más aceptable para un momento antiguo
de este yacimiento. Dos fechas del 1047 y 1002 AC del
Portalón de Cueva Mayor en Atapuerca proceden una de
un nivel más superficial, el lecho 14, y otra del sector 3,
pero no existen cerámicas de Cogotas final en la cueva y
las otras fechas marcan los siglos XV-XIV AC.
En consecuencia no tenemos de momento contextos
claros de cerámicas de Cogotas I durante el Bronce Final IIC
1150-1050, aunque no descartamos una pervivencia hasta
ca. 1100 A.C.
Del siglo X AC, las tres fechas erróneas en contextos
de Cogotas I vuelven a coincidir con Teledyne Isotopes,
1000 AC en la Fábrica de Ladrillos en Madrid, 997-979 AC
en la Cueva de los Espinos de Palencia, con otra fecha de
finales del siglo XV AC y 973-941 AC en La Requejada de
Valladolid. Ya desde la segunda mitad del siglo X AC, y
quizás antes, tenemos constancia del desarrollo del grupo
Soto de Medinilla en el Valle Medio del río Duero, 967-923
AC y 903 AC, lo que impide aceptar la fecha más reciente
de La Requejada.
Aparte de estos casos sólo quedan algunos casos
anómalos ya en plena Edad del Hierro, como la ya clásica
fecha, por la discusión que ha generado, de Teledyne
Isotopes, 759-554 AC de la Fábrica de Ladrillos, claramente
insostenible o de UGRA, el 832 AC en el nivel VIII del
Llanete de Montoro, de donde proceden dos fechas ya
mencionadas de los siglos XIV y XIII AC y el contexto
cerámico presenta 2 boquiques, 1 retícula bruñida y 4
fragmentos a torno.
Las etapas correspondientes al inicio de la Edad del
Hierro son más complicadas de definir. La serie de Las
Camas marcan con seguridad un 975-800 AC, que podría
retrotraerse quizás hasta el 1050 AC. Pico Buitre y la
presencia de cerámicas grafitadas en el valle del Henares
están presentes hacia el 900 AC y quizás se retrotraigan
al 950-1050 AC como sugiere el límite inferior de la fecha
más aceptable. Hacia el 900 AC parecen desarrollarse los
poblados en llano junto como la fase inicial de Fuente
Estaca con presencia de decoraciones acanaladas con
influencia del Valle del Ebro, mientras la segunda fase de
Fuente Estaca, relacionada con El Redal, se situaría hacia el
800 AC. La fase de Riosalido con cerámicas grafitadas en el
Castro de la Coronilla o Ecce Homo indica el inicio de una
nueva etapa con la ocupación de cerros testigo en altura
que ofrecen protección natural, desde el 750-700 AC
101
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
Yacimientos
Lab.
La Paul, Álava
I
San Bartolomé, La Rioja
GrN
El Portalón de Cueva Mayor,
Atapuerca, Burgos
I
CSIC
El Mirador, Atapuerca,
Burgos
Beta
Castillo de Burgos
UGRA
XIII AC
X AC
IX AC
VIII AC
832
796
1211-1133
1207-1130
1432
1371-1317
1047
1002
1366-1308
nivel 10
1516
I
La Requejada, Valladolid
I
Bouca do Frade, Porto
no contexto Cogotas
CSIC
Ecce Homo, Madrid
CSIC
1289-1262
1258-1215
Fábrica de Ladrillos, Madrid
I
Beta
1259-1220
UGRA
CSIC
XI AC
1106-1050
Cueva de los Espinos,
Palencia
Llanete de los Moros,
Montoro, Córdoba
XII AC
nivel 12
1106-1050
1407
997-979
1209-1131
973-941
887-834
832
R-2 VIII
1381-1321
R-3 III.2
1371-1317
R-2 VIII
fosa
1259-1220
R-3 III.3
1289-1262
1000
R-1 III 6
R-2 VIII
1256-1134 1112-1054
R-1 IIIa
B12
1186-1128 1106-1050
?
1047
759-554
R-2 VIII
832
El Redal, Logroño
CSIC
San Pelayo, Palencia
GrN
802
Los Baraones, Palencia
GrN
904
896-845
779
762-602
Soto de la Medinilla,
Valladolid
GrN
967-923
903
825
804
801
793
742-522
La Mota, Valladolid
GrN
794
787
764
El Castillo, Manzanal de
Abajo, Zamora
GrN
794
San Pelayo, Salamanca
GrN
Pico Buitre, Guadalajara
I
Fuente Estaca, Guadalajara
?
La Coronilla, Guadalajara
I
El Ceremeño, Guadalajara
I
Las Camas, Madrid
Beta
Palomar del Pintado, sep.
Fase I, Toledo
Beta
764
805
1374-1319
1258-1215
797
1106-1050
899
1106-1050
782
1126
1374-1319
1258-1215
1039-1023
968-925
904
758-543
973-941
Tabla 3. Fechas en negrita dudosas o muy dudosas por problemas de contexto arqueológico, tipo de muestra, generalmente troncos de madera, o procesado
por el laboratorio.
102
EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.)
AGRADECIMIENTOS
Jorge Morin y Martín Almagro Gorbea tuvieron el detalle
de invitarnos a participar como ponente al presente congreso
sobre El primer milenio a.C. en la Meseta central. Este trabajo
se adscribe al proyecto HUM2007-61499, Periferia y Centro.
La implantación fenicia en Occidente y el Imperio Neoasirio
durante el s. VII a.C. de la Subdirección General de Proyectos
de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, dirigido
por C.G. Wagner. Queremos agradecer la amabilidad de Mª.
Torres en atender nuestras consultas, a C. Blasco el indicarnos la
composición de dos muestras de la Fábrica de Ladrillos, a Ma L.
Crespo los datos sobre los contextos de Pico Buitre, a M. Barril
los códigos de las muestras de Los Baraones y a J. M. Apellániz
las deviaciones y códigos de las muestras de El Portalón de Cueva
Mayor en Atapuerca.
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107
NUEVOS
YACIMIENTOS
I EDAD DEL HIERRO
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS
(VILLAVERDE, MADRID)
LONGHOUSES EN LA
MESETA CENTRAL
Ernesto Agustí García, Jorge Morín de
Pablos, Dionisio Urbina Martínez, Francisco
José López Fraile, Primitivo J. Sanabria
Marcos, Germán López López, Mario López
Recio, José Manuel Illán Illán, José Yravedra
Sainz de los Terreros e Ignacio Montero
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 01-04-2009
Aceptado:15-04-2009
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
THE ARCHAEOLOGICAL SETTLEMENT OF “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
LONGHOUSE IN THE CENTRAL MESETA
Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina Martínez, Francisco
José López Fraile, Primitivo, J. Sanabria Marcos, Germán López López, Mario López
Recio, José Manuel Illán Illán, José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero
Área de Protohistoria del Departamento de Arqueología, Paleontología
y Recursos Culturales de Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.
PALABRAS CLAVE: Las Camas, Bronce Final, Hierro I, Madrid
KEYS WORDS: Las Camas, Final Bronze, first Iron Age, Madrid.
RESUMEN:
El yacimiento de Las Camas es un enclave arqueológico localizado en una elevación entre el antiguo camino de Villaverde a
Perales del Río y la Vereda de Ganados del Solozabal del Mundillo. Su descubrimiento vino motivado por las obras necesarias
para la ejecución de las obras de urbanización del sector U.Z.P. 1.05. Villaverde–Barrio de “Butarque”, entre la urbanización
“Los Rosales”, las instalaciones de Renfe en Villaverde, el parque lineal del Manzanares, los terrenos reservados para la M-45
y la carretera M-301, en Madrid capital. Durante los trabajos arqueológicos previos, se pudo delimitar un yacimiento con
una superficie de ocupación en torno a los 25.000 metros cuadrados, en el cual, una vez iniciada la fase de excavación en
extensión del mismo, se han documentado hasta la fecha una serie de estructuras excavadas en el terreno, entre las que
destacan dos cabañas de gran tamaño delimitadas por agujeros de poste, con materiales adscribibles a un momento de
transición entre el Bronce Final (Cogotas I) y la primera Edad del Hierro.
ABSTRACT:
The archaeological settlement has been located in an elevation between the ancient Camino de Villaverde a Perales del Río,
and Vereda de Ganados at Solozábal del Mundillo. It’s discovery came from the necessary works for the execution of sector
U.Z.P. 1.05. Villaverde-Barrio de Butarque housing development, between Los Rosales urbanization, Renfe’s installations in
Villaverde, Manzanares’s linear park, reserved lands for M-45 and M-301 road, in Madrid capital. During the archaeological
previous works, it could be delimited a deposit fixed by three sectors in which was located an occupation surface of about
25.000 square meters. Once begun the phase of excavation in open area, they’ve found meanwhile several structures
excavated in the ground, among the ones we emphasize two longhouses of great size delimited by postholes with materials
attributed to a transitional moment among the Final Bronze (Cogotas I ) and the First Iron Age.
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina
Martínez, Francisco José López Fraile, Primitivo, J. Sanabria Marcos,
Germán López López, Mario López Recio, José Manuel Illán Illán,
José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero
El proyecto de edificación del UZP 1.05 ocupa la línea
de terrazas próximas al río Manzanares, en su confluencia
con el arroyo Butarque. Más allá del entorno del río, surge
una extensa llanura enmarcada por cerros correspondientes a la antigua cobertera del páramo terciario, que constituye un paisaje de gran diversidad ecológica. No es extraño,
por tanto, que el hombre ocupara y modelara este área a lo
largo de los siglos, siendo muy abundantes los restos materiales desde la Prehistoria hasta época contemporánea.
La cercanía de estas tierras a la ciudad de Madrid favoreció, sin duda, el temprano inicio de las investigaciones
en su territorio. De hecho, los primeros trabajos se remontan a mediados del siglo XIX, aunque los estudios sistemáticos no comenzaron hasta el año 1919 a través de la
labor desempeñada por H. Obermaier, P. Wernert y J. Pérez de Barradas. Estos investigadores recorrieron el valle
del Manzanares localizando numerosos yacimientos. Los
trabajos de estos pioneros de la arqueología madrileña se
vieron interrumpidos durante la Guerra Civil. Posteriormente, entre los años de postguerra y la década de los sesenta, la investigación se limitó a la recogida de materiales
bajo la dirección de Julio Martínez Santa Olalla. Ya en la
década de los setenta, se inicia de nuevo la investigación
arqueológica por parte del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid. A partir del año 1985, con el traspaso de
competencias a la Comunidad de Madrid, se produce una
revitalización de las labores investigadoras, gracias a la
gestión de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, siendo fundamental a este respecto
la declaración de la Zona de Protección Arqueológica y Paleontológica de las Terrazas del Manzanares en el término
municipal de Madrid, que fue declarado bien de Interés
Cultural, según Decreto 113/1993, de 25 de noviembre.
El yacimiento arqueológico de Las Camas se encuentra
situado en el barrio madrileño de Villaverde Bajo, localizado en la periferia más Suroriental de la capital. La zona
que ocupa el asentamiento se inscribe actualmente en un
área de plena expansión urbanística hacia el Sur-Sureste de
la ciudad de Madrid. Sin embargo, a principios de siglo XX
eran unos terrenos localizados a las afueras de Madrid, en
el Antiguo Camino de Villaverde a Perales del Río, utilizados como tierras de labor en los que proliferaban numerosos huertos de explotación familiar, a lo largo y ancho del
cauce del arroyo Butarque.
El permanente crecimiento constructivo que en los
últimos años lleva experimentando la ciudad de Madrid
ha ocasionado que los terrenos en los que se ha desarrollado la intervención arqueológica estén ya prácticamente
unidos al Caserío de Perales (Perales del Río), pedanía del
término municipal de Getafe.
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
El enclave arqueológico ocupa una suave loma a una altitud entre los 584-586 m.s.n.m., sobre la margen derecha
del arroyo Butarque, poco antes de su desembocadura en
el río Manzanares. A la misma altura, pero por su margen
izquierda, el arroyo de La Gavia confluye en el mismo río.
Fig. 1. Vista aérea de la situación de UZP 1.05.
114
Se trata de una zona de ligera pendiente que paulatinamente va desapareciendo a medida que se desciende hacia
la llanura aluvial del río Manzanares.
Domina, por lo tanto, desde su posición todo el fondo
de valle del arroyo Butarque en su descenso hacia las vegas
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
del río Manzanares, ejerciendo, igualmente, un perfecto
La campaña de sondeos
control visual del espacio circundante, ya que no parece
casual la elección del lugar como demuestra también la
Tras esta primera fase de prospección en la que se con-
relación de proximidad espacial respecto al arroyo de La
firmó la existencia de un importante enclave arqueológico,
Gavia (Fig. 01).
el siguiente paso fue la realización de sondeos arqueológicos mecánicos con el objetivo de localizar las estructuras
LA METODOLOGÍA: LA EXCAVACIÓN DE
UN YACIMIENTO EXTENSO
arqueológicas, acotarlas y delimitar la extensión del yacimiento, caso de todavía permanecer intacto y no haber sufrido grandes daños por los trabajos agrícolas desarrollados en el terreno, como la dispersión de restos materiales
La intervención arqueológica en el yacimiento de Las
en superficie permitía suponer.
Camas se desarrolló siguiendo la metodología habitual de
La extensión total del proyecto de urbanización era de
una intervención en extensión: prospección de cobertura
387.121m2, realizándose 197 sondeos de 2 x 10 m de lon-
total, sondeos, desbroce de grandes superficies y excava-
gitud, distribuidos de forma uniforme por todo el terreno,
ción. Sin embargo, tenemos que señalar que las especiales
concentrándose algún sondeo más en aquellas zonas de
características de este tipo de enclaves precisa de la aper-
especial interés por la acumulación de los materiales.
tura de grandes extensiones de terreno, ya que en caso
En este sentido, esta segunda fase de la actuación resul-
contrario se convierten en “invisibles” para las técnicas de
tó especialmente negativa, ya que tan sólo 13 de los son-
prospección habituales de pequeños sondeos, ya sean és-
deos realizados dieron resultado positivo. Estos positivos
tos mecánicos o manuales.
consistieron en la recuperación de materiales cerámicos,
ya que en ningún momento se llegó a identificar estructura
La prospección arqueológica
de cobertura total
Antes del inicio el trabajo de campo se solicitó a la
arqueológica inmueble alguna (Fig. 2).
La limpieza sistemática de grandes áreas
Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de
Queremos insistir en un aspecto que ha resultado de-
Madrid permiso para consultar la Carta Arqueológica de
terminante para poder documentar un importante enclave
Villaverde Bajo. En este sentido, en la última revisión de
arqueológico como el de Las Camas. Se trata del cambio
la Carta se mencionaba la aparición de fragmentos cerámi-
de enfoque metodológico que se ha aplicado, y que viene
cos aislados en superficie en el paraje denominado como
aplicándose en la Comunidad de Madrid, en las interven-
Las Camas, el cual coincidía exactamente con los terrenos
ciones de arqueología ligadas a grandes extensiones de
en los que estaba programado el proyecto urbanístico del
terreno. Se trata en definitiva de abrir en área grandes su-
UZP 1.05 Villaverde-Butarque.
perficies, lo que permite localizar asentamientos que hasta
La prospección que se efectuó fue intensiva con una
distancia entre prospectores de cinco metros y marcándose los materiales encontrados en un plano de dispersión.
ahora habían pasado prácticamente inadvertidos con el
empleo de una metodología más tradicional.
En este compromiso por desarrollar nuevas metodolo-
Con estos precedentes, la prospección intensiva de co-
gías en las intervenciones de arqueológicas realizadas en la
bertura total que se desarrolló sobre el área en cuestión, se
Comunidad de Madrid, creemos estar en la obligación de
convirtió en una confirmación de los planteamientos inicia-
reconocer la buena predisposición de la promotora, la Jun-
les. La gran mayoría de los materiales, fundamentalmente
ta de Compensación, y la confianza depositada en el equi-
los cerámicos, presentaban un estado muy fragmentado y
po de trabajo por parte de los técnicos de Patrimonio de la
aparecían dispersos entorno a una extensa zona de suave
Comunidad de Madrid, en especial de la técnica encarga-
pendiente que coincidía con el área en la que desde un pun-
da del seguimiento del proyecto Dña. Pilar Mena, ya que
to de vista geológico conformaban las arenas fluviales. Tam-
como se ha manifestado con anterioridad, los resultados,
bién se recogieron materiales líticos, principalmente lascas
tras la fase de sondeos, no fueron todo lo esperanzadores
de primer orden, junto a varios molinos de granito, alguno
que finalmente se confirmaron en la excavación. En este
de ellos prácticamente completo de forma barquiforme.
sentido, recordar que en la fase de sondeos mecánicos, a
115
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 2. Plano con ubicación de sondeos mecánicos. En verde aparecen los que dieron resultado positivo.
pesar de la limpieza manual de los mismos y todos sus perfiles, no se localizó ninguna estructura inmueble a pesar
del número de sondeos realizados y de que se abrió una
superficie cercana a los 4.000 m2, que superaba con creces
el tamaño de las intervenciones tradicionales.
A pesar de que sólo se localizaron evidencias arqueológicas en 13 de los sondeos practicados, se presentó un
proyecto de limpieza sistemática en extensión de todas las
zonas que habían deparado restos muebles. Esta metodología permitió descubrir estructuras de gran tamaño en el
subsuelo, que probablemente habrían pasado desapercibidas, o sólo se habrían documentado en parte haciendo
dif ícil su interpretación, si se hubiera procedido tan sólo
a ampliar los sondeos positivos como venía siendo usual
hacer en estos casos. Afortunadamente, este tipo de actuaciones en extensión se va imponiendo poco a poco en
las actuaciones arqueológicas de la Comunidad de Madrid
(Díaz del Río, 2003).
Así pues, se procedió nuevamente mediante medios
mecánicos, a la explanación de las zonas que en un primer
momento depararon material arqueológico. En definitiva,
se pretendía reconocer la extensión del asentamiento, otor-
116
gando igualmente importancia a aquellos espacios vacíos
que entre sondeo y sondeo habían quedado sin valorar en
la primera etapa. Fue así como se pudo observar realmente
la extensión e importancia del/los asentamiento/s, ya que
en esta fase de la intervención arqueológica el equipo de
investigación no tenía claro si se trataba de un solo asentamiento o, por el contrario, eran distintas ocupaciones con
diferente cronología.
Una vez realizada la limpieza, quedaron definidos tres
sectores de tamaño diverso en los cuales sólo se reconocían grandes manchas negras de materia orgánica con
abundante material arqueológico. Esta circunstancia era
especialmente llamativa en el sector A, en la que proliferaban en gran número (Fig. 03).
En estos momentos el equipo de investigación pensó
que se encontraba ante un extenso campo de silos, por la
forma circular que presentaban algunas manchas y por haber localizado alguno de ellos en ambos sectores. La excavación posterior demostró que este tipo de estructuras
eran, cuanto menos, elementos aislados y de escasa significación en la concepción estructural del asentamiento.
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 3. Plano con la propuesta de excavación, una vez realizada la apertura en extensión de los sondeos positivos.
La excavación en extensión y la incorporación
de los procedimientos analíticos
Sólo quedaba ya la última fase, la de la excavación. Para
ello se realizó una propuesta de intervención arqueológica
en todos los sectores. Era evidente que aparte de la complejidad que representaba la excavación de extensiones tan
vastas, cada uno de los sectores tenía su propia problemática añadida.
Finalmente, hay que señalar que en la excavación del
yacimiento se incorporó el estudio de la geomorfología del
enclave, muy afectado por la erosión; estudios de fauna
y ácaros; estudios de macro-restos vegetales, adobes, columnas polínicas, fosfatos etc., junto con la utilización de
diferentes técnicas de datación absoluta: C14 y TL.
LAS ESTRUCTURAS: EL COMPLEJO HABITACIONAL Y EL COMPLEJO PRODUCTIVO
Presentamos a continuación una valoración general
de los complejos estructurales documentados en el yaci-
miento de Las Camas. Por un lado, se describirá primero
el complejo habitacional y, por otro, las estructuras correspondientes al complejo productivo.
El complejo habitacional
Durante los trabajos de excavación se detectó la presencia de dos grandes estructuras constructivas realizadas
a base de postes de madera con posibles zócalos de adobes, y entramado vegetal, con paredes enlucidas, de forma rectangular y absidadas por la cabecera. En la primera
de ellas, denominada “cabaña 1” se ha documentado los
restos de una estructura constructiva compuesta por 46
hoyos de poste, así como restos de un derrumbe de adobes
con restos de enlucido de parte de una de las paredes de la
misma. No se ha podido documentar ningún resto del suelo original de la misma que nos diese algún dato sobre su
funcionalidad, debido al arrasamiento y desmonte a que ha
sido sometido el yacimiento, motivado principalmente por
las labores agrícolas (Fig. 04). Presenta una planta alargada
de 26,73 x 8,17 metros, con hoyos de poste perimetrales
dispuestos de forma regular, a una distancia de 1,65 me-
117
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 4. Planta Cabaña 1.
Fig. 5. Vista general Cabaña 1.
118
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
tros cada uno, formando una cabecera absidada de orientación noroeste sureste; una línea de postes centrales, más
anchos que los perimetrales, que servirían para sujetar la
techumbre, a dos aguas, y una superficie de aproximadamente 200 metros cuadrados. En el interior de los hoyos
se han localizado restos de madera, cerámica, piedra y
adobes. Tanto los adobes como las piedras y los restos de
vasijas cerámicas de gran tamaño servirían de calzo a los
postes de madera. En la parte sureste de la estructura, se
ha documentado lo que probablemente fuese el acceso a la
misma, y que tendría forma porticada (Fig. 05).
La segunda estructura (“cabaña 2”) es de similares características que la anterior, presenta una planta alargada
de 18,75 x 7,65 metros, con hoyos de poste perimetrales
Fig. 6. Planta Cabaña 2.
Fig. 7. Vista general Cabaña 2.
119
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 8. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile).
Fig. 9. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile).
Fig. 10. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile).
120
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 11. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile).
Fig. 12. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile).
dispuestos de forma regular, formando una cabecera ab-
sido utilizado por diferentes comunidades humanas a lo
sidada de orientación este-oeste; una línea de postes cen-
largo de todos lo tiempos y son bastenate habituales en la
trales, más anchos que los perimetrales, que servirían para
Prehistoria europeas (Fig. 8-12).
sujetar la techumbre y una superficie de aproximadamente
144 metros cuadrados. En este ámbito hemos documen-
El complejo productivo
tado los restos de una estructura constructiva compuesta
por 23 hoyos de poste (Fig. 6). No se ha podido documen-
Dentro de las actividades productivas se han docu-
tar ningún resto del suelo original de la misma, que nos
mentado dos fosas de grandes dimensiones excavadas en
diese algún dato sobre su funcionalidad, debido al arrasa-
el terreno geológico, cuya utilización final ha sido como
miento y desmonte a que ha sido sometido el yacimiento,
basurero, donde han aparecido gran cantidad de material
fundamentalmente debido a las labores agrícolas (Fig. 7).
arqueológico: cerámica, industria lítica, restos de metal y
Las excavación de estas dos estructuras “habitaciona-
objetos adscribibles a la industria metalúrgica, gran canti-
les” permite reconstruir de una manera bastante fidedigna
dad de fauna, así como restos constructivos (adobes). En
un tipo de arquitectura “casas largas” o longhouse, que ha
cuanto a la finalidad inicial de estas grandes fosas, podría
121
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 13. Vista Fosa de extracción 1.
Fig. 14. Vista Fosa de extracción 2.
122
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 15. Planta zona productiva (hornos).
estar vinculada a la explotación de vetas de arcillas tanto
para la fabricación de cerámicas, como de adobes (Fig. 1314). Junto a una de las fosas se localizó un conjunto de seis
hornos para la fabricación de cerámicas (Fig. 15). En esta
serie de hornos hemos podido constatar las distintas fases
constructivas y de utilización de los mismos. Unos aparecían más arrasados y mostraban la última base constituida
por fragmentos de cerámica, de forma circular y con una
finalidad refractaria, bajo la cual aparece una base de arcilla rubefactada que indica la utilización del mismo a altas
temperaturas. En otro nos aparece una base de cantos de
forma circular con cerámicas sobre el mismo. En el horno
que ha llegado en mejor estado, apareció una capa de arcilla
de color anaranjado, endurecidas por la acción del fuego
(UE 156), dispuesta de forma circular, que se correspondería con el arranque de la cúpula que formaría la cámara del
horno. En su interior encontramos en primer lugar un estrato que se correspondería al derrumbe de la cúpula, formado por arcilla y restos de adobe muy fragmentados (UE
157). Bajo este, apareció un nivel de cenizas de color negro
muy compactadas y endurecidas por una constante exposi-
ción al fuego (UE 158). Presenta una potencia de entre 0,5 y
4 centímetros. Debajo de este estrato aparece un preparado
o encachado formado por fragmentos de cerámica dispuestos de forma circular (UE 159), que alcanzas una potencia
máxima de 10 centímetros. Este estrato estaría formando
parte de la estructura de combustión y actuaría a modo de
base refractaria. Se sitúa sobre un estrato de arena de grano
medio de color marrón claro (UE 193) que se correspondería con una base de preparación bastante regular. Este horno, fue consolidado y extraído con ayuda de los restauradores del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de
Madrid, donde se ha depositado para su posterior exposición. El proceso de extracción consistió en primer lugar, en
la excavación alrededor de la estructura, posteriormente se
consolidó y engrasó toda la estructura, reforzándose la misma con una parrilla de aluminio fijado con espuma epóxica.
Una vez endurecido, se levantó el horno con ayuda de una
máquina excavadora y con un camión grúa, trasportándolo
posteriormente al museo, donde se retiró el refuerzo, las
gasas y se concluyó su excavación, consolidándose posteriormente para su conservación (Fig. 16).
123
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 16. Proceso extracción horno para su traslado al Museo Arqueológico Regional de Madrid.
124
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 17. Vista aérea de la Cabaña 1.
LAS LONGHOUSES DE LAS CAMAS
orientación noroeste sureste; una línea de postes centrales,
más anchos que los perimetrales, que servirían para suje-
No cabe duda de que uno de los elementos más extraordinarios descubiertos en las excavaciones de Las Camas,
son las dos cabañas definidas por una serie de agujeros de
poste. Tanto el tamaño de estos agujeros como la superficie que delimitan conforman dos unidades constructivas
de tamaño singular, que prácticamente no tienen paralelos
en la prehistoria española (Fig. 17).
La primera de ellas, denominada Cabaña 1, está definida por 46 hoyos de poste y restos de un derrumbe de adobes de parte de una de las paredes. No se pudo documentar
ningún resto del suelo original de la misma que aportase
algún dato sobre su funcionalidad, debido al arrasamiento
y desmonte a que ha sido sometido el yacimiento, motivado principalmente por las labores agrícolas. Presenta
una planta alargada de 26,73 x 8,17 m, con hoyos de poste
perimetrales dispuestos de forma regular, a una distancia
de 1,65 m cada uno, formando una cabecera absidada de
tar la techumbre, posiblemente a dos aguas. La superficie
interior sobrepasa los 200 m2.
En el interior de los hoyos se documentaron restos de
madera, cerámica, piedra y adobes o arcilla apisonada.
Tanto las piedras y los restos de vasijas cerámicas de gran
tamaño servirían de calzo a los postes de madera. En la
parte sureste de la estructura se localiza lo que interpretamos como el acceso a la misma, que tendría forma porticada (Figs. 18 y 19. Reconstrucción de la cabaña 1).
La segunda estructura (cabaña 2), es de similares características, presenta una planta alargada de 18,75 x 7,65 m,
con hoyos 23 de poste perimetrales dispuestos de forma
regular, formando una cabecera absidada de orientación
este oeste; una línea de postes centrales, más anchos que
los perimetrales, que servirían para sujetar la techumbre y
una superficie de aproximadamente 144 m2. Se encuentra
a unos 50 m. de la anterior, y aunque su orientación no es
125
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 18. Reconstrucción de la Cabaña 1.
Fig. 19. Reconstrucción de la Cabaña 1.
126
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
exacta a la de la Cabaña 1 y su tamaño es algo menor, la
estructura arquitectónica y la división del espacio interior
es idéntica.
El tamaño de los hoyos en ambas estructuras ronda los
30 cm de diámetro, aunque en su mayoría son ovalados,
con 40 cm en su anchura máxima, habiéndose documentado algunos ejemplares rectangulares que nos podrían
estar indicando la existencia de trabajo de carpintería de
los troncos antes de ser colocados en el agujero. Las profundidades varían de 20 a 30 cm, pero hay que tener en
cuenta que se ha perdida parte del suelo en diversos lugares. Los agujeros centrales de ambas cabañas tienen unas
dimensiones sensiblemente mayores, alcanzado profundidades de 70cm a 1 m y dimensiones que en algún caso de la
Cabaña 1 alcanzan los 1 x 1,4 m de ancho. Las dimensiones
de estos hoyos hacen pensar en grandes troncos o pies derechos que sujetarían una estructura elevada de gran tamaño, pudiendo alcanzar más de 5 m de altura.
La búsqueda de paralelos para estos edificios singulares
nos lleva inmediatamente a pensar en los llamados longhouses o casas largas que pertenecen a distintas culturas a
lo largo del tiempo, entre las que podríamos citar a los iroqueses norteamericanos, los vikingos escandinavos o los
actuales cultivadores de arroz de Borneo (Guidoni, 1989).
Todas ellas tienen formas o plantas parecidas, aunque se
construyen con diferentes materiales métodos disponibles
en el lugar. Una de las características más importantes socialmente de este tipo de casas largas, es la de que sirvieron para alojar a una familia extensa, algo que está documentado entre diversas tribus de indios norteamericanos
entre las cuales cada cabaña alojaba a un clan.
Pero la diversidad cultural y la amplitud cronológica que
manifiestan los longhouses, nos obliga a ceñir más nuestra
búsqueda de paralelos para los edificios de Las Camas.
En la tradición constructiva de la Edad Oscura y el
Geométrico Griego, encontramos casas largas absidadas
con fechas similares a las de Las Camas. Por ejemplo se
encuentran casas largas rematadas en ábside de gran tamaño (90 m2) en Asine, de 128 m2 en Nichoria (Nevett,
1999:158) por no hablar del famoso Heroon de Lefkandi
(Popham y Sackett, 1993). Ahora bien, estos edificios presentan zócalos de piedra o pequeñas distribuciones interiores realizadas también mediante tabiques de piedra,
algo que no sucede en Las Camas. Estos edificios absidados, apenas tienen paralelos en la tradición arquitectónica griega de los siglos anteriores, al igual que ocurre en la
Península Ibérica.
De contextos aparentemente más próximos a Las Camas, son aquellas casas largas de las llanuras centro-sep-
tentrionales europeas y escandinavas (Bourgeois et alii,
2003; Mordant y Richard eds., 1992, etc. Pautreau, 1989;
Waterbolk, 1964). Estas estructuras presentan plantas rectangulares con terminaciones absidadas o pseudorectangulares y superficies en muchos casos similares a las de
Las Camas, e incluso mayores, levantadas con cubiertas
vegetales sobre una sustentación de postes de tamaños variados, muchas de ellas, de hecho constan de dobles y triples alineaciones perimetrales de postes (Waterbolk, 1964;
Fokkens, 2003; Bourgeois y Arnoldussen, 2006) algo que
no sucede en Las Camas.
Al contrario de lo que ocurría en Grecia, en estos lugares la tradición de los longhouses es larga, ya que se remonta al Neolítico y el inicio de la agricultura y la ganadería en la Europa Central. De hecho, el origen de la casa
comunal marca probablemente el principio de la agricultura mixta donde la cría de ganado y agricultura se utiliza
conjuntamente como una estrategia de supervivencia que
procuraba la proximidad de los campos y el refugio del ganado (Bourgeois y Arnoldussen, 2006).
La época de apogeo de los longhouses en los Piases Bajos, corresponde al período de Montelius II (ca.1500-1200
a.C.), en el que alcanzan los mayores tamaños, y constituyen una forma de habitación típica de la Edad del Bronce.
En Holanda se conocen las plantas de medio centenar de
longhouses, distribuidos a lo largo de la Edad del Bronce,
otros 5 en Bélgica y Alemania. (Fokkens, 2003; Bourgeois
y Arnoldussen, 2006).
Estos edificios tienen una función claramente residencial muy influenciada por las necesidad agrícolas y ganaderas que irán ganando espacio en el interior de los longhouses, por ejemplo, las casas largas de tipo Elp del Bronce
Final, incorporan sistemáticamente los establos para el ganado dentro de la casa (Waterbolk, 1964; Harsema, 1992)
y suelen formar parte de conjuntos de varios edificios alargados a menudo unidos por unas cercas, o que presentan
estas cercas anexas a ellos (Audouze y Busenschutz, 1989;
Harsema, 1992).
Estas casas largas se interpretan como el símbolo de la
unidad de la familia, entendiendo ésta como una familia
extensa, y la casa como una casa comunal a la manera de
los indios iroqueses. Al edificio residencial se le irán añadiendo otros con diversas funciones, entre los que destacan las “casas de los muertos” o casas cementerio en donde
habitaban los ancestros (Fokkens, 2003; Bourgeois y Arnoldussen, 2006).
En Francia la situación es sensiblemente diferente, ya
que los ejemplos de casas largas son menores, aunque se
conocen dos en los que sus dimensiones superan la media
127
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
de los longhouses de los Países Bajos: Antran en Vienne y
Verberie en Oise (ver Audouze y Buschsenschutz, 1989:66
y ss.). En el caso de Antran se documentan varios edificios
que se hallan rodeados de un pequeño foso y se interpretan como “casas de los muertos”: el nº 1 de 28,8 x 9,6 m
(276 m2). El edificio nº 16 posee una superficie cubierta
superior a los 500 m2, con cinco agujeros de poste centrales de 1 a 1,4 m. de diámetro. Se fecha desde comienzos del
siglo VII a mediados del VI a.C. y se interpreta como un
santuario colectivo (Pautreau, 1989).
En el panorama español la existencia de longhouses o
casas largas es prácticamente desconocida, predominando
las pequeñas cabañas de planta oval o redonda. Uno de los
primeros ejemplos documentados en el Centro Peninsular, es el del cercano yacimiento de Ecce Homo (Almagro,
y Dávila, 1988), en donde se excavó una cabaña de 10,5
de largo por 2-4 m de ancho, delimitada por postes y un
perímetro excavado. Pequeñas cabañas de tendencia oval
se han hallado en el Sector III de Getafe (Blasco y Barrio,
1986), en el Cerro de San Antonio, Vallecas (Blasco, Lucas
y Alonso, 1991), o en Los Pinos, Alcalá de Henares (Muñoz y Ortega, 1996), y recientemente en el yacimiento de
Capanegra, Rivas-Vaciamdrid, donde la planta de la estructura es cuadrangular, de 6 a 8 postes, una sola nave y
espacio interno en torno a 10 m2 (Martín y Vírseda, 2005
y más exhaustivo en Crespo, 1995).
En la Meseta Norte son conocidas cabañas de planta
circular u oval con agujeros de poste en los niveles conocidos como Soto de Medinilla, y recientemente se están documentando en otros lugares como el Poblado I de la Plaza
del Castillo, Cuéllar, Segovia, en Simancas, Valladolid, en
los Cuestos de la Estación de Benavente, Zamora, en La
Mota , Medina del Campo, etc (ver un listado exhaustivo
en Misiego et alii, 2005:202).
La característica común a todas ellas son espacios habitables que oscilan de 10 a 40 m2, unas plantas tanto ovales
como circulares o rectangulares, y la delimitación del espacio útil por medio de postes o rebajes en el terreno. Estas
características pueden hacerse extensibles a la mayoría de
las cabañas documentadas en otros lugares de la Península Ibérica (González Prats, 1983:82ss; Crespo, 1995, etc.),
con excepción tal vez de alguna vivienda perteneciente al
Bronce Final, como la casa oval de 11,5 x 7 m. del Cerro
del Real de Galera, Granada, construida a base de grandes
bloques de adobe (Harrison, 1989:47-8).
Mención aparte merecen las cabañas de Guaya (Berrocalejo de Aragona) excavadas recientemente (Misiego et
alii, 2005), ya que constituyen un paralelo muy próximo,
128
tanto estructural como espacialmente, para las cabañas de
Las Camas. En este yacimiento avulense se han documentado una docena de cabañas delimitadas por postes cuyos
agujeros de sustentación se excavaron en el subsuelo. La
planta de tres de ellas (nº VIII, XI y XII) es rectangular
con cabecera absidada y se diferencian en su interior dos
áreas que debieron corresponder a las de vivienda y almacenaje. La superficie de estas tres cabañas ronda los 4-5
m de ancho por unos 20-25 m de largo, con superficies
de 150 a 200 m2. Por su parte, en las cabañas V, VIII y XII
se han documentado diferentes restos interpretados como
hornos cerámicos y metalúrgicos (Misiego et alii, 2005).
Más próximas aún a Las Camas son las estructuras descubiertas en La Albareja, Fuenlabrada, Madrid (Consuegra, y
Díaz del Río, 2001). Al igual que en Las Camas y Guaya, la
actuación arqueológica que propició su descubrimiento se
desarrolló en una gran extensión, con el desbroce de 8.000
m2 de terreno. Junto a los tradicionales fondos, hoyos o
silos, se documentó una secuencia de seis estructuras semienterradas y agujeros de poste interpretables como cabañas anejas a una gran estructura de planta circular con
un área de acceso oval que alcanza los 23’50x15’20x2’50
m en sus dimensiones máximas. Interpretando el conjunto
de estructuras excavadas, la visión del yacimiento desde
el exterior de la vaguada se limitaría considerablemente
a las pequeñas cabañas de materiales perecederos que, en
realidad, debieron servir para actividades domésticas o artesanales subsidiarias de la cabaña principal.
Comentamos en último lugar estos dos ejemplos, porque es fácil y tentador interpretar las cabañas de Las Camas ejemplos de lugares no comunes, es decir, como algún
tipo de santuarios o templos en los que realizaban actividades no cotidianas, tal y cómo se han interpretado las casas largas francesas de Antran y Verberie (Pautreau, 1989),
e incluso la del Cerro del Real de Galera (Harrison, 1989).
Sin embargo, nada hay en el registro arqueológico de tales estructuras que nos induzca a pensarlo, antes bien, los
datos obtenidos en Las Camas, al igual que en Guaya o La
Albareja, sugieren que nos encontramos ante unas viviendas en torno a las cuales se realizaban lo que podríamos
llamar tareas cotidianas, ligadas a la agricultura y la ganadería y complementadas con actividades industriales, o
mejor artesanales, tales como metalurgia y la fabricación
de cerámica.
Tal vez habría que preguntarse hasta que punto el desconocimiento de este tipo de estructuras no se debe a deficiencias del registro, o al empleo e metodologías y técnicas
que en el presente permiten la limpieza y excavación de
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
áreas infinitamente mayores que en el pasado. No hay que
olvidar que la Prehistoria Reciente del Centro de la Península Ibérica (y especialmente en la región central del valle
del Tajo) se ha venido configurando desde excavaciones
que nos son en realidad más que sondeos de escasa extensión, cortes estratigráficos que apenas dejan ver una mínima porción de las secuencias de un yacimiento, y registros
de superficie asistemáticos sobre los que se han elaborado
incluso “horizontes culturales”. A este respecto es significativo que en actuaciones que sirven de referencia desde
hace años, como es el caso, por ejemplo, del Cerro de San
Antonio (Blasco et alii, 1991), se excavaran apenas 65m2,
los cuales no representan más que 1/4 de la superficie de la
cabaña mayor de Las Camas.
Las excavaciones de grandes áreas propiciadas por las
obras públicas y privadas de los últimos años, están sacando a luz nuevos registros, que en un breve lapsus de tiempo superan con mucho los de las últimas décadas. Panoramas antes totalmente desconocidos como la presencia de
estructuras similares a los longhouses europeos en Guaya
o Las Camas comienzan a ver la luz. Estamos convencidos
de que el futuro próximo deparará nuevos y sorprendentes
descubrimientos similares a los que aquí citamos.
LOS REPERTORIOS CERÁMICOS DE LAS
CAMAS
Las cerámicas de “Las Camas” constituyen un conjunto
de materiales de excepcional interés, no sólo por las variedad y riqueza de sus formas y decoraciones, sino porque ha
sido posible documentar todo el proceso de su fabricación
ya que, como decimos más arriba, junto a las dos cabañas
aparecidas, se disponían unas fosas que se han interpretado como los lugares de extracción de arcillas para la fabricación de cerámica y también se documentaron los restos
de varios hornos para la cocción de las vasijas, junto a los
cuales aparecieron materiales con detalles de los procesos
de fabricación, como el apéndice cilíndrico de un asa que
incrustaba mediante la perforación de un agujero en la pared del recipiente, así como el empleo de una vasija-horno,
para cocer dentro piezas más pequeñas (Fig. 20-29).
Las cerámicas aparecieron en gran parte en deposición
secundaria: en las fosas de extracción de arcillas colmatadas
con materiales diversos, sirviendo de base a algunos de los
hornos, etc. En su mayoría corresponden a fragmentos sin
decoración con un alto grado de rotura debido a las labores
Fig. 20. Cerámica de Las Camas.
129
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 21 y 22. Cerámica de Las Camas.
130
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 23 y 24. Cerámica de Las Camas.
131
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 25 y 26. Cerámica de Las Camas.
132
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 27. Cerámica de Las Camas.
agrícolas que han destruido el suelo de ocupación del yacimiento. A pesar de todo, se pudieron recuperar numerosos
fragmentos en buen estado de conservación con los que se
han podido reconstruir varias formas cerámicas.
Las decoraciones de las cerámicas de Las Camas pueden situarse en un momento de transición desde el Bronce
Final a inicio del Hierro Antiguo, aunque los elementos
decorativos propios de un momento avanzado de Cogotas
I apenas están presentes. En el repertorio de las cerámicas
con superficies decoradas destacan las incisiones, que se
disponen por lo general sobre el hombro marcado de pequeñas ollitas o cuencos de cuello desarrollado acampanado, con las superficies de toda la pieza, muy alisadas o bruñidas y acabados cromáticos en negro o castaño, por efecto
de la cocción. El tamaño de los recipientes es pequeño, sin
superar los 20 cm. de alto, con bocas de unos 15 cm. de diámetro. El grosor de las paredes de las piezas es escaso, con
apenas de 3 a 5 mm. en la mayor parte de los casos.
Estas bandas decoradas contienen los elementos típicos de los primeros momentos de la Edad del Hierro en
la zona, con paralelos muy significativos en yacimientos
próximos como el Cerro de San Antonio (Blasco et alii,
1991) o más alejados como Pico Buitre (Valiente Malla,
1984 y 1999). En estas bandas se disponen series de espigas
o trazados oblicuos de incisiones con punzón delgado pero
profundo. A menudo de las series oblicuas se convierten
en triángulos rayados o rombos rayados al interior. En ambos casos las incisiones se pueden combinar con otros elementos decorativos como los circulitos vaciados, o series
de triángulos con círculos vaciados y metopas en zig-zag
separando otros triángulos rellenos con trazos incisos.
En otras ocasiones las incisiones se combinan rellenando rombos excisos, o dejando zig-zags más amplias entre
series de espigas, con metopas verticales incisas, e incluso
las diversas combinaciones de incisiones pueden aparecer
en cerámicas pintadas post-cocción en donde los espacios
sin incisiones se colorean con tonos rojos o se rellenan con
ese color los huecos de los zig-zags. En otros casos las metopas con incisiones verticales alternan con retículas excisas
que forman rombos vaciados a modo de nido de abeja.
Estos recipientes son cazuelas con forma de casquete
esférico y largos cuellos rectos con pronunciada línea de
inflexión que no llega a la carena. A menudo se disponen
uno, dos o cuatro mamelones perforados horizontalmente, sobre la línea de inflexión, como un elemento más de las
bandas decoradas.
133
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 28. Cerámica de Las Camas.
134
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 29. Cerámica de Las Camas.
135
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Junto a los ejemplares con incisiones o excisiones, se
documentan en Las Camas cuencos hemiesféricos o con
forma de casquete y base puntiaguda de superficies negras
EL BRONCE FINAL/HIERRO I EN EL VALLE
DEL TAJO. PROBLEMAS DE DEFINICIÓN Y
CRONOLOGÍA
bruñidas, muy brillantes. Estos recipientes pueden tener
bordes rectos biselados o vueltos sobre un hombro pronunciado. También algún ejemplar de borde biselado y
cuello recto y engrosado que parte de una carena alta, que
enlaza con los repertorios del Levante y Mediodía peninsular. Es frecuente que estas cazuelas posean dos o cuatro
mamelones perforados horizontalmente aprovechando la pequeña inflexión que se produce entre el borde y el hombro, de
modo que el mamelón continúa la línea de pared del vaso.
Estos ejemplares bruñidos en negro manifiestan en su
formas distintos influjos culturales o flujos comerciales,
que podrían encuadrarse tanto en las tradiciones meridionales con en las septentrionales de los Campos de Urnas o
facies locales tales como las de Pico Buitre o Riosalido.
Como viene siendo común hallar en los repertorios
cerámicos de este momento en el Centro de la Península
(Blasco et alii, 1991 y Blasco y Lucas, 2000), se documentan en Las Camas altos porcentajes de cerámicas con engobe rojo dentro de las producciones decoradas. Aunque
las cerámicas con engobe rojo presentan formas como los
vasos troncocónicos de base plana, o las cazuelas con base
puntiaguda, las formas predominantes son las de casquete
esférico con bases planas, redondeadas o ligeramente umbilicadas, que presentan bordes similares a los descritos
para otras producciones reductoras bruñidas, con pequeñas curvaturas bajo los bordes vueltos y redondeados, que
marcan el hombre de la vasija. Este tipo de bordes son muy
comunes en los cuencos de engobe rojo fenicio del Sur de
la Península, que constituyen una de las primeras manifestaciones de las producciones cerámicas a torno, y se ha
apuntado en alguna ocasión (Blasco y Lucas, 2000) que podrían estar reflejando unos primeros intentos de emular a
estas producciones venidas del exterior.
El repertorio cerámico no se agota aquí, ya que se completa con cazuelas de carena baja y cuello corto acampanado, pequeñas urnas con base umbilicada, urnitas con pies
incipientes o desarrollados, bordes abiertos con decoraciones unguladas, digitadas o incisas, o tazas de base plana
con grandes asas. Además existe algún carrete bruñido en
negro o con engobe rojo, junto a una gran variedad de plaquitas planas de escaso grosor que presentan una diversos
motivos incisos con punzones.
136
La falta de excavaciones en extensión a la que aludíamos anteriormente en prácticamente todo el valle medio
del Tajo, ha propiciado que en el discurso arqueológico se
otorgue un protagonismo casi absoluto a los tipos y decoraciones cerámicas a la hora de establecer una secuencia
cronológica (y para algunos también cultural) para este
dif ícil período. Es por ello que a menudo los discursos se
centran en la medición de influencias y el tiempo que han
tardado en llegar las mismas a la zona de estudio: del Noreste o aquellos en los que se manifiestan relaciones con
los Campos de Urnas, o del llamado mediodía peninsular, cajón de sastre en el que, por lo general, se engloban
todos aquellos aspectos que no encajan con lo anterior o
recuerdan ligeramente elementos de carácter mediterráneo oriental (Blasco y Barrio, 1986; Blasco y Lucas, 2000;
Muñoz y Ortega, 1996 y 1997).
Desde esta perspectiva, lógicamente la cronología del
objeto de estudio viene impuesta por la del objeto del cual
se toman los influjos en su contexto original, lo que deja
poco espacio para el análisis intrínseco y menos aún para el
enfoque crítico. Cuando un autor se base en paralelos externos fechados hace unas décadas, las cronologías tienden
a ser más bajas. Así, encontramos por ejemplo, en la obra
de Muñoz (2003), una seriación de los inicios de la Edad del
Hierro en la zona, que comenzaría por un período de transición desde el Brocen Final, en el cual aún se encontrarían
elementos de Cogotas I tardíos, junto con otros provinentes
de los Campos de Urnas. Esta fase se fecha en el siglo VIII
e inicios del VII a.C. el período siguiente sería el de apogeo de los vasitos carenados lisos que se suelen interpretar
como la cristalización de los influjos meridionales: cuencos
hemisféricos o troncocónicos con base de talón y frecuentes
mamelones de perforación horizontal, y las grandes vasijas escobilladas de labios y cuellos digitados” (2003:224), y
abundancia de acabados a la almagra que vendrían también
a recalcar esos influjos meridionales en los que ya serían
conocidas las cerámicas de barniz rojo fenicias (también
Blasco y Lucas, 2000). La desaparición de las decoraciones
incisas y la llegada del grafitado, serían características del
último momento antes de la llegada de los productos a torno, que se produciría a inicios del siglo V a.C.
Mientras que aquellas otras que cuentan con alguna fecha de C14 son por lo general más elevadas, como ocurre
en la zona del Alto Tajo, donde las facies Pico Buitre y Rio-
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
salido (transición desde el Bronce Final e inicios de la Edad
del Hierro), se fechan en el siglo X y IX a.C.(Valiente Malle,
1984, 1999 y Barroso, 2002:fig 19), elevando de hecho la
cronología de elementos decorativos como el grafitado y la
pintura postcocción, que en hallazgos como la tumba del
Carpio, al occidente de Toledo, sin embargo, se fecharon
hace casi 20 años en el siglo VII a.C. (Pereira, 1989).
Estas posturas están más en consonancia con las propuestas para el valle medio del Duero, en donde los pequeños vasos carenados y bruñidos (a los que también se
les supone un influjo meridional) se asignan al nivel I de
Soto de Medinilla, fechado en torno al siglo X a.C. Allí, la
aparición del torno en el horizonte Soto se fecha en el VI
a.C., e incluso algo antes, en flagrante contradicción con
las tesis de Muños y Blasco y sus colaboradores (2003 y
Blasco y Lucas 2000), que lo rebajan al V a.C. en la Meseta
Sur, aún a pesar de existir dataciones de C14 en el Alto
Tajo e incluso en Cuenca, con fechas de hacia mediados
del VII a.C (Barroso 2002).
Una de las síntesis más recientes (Jimeno y Martínez
Naranjo, 1999) lleva los finales de Cogotas I hasta el siglo
X o incluso con perduraciones hasta el IX a.C., iniciando
una fase de diversificiación cultural regional desde el siglo
XII a.C. que será responsable de la aparición de horizontes
como Pico Buitre en el X a.C. o Riosalido poco después,
dando inicio a la Edad del Hierro a fines del siglo IX a.C.,
período en el que llegarían las primeras influencias mediterráneas al interior entre las que habría que incluir las
cerámicas pintadas postcocción y algún ejemplar de f íbula
de codo.
La equivalencia cronológica de las cerámicas pintadas
postcocción con las fases de Soto I o primera cultura de la
edad del Hierro en el Duero Medio se da dentro del siglo
IX a.C., llegando hasta el VIII a.C. (Cáceres, 1997; Delibes,
G. et alii, 1995). Se ha señalado recientemente que hace su
aparición en contextos del Sur peninsular en el siglo X-IX
a.C. (cal.) o siglo IX finales del VIII a.C. (sin calibrar)(Jimeno y Martínez Naranjo, 1999:185), lo cual a su vez que
habría que adelantar al siglo IX a.C. la llegada de los fenicios (Ibidem). En ese sentido se manifiestan otros autores
que además de las fechas de C14 aducen pruebas filológicas que probarían la presencia fenicia en pleno siglo IX
a.C.(Fernández Jurado, 2003:51). Otras pruebas indirectas
que avalarían estas fechas antiguas, serían las cerámicas
micénicas el Guadalquivir halladas en claro contexto de
Cogotas I, que antecede a las cerámicas carenadas bruñidas del Bronce Final, las cuales habría que fechar a fines del
II Milenio a.C. (Gómez Toscazo, F. 1999):
Las fechas de C14 se han desmarcado desde antiguo de
las cronologías asignadas por tipologías cerámicas, dando
uno o dos siglos más de antigüedad. Tanto en Pico Buitre
como en Ecce Homo se alcanzaron fechas del X y finales
del XI a.C. (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980;
Valiente Malla, 1999), para contextos finales de Cogotas I,
mientras en el valle Medio del Duero se aceptan los valores del siglo IX para los niveles de Soto I o de comienzos
del VI para la llegada de los primeros productos a torno
(Delibes, et alii, 1995).
En el yacimiento de Las Camas se recogieron varias
muestras de C14 y dos de TL. Presentamos los resultados
de las 6 muestras de C14 realizadas sobre maderas carbonizadas halladas en los agujeros de poste de la Cabaña 1
(Colocar el apartado dedicado al C14, sólo las gráficas).
•
195300 R.Age 2770±70 Two Sigma: [1113 BC:1098
BC] [1090 BC:804 BC]
•
195296 R.Age 3070±70 Two Sigma R [1493
BC:1474 BC] [1463 BC:1127 BC]
•
195295 R.Age 2800±50 Two Sigma R.:[1112
BC:1101 BC] [1058 BC:831 BC]
•
195294 R.Age 2990±80 Two Sigma R.: [1419
BC:1005 BC]
•
195293 R.Age 2480±100 Two Sigma R.: [804
BC:395 BC]
•
195292 R.Age 2880±120 Two Sigma R: [1384
BC:1332 BC] [1325 BC:822 BC]
Como puede verse con claridad en los gráficos, salvo
la muestra 195293, las 5 restantes se sitúan en un período
relativamente homogéneo en torno al año 1000 a.C. Estos
resultados serán considerados muy altos para las especies
cerámicas documentadas, reseñadas más arriba, aunque
hay indicadores como los análisis metalúrgicos que señalan
la presencia de características arcaicas: En cuanto a los dos
fragmentos de toberas son de sección circular y probablemente rectos. La sección circular es típica de los ejemplares
conocidos durante toda la Edad del Bronce, ya sean toberas
rectas o acodadas. Es a partir de la colonización fenicia en la
Península Ibérica cuando se empiezan a documentar toberas
con otro tipo de secciones (en “D”, rectangulares o cuadrangulares) que serán las predominantes en la Edad del Hierro.
Uno de los fragmentos de Las Camas conserva el extremo
de la boca de conexión con el fuelle, las paredes tienden a
converger, pero el rasgo principal es el estrechamiento o estrangulamiento del diámetro del conducto a los pocos centímetros de desarrollo. Este tipo de tobera es desconocido en la
Península Ibérica donde los escasos ejemplares documenta-
137
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 30. Fragmento de tobera y crisol. Sector A.
138
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 31. Fragmento de tobera y crisol. Sector A.
139
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
dos anteriores a la Edad del Hierro son de perforación recta,
pero si es habitual en yacimientos europeos y mediterráneos
de la Edad del Bronce 2(Figs. 30 y 31).
El hecho de que los análisis se basen sobre fragmentos
de madera quemada y que los depósitos en los que aparecieron se refieran a momentos en el que fueron amortizadas las estructuras de hoyos de las cabañas, podría indicarnos que las fechas de C14 se retrotraen a un período
anterior al que reflejan los conjuntos cerámicos, que a su
vez corresponderían al horizonte de abandono del lugar,
pues no hay que olvidar que los restos materiales de Las
Camas proceden de depósitos que están rellenando las fosas de extracción, silos y agujeros de poste de las cabañas,
por lo que la cronología de estos materiales es posterior
a la de las estructuras que rellenan, pero en todo caso en
corto lapsus de tiempo, ya que los conjuntos cerámicos están formados por los desechos que se fueron produciendo
a lo largo de la vida del yacimiento. De este modo, el C14
podría estar midiendo el momento en el que se levantan
las cabañas y entre el conjunto de los materiales se encontrarían mayores porcentajes de fragmentos de los último
momentos de ocupación del sitio.
Fig. 32. Elemento metálicos del yacimiento de Las Camas.
140
Entre los elementos metálicos hallados en Las Camas,
existen tres fragmentos (uno de cada Sector) correspondientes a puentes y espiras de f íbulas de doble resorte. Se
trataría en los tres casos de modelos de los tipos más antiguos, con puentes sencillos de sección circular, que tienen
escasos paralelos entre los ejemplares hallados en la Meseta, siendo uno de los más cercanos el del ejemplar de Torresaviñán, Guadalajara (García Huerta y Cerdeño, 2001).
Fibulas de doble resorte se localizan en yacimientos
cercanos, como es el caso del Yacimiento D de Arroyo Culebro, con un ejemplar del tipo 3 B en la tumba 9 (Penedo et alii, 2001:54 y ss.). Este yacimiento consiste en una
necrópolis de incineración con vasijas exclusivamente a
mano, algunos adornos de bronce como brazaletes y una
pinza, y un fragmento de cuchillo afalcatado de hierro en
la tumba 32 que cuenta con dos dataciones de TL 2750 +/275 BP. Estas fechas y este cuchillo, sirven a Pereira et alii,
para aceptar la pronta llegada del hierro a las tierras del
Centro peninsular, documentado en la necrópolis por ellos
excavada en Villafranca de los Caballeros, Toledo, con fechas de C14 1060-880 a 2 sigma para la tumba 76 de Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2003:163-4). Otra f íbula de
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
Fig. 33. Elementos metálicos del yacimiento de Las Camas.
141
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
doble resorte se halló en el poblado de Arroyo Manzanas,
en Toledo (Urbina et alii, 1990). Aunque se encontró fuera
de contexto estratigráfico, esta f íbula es uno de los escasos
ejemplos encontrados en poblados con casi total ausencia
de de cerámicas a torno (Figs. 32 y 33).
Sin embargo, la disparidad de criterios entre los distintos investigadores es notoria, ya que por otro lado, las f íbulas de doble resorte se asocian en general a las primeras
necrópolis de incineración en la Meseta Sur con fechas del
siglo VI a.C., por que se acepte que la temprana introducción del rito de incineración y la adopción de elementos
de hierro en la zona (Blasco y Barrio, 2001-2). Y es que
tal y cómo ocurre con la cerámica, los préstamos y pervi-
(Penedo et alii, 2001). En la necrópolis de Las Esperillas se
documentaron dos f íbulas de doble resorte, una de puente
ovalado en la tumba 9, dentro de una urna ovoide a mano,
junto a un cuchillo afalcatado de hierro, y otra de puente
laminar en forma de cinta lanceolada, en la tumba 17, a la
cual se le da una fecha del siglo VII a.C. por sus excavadores (García Carrillo y Encinas, 1987).
En el siglo VII a.C. se fecha la f íbula de doble resorte
encontrada en Pico Buitre, en contextos relacionados con
cerámicas pintadas postcocción. (Valiente Malla, 1984),
mientras que algunos ejemplares andaluces se llevan al siglo VIII a.C., como la del horizonte B1 del Morro de Mezquitilla, en Málaga (Mansel, 2000).
vencias de estos objetos son abundantes, así por ejemplo,
encontramos dos ejemplares de f íbula de doble resorte,
Grafito fenicio sobre cerámica a mano
uno con puente oval-circular y otro en cinta con sección
cuadrangular, junto a cerámica a torno que rebajaría su fecha hasta el VI a.C., en el yacimiento A de Arroyo Culebro
Fig. 34. Detalle de grafito y fragmento de pulsera elaborada en marfil.
142
La aparición de una serie de incisiones post-coctionem
sobre el fragmento 04/1/A/72/3, supone un revulsivo en
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
cuanto al conocimiento de la escritura en la Península Ibérica. Indudablemente se trata de la ejecución de una letra
por las siguientes razones:
de Yehimilk (Yeh.), llegando hasta el siglo VIII a.n.e. en la
- en primer lugar si se hubiera tratado de un signo, en
la inscripción de Karatepe, también perteneciente a este
sociedades ágrafas, se suele ejecutar aquellos cuyos trazos
no suponen una excesiva complejidad como se trata de un
signo en forma de aspa o cruz;
- la propia ejecución parece indicar una corrección en
su trazado atendiendo a aquel vertical de la parte derecha.
No se debe dejar de recordar en todo momento que la ductibilidad sobre un material como la cerámica, al emplear
un punzón, no aporta una caligraf ía perfecta;
inscripción a Baal del Líbano, hallada en Chipre (B. Leb.)
(CIS 15 – KAI 31) o, aunque con diversas graf ías, sobre
mismo siglo.
La explicación más sencilla a la aparición de una sola
letra sobre un objeto, es aquella de marca de propiedad, y
por tanto indicar la inicial del nombre del propietario del
objeto [Benz, 1972, pp. 109-126, 306-319; Halff, Karthago
12 (1963-1964), pp. 109-114, en este último caso 35 de los
antropónimos son portados por hombres, mientras 7 por
mujeres en la ciudad de Cartago]. No es de extrañar que en
lugares de transformación de materias para elaborar una
- de lo anterior, igualmente, se puede deducir que la
serie de productos y en los que se produce una concentra-
persona que ejecuta esta letra, no tiene por qué conocer
ción de varias personas, se intente, dentro de las costum-
los mecanismos de la lengua, y simplemente tratarse de
bres fenicias, identificar elementos de la vajilla que pueden
un mero copista, pero, indudablemente tiene elementos o
confundirse con otros símiles en el lugar. Así, se considera
nociones rudimentarias para comprender que dicha letra
fehacientemente demostrado para la factoría de Mogador
identifica el objeto sobre la que está ejecutada (Fig. 34).
o para la tripulación de un barco cono aquel que refleja el
Sin embargo, esta hipótesis, plantea un problema en
pecio de El Sec (Ruiz Cabrero – López Pardo, RSF). Ahora
torno a la aparición de la escritura en la Península Ibérica.
bien, ¿qué hipótesis de trabajo se puede plantear para la
En diversas ocasiones, se ha considerado que la presencia
cuestión de este hallazgo?
de los fenicios en las costas fueron la consecuencia a largo
Se debe considerar que si bien la paleograf ía, unida a
plazo del establecimiento de sistemas de escritura entre las
las fechas de C14, deben adscribir esta pieza entre los si-
sociedades prerromanas, siendo la base para el desarrollo
glos X y IX a.n.e., no tiene por qué extrañar la presencia
de los mismos. Sin embargo, esta situación debió llevar un
de un agente comercial en una zona de transformación y
dilatado periodo de tiempo, dado que como la tecnología,
producción. Es más, incluso esta presencia deba desdecir
son fuente de poder y su traspaso de una sociedad a otra
algunas de las cuestiones planteadas al inicio de la exposi-
no es cuestión de simple regalo.
ción, en el sentido de que la persona que utilizó esta pieza
Por tanto, no debe sorprender el hallarnos ante una
en su quehacer cotidiano, tendría conocimientos de es-
graf ía de tipo fenicia, y por ende ante una letra del alfabeto
critura y probablemente estas nociones le serían útiles en
de esta sociedad. En concreto, es una ejecución arcaica de
contabilidad e informes.
un ™et. Generalmente, en el denominado phoenician stan-
En definitiva, en el momento actual existe una clara
dard la ejecución de esta letra corresponde a dos trazos
descompensación cronológica entre las fechas aportadas
verticales que comprenden tres trazos horizontales con
por el C14 y las cronologías tradicionales que se apoyan
cierta inclinación diagonal. Sin embargo, lo que se halla
en la evolución de objetos cerámicos y metálicos. Habida
representado en el fragmento que nos ocupa aumenta en
cuenta de las dificultades que presentan estos últimos, in-
uno el número de trazos horizontales.
capaces de medir las perduraciones de modelos en unas
Paleográficamente, uno de los primeros testimonios
y otras zonas (se podrían citar entre muchos ejemplos el
puede rastrearse sobre las puntas de flecha procedentes de
de Pocito Chico, Cádiz, en donde conviven cerámicas de
Byblos (E. Puech, 269), entorno al 1500 a.n.e., que portan
Cogotas I con especies bruñidas carenadas y copas a tor-
una escritura proto-cananea (F.M. Cross, Eretz-Isrtael, 8
no con decoración black on red (Gómez Toscazo, 1999)),
(1967), p. 15). En los territorios fenicios del Mediterráneo
parece que sólo las reticencias a abandonar los esquemas
oriental, esta letra así representada oscila entre el siglo XI
cronológicos largamente aceptados, impiden llevar dos si-
e inicios del X a.n.e. como se observa sobre la Espátula I
glos atrás ciertos contextos y sus materiales asociados, tal
de Azarbaal (Azar. Cones Spat. i) o fines del siglo X en el
y cómo las ya numerosas fechas de C14 sugieren.
denominado graffito de Ahiram (Ahir. gr.) o la inscripción
143
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
CONCLUSIONES
de estas intervenciones extensas plantea un nuevo reto de
interpretación al enfrentarse a panoramas arqueológicos
La investigación sobre los hallazgos realizados en el
sitio de Las Camas, en Villaverde, no ha hecho más que
comenzar, estando en el momento presente en proceso de
elaboración la monograf ía sobre el yacimiento. A pesar de
ello, son muchos los aspectos de este enclave que revisten
especial interés para la Protohistoria no sólo del Valle Medio del Tajo, sino de toda la Península.
El aspecto más llamativo son las dos cabañas de enormes dimensiones, delimitadas por agujeros de poste de
gran tamaño. Estas cabañas no tienen al presente paralelos
en el Península y nada similar se había siquiera sospechado para estos momentos de finales de la Edad del Bronce
y comienzos de la Edad del Hierro en el Tajo, en un panorama dominado por los famosos “fondos de cabaña” y
estructuras de escasa entidad que conforman poblados o
asentamientos más o menos estables siempre de pequeño
tamaño y con ocupaciones no muy prolongadas. Es por
ello que la existencia las estructuras de Las Camas invita
inmediatamente a pensar en un contexto excepcional, en
un enclave no habitual cuya razón de ser no sea la estrictamente poblacional, tal y como ocurre con las cabañas francesas de Antran (Pautreau, 1989), por ejemplo.
Las cabañas absidadas de la Edad Oscura Griega, que
retoman modelos de megaron conocidos desde el Helénico
Medio, serán, asimismo, el patrón de los heroon y templos
arcaicos. Sin embargo, debemos ser cautos en este sentido
ya que todos los materiales y estructuras asociadas a las
cabañas de Las Camas, apuntan a las instalaciones típicas
de un poblado, pudiendo interpretar las mimas como residencia de una comunidad, al tiempo que las estructuras
accesorias situadas en los alrededores responden a sus necesidades industriales y/o artesanales.
Por otro lado, el aspecto de exclusividad de estas estructuras puede no serlo tanto, ya que cómo hemos reseñado, se pueden rastrear ciertos paralelos en diversos lugares del Centro de la Península (p. ej. Guaya, Misiego, 2005),
y otros que están apareciendo en este momento. Debemos
ser conscientes de que esta etapa histórica se está construyendo en estos momentos. En los últimos 5 años se han
llevado a cabo no menos de una decena de intervenciones
con restos del Bronce Final-Hierro I en la región de Madrid, cada una de las cuales abarca extensiones de varias
Has., y por tanto, cada una de ellas supera la extensión
previamente excavada entre todas las intervenciones de
las últimas décadas del siglo XX. Es por ello que cada una
144
que prácticamente no tienen paralelos, y cada vez cobra
más sentido la interpretación de los famosos “fondos de
cabaña” y pequeñas estructuras delimitadas por agujeros
de poste, como aspectos secundarios de poblados formados por estructuras de gran tamaño como las de Las Camas, Guaya o La Albareja.
Las dos cabañas o casas largas de Las Camas pudieron
albergar en su día el número de habitantes suficiente como
para conformar un poblado en sí mismas. Un poblado en
cuyos alrededores se instalaron pequeños hornos metalúrgicos y hornos alfareros para satisfacer las necesidades de
sus habitantes, que excavaron además pequeñas fosas para
la extracción de arcilla en las proximidades, y hoyos para
guardar los granos recogidos en los campos contiguos, y
que contaban en las inmediaciones con árboles de gran
tamaño con los que pudieron construir las cabañas, tierras
de cultivo cercanas al arroyo y abundante fauna, domesticada y salvaje. Este tipo de hábitat, a su vez abre nuevas
perspectivas para la interpretación de los grupos sociales
que las habitaron.
Entre el conjunto de cultura material de Las Camas se
han hallado dos elementos que merecen un comentario
destacado. De un lado un grafito con una letra probablemente fenicia, sobre un fragmento de cerámica a mano
grosera. De otro, la mitad de un brazalete de marfil. Ambos
elementos nos ponen inmediatamente en contacto con los
ambientes meridionales en los que se está produciendo en
este momento un continuo fluir de objetos e ideas traídos
desde el Mediterráneo Oriental. Pequeños indicios de que
este tráfico llega al Valle Medio del Tajo en fechas tempranas los teníamos ya anteriormente en hallazgos como las
decoraciones con flor de loto en el Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997), o el enterramiento femenino
de la Casa del Carpio (Pereira, 1989). Los hallazgos de Las
Camas no hacen sino confirmar esta impresión.
Pero no dejan de ser elementos aislados que irrumpen
sobre comunidades que aún no saben utilizar la rueda del
torno para fabricar sus cerámicas ni conocen el empleo de
la metalurgia del hierro. A este respecto, no deja de llamar
la atención la ausencia de hierro entre los hallazgos de Las
Camas, máxime cuando aparecen tan pronto en contextos
funerarios en los que aún no existen cerámicas a torno:
Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001), Palomar de Pintado
(Pereira et alii, 2003), etc., en forma principalmente de cuchillos afalcatados. Tal vez sea la excepcionalidad de estos
objetos la que los hace aparecer en contextos simbólicos
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
funerarios y propicia su escasez en contextos habitacionales, o tal vez haya que buscar una razón cronológica para
esta ausencia y situar el abandono de Las Camas antes de
la llegada de los primeros objetos de hierro a la zona.
Los distintos análisis de C14 realizados en Las Camas
nos indican que este período habría que situarlo en torno
a los siglos X-IX a.C., sin embargo, otros elementos de la
cultura material nos invitan a rebajar algo esa fecha, habida
cuenta de que fueron hallados colmatando ciertas estructuras relacionadas con las cabañas y que por tanto deben
pertenecen en su mayoría al último período de su uso. De
cualquier modo, estimamos que es dif ícil situar el fin de
este yacimiento más allá del siglo IX o primera mitad del
VIII a.C., si atendemos a las fechas de C14, y los aspectos
paleográficos del grafito, algo que encaja bien dentro de las
nuevas propuesta cronológicas para el Bronce Final en el
occidente de Europa (Mederos, 2005).
NOTAS
1
Área de Protohistoria del Departamento de Arqueología,
Paleontología y Recursos Culturales de Auditores de Energía y
Medio Ambiente, S.A. Avda. Alfonso XIII, 72 – 28016 Madrid Tel. 91 510 25 55; Fax. 91 415 09 08; e-mail: eagusti@audema.com
& jmorin@audema.com
2
Ignacio Montero Ruiz. Dpto. de Prehistoria (CSIC). Metales y
metalurgia en el yacimiento de Las Camas. Informe.
145
EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL
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147
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO
(MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR
EN LA I EDAD DEL HIERRO
Raúl Flores Fernández y
Primitivo Javier Sanabria Marcos
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 01-09-2009
Aceptado: 15-09-2009
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID):
UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID):
A UNIQUE HABITAT IN THE IRON AGE I
Raúl Flores Fernández y Primitivo Javier Sanabria Marcos
pjsanabriamarcos@hotmail.com
raulfloresfernandez@gmail.com
PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Primera Edad del Hierro, Meseta Central, Comunidad de Madrid, poblados, grandes cabañas.
KEYS WORDS: Bronze Final, First Iron Age, Central Plateau, Madrid, villages, large bungalows.
RESUMEN:
En los últimos años, estamos asistiendo a un exponencial aumento de información procedente de nuevas excavaciones
que están aportando datos fundamentales para el conocimiento de las formas de vida de los grupos que habitaban la
Meseta Central en torno al cambio del primer milenio a.C.. Empieza a ser frecuente el atestiguamiento de poblados enteros
construidos con materiales perecederos. Fiel reflejo de los cambios que debieron producirse en el tránsito del final de la Edad
del Bronce a los inicios de la Primera Edad del Hierro, son la aparición de estructuras de grandes dimensiones longhouses
que, con un marcado carácter comunal, están planteando interesantes interrogantes sobre la estructura económica y social
de estos grupos. Uno de estos nuevos asentamientos es el enclave de La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid).
ABSTRACT:
The newest excavations that took place in the last years have provided an increasing of the archaeological data and
contributed with fundamental information for the life forms knowledge of the human groups that inhabit the Iberian
Central Plateau (Meseta Central) during the change to the first millennium B.C. One of the main aspects is that starts being
frequent the existence of entire settlements constructed with perishable materials. The appearance of constructions with
big dimensions and with a marked communal character, similar to the so called longhouses, can be seen as a reflex of the
changes that should have taken place in the transition from the Bronze Age to the beginnings of the First Age of the Iron,
and are nowadays raising interesting questions on the economic and social structure of these groups. One of these new
settlements is La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid).
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID):
UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Raúl Flores Fernández y
Primitivo Javier Sanabria Marcos
INTRODUCCIÓN
La vegetación propia de la zona debería ser de retama
supramesomediterránea y silicícola de la encina, pero ha
La excavación en extensión de yacimientos de grandes
dimensiones en los últimos años, como consecuencia del
desarrollo urbanístico y de la construcción de infraestructuras, está aportando una gran cantidad de datos nuevos al
conocimiento de la Prehistoria, algunos de ellos de excepcional importancia al complementar y redefinir aspectos
concretos de los modos de vida que acaecieron en el pasado.
Sirva como ejemplo de lo anterior, el mayor conocimiento
que se está adquiriendo de los cambios que se produjeron
entre el final de la Edad del Bronce y los inicios del Hierro
I, donde el atestiguamiento de estructuras aéreas de dimensiones grandes, o muy grandes, con un marcado carácter
comunal están planteando interesantes interrogantes sobre
la estructura económica y social de estos grupos.
El Sector 13 del P.G.O.U. se encuentra en el término
municipal de Torrejón de Velasco (Madrid), localidad que
se sitúa a 26 km al Sur de Madrid capital (Fig. 1). Ocupa
una extensión de 281.608,48 m2, y se localiza al Oeste de
la A-42 (antigua N-401).
La totalidad del área objeto de la peritación arqueológica está dedicada a usos agrícolas, con la mayor parte de las
explotaciones en régimen de secano alternando cultivos
cerealistas. Otras áreas denotan la presencia en el pasado
de cultivos aunque en el presente se encuentran en baldío,
o bien ha cesado en ellas actividad productiva alguna.
sido modificada por la actividad agrícola (cultivos de secano, trigo y cebada) y ganadera.
La morfología de los terrenos es una suave inclinación hacia el arroyo de las Arboledas, situado en el Sur del
P.G.O.U. 13. La cota más alta se sitúa en el límite Norte con
595 msnm, y la más baja en el extremo SE con 573 msnm.
La gradación del relieve es abrupta en algunos puntos, con
desniveles que alcanzan los dos metros.
En el extremo Sur del P.G.O.U. 13 se sitúa el arroyo de
las Arboledas o de las Peñuelas. La importancia de este
curso de agua, que desemboca en el arroyo Guatén, queda reflejada por la gran concentración de yacimientos arqueológicos de distinta época que se dan en sus dos márgenes, situando este arroyo dentro de la dinámica descrita
para algunos arroyos y cárcavas de la depresión del Tajo
(Urbina Martínez et alii, 2007b).
GEOLOGÍA1
El contexto geológico regional en el que se enmarca la
provincia de Madrid está compuesto por dos grandes unidades morfo-estructurales: El sistema Central y la Depresión del Tajo.
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
La zona deprimida que ocupa la mayor parte de la
provincia se ha denominado Cuenca de Madrid, enmarcándose dentro de la depresión del Tajo. Delimitada por
los bloques elevados correspondientes al Sistema Central
(Norte y Noroeste), Sierra de Altomira (Este) y Montes de
Toledo (Sur).
La Cuenca de Madrid está formada por depósitos sedimentarios del Terciario con unos espesores en zonas que
alcanzan los 3.000 metros de potencia. La naturaleza de
estos depósitos es muy variada dependiendo de la ubicación que presente en la cuenca, determinada por la tectónica y morfología en la etapa de sedimentación. Presenta
un borde elevado activo (la sierra) que genera la aparición
de importantes sistemas de abanicos aluviales, y una zona
central de cuenca al Sur y Sureste donde se instala un ambiente sedimentario de tipo lacustre.
Se han diferenciado tres facies características en los sedimentos terciarios, destacando cada una de ellas por el
tipo de sedimentación, así pues, se destacan:
•
Facies Madrid (de borde), compuesta por arenas arcósicas de distintas granulometrías y arcillas pardas y
marrones, predominando unas u otras en función de
la proximidad del área fuente y de la posición en la
columna estratigráfica.
•
Facies Intermedia (o de transición), compuesta por
arcillas marrones y verdes de alta plasticidad con intercalaciones de niveles de arenas micáceas.
•
y Facies Central, de tipo químico, formada por yesos y
margas yesíferas.
Durante el Cuaternario, este complejo de abanicos
aluviales ha dejado de formarse, tomando el mando los
procesos erosivos y de sedimentación con predominio de
los procesos fluviales y de vertientes, siendo los depósitos
más importantes de esta época de tipo aluvial y coluvial.
Las secuencias de sedimentos están formadas por cantos
rodados, gravas, arenas, limos y arcillas. Los depósitos
cuaternarios con yacimientos paleontológicos más abundantes en diversidad se encuentran, sobre todo, en terra-
Fig. 1. Mapa de localización del sector 13 del P.G.O.U de Torrejón de Velasco (Madrid).
152
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
zas fluviales asociadas a procesos neotectónicos que originan procesos de subsidencia, produciendo una velocidad
de sedimentación rápida que favorece la fosilización de la
fauna acumulada (Pérez González 1971). En el Manzanares son típicos los yacimientos de La Aldehuela y Arriaga,
y en el Jarama cerca de su confluencia con el río anterior el
yacimiento de Áridos 1.
podría pensarse en un delta donde existe una gradación
El objeto de este trabajo es englobar la zona de los trabajos dentro del esquema general de la Cuenca de Madrid,
con esquema clásico de sedimentación de una cuenca continental cerrada en condiciones subdesérticas: sedimentos
detríticos en el borde y evaporíticos en el interior, con una
zona intermedia en la que se produce la deposición mixta
de materiales detríticos con intercalaciones de minerales
de neoformación.
gración lateral.
Las características estratigráficas de estas formaciones
permiten agruparlas, a grandes rasgos, en tres grandes conjuntos de edad terciaria: uno más occidental formado por
sedimentos de origen detrítico, otro situado en una banda
central constituido por materiales detríticos finos y, por último, un conjunto situado en el borde oriental compuesto
casi exclusivamente por litofacies de origen químico. Estos
tres grandes conjuntos representan las facies detríticas de
borde, intermedias y químicas centrales respectivamente.
Este esquema, en la realidad, es bastante más complicado
analizado en detalle ya que intervienen muy diversos factores como son el clima, la naturaleza del área madre, alteraciones en el basamento, etc… que provoca alteraciones
en la litología y composición mineralógica dando como
resultado una columna estratigráfica compleja.
depósitos más finos de los que les correspondería por leja-
La zona de estudio atraviesa los tres grandes conjuntos
diferenciados: los materiales miocenos presentan facies detríticas de borde entre Serranillos del Valle y Torrejón de
Velasco, pasando lateralmente hacia el Este a facies arcilloso-calcáreas que cambian a facies arcilloso-yesíferas a partir
de la localidad de Valdemoro. A continuación se describe,
desde el punto de vista geológico, cada una de ellas:
La facies detrítica representa una sedimentación de origen mecánico, se emplazarían en la zona de los trabajos, compuesta por lo que localmente se conoce como arenas (<25%
de finos), arenas arcillosas (25-40%), arcillas arenosas (4060%) y arcillas (>60%). Estos materiales se generan a partir de
la erosión de los relieves graníticos y metamórficos del Guadarrama y su distribución espacial forma una orla detrítica al
Sur del Sistema Central sin solución de continuidad.
La distribución de estos materiales se asemeja a la
que tendría lugar durante la sedimentación de un abanico aluvial en una cuenca de sedimentación continental:
de tamaños que disminuye hacia el borde sobre los que se
emplazan depósitos de canal con granulometrías siempre
más gruesas que las que les correspondería por distancia
al área madre. La situación de estos canales cambia en el
tiempo por lo que ahora localizamos, en la serie sedimentaria, lentejones más gruesos a diferentes alturas con miIgualmente debemos considerar a los materiales más
finos como depósitos de aguas de inundación cuya velocidad es mucho menor y, por tanto, transportan menos y
sedimentan arcillas, limos y/o arenas finas. Si además se
tiene en cuenta la existencia de zonas deprimidas del terreno, donde el agua es capaz de acumularse con facilidad,
podremos explicar la existencia de niveles o lentejones de
nía al área madre.
De la propia naturaleza petrogenética de estos materiales se desprende la imposibilidad de establecer conjuntos litoestratigráficos dentro de la formación arcósica. Los
niveles no ofrecen continuidad al representar estructuras
lentejonares de un medio de sedimentación enérgico configurado a partir de arroyadas y mantos difusos por lo que
cualquier intento de correlación, tanto en planta como en
profundidad, presentará inevitablemente un alto grado de
incertidumbre.
La facies intermedia, que se emplazarían en un entorno
muy próximo a la zona donde se han realizado los trabajos,
englobaría a la denominada transición entre las unidades
detríticas y las químicas. Se sitúa en la zona terminal de los
abanicos aluviales colindantes con la facies detrítica. Estos
materiales de origen mixto afloran en una banda orientada
NE-SO entre las formaciones arcósicas de borde y las formaciones químicas centrales.
Genéticamente representan los depósitos formados en
el cambio de modalidad de sedimentación de materiales
transportados mecánicamente a materiales formados por
precipitación.
Un primer nivel constituido por arenas y arcillas micáceas gris-verdosas con ocasionales niveles de arcillas carbonatadas y arcillas verdes.
Los niveles superiores constituidos por un conjunto de
arcillas fuertemente litificadas por sobreconsolidación o
cementaciones carbonatadas, de colores fundamentalmente gris verdoso-azulado con episodios marrones de alteración. De forma generalizada es frecuente la presencia de
intercalaciones muy carbonatadas, de color blanquecino,
153
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
que reciben el nombre de cayuelas, junto a arcillas sepiolíticas y niveles o segregaciones nodulares de sílex. También
destaca la existencia de arcillas sepiolíticas y sepiolitas en
forma de estratos aislados cuyo espesor no suele superar
el metro.
Emplazados en zonas al Este del lugar de trabajo a varios kms bajo la denominación de facies central se engloban los materiales depositados en el centro de la cuenca
y donde predomina la sedimentación química. Consiste
en una alternancia de arcillas de tonos grises o verdosos y
yesos, bien en forma de bancos de espesor variable, desde
centimétricos hasta 2-3 metros, bien en forma de nódulos
de tamaño variable (2-3 cm hasta 0,5 m) de aspecto alabastrino y color blanco. Las arcillas intercaladas entre los
yesos muestran comúnmente laminación paralela milimétrica, en algunos casos definidos por niveles finos de magnesita microcristalina, y tonalidad verde en afloramiento.
Las formaciones terciarias están parcialmente recubiertas por depósitos cuaternarios naturales y rellenos antrópicos recientes. Los rellenos antrópicos se encuentran
dispersos a lo largo de la zona estudiada, principalmente
ubicados en torno a los núcleos urbanos, alcanzando en
algunos lugares espesores considerables.
Los sedimentos cuaternarios más desarrollados corresponden a los suelos aluviales de terraza baja depositados a
lo largo del río Jarama. Aparecen compuestos por gravas
y arenas exceptuando la capa continua de limos arenoarcillosos que cubre, con espesor entre los 1-3 metros, los
depósitos de grava subyacente.
También se estiman espesores de suelos aluviales superiores a los 4 metros en los numerosos arroyos próximos,
destacando el Arroyo del Guatén se reconocen depósitos
formados esencialmente por materiales cohesivos a base de
arcillas y limos, con posición del nivel freático cercano a la
superficie, y espesores máximos investigados de 10 a 15 m.
Los suelos eluviales y coluviales presentan, en general,
poca entidad aunque puntualmente pueden llegar a superar los 5 metros de espesor, tal y como se reconocen en zonas próximas a la actual autovía A-4. Se trata de materiales
que, en función de su procedencia, aparecen formados por
arenas y arcillas (Facies Madrid), básicamente arcillas (Facies Intermedia) y arcillas ó limos yesíferos los procedentes de la Facies Central.
Geomorfológicamente, la zona afectada por la actuación se sitúa en lo zona Sur de la Comunidad de Madrid.
Esta zona está dentro de la Depresión Prados-Guatén, que
conecta morfológicamente el valle inferior del río Manza-
154
nares con el Tajo siguiendo una dirección subparalela a la
de los ríos Jarama y Guadarrama (NE-SW). El origen de
esta depresión ha generado cierta controversia; el primero
en explicar su origen fue Riba (1957) quien propuso la idea
de un antiguo valle abandonado cuaternario del río Manzanares. Luego, Pérez Mateos y Vaudour (1972) y Vaudour
(1977) lo asimilan a un antiguo valle plioceno, posteriormente exhumado durante el cuaternario, relacionándolo
implícitamente también con un antiguo curso fluvial, predecesor al Manzanares. En las cartograf ías geológicas de
Aranjuez (Carro y Capote 1969) y Getafe (Vegas et alii,
1975) explican su origen por erosión diferencial a lo largo
del cambio lateral de facies entre los materiales arcósicos
marginales y los yesíferos centrales del relleno del Neógeno de la Cuenca de Madrid. Estos autores consideran dicho
corredor geomorfológico como una Depresión de cambio
lateral de facies enteramente labrada por los arroyos Prados y Guatén durante el Cuaternario. Posteriormente Silva
(1988) y Silva et alii (1988a) confirman la edad cuaternaria
(Pleistoceno inferior) de estos depósitos mediante el hallazgo de restos de vertebrados (Mammutus meridionalis
NESTI y Equus sp.). Así mismo, en función de datos sedimentológicos, geomorfológicos y paleontológicos, estos
autores apoyan la idea propuesta por Riba (1957) indicando que los depósitos arcósicos fluviales fueron generados
por el río Manzanares, el cual durante el Pleistoceno inferior recorría la Depresión desembocando directamente en
el río Tajo (Silva et alii, 1988a; 1988b).
Actualmente esta Depresión se encuentra recorrida
por dos arroyos, el Prados y el Guatén, que con sentidos
opuestos drenan hacia los ríos Manzanares y Tajo respectivamente, conectando morfológicamente ambos valles
fluviales. El aspecto morfológico general de la Depresión
Prados-Guatén es el de un valle asimétrico, con una vertiente occidental escalonada hasta en tres niveles de glacis
que la articulan con la Superficie de Griñón-Las Rozas,
mientras su vertiente oriental se encuentra dominada por
escarpes en los materiales calcáreos y yesíferos miocenos. Al pie de dichos relieves se desarrollan dos sistemas
de piedemonte solapados en offlap, de menor desarrollo
longitudinal, cuyas superficies de morfología “tipo glacis”
se nivelan en su zona distal con el más reciente de la otra
vertiente (+15m). En la zona axial de la Depresión y encajándose en este nivel, se han distinguido dos niveles de
terraza a +9m y +2m sobre el thalweg actual del arrollo
Guatén (Silva et alii, 1988a), el cual se encuentra a unos
80-85 metros por encima de los del Guadarrama y Jarama
en el sector central de la Depresión (Esquivias-Yeles). Este
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
valor altimétrico concuerda con las alturas relativas de los
niveles fluviales más antiguos (+80m) del margen occidental del valle del Jarama en el mismo sector (Silva, Goy,
Zazo et alii, 1988), sugiriendo la coincidencia de la cota no
es aleatoria, sino que responde a una herencia morfológica
de especial trascendencia paleogeográfica.
Se pueden diferenciar tres niveles de terraza que muestran importantes contrastes litológicos y estructurales, en
respuesta a la compleja evolución fluvial de la zona. Los
niveles de terraza más recientes (+9m y +2m) poseen un
carácter fundamentalmente areno-arcilloso, compuesto
por arenas arcósicas muy impuras con numerosos cantos
subangulares de caliza, sílex, e incluso yesos y algún canto
retrabajado de cuarzo. Ambos niveles se encuentran relacionados con la evolución más reciente del arroyo Guatén
(Silva et alii, 1988a). Por el contrario, los depósitos asociados al nivel de +15-40m están compuestos por arenas
arcósicas con cantos rodados de cuarzo, calizas y sílex y
niveles de arcillas verdes (Greda), alcanzando potencias
superiores a los 17m. Éstos representan un nivel de terraza
complejo, compuesto por al menos cinco episodios fluviales superpuestos y/o solapados y cuyas características
sedimentológicas, litológicas y mineralógicas son muy similares a las de los depósitos del río Manzanares (Pérez
Mateos y Vaudour 1972; Silva et alii, 1988a; Silva et alii,
1989; Palomares y Silva 1991).
Los restos de Mammutus meridionalis y Equus sp. asociados a estos depósitos, indican una edad de Pleistoceno
medio-superior para los mismos (Silva et alii, 1988a). Este
hecho unido a la ausencia de depósitos fluviales de esta
edad en el valle inferior del Manzanares, donde los más
antiguos corresponden al Pleistoceno medio (Vegas et alii,
1975; Goy et alii, 1989), sugiere que este último tramo del
Manzanares es de instalación más reciente y que anteriormente este río discurría por la Depresión Prados-Guatén
desembocando directamente en el valle del Tajo a la altura de Añover (Silva et alii, 1988a; 1988b). Esta anomalía
se ha explicado mediante un fenómeno de captura fluvial
inducido tectónicamente (Silva et alii, 1988a) durante el
cual el antiguo sistema Manzanares-Guatén que se dirigía
directamente al Tajo, fue capturado por un antiguo tributario E-W del Jarama dando lugar al actual codo de captura
que delinea el valle inferior del Manzanares aguas arriba
de su actual desembocadura en el Jarama. El proceso de
captura estuvo condicionado por la generación de los escarpes yesíferos que actualmente enmarcan a los valles del
Manzanares, Jarama y Tajo en la zona centro-meridional
de la Cuenca de Madrid. Su probable origen tectónico y
el carácter abrupto de su génesis, quedan atestiguados
por numerosos rasgos morfológicos tales como desarrollo de facetas triangulares y valles colgados, así como por
numerosas deformaciones en los depósitos fluviales tanto
anteriores como posteriores a su génesis (Silva 1988). Así,
la mayoría de las evidencias paleosísmicas registradas en
la zona indican que la actividad tectónica fue más intensa
durante el tránsito Pleistoceno inferior-medio y Pleistoceno medio-superior (Giner et alii, 1996; Silva et alii, 1997).
Más recientemente, en depósitos arcósicos similares a
los del nivel de +15-40m de la Depresión, localizados en
el nivel de terraza del Tajo a +28-30m frente a la antigua
desembocadura del Sistema Manzanares-Guatén en Añover de Tajo se han encontrado restos de Elephas antiquus
y abundante industria lítica acheliense (Rus et alii, 1993).
Dado que en los niveles más antiguos situados en el sector
del Tajo, por encima del indicado, los niveles arcósicos no
se encuentran muy desarrollados, estos nuevos datos parecen sugerir que los episodios más importantes de erosión
y vaciado de la Depresión Prados-Guatén comenzaron
ya bien entrado el Pleistoceno medio (Rus et alii, 1993).
Este proceso de vaciado tuvo que estar relacionado con el
anómalo episodio de encajamiento (descenso del nivel de
base), que en los valles del Jarama y Tajo, estuvo ligado al
desarrollo de los mencionados escarpes yesíferos.
La zona afectada por los trabajos esta muy próxima
a esta Depresión, más acusadamente en el área entre los
municipios de Torrejón de Velasco y Valdemoro, además
en esta zona también está muy próxima el cerro testigo de
Batallones el cual presenta antecedentes de gran importancia paleontológica. Los elementos más singulares desde
un punto de vista geomorfológico han sido los descritos
ya que la zona presenta materiales miocenos correspondientes a las facies detríticas de borde y detrítico-químicas
intermedias del esquema clásico de relleno de una cuenca
endorreica.
LA CUESTA
Aunque dentro del P.G.O.U. 13 se localizan dos yacimientos, uno prehistórico-protohistórico (La Cuesta) y
otro romano (Camino de Seseña), sólo haremos referencia al más antiguo. A este respecto hay que señalar que la
información que poseemos está incompleta debido a tres
motivos. El primero es la extensión del sitio, que supera
nuestro ámbito de actuación, ya que por lo que hemos
detectado, el yacimiento supera nuestros límites al Norte,
155
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
al Oeste y al Este. El segundo motivo es que al Norte del
sector se ha dejado una zona de reserva arqueológica, que
coincide en el proyecto constructivo con una zona verde,
de la que su única información es lo desbrozado, pero que
nos ha permitido constatar la presencia de numerosas subestructuras y algunos muros, aunque debido a la mecánica
interna de la intervención se excavaron algunas subestructuras que permitieran concretar algunos aspectos del sitio.
El último motivo es que al Suroeste de La Cuesta se ha
tenido que dejar una parte sin desbrozar, aunque su extensión no es muy grande, debido a la profundidad que había
que alcanzar para llegar al nivel arqueológico, superior al
metro ochenta, lo que obligó a dejar esta zona para una
próxima intervención. Lo anterior implica que desconocemos que parte de información nos falta para la comprensión del lugar así como que las conclusiones a las que hemos llegado tengan un fuerte componente especulativo.
Aun con las limitaciones arriba mencionadas, el yacimiento de La Cuesta ocupa una extensión de 15, 17 has.
en el P.G.O.U. 13, de las cuales 4, 01 has. se corresponden
con la reserva arqueológica. En total se han localizado en
superficie 1813 subestructuras, de las cuales 391 se encuentran en la zona verde. De las situadas fuera de la zona
verde hay que señalar que 25 no fueron excavadas ya que
se encontraban en la parte Sur del sitio en una vaguada
pronunciada, sin que se conozca la razón, junto a otras 27
que no dieron ningún tipo de material arqueológico, por lo
que se supuso que las no excavadas darían el mismo resultado. Además, esta vaguada se vio totalmente colmatada
tras dos días de intensa lluvia, lo que imposibilitó, a no ser
que se volviera a desbrozar con máquina, su excavación.
Hay que señalar que el número total de subestructuras
excavadas es algo mayor a las 1397 subestructuras que se
han mencionado. Esto es consecuencia que algunas de las
manchas superficiales que parecían pertenecer a una sola
subestructura resultaron ser dos o más subestructuras.
Espacialmente, la mayor concentración de subestructuras se da en la parte Norte, apreciándose según se
va hacia el Sur, la presencia de vacíos y zonas con pocas
subestructuras junto a algunas concentraciones. De estas
concentraciones destacan por su importancia, tres. La
primera se sitúa en la parte Suroeste y está conformada
por más de trescientas subestructuras, siendo la mayoría
de ellas hoyos de postes. Las otras dos concentraciones se
localizan en la parte Suroriental, a una distancia de 100
metros entre ambas, y están conformadas por un total de,
aproximadamente, 120 subestructuras con una cronología
del Cogotas, pudiendo algunas de ellas situarse en el Protocogotas y otras en el Cogotas Final.
156
Cronológicamente, todas las subestructuras se pueden
situar con seguridad entre el Calcolítico y el Hierro II, con
una presencia, en mayor o menor grado, de todos los periodos históricos. También hay un pequeño grupo de piezas cerámicas que podrían pertenecer al Neolítico Final,
pero hasta que no se realice el estudio en profundidad es
muy arriesgado aseverar esta presencia. Lo que sí se puede
indicar es que no todos los periodos tienen la misma representación. Así, tanto el Campaniforme como el Calcolítico
se presentan en menor medida que los periodos posteriores, sobre todo el primero, del cual se han excavado menos
de diez subestructuras mientras que del segundo hay algo
más de treinta. Hay que indicar que la zona del Calcolítico
se muestra parcialmente afectada por subestructuras del
Bronce Inicial. Esto es común, pues algunos de los materiales que definen el Calcolítico perduran en el tiempo.
El Bronce Medio liso esta presente en la parte Norte y
en el centro del yacimiento, aunque el posterior estudio en
profundidad de las subestructuras de este periodo puede
que modifique su número, ya que muchos de los materiales no permiten definir con exactitud el periodo al que
pertenecen.
Ya se ha señalado la presencia de una fase Protocogotas/Cogotas en la parte Suroriental del sitio y claramente
diferenciada, a excepción de alguna subestructura, del resto de la ocupación.
El periodo Bronce Final/Hierro I está poco representado y parece situarse en la parte más alta de la zona Norte.
Sin duda lo más significativo es la presencia de una cabaña,
de la que solamente quedan los hoyos de poste, de estas
fechas y similar en su forma a las documentadas en el yacimiento de Las Camas en Villaverde (Madrid).
El último periodo documentado es el Hierro II. De
forma genérica se localiza en la parte superior del sitio,
aunque su presencia se puede constatar de forma esporádica por otras zonas del yacimiento, especialmente hacia
el Sureste. Principalmente este periodo está representado
por subestructuras de grandes dimensiones, basureros,
aunque también hay unas subestructuras, a las que hemos
denominado provisionalmente, pozos-silos. Estos últimos
consisten en unas subestructuras profundas, de más de 4,5
metros, y un diámetro de la boca entre 2 y 4 metros, que
en su desarrollo en profundidad muestran en las paredes,
a intervalos regulares, unos acondicionamientos para colocar maderos. Además de lo mencionado, hay que señalar
la presencia de un horno y restos de muros. Estos últimos
consisten en la última hilada de piedras sin ningún tipo de
argamasa entre ellas.
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Aunque no son muy numerosas las subestructuras de
este periodo han permitido apreciar al menos dos fases distintas. La más antigua, quizás en torno al IV-III a.C. estaría
representada por abundantes cerámicas jaspeadas mientras que la fase posterior, aun por determinar sus fechas
pero seguramente próxima al II-I a.C., está representada
casi en exclusividad por las cerámicas indígenas y algún
fragmento de Terra Sigillata, lo que muestra un aumento
de los contactos con el mundo romano.
Por lo que respecta a la función de estas subestructuras,
hay que indicar que a parte de los hoyos de poste ya mencionados, hay silos de almacenamiento de grano y otras
subestructuras que servirían para almacenar otros productos no agrícolas. También son abundantes las cubetas,
cuya correcta interpretación es muy dificultosa debido a
su gran variedad de usos, desde acondicionamientos para
colocar vasijas, pasando por posibles agujeros para postes
y hogares hasta simples lugares de donde se ha extraído
tierra para construir. Junto a todo lo anterior hay fosas; zonas de extracción de arena posteriormente amortizadas;
grandes subestructuras de dif ícil interpretación; fosas de
enterramiento; acondicionamiento para hogares y otras
subestructuras que aún no se han podido concretar debido
a que permiten varias interpretaciones.
La presencia de un gran número de hoyos de poste ha
permitido localizar unas estructuras de hábitat en dos zonas. En la parte Norte del yacimiento una serie de más de
cincuenta hoyos de poste han dado como resultado el contorno, y la parte interior, de una cabaña. En la parte Suroccidental del yacimiento se han localizado más de trescientos hoyos de postes que configuran un espacio, donde se
han erigido estructuras de diversa forma y funcionalidad.
CABAÑA NORTE
A tenor de lo localizado se puede indicar que la planta es
rectangular con la cabecera, situada al Norte, de forma circular. La estructura presenta una orientación Noroeste Sureste,
lo que la permite tener una entrada al resguardo de los vien-
Fig. 2. Fotograf ía aérea de la Cabaña Norte.
157
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 3. Panorámica general de detalle de la Cabaña Norte.
tos dominantes de la zona, sobre una pequeña loma con un
gran control visual sobre la vega del arroyo de las Arboledas,
del que dista 450 metros en su margen izquierda (Fig. 2).
Los hoyos de poste se muestran en el perímetro de dos
en dos, lo que bien puede significar o bien que el grosor
de los maderos hacía necesario poner dos muy cerca o
bien que este espacio sufrió una remodelación, con una
distancia entre ellos que se sitúa entre el metro y medio
y los dos metros (Fig. 3). Estas subestructuras tienen una
forma circular con unos diámetros entre 42 y 56 cm y una
profundidad comprendida entre los 15 cm y 40 cm, aunque excepcionalmente alguno puede llegar a los 60 cm.
Interiormente se muestran en la parte Norte unos hoyos
de poste más anchos que los perimetrales, con unos diámetros entre 65 y 76 cm y una profundidad entre 20 y 40
cm que se pudieron usar para sujetar la techumbre a dos
aguas, mientras que al Sur una serie de hoyos simples parecen cerrar el recinto dejando un porche delante. En su
interior no se han documentado restos de suelos ni ho-
158
gares, lo cual puede bien deberse a las posteriores labores agrícolas que se han realizado en el lugar o bien a que
nunca las tuvo, sea como fuere estas ausencias dificultan
la interpretación funcional de la estructura. A lo anterior
se une, que cómo ocurre en otros lugares con una amplia
ocupación temporal, parte de esta estructura se encuentra afectada por subestructuras de cronología posterior, lo
que parcialmente dificulta su correcta comprensión (Flores Fernández y Sanabria Marcos 2008).
En total, la superficie ocupada por la estructura es de
70 m2, 14 metros de largo por 5 de ancho. Sin tener en
cuenta el porche queda una estructura cubierta de 55 m2.
Las dimensiones de la planta son menores a otras estructuras documentadas, como en los yacimientos de La Guaya
(Ávila) o de Las Camas (Madrid), aunque no cabe duda de
que presenta la misma morfología que las localizadas en
Madrid (Urbina Martínez et alii, 2007b). La localización
de la entrada, en nuestro caso, se encuentra situada al Sur
tras haber cruzado un porche y a resguardo de los vientos
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
predominantes en la zona. Cronológicamente también se
en las que existe una alta concentración de postes distri-
sitúa en el mismo periodo, S. X-VIII a.C., aunque la escasa
buidos sin un orden aparente, lo que no nos permitió individualizar alguna otra estructura.
presencia de restos arqueológicos en el interior de los hoyos de poste pudiera hacer dudosa esta cronología, hay que
señalar que algunos de los materiales se corresponden sin
ninguna duda con la Edad del Hierro I. Además, alrededor
de esta estructura se han localizado otras subestructuras
de esta cronología, lo que delimita un espacio de ocupación claramente diferenciado del resto del yacimiento.
Como anteriormente se ha mencionado, la búsqueda
de paralelos para la correcta interpretación de este edificio
singular nos lleva inmediatamente a pensar en los llamados
longhouses o casas largas que pertenecen a distintas culturas
a lo largo del tiempo. Creemos que el recinto de La Cuesta
está dentro de ésta tradición, por lo que lo interpretamos
como un recinto comunal, bien fuera para almacenar o bien
para dormir, aunque la ausencia de restos de hogares sugiere que el tipo de actividad que se llevó a cabo en su interior
no está directamente relacionada con la habitabilidad sino
más bien con actividades colectivas cotidianas. Aunque,
algunos autores defienden la posibilidad de que se trate de
lugares cultuales, creemos que aceptar esta posibilidad con
los pocos datos que actualmente poseemos es muy arriesgada, pues desconocemos absolutamente todo lo referente al
mundo espiritual de las gentes de este periodo, siendo más
correcto interpretarla como una estructura relacionada con
la necesidad de tener espacios comunales para el desarrollo
social del grupo, bien sea un almacén de los excedentes agrícolas y/o ganaderos o bien tenga relación con la necesidad
de realizar actividades comunales, por ejemplo festividades,
en las que participaba parte, o la totalidad, del grupo y en
las que era necesario un espacio claramente diferenciado y
aislado del resto de las estructuras.
ZONA SUROESTE
Una de las zonas que más interés deparó de toda el área
intervenida del P.G.O.U. 13 se localizó en la zona Suroeste,
donde se documentaron un gran número de agujeros de
poste pertenecientes a una serie de estructuras que muestran, por el tamaño y distribución de las mismas, claras
diferencias en cuanto a su funcionalidad y, consecuentemente, su interpretación.
Durante el proceso de excavación se lograron identificar 17 espacios estructurales distintos, cifra que estamos
seguros variará cuando se complete el estudio de todas las
unidades identificadas, así como el de determinadas zonas
Estamos convencidos de que, del estudio en profundidad de estas áreas, podrá diferenciarse algún espacio más
no identificado en el transcurso de los trabajos de campo
lo que por un lado, nos habla de la complejidad de este tipo
de asentamientos en los que sólo se conservan las huellas
negativas de las estructuras de hábitat y por otro lado, nos
plantea la dif ícil tarea de saber si estas estructuras fueron
realizadas mayoritariamente, de forma coetánea o no, pues
su interpretación dependerá mucho de esta variable.
A pesar de reconocer la dificultad del planteamiento
anterior, creemos que las estructuras identificadas en esta
zona del yacimiento responden a un mismo momento de
ocupación; esto, no impide que alguna estructura sufriera
remodelaciones, reparaciones o replanteamientos en su
distribución inicial, lo cual podría dar explicación a alguna de esas áreas en las que la densidad de estructuras de
poste es mayor. Un dato que valoramos en este sentido, es
que las distintas estructuras se encuentran bastante distanciadas las unas de las otras con espacios de separación
bastante amplios entre ellas, lo cual sería un argumento en
favor de su coetaneidad.
Una de las estructuras de mayor tamaño de cuantas se
identificaron, es la correspondiente al denominado ámbito
2. De forma alargada, con tendencia elíptica, se define un
espacio conformado por una doble línea de postes de los
que, creemos, la línea exterior podría cumplir la función
de para vientos, además de servir de elemento de sustentación para dar mayor consistencia y refuerzo al armazón
central formado por la línea interior de postes. Con la misma orientación que la Cabaña Norte, Noroeste Sureste, la
cabecera se localizaría al Norte y la entrada se hallaría al
Sur. Esta disposición refleja claramente una doble intencionalidad en su alzado; por un lado, la cabecera orientada
hacia el Norte serviría para frenar los predominantes vientos procedentes de esa latitud, y por otro lado, la puerta al
Sur permitiría aprovechar durante el mayor tiempo posible la luz del día (Fig. 4a y 4b).
Con una doble cabecera absidal, los postes parecen conformarse dos a dos en todo el perímetro de la estructura,
creando un espacio en el interior completamente diáfano
en el que sólo se levantó un poste central UE. 14730 ligeramente desplazado hacia un lado. La planta de la estructura
presenta unas dimensiones totales de algo más de diez metros de longitud, y más de seis metros y medio de ancho.
La entrada creemos situarla al Sureste, donde dos grandes
159
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 4a Fotograf ía del ámbito 2.
Fig. 4b. Plano del ámbito 2.
160
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
agujeros de poste de 50 cm de diámetro por 51 cm de pro-
subterráneas destinadas a esta función en toda esta área
fundidad UE. 10520, y de 40 cm de diámetro y 31 cm de
de estructuras levantadas sobre postes. Esta propuesta
profundidad UE. 10500 respectivamente, dan paso a un es-
permitiría interpretar este tipo de estructura como lugar
pacio interior perfectamente transitable donde no se cons-
de habitación.
tataron suelos ni hogares. Estimamos en aproximadamente
unos 36 m2 la superficie útil de este espacio interior.
Sabemos que todas las actividades relacionadas con el
fuego se realizaban en el exterior de las distintas estructu-
Por otro lado, valoramos la posibilidad de que el espacio
ras. Salvo un sólo caso, los restos de las diez estructuras
comprendido entre las dos líneas de postes que configuran
de hogares localizadas siempre aparecen en el exterior. La
la estructura se hubiera empleado como lugar de almace-
mayoría de las veces, los hogares aparecen asociados a una
naje; el pasillo resultante con unas dimensiones bastante
u otra estructura, son raros los ejemplos en los que se en-
regulares de 1,30-1,40 metros de ancho así parece sugerir-
cuentran aislados. Todos ellos parecen haberse destinado a
lo. De esta manera, no sólo podría servir para almacenar
actividades de carácter doméstico, puesto que, en ninguno
alimento en los grandes recipientes cerámicos destinados
de los casos documentados se recogieron pruebas de tra-
a tal fin, sino también, para guardar los distintos utensilios
bajos metalúrgicos.
agrícolas utilizados en las labores del campo, el forraje de
Siempre se repite el mismo patrón constructivo. Se ex-
los animales,… incluso, sugiere la posibilidad de espacio
cava una fosa de forma ovalada en torno a los 10-20 cm de
para estabular ganado. El uso de estos espacios para el al-
profundidad y un tamaño medio de 1,5 de largo por un 1
macenamiento, unido al hecho de haberse documentado
metro de ancho, en cuya parte central se asienta el hogar;
en otras áreas del poblado algunas estructuras formadas
tal vez, el hecho de que se encuentren en el interior de una
por tres postes dispuestos en forma triangular, que po-
estructura excavada en el suelo es simplemente a modo de
drían ser interpretados como lugares de almacenamiento
protección. Por norma general, presentan una base o placa
aéreo, tipo hórreo, explicaría la ausencia de estructuras
de barro cocido endurecida por la propia acción del fuego,
Fig. 5. Hogar UE. 12480: base de barro cocido endurecido.
161
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 6a. Fotograf ía del hogar UE. 9690 del ámbito 7.
Fig. 6b. Plano del hogar UE. 9690 del ámbito 7.
162
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
aunque en ocasiones bajo ésta se extienden auténticas soleras realizadas con fragmentos de cerámica. En algunos
casos, se conservaron alrededor de los hogares las piedras
que evitarían la propagación del fuego hacia zonas colindantes. (Fig. 5).
Existe un sólo caso en el que el hogar UE. 9690 (Fig. 6a
y 6b) aparece en el interior de una estructura (localizado en
el denominado ámbito 7), siendo ésta la de mayor dimensión de cuantas identificamos en toda esta zona Suroeste del
P.G.O.U. De forma igualmente ovalada, su tamaño es superior a cualquiera de los hogares de similares características
documentados, ya que alcanza unas dimensiones de 2,35
metros de largo por 1 metro de ancho, estando excavado a 25
cm de profundidad. Se trata de una estructura más compleja
que el resto de las documentadas. Una de sus diferencias la
encontramos en el material empleado en su construcción.
La piedra constituye el elemento esencial, se utiliza predominantemente caliza, materia abundante y muy accesible
en las proximidades, aunque también se reaprovechan los
restos de varios fragmentos de molino de granito.
No tenemos un sólo indicio que nos permita hablar
sobre la interpretación de esta estructura como un horno de fundición de metal o de producción cerámica, no
se encontraron evidencias de ninguna de ambas prácticas;
por el contrario, creemos que su uso estuvo destinado a la
preparación y elaboración de alimento. El espacio en el in-
caliza trabajada en una de sus caras, que es la que termina
de configurar los dos espacios antes mencionados. A partir
de las dos piedras que hacen las veces de pared se van conformando las dos áreas de trabajo con otras piedras también de gran tamaño, en algún caso, trabajadas por la cara
interna, que se adosan a las paredes de la fosa; todas ellas
muestran signos evidentes de su contacto con el fuego. En
una de estas dos zonas, aparecieron in situ tres cazuelas
carenadas de cerámica completas. La pared conserva los
restos de un revoco de arcilla finamente decantada por la
rubefacción en algunas zonas.
Alrededor de la fosa excavada, se documentaron varios
agujeros de poste UE. 13320, 9640, 9680 y 8290 que probablemente se encuentren relacionados con el hogar. No
son postes de sustentación de la techumbre, por el contrario creemos que pudieron formar parte de un sistema
de cubrición destinado a preservar la estancia principal de
cualquier accidente provocado por el fuego, o incluso, pudieran haberse utilizado en alguna actividad relacionada
con el fuego, como por ejemplo, ahumar alimento.
Mencionado anteriormente, son varios los ejemplos
documentados en esta zona de un tipo de estructura de re-
terior de la fosa parece presentar dos áreas claramente diferenciadas. Una zona de trabajo en la que se conservaron
los restos de una estructura realizada en piedra que podría
haber funcionado a modo de parrilla, y otra, más meridional, en la que consideramos se realizaron actividades de
mantenimiento del hogar, ya fueran de limpieza retirando
la ceniza generada en la combustión, o de acopio de la leña
que posteriormente se emplearía para avivar el fuego, en
definitiva, un espacio auxiliar directamente relacionado
con la actividad principal.
La parrilla funcionaría de la siguiente manera: sobre
una base irregular de piedras de caliza de pequeño tamaño,
quemadas por su exposición al fuego, probablemente debió de existir una capa no conservada de arcilla endurecida, sobre la que directamente se mantendría el fuego. Con
piedras también de caliza, pero de un tamaño mayor a las
que forman la base, se crearon dos espacios “cámaras” de
trabajo casi simétricos (0,35 cm de ancho el de la izquierda
y 0,31 cm el de la derecha). Sobre la pared de la fosa, se
apoyan dos piedras, una caliza completamente irregular y
una de granito reaprovechada perfectamente regularizada;
a su vez, transversalmente a éstas, se dispone otra piedra
Fig. 7. Cabazo de ramas de madera entretejidas (Taboada, Lugo) (extraído de la obra de Carlos Flores, 1973).
163
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 8. Ámbito 3: agujeros de poste de estructura de almacenamiento aéreo.
ducidas dimensiones que se caracteriza por presentar exclusivamente tres postes. Ya planteamos su consideración
como estructuras aéreas de almacenamiento o graneros;
en este sentido, pudiera encontrar sus mejores paralelos
en un tipo de construcción tradicional que todavía hoy se
conserva en zonas de Galicia y del occidente de Asturias
y que se conocen con el nombre de cabazo o cabaceiro;
hórreos entretejidos de ramas o varas de madera con otras
vegetales, de planta circular los cabazos, o rectangular,
más típico de los cabaceiros, se levantan generalmente sobre cuatro postes de madera o bloques de piedra, pes dereitos, que los aíslan del suelo. Los cabazos se caracterizan
por poseer una cámara cilíndrica o de forma troncocónica
invertida, con unas dimensiones que pueden variar de 1,30
a 1,50 metros de diámetro, y altura también variable. Las
cubiertas están hechas de paja de centeno y tienen forma
cónica. El acceso al interior se realiza desde el tejado para
dejar la cosecha, y se vacía por una portilla colocada en la
parte baja del cuerpo (García Flórez 1993) (Fig. 7).
Hasta el momento, tenemos identificadas con claridad
seis estructuras que tipológicamente pudieran haber cumplido esta función. No se distribuyen aleatoriamente por
164
el poblado, sino que en la mayoría de los casos se encuentran asociadas a alguna estructura mayor. Es el caso del
denominado ámbito 3, UE. 14310, 14320 y 14330 (Fig. 8),
el cual se encuentra separado apenas 50 cm del ámbito 7,
por lo que resulta coherente considerarlo la despensa de
grano del grupo que ocupaba esa vivienda. Sus dimensiones suelen ser siempre bastante regulares: UE. 14310, 42
cm de diámetro y 31 cm de profundidad; UE. 14320, 42 cm
de diámetro y 30 cm de profundidad; y UE. 14330, 38 cm
de diámetro y 21 cm de profundidad, con una separación
entre poste que oscila entre el 1,10 y 1,30 m. Igualmente,
creemos que, no sólo podrían haberse empleado de esta
manera, su uso en actividades relacionadas con el trabajo
de la piel, la elaboración de alimento,, … nos parece perfectamente factible.
Un tipo de estructura distinta es la que encontramos
en el ámbito 1, un espacio de planta semicircular con un
único agujero de poste central UE. 10220 y cinco perimetrales, UE. 10200, 10240, 10250, 10230 y 10210, que conforman un espacio interior de poco más de 6 m2 (Fig. 9a y
9b), en cuyo interior no se conservaron restos de hogares
ni suelos de uso. La entrada parece situarse al Noroeste
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 9a. Fotograf ía del ámbito 1.
Fig. 9b. Plano del ámbito 1.
165
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
UE. 10210 y 10200, y a pesar de no poseer evidencias en tal
sentido, la estructura exterior de forma ovalada que se encuentra de frente a la puerta, pensamos pudiera ser el hogar de esta pequeña unidad por presentar idéntica forma
y medidas a otros hogares documentados. Sus reducidas
dimensiones, sobre todo si lo comparamos con la estructura que representa el ámbito 2, podría hacernos pensar en
cualquier otra interpretación para la misma que no fuera
la de habitación; pero sea más o menos acertada la anterior consideración, un espacio superior a los seis metros
cuadrados es lo suficientemente amplio para albergar un
pequeño grupo familiar en su interior.
CONSIDERACIONES FINALES
Dado el estado inicial en el que se encuentra el estudio del yacimiento de La Cuesta, juzgamos más oportuno
realizar algunas reflexiones generales, a la espera de poder
contar con más información de cara a la interpretación
global del asentamiento.
Son dos las zonas del P.G.O.U. 13 en las que creemos
poder asignar ciertas estructuras a momentos cronológicos de finales de la Edad del Bronce e inicios del Hierro I.
La más clara evidencia, la encontramos en una estructura de grandes dimensiones, de planta rectangular y cabecera absidal, levantada con postes de madera; se trata de
un tipo de construcción cuya aparición en el registro arqueológico peninsular comienza a ser más frecuente de lo
que en un principio podría sospecharse. Grandes edificios
de estas características eran conocidos desde hace mucho
tiempo en algunas zonas de Europa (Kristiansen 2001) (ver,
Agustí García et alii, 2007b: 18-21; Blasco Bosqued 2007:
77; Urbina Martínez et alii, 2007b: 167-169), lo extraño era
su completa ausencia en el panorama peninsular. Es cierto
que en contextos vinculados con los campos de hoyos del
mundo de Cogotas I en la Meseta, se conocía el caso del
Teso del Cuerno, (La Forfoleda, Salamanca) (Martín Benito
y Jiménez González 1988-1989), una cabaña de similares
características a las aludidas, pero poco referenciada en
la bibliograf ía. En los últimos años asistimos con enorme
sorpresa a la aparición de “casas largas” en zonas geográficas tan distintas como las provincias de Ávila y Madrid,
en unas fechas que parecen situarse en torno al cambio del
primer milenio a.C.. Los casos de La Guaya, (Berrocalejo de Aragona, Ávila) (Misiego Tejada et alii, 2005) y Las
Camas, (Villaverde, Madrid) (Agustí García et alii, 2005;
2007a; 2007b; 2007c; Urbina et alii, 2007a; 2007b), supo-
166
nen una ruptura radical con la concepción tradicional de
análisis de los grupos asentados en el interior peninsular
hacia el primer milenio a.C..
En el área madrileña, este tipo de estructuras han dejado de ser algo excepcional, la excavada en La Cuesta
(Torrejón de Velasco, Madrid), representa la tercera de
estas características que se localiza. Conocidas las dos del
asentamiento de Las Camas, la excavada en Torrejón sería
similar en cuanto a tipología a la de mayores dimensiones
de aquéllas; compartiría con ella la planta rectangular de
los laterales y la forma acabada en ábside de la cabecera;
así como también un espacio interpretado como distribuidor o separador de espacios, o porche delantero de acceso
al edificio. Por el contrario, la que nos ocupa, posee una
doble línea de postes en ambos laterales que la hace más
parecida a las documentadas en el poblado avileño de La
Guaya (Flores Fernández y Sanabria Marcos 2008).
Estamos a la espera de poder confirmar con dataciones
radiocarbónicas nuestras primeras valoraciones. Por otro
lado, la cerámica recuperada permite inicialmente situar
sin demasiados problemas la denominada Cabaña Norte
de La Cuesta, en ese momento de transición del Bronce
Final al Hierro I (Fig. 10-11).
Más dificultades de análisis, aunque los resultados son
más espectaculares, ofrece la zona localizada al Suroeste
del área intervenida. Las dimensiones de la zona excavada, algo más de 1ha., y los numerosos espacios identificados, permite plantear la hipótesis de encontrarnos ante un
auténtico poblado de cabañas construidas con postes de
madera, perfectamente articulado y organizado en espacios de mayor o menor tamaño que denotan la diferente
funcionalidad de los distintos núcleos que conformaban
un hábitat de estas características. Parece que entorno a
tres grandes estructuras que a priori interpretamos de habitación, se configuran el resto de espacios. Las distintas
estructuras parecen diseñar así un entramado de espacios
vacíos transitables, que reflejan una cuidada organización
interna del espacio. Todo ello, unido a la variabilidad tipológica de las distintas estructuras localizadas, nos hace
pensar en su coetaneidad.
En cuanto al momento en el que se realizaron, valoramos la idea de si no una cronología similar a la propuesta
para la Cabaña Norte, o tal vez, una fecha un poco más
elevada. A estas alturas de estudio, sin dataciones absolutas, son pocos más los datos que manejamos; a este respecto, un dato que sí ofrece algo de claridad, son los escasos
restos cerámicos obtenidos, fundamentalmente, éstos proceden del hogar excavado en el interior de ámbito 2 (Fig.
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 10. Cerámicas de Bronce Final/ Hierro I (Dibujos, Miguel Ángel Díaz Moreno).
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LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
Fig. 11. Cerámicas de Bronce Final/Hierro I (Dibujos, Miguel Ángel Díaz Moreno).
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LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
6b), donde se recuperaron in situ completas tres cazuelas
carenadas, dos de perfil y carena alta de unos 20 cm de
diámetro, y un pequeño vaso de unos 10 cms, que parecen
situarnos en un momento no bien determinado de finales
de la Edad del Bronce.
Son muchas las interrogantes que aún nos quedan por
resolver. En este sentido, es todavía prematuro aventurar
interpretaciones de conjunto, mucho más, si tratamos de
vincular la Cabaña Norte con el poblado de cabañas de la
zona Suroeste. De lo que sí estamos convencidos, es de que
estamos ante un excepcional asentamiento que, sin duda
alguna, ofrecerá nuevos e interesantes datos para seguir
avanzando en el conocimiento de las sociedades que poblaron suelo madrileño en el tránsito del II al I milenio a.C..
NOTAS
1
Informe Geológico de la Unidad de Ejecucicón U.E. 9 de Torrejón
de Velasco (Madrid) (2008), realizado por Cristóbal Rubio Millán
(Empresa Paleoymas).
AGRADECIMIENTOS
Quisiéramos expresar nuestro agradecimiento a los organizadores de este Simposio, Martín Almagro Gorbea, Dionisio Urbina Martínez y Jorge Morín de Pablos, por invitarnos a presentar
los primeros avances de nuestra intervención. Dionisio Urbina
y Catalina Urquijo, siempre generosos, compartieron con nosotros los resultados de sus trabajos. El duro trabajo de campo no
hubiera sido posible sin la implicación de muchos compañeros,
a todos ellos gracias. Por último, agradecer a Inmaculada Rus,
técnico del Servicio de Arqueología de la Dirección General de
Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, su constante
apoyo e interesantes indicaciones, estimulándonos a profundizar
sobre muchos de los aspectos mencionados en este artículo.
169
LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO
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171
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS,
YUNCLER (TOLEDO):
UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Dionisio Urbina y Catalina Urquijo
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 15-03-2009
Aceptado: 25-03-2009
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
THE ARCHAEOLOGICAL SETTLEMENT OF “LAS LUNAS”, YUNCLER (TOLEDO): A HUT SETTLEMENT
D. Urbina y C. Urquijo
d.urbina@yahoo.com y c.urquijoalvarez@yahoo.es
PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Primera Edad del Hierro, Poblado de cabañas, Gestión arqueológica.
KEYS WORDS: Late Bronze, First Iron Age, Hut settlement, Archaeological management.
RESUMEN:
El yacimiento de Las Lunas ha estado a punto de ser destruido por un equipo arqueológico escasamente formado que no
fue capaz de detectar los restos del primer asentamiento en el lugar, y sólo una feliz circunstancia ha hecho que puedan
salvarse en parte los restos del poblado. Las Lunas ofrece una nueva visión del Bronce Final y el comienzo de la Edad del
Hierro totalmente desconocida hasta ahora, ya que avala la existencia de grandes poblados de hasta 10 Has de extensión
con complejas arquitecturas de cabañas de diferentes tamaños. Las Lunas abre asimismo una puerta a la interpretación del
complejo mundo simbólico de este periodo, a la par que confirma el gran desarrollo al que habían llegado la agricultura y la
ganadería en estos momentos
ABSTRACT:
The settlement of Las Lunas has been close to being destroyed by an archaeological team scarcely formed that was not
capable to detect the evidences of the first settlement, and only a happy circumstance has made possible that part of
those archaeological evidences of settlement could be saved. Las Lunas offers a new vision of the Final Bronze and the
beginning of the Iron Age completely unknown until now, since it confirms the existence of large populated areas till 10Has
of extension with complex architectures of different sizes huts. Las Lunas likewise opens a door to the interpretation of the
complex symbolic world of this period, and confirms the great development of the agriculture and the stockbreeding at this
moment.
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER
(TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
D. Urbina y C. Urquijo
PRÓLOGO
datos; algo que sin duda añade altas dosis de cientifismo
a la disciplina (o aunque sólo fuera por el hecho de que
A comienzos de abril del presente año (2008) dio comienzo la excavación que dirigimos en Las Lunas, cuyo
objetivo (de acuerdo a los resultados obtenido por un equipo de arqueólogos que venía realizando distintas actuaciones en el lugar desde 2003, entre las que se encontraba una
excavación de 6 meses en 2007), era el de finalizar la documentación arqueológica de un yacimiento rural romano
de “escasa” entidad. La sorpresa llegó el segundo día de excavación al descubrir que parte de las estructuras de barro
quemado que se habían dejado en resalte e interpretado
como romanas, eran en realidad las capas superiores de
hogares construidos con fragmentos de cerámicas a mano
pertenecientes al Bronce Final/Hierro I. Naturalmente,
este hecho nos llevó a replantearnos por completo la metodología y los objetivos de la excavación y a realizar unas
valoraciones muy diferentes del enclave.
cuatro ojos ven más que dos); no parte de ningún criterio metodológico, se trata lisa y llanamente de una práctica estrictamente comercial. Como tantas otras cosas, la
arqueología se guía hoy por criterios de libre mercado; el
arqueólogo ha entrado de lleno en las leyes de la oferta y
la demanda, la maximización de los beneficios, la fidelidad a los clientes, las “ofertas económicas competitivas”,
etc. Aunque no este el lugar para realizar una profunda
reflexión sobre los derroteros por los que deriva hoy la arqueología, habría que encontrar pronto una ocasión para
hacerlo, ya que las líneas que siguen son causa y un buen
ejemplo de tales caminos.
Al tratarse de una actividad eminentemente práctica,
la arqueología de campo debería guiarse por la confrontación permanente de los métodos empleados y los resultados obtenidos, algo así como la medicina, por ejemplo;
Hace unos años era impensable una situación como
esta, sin embargo hoy es relativamente frecuente que más
de un director o más de un equipo arqueológico excaven
en el mismo yacimiento en un cortísimo período de tiempo. Esta circunstancia que podemos considerar como muy
saludable ya que aporta unos baremos de contrastación del
trabajo de campo, y por ende la posibilidad de realizar una
sin embargo, nada hay más alejado de la realidad y en el
crítica constructiva del propio proceso de obtención de
y regulares futbolistas, pero se da por sentado que los ar-
fondo pocas veces se ralizan, critical approach to fieldwork
(Lucas, 2001). Estamos sin duda ante uno de los temas
tabú de nuestra disciplina. Existe una especie de “pacto de
caballeros” que impide la crítica del trabajo de campo realizado por cualquier otro colega. Todo el mundo sabe que
hay buenos y menos buenos cirujanos, como hay buenos
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
queólogos de campo son todos buenos. El asunto es peor
aún, ya que el buen arqueólogo sería aquel que y mejor documentara un yacimiento, lo cual en principio va en contra
de los intereses del pagador de la intervención arqueológica que es quien realiza la obra civil y al cual el Patrimo-
restos bajo los golpes del pico, la piqueta o el palustrín,
sino bajo los dientes o la cuchilla de las máquinas mixtas
de 1 o 1,5 m o las retros de 2 o 1,2 m.
Nos enfrentamos, por tanto, a una disciplina en la que
la habilidad de los excavadores de campo se presupone;
nio en principio sólo le supone un perjuicio o gravamen,
aunque no existan lugares en donde los arqueólogos se
mayor en la medida en la que más restos arqueológicos se
formen ni sea bien visto criticar (crítica positiva, crítica
detecten, de modo que la contradicción se corta como el
creativa, se entiende) el trabajo de nadie. No obstante, la
nudo de Gordio negando explícitamente la existencia de
arqueología de campo exige grandes dosis de destreza y
difererencias entre arqueólogos de campo.
responsabilidad. Desde los días en que éramos estudiantes
La arqueología se ve así privada de un enjuiciamiento
nos han repetido hasta la saciedad (y con razón) que un
crítico de la base de la que derivan todos sus conocimien-
yacimiento sólo puede excavarse una vez, que toda excava-
tos: la práctica de campo. Paradójicamente o contradic-
ción arqueológica es irreversible, que excavar mal es sinó-
ción sobre contradicción, ésta, la práctica de campo, no
nimo de destrucción: una excavación mal hecha destruye
se enseña en las universidades españolas, y si se hace lo
para siempre los restos enterrados, es como “...quemar las
es a muy pequeña escala, y desde luego jamás se enseña la
páginas del único ejemplar existente de un libro, inmedia-
práctica de campo de la arqueología moderna que brega
tamente después de su lectura”. (Carandini, 1997:18).
constantemente con el desmonte de la cobertura vegetal
Decíamos que este excursus no es gratuito, viene a co-
de grandes superficies con excavadoras armadas de cazos
lación de la triste experiencia sufrida en el yacimiento de
de limpieza, sondeos mecánicos, seguimientos de movi-
Las Lunas. El desarrollo del proyecto de construcción con-
mientos de tierra, etc.; pues no se trata ya de descubrir los
cebía la alteración de unas 6 ha de terreno sobre las que el
Fig 1. Derecha, Área de actuación dejada en resalte.
176
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 1. Izquierda, destrucción parcial del yacimiento.
equipo anterior realizó una prospección integral a fin de
evaluar el impacto de la obra civil sobre los restos arqueológicos. De acuerdo a los resultados de esa prospección se
propuso la liberación de casi 5 de las 6 Has afectadas por
el proyecto constructivo, sujetas tan sólo al seguimiento
arqueológico de los movimientos de tierra, dejando el resto de la superficie para excavar manualmente. Una vez rebajados en potencias medias de 3 m los terrenos liberados
y realizados los viales del polígono industrial en cuestión,
quedó una superficie en resalte sobre la que se realizó la
actuación arqueológica. Cuando el equipo que dirigimos
llegó al lugar, más de la mitad de esa superficie se hallaba
parcialmente excavada, habiendo llegado a niveles estériles
en distintos puntos de la misma, documentando tan sólo un
asentamiento romano, y existía una propuesta de desmonte
mecánico vigilado de la parte restante. (Fig. 1 Izq. y Dcha.)
Existen numerosos indicios para considerar que el yacimiento se extendía también por las casi 5 Ha que se permitió destruir con excavadoras, pues los restos arqueológicos
aparecían cortados sobre los taludes de la superficie dejada
en resalte, además se documentaban asimismo restos arqueológicos romanos y del Bronce Final sobre un testigo
dejado en medio de la superficie desmontada sobre el que
se elevaba un torreta eléctrica, también se comprueba la
existencia de restos arqueológicos similares al otro lado de
los viales, en superficies no afectadas por el proyecto constructivo (afortunadamente) y, finalmente, en la fotograf ía
aérea quedan reflejadas claramente las marcas que delimitan un yacimiento de unas 12-14 ha que confirman todos
los indicios anteriores.
Esto significa en la práctica que se han destruido 5 ha
de un yacimiento cuya riqueza e interés arqueológico es
inmensa. Sin el concurso de un segundo equipo arqueológico (nosotros en este caso), nada de lo que exponemos a
continuación existiría, ni los más de 100 hogares excavados, ni el depósito excepcional de bronce del Bronce Final, ni los 2000 hoyos documentados que conforman un
conjunto de estructuras casi sin igual en toda la Península,
ni las cerámicas pintadas, incisas, a la almagra, decoradas
con flor de loto, ni los enterramientos rituales de animales,
etc., etc., etc. En definitiva no podríamos seguir escribiendo sobre este lugar. (Fig 2)
Aquí han fallado todos los recursos de que disponemos
para la protección del patrimonio arqueológico, han fallado
los profesionales y han fallado los sistemas de vigilancia y
control de la Administración. ¿Es este caso único?, ¿existía
alguna duda sobre la calidad del trabajo de campo del equipo
que lo realizó? ¡Obviamente no, pues en otro caso no se les
habría dado permiso para excavar!, ¿no? ¿Entonces? ...
177
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 2. Vista del conjunto del yacimiento con las áreas destruidas y la zona de actuación sobre fotograf ía aérea de los años 90. SIG Oleícola.
178
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 3. Alrededores del yacimiento con hipótesis sobre las zonas encharcadas sobre fotograf ía aérea de los años 90. SIG Oleícola.
179
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS
Cómo dejamos dicho, el yacimiento ha dejado una
“huella” en el paisaje que se esparce por lo menos 12 ha
de terreno, sin duda este hecho es ya en sí mismo de gran
excepcionalidad, pues al presente la idea de la extensión
de los yacimientos del Bronce Final/Hierro I en la comarca
es la de pequeños asentamientos incluso de carácter estacional (Blasco 2007; Blasco et alii, 1991; López Covacho
et alii, 2001; Martín y Vírseda, 2005 y Muñoz y Ortega,
1996), con algunas excepciones como la de Ecce Homo
(Almagro y Fernández-Galiano, 1980) en donde la extensión del cerro se acerca a las 5 ha.
Además de ello, el yacimiento de Las Lunas se halla
muy próximo al menos a otros dos asentamientos de la
misma época, como es el caso de San Antón, apenas 1 km
al Sureste de Las Lunas, en donde se realizó una intervención aún no publicada, y Cerro Cuquillo a 2 km al oeste, en
donde se continúan realizando excavaciones arqueológicas (ver comunicación en este volumen).
Pero sin duda son los propios hallazgos de Las Lunas
los que poseen un carácter excepcional en sí mismos, no el
sentido que pongan de manifiesto una realidad que debió
ser única o se trate de un yacimiento especial como tal,
sino porque los hallazgos en él realizados son susceptibles
de cambiar radicalmente nuestras concepciones sobre este
período prehistórico. (Fig 3)
El paisaje en los alrededores de los pueblos de Villaluenga y Yuncler de la Sagra, han sufrido unas tremendas
alteraciones antrópicas en los últimos años, de modo que
para reconstruirlo es necesario utilizar fotograf ías aéreas
de hace más de una década. El yacimiento se sitúa sobre
unos terrenos alomados. Al sur de Las Lunas debió existir una laguna alimentada por los cauces de los arroyos de
Tocenaque y Solana de Valhondo. Debía tratarse de una laguna alargada en sentido este-oeste alimentada más al este
por el arroyo de la Fuente de San Pedro. Topónimos como
Lagunillas y Prado de Las Lunas hablan de los humedales
existentes al mediodía del yacimiento, humedales que se
pueden reconstruir parcialmente gracias a la vegetación
actual, entre las que destaca como indicador de zonas encharcadas los restos de cañas y carrizos. Siguiendo estas
marcas, la laguna se extendería al sur y el este-noreste del
yacimiento de Las Lunas.
Con estas indicaciones se puede comenzar a entender
el lugar privilegiado en el que se emplazó el asentamiento:
en un entorno lagunar con abundancia de agua y de recursos de pesca y caza de aves de los que han quedado indicios
en el registro arqueológico, así como de abundantes pra-
180
dos para el ganado y a su vez próximo a tierras de cultivo,
sin contar con la madera de los árboles que debieron crecer en abundancia en los alrededores. Los terrenos están
formados por arenas mezcladas con arcillas marrones y
gredas verdosas que afloran en lentejones, constituyendo
suelos blandos2 .
ENTRAMADO URBANO: CABAÑAS
El yacimiento estuvo ocupado durante un largo
período de tiempo a juzgar por los 40-50 cm de potencia
de los sedimentos acumulados. Diversos materiales hablan
asimismo de la larga pervivencia del sitio, como es el caso
de las cerámicas, entre las que se encuentran ejemplares
característicos del Bronce Final, como las cazuelitas bruñidas
o las de frisos incisos sobre la carena, hasta los tipos que
podemos considerar más modernos como las pintadas
postcocción, especialmente aquellas de motivos en amarillo
sobre fondo rojo (Werner Ellering, 1990), los cuencos
troncocónicos con apéndice característicos de necrópolis
del Primer Hierro (González Simancas, 1933; González
Prats, 1983; Penedo et alii, 2001) o el fragmento decorado
con flor de loto. Entre los elementos metálicos también
puede establecerse una seriación cronológica similar, pues
junto al depósito de hachas y las agujas de cabez abultada,
característicos de momentos del bronce final, aparecen
otros elementos más modernos como la pequeña pulsera
del sector C5, con paralelos en necrópolis como la de Arroyo
Culebro (Penedo et alii, 2001). (Fig 4 -Fig 5)
Sin duda, el aspecto más impresionante del yacimiento
es la abundancia y complejidad de las estructuras documentadas. A pesar de que el equipo arqueológico anterior
y los propios restos romanos alteraron buena parte de la
superficie excavada, impidiéndonos extraer una visión de
conjunto de toda el área, los retos de estructuras de habitación documentados, conforman un denso y complejo entramado de huellas de agujeros de postes y pequeñas zanjas, de entre los cuales hemos podido diferenciar al menos
una docena de cabañas cuyas superficies oscilan de los 20
a los 80 m2.
Se han podido diferenciar dos momentos que se
corresponde con dos sistemas constructivos diferentes.
Estratigráficamente los más antiguos son cabañas o
estructuras de habitación que se definen por pequeñas
zanjas de apenas 10 cm de ancho y una profundidad de 5
a 15 cm La tendencia de las plantas es circular u ovalada,
de tamaños entre 20 y 40 m2, aunque existe algún ejemplo
mayor de cabaña larga absidada.
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 4. Primer estadio constructivo. Planta de cabaña en sector B5.
Fig 5. Primer estadio constructivo. Cabaña absidada en sector I9.
181
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Características del otro momento constructivo son las
estructuras definidas por agujeros de poste de los que se han
hallado casi dos millares. Ha sido posible definir tres de estas
cabañas con superficies entre 35 y 50 m2 con disposiciones
similares. En estos casos, la cabaña se orienta al este, la
entrada está formada por dos agujeros múltiples en cada
uno de los cuales quedan las huellas de dos o tres postes
redondos, separados por un espacio de 1-1,2 m de ancho. La
planta es ovalada, con agujeros de poste de hasta 70 cm de
profundidad y diámetros que oscilan de 25 a 40 cm. No es
raro encontrar algún agujero doble, con la clara impronta de
dos postes redondos juntos. También existe un ejemplo de
agujero que en su parte superior tiene un diámetro de 45 cm
y en la inferior se estrecha hasta los 20 cm de diámetro.
La cabaña del sector B4 además de delimitarse por
agujeros de poste triples en los dos hoyos que conforman
la entrada y dobles en los laterales centrales, posee sendas
pequeñas zanjas en las que se marcan numerosas huellas de
agujeros de poste de pequeño tamaño a cortos intervalos
al exterior de los bordes laterales de la estructura.
Disposiciones similares se hallan en el mundo anglosajón
en cabañas donde los agujeros de poste mayores son los que
sujetan la estructura y los postes laterales más pequeños
Fig 6. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector E8.
182
aparecen incluso a veces embutidos dentro de un pequeño
tabique de tierra, sujetando al exterior la techumbre que
llega casi hasta el suelo. (Fig 6 -Fig 7- Fig 8)
El análisis de las numerosas zanjas y agujeros de
poste no ha hecho aún más que comenzar, por ello sólo
podemos adelantar que varias de las estructuras están
relacionadas formando distintas dependencias de un
mismo ámbito, tal vez familiar como la cabaña ovalada y
la de sección cuadrangular de la fig 4. Del mismo modo
se documentaron además estructuras tanto de postes
como de zanjas que no pueden corresponder a cabañas en
sentido estricto, como es el caso de la estancia circular en
el sector B5 bajo la cabaña de agujeros de poste. Se trata de
un círculo de 3,5 m de diámetro que se halla casi adosado
a otra zanja que sugiere la forma de uno de los laterales
de la cabaña larga absidada del sector I9. Asociaciones
del mismo tipo parecen repetirse en los sectores A23 y B2
donde se documenta otra cabaña larga de fondo absidado
(orientada como todas a la salida del sol, dato a tener en
cuanta para análisis futuros) y en uno de sus laterales,
cerca de la entrada otra circular, en este caso de unos 4,5
m de diámetro. (Fig 9)
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 7. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector B4.
Fig 8. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector D2.
183
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 9. Estructuras de habitación en el sector N.W. Posible área de actividad metalúrgica.
Hay muchísimas más evidencias que no conforman
necesariamente cabañas, como agujeros de poste y zanjas
de tendencia circular en torno a hogares que parecen
delimitar. Especialmente curiosa es la concentración de
agujeros en el sector A2, sin que haya podido delimitar una
clara estructura de habitación, que sin duda debió haber,
ya que en uno de los hoyos (si bien de forma sensiblemente
diferente al resto pues es menos profundo y de planta
alargada con un extremo más ancho que el otro) apareció
el esqueleto de un bebé de pocos meses. (Fig 10)
Sea como fuere estos hoyos estaban tapados por una
capa de grosor variable de restos de barro quemado y
escorias, la mayoría sin restos de fundición aunque entre
ellas aparecieron fragmentos de un cono de fundición de
bronce3. Ocupa esta superficie desigual con abundantes
restos de escorias dos manchas de más de 60 m2, Junto
a ellas se hallaron tres hogares en excelente estado de
conservación y con idéntica forma: circular de 80 cm de
diámetro, y con base recta recrecida en uno de los lados. A
pesar de que la superficie de barro endurecido es bastante
horizontal no descartamos la idea de que en realidad se
trate de hornos metalúrgicos, ya que, como decimos, se
hallan junto a un área con abundantes escorias. Por otro
184
lado, el realce recto de uno de sus lados podría servir para
apoyar una tobera, mientras que el pellejo que hacía las
veces de fuelle quedaría detrás. Se han hallado otros dos
hogares similares, uno junto a la entrada de la cabaña en
el sector B4 y uno más, este de forma cuadrada de 1x1 m
en el sector E8. El primero de ellos se hallaba de nuevo
próximo a una zona con abundancia de escorias, mientras
que las evidencias de las mismas en el segundo caso son
menores, a pesar de que hay algunas. En cualquier caso
la técnica de fabricación de estos hogares es diferente a la
del resto (y se han documentado cerca de 80 hogares), ya
que no poseen base de piedras o cerámica como los demás,
sino que presentan una capa de 2 a 4 cm de grosor de tierra
quemada y endurecida sobre una superficie de tierra más
o menos quemada. En el hogar del sector B4 se conservaba
una incisión junto al borde del círculo, a modo de orla o
remate. (Fig 11)
Como decimos, el resto de los numerosos hogares descubiertos en Las Lunas suelen ser de forma más o menos
circular, y presentan una capa superior de arcilla endurecida por el fuego de 2-3 cm de grosor. Como en los hogares
anteriormente descritos, pueden existir dos o tres capas
de arcilla quemada superpuestas, indicando una larga vida
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
del hogar. Bajo la arcilla se hallan capas horizontales de
fragmentos cerámicos en la mayor parte de los casos. Esta
capas oscilan en espesor pues las hay desde los 3-5 cm de
una sola capa a los 30 cm de hogares que poseen hasta 4 capas de fragmentos cerámicos. Es significativo que aunque
la mayoría de estos fragmentos pertenecen a vasijas toscas
de almacenamiento y cocina, de vez en cuando aparecen
restos de vajilla fina, incluso de las más delicadas pintadas
postcocción, no estableciendo diferencias en la amortización de las distintas calidades de vasijas una vez rotas.
Será de gran interés relacionar la frecuencia y disposición
de los hogares de mayor potencia y el resto, a fin de establecer posibles diferencias funcionales. Hemos constatado
numerosos hogares que se dispondrían al aire libre, fuera
de las estructuras de habitación cuya función sería la típica
de servir para hacer fuego. Por el contrario, los hogares de
casi medio metro de potencia creemos que ponen claramente de manifiesto la voluntad de conseguir estructuras
que guardasen largo tiempo el calor, se trataría por tanto
de verdaderas estufas. Naturalmente que en ellos se podría cocinar tal y como lo hacían nuestros abuelos: “a fuego
lento” por decirlo así, bien utilizando un combustible de
bajo poder calorífico como la paja, bien usando carbones,
el rescoldo de otros fuegos. En uno de ellos perteneciente
al sector I9, precisamente de los de mayor potencia con
4 capas de fragmentos cerámicos, quedan las huellas de
pequeños círculos incisos en el barro quemado. Estos circulitos aparecen con relativa frecuencia en hogares, como
por ejemplo en la Dehesa de Ahín, en el valle del Tajo cerca
de Toledo (Rojas et al, 2007:85 fig. 20), y pudieran corresponder a las marcas dejadas por la base de algún utensilio
metálico de tipo parrilla o similar. (Fig 12)
AGRICULTURA Y GANADERÍA
A pesar de que en algunas zonas muy concretas del
yacimiento se han detectado superficies parcialmente
quemadas se deben al propio quehacer de la vida en el
poblado, ya que no hay constancia de niveles de incendio,
a no ser en la estancia rectangular del sector I9 que
corresponde al nivel más moderno o nivel de abandono del
sitio. Es por ello que a pesar de que hemos documentado un
buen número de molinos con tan sólo una o dos excepciones,
Fig 10. Agujero con enterramiento de recién nacido.
185
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 11. Hogares u hornos metalúrgicos del área N.W.
186
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 12. Varios tipos de hogares.
todos estaban ya en desuso. Una de estas excepciones lo
constituye el molino del sector I7 correspondiente a uno
de los niveles superiores. Como la totalidad de los molinos
documentados es de granito y barquiforme y presenta un
abultamiento o falta de desgaste en uno de los lados. Junto
a él apareció un cuenco troncocónico de base umbilicada
con mamelón de perforación horizontal que debía servir
bien como medida para la ración de trigo a moler o de
harina a recoger. Alrededor del molino se disponían 4
guijarros redondeados que hacían las veces de piedra de
moler o mano de molino. Estos guijarros son frecuentes
en el yacimiento; algunos de ellos conservaran huellas del
lugar en donde apoyaban los dedos. También aparecen con
hoz de sílex hallados por doquier, hasta el punto de que
estos dientes de hoz son casi las únicas evidencias de sílex
encontradas en Las Lunas4. Destaca la acumulación de
dientes de hoz hallados en el sector I8 que probablemente
pertenezcan a una misma herramienta, algo que parce
fuera de toda duda en los restos hallados en un agujero del
sector B2. Allí enterrados se hallaron 11 láminas dentadas
de las que no cabe ninguna duda conformaban una hoz
completa. En el mismo agujero apareció un número aún
mayor de lascas de sílex no dentadas que tal vez conformen
otra herramienta relacionada con la recolección del grano
que en un futuro podamos reconstruir.
servir para machacar; en muchas de ellas la marca de los
La abundancia de dientes de hoz en el yacimiento evidencia que la tecnología de siega del cereal se basa todavía
con exclusividad en la piedra, el sílex en este caso, y no
será hasta bien entrada ya la IIª Edad del Hierro cuando
sea sustituida por el hierro, como bien notara ya hace años
R. Harrison: “...las herramientas de uso cotidiano todavía
dedos ha dejado uno pequeños huecos muy visibles.
eran de piedra” (1989:45).
profusión unas piedras redondeadas de sílex, material que
debió haber en abundancia en los alrededores, ya que la
mayoría de las piedras de los muros romanos son de este
material; se adaptan perfectamente a la mano y debieron
La existencia de tantas evidencias de molinos traídos
desde lejos, ya que no hay granito en La Sagra toledana,
es una prueba indirecta del desarrollo de los cultivos
cerealísticos; otra lo constituyen los numerosos dientes de
Podríamos considerar también una evidencia indirecta
del desarrollo de la agricultura la gran cantidad de hogares
documentada, ya que algunos de ellos podrían estar en
relación con el tostado o malteado de los granos, si bien es
187
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 13. Molinos barquiformes de granito y guijarros o manos de Molino junto a dientes de hoz, entre ellos el conjunto del sector B2.
188
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 14. Distintos hallazgos de fauna, muchos de ellos depositados intencionadamente en agujeros, junto con algunos moluscos.
189
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 15. Varias pesas y fusayolas halladas en el yacimiento.
190
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 16. Algunos de los vasos cerámicos encontrados en Las Lunas.
cierto que no se han hallado restos de esta actividad, aunque
como ya dijimos, estos niveles fueron desmantelados por
sucesivas reocupaciones del sitio. Quizá se hallen restos de
granos calcinados entre los niveles de un pozo descubierto
en el talud Este que contenía niveles estratificados con
desechos de hogares: carbones y pequeños fragmentos de
tierra quemada. (Fig 13)
Los restos óseos son abundantísimos en el yacimiento,
y por encima de todo destacan los restos depositados,
creemos que intencionalmente, en hoyos. Por poner un
ejemplo, en el suelo de la estancia rectangular del sector I9 se
han documentado siete hoyos (de unos 20-25 de diámetro,
con restos de ovicápridos, al parecer). Esta característica
se debe sin duda a comidas o sacrificios rituales que una
vez analizados tanto el contexto como los propios restos,
podrán aportan alguna luz sobre el mundo simbólico del
Bronce Final/Hierro I. Entre los distintos animales que se
pueden identificar a simple vista hay un alta proporción
de individuos muy jóvenes, tanto de vacuno, ovicápridos
o equinos. Naturalmente, el estudio arqueozoológico no
ha sido realizado todavía por lo que no podemos ofrecer
datos más concretos, salvo la absoluta preponderancia de
los animales domésticos en el registro óseo, algo normal
por otra parte.
El aprovechamiento de la lana o el lino se manifestaría
en los restos de pesas de telar hallados en los sectores A5,
B4, y especialmente I7 e I8, donde aparecieron sendos
conjuntos de pesas, en ambos casos de forma ovalada, que
debieron pertenecer a dos telares, aunque en el caso de la
I8 los restos se hallaban muy rotos y fragmentados.
Además de huesos se han hallado algunos ejemplares
de moluscos de agua dulce consumidos en el yacimiento.
(Fig 14- Fig 15)
A CERCA DE LA CERÁMICA
Naturalmente, los restos cerámicos son los más abundantes en el yacimiento, aunque el porcentaje de vasijas
toscas de paredes gruesas es abrumador. De estas vasijas no
contamos con ningún ejemplar completo, aunque será posible reconstruir una o dos de ellas. Los bordes documentados son redondeados salientes o casi rectos con inflexión en
el cuello. Destaca el hecho de que los mayores porcentajes
de galbos se encuentran escobillados, con incisiones profundas. La mayoría de estas vasijas no presentan efectos del
fuego sobre sus paredes por lo que inferimos que debieron
pertenecer a recipientes de almacenamiento, acorde con su
191
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
Fig 17. Ejemplos de cerámicas con decoraciones incisas (una excisa).
gran tamaño. Dentro de la cabaña absidada del sector I9 se
hallaron dos grandes agujeros contiguos, dentro de los cuales quedaban los restos de otras tantas vasijas. Suponemos
que los recipientes se hallaban in situ y que los agujeros
servirían para la sujeción de la base de las tinajas.
fuerte coloración roja o acabado a la almagra. En menor
Sobre la estructura rectangular que conforma el último
nivel de ocupación del poblado, se documentaron ingentes
cantidades de cerámica, entre las que destacan igualmente
los grandes recipientes de almacenaje, aunque no faltaban
fragmentos de cuencos carenados bruñidos, galbos incisos
y con pintura postcocción. Cuando dispongamos del estudio
pormenorizado de la cerámica de dicha estructura, podremos
establecer porcentajes entre los distintos tipos de vasos sin
duda de gran interés ya que se trata de un conjunto cerrado.
presos y otros motivos geométricos. No queremos entrar
Dentro de la tipología de la vajilla fina destacan los vasos bruñidos, cuyas formas son las de pequeñas cazuelas
bitroncocónicas o troncocónicas rematas en largo cuello
cilíndrico, ambas características de este momento. Junto
a ellas los vasos abiertos troncocónicos con mamelón, y
otros tipos menos frecuentes como cazuelas semiesféricas,
cuenquitos de tendencia esférica e incluso embudos. También se han documentado algunos ejemplares bruñidos de
192
proporción se han hallado ejemplares incisos (con alguno
exciso) con las consabidas series de triángulos y rombos
rayados o sin rayar que a veces se combinan o pueden formas frisos sobre las carenas combinados con circulitos imen la descripción detalla de estas decoraciones y el establecimiento de subespecies, algo que se ha venido haciendo hasta la saciedad: (Barroso, 2002; Blasco et alii, 1991;
Muños y Ortega, 1996), porque consideramos que se trata
de una tendencia justificada hace 20 ó 30 años cuando el
conocimiento de los yacimientos de esta época era muy escaso y sólo se tenía la cerámica, con cuyas decoraciones se
intentaron establecer seriaciones a través de los consabidos “horizontes culturales”: Pico Buitre, Río Salido, etc. En
definitiva este tipo de decoración hereda parte de los motivos ya presentes desde el Campaniforme hasta Cogotas
I, motivos que son frecuentes en los ambientes de Campo Urnas motivos que derivan claramente de tradiciones
de cestería y tejidos (Cáceres, 1997). Lo verdaderamente
importante es que se dan sobre pequeñas cazuelas bitroncocónicas, bicónicas, troncocónicas o cónicas con cue-
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
llo cilíndrico, tipos que tanto reciben acabados bruñidos
como incisos o excisos. Estos vasos apenas se diferencian
unos de otros los hallados en Las Lunas, Las Camas, Cerro
de San Antonio o Guaya, y son el exponente cerámico de
las tradiciones del Bronce Final y Primer Hierro (período
que, por otro lado, deberíamos considerar como uno, dadas las dificultades para separar uno de otro) sobre el que
existe una fuerte discrepancia cronológica provocada por
las altas fechas que aportan las muestras de C14 (Barroso,
2002:fig 19). (Fig 16- Fig 17)
CONCLUSIONES
La experiencia de las actuaciones arqueológicas habidas
en el yacimiento de Las Lunas, nos obliga ha hacer una
profunda reflexión sobre la práctica de la arqueología en
la actualidad, y la eficacia de los mecanismos establecidos
para el control y estudio del Patrimonio en general. Ni todos
los equipos arqueológicos están capacitados para gestionar
la excavación de yacimientos, ni la Administración cuenta
con medios técnicos ni humanos cualificados para ejercer
un control efectivo sobre las actuaciones arqueológicas
que se realizan. Es urgente la necesidad de mejorar estos
aspectos para evitar más destrucciones de yacimientos
arqueológicos como el habido en Las Lunas, y de reflexionar
sobre como la conveniencia de establecer otros modelos de
gestión como es el caso de Francia (Demoule, 2002).
En el plano de la investigación arqueológica creemos
que Las Lunas termina de confirmar unas tendencias que
se vienen apuntando en los últimos años con descubrimientos como los vecinos longhouses de Las Camas en
Villarverde Bajo (Urbina et alii, 2008) o el yacimiento de
Guaya (Misiego et alii, 2005) cerca de Ávila, en el sentido
de que este período de la Prehistoria reciente en el centro
de la Península es con mucho más rico y variado de lo que
siquiera se había imaginado. Señalábamos hace un año (Urbina et alii, 2008) que la falta de costumbre y de aplicación
de metodologías adecuadas para la exploración de agujeros
de poste en grandes áreas, ha dificultado la documentación
de yacimientos como los que comentamos. Pero una vez
iniciado el proceso es irreversible, ya que las nuevas técnicas de desbroce mecánico de grandes superficies son
una práctica corriente en las actuaciones arqueológicas, al
mismo tiempo que la identificación de agujeros de poste va
siendo cada vez más frecuente puesto que los conocimientos adquiridos en estos yacimientos se pondrán en práctica
en los próximos en excavarse; (no deja de ser significativo a
este respecto que debamos mirar al mundo anglosajón y del
centro y norte de Europa en vez de a la Península Ibérica, en
busca de paralelos para las estructuras de agujeros de poste
descubiertas en estos últimos años (Audouze y Buschsenschutz, 1989; Kristiansen, 2001).
Nos hallamos frente a un cambio de paradigma en la
consideración del Bronce Final/Hierro I en el centro peninsular, impulsado por los nuevos descubrimientos. Yacimientos como Las Lunas o Guaya ponen de manifiesto la
existencia de poblados cercanos a las 10 ha de gran complejidad estructural y desarrollo económico, muy alejados
de aquel horizonte formado por pequeños poblados de carácter estacional (Barroso, 2002; Blasco, 2007; Blasco et alii,
1991; López Covacho et alii, 2001; Muñoz y Ortega, 1996;
Pereira, 1994). Al tiempo, se verifica una enorme diversidad
en las arquitecturas del momento, evidenciándose un perfecto desarrollo de la construcción en madera, con ejemplos
de cabañas de tamaños medios o grandes longhouses.
A ello aludimos con el subtítulo de esta comunicación,
denominado “ciudad” a estas grandes aglomeraciones de
cabañas con arquitecturas estables, a los que podemos suponer, en base a la secuencia tipológica de los materiales
hallados y las secuencias estratigráficas de las ocupaciones, una vida de al menos uno o dos siglos. Estas comunidades explotan eficazmente el entorno y fueron capaces
de establecer ciertas redes comerciales de largo alcance,
como bien evidencian los objetos de bronce del depósito
de Las Lunas.
En el tiempo transcurrido desde que se escribieron estas líneas, salió a la luz una estudio del conjunto metálico
hallado en el yacimiento así como de algunas fechas de
C14 (Urbina y García Vuelta, 2010), al que remitimos al
lector para ampliar los datos que aquí se contienen.
193
EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS
NOTAS
1
Los gastos de la actuación arqueológica cuyos resultados se
exponen en estas páginas, han sido sufragados por la empresa
Gestión Proinmega S.L. que siempre nos dio los medios para que
nuestro trabajo se realizara en la mejores condiciones posibles.
2
Se trata de una primera valoración ya que los estudios de los
restos paleobotánicos, zooarqueológicos y del resto de materiales
hallados en la excavación apenas se han comenzado a realizar en
estos momentos.
3
Los metales hallados en Las Lunas están siendo analizados en el
CSIC por D. Ignacio Montero, a quien debemos esta noticia.
4
Las análisis de fitolitos aportarán sin duda interesantes datos
paleobotánicos.
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LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO
DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN
(TOLEDO)
Juan Manuel Rojas Rodríguez Malo y
Antonio J. Gómez Laguna
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 05-08-2009
Aceptado: 18-08-2009
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO
DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
THE HUTS. THE IRON AGE IN DEHESA DE AHÍN SETTLEMENT (TOLEDO)
Juan Manuel Rojas Rodríguez Malo
Antonio J. Gómez Laguna
Juan Manuel Rojas Arqueología S.L.
C/ Taller del Moro, nº 7.Esc 3. Bajo Derecha.
Tf. (925) 25 73 05.
e-mail: jmrojasarqueologia@telefonica.net
PALABRAS CLAVE: Cabañas de adobe, cerámica pintada, I Edad del Hierro, decoración metopada.
KEYS WORDS: Adobe huts, painted pottery, First Iron Age, Decoration with metops.
RESUMEN:
El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín (Toledo) está integrado por cinco cabañas de adobe superpuestas. El
material asociado a cada una de sus fases de ocupación, implica que puede ser un yacimiento clave para analizar la evolución
de la I Edad del Hierro en el valle del Tajo durante los siglos VII y VI a.C. Junto a esta fase cultural, se han documentado
elementos de otras fases culturales: Calcolítico Final Campaniforme y otras posteriores II Edad del Hierro, Romana (Alto
imperial y Tardo romana) y Visigoda.
ABSTRACT:
The Iron Age Site Dehesa de Ahín (Toledo, Spain) is composed of five overlapping adobe huts. The material associated with
each of the stages of occupation of this site indicates that this could be a key settlement to study the evolution of Iron Age in
the Tagus Valley during 6th and 7th centuries B.C. The settlement also presents evidence of other cultural stages such as Final
Bell-Beaker Laccolithic, and other later stages: Iron Age II, Roman Age, and Visigoth.
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL
YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Juan Manuel Rojas Rodríguez Malo
Antonio J. Gómez Laguna
INTRODUCCIÓN
las Zonas 4, 5 y 6 (Fig. 4). Cada grupo humano que se
asentó en el área de Dehesa de Ahín, parece que respon-
Los trabajos desarrollados en el yacimiento de Dehesa
de Ahín, se realizaron en el marco del Proyecto Global de
Intervención sobre Patrimonio Histórico-Arqueológico del
proyecto AVE Madrid-Toledo, Tramo Mocejón-Toledo.
(P.K. +200,00 a 211+600)2. La intervención se desarrolló
durante los meses de junio a septiembre del año 2003. Tras
una Fase de Sondeos en la que se efectuaron 21 sondeos de
2 x 3 m entre los P.K. 201+700 a 202+2003, a continuación
se realizó la Fase de Excavación . Esta consistió en la
excavación de siete Zonas, con un total de 1.468 m2 abiertos
(Figuras 1 y 2). El área a intervenir estaba circunscrita a la
plataforma del AVE y los límites fijados por la expropiación.
Este factor impidió excavar por completo las cabañas de
la I Edad del Hierro. Toda la zona, presentaba grandes
rellenos superficiales producidos por las labores agrícolas
(plantación de pinos), que habían afectado a las estructuras
conservadas en el subsuelo5 (Figura 3).
El yacimiento detectado era muy complejo, con varias fases de ocupación superpuestas. La fase más antigua
es un Calcolítico muy residual pero de cierta importancia localizados en la Zona 1. Las edificaciones de la I y
II Edad del Hierro se detectaron en las Zonas 2, 3 y 7;
mientras que una extensa ocupación de época romana,
con una fase final de cronología visigoda, aparecieron en
dió a patrones de asentamiento diferentes: factores económicos (agrícolas, ganaderos, productivos de elementos
manufacturados, etc.), estratégicos (control del territorio
y de vías de comunicación, etc.), religiosos, de prestigio,
o muy probablemente, una combinación de varios factores. El resultado de este proceso de ocupación fue la
presencia de estructuras de hábitat dispersas que, si bien,
ocupaban puntualmente parte del área del asentamiento
anterior, apenas se superponían entre sí. Tan sólo, la gran
extensión de los niveles de ceniza adscritos a la I Edad del
Hierro, detectados en las Zonas 1, 2, 3 y 4 y las grandes
dimensiones que tiene el hábitat romano, provoca la aparición de fases superpuestas de ocupación en las Zonas 2
y 3, entre los niveles del Hierro I, Hierro II y la ocupación
romana e hispano-visigoda.
El sistema de registro y excavación empleado fue
el Método Harris (Harris 1981 y Carandini, 1997), que
permite la separación e identificación individualizada
de los materiales contenidos en cada una de las UE para
después poder reconstruirlos en una matriz cronológica.
En cada zona se dio un número de U.E. independiente,
Zona 1: 1000 a 1999; Zona 2: 2000 a 2999, Zona 3: 3000
a 3999, etc. Este sistema se combinó en cada zona con la
realización de sondeos estratigráficos en el interior de las
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 1. Plano de situación de las zonas de excavación Dehesa de Ahín. Las estructuras de la Edad del Hierro están en las zonas 2 y 3.
Fig 2. Vista aérea del yacimiento.
200
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 3. Vista aérea del yacimiento.
Fig 4. Plano geomorfológico del Valle del Tajo y situación del yacimiento de Dehesa de Ahín.
201
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 5. Dehesa de Ahín. Fase A1. Cabaña 1.
Fig 6. Dehesa de Ahín. Fase A2. Cabañas 1, 2 y estancia 1.
202
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 7. Dehesa de Ahín. Fase A3. Estancia 2, cabaña 3.
Fig 8. Dehesa de Ahín. Zona 3. Fase C1, C2 y C3.
203
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
estructuras hasta alcanzar el nivel de la terraza (T2). Todo
este proceso permitió determinar las fases de ocupación
del yacimiento y, en concreto, detectar y aislar las fases de
ocupación de cabañas superpuestas de la I Edad del Hierro
en la Zona 2 (Fig. 5 a 7). Una vez finalizada la excavación se
procedió a cubrir con geotextil las zonas excavadas antes de
iniciarse los trabajos de construcción de la plataforma del
AVE, con la finalidad de conseguir la máxima protección
de los restos estructurales descubiertos Con este paso se
dio por finalizado los trabajos de excavación.
El material arqueológico recuperado fue ingente:
46.214 piezas. De las Cabañas de la I Edad del Hierro se
recogieron 26.291 piezas6 (Fig 8 a 16). Como ya indicamos
en anteriores publicaciones, las características generales de
cada fase están bien definidas, pero el estudio y evolución
de los tipos en cada una de las fases está aun por realizar.
El material, se encuentra depositado en el Museo de Santa
Cruz, en Toledo.
Fig 9. Materiales fase A1. Cabaña 1.
204
LOCALIZACIÓN Y DESCRIPCIÓN
El yacimiento de Dehesa de Ahín está situado dentro
del término municipal de Toledo, a unos cinco kilómetros
al noreste del casco urbano, aguas arriba del río Tajo, en
la finca conocida como La Dehesa de Ahín, junto a las
casas del mismo nombre, entre el río y la antigua línea de
FFCC Madrid-Toledo. Coordenadas U.T.M. X: 422615;
Y: 4417275 (Fig. 17). Está situado sobre la terraza T2
(Terraza Fluvial 2), en la confluencia entre el río Tajo y
el arroyo de Valdecaba (Fig. 17). Es una zona accesible,
con una cota máxima de 476 m, aunque defendida de
forma natural por tres de sus lados, con un desnivel de
15 m sobre el actual cauce. Presenta un amplio control
visual y estratégico del entorno, además de quedar muy
por encima de los terrenos inundados por las avenidas
periódicas del río7.
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Junto a él, el río discurre en la actualidad encajado en
grandes meandros por un valle fluvial relativamente ancho,
con amplias llanuras de inundación, muy fértiles, formadas
por materiales detríticos, arenas y gravas y grandes
depósitos de arcillas y limos. La variabilidad del sistema
de meandros que presenta el río debido a los procesos de
inundación periódicos que tiene, muestra, junto a Dehesa
de Ahín, dos meandros estrangulados y abandonados
en los siglos XIX y XX. La ausencia de estudios sobre la
evolución del río en el I milenio adC impiden precisar
cual era el tipo de cauce y la disposición real del río Tajo
en el momento del asentamiento de la I Edad del Hiero
(Uribelarrea, 2004: 88) (Fig. 17).
Fig 9-1. Fase A1. Cabaña 1.
La ocupación de la I Edad del Hierro, se concentraba en
las Zonas 1, 2, 3 y 4, en un área de más de 3.200 m2 situada
en el extremo oriental de la plataforma. En tan sólo 40 cm
de potencia, entre las cotas 473,99 y 473,58 m se localizaron
varios recintos de tipo cabaña-vivienda superpuestos o
reaprovechados8 (Fig. 18, 19 y 20). Bajo ellas, gracias a las
áreas de sondeo realizadas bajo el suelo de las cabañas,
disponemos de evidencias que indican la existencia también
de un hábitat con hogares y algún muro de adobe. Los escasos
metros cuadrados analizados de esta fase, impiden que se
pueda definir el tipo de vivienda en el que se desarrolla la
ocupación (Fig. 21 y 22).
Fig 9-4. Fase A1. Cabaña 1.
205
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 10-0: Fase A2. Materiales.
206
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 10-1: Fase A2. Cabaña 1.
Fig 10-2: Fase A2. Cabaña 2.
207
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 10-2: Fase A-2. Estancia 1.
Fig 10-4: Fase A2. Estancia 1.
208
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 10-5: Fase A2- Cabaña 2.
LA OCUPACIÓN DE LA I EDAD DEL
HIERRO
El yacimiento está situado, como algunos poblados
detectados de este período, en una terraza elevada sobre
el río Tajo, en la confluencia con cauce menor (Arroyo
de Valdecaba) junto a un camino o vía pecuaria antigua
importante. En este caso concreto, la conocida como la
Vereda Toledana que discurre frente al asentamiento por
la margen norte del río y que conecta a través de valles
accesorios como los del Jarama o Henares, al zona alcarreña
con el área occidental del valle del Tajo (Muñoz, 1991: 115
y López et alii, 1996).
En conjunto parece un hábitat abierto sin defensas. El
poblado no parece presentar defensas artificiales, ni estar
articulado mediante un entramado urbano9, las cabañas
aparecen de forma superpuesta en el mismo punto por
agregación. El sistema constructivo emplea materiales de
escasa solidez, barro o adobe, sin zócalos de mampostería
en la base, como se han detectado en Puente Largo del
Jarama (Muñoz y Ortega, 1997). En su interior se ha
detectado al menos en las Estancias 1 y 2 un banco corrido
con la cara exterior cubierta por un enlucido de color
rojizo, mientras que en las Cabañas 2 y 3 (Fases 1 y 2) el
espacio aparece divido mediante una tabiquería de postes
de pequeño tamaño. Los suelos son de arcilla quemada y
los hogares de gran tamaño son placas de arcilla con una
base de cerámica (Cabañas 2 y 3) en las fases más antiguas
y de simples cantos (Cabaña 1) como material refractario.
Se disponen en el centro de las viviendas, e incluso en
mismo punto de forma recurrente en diferentes fases
constructivas (Cabañas 2 y 3). Los espacios habitacionales,
por el material detectado en los niveles de abandono, se
especializan en diferentes actividades en cada una de las
Fases: almacenamiento, producción artesanal, espacios
comunales, etc.
Las tres fases de hábitat superpuestas detectadas son
tres A, B y C. De cada una de ellas se han definido tres
subfases: Fase A1, A2, A3, B1, B2, B3, C1, C2 y C3. Las
tres primeras (Fase A) están relacionadas con recintos
de tipo cabaña. Ninguna de estas estructuras se ha
209
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 11: Materiales fase A2. Cabaña 2.
210
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 11-3: Fase A2. Cabaña 2.
Fig 11-9: Fase a2. Cabaña 2.
211
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 12: Materiales fase A3. Cabaña 3.
212
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 13-0: Fase A3. Materiales
213
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 13-3: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 13-10: Fase A. Cabaña 3.
Fig 13-13: Fase A3. Cabaña 3.
214
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 14: Fase A3. Cabaña 3.
215
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 14-1: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-2: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-3: Fase A3. Cabaña 3.
216
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 14-4: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-9: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-5: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-13: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-7: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-A: Fase A3. Cabaña 3.
217
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 15-0: Fase B. Materiales.
218
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 14-B: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-E: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-C: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-F: Fase A3. Cabaña 3.
Fig 14-D: Fase A3. Cabaña 3.
219
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 15-0: Fase B. Materiales.
220
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 15-1: Fase B1.
Fig 15-2: Fase B1.
Fig 15-3: Fase B2.
221
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 15-4 a 7: Fase B2.
Fig 15-8: Fase B3.
222
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 16-0: Fase C. Materiales.
223
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 16-5 y 6: Fase C1.
Fig 16-5 y 6: Fase C1.
Fig 16-12: Fase C2.
224
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 16-15: Fase C2.
Fig 16-18: Fase C3.
podido excavar en su totalidad, al estar limitada el área
de intervención a la zona definida por el trazado. Parece
que finalizan de forma traumática, por los niveles de
incendios localizados en los suelos de las Fases A3 y A2.
En estos edificios, cada cambio de Fase, parece implicar
un cambio de la distribución del espacio y tal vez de la
función desarrollada en su interior. La permanencia
en el mismo sitio supone la pervivencia y reutilización
del mismo espacio de forma continua en un período de
tiempo que abarca dos siglos (s. VII y VI adC), o lo que
es lo mismo 10 generaciones. Las construcciones de las
Fases B y C se asientan sobre los niveles de cenizas que se
extienden sobre la T2 entre las Zonas 1 y 4. Sobre ellas se
disponen las cabañas de la Fase A.
Desde el punto de vista económico, la presencia de
silos –almacenaje de productos- más numerosos en la
Fase A2, gran cantidad de recipientes de almacenamiento,
junto con el repertorio lítico detectado en la Fase B1-B2,
parece indicar que el asentamiento tiene una finalidad
agrícola. Una de las características de la I Edad del Hierro
es la puesta en explotación de nuevas zonas agrícola,
con parcelas de mayores dimensiones, mediante nuevas
tecnologías agrícolas, cambios en el sistema de roturación,
etc. Este aumento de los excedentes provoca un aumento
demográfico, de los asentamientos y de las diferencias
sociales dentro de los grupos (Blasco et alii, 1991).
225
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fases C, C, C, B, B y B.
Inicios de la I Edad del Hierro
Es el momento más antiguo detectado de la I Edad del
Hierro y del que menos información hemos obtenido. Sólo
se ha accedido a él mediante pequeñas áreas de sondeo
realizadas en las Zonas 1, 2 y 3. El material se ha localizado
asociado a unos niveles formados por una matriz de arcillas/arenas, con un alto contenido de cenizas de color gris,
sobre los cantos y arenas de la T2. El material, al tratarse
de pequeños áreas de sondeo, no ha podido ser aislado en
cada una de las Unidades Estratigráficas. Además, la distancia entre los sondeos, ha impedido correlacionar entre
si los niveles detectados. Todos estos factores, limitan la
información obtenida, pero no impiden indicar algunas de
sus características.
Desde el punto de vista estratigráfico, no podemos
indicar si se trata de rellenos redepositados o en posición
primaria. Su gran extensión, aparecen a lo largo de todo
el extremo oriental de la plataforma de Dehesa de Ahín,
parecen indicar que podría ser el resultado de algún tipo
de actividad económica-artesanal masiva y recurrente
efectuada en el poblado.
El hábitat de la Fase B parece de menor entidad que
en la posterior Fase A3. Sólo se ha localizado un muro de
barro bajo la Estancia 1, pero debido a la escasa extensión
Fig 17. foto de situación del yacimiento de Dehesa de Ahín (Toledo).
226
excavada, no podemos precisar su funcionalidad. Las
estructuras se reducen a hogares construidos mediante
placas de arcillas y pavimentos de tierra apisonada. Esta
ausencia de grandes estructuras de hábitat, parece estar
más determinada por la escasa superficie analizada,
aunque podría ser el indicativo de una ocupación temporal
o menos desarrollada, relacionada con alguna actividad
agrícola, como parecen mostrar los grandes dientes de
sílex localizados en la Fase B2.
El material que define las Fases B y C se ha situado en
un momento anterior a la segunda mitad del siglo VII aC,
pudiendo remontarse a principios del siglo VII. En el caso
del material de las Fases B1 y B2, aparecen cubiertos por la
Fase A3, en superposición directa con ella. La decoración
y formas que presenta la cerámica muestran elementos
procedentes de la fase inicial de la I Edad del Hierro
o incluso de un momento anterior. Se han localizado
elementos excisos (Fase B2), aunque escasos y alguna
formas que parecen más relacionadas con el Bronce final
(Fase C2 y tal vez C3).
Fase C (, y ). Zona .
Niveles cenicientos sobre la T
La Fase C se ha detectado en la Zona 3 en los cuatro
sondeos desarrollados en los Recintos 8, 9 y 11, junto a
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 18. Vista general de la Zona 2. Recintos de la I Edad del Hierro.
Fig 19. Vista general final de la cabaña 1.
227
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 20. Vista general final de las cabañas 2 y 3.
una ocupación tardía de la II Edad del Hierro (S. III y I
adC) y Romana (Alto imperial). No está en contacto con
ninguna de las estructuras de las Fases A o B. La cerámica
de la I Edad del Hierro se ha localizado, como en la Fase
B, en un paquete de cenizas grises de 40 cm de potencia
(Niveles IV, V y VI) existente sobre las arenas y cantos de
techo de la Terraza fluvial (T2). No se ha podido aislar la
cerámica por unidades estratigráficas, lo que implica que
el conjunto analizado no se ha podido contextualizar por
fases evolutivas como en la Fase A.
Fase C. Recintos --Niveles IV y V.
La Fase C1 se ha asignado al material procedente del
Sondeo desarrollado en los Recintos 8 y 9, mientras que
las Fases C2 y 3, detectadas en el Recinto 11, son las únicas
en las que se ha podido establecer una superposiciónevolución cultural (Fig. 23).
a estas cenizas no se han documentado elementos
Respecto al material no se han detectado cerámicas
decoradas con frisos metopados incisos y pintados
característicos de la Fase A3, aunque algunos de las
decoraciones de la Fase C1 podrían ser el origen de ellos.
Esta ausencia, junto la posición estratigráfica que tiene,
podría indicar que la Fase C es paralela o muy cercana en
el tiempo a la Fase B.
228
Recinto Niveles V y VI
Los tres niveles documentados aparecen entre las
cotas 473,50 y 473,10. En este paquete se han detectado
tres Unidades Estratigráficas denominadas como 3063,
3074/3075 y 3076, aunque no se ha logrado aislar la
cerámica procedente de cada una de ellas. Desconocemos
el origen y funcionamiento interno de los diferentes niveles
de cenizas en el que se ha recogido la cerámica. Asociadas
estructurales, aunque sí algunos restos de hábitat, como
una placa de hogar desmontada localizada a una cota
de 473,22 m (Fig. 24). El conjunto recuperado tiene las
siguientes características.
•
Formas. Se ha detectado una gran profusión de
vasos carenados de hombro y cuerpo hemisférico y cuello
recto, además de formas bicónicas marcadas y suaves de
cuerpo hemisférico o troncocónico (fig. 16-1 a 7). También
se han documentado cuencos troncocónicos, carenados de
cuello corto, fuentes de cuello corto acampanado corto y
alguna de cuello acampanado. Apenas hay pies elevados.
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 21. Dehesa de Ahín. Fase B1 y B2.
Fig 22. Ocupación bajo la cabaña 1. Hogar U.E. 2236.
229
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 23. Zona 3. Recinto 11, niveL XI.
Fig 24. Vista general del hogar U.E. 2236.
230
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 25. Zona 3. Recintos 8 y 9, nivel VI.
231
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Decoraciones. Aparecen tanto incisas como
lisas, sin elementos decorados, creemos más por lo reducido
pintadas. Aparecen frisos de líneas simples y dobles,
del área sondeada, que por la fase cultural detectada. La Fase
corridos y metopados (fig.16-1 a 7). Retículas, triángulos
C2 parece situarse a un momento anterior a la fase inicial
contrapuestos rellenos de diagonales paralelas, alternando
de la I Edad del Hierro. No se han detectado elementos
la incisión con áreas reservadas, o pintadas en rojo con
decorados asociados a la muestra.
•
impresión de punto (punzón romo) (fig. 16-1 a 7, 16-5/6 y
16-7). Junto a ellas aparecen Impresiones en el borde.
•
Formas. Las formas parecen mostrar que existe
una evolución de las formas cogotianas. Son cuencos care-
La cerámica muestra una mezcla de materiales de finales
nados de hombro y cuello recto de perfil cerrado, cazuelas
de la etapa inicial de la I Edad del Hierro y el inicio de la
plena. Se puede asignar a un momento clásico y evidencia la
pervivencia de los cuencos carenados de hombro marcado
y cuello desarrollado recto tanto en la fase inicial (creemos
carenadas de cuerpo hemisférico y corto cuello (fig. 16-0
que se inician) como la de mediados o plena (que se
desarrollan). El tipo de cerámica es similar a la recuperada
en Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1991).
de la muestra. Entre las líneas de interpretación, podemos
y 16-12) y platos/fuentes planas con suspensión-mamelón
perforado (tapaderas) (fig. 16-17).
Su posición cronológica es muy dudosa, por lo escaso
esbozar dos, aunque ambas situadas en el Siglo VII aC inicial.
En la primera sería una fase antigua del periodo inicial de
la I Edad del Hierro, paralelo a la etapa preclásica, por la
Fase C. Recinto . Nivel VI
presencia de cuencos carenados de hombro similares a los
cogotianos y la presencia de platos/fuentes/escudillas. Otra
Se ha detectado entre las cotas 473,20 y 473,10. Como
en el caso de los Sondeos desarrollados en los Recintos 8 y
9, no se han detectado estructuras de hábitat. La muestra
es reducida y de menor entidad que el conjunto cerámico
recuperado en la Fase C1. Todo el conjunto son cerámicas
Fig 26. Vista general de la Zona 3.
232
hipótesis, podría indicar que es un momento más avanzado
dentro de la fase inicial de la I Edad del Hierro, pero
cercano al periodo pleno o central, por tener debajo la C3
en la que sí aparecen motivos de líneas pareadas rellenas de
diagonales e impresiones de punzón, que se han asociado al
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
período inicial de la I Edad del Hierro, que parecen reflejar
una evolución de los puntos cogotianos, preámbulo de su
utilización en momentos clásicos y posteriores.
Lo escaso de la muestra, sólo permite determinar
la existencia de esta decoración, tal vez posible origen y
enlace con epicogotas, pero ya consolidada la fase inicial
de la I Edad del Hierro, en un momento muy cercano al
Fase C. Zona . Recinto . Nivel VIII
siglo VIII adC, posiblemente inmerso en él.
Se ha localizado entre las cotas 472,90 y 472,80.
Asociado a el se ha detectado los restos de un hogar
Fases B y B. Zona
similares a los localizados en la Fase C1 y B1/B2, además
de un posible nivel de suelo de arcilla compactada (fig. 21 y
Como Fases B1 y B2 se ha identificado el material
recuperado en los niveles cenicientos detectados bajo el suelo
23). Como en el caso de la C-2, la muestra es muy reducida
y poco representativa.
de la Fase A3 en las tres Áreas de Sondeo (1, 2 y 3) realizadas
Solo hay documentado dos fragmentos decorados, una
decoración incisa y otra impresa de puntos. El fragmento
inciso esta formado por Triángulos formados por líneas
dobles paralelas que enmarcan líneas paralelas diagonales,
parecen dientes de lobo evolucionados, mientras que la
impresión son puntos alineados realizados con punzón romo.
Es la fase más profunda de la I Edad del Hierro detectada en
el yacimiento (fig. 25), por debajo se ha detectado una fase
de ocupación campaniforme, sobre la T2.
(arenas-cantos) de la T2. Las únicas estructuras de hábitat
en la Zona 2. En la tres se ha alcanzado los niveles estériles
detectadas asociadas a ambas fases son una cimentación de
adobe (UE 2243) bajo la Estancia 2 (Fase B1) y una serie de
hogares en el área de Sondeo 1 (Fase B2). El área de Sondeo 2,
apenas ofreció material y ninguna estructura a excepción de
un solitario agujero de poste. Ambas fases tienen en común
que no están relacionadas con las estructuras de la Fase A, y
por la morfología/composición de los niveles cenicientos en
los que aparece el material, podrían ser la misma fase10.
Fig 27. Estructuras de adobe bajo las estancias 1 y 2.
233
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
La Fase B1 esta definida por una estructura de adobe
(UE 2243) orientada norte-sur y una anchura de 0,70 m.
Aparece a una cota de 473,47 m, tiene una morfología de
cuña y se asienta directamente sobre las arenas de la T2.
Estratigráficamente, está cortada por suelo UE 2234 de la
Fase A3-Estancia 2. Las escasas dimensiones que tiene el
sondeo, impiden precisar algo más que la existencia de una
ocupación previa a la Fase A3 (Fig. 26).
Asociado a esta estructura de adobe, apenas se ha
localizado material. Sólo destacan dos galbos decorados, el
primero mediante un friso inciso-pintado de líneas dobles
rellenas de paralelas enmarcando un reticulado de líneas
paralelas diagonales. El segundo está decorado por un friso
o metopa de doble línea paralela reservada con relleno de
paralelas rectas (fig.15, 15-1 y 15-2). Ambas decoraciones
parecen tener los componentes complejos desarrollados en
la fase posterior (Fase A3), pero de manera inicial, sin que
aparezca aún la cerámica pintada, presentando el dominio
de la incisión en frisos compuestos.
La Fase B2 se ha identificado con el nivel de hábitat
detectado en el Área de Sondeo 1. Está formada por un
hogar (UE 2236) localizado al retirar el relleno ceniciento
U.E. 2209. Es una estructura formada por una base de
arcilla rubefractada, sobre la que aparece una capa de arcilla
decantada, cuarteada por el fuego. Tiene unas dimensiones
de 1,10 m de diámetro y presenta restos de un posible
cortaviento en su lado sureste. Aparece a una cota de 473,43
m, unos 25 cm por debajo del suelo UE 2208 de la Cabaña
1 (Fase A1). Junto a él se han localizado restos de otras tres
posibles áreas de combustión de pequeñas dimensiones.
Una situada al noreste y separada por una pequeña
concentración de piedras y dos al sur. Lo limitado del área
de excavación, impiden determinar el tipo de recinto de
hábitat a la que se encuentran asociadas, aunque el tipo de
estructura de combustión es muy similar a las detectadas en
otros yacimientos como el de Cerro de San Antonio (Blasco
et alii; 1991:17).
El material asociado a estas estructuras es tambén
muy escaso. Las formas son inexistentes, pero destaca
la decoración de uno de los fragmentos y la industria
lítica, cuatro dientes de hoz de gran tamaño (fig. 15-3 a
7). El galbo está decorado por un doble friso inciso/exciso
sobre la carena (fig. 15-3). El Friso corrido inferior está
inciso en forma de zig-zag en líneas paralelas diagonales
que enmarcan una impresión de un punto (punzón
romo), mientras que el friso superior zig-zag aparece en
triángulos excisos (fig. 15 y 15-3). Una decoración similar
se ha localizado en el Cerro del Castillo (Mora, Toledo)
234
(Abarquero, 2005, fig. 46: 2). Es una decoración rara, similar
a algunos ejemplos existentes en la I Edad del Hierro de los
Valles del Járama y Henares, y muy abundantes en la zona
alcarreña en la etapa clásica.
Los cuatro dientes de hoz son muy característicos de
este período e implican una actividad agrícola (siega de
herbáceos). Son espesos, fabricados sobre semi-tabletas
o quizás lascas. Presentan el típico lustre o pátina de
cereal. Aparecen en numerosos yacimientos de la I Edad
del Hierro en la cuenca del Tajo (Blasco et alii, 1991:145;
Muñoz, 1999: 99) (fig.15 y 15-4 a 7).
La escasa superficie abierta y elementos recuperados,
tanto de hábitat como de cerámica-lítica, apenas permiten
determinar las características de esta fase. Aparentemente,
parece una ocupación de menor importancia que la
detectada en la Fase A, tal vez una ocupación temporal,
aunque no es posible determinar con exactitud sus
características. Son estructuras de hábitat parecidas a las
localizadas en el yacimiento de Cerro de San Antonio, en
especial los hogares (Blasco et alii 1991:17). El material
recuperado asociado a ambas estructuras, se pueden situar
en un momento previo al desarrollo del período central
clásico del I Edad del Hierro (Fase A), pero con claras
relaciones con el mundo anterior (Bronce Final) por la
presencia aún de la escisión y motivos incisos compuestos.
Desde el punto de vista cronológico el material identificado
en la Fase B1 parece, ligeramente, más moderno que la
Fase B2, aunque ambas se puedan situar en a mediados del
siglo VII a.C o quizá en el segundo cuarto de siglo.
Fase B. Zona
Se ha denominado como Fase B3 al material de la
I Edad del Hierro localizado en la Zona 1 (Fig. 2 y 17).
Como en las Fases B1 y B2, el material recuperado es muy
escaso y poco significativo. Se ha documentado en el Nivel
II de la excavación, entre las cotas 473,66 y 473,34, en la
denominada como UU.EE.12. Esta formada por una matriz
de cenizas de color grisáceo y textura poco compacta que
contiene, además de la cerámica a mano, algunos ladrillos
de adobe en la base. Estratigráficamente, se encuentra
situado a techo de las arenas que forman la terraza.
Los elementos más destacados son dos fragmentos
decorados, pertenecientes a dos recipientes de formas
bicónicas suaves o troncocónicas. El primero es fragmento
pintado con una línea simple de la que penden un zig-zag
que conforman triángulos rellenos de diagonales paralelas
(dientes de lobo). El segundo presenta un esquema más
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
complejo formado por un reticulado relleno alterno de
líneas diagonales e impresiones de punto (punzón romo)
(fig. 15 y 15-8).
La escasez de la muestra detectada y analizada, junto
con la separación que hay entre los sondeos, impide
y su posterior reutilización, aunque el reaprovechamiento
de ciertos elementos constructivos en el mismo lugar y en
fases diferentes, como los hogares de la Cabañas 2 y 3 y
ciertos muros, parecen mostrar que el lapso de tiempo no
debió ser excesivo.
correlacionar de forma precisa los rellenos (cenizas)
detectados entre las dos Zonas 1 y 2. Sólo la cerámica
Fase A. Cabaña y Estancia
parece establecer que la Fase B3 puede ser paralela a
las Fases B1 y B2. Los motivos decorativos de temática
muy simple (dientes de lobo o reticulados), junto con la
presencia de motivos incisos compuestos, parecen situar
la UE 12, en un momento anterior al desarrollo de la Fase
Clásica (Fase A) en pleno siglo VII a.C.
Cabañas de la I Edad del Hierro (Zona ) Fase A
Se han identificado superpuestas cuatro estructuras de
tipo cabaña, agrupadas en tres fases constructivas diferentes: Cabaña 1-Fase A1, Cabaña 1-Fase A2, Cabaña 2-Fase
A2, Estancia 1-Fase A2 Cabaña 3-Fase A3 y Estancia 2-Fase
A3 . Los datos que disponemos no permiten determinar el
espacio de tiempo existente entre el colapso de las cabañas
Es el momento constructivo más antiguo y completo
detectado en la intervención, adscrito a la I Edad del Hierro.
Su aparición parece mostrar un salto cualitativo respecto
a las fases precedentes. Por el material recuperado (vajilla
fina-Cabaña 3) y el tipo de recinto (banco corrido elucidoEstancia 2) parecen dos estructuras de cierta importancia.
Pudieron estar reservadas sólo a una parte del grupo o, estar
destinadas alguna actividad restringida a una minoría. Otro
elemento diferenciador respecto a la Fase posterior (A2)
es que sólo se ha detectado asociado a este momento en la
Cabaña 3 un silo-almacenaje (Fig. 28A y 28B).
Los dos recintos incluidos en esta fase son la Cabaña 3
y la Estancia 2, dos cabañas de adobe de planta rectangular
con la misma orientación (NE-SW) y planta rectangular
(fig. 29 y 30).
Fig 28. Superposición de los hogares 57 y 59.
235
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 29 A. Vista de la cabaña 3.
Fig. 29 B. Silo de la cabaña 3.
236
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 30. Nivel final del suelo de la estancia 2.
Fig 31. Fases localizadas en la estancia 2.
237
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
La Cabaña 3 es de mayores dimensiones y su espacio
interior está compartimentado. La Estancia 2 es una
estructura que conserva un banco corrido a lo largo de las
paredes norte, sur y este, enlucido de color rojo en su cara
de cenizas de la Fase B y sirven de base a las estructuras
de la Fase A2 (fig. 31 y 32), aunque presentan unas
características diferentes a la fase posterior A2.
una cierta ordenación regular del espacio del poblado en
Además del cambio de planta que es rectangular en esta
Fase A3, en esta fase disminuye, aparentemente, la anchura
de los muros. El espacio interior de la Cabaña 3 presenta
este momento. Se asientan directamente sobre los niveles
evidencias de estar compartimentada, por los postes
interior. La ordenación que tienen ambas, podría indicar
Fig 32 A. Cabañas 2 y 3. Superposición de los muros 2114 y 2114ª.
Fig 32 B. Cabañas 2 y 3.
238
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 32 C. Cabañas 2 y 3.
detectados y la ya citada estructura de tipo silo (UE 2322Cabaña 3). El cambio más evidente es el conjunto cerámico
asociado a esta fase, que, en general, presenta una gran
calidad, tanto en los acabados como en la decoración y que
ha servido para situar esta fase en el período clásico de la I
Edad del Hierro (Siglo VII) (fig. 12 a 14) Se han recuperado
casi 5.000 fragmentos sobre el suelo de la Cabaña 3 de
una vajilla de cerámica paredes finas y acabados bruñidos
de las que se han recuperado Hay decoraciones incisas,
pintadas y mixtas, estas últimas integradas dentro de frisos
metopados de líneas, triglifos, triángulos, puntos, paralelas
oblicuas diagonales rellenando triángulos o ajedrezados
romboidales con pintura.
Estancia 2. En esta fase es un recinto exento/aislado
situado al oeste de la Cabaña 3. La escasa superficie
excavada impide precisar la función o funciones que
tiene este recinto. Es una estructura de hábitat de planta
cuadrangular/rectangular que tiene las mismas dimensiones
documentadas y distribución (banco corrido) que en la fase
posterior A2. Está construida mediante muros de barro/
adobe y conserva un banco corrido interior en los lados
norte, este y oeste, decorado con restos de un enlucido
de color rojizo. Este tipo de enlucido ya se ha detectado
en otras estructuras de la I Edad del Hierro asociadas al
horizonte de Soto de Medinilla (García-Alonso y Arteaga
Artigas,1985:128).
Tiene unas dimensiones de 5,45 m de anchura por
0,45 m de grosor, con una longitud documentada de 3 m.
El alzado conservado se limita a, tan sólo, 0,25 m. En el
interior dispone de un banco corrido de 0,60 m de anchura
(473,76). El suelo es de arcilla compactada denominado UE
2234 (Fig. 28 y 34). Adosada a ella, aparece una pequeña
estructura semicircular de adobe rellena de cenizas (U.E.
2225), si bien, la escasa superficie excavada sólo nos ha
permitido constatar su existencia.
En esta fase la estancia tiene como suelo la U.E. 2234
(fig. 33 y 34), situado 10 cm por debajo del nivel de uso
anterior (UE 2219) y localizado a una cota de 473,63 (fig.
6). Es un suelo de arcilla compacta, similar a los pavimentos
detectados en todos los recintos, y muy parecido por su
239
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
textura compacta al localizado en la Cabaña 3 (fig. 38).
El material asociado a esta fase es muy escaso. No han
aportado formas (bordes, bases o elementos decorados)
pero la calidad de los acabados del escaso material atípico
es similar al recuperado en la Cabaña 3.
Estratigráficamente, está construido sobre un edificio
de adobe de la Fase B1 (Muro UE 2243), del que sólo
podemos indicar que tiene una orientación divergente
respecto a la Estancia 2.
Cabaña 3. Del perímetro original de este edificio de
posible planta rectangular o cuadrangular, sólo se han
documentado/conservado los muros cierre norte (UE
2110) de tan sólo 0,30 m de anchura y oeste (2114a) que
sobresale y sirve de cimentación/apoyo al muro 2114 de
la Cabaña 2 (fig.33 y 34). Las dimensiones documentadas
que tiene esta estructura son de 10 por 6,5 m, aunque
todo el lado oriental está destruido por construcciones
de la II Edad del Hierro y los surcos de arado. El sistema
constructivo de esta Cabaña son muros de adobe o
barro sin zócalo de mampostería apoyados directamente
sobre los niveles de cenizas de la Fase B. La potencia que
conservan es de tan sólo 0,10 m, entre las cotas 473,72 y
473,62. La presencia de arenas de base de la T2 al norte
del muro UE 2110, implica que el recinto no se extendía
hacia el norte.
Fig 33. Superposición de fases en las cabañas 2 y 3.
240
El suelo asociado a esta cabaña es la UE 2313. Tiene una
morfología muy horizontal y aparece entre las cotas 473,58
y 473,60. Es una gruesa placa de barro similar al resto de
los pavimentos documentados, aunque es de mayor grosor
–supera los 10 cm de espesor- como se aprecia en el perfil
sur. Asociado a él se han localizado otras estructuras de
hábitat, un área de combustión, un silo y una serie de
agujeros de poste.
Los agujeros de postes son de menores dimensiones
que los localizados en las fases posteriores (Fase A1). Estos
postes indican la existencia de una compartimentación
interior del espacio situado entre la zona de combustión al
sur y el muro norte. Sólo se aprecia una línea perpendicular
al muro 2214 integrada por cuatro agujeros y otra paralela
al mismo muro, de la que solamente se conservan tres. La
construcción de un silo de la II Edad del Hierro en la zona
impide precisar la planta y la entidad de esta habitación
interior.
La estructura de tipo silo UE 2322 está situada junto al
muro de cierre norte del recinto y dispuesta en el centro
del recinto. Es de planta circular, paredes rectas y fondo
plano. Tiene un diámetro de 1 m y aparece entre las cotas
473,58 y 472,98 (0,50 m de potencia). En su interior se
localizó un gran recipiente de cerámica a mano envuelto
en una matriz de cenizas.
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
El hogar de es de planta rectangular, presenta dos
momentos de uso, denominados nº inventario 57 y 59.
Aparecen a una cota de entre 473,59 el primero y 473,55
el segundo. En ambos casos el material refractario que se
utilizan son fragmentos de cerámica a mano gruesa, de
recipientes tipo olla destinados al almacenamiento (Fig. 6
y 37). La sección final que presentan es la de una cubeta,
un esquema cuidado y elaborado, del periodo central de la
473,61 y 473,58. Junto a cerámicas de almacenamiento,
como se aprecia en el perfil sur. Sobre el se construirá en
similares a las de la fase posterior, localizadas en especial
la Fase A2 el hogar de la Cabaña 2, aunque de menores
en el lado este del recinto, destaca la vajilla de cerámicas de
dimensiones.
mesa fina con un grosor de entre 2 y 4 mm, desgrasantes
I Edad del Hierro.
Aunque hay concentraciones en otras zonas del suelo,
destaca la concentración situada en el rincón noroeste de la
cabaña en la que se han recuperado en apenas cuatro metros
cuadrados 4.615 fragmentos de cerámica11, entre las cotas
El cambio más evidente que presenta esta fase respecto a
finos o medios y arcillas muy decantadas. Los acabados
las Fases A1 y A2, es el repertorio cerámico (UE 2103-2312)
de este grupo están muy cuidados con bruñidos de alta
asociado al suelo UE 2313. En comparación con ambas
calidad, en las predominan los cuencos carenados, fuentes/
fases más evolucionadas (A1 y A2) y las fases precedentes
platos y cazuelitas de las cuales el 4% (189 fragmentos)
(B y C), no se han documentado hombros marcados ni
aparece decorada por pintura y bandas incisas metopadas,
cuellos rectos. Sólo hay evolución de éstos por los cuencos,
tan características del Hierro I Antiguo del valle del Tajo
cazuelas y fuentes carenadas de cuello cóncavo. Es la única
(Blasco et alii, 1991; Blasco et alii, 1988; Muñoz, 1999;
Fase en la que se ha detectado la decoración de metopas
López et alii; 1996) (Fig. 12, 13 y 14). Presenta las siguientes
y frisos clásicos, fundamentalmente incisos y pintados, en
características:
Fig 34. Concentración de cerámica en la cabaña 3.
241
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 35. Concentración de cerámica en la cabaña 3.
•
Formas. Se reduce, básicamente, a dos tipos de
formas: almacenaje o contenedoras y vajilla de mesa y fina.
Las primeras están integradas por recipientes de cortos
cuellos de borde exvasado y cuerpos ovoides desarrollados
verticalmente (fig. 12.1-2). También aparecen cuencos y
cazuelas troncocónicas de corto cuello cóncavo y borde
ligeramente exvasados (fig. 12-9-10, 12-12).
El segundo grupo está formado por cuencos carenados
y fuentes/platos de cortos cuellos cóncavos acampanados o
ligeramente exvasados, de carena alta e inferior hemisféricos
o casi planos (fig. 13-5, 6, 7, 8), así como algún cuenco de
ala (fig. 12-7) Presentes las bases indiferenciadas al interior,
de talón y umbos poco pronunciados (fig. 12, 13 y 14)
•
Decoración.
Las
formas
decoradas
son,
relativamente, abundantes dentro de una tónica general
lisa. En el grupo de formas de almacenajes predominan
las impresiones en el labio y digitaciones / ungulaciones
en el hombro (Fig. 12-1, 2 y 3), así como algunos ángulos,
espigas y flechas impresas, incisos / acanalados de grupos
de líneas (Fig. 12-4 y 5). Las impresiones aparecen en el
borde y las ungulaciones en el cuello y la carena.
242
El grupo de vajillas finas presenta una decoración
incisa, pintadas y mixtas abundantes, integrados además
de algunas decoraciones en retícula conformada por
oblicuas, o triangular con paralelas y dientes de lobo,
por frisos de líneas dobles o simples, normalmente con
paralelas oblicuas diagonales (fig. 14). En todas ellas,
la profundidad de la incisión es apenas apreciable. Las
decoraciones más complejas, son frisos y metopas, de líneas,
triglifos, triángulos, puntos, paralelas oblicuas diagonales
rellenando triángulos o ajedrezados romboidales con
pintura (fig. 14-1 a 6). También aparece el motivo del aspa
de la cruz de San Andrés. El color más habitual es el rojo,
apareciendo el amarillo de forma esporádica. En algunas
piezas, las presencia de tonos anaranjados u ocres, hay que
considerarlos, más como una pérdida de pigmento rojo,
que como un color aplicado de forma intencional.
Las pintadas se disponen tanto al interior como al
exterior, únicas o asociada a incisas, como también
presencia de almagra (fig. 14-7 a 13). En todos los casos se
aplica el color en un momento posterior a la cocción y sólo
en dos fragmentos pueden tener un carácter figurativo,
siempre en el interior (fig. 14-2 y 14-3)
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
•
Elementos de prensión. Aparecen mamelones de
perforación horizontal tanto en las cercanías del borde
como en la línea de carena, con tendencia a trapezoidales
(fig. 13-9 a 12) y fig. 14-4, 6 y 9). Están muy presentes en
las fuentes abiertas planas (quizá tapaderas de suspensión)
(Fig. 14-1 a 4).
•
Thymiaterion. Una de las piezas que se ha
recuperado dentro del conjunto, es una caja hueca, con
aperturas cuadradas o rectangulares, decorada con grupos
de líneas incisas/cepilladas, al exterior (fig. 14-14).
La vajilla fina integrada por recipientes con superficies
tan bien cuidadas, excepcional acabado, motivos
decorativos tan elaborados y complejos, muestran una
importante vertiente simbólica y un innegable valor de
prestigio personal. Su pequeño formato y decoración
individualizada ha sido asociado a un uso individual, no
colectivo, dentro de algún tipo de ceremonial, al que sólo
tienen acceso una parte del grupo (Muñoz, 1999).
En el caso concreto del conjunto localizado en la Cabaña
3, no disponemos de datos suficientes, sólo hipótesis, que
permitan determinar las causas de su ubicación sobre el
suelo de este recinto, estado de fragmentación y origen del
nivel de incendio, intencionado o accidental que destruye
el edificio y su contenido. Puede ser sólo el lugar de
almacenamiento de la vajilla ritual de una familia o grupo
determinado en una vivienda, o estar asociado a un espacio
simbólico-religioso, hasta ser sólo el área de trabajo de un
artesano. Posiblemente la localización nuevas cabañas que
tengan un espacio similar podrá aclarar y determinar con
mayor precisión estas interrogantes.
Esta fase, por el tipo de vivienda-cabaña detectada y la
serie de materiales que tiene asociada, hay que situarla en
el momento de esplendor del periodo clásico o central de
la I Edad del Hierro, situada en los momentos centrales y
avanzados del siglo VII que se puede prolongar hasta los
inicios del siglo VI a. d. C. Respecto a otros yacimientos,
un repertorio similar se ha localizado en asentamientos del
entorno de Madrid como Cerro de San Antonio, Camino
de las Cárcavas, Puente Largo y San Antón, no se prolongan
más allá del S. VII adC. (Blasco et alii, 1991; Blasco et alii,
1988; Muñoz, 1999; López et alii; 1996). Comparados con
estos yacimientos Dehesa de Ahín presentan un desarrollo
completo de la I Edad del Hierro, con materiales/contextos
de hábitat, desde una ocupación clásica (A3) S. VII, hasta
el final del periodo con dos Fases superpuestas en el siglo
VI adC (A2 y A1). La presencia de estas vajillas finas tan
cuidadas y decoradas con bandas metopadas incisas sólo
en yacimientos de la I Edad del Hierro en los Valles del Tajo
central y río Henares, es interpretada como el símbolo o
evidencia de una identidad grupal, a la que se superpondrá
en la II Edad del Hierro los Carpetanos (Almagro y Ruiz,
cit. por Muñoz,1999:108).
Esta fase, finaliza de forma traumática mediante un
incendio que arrasa la Cabaña 3. Este nivel de incendio
no se ha documentado en la vivienda-Estancia 2, lo que
parece indicar un final diferente para ambos recintos.
Se ha documentado un potente nivel de cenizas sobre el
suelo del edificio. Sobre estas cenizas se construye en la
fase posterior la Cabaña 2 (A2), lo que implica que toda
la Cabaña 3 fue desmantela y derriba para construir la
nueva Cabaña 2-Fase A2. Es muy probable que parte
de los materiales constructivos se reutilizasen para la
nueva construcción, ya que no se han detectado adobes o
derrumbes asociados al incendio.
Fase A. Cabaña , Cabaña-Estancia
La Fase 2 parece ser el mayor momento constructivo
detectado. Las dos estructuras nuevas, Cabañas 1 y 2,
amplían de forma considerable la superficie de hábitat
respecto a la fase anterior. Se debió realizar en un período
de tiempo muy corto y, probablemente, por el mismo grupo,
de la fase anterior A3. Para ello se reaprovecharon las
estructuras ya existentes de la Fase A3: Cabaña 3 y Estancia
2, con la finalidad de construir nuevos recintos de hábitat.
El punto más conflictivo de esta fase es, si de forma
sincrónica se construye la cerca en torno a la Estancia 2.
Algunos datos estratigráficos y el material recuperado
asociado a los suelos, parece indicar que los tres recintos
llegan a funcionar de forma simultánea en algún momento
de esta Fase A2. En concreto, por el tipo y disposición
similar de la cerámica, no tenemos dudas de la convivencia
de forma sincrónica de la Cabaña 2 y la Estancia 1.
Tenemos más dudas sobre la convivencia de la Estancia 1
con la cerca construida en torno a ella (Cabaña 1-Fase A2)
debido a la discordancia que muestran los dos recintos.
Los datos estratigráficos, muestran que llegan a funcionar
de forma sincrónica, pero el escaso número de cerámica
recuperada en el espacio libre de la Cabaña 1 en esta Fase
A2, impide precisar con claridad este aspecto.
La Cabaña 2 se construye tras derruir-arrasar la Cabaña
3. Se asienta sobre los muros perimetrales de la anterior,
que sirven de cimentación a la Cabaña 2. En la reforma se
amplia el edificio hacia el norte y se transforma la planta
de la vivienda, que pasa de ser, aparentemente, rectangular
a una terminación absidiada-circular. Los muros de la
243
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
nueva cabaña son más anchos que la anterior y superan
el 1,00 m de espesor. Esta reforma del edificio, ampliación
y subida del nivel de suelo y parece llevar aparejado un
cambio de funcionalidad del espacio, tal vez destinado a
almacenamiento de algún tipo de producto.
En torno a la Estancia 2, además de reutilizarla con un
nuevo suelo, se construye una cerca (UE 2209), que será el
muro de cierre de la Cabaña 1 en la Fase A1. Esta nueva
construcción que hemos denominado como Cabaña 1
parece tener dos espacios bien diferenciados, la Estancia
1 al sur, reformada sobre la Estancia 2 al subir el nivel de
suelo y el espacio libre dispuesto al norte. La potencia de
los muros es menor que la Cabaña 3, apenas supera los 0,60
m. Este sistema constructivo, tal vez ha y que relacionarlo
con un intento de dar una mayor protección de las reservas
acumuladas, o al menos un intento de aislar de forma más
efectiva del exterior, el interior de determinados recintos.
El material en esta fase aparece en grandes
concentraciones de cerámica sobre los suelos de las
Cabaña 2 y la Estancia 1, y en menor medida, en la Fase A2
de la Cabaña 1. Esto podría deberse a la existencia de áreas
de actividades diferentes, en un proceso ya destacado en
otros recintos de la misma época (MUÑOZ, 1999: 103).
Fig 36. Vista general de la Fase A2.
244
Su presencia masiva en la Estancia 1 y en la Cabaña 2
podría indicar que están destinados al almacenaje de
algún producto, que, aparentemente, merece la pena
aislar del entorno, mientras que la estructura de adobe y
los pequeños silos localizados en el espacio abierto de la
Cabaña 1-Fase 2-, podría responder a que se trata de una
actividad productiva (fig. 35, 36 y 37).
Cabaña
La planta de la Cabaña 1 en la Fase A2 está definida por
la construcción de una cerca / muro (UC 2209) alrededor
de la Estancia 1. El espacio interior resultante, aparece
dividido en dos zonas bien diferenciadas, el extremo
sur ocupado por la Estancia 1 y el lado norte ocupado,
aparentemente, por un espacio abierto y diáfano .
Estancia 1 (Lado sur). Su construcción y origen está
en la Estancia 2. Mantiene las mismas dimensiones de la
fase anterior (A3) (fig 38). El muro de cierre norte, aparece
a una cota de 473,83. El suelo de esta Fase es de arcilla
compactada denominado UE 2219. Sobre el que se localizó
una acumulación de grandes fragmentos de cerámica. No
se han localizado restos óseos de fauna. Toda la estructura
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 37. Cabaña 1. Masa de adobe quemado, U.E. 2213.
Fig 38. Agujeros de poste asociados a la estructura U.E. 2213.
245
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
aparece arrasada y regularizada por la construcción
nivelada del suelo U.E. 2401 de la Fase A1, entre las cotas
473,82 y 473,89. Respecto a la cerca que lo rodea, está
unida por el lado occidental a ella mediante una masa de
barro (U.E. 2.220) encajada entre la Estancia y el muro de
cierre oeste de la Cabaña 1.
La escasa superficie que se ha podido excavar de la
Estancia 1, impiden precisar la función o funcionalidades
que pudo tener en la Fase A2. Es evidente el cambio respecto
a la Fase anterior. De estar reservaba para personas o actos
de cierto rango-prestigio, en el final de la Fase A2 por el
material recuperado sobre el suelo parece transformarse
en una zona de almacenaje. Este aparente proceso de
decadencia, parece confirmarlo la diferencia de material,
de menor calidad que en la Fase original A3.
Espacio abierto (Lado norte). Es el espacio de mayores
dimensiones de la Cabaña 1-Fase A2. En su interior se
localizó un suelo de barro regularizado (UE 2208), que
buzaba ligeramente hacia el sur, entre la cotas 473,71 y
473,62. Asociado a él se localizaron cinco estructuras de
Fig 39. Estancia 1. Acumulación de cerámica.
246
tipo “silo”. denominadas U.E. 2228, 2229, 2230, 2231 y
2239, además de una de planta rectangular-alargada U.E.
2223 (2,10 x 0,90 m). Esta última se localizó junto a una
estructura de adobe situada en el centro del recinto. Toda la
superficie apareció cubierta por un potente nivel de cenizas
denominado U.E. 2212, que cubría tanto al muro norte de
la Estancia, como a la cara interna del muro construido
para cercarla. Esto parece mostrar una convivencia de la
cerca y de la estancia dentro de un espacio común.
Toda el área presentaba evidencias de una exposición
directa al fuego, en especial la zona delimitada por las
cenizas. Esta ceniza, además de cubrir las estructuras de
tipo silo, envolvía la estructura rectangular de ladrillos de
adobes (473,80) (UE 2213), dispuesta, directamente, sobre
el suelo 2208 (473,66). Entorno y/o cubierto por los adobes
se localizaron 5 agujeros de poste.
Las estructuras de tipo “silo” eran de pequeño tamaño,
planta circular, paredes rectas y fondo plano, con una
profundidad de unos 40 cm, que llega alcanzar el nivel de
la T2. Se concentran en el lado oeste del espacio abierto y
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
la única diferencia apreciable entre ellas es el diámetro, que
varía entre los 0,40 m de la UE 2229 y los 1,30 m de la UE 2232.
El material arqueológico localizado en el interior de los silos,
a excepción del aportado por el 2232, es poco significativo
y prácticamente inexistente. Los datos parecen indicar que
estaban amortizados en el momento de producirse el nivel
de cenizas (U.E. 2212), ya que ninguno contenía unas cenizas
similares a las documentadas en el nivel de incendio (U.E.
2212). Aparecen colmatados con una matriz arenosa de
color marrón y textura compacta, con abundantes cantos de
cuarcita y muy poco material arqueológico.
La interpretación de esta zona abierta presenta muchas
dudas, debido a que los escasos elementos cerámicos
asociados al nivel de cenizas son poco significativos. Con
los datos recogidos, creemos que se podrían plantear,
entre otras, dos líneas de interpretación. En la primera, se
puede comprender este espacio en relación con algún tipo
de actividad económica por la configuración que presenta.
Aparece una estructura rectangular de adobes en el
centro del espacio, definida por cinco agujeros de postes,
acompañada por estructuras de almacenamiento de tipo
silo. Esta disposición de las estructuras parece destinada a
la manipulación, almacenamiento y producción artesanal
de algún producto que requiera en su elaboración, una
combustión reiterada. En la segunda, se podría plantear
como un espacio de carácter simbólico, en el que la
estructura de adobe quemada (UE 2213) dispuesta en el
centro, tendría una función ritual.
Tampoco disponemos de muchos datos, sobre la cubierta
de esta fase. Sólo podemos indicar la presencia de agujeros
de postes en el centro del espacio abierto asociados a la
estructura de adobes. De forma hipotética, si consideramos
la Fase A2 como el momento constructivo de cercado de la
Estancia 1, se puede plantear que en esta fase convivieron
dos cubiertas diferentes. La que conservaría la Estancia 1
de la Fase anterior A3 y la nueva asociada al espacio abierto
localizado en el extremo norte. En él, por la presencia sobre
el suelo de un área de combustión (UE 2213) debía tener
una amplia zona a cielo abierto en el centro.
Sin poder aportar ningún dato más, sólo podemos
comentar que la cubierta debía ser una techumbre de tipo
vegetal y que los niveles de ceniza documentados podrían
ser la consecuencia del incendio y derrumbe de la misma.
Cabaña
Por el grosor de los muros y sus dimensiones es la
mayor estructura de hábitat localizada de la I Edad del
Hierro. Tiene una planta parecida a la Cabaña 1, pero
difiere de ella en cuanto a su orientación, que es similar a
la Estancia 1. Aparece situada al este de ambas estructuras
y está separada de ellas por un pequeño pasillo de entre
0,60 m y 1,45 m de anchura. Como ocurre con los demás
recintos, sólo se ha excavado una parte de la estructura,
en concreto, el extremo norte, al estar la zona meridional
fuera de los límites del área de intervención marcada por
la traza12 (Fig. 39).
Tiene una morfología rectangular/ovalada, con el
extremo septentrional redondeado y unas dimensiones
documentadas de 11,5 m de longitud por 7 m de anchura13.
Se construye o reconstruye sobre los muros de la Cabaña 3.
Está levantada sobre un muro de barro/adobe continuo (UC
2214) de 1,25 m de anchura, claramente más potente que
la cerca perimetral de la Cabaña 1 y el muro de la Cabaña
3. Como en ella, no presenta zócalo de mampostería y en
la parte excavada no se ha logrado localizar ningún tipo
de vano o puerta de acceso (fig. 5). Después de su colapso,
parece producirse el abandono definitivo de la vivienda.
La configuración que presenta el espacio interior en
la Cabaña 2 es un único ambiente abierto y diáfano. Sólo
la presencia de pequeños agujeros de postes sobre el suelo
(UE 2101) podría indicar la presencia de tabiquería interna
y espacios separados. El suelo está construido mediante
placas de arcilla endurecida por calor. Buza, ligeramente,
de oeste a este entre las cotas 473,82 a 473,74.
Asociado a este suelo se ha localizado en el centro del
recinto, junto al perfil sur, la reutilización del hogar de la
fase anterior A3. Presenta dos niveles de uso: Números de
inventario 33 y 46. Los dos hogares están construidos de
forma similar, el material refractario que se utiliza en ambos,
son fragmentos de cerámica, de mediano y pequeño tamaño,
que en algunos casos parecen del mismo recipiente. Sobre
esta base se extiende una placa de arcilla bien decantada. El
segundo de ellos (Nº inventario 46) presentaba en la placa
de arcilla doce impresiones circulares realizadas cuando el
barro estaba todavía fresco14 (fig. 40 y 41).
No disponemos de datos que permitan determinar que
tipo de cubierta tenía. A modo de hipótesis y basándonos
sólo en la ausencia de una alineación de postes en el centro
del recinto y la mayor anchura de los muros, podríamos
indicar que tuviera una cubierta con una sola vertiente
hacia cualquiera de los lados.
Respecto a las concentraciones de material que se han
localizado en los tres recintos, en especial en la Cabaña
2 y en la Estancia 1 podemos indicar que presenta las
siguientes características:
247
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 40. Cabaña 2. Vista general.
•
Formas. Predominan las formas abiertas, fuentes
o platos y cazuelas. Las cazuelas son acampanadas de suave
carena o carenadas al exterior (fig. 11- 6 y 7), mientras
que los platos, fuentes o escudillas son troncónicas con
mamelones trapezoidales perforados y cercanos a la base
(tal vez se trate de tapaderas) (fig. 10-1, 11-8, 9 y 10). Los
cuellos están medianamente desarrollados con tendencia
a ser exvasados, acampanados y ligeramente cóncavos.
Las bases son de talón y umbos pronunciados (fig. 10-5 y
11-2). También se dan abundantes ejemplos de cuencos de
ala (fig. 10-3).
•
Decoraciones: Son característicos y exclusivos de
la fase A2. Casi desaparecen en la Fase A1 y no aparecen en
la Fase A3. Se trata de amplias retículas incisas diagonales
limitadas por frisos corridos de impresiones de punzón
(pseudo-estampilladas) en paredes no asociadas a carenas
(fig. 10-1, 2 y 5; fig. 11-3 y 8). El acabado a cepillo o peinado
es, relativamente, abundante. En las de almacenaje aparecen
de forma más escasa grupos de líneas Incisas/acanaladas
al interior (profundas o superficiales). En el cuello se han
detectado ungulaciones.
248
•
Elementos de prensión. Los mamelones presentan
una perforación horizontal cercana de borde (Fig.11-9).
También se ha detectado algún asa (fig.11-4).
En esta Fase A2 los materiales de la fase clásica (A3)
están en claro retroceso y evolución. Se puede observar
por la escasa presencia de la incisión, las nuevas formas de
interpretación preludiando las estampilladas y los grupos
de líneas dispersos al interior que se generalizan, aunque
ya estaban en el período anterior. No aparecen las carenas
de hombro ni los cuellos rectos, aunque pueden existir las
bitroncocónicas o quizá bicónicas, en relación con el área
oriental del Tajo y la Meseta. También están presentes
los cuencos de ala característicos de la última fase del
Hierro I que se relacionarían con el área manchega. Esta
Fase A2 parece mostrar una progresiva simplificaciónempobrecimiento del material desde la Fase A3 hasta
llegar a la última fase del poblado (Fase A1).
Respecto a la Fase A1 y A3, no se han documentado
hombros marcados, solo hay uno en la serie analizada en la
Fase A1. Tampoco hay frisos metopados clásicos, aunque
la decoración en frisos es atípicamente evolucionada, por
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 41. Placa de arcilla con impresiones, hogar 46.
Fig 42. Cabaña 2. Superposición de hogares U.E. 33 y 46.
249
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 43. Cabaña 2. Detalle del conjunto de cerámica.
el reticulado más amplio y con impresiones de punzón.
Presentan una decoración de forma más escasa y sobre
todo, un esquema más descuidado en la realización. En
ella se reinterpretan los motivos clásicos con desarrollo
de decoraciones específicas del yacimiento, como las
retículas diagonales limitadas con las originales impresas
pseudoestampilladas de punzón romo (fig. 10 y 11).
Aun así, los datos obtenidos parecen indicar que la Fase
A2 es la fase más compleja y con un mayor desarrollo de las
estructuras de hábitat. Desde el punto de vista constructivo
este proceso se observaría en el reaprovechamiento/
reconstrucción de las estructuras de la Fase A3 (Estancia
y primera ocupación de la Cabaña 3-Período Clásico).
Se produce un cambio de la morfología de los recintos
de hábitat, que pasan de ser rectangulares (Cabaña 3) a
ovalados (Cabaña 2). Este cambio, por el tipo diferente de
materiales que presentan las Fases A2 y A3, podría deberse
sólo a un cambio de la funcionalidad de los recintos.
La aparente especialización del espacio que muestran
los diferentes recintos en esta Fase A2 parece indicar que
cada uno de ellos está destinado a albergar actividades
diferentes, en una planificación de los procesos productivos
250
dentro del grupo: almacenaje en la Cabaña 2 y almacén
(Estancia 1), tal vez producción en el espacio abierto
de la Cabaña 1. A este proceso, además parece sumarse
una protección de las reservas acumuladas, o al menos
un intento de aislar de forma más efectiva del exterior el
interior de determinados recintos. En el caso de la Cabaña
1 se cerca una vivienda que en la Fase anterior (A3) estaba
exenta y se amplía la anchura y potencia de los muros que
superan el 1 m de espesor en el caso de la Cabaña 2.
Esta especialización de los espacios y probable
acumulación de reservas (silos y recipientes de cerámica)
como consecuencia de las mejoras agrícolas y tecnológicas,
es una de las características que se han destacado para la I
Edad del Hierro (Muñoz, 1999: 97). La cronología de esta
Fase A2, por el material recuperado, habría que situarla en
un momento final de la I Edad del Hierro, posiblemente en
la segunda mitad del siglo VI.
Esta Fase A2 finaliza de forma traumática con un nivel de
incendio y el posterior colapso simultáneo de la Cabaña 1 y
la Estancia 1. Este incendio no se percibe de forma tan clara
en la Cabaña 2, debido a que en ella sólo se ha documentado
un nivel de cenizas sobre las agrupaciones de cerámicas,
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
pero sin las evidencias de una gran combustión. Sobre las
cenizas, esta vez si se ha detectado un potente derrumbe
de adobe, que parece indicar el colapso del edificio. Por
encima de este derrumbe no se han conservado evidencias
que impliquen una reutilización posterior del recinto,
como si parece ocurrir en la Cabaña 1.
Fase A. Cabaña .
La Cabaña 1 es el último recinto de hábitat detectado
de la I Edad del Hierro. Esta fase sólo se ha documentado
en la Cabaña 1, debido a que los surcos de la plantación
de pinos no permiten determinar y correlacionar qué se
conservaba en el área de la Cabaña 2. Aparentemente,
es la más sencilla de las Cabañas documentadas. Para su
construcción se arrasa por completo la Estancia 1 que
desaparece y es amortizada por completo en esta fase
(fig. 3, 4; 23 y 25) y se reutiliza la cerca construida en la
Fase anterior. La desaparición de la Estancia, implica un
aumento sustancial del espacio libre de hábitat disponible
en la Cabaña 1 respecto a la Fase A2. El resultado es un
espacio abierto y diáfano, con una gran cantidad de hogares
en el centro del recinto (Fig. 43).
La Cabaña 1 está construida mediante un muro de barro
continuo (UC 2209) de 0,55 m en el lado este y 0,77 en el
lado oeste, sin zócalo de mampostería en la base. No se han
localizado puertas o vanos15. Presenta dos lados paralelos
unidos por un tramo de muro curvo en el extremo norte. El
espacio interior aparece diáfano sin compartimentaciones.
Los datos parecen indicar que su construcción se realiza
en la Fase anterior A2, para cerrar un espacio en torno a la
Estancia 1. Las dimensiones documentadas son de 9,5 m
de ancho por 10,30 m de largo con una potencia de 24 cm
sobre el nivel de suelo UE 2201 y 2401, de barro quemado
y muy endurecido.
Un análisis espacial de los restos hallados, parece
mostrar que existen dos áreas diferentes de uso, ambas
utilizadas de forma intensiva. Una zona a cielo abierto
en el centro del recinto y otra, posiblemente, techada
mediante un pórtico corrido en los laterales. La zona
abierta estaría situada en el centro de la Cabaña 1 en ella
se concentran las áreas de suelo quemado y la mayor parte
de los hogares dispuestos, alejados de las paredes, que
suman una superficie de combustión de más de 5,40 m².
Alrededor de esta zona abierta, parece existir una pórtico,
identificado por una alineación de postes doble en el lado
Fig 44. Cabaña 1. Nivel de suelos y hogares.
251
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
oeste y simple en el este dispuestos de forma paralela al
muro perimetral del recinto y situados a unos 2 metros
de él. Esta disposición podría indicar que la techumbre,
vegetal, tendría una sola vertiente hacia el exterior.
El suelo es de arcilla compactada (UE 2201 y 2401)
tiene una potencia de entre 2 y 3 cm se localizó bajo un
nivel de derrumbe de adobes (UE 2400). En general, se
encontraba en mal estado y arrasado por labores agrícolas.
Presenta una gran horizontalidad con tan sólo 4 cm de
desnivel entre el extremo SE (473,89) y el NW (473,85). En
él destaca la presencia de cinco hogares (UE 2203, 2205,
2206, nº inventario 28 y 30) con una tipología similar, pero
diferente de los detectados en las Cabañas 2 y 3.
En este caso se trata de cubetas rellenas de cantos de
cuarcita y arenas sobre las que se dispone una placa de
arcilla decantada. Son de planta circular/ovalada, con unas
dimensiones que varían desde los 2,20 m² del Nº 28 (Fig.
24) a sólo 0,90 x 0,66 m de la UC 2206, el hogar de menores
dimensiones localizado (Fig. 44). Además de los hogares se
han localizado superficies quemadas de diferente tamaño,
destacando la que se halla alrededor del hogar Nº 28.
Respecto a las otras fases, destaca la ausencia de “silos”
asociado a este suelo. Es probable que el almacenamiento
de los diferentes productos se produjera en este momento
en otro tipo de recipientes. Puede ser cerámicos, de los que
no hemos localizado un número excesivo o, probablemente,
en recipientes no cerámicos (madera, fibras vegetales, etc.Fig 24bis), como se ha planteado para otros asentamientos
de la misma época (Muñoz, 1999: 99).
La cerámica respecto a las fases precedentes muestra,
tanto en el número, como en la calidad, una cierta pobreza.
No se ha documentado ningún recipiente completo. En
general, todo el material aparece muy fragmentado y
disperso, sin las concentraciones que se han observado en
los niveles de suelo de las Fases (A2 y A3), tal vez debido a
una funcionalidad diferente respecto a las fases precedentes.
No se han detectado elementos a torno. La cerámica
recuperada sobre el suelo presenta unas características
que muestran rasgos contrapuestos, diferenciadores y
similares, respecto a las Fases anteriores (A2 y A3) (Fig.
10). La cronología de esta fase habría que situarla en un
momento avanzado del VI o principios del V a.C16 .
•
Formas. Presenta formas abiertas, como platos
y fuentes, con algún mamelón perforado cercano a
borde; cuencos evolucionados y similares a los cuencos
troncocónicos de las fases anteriores de los que queda
alguno, al igual que algún cuenco de carena marcada
interior y exterior (fig. 9-1 a 4). Puede ser por escasez de la
252
muestra, pero no hay cuencos de ala. Las formas presentan,
en general, bordes labiados, algún cuello escasamente
desarrollado, generalmente cóncavos, acampanados,
que muestran una continuidad desde las fases anteriores
plenas (A2 y A3), junto con alguno recto (con tendencia
a cóncavo) con carena (hombro marcado) donde, como
novedad, el mamelón vertical perforado se desarrolla desde
la carena hasta el borde (2208). Las bases son de umbos
pronunciados, entre otras similares a las fases anteriores.
•
Decoración. El rasgo más significativo es que las
decoraciones son muy escasas. No hay retículas incisas
limitadas por frisos corridos rellenos de impresiones de
punzón (pseudoestampilladas) característicos y exclusivos
de la fase A2. La decoración se limita a alguna línea de
digitaciones y ungulaciones en cuello, alguna moldura y
grupos de líneas incisas al interior (fig. 9-4). El cepillado
aparece como acabado exterior (fig. 9-1).
El material es escaso encontrándose muy disperso
por toda la superficie y muestra una tendencia clara a un
empobrecimiento formal respecto a las fases anteriores.
Evolucionan las formas abiertas troncocónicas y menores
hemisféricas, abundan también los cuellos cortos, labiados.
Existen las formas cóncavas y acampanadas, aunque hay
una cierta escasez de carenadas con pervivencia de algún
hombro. No hay cuencos de ala. La decoración es la que
muestra de forma más clara este empobrecimiento y cierta
decadencia. Son elementos simples, característicos grupos
de líneas al interior, sin presencia de frisos, ni metopas,
ni esquemas decorativos complejos como los observados
en la Fase A3. Sí hay continuidad, respecto a la Fase A2,
de mamelones perforados horizontalmente, aunque más
desarrollados, aunque en el cuello y no en carena.
En esta Fase A1, la funcionalidad parece cambiar
respecto a la fase anterior. El nuevo espacio funciona de
manera residual y parece tener un mayor componente
social (área de reunión), debido a que no presenta
elementos de compartimentación interior, al menos
dentro del área excavada. Las dimensiones y la ausencia
de silos y el gran número de hogares, parece indicar que se
trata de un espacio para desarrollar actividades colectivas
del grupo, como ya se ha indicado en otros poblados de la
misma época: La Dehesa y Perales del Río (Muñoz: 1999:
103; Blasco et alii, 1991: 148).
La cronología de esta fase hay que situarla, por el
material recogido, en un momento avanzado del VI o
principios del V a.C. Tras el derrumbe de adobe de la
estructura no se han detectado evidencias de una nueva
ocupación. Aparentemente, es la única fase que no finaliza
mediante un proceso traumático (incendio).
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
Fig 45. Cabaña 1. Hogar nº 28.
CONCLUSIONES-VALORACIÓN FINAL
Como en el anterior trabajo se indicó,17 somos
conscientes de las limitaciones que tiene la intervención.
Sólo se ha logrado estudiar una muestra del repertorio
cerámico recuperado en cada fase y debido a las limitaciones
del espacio, no se ha desarrollado de forma completa la
excavación del perímetro de los recintos. Además, apenas
se ha podido acceder a los momentos iniciales de la
ocupación sobre la T2, limitada a pequeñas áreas de sondeo
separadas entre si. Sin embargo, en esta ocasión, gracias
al soporte digital que permite esta publicación, hemos
querido añadir un mayor número de elementos gráficos.
En especial relacionados con el material arqueológico de
la Fase A3.
El poblado de la I Edad del Hierro de Dehesa de
Ahín parece cumplir cada uno de los parámetros que
los especialistas indican para los asentamientos de este
periodo, tan rico y complejo (Blasco et alii, 1991; López et
alii, 1996; Muñoz, 1991). Se trata de un asentamiento que
se encuentra incluido dentro del proceso de crecimiento
demográfico experimentado en este periodo, debido, entre
otros factores, al aumento de la producción de alimentos,
por el empleo de nuevas tecnologías agrarias y la puesta
en producción de nuevas áreas. Este proceso productivo,
tiene unas consecuencias sociales al propiciar una mayor
complejidad social por el control de los excedentes y
reservas de alimentos (jerarquización y estratificación
social) y la creación de un sistema de roles e intercambio
sociales más complejos. El aumento de asentamientos y la
expansión de los grupos parece suponer un mayor contacto
entre ellos y con la periferia mediante el –intercambio de
bienes e ideas- a partir de vías de comunicación pecuarias
de larga permanencia. La secuencia de estructuras, el porte
y tipo de las cabañas, no tiene precedente en esta zona de
la cuenca del Tajo.
Con anterioridad a su descubrimiento se consideraban
la existencia de edificios como los localizados en Dehasa
de Ahín como excepcionales, vinculados a una elite
social y determinados ritos religiosos (Muñoz y Ortega,
1.997: 145). Tal vez, el motivo no sea este, sino la falta de
excavaciones sistemáticas lo que provoca que se consideren
de esta manera.
253
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
NOTAS
1
Juan Manuel Rojas Arqueología S.L. C/ Taller del
Moro, nº 7.Esc 3. Bajo Derecha. Tf. (925) 25 73 05. Email:
jmrojasarqueologia@telefonica.net
2
Nuestro agradecimiento a D. Luis de la Rubia, Gerente
de Obras del GIF, y a D. Alfonso Ranninger, jefe de obra de la
empresa constructora NECSO, por los medios humanos y
técnicos puestos a disposición de la intervención arqueológica
realizada durante la construcción de la plataforma del Nuevo
Acceso de Alta Velocidad a Toledo.
3
Las fases de sondeo y desbroce de las zonas habían permitido
determinar que la plataforma del AVE que atraviesa la T2 en
la Dehesa de Ahín se encontraba ocupada en su totalidad, por
estructuras arqueológicas de diferentes épocas. El problema
planteado, no era tanto la localización de estructuras, que el
desbroce se encargó de localizar en gran número, si no, determinar
cual de ellas ofrecía las mejores perspectivas, a priori, de tener
contextos estratificados que permitieran obtener una evolución
diacrónica completa de cada una de las fases de la ocupación del
yacimiento.
4
El equipo de arqueólogos estuvo formado por los técnicos
Antonio Guío Gómez, Jaime Perera Rodríguez, Javier Pérez
López-Triviño y Eva Redondo Gómez.
5
En el momento de producirse la intervención arqueológica, se
encontraba en baldío aunque, entre los años 1999 y 2000, se había
realizado una plantación de pinos que no habían llegado a enraizar
(Fig. 3 a 7 y 18). En esta plantación forestal se emplearon medios
mecánicos para arar la plataforma de la terraza de este a oeste y
alcanzaron los 0,70 m de profundidad en algunas zonas. Esta acción
produjo la destrucción de algunas de las estructuras arqueológicas
conservadas en el subsuelo, en el caso de la Zona 2, como se verá,
provocó que la última fase de ocupación de las Cabañas de la I Edad
del Hierro se encontrase muy afectada e impidiese la correlación
con otros niveles de ocupación, a la vez que generó un potente
nivel de tierra vegetal de entre 40 y 60 cm de potencia y propició
la presencia de una gran cantidad de material arqueológico en
superficie. A causa de todo ello, en cada una de las zonas, como
primer paso, se hizo imprescindible limpiar todos los surcos, con la
finalidad de evitar la mezcla de los materiales revueltos con los que
se hallaban en posición original (Fig. 23 y 24).
6
Queremos agradecer a los arqueólogos José Ramón Ortiz y
Antonio Madrigal su colaboración por el análisis del material de
la I y II Edad del Hierro procedente de la Dehesa de Ahín.
7
Su posición no difiere de otros asentamientos de esta misma
época, localizados en la vegas bajas de los ríos Manzanares,
Jarama, Henares y Tajo, como el Cerro San Antonio, situado en un
punto elevado, aunque accesible, en la confluencia del arroyo de
la Gavia y el río Manzanares (Blasco et alii, 1991:1), el de Camino
de las Cárcavas en la confluencia de los ríos Jarama y Tajo (López;
2006) o Puente Largo del Jarama (MUÑOZ, 1999: 94).
8
Los numerosos niveles de hábitat, junto con la complejidad de
los rellenos que presentan los recintos, implica que dispongamos
de múltiples opciones para ordenar la evolución constructiva
de las Cabañas. A este factor hay que añadir que la destrucción
provocada por la plantación de pinos (surcos), junto con las
estructuras de tipo hoya o “silos” de la II Edad del Hierro, han
alterado algunos de los rellenos e incluso eliminado el contacto
254
entre niveles de suelo. Tampoco se han excavado de forma
completa ninguna de las estructuras, lo que limita y condiciona
cualquier análisis espacial.
9
Sólo se han localizado estas estructuras de tipo cabaña, pero
es muy probable que el poblado esté formado por un número
mayor diseminadas por la plataforma elevada de la T2.
10
La única diferencia que hay entre las Fases B1 y B2 es la
procedencia del material. La primera está relacionada con el
Sondeo bajo la Estancia 2 –estructura de adobe- y la segunda con
los hogares del Área de Sondeo 1 (fig. 7).
11
El elevado índice de fragmentación que presentan las piezas
(la mayoría no sobrepasa los tres centímetros), hace plantearse la
posibilidad de que hayan sido destruidos de forma intencionada.
Para tratar de resolver esta cuestión, se dividió parte de la superficie
en cuadrículas de 50 x 50 cm, fotografiándose cada cuadrícula.
Posteriormente, se realizó una recogida individualizada de cada
fragmento, asignando un número a cada pieza que, a su vez, se
localizó con respecto al conjunto. En este estudio espacial se
recuperaron un total de 572 fragmentos
12
La fase de asentamiento de la II Edad del Hierro (foto 82)
parece destruir y alterar por completo el lateral este del muro.
Sólo conservándose alguna evidencia de su posición en el perfil
sur. El suelo de ocupación 2101 también está muy alterado en
su parte central por la ocupación Carpetana, en concreto por la
estructura UE 2306 y UE 2702.
13
El sistema constructivo empleado en todas las estructuras
de la I Edad del Hierro documentadas es similar. Muros de adobe/
barro, asentados directamente sobre el terreno, sin ningún tipo
de sócalo de mampostería, acompañada de postes de madera
bien situados. Todas las fases de hábitat, presentan pavimentos
de arcilla bien decantada.
14
Todos los hogares localizados en las dos fases de utilización
de las Cabañas 2 y 3 (Fases A2 y A3), se superponen de forma
reiterada en el mismo punto. Esto nos hace pensar que las dos
fases documentadas se producen en un lapso de tiempo muy
breve y por un grupo que mantiene la misma disposición espacial
de los recintos.
15
La puerta de acceso debe estar en el extremo sur, en la zona
que no se ha excavado al estar fuera del proyecto.
16
Los elementos de la II Edad del Hierro excavados en Dehesa de
Ahín muestra que se trata de una ocupación final, tardía, en torno
a los siglos II a I aC. Es posible que en otras zonas de Dehesa de
Ahín, fuera de la zona afectada por el trazado, existan estructuras
más antiguos de la II Edad del Hierro (Siglos IV y III adC).
17
Las Cabañas de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín
fueron publicadas en 2007 en la serie Zona Arqueológica.
Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro
Arqueológico, Secuencia y Territorio. Volumen II, número 10,
del Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, con el
título de: El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín
(Toledo). Desde entonces no se ha vuelto a analizar ninguno
de los materiales localizados en la intervención, adscritos a
contextos de habitación entre los siglos VII al VI adC. Por este
motivo la referencia única que hay sobre este yacimiento es y
debe ser el artículo citado anteriormente. Es en este apartado
en el que se puede observar un aporte de información sobre la
anterior publicación.
LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO)
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255
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA
DE LOS CABALLEROS (TOLEDO):
TERRITORIALIZACIÓN Y
SOCIEDADES DEL PRIMER HIERRO
EN LA MANCHA TOLEDANA
Jesús Carrobles Santos
Juan Pereira Sieso
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 01-12-2008
Aceptado: 20-12-2008
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO):
TERRITORIALIZACIÓN Y SOCIEDADES DEL PRIMER HIERRO EN LA MANCHA TOLEDANA
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO):
TERRITORIALISATION AND COMPANIES IN THE FIRST IRON IN LA MANCHA TOLEDANA
Jesús Carrobles Santos
Diputación de Toledo
Juan Pereira Sieso
Universidad de Castilla-La Mancha
PALABRAS CLAVE: Meseta, necrópolis, incineración, territorio, revisión
KEYS WORDS: Plateau, burial, incineration, territory, review
RESUMEN:
En este artículo se presentan los datos del nivel fundacional del yacimiento de Palomar de Pintado fechado en los siglos X-IX
a.C. En él destaca la aparición de una casa con materiales característicos del Bronce Final – Hierro I y unos enterramientos de
incineración que constituyen el inicio de una necrópolis en uso hasta el siglo II a.C.
El estudio de las estructuras y materiales hace necesaria la revisión de la cronología aceptada para el inicio de las incineraciones
en la Meseta Sur, así como la de la definición de distintas facies que, desde nuestro punto de vista, dificultan la comprensión
de una realidad cultural que parece mucho más sencilla y homogénea.
La implantación de las novedades que se dan a conocer está directamente ligada al proceso de territorialización que
experimentan los grupos humanos del interior de la Península Ibérica al final de la Edad del Bronce. En su desarrollo destaca
el papel jugado por las necrópolis que parecen convertirse en los verdaderos núcleos articuladores del territorio.
Además, se realizan diferentes reflexiones sobre la aparición en la Meseta de objetos procedentes del comercio protocolonial,
algunos de hierro, así como de determinadas cerámicas y se plantea la necesidad de revisar algunas de las propuestas
realizadas sobre la pronta diferenciación étnica de los pueblos prerromanos en la zona de estudio.
ABSTRACT:
This article presents the foundational level data from the site of Palomar de Pintado dated in the X-IX centuries BC It highlights
the emergence of a house with materials characteristic of the Late Bronze - Iron I burials and a cremation that constitute the
beginning of a cemetery in use until the second century BC.
The study of structures and materials makes it necessary to revise the accepted chronology for the start of incineration on
the southern plateau and the definition of different facies, from our point of view, ease of understanding of a cultural reality
that seems much more simple and homogeneous.
The implementation of the innovations that are released directly linked to the territorialization process experienced by
human groups inside the Iberian Peninsula at the end of the Bronze Age. Its development emphasizes the role played by the
necropolis that seem to become the real core of the territory articulators.
Furthermore, there are different thoughts on the appearance of objects in the Plateau protocolonial from trade, some iron,
as well as certain ceramics and there is a need to revise some of the proposals made regarding the ethnic differentiation of
early pre-Roman peoples in the study area.
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA
DE LOS CABALLEROS (TOLEDO):
TERRITORIALIZACIÓN Y SOCIEDADES DEL
PRIMER HIERRO EN LA MANCHA TOLEDANA
Jesús Carrobles Santos
Juan Pereira Sieso
INTRODUCCIÓN
que fomenta la aparición de lagunas y humedales que también están presentes en las inmediaciones del yacimiento
Localización geográfica
El yacimiento de Palomar de Pintado se localiza al sur
de la actual población de Villafranca de los Caballeros,
muy cerca del límite con el término municipal de Las Herencias, que también sirve de línea de separación entre las
provincias de Toledo y Ciudad Real (fig. 1).
Desde el punto de vista geográfico nos encontramos
ante un lugar ubicado en el centro geográfico de la Meseta Sur, en el extremo occidental de la comarca natural
de La Mancha. Esta situación periférica en relación con la
gran llanura manchega tiene su reflejo en el protagonismo
que aún alcanzan algunos relieves montañosos que constituyen las últimas estribaciones de Los Montes de Toledo
hacia el Este. En ellos y como muestra del valor como marcador territorial del que siempre han disfrutado, destaca la
localización de distintas estaciones de arte rupestre esquemático (Almodóvar, J. y otros, 1994).
En cuanto a la ubicación concreta del yacimiento de
Palomar de Pintado, destaca su localización junto al cauce
del río Amarguillo en plena llanura aluvial, muy poco antes
de su desembocadura en el Cigüela, dentro por lo tanto de
la cuenca del Guadiana (fig. 2). A pesar de la existencia de
tanto cauce, en realidad estamos ante una zona endorreica
objeto de estudio. De hecho, éste se ubica en una pequeña
elevación artificial, fruto tan sólo de los aportes humanos
relacionados con el uso de este espacio en el último milenio a.C., dentro de un espacio comprendido entre el cauce actual del río Amarguillo y la denominada Laguna del
Rincón que todavía no hace muchos años, en temporadas
especialmente lluviosas, llegaba a inundar el yacimiento.
Los restos de este pequeño humedal, solamente reconocible en nuestros días por la residual vegetación de
carrizo que se conserva, sirven aún de separación entre
la necrópolis y el principal poblado que conocemos en la
zona y que, al menos desde el siglo VI a.C., parece haberse
constituido en el centro articulador del espacio en el que
se encuentra nuestro yacimiento. Su papel será importante
hasta épocas históricas al pervivir gracias a la construcción de una importante villae romana sobre los restos de
la Edad del Hierro.
Toda esta variedad geológica y orográfica de la que venimos hablando dio como resultado la formación de diferentes suelos que surgen de la combinación de los materiales cristalinos procedentes del macizo montañoso, con los
calizos propios de la meseta manchega y con los de aluvión
aportados por los irregulares ríos que surcan la zona. Su
acumulación, en un ámbito relativamente reducido, se con-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 1.- Situación geográfica del yacimiento de Palomar de Pintado.
virtió en un importante atractivo para las sociedades que
poblaban el entorno, que basaban su éxito en la diversificación de sus producciones agrícolas, ganaderas e, incluso,
mineras, que todavía con cierta importancia se han venido
desarrollando en estas zonas hasta los comienzos del siglo
XX. Es el caso de las formaciones salinas relacionadas con
los humedales característicos de este sector y, sobre todo,
de los filones metálicos, fundamentalmente de minerales
de cobre, que fueron objeto de explotación industrial en
puntos muy cercanos al yacimiento de Palomar de Pintado
(Montero, Rodríguez y Rojas, 1990 ; Montero, 2001). Unas
explotaciones poco conocidas pero de indudable interés
que siempre habrá que tener en cuenta antes de proceder
al estudio de las gentes que habitaban la zona en la Prehistoria reciente, al no localizarse nuevos yacimientos con estas características hasta las ricas zonas mineras de la Alta
Andalucía o de la zona de Cartagena y Almería.
Pero además, los crestones de cuarcitas de la cercana
Sierra de Herencia cumplen con otro papel delimitador al
servir de referencia visual del tránsito que se produce entre los grandes valles fluviales del centro peninsular y la
260
gran llanura manchega, anunciando con ello el fin del denominado corredor del Sudeste. Un conjunto de caminos
que podía sufrir cambios en función de situaciones muy
concretas que unía a estas tierras del interior con las zonas
costeras del litoral murciano y andaluz. Su protagonismo
como referencia geográfica se vio potenciado por el valor
de los Montes de Toledo como relieve separador entre las
cuencas del Guadiana y el Tajo, ya que en sus inmediaciones se producía la bifurcación definitiva entre algunos
de los principales caminos que desde el citado corredor se
dirigían a cada uno de esos grandes valles.
Todas estas posibilidades hicieron que en las cercanías
del yacimiento de Palomar de Pintado existiera un poblamiento humano de cierta importancia desde momentos
muy antiguos, tal y como ponen de manifiesto los hallazgos
que se vienen fechando desde el Paleolítico Medio (López,
Baena y Vázquez: 2001) o la variedad de yacimientos que
se conocen desde el Calcolítico y que tienen continuidad
en la Edad del Bronce, según han demostrado las prospecciones que hemos realizado en el tramo final del río Amarguillo (Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004: 119-120).
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 2.- Ubicación del yacimiento de Palomar de Pintado (nº 1).
Esta posición abierta a todo tipo de caminos y a las posibles influencias que pudieran llegar por ellos ha provocado que algunos investigadores hayan valorado la zona más
como lugar de paso que como espacio dotado de su propia
personalidad, en el que también se pudieron desarrollar
ciertas innovaciones y elementos culturales desde fechas
muy antiguas. El predominio de esta manera de entender
la mayor parte de la Meseta Sur, unido a la carencia de unos
límites naturales claramente definidos, viene provocando
un problema en la interpretación de las gentes que poblaban la zona que, según los intereses o formación de cada
investigador, acaban siendo incluidas en uno u otro grupo
étnico o cultural, con los problemas de interpretación que
esa situación provoca. Es el caso concreto de lo que ocurre
con el estudio de las sociedades de la Edad del Hierro en
la zona que aparecen vinculadas indistintamente al mundo celtibérico o ibérico, o de lo que también sucede a otra
escala a la hora de atribuir la zona a carpetanos, celtíberos,
olcades u oretanos, cuyos límites comunes, al menos en
una época posterior a la conquista romana, también deben
situarse en este estratégico sector.
261
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 3.- Zócalo conservado entre los enterramientos.
262
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Sin embargo, esta situación de marginalidad, entendida
como no pertenencia a ningún territorio nuclear, lejos de
constituir un problema, se convierte en una de las principales potencialidades del yacimiento que ahora nos ocupa
al permitirnos entrar directamente en el estudio de las comunidades del pasado sin la necesidad de reconocer los
elementos definidores de uno u otro grupo étnico, que son
los que en muchas ocasiones han centrado el interés de
los investigadores de las sociedades de la Edad del Hierro.
Una situación especialmente evidente en todo lo que se
refiere al conocimiento de la evolución de estas gentes y
de los cambios o reajustes territoriales que pudieron sufrir,
muy dif íciles de conocer desde los que podemos considerar como puntos centrales de cada grupo étnico.
Historia de la investigación
Aunque en este Congreso sobre la Edad del Hierro en
la Meseta Sur el yacimiento de Palomar de Pintado esté
incluido en la sesión dedicada a los denominados “nuevos
yacimientos”, su investigación no es nada reciente al datar el
inicio de los trabajos de excavación hace casi dos décadas.
Desde entonces, en función de los tiempos y de la disponi-
Fig. 5.- Cerámicas lisas
bilidad de cada uno de los que hemos ido colaborando en su
estudio, se ha llevado a cabo un proyecto de investigación
que ha conocido etapas muy distintas, siempre en función
de las posibilidades reales de intervención, restauración y
realización de las analíticas necesarias que, por la complejidad de los materiales y contextos que iban apareciendo, eran
las que marcaban el ritmo de los trabajos. Gracias a la labor
desarrollada en todos estos años podemos ofrecer tanto
tiempo después una completa visión del importante registro
arqueológico conservado en este yacimiento, especialmente
de los datos que hacen referencia a las fases iniciales, que
son las que luego trataremos de forma más detallada.
Fig. 4.- Pieza de almacenamiento realizada en cerámica.
263
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 6.- Cerámicas con impresiones.
El descubrimiento se produjo de forma casual a mediados de los años 80 del pasado siglo con motivo de los trabajos emprendidos para hacer un pozo destinado al riego de
las huertas que existen en la zona. Durante su ejecución se
localizaron diferentes estructuras funerarias y destacadas
piezas procedentes de los ajuares que, a pesar de provocar
la pérdida de una parte puntual del yacimiento, propicia-
264
ron su descubrimiento científico por parte del equipo que
en esos años nos encontrábamos realizando el Inventario
de Yacimientos Arqueológicos de la Provincia de Toledo
(Pereira y Carrobles, 1988). La calidad y el buen estado de
conservación de algunas de las piezas que entonces pudimos conocer, así como la novedad que parecían mostrar
algunas de las estructuras que quedaron al descubierto,
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 7.- Fragmento de cerámica con impresiones.
motivaron la realización de una primera excavación de
urgencia que tuvo lugar en el verano de 1986 bajo la dirección de Gonzalo Ruiz Zapatero y uno de nosotros.
Los trabajos se llevaron a cabo en un pequeño corte
dispuesto junto al pozo que permitió la localización del
yacimiento (Ruiz Zapatero y Carrobles, 1986 ; Carrobles y
Ruiz Zapatero, 1990). En él se descubrieron diferentes enterramientos dotados de estructuras variadas y complejas
que, además, se disponían aprovechando el mismo espacio, dando lugar a la existencia de numerosas superposiciones que permitían establecer relaciones cronológicas.
Este hecho, unido a la aparente antigüedad de las piezas
descubiertas, nos llevó a plantear un proyecto mucho más
ambicioso de excavación y estudio del yacimiento que sirvió para comenzar una nueva fase en las intervenciones.
Ésta se inició con la adquisición de una de las fincas
en las que se encuentra la necrópolis por parte de la Diputación Provincial de Toledo, una vez que se empezaban
a producir diferentes actuaciones de expolio. Los trabajos
se centraron en un nuevo corte dispuesto a escasa distancia del anterior. En él se pudo realizar con mayor detalle el
estudio de las diferentes fases de enterramientos existentes en la necrópolis y la definitiva documentación de algunas estructuras funerarias que siguen siendo únicas en
el panorama arqueológico de los cementerios de incineración de nuestra Edad del Hierro. La actuación fue dirigida
por uno de nosotros (Carrobles, 1995) y dado el cúmulo
de materiales y el coste que representaba la intervención,
tomamos la decisión de paralizar los trabajos hasta el momento en el que un nuevo proyecto de mayor envergadura garantizara no sólo la excavación, sino, sobre todo,
la restauración, estudio y posterior difusión de todos los
hallazgos que se producían en cada campaña.
Las condiciones que íbamos buscando empezaron a
darse unos años después gracias al diseño de un nuevo proyecto de investigación en el que se implicaron instituciones
como el Ayuntamiento de Villafranca de los Caballeros, la
Universidad de Castilla-La Mancha y la Diputación Provincial de Toledo. Gracias a estas posibilidades, se realizaron
nuevas y más amplias campañas de excavación, al mismo
tiempo que una interesante labor paralela de divulgación y
aprovechamiento de las posibilidades didácticas que ofrecía el yacimiento. Así mientras avanzaban los trabajos de
campo, la excavación sirvió de campo de prácticas para la
primera promoción de arqueólogos formados en la Facultad de Humanidades de Toledo, para los profesores de enseñanza media de la zona y para los propios habitantes de
Villafranca de los Caballeros, que pudieron contar con un
pequeño centro de interpretación en el que conocer los hallazgos que se iban produciendo en cada momento (Palomero y Carrobles, 1999 ; Carrobles, Pereira y Ruiz, 2000).
Los trabajos de esta tercera y última fase finalizaron
en el año 2002 y fueron dirigidos por los firmantes de este
trabajo y por Arturo Ruiz Taboada que durante esta última fase colaboró activamente en el proyecto (Pereira,
Carrobles y Ruiz, 2001 ; Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004).
265
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Desde entonces hemos centrado nuestros esfuerzos en
la realización de diferentes analíticas así como en el tratamiento de los materiales encontrados, especialmente de
los metálicos que son muy abundantes y presentan un deplorable estado de conservación por la naturaleza salina
del terreno en el que se depositaron.
EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO
En los distintos cortes realizados hasta este momento
se han encontrado estructuras de naturaleza muy diversa
que han servido para mostrar la enorme complejidad del
yacimiento, mucho más de la prevista hace pocos años,
debido a la antigüedad de algunos de los hallazgos y a su
asociación con materiales que pueden servir para realizar
algunas precisiones sobre una de las etapas más oscuras de
la Prehistoria del interior de la Península Ibérica.
A pesar del interés de los enterramientos estudiados
en las fases más recientes que permiten comprender los
cambios que fue experimentando el grupo humano ligado
a este cementerio, vamos a centrarnos tan solo en los hallazgos más antiguos que, por su menor monumentalidad,
son los que habían pasado más desapercibidos hasta este
momento. Se trata en realidad de dos conjuntos de materiales de naturaleza muy distinta aunque de cronología
similar. Por un lado nos encontramos ante una serie de restos pertenecientes a un asentamiento del final de la Edad
del Bronce que se sitúa sobre un espacio concreto de la
llanura aluvial del río Amarguillo y, por otro, con algunos
enterramientos con unas características perfectamente
definidas, que marcan el inicio de la utilización de ese mismo lugar como necrópolis muy poco tiempo después de
que se produjera el abandono del poblado. Un uso que se
va a mantener al menos hasta el siglo II a.C. dando lugar a
uno de los cementerios de vida más larga de todos los que
la destrucción de un zócalo que aún puede intuirse entre
los restos de los enterramientos que se localizan en este
espacio (fig. 3). A pesar del grado de destrucción al que se
ha visto sometida la estructura, todavía es posible apreciar
que las piedras formaban parte de una construcción de
planta rectangular con esquinas posiblemente redondeadas, de la que sólo conservamos restos de la última de las
hiladas en el extremo noroeste del corte 3.
La confirmación de que nos encontramos ante una
edificación de cierta entidad viene dada por la aparición
de fragmentos de barro endurecidos con improntas de ramajes, pertenecientes al recrecimiento de barro y madera
con el que se realizó la construcción. Su aspecto, tanto por
lo poco que conocemos de la planta como por el material
constructivo utilizado, sería muy similar al que se ha sugerido para la reconstrucción de la cabaña del Puente Largo
del Jarama, que como luego veremos y de acuerdo con los
hallazgos que se vienen produciendo, parece constituir un
tipo de edificación de uso residencial relativamente frecuente en la zona. Una funcionalidad que también parece
deducirse de otros hallazgos como son los grandes fragmentos de piezas de almacenamiento realizadas en cerámica (fig. 4), que se relacionan con la aparición de estas
primeras casas complejas que permitían la realización en
su interior de actividades cada vez más variadas. La aparición de estas grandes vasijas está ligada al almacenamiento
de determinados productos que hasta esos momentos se
realizaba en los grandes campos de silos excavados en el
subsuelo que, por la competencia de los nuevos contenedores, van a sufrir la progresiva pérdida de importancia de
la que antes disfrutaban.
Asociados a esta estructura se documentó un pequeño
conjunto de cerámicas realizadas exclusivamente a mano
que, a pesar de su escaso número, son plenamente significativas de un momento muy concreto que se viene situando en el tránsito entre las edades del Bronce y del Hierro.
se conocen en la Edad del Hierro en la Meseta Sur.
El conjunto más importante, como suele ser habitual
en otros hallazgos de esta misma época, es el formado por
El poblado de Palomar de Pintado
las cerámicas lisas, caracterizadas por presentar una amplia variedad de tamaños y acabados. Junto a la base de
la gran vasija de almacenamiento antes citada, destaca la
aparición de algunas carenas muy marcadas, así como de
diferentes galbos y bordes que muestran la importancia alcanzada por las pequeñas piezas y por determinados tipos
plenamente característicos del final de la Edad del Bronce
o del Primer Hierro. Es el caso de las pequeñas ollas de
cuello marcado y de los platos o tapaderas de paredes especialmente cuidadas, que en ambos casos pueden recibir
En la zona norte del Corte 3, el único de los realizados
hasta el momento que se extiende hasta los límites exteriores de la pequeña elevación artificial que identifica el yacimiento, se localizó un nivel arqueológico dispuesto sobre
las arenas aluviales en el que la principal novedad era la
abundante presencia de piedras de pequeño tamaño. En su
mayor parte e independientemente de su posterior aprovechamiento en algunos túmulos funerarios, procedían de
266
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 8.- Cerámicas decoradas.
un tratamiento a la almagra plenamente característico de
las cerámicas localizadas en muchos de los yacimientos
que se conocen en la zona y que se vienen adscribiendo a
algunos de los horizontes o círculos culturales propios de
estos momentos (fig. 5). En la totalidad de los casos en los
que aún es posible reconocer este engobe parece tratarse
de una técnica poco cuidada. Un hecho que ha sido interpretado como muestra de antigüedad al proponer una cro-
267
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 9.- Cerámicas lisas e incisas.
nología más antigua para estas piezas en relación con las
que presentan un acabado mucho más cuidado que habría
que datar poco antes de la generalización de las cerámicas
a torno (Blasco y otros, 1991:114).
Esta técnica de engobe rojo o almagra aplicada sobre
cerámicas del Bronce Final–Hierro I, se documenta en la
mayor parte de los yacimientos de esos momentos en la
zona centro (Muñoz, 2003: 386). También se localizan piezas similares en diferentes yacimientos del Sudeste o en los
valles del Guadalquivir o del Guadiana, como en Cástulo
(Blázquez y Valiente, 1981:225-227) o Alarcos (García y
Rodríguez, 2000: 54), dando muestras de la enorme extensión alcanzada por este tipo de producciones.
Sin embargo, el conjunto más significativo es el de las
cerámicas con decoración incisa en el que habría que incluir algunos tratamientos realizados a cepillo o incluso
acanalados, hasta ahora muy poco representados en esta
zona central de la Península Ibérica (fig. 8 y 9). En todos
los casos nos encontramos ante motivos geométricos, más
o menos cuidados, dispuestos sobre piezas de pequeño tamaño y superficies bien tratadas.
268
La primera de ellas es un borde de olla globular y de
cuello marcado que presenta bajo el mismo una serie de
bandas paralelas. Sobre ellas aparece una serie de impresiones en zig zag que limitan la zona decorada (fig. 6-4 y
7). Ejemplares similares se han localizado en yacimientos
cercanos como Ecce Homo (Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: fig. 23, 2/4/12) y la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007: Tumba 29, fig. 76-77) o
en otros más alejados pero tan significativos como Roa en
la provincia de Burgos, en relación con el nivel formativo
de Soto I (Sacristán, 1986: lam. X, 2-4).
Otro de los fragmentos más destacados de este conjunto de cerámicas incisas pertenece a una pieza globular que
presenta en su zona de mayor diámetro una pestaña modelada y perforada en horizontal que, como consecuencia
de la decoración plástica que presenta, adquiere el aspecto
de un mamelón triple (fig. 8-5 y 10). Junto a este elemento
de suspensión y rodeándolo en su totalidad, aparece una
decoración geométrica poco cuidada en su trazado aunque no en la ejecución, que parece formar parte de un friso
metopado. Se trata de un tipo de decoración documentada
en otros muchos yacimientos del sector central de la Me-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
seta Sur, tal y como lo demuestran los hallazgos realizados
en Camino de las Cárcavas (Muñoz, 2003: fig. 126-17) o
en Arroyo de la Cárcava Chica (Muñoz, 2003: fig. 124-25
y 29), en ambos casos en la provincia de Madrid. Sin embargo los paralelos más directos los encontramos con otras
piezas procedentes de lugares más alejados, caso de las que
se conocen en Las Ramblas de Ayora en la provincia de Albacete (Soria y Mata, 2002: fig. 2), así como en el poblado
del Peñón de la Reina en Alboloduy (Martínez y Botella,
1980: fig. 99-15) en la provincia de Almería. De este último
proceden algunos fragmentos con el mismo tipo de pestaña y aspecto de mamelón triple, muy similares al ejemplar
documentado en el yacimiento toledano (Martínez y Botella, 1980: fig. 99-6).
Quizá la pieza más representativas de las localizadas
hasta este momento es el fragmento de galbo correspondiente a otra vasija de cuerpo globular y cuello marcado,
que fue decorado con una serie de bandas incisas que delimitan otra de rombos de traza muy sencilla (fig. 8-8 y 11).
Sobre ellas se documenta un motivo mucho más complejo
que hay que identificar con una flor de loto que recuerda
a alguna de las que se conocen en otros yacimientos del
Bronce Final – Hierro I en estas mismas zonas del interior
peninsular. Es el caso de la representación aparecida en los
yacimientos madrileños de Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997: fig. 5-3), de Ecce Homo (Dávila, 2007:
fig. 2-4), de la que parece haberse querido representar en
una pieza procedente del Cerro de las Nieves en Pedro
Muñoz en la provincia de Ciudad Real (Fernández, Hornero y Pérez, 1994: fig. 4) y de las que han aparecido en el
yacimiento de Las Lunas en Yuncler, Toledo, que hemos
podido conocer en las sesiones de este mismo Simposio.
De acuerdo con lo que muestran todos estos hallazgos, nos
encontramos ante un elemento relacionado con el mundo
oriental que parece haber alcanzado un notable éxito en
éstas y otras zonas de la Península, tal y como lo demuestra el protagonismo que alcanzó en diferentes manifestaciones del área tartésica. En este caso el alto número de
representaciones que conocemos se debe a su asociación
con una divinidad femenina identificada con la Astarté de
origen semítico (Almagro-Gorbea, 2005), con la que también parecen vincularse algunas de las cerámicas pintadas
localizadas en La Mesa de Setefilla (Aubet y otros, 1983:
335-336, fig. 48) o los pithos localizados en las excavaciones realizadas en la Casa Palacio del Marqués de Saltillo
de Carmona (Belén y otros, 2004: fig. 2 a 4) o en la Plaza
del Higueral de la misma localidad (Belén y otros, 2004:
fig. 4-1).
La flor de loto documentada en Palomar de Pintado al
igual de lo que ocurre con el resto de las representaciones
de la Meseta Sur, aparece realizada con una técnica muy distinta a la utilizada para las representaciones meridionales y,
además, en compañía de motivos que nada tienen que ver
con las producciones típicamente orientalizantes. En nuestro caso las bandas horizontales y la línea de rombos nos
remiten a decoraciones documentadas en yacimientos cercanos como Herrería en Guadalajara (Cerdeño y Sagardoy,
2007: fig. 76-77), Ecce Homo en Madrid (Davila, 2007: fig.
2-4) o La Rambla de Ayora en Albacete (Soria y Mata, 2002:
fig.2), demostrando que nos encontramos ante representaciones muy diferentes de las aparecidas en zonas andaluzas
y extremeñas que podrían fecharse, aunque en principio
pueda parecer extraño, en momentos algo más recientes.
La importancia que van adquiriendo estas flores de
loto sobre cerámica en los yacimientos del interior de la
Península hace que se tengan que poner en duda las primeras valoraciones realizadas para tratar de explicar su
aparición. Nos referimos a aquellas que las vinculan con
edificios singulares relacionados a su vez con la práctica
de actividades religiosas por parte de una aristocracia que
empezaba a diferenciarse del resto de la sociedad (Muñoz
y Ortega, 1997:151). Su documentación en buena parte de
los yacimientos con una cronología similar a la fase inicial
de Palomar de Pintado, en los que se vienen realizando trabajos de cierta entidad, muestra que nos encontramos ante
lo que parece ser un tipo de pieza frecuente y cotidiana
de amplia difusión. Un hecho que demuestra el nivel de
contactos mantenido desde fechas antiguas con el Mediterráneo y que obedecería a la imitación de algún producto
especialmente demandado por las comunidades locales a
partir del cual se popularizarían estas representaciones en
sus repertorios decorativos. Este tipo de razonamiento es
el que ha llevado a vincular la aparición de las representaciones flores de loto de la Meseta con la dudosa llegada
de huevos de avestruz similares a los conocidos en determinados yacimientos del Sudeste (Muñoz y Ortega, 1997).
Sin embargo, la nula aparición de este tipo de piezas en
ninguno de los cada vez más numerosos yacimientos que
vamos conociendo y la aparición de otros muchos elementos culturales igual de significativos procedentes del
mismo foco mediterráneo, que no aparecen en ese tipo de
delicadas piezas, han llevado a otros autores a vincular su
aparición con la difusión de determinadas telas que, por
lo que parece, se habrían convertido en un producto especialmente demandado por las comunidades del interior
(Barroso, 2002a).
269
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 10.- Fragmento de cerámica con decoración incisa.
Otra pieza también significativa es un pequeño fragmento perteneciente a un vaso bicónico de paredes muy
delgadas y superficies cuidadas. Sobre la carena y mediante incisiones finas y bien ejecutadas, se realizó un motivo
escaleriforme inclinado que muy posiblemente se repetiría formando un friso continuo a lo largo de toda la pieza
(fig. 9-1 y 12). Se trata de un motivo muy frecuente en este
tipo de pequeñas piezas que encontramos en yacimientos
próximos como Soto del Hinojar (Muñoz, 2003: fig. 15421), Las Esperillas (Muñoz, 2003: fig. 142-10), Cerro de
San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 39-1 y 6 )
o Las Cárcavas en la provincia de Madrid, Alovera en Guadalajara (Espinosa y Crespo, 1988: fig. 1-1) y también en
yacimientos algo más alejados como La Rambla de Ayora
en Albacete (Soria y Mata, 2002: fig. 2 y 3) o Vinarragell en
la provincia de Castellón (Mesado, 1974: lam. LXX-2).
La última de las piezas con decoración incisa con motivos identificables representativos es un nuevo fragmento
de una olla globular en cuyo hombro aparece una nueva
banda decorativa realizada en este caso mediante la técnica del acanalado (fig. 8-9 y 13). Un tipo de ornamentación
270
que, en casos similares al nuestro pero en otras zonas geográficas, permitiría su rápida vinculación con las cerámicas más características de los Campos de Urnas. El motivo
representado consiste en una banda de grupos de trazos
perpendiculares entre sí que dan lugar a figuras próximas a
triángulos en los que aparecen puntos impresos. Un motivo
muy parecido se documenta en Castillo de Henayo (Llanos
y otros, 1975: lam. VIII nº 27) en la provincia de Álava, en
el que sólo destaca la sustitución del punto por pequeñas
excisiones. Otros hallazgos con decoraciones similares se
localizan en yacimientos igualmente alejados del nuestro
como son Puig Perdiguer en el valle del Segre (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 103-4), Cabezo de Monleón en la provincia
de Zaragoza (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 128), Cueva Garrufet (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 40-3 y 4) o Bóvila Roca (Ruiz
Zapatero, 1985: fig. 54-10), todos ellos dentro de lo que se
ha venido considerando como típicos Campos de Urnas.
Menos significativas cuantitativa y cualitativamente son
las decoraciones realizadas a cepillo que, en realidad, parecen incluir técnicas y acabados muy distintos que van desde
las cerámicas incisas de trazo descuidado a las realizadas
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 11.- Fragmento de cerámica decorada con flor de loto incisa.
mediante un escobillado que da lugar a motivos con poco
relieve. Al primero de estos casos hay que vincular un fragmento de borde exvasado perteneciente a una cazuela que
presenta restos de profundos trazos completamente irregulares dispuestos tan sólo sobre la superficie interna de la
pieza (fig. 6-2). Se trata de un acabado frecuente de nuevo
en yacimientos del Bronce Final-Hierro I del interior peninsular, documentándose en numerosos lugares del sector
central del Tajo caso, una vez más, del Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 35-13), Ecce Homo
(Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: fig. 7-0/1/2 y
fig. 23-2/4/22), Camino de las Cárcavas (Muñoz, 2003: fig.
128-15) o La Casa de Enmedio (Muñoz, 2003: Fig. 165-5),
todos ellos en la provincia de Madrid. Su dispersión no obstante es mucho más amplia y se documenta en lugares tan
dispares como Cástulo en Jaén (Blázquez y Valiente, 1981:
307, 345 y 1124) o Los Husos en Álava (Apellániz, 1984: Fig.
35-1 y 2), así como en buena parte de los yacimientos más
característicos considerados Campos de Urnas (Ruiz Zapatero, 1985), mostrando de esta manera el éxito alcanzado
por este tipo de acabados y la dificultad de vincularlos con
un foco de origen mínimamente definido.
Otro tipo de decoración que también se documenta en
esta fase en Palomar de Pintado es el realizado mediante
la aplicación de cordones o de digitaciones y ungulaciones
que solemos incluir dentro de las decoraciones plásticas.
Es el caso de un borde exvasado con digitaciones en el labio que sigue una de las tradiciones cerámicas más características de la Edad del Bronce en la zona (fig. 6-1).
A este mismo tipo pertenece un pequeño fragmento
que muestra restos de una decoración mucho más compleja realizada a partir de la utilización de diferentes cordones
que se unen mediante mamelones (fig. 8-6). El resultado es
un tipo de cerámica habitual en muchos de los yacimientos
vinculados al mundo de los Campos de Urnas recientes en
el Alto y Medio Ebro (Castiella, 1977: fig. 222 y 235 ; Royo,
2005: fig- 33-35).
De acuerdo con los hallazgos que acabamos de exponer, el conjunto de cerámicas más significativo de esta pri-
271
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
mera fase de Palomar de Pintado es el de las decoradas con
incisiones que, desde nuestro punto de vista, habría que
vincular con un grupo cada vez más amplio que empieza
a dibujarse en amplias zonas de la Península Ibérica. Su
delimitación se puede realizar gracias a hallazgos como el
nuestro, que vienen a unir focos y yacimientos considerados hasta ahora como evidencias de comportamientos o
situaciones muy distintas.
Sin embargo y a pesar de la importancia cuantitativa e
incluso simbólica de estas piezas, son muy pocos los estudios realizados sobre el origen y evolución de estas cerámicas al haberse preferido ahondar en otros tipos menos
difundidos y aparentemente más locales, caso de las cerámicas con decoración a la almagra o las grafitadas (Barroso, 2002b). Un hecho directamente ligado a su utilización
para definir unos espacios culturales reducidos que, en
muchas ocasiones, podrían ser el resultado de las carencias de la investigación y no de la existencia de tradiciones
diferenciadas. Pero además y para acabar de complicar la
situación, la aparición de cerámicas incisas en lugares muy
distantes comprendidos desde la zona alavesa, pasando
por la cabecera del Duero, Tajo y Guadiana, hasta el Sudeste, ha provocado que desde el inicio de la investigación
sobre este tipo de materiales, algunas de sus principales
manifestaciones hayan sido utilizadas para mostrar influencias y vinculaciones con focos y yacimientos muy distintos, al otorgarlas en muchos casos una interpretación
completamente dispar. Por todo ello y por considerar que
nos encontramos ante unas piezas que, junto con algunas
Fig. 12.- Fragmento de cerámica con decoración incisa.
272
formas lisas, son las que mejor definen a las comunidades
de un amplio sector de la Península del que forman parte
las poblaciones de amplias zonas de la Meseta Sur, vamos
a realizar un breve estudio de las mismas y de las diferentes
interpretaciones que han recibido en los últimos años.
Su asociación a un horizonte propio de las poblaciones
ubicadas en la cabecera del Tajo se produjo con la publicación de los primeros resultados obtenidos en el yacimiento
de Pico Buitre en Guadalajara (Valiente, 1984). En el estudio de los materiales aportados por este interesante yacimiento se planteó que su origen había que buscarlo tanto
en la herencia de los motivos de las cerámicas de Cogotas I,
como en la llegada de influencias procedentes del Alto Ebro
y las zonas levantinas, que parecían constituir realidades
muy distintas. La importancia real de estos focos que siempre se han utilizado como referencia para cualquier tipo
de cambios que pudieran apreciarse en la Meseta, se inicio unos años antes a través de los estudios realizados en la
zona levantina que permitieron diferenciar la existencia de
distintas tradiciones (Gil-Mascarell y Aranegui, 1981:28),
básicamente los tipos Agrés y Los Villares, vinculados con
los focos del Ebro y del sudeste respectivamente, o del que
se realizó en el yacimiento de Roquizal del Rullo (Ruiz Zapatero, 1979). Gracias a este último trabajo se empezó a establecer la vinculación de este tipo de manifestaciones con
los Campos de Urnas del Bajo Aragón.
Poco tiempo después se dio a conocer el primer intento
serio de poner orden en todas estas producciones por parte de uno de los investigadores antes citados (Ruiz Zapate-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
ro, 1985). En su Tesis doctoral sobre los Campos de Urnas
en el Noreste de la Península Ibérica definió la existencia
de una serie de grupos de cerámicas incisas entre los que
figuraban nuevamente los yacimientos del valle del Ebro y
del Levante peninsular. Para los primeros propuso que el
origen de las cerámicas incisas allí aparecidas había que
buscarlo en la tradición local y en los motivos acanalados
característicos de los Campos de Urnas del Segre, Bajo
Aragón y Medio-Alto Ebro, que darían lugar a conjuntos
dotados de cierta personalidad como serían los de Roquizal del Rullo o El Redal. Este mismo modelo de vinculación
de los motivos más clásicos con los Campos de Urnas fue
el utilizado para explicar la aparición de las cerámicas incisas en las comarcas levantinas que, al menos a mediados
de los años 80, eran consideradas las más características de
estas gentes en la zona valenciana.
Volviendo a la Meseta, poco después de la publicación
de estos trabajos se dieron a conocer diferentes estudios
que mostraban la presencia de cerámicas incisas con decoración geométrica fuera del área que se consideraba propia
del horizonte Pico Buitre (Almagro-Gorbea, 1987). Así,
por primera vez se habló de su aparición como consecuencia de la llegada de influencias directas del mundo meridional vinculadas a la aparición de las representaciones de
flores de loto. Además, se señaló su relación con algunas
poblaciones establecidas en torno al Sistema Ibérico que
serían las responsables, por la práctica de la trashumancia,
de expandir sus producciones hacia puntos del Ebro y de
amplias zonas del interior. Un fenómeno directamente relacionado con el expansionismo celtíbero que tanto éxito
ha cosechado en la investigación arqueológica realizada en
los últimos años.
Todas estas aportaciones permitieron dar a conocer
estas cerámicas a la mayor parte de los investigadores que
trabajaban en la Meseta, marcando de esta manera el inicio de un periodo caracterizado por su reconocimiento en
nuevos yacimientos que, a pesar de presentar unos materiales bastante homogéneos, sufrieron diferentes interpretaciones. El ejemplo más emblemático de esta situación lo
tenemos en la zona de Guadalajara donde muchos de estos
nuevos hallazgos fueron relacionados con distintas facies
consideradas propias de grupos étnicos muy diferentes,
por la simple detección de tipos cerámicos menos representativos, al menos cuantitativamente, tal y como ocurrió con
los acanalados de Fuente Estaca (Martínez y Arenas, 1988).
A pesar de los hallazgos que se iban produciendo, el
estudio de estas cerámicas se siguió realizando desde la
óptica de diferenciar grupos muy reducidos que debían
Fig. 13.- Fragmento de cerámica con decoración acanalada.
273
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
sus diferencias a la distinta intensidad de las influencias
producidas sobre un sustrato que, en ese caso sí, se consideraba homogéneo. Es el caso de la interpretación dada a
conocer en el estudio de hallazgos como los realizados en
el yacimiento de El Testero en Numancia de la Sagra, en la
zona Norte de la provincia de Toledo. En él, y a pesar de
aparecer junto con cerámicas acanaladas, las cerámicas incisas fueron interpretadas como el elemento más evidente
de la relación con las tradiciones de Cogotas I (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1988), sirviendo para definir lo que empezó
a denominarse como Epicogotas que sirvió para llenar este
extraño periodo de nuestra Prehistoria. Esta misma idea es
la que también encontramos en la importante publicación
de los resultados de las excavaciones realizadas en el Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991), que se
convirtió en un referente para los estudios en la zona central del Tajo. En ella se señala la relación de alguno de los
motivos más característicos de estas producciones con las
cerámicas campaniformes localizadas en la misma zona
algunos siglos antes, aunque también se reconoce su vinculación con hallazgos similares procedentes de la propia
Meseta, del valle del Ebro, del Sudeste o de la Alta Andalucía que, de nuevo, se presentan como focos dotados de su
correspondiente personalidad.
En este contexto destacan las aportaciones realizadas
en el estudio de algunas piezas procedentes del Arroyo de
las Cárcavas en la provincia de Madrid. En él, las cerámicas incisas se interpretaron como muestra de la existencia
de un sustrato común sobre el que habrían actuado, tanto
las influencias de los Campos de Urnas como las procedentes del mundo tartésico, que serían las responsables
de su evolución diferencial en las zonas septentrionales y
meridionales de la Meseta Sur (Almagro-Gorbea y otros,
1996). Sin embargo y a pesar de proponer este tipo de divisiones dif íciles de confirmar en el registro arqueológico se
apuntó, por primera vez, la posibilidad de que este tipo de
manifestaciones formarían parte de las tradiciones decorativas vinculadas a la expansión del estilo geométrico que
en fechas parecidas a las que venimos señalando, afectó a
buena parte de Europa Central y el Mediterráneo. Su origen habría que buscarlo por lo tanto no sólo en la tradición
local sino, también, en el inicio de los contactos que tanta
importancia alcanzaron en estas zonas del centro peninsular que ahora nos ocupan a comienzos del primer milenio a.C.
Desde entonces tan sólo se han señalado algunos argumentos más o menos novedosos en favor de la mayor
vinculación de los principales motivos decorativos a un
foco u otro en los que parecía resumirse el debate de sus
274
orígenes. Es el caso de las propuestas que relacionan las
cerámicas aparecidas en el sector central del Tajo central
con el mundo tartésico, especialmente tras la aparición de
las ya citadas flores de loto (Muñoz y Ortega, 1997; Muñoz, 1998; Muñoz, 2003), al margen de que en todos los
estudios se señalara que en los yacimientos más representativos de este foco, esta técnica decorativa no apareciese
más que puntualmente y con un aspecto muy diferente. A
pesar de estas carencias, la importancia de estas influencias meridionales fue utilizada para diferenciar un grupo
cultural que daría origen al mundo carpetano en oposición
al alcarreño más vinculado con los Campos de Urnas.
La vinculación con los yacimientos del Sudeste empezó
a tomar importancia a partir de la publicación de una serie
de hallazgos procedentes de la provincia de Albacete, en
un sector hasta entonces inexplorado (Soria y Mata, 2002).
Se trata de piezas procedentes de diferentes yacimientos
en los que aparecen distintas piezas con decoración incisa
similar a las conocidas en otras zonas de las que venimos
hablando, que se vincularon con los tradicionales focos de
los valles del Ebro, Tajo, Meseta Norte, Sudeste y Este peninsular. Unos grupos a los que se empezaba a reconocer
no tanto por los motivos decorativos utilizados como, sobre todo, por su disposición sobre formas cerámicas muy
distintas que serían las que servían para poner de manifiesto las tradiciones locales. Por primera vez se planteó la
unidad de todas estas producciones y se realizó un estudio
de la dispersión de los hallazgos conocidos. El resultado
fue una propuesta de ampliación del número de focos de
base geográfica tantas veces citados al añadir uno nuevo
en La Manchuela que, sin embargo, en la misma medida
que se han ido publicando nuevos hallazgos, han dejado de
tener el carácter aislado que se había utilizado para definirlos.
El valor de estas cerámicas como indicador cultural de
la existencia de un área más o menos definida, dotada de
cierta amplitud, que incluiría buena parte de los pequeños focos y facies propuestos hasta entonces, empezó a
destacarse aunque de manera aún muy tímida en algunos
estudios dados a conocer en esas mismas fechas (Barroso,
2002a). Por primera vez se planteó la diferencia existente
entre estas producciones y las que tienen su origen en la
zona andaluza, pero no se renunció a valorar el establecimiento de contactos e influencias de cierta entidad con
el mundo tartésico, al necesitar aún del foco del suroeste
para explicar la aparición de determinadas piezas en las
zonas centrales del Tajo.
Los hallazgos de Palomar de Pintado, dentro de este
panorama, vienen a llenar un nuevo vacío y a unir, de al-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
guna manera, los focos definidos hasta ahora en el Sudeste
y en las tierras de Albacete con los propuestos en la zona
central de la Meseta Sur, demostrando la dificultad de poner límites entre ellos y la existencia de una clara afinidad
entre las producciones más características de unos y otros.
El estudio de las diferentes tradiciones de cerámicas incisas documentadas en los comienzos del primer milenio
a.C. muestra que, a pesar de las peculiaridades que puedan
existir en cada yacimiento por la lógica evolución de las
formas y motivos decorativos más utilizados en un periodo que cada vez adquiere mayor duración y complejidad,
nos encontramos ante un tipo de producciones que tiene
un indudable aire de unidad. Todas ellas independientemente de que hayan sido consideradas como pertenecientes o sólo influenciadas por los Campos de Urnas (Ruiz
Zapatero, 1985), se localizan en un amplio sector comprendido entre el foco del Noreste y el hinterland tartésico,
dando lugar a un espacio propio dotado de su correspondiente personalidad. Así, la totalidad de los yacimientos
en los que aparecen este tipo de cerámicas, se ubican en
las tierras más orientales de la Meseta Norte, la cabecera
del Ebro, el Sistema Ibérico, las zonas altas y medias de la
cuenca del Tajo, a la vez que en amplias zonas de La Mancha, el Levante y el Sudeste. Un ámbito cultural que también puede rastrearse a través del estudio de otras tradiciones comunes en el registro arqueológico documentado en
esas mismas zonas, caso de las cabañas circulares de adobe
que son sustituidas por otras rectangulares de esquinas redondeadas y que, desde su descubrimiento en Peña Negra,
han servido para apuntar la existencia de ciertas relaciones
entre sus poblaciones (González Prats, 2005).
La existencia de un espacio más homogéneo de lo que
pudiera parecer a simple vista, dispuesto en la periferia de
los considerados hasta ahora como Campos de Urnas propiamente dichos y en contacto directo por lo tanto con el
Mediterráneo, mucho antes de que tomara fuerza el foco
tartésico del Suroeste, podría servir para explicar la aparición de algunos motivos como las flores de loto que se
conocen en el interior desde fechas muy antiguas. Una posibilidad que permitiría entender la importancia que adquieren los intercambios de origen precolonial documentados en el interior gracias al establecimiento de contactos
con las poblaciones costeras dotadas de un bagaje cultural
parecido, que ayudarían a crear la base comercial que aprovecharon con posterioridad las primeras factorías fenicias
establecidas en el litoral levantino (González Prats, 2005).
Además de todas estas conclusiones, las cerámicas incisas de Palomar de Pintado permiten marcar por ahora un
punto límite en la dispersión de estas cerámicas en el inte-
rior de la Península al no estar presentes en otros muchos
yacimientos cercanos y bien conocidos como son los de
Alarcos (García y Rodríguez, 2000), La Bienvenida (Zarzalejos y López, 2005) o El Cerro de las Cabezas (Esteban y
otros, 2003) en la cercana provincia de Ciudad Real. Todos
ellos marcan a su vez el límite del mundo meridional que
se pone de manifiesto a través de hallazgos tan característicos como son las cerámicas decoradas con retículas
bruñidas que, sin embargo, no aparecen más allá de alguna
extraña excepción en nuestros yacimientos. Con este mismo hinterland habría que vincular las zonas del occidente
de Toledo y, a partir de él, las tierras más occidentales de
la Meseta Norte, en las que a pesar de contar con hallazgos tan significativos como la tumba de El Carpio (Pereira,
1989), no aparecen tampoco las cerámicas incisas de las
que venimos hablando.
Por todo ello y de acuerdo con lo que hemos expuesto
hasta ahora, creemos que estas cerámicas pueden servir
como punto de partida para diferenciar un ámbito cultural
amplio en un sector igualmente extenso de la Península
Ibérica, sin que ello suponga renunciar a la existencia de
algunas diferencias provocadas por la existencia de ciertas
innovaciones o evoluciones regionales. Su origen habría
que buscarlo tanto en las tradiciones propias de Cogotas
I, como en las que proceden de los primeros contactos
precoloniales que llegan desde el Mediterráneo y, sobre
todo, en el cada vez más heterogéneo mundo de los Campos de Urnas, en el que parecen alcanzar un alto grado de
protagonismo, muy superior al que normalmente se viene
aceptando en estas zonas del interior. Una relación que
se deduce del estudio de las cerámicas incisas en el que
se incluyen piezas y grupos de yacimientos que han sido
considerados plenamente representativos de los Campos
de Urnas recientes en el levante o el Alto y Medio Ebro y
que, sin embargo, al aparecer en la Meseta, han sido fruto
de explicaciones muy distintas.
El comienzo de la necrópolis
Sobre el nivel relacionado con la construcción antes
descrita, se documenta el inicio del uso funerario del mismo espacio a través de la aparición de una serie de enterramientos que presentan unas características formales muy
concretas, que se repiten en los conjuntos atribuidos al
nivel fundacional de la necrópolis y de los que sólo hemos
excavado hasta el momento una pequeña parte.
Se trata de hoyos simples excavados directamente en la
tierra que poseen las medidas justas para albergar la única
275
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 14.- Tumba 30/1999
urna en la que se depositaron los restos incinerados y los
escasos elementos de ajuar destinados a acompañar al difunto. Al exterior se señalizan mediante la construcción de
pequeños encachados tumulares de piedra que adquieren
una planta circular y que, en un buen número de casos, han
debido desaparecer o se encuentran conservados muy parcialmente, por el intenso uso al que se ha visto sometido el
espacio que ocuparon (fig. 3). En algún caso la estructura
de señalización parece delimitarse mediante un anillo de
pequeñas piedras hincadas que recuerdan a alguna de las
soluciones aplicadas a los enterramientos documentados
en las necrópolis tumulares que se conocen en los valles de
los ríos Ebro, Segre y Cinca (López Cachero, 2008).
A este primer momento pertenecen dos de las tumbas
localizadas hasta ahora y en ambos casos los enterramientos aparecen asociados a cubiertas de piedra conservadas
muy parcialmente, de las que se conocen otros ejemplos
en sectores aún no excavados que esperamos estudiar en
los próximos años.
La primera en ser descubierta es la tumba 30/1999 (fig.
14). Como el resto de las sepulturas pertenecientes a esta
primera fase, consta de un hoyo de pequeño tamaño y planta circular en el que se depositó una urna cineraria realizada
en cerámica a mano que cuenta con un perfil troncocóni-
276
co y fondo plano. En la zona superior de la pieza aparecen
dos pestañas de yeso dispuestas junto al borde que podrían
haber servido para sellar el recipiente utilizando algún tipo
de tela o material orgánico que, lógicamente, no se ha conservado. En el interior de la urna aparecieron los restos de
dos individuos cremados1 y junto a ellos un pendiente de
plata, restos de una posible fíbula de bronce y un colgante
de piedra que podría ser el extremo de un brazal de arquero reaprovechado (fig. 16). El análisis radiocarbónico de los
restos antropológicos cremados ofreció un resultado claramente aberrante, al fechar el conjunto en el siglo IV d.C.,
como consecuencia de la reutilización del espacio inmediato
al enterramiento como basurero en época tardorromana.
La urna de esta tumba es similar a la que conocemos
en el enterramiento descrito en el yacimiento madrileño
de La Torrecilla (Priego y Quero, 1978; Almagro-Gorbea,
1987: 115), así como a las que también aparecen en algunas fases antiguas de las necrópolis del Alto Tajo, caso de
la documentada en una de las sepulturas de la necrópolis
de Sigüenza (Cerdeño, 1979: Fig. 4). La simplicidad de sus
formas tampoco permite realizar mayores precisiones y
tan sólo cabe señalar la presencia de piezas similares en las
necrópolis del Valle del Ebro relacionadas en este caso con
el mundo de los Campos de Urnas (fig. 16).
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 15.- Pendiente de plata perteneciente a la tumba 30/1999.
La pieza más representativa de este conjunto es el
2
pendiente de plata (fig. 15) cuya analítica muestra la presencia de plomo y otros elementos que parecen indicar
que la obtención de la materia prima se realizó mediante la copelación de sulfuros. Un hecho nada original si no
fuera porque entre los elementos detectados no aparecen
rastros de oro que suelen estar presentes en las producciones elaboradas en las factorías fenicias del mediodía
peninsular (Hunt, 2005). La composición y la tecnología
utilizada para realizar esta pieza podrían indicar que nos
encontramos ante un elemento precolonial, de cronología
por lo tanto bastante antigua, introducida en la Meseta
por el comercio con gentes que empezaban a generar un
tráfico comercial en el Mediterráneo occidental, antes de
que la colonización fenicia permitiera el aprovechamiento
de determinados minerales de los principales yacimientos
hispanos.
El otro enterramiento documentado de este primer momento de uso del espacio como necrópolis es el 72/2001,
localizado en un pequeño sondeo que se planteó en el extremo suroeste del corte 3, en pleno centro del yacimiento.
Se trata de una nueva tumba realizada mediante la exca-
vación de una pequeña fosa que, en este caso, presenta la
peculiaridad de adoptar una forma rectangular (fig. 17). En
su interior se localizó una urna de cuerpo globular, base
plana, cuello marcado y decoración de digitaciones en el
labio que, como ocurre con el resto de los enterramientos de este primer momento, contenía la totalidad de los
restos incinerados y los elementos que componían el ajuar
(fig. 18-1 y 19). Éste estaba formado por un cuchillo de hierro (fig. 18-2 y 20), dos brazaletes de bronce finos de sección circular (fig. 21) y restos de cuentas de collar realizadas en pasta vítrea. El análisis radiocarbónico de los restos
cremados proporcionó una fecha comprendida entre los
siglos X-IX a.C. que, por lo que supone de novedad, luego
estudiaremos con más detalle.
La urna es un tipo cerámico frecuente en diferentes
tradiciones de la Edad del Bronce, incluida la decoración
digitada del borde, característica de numerosos ejemplares relacionados, tanto con el denominado Bronce de la
Mancha como con Cogotas I.
La pieza más destacada del ajuar es el pequeño cuchillo
de hierro que, de acuerdo con la fecha antes comentada,
lo convierte en uno de los útiles realizados en este metal
277
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 16.- Urna y ajuar . Tumba 30/1999.
278
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 17.- Tumba 72/2001.
más antiguo de los que se conocen en el interior de la Península Ibérica. Una situación excepcional pero no única,
tal y como lo demuestra el hallazgo de piezas tan antiguas
como ésta realizadas con el mismo metal en yacimientos
cercanos como son La Muela de Alarilla en Guadalajara
(Méndez y Velasco, 1986: 28) o poco posteriores en la tumba 32 de la necrópolis de Arroyo Culebro (Leganés, Madrid) (Penedo y otros, 2001). Todos estos ejemplos pueden
La discusión científica sobre la llegada de los primeros
elementos de hierro a la Meseta Sur contempla hasta tres
posibles vías de penetración. La primera estaría relacionada con la llegada de las influencias que tienen su origen en
lo que se ha venido considerando como Campos de Urnas
del valle medio del Ebro (Ruiz Zapatero, 1992). A través de
ella llegarían piezas como el escoplo de Alarilla al documentarse en este yacimiento una serie de materiales que,
considerarse como precedentes de los cuchillos localizados en el enterramiento de Casa del Carpio en el occidente
toledano (Pereira, 1989). En su totalidad nos encontramos
ante importaciones que nada tienen que ver con el inicio
de la metalurgia del hierro por parte de las sociedades establecidas en la zona central de la Península, que tardaron
aún siglos en dominar las técnicas necesarias para la utilización de este metal a gran escala. En este sentido sigue
siendo clarificadora la propuesta de Ruiz Zapatero que establece tres etapas en el desarrollo de la fabricación de útiles de hierro, caracterizándose la primera de ellas por un
uso limitado del hierro, sobre todo en elementos de prestigio más que auténticamente funcionales, sin que las sociedades de la zona tuvieran aún los conocimientos y medios
necesarios para beneficiarse de los minerales de hierro que
tanto abundan en nuestro entorno (Ruiz Zapatero, 1985).
junto a las características cerámicas heredadas de Cogotas
I, se vinculan con las gentes del valle del Ebro (Méndez
y Velasco, 1988: 187). Una segunda plantea una posible
relación de estos objetos con los territorios centrales del
Levante peninsular (Arenas, 1999) y una tercera y última,
que concede mayor protagonismo a las influencias procedentes del sur en relación con la implantación del horizonte colonial fenicio. En esta tercera vía el eje principal de
penetración de los primeros objetos de hierro se identifica
con la llamada Vía de la Plata (Blasco, 2007) llegando a
través de ella a la Meseta Norte de acuerdo con lo que se
deduce de la presencia de objetos realizados con este metal
en Soto de Medinilla en la provincia de Valladolid o en El
Berrueco en Salamanca, con cronologías en torno al siglo
VII a.C., dentro de un ambiente similar al que hizo posible
la aparición de los hallazgos toledanos de Casa del Carpio,
279
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 18.-Urna y cuchillo de hierro. 72/2001.
280
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Fig. 19.- Urna tumba 72/2001.
281
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
en el extremo occidental de la provincia que servirían para
marcar una de las etapas de dicha penetración (Ruiz Zapatero, 2007).
En el momento actual de la investigación asistimos por
un lado a una progresiva matización de la interpretación
del desarrollo y características en la colonización fenicia
en el cuadrante suroeste de la Península. Como consecuencia directa de todo ello se está produciendo la revisión de la funcionalidad de la denominada Vía de la Plata
como eje de penetración exclusivo de las influencias del
horizonte colonial en los territorios occidentales peninsulares (Pellicer, 2000). Por otro, se va admitiendo un mayor
protagonismo de los enclaves fenicios portugueses (Arruda, 2000; Pereira, 2005) que serían los responsables de la
presencia de determinadas manifestaciones orientalizantes localizadas en territorios meseteños, cuyos vectores de
intercambio se ordenarían en relación con los ejes de las
cuencas del Tajo y Duero, coincidiendo y superponiéndose
en ocasiones al eje de la Vía de la Plata.
En la discusión científica sobre la temprana presencia
de elementos de hierro tanto en la periferia como en los
territorios del interior de la Península (Almagro-Gorbea,
1993), cabe destacar en la fachada occidental las nuevas
evidencias que están aportando algunos yacimientos portugueses. Es el caso del cuchillo de hierro afalcatado pro-
Fig. 20.- Cuchillo de hierro. Tumba 72/2001.
282
cedente de Castelo de Beijós en Viseu que cuenta con una
fecha calibrada comprendida entre los años 1310 y 1009
a.C. (Senna-Martínez, 2000: 56). A este ejemplar habría
que unir 27 evidencias más localizadas en otra serie de
yacimientos de la misma zona, especialmente en la localidad de Beiras, cuyas dataciones radiocarbónicas son siempre anteriores al siglo IX a.C., dentro de un horizonte del
Bronce Final anterior al inicio de los asentamientos coloniales fenicios (Vilaça, 2006). Este conjunto de piezas de
hierro demuestra un temprano conocimiento y circulación
del hierro entre las poblaciones autóctonas del Bronce Final en el occidente y en menor medida en las del centro de
la Península, que parecen haber desempeñado un cierto
papel estratégico en el desarrollo de los intercambios entre el Mediterráneo y el Atlántico (Lo Schiavo, 1991; RuizGálvez, 1993, 1998; Vilaça, 2006).
La fecha del siglo X a.C. del cuchillo encontrado en Palomar de Pintado permite considerarlo como uno de los
hierros más antiguos de la Meseta Sur y, a tenor del escenario que parecen dibujar los hallazgos portugueses citados, en una manifestación de un fenómeno similar al que
allí se conoce pero vinculado con los territorios orientales
de la Península al que pertenece nuestro yacimiento. La
llegada de los primeros objetos de hierro al interior se produciría dentro de un modelo de intercambio basado en el
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
establecimiento de contactos entre pequeños comerciantes nunca vinculados a proyectos a gran escala y siempre
en relación con redes integradas por comunidades autóctonas en las que existía un cierto equilibrio entre las partes
implicadas (Ruiz-Gálvez, 1998: 296-304; Vilaça, 2006). Un
modelo muy diferente del posterior de época colonial que
se consolida a partir de la implantación definitiva de los
asentamientos fenicios, en el que los agentes foráneos serán los que pasen a tener la iniciativa y a intervenir en un
grado desconocido hasta entonces en la dirección y objetivos de los contactos comerciales, con todo lo que la nueva
situación llegó a suponer en el cambio del número y tipo
de piezas que empezaron a estar presentes en las comunidades indígenas.
Como última matización, habría que añadir que el análisis realizado a las piezas portuguesas muestra que se trata de manufacturas rudimentarias, hierros blandos que no
ofrecen ventaja alguna sobre los productos de la metalurgia
del bronce, por lo que buena parte de su atractivo habría
que vincularlo con factores simbólicos y con la capacidad
de mostrar el status privilegiado de sus poseedores.
La importancia que alcanzaron estas piezas ha llevado
a diversos autores a considerar que su pronta generalización en las comunidades indígenas estaría en función del
auge experimentado por determinados productos relacionados con el vino, que adquirirían un importante desarrollo como consecuencia de los contactos precoloniales a los
que venimos aludiendo. La utilización de estas piezas en
la vendimia podría servir para explicar tanto éxito, sin que
ello implique desvincularlas de otros usos relacionados con
ceremonias ligadas a sacrificios rituales o a otras manifestaciones importantes dentro del grupo aún desconocidas.
CRONOLOGÍA
La totalidad de las evidencias dadas a conocer hasta
ahora pertenecen a las fases relacionadas con el uso de la
cabaña de planta rectangular y con el inicio de la utilización
del mismo lugar como espacio funerario. Dos momentos
Fig. 21.- Brazalete de bronce de sección circular. Tumba 72/2001.
283
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
distintos pero presumiblemente ligados entre si, dado que
no se aprecia ningún tipo de ruptura entre ambos desde el
punto de vista estratigráfico.
El principal dato que disponemos para ordenar todos
nuestros datos es la fecha radiocarbónica obtenida en la
tumba 76 a partir de los restos cremados localizados en el
interior de la urna (Beta-178469). La fecha con probabilidad asociada 2 sigmas (95 %) es de 1060-880 a.C. y calibrada dendrocronológicamente del 970 a.C. (Pereira, Ruiz y
Carrobles, 2003: 162). Se trata por el momento de la única
fecha válida para estas primeras incineraciones ya que la
obtenida en la tumba 30 del siglo IV d.C., hay que relacionarla con las alteraciones que sufrió el yacimiento como
consecuencia de las actividades realizadas en él durante la
Antigüedad tardía. Sin embargo, la aparición del pendiente de plata al que hemos hecho referencia con anterioridad
en el interior de la urna de la sepultura con esa datación
tan tardía, muestra que el conjunto pertenece a un momento similar al establecido en la otra muestra, al relacionarse dicha pieza con un comercio desarrollado antes de la
consolidación de las factorías fenicias y, por lo tanto, con
anterioridad a los inicios del siglo VIII a. C.
De acuerdo con estos datos, la primera fase de poblamiento habría que fecharla en los momentos inmediatamente anteriores a la utilización del espacio como necrópolis y, por lo tanto, en las primeras décadas del último
milenio a.C. Sin embargo y debido a los datos disponibles,
no podemos descartar la posibilidad de que los primeros
enterramientos se realizaran cuando todavía estuviese en
uso la cabaña de la que venimos hablando, lo que supondría una clara continuidad con algunas de las tradiciones
funerarias más características de la Edad del Bronce en
esta misma zona.
Se trata de dataciones antiguas, en el caso de los enterramientos del siglo X a.C. que, en el peor de los casos y
teniendo en cuenta la oscilación planteada por la muestra de la tumba 72 podría llevarnos a los inicios del siglo
IX a.C. En cualquier caso, esta datación contrasta con algunas de las propuestas en otros yacimientos en los que
también se documenta el tránsito de las sociedades de la
Edad del Bronce a las de la Edad del Hierro en el interior
de la Península Ibérica, cuya estimación se ha venido realizando a partir del uso de paralelos y el predominio de las
visiones teóricas que convertían a la Meseta en un espacio
retardatario o atávico. Dentro de este panorama nuestra
propuesta se une a todas aquellas que vienen planteando
fechas igual o más antiguas que las que proponemos, en
yacimientos situados en la misma cuenca del Tajo y que,
284
en muchas ocasiones, venían considerándose como fruto
del error del método utilizado o incluso, de la mala interpretación de los registros en los que pudieron aparecer los
restos (Blasco y Lucas, 2000; Muñoz, 2003; Blasco, 2007).
La publicación de todos estos datos está provocando
una situación compleja que ha llevado a algunos autores
a dudar de dataciones como las que propusimos para las
principales fases de nuestro yacimiento hace algunos años
(Pereira, Ruiz y Carrobles, 2003), al interpretarlas como
resultado de un intento dirigido a presentar un hallazgo
excepcional (Urbina y Urquijo, 2007: 252). Frente a críticas
como ésta sólo cabe apuntar que muy poco después, los
mismos autores, han dado a conocer otros hallazgos tan
antiguos como los que originaron el debate, asociados a
materiales, ahora sí excepcionales, caso de un grafito para
el que se ha supuesto un origen fenicio.
La presencia de incineraciones con útiles de hierro en
fechas tan antiguas en plena Meseta Sur debe dejar de sorprender si valoramos las fechas calibradas que se vienen
acumulando en yacimientos como Pico Buitre (1238-1112
a.C.) (Crespo y Arenas, 1998: 49), Fuente Estaca (919 a. C.)
(Martínez, 1992: 77; Castro y otros, 1996: nº 1033), Ecce
Homo (1040 CSIC-167) (Almagro-Gorbea y FernándezGaliano, 1980: 125) o en el recientemente estudiado de Las
Camas, en el que se ha obtenido una serie de seis fechas
que sitúan al yacimiento en un momento muy próximo al
que proponemos para Palomar de Pintado en torno al año
1000 a.C. (Urbina y otros, 2007: 66-71). Una cronología
antigua que también se documenta en yacimientos tan
destacados como la necrópolis de Herrería en Molina de
Aragón, en la que se ha obtenido otra amplia serie de fechas para las incineraciones de la primera fase que quedan
comprendidas en su totalidad entre los años 1473 y 1209
a.C. (Cerdeño y otros, 2002; Cerdeño y Sagardoy, 2007).
Todos estos datos son el reflejo en la Meseta Sur de una
situación que parece ser más general de lo que se suponía
hasta hace poco, de acuerdo con la valoración que podemos
hacer de otros datos más lejanos pero de alguna manera
también relacionados. Nos referimos a las fechas obtenidas
en las numerosas necrópolis portuguesas de incineración
antes citadas, en las que aparecen objetos de hierro que, en
la actualidad, suman cerca de treinta dataciones absolutas
siempre anteriores al siglo IX a.C. (Vilaça, 2006).
La existencia de tantas evidencias en una misma dirección plantea la necesidad de replantear la cronología más
aceptada hasta ahora para buena parte de las manifestaciones de esta etapa comprendida entre el final de Cogotas I y
el inicio de la Edad del Hierro, que por muy diferentes mo-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
tivos sigue siendo una de las más oscuras de la arqueología
de la Meseta Sur. Esta situación supone la reivindicación
de un tiempo propio para este horizonte cultural que hasta
ahora era ocupado por el alargamiento en el tiempo de las
tradiciones de la Edad del Bronce ligadas a Cogotas I hasta
fechas muy recientes y la tendencia a considerar el ámbito
territorial en el que nos encontramos como un área marginal y en alguna medida aislada, rodeada de un entorno mucho más dinámico, en la que toda innovación llegaba hecha
y era fruto de procesos externos. Una situación que curiosamente sólo afectaba a estas zonas del Tajo, al haberse propuesto en la Meseta Norte una secuencia completamente
distinta como consecuencia de la aparición del grupo Soto
desde fechas antiguas (Delibes y Romero, 1992), dentro de
un modelo plenamente aceptado que, con sus lógicas diferencias, parece ser similar al que también pudo existir en las
zonas más meridionales de las que venimos hablando.
vasos de ofrenda de pequeño tamaño que formaban parte
La fecha de inicios del siglo X a.C. para situar la implantación de poblados y necrópolis como los documentados
en Palomar de Pintado hay que relacionarla también con
los nuevos datos que se están dando a conocer y que sitúan
el final de Cogotas I en fechas que nunca superan los mo-
pudieron estar en relación con una serie de enterramientos
mentos finales del segundo milenio a.C. (Abarquero, 2005)
y, por lo tanto, con el inicio de un momento de cambios
relacionados aún con el final de la Edad del Bronce.
291), aunque se desconoce si la muestra analizada estaba
La principal consecuencia de todas estas innovaciones
es que por primera vez empieza a dibujarse un panorama
general en buena parte de la Meseta Sur en el que una serie de yacimientos, cada vez mejor conocidos, muestran la
existencia de una realidad cultural que hay que situar entre Cogotas I y las sociedades de la plena Edad del Hierro,
impidiendo contactos directos entre unos y otros como a
veces se ha querido señalar.
cedentes de las necrópolis de Arroyo Culebro y Arroyo
del ajuar. La urna contenía restos de una incineración, un
punzón, dos fragmentos de aro y una lámina de metal muy
alterada (Priego y Quero, 1978; Almagro-Gorbea, 1987:
115). Las piezas halladas en La Torrecilla tienen paralelos
en las necrópolis del valle del Ebro como ocurre con algunas de las documentadas en La Atalaya (Maluquer, 1957:
fig. 4-6), aunque también se ha señalado su vinculación
con elementos del sustrato del Bronce Final. La cronología atribuida a este conjunto está centrada en el siglo VII
a.C. en función de los paralelos establecidos en momentos
previos a la revisión cronológica que está provocando la
calibración de las fechas radiocarbónicas.
Esta misma cronología es la que se ha planteado para el
problemático yacimiento de La Fábrica, en el término municipal de Getafe. En él se excavaron una serie de “fondos
de cabaña” con materiales característicos de Cogotas I, que
tanto de inhumación como de incineración. Para terminar
de complicar las cosas, se obtuvo una fecha extraña del 540
+ 95, a partir de las cenizas procedentes del interior de una
vasija hallada en uno de los fondos (Priego y Quero, 1983:
vinculada a algún conjunto funerario.
De ese mismo entorno conocemos las evidencias proButarque. De la primera proceden 32 conjuntos funerarios
(Penedo, y otros, 2001), algunos nuevamente con problemas de identificación. Se trata de una pequeña necrópolis
formada por sepulturas muy simples, sin señalización exterior aparente, en la que junto a una única inhumación
infantil encontramos diferentes incineraciones conservadas en urnas, que obedecen a diferentes tipologías. Junto a
ellas también se depositaron algunas piezas de ajuar como
EL INICIO DE LAS INCINERACIONES
EN LA MESETA SUR
pequeños vasos de ofrendas y distintas piezas metálicas.
De este importante conjunto destaca la tumba 32 que contenía un total de 23 brazaletes de bronce y los restos de
una pieza de hierro de la que fue imposible apreciar su ti-
Hasta no hace muchos años, la primera evidencia de la
pología. La cronología de estos conjuntos funerarios se ha
práctica de incineraciones en la Meseta Sur se encontraba
establecido a partir de fechas obtenidas por termoluminis-
en la necrópolis madrileña de La Torrecilla, ubicada en las
cencia que apuntan al siglo VIII a.C. Una fecha discutida
inmediaciones de los yacimientos del Cerro de San Anto-
que es rebajada en algunas ocasiones para hacerla coinci-
nio y La Aldehuela. El hallazgo en ese lugar de un brazalete
dir con las propuestas que plantean una cronología tardía
de oro con paralelos en el tesoro de Villena y en el de Abía
para el inicio de estos yacimientos de la Edad del Hierro en
de la Obispalía (Blasco y Alonso, 1983: 122-123) propició
el valle del Tajo (Blasco, 2007: 71-72 y 82-84).
el hallazgo no controlado de una urna intacta que al pare-
En el caso de la necrópolis de Arroyo Butarque nos
cer estaba cubierta por una cazuela carenada que servía
encontramos ante una necrópolis de aspecto similar a la
de tapadera. Junto a ellos aparecieron dos ollas y varios
que acabamos de describir, en la que se estudiaron un total
285
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
de 11 enterramientos (Blasco y otros, 2007). En su mayor
parte los restos se conservaban en urnas realizadas a mano
y en un único caso a torno, aunque también hay alguna
excepción en la que éstos se depositaron directamente sobre el hoyo. Los cuencos que formaban parte del ajuar se
caracterizan por no presentar ningún tipo de decoración y
por contar con formas tan características como los grandes bordes planos, bien documentados en algunas necrópolis del Primer Hierro de la zona. Es el caso de las Esperillas en Santa Cruz de la Zarza (García y Encinas, 1987:
61) o del Mazacote en Ocaña, de la que sólo conservamos
noticias antiguas (Martínez Simancas, 1934). Su cronología se ha fijado gracias a la obtención de diferentes fechas
radiocarbónicas entre finales del siglo VII a.C y los inicios
del VI a.C., aunque para ello se hayan dejado de valorar
otras dataciones mucho más altas que, para todos aquellos
que defienden unas cronologías más modernas presentan
claros problemas de interpretación.
problemas de interpretación ya que sólo se conocen algunas
Fechas similares se han propuesto para los primeros
enterramientos de la necrópolis toledana de Las Esperillas
en la que destacan una serie de conjuntos funerarios que
presentan elementos de ajuar de aspecto bastante antiguo
los materiales localizados destacan varias urnas carenadas
(García y Encinas, 1987: 47 y Lam. 1). Una situación que
llevó a sus descubridores a plantear en los últimos estudios
publicados, que la datación de las primeras incineraciones allí documentadas podría retrasarse significativamente (García y Encinas, 1990). Es el caso de la tumba 9 que
contenía una urna globular realizada a mano, similar a la
localizada en la tumba 72 de Palomar de Pintado. En su
interior se localizó una f íbula de doble resorte y un cuchillo de hierro afalcatado también parecido al localizado en
el enterramiento que estamos estudiando. Como ocurre
con las necrópolis madrileñas, tampoco se ha apuntado
la existencia de estructuras de señalización mínimamente
complejas y, a lo sumo, se habla del aprovechamiento de
huecos en la roca y de entibados de las urnas mediante la
utilización de pequeñas piedras.
las urnas (Belda, 1963). Dos de las urnas de cuello subcilín-
A esta misma fase, que las dataciones más tradicionales
sitúan entre los siglos VII y VI a.C., se vinculan algunos
de los hallazgos más antiguos que proceden de la recientemente descubierta necrópolis del Cerro Colorado en la
cercana localidad de Villatobas, de la que tan sólo conocemos un primer avance (Urbina y Urquijo, 2007).
de conjuntos funerarios que se pueden adscribir por el ri-
Otras evidencias del uso del ritual de incineración en
fechas antiguas en el sector central de la Meseta Sur proceden del yacimiento de la Vega en Arenas de San Juan
(Ciudad Real), ubicado en las cercanías del yacimiento de
Palomar de Pintado. Una vez más los datos plantean serios
recipiente cerámico de perfil piriforme emparentado con
286
piezas, tres fuentes de carena alta y borde exvasado y un pequeño vaso carenado, que aparecieron en el interior de pequeñas fosas “con posible carácter de necrópolis, quizás de
incineración” (Nájera y Molina, 1977: 279). La cronología
propuesta está comprendida entre el 900 y el 700 a.C. Unas
fechas altas si atendemos a la semejanza de los recipientes cerámicos con algunas de las fuentes que aparecieron
en el nivel de base de la necrópolis de Castellones de Ceal,
con una cronología bien establecida en la segunda mitad
del siglo VII a.C. gracias a la aparición de f íbulas de doble
resorte con placa. Su presencia podría indicar la existencia
de contactos con la Alta Andalucía en sintonía con otras
muchas manifestaciones de las que luego hablaremos.
Algo más al Sureste de la Meseta Sur destacan los antiguos hallazgos realizados en Munera en la provincia de Albacete, que proceden de una serie de conjuntos funerarios
con características propias de los Campos de Urnas. Entre
o subcarenadas de cuello vertical con sus correspondientes tapaderas y vasos de ofrendas de carena alta, así como
un brazalete de piedra que apareció en el interior de una de
drico encuentran paralelos en ejemplares de la necrópolis
de Agullana (Palol, 1958: tumbas 12, 16, 47, 63, 68, 111,
115, 133, 160, 184 y 223), en los aparecidos en el nivel PIB
de Cortes de Navarra (Maluquer, 1958) o en la urna de incineración B de la necrópolis de Les Moreres de Crevillente (González Prats, 1983: fig. 24B). Todos estos hallazgos
parecen apuntar para las piezas aparecidas en Munera una
fecha en la primera mitad del siglo VII a.C.
De la misma provincia de Albacete proceden otras evidencias de incineraciones antiguas (Zarzalejos y López
Precioso, 2005). Es el caso del enterramiento de Tiriez en
cuyo ajuar se identificó un broche de cinturón tartésico, o
de los localizados en la necrópolis de Hoya de Santa Ana
en la que una reciente revisión ha identificado una serie
tual y los ajuares al periodo orientalizante y, por lo tanto,
a un momento comprendido entre los siglos VII y VI a.C.
Entre los materiales que se localizaron en estos ajuares
funerarios hay que señalar la presencia de f íbulas de dos
piezas y de doble resorte con placa, así como un pequeño
los alabastrones de barniz rojo del mundo fenicio y con las
imitaciones aparecidas en otros puntos tan alejados de la
misma Meseta Sur como es Casa del Carpio en la comarca
de La Jara (Pereira, 1989).
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Por último y aunque en los límites más orientales de la
Meseta, hay que destacar los enterramientos documentados
en las necrópolis de incineración del Llano de los Ceperos
(Ramonet-Lorca) y El Pinar de Santa Ana (Jumilla) en ambos casos en la provincia de Murcia. En la primera de ellas
destaca la aparición de urnas de incineración de perfil ovalado y mamelones en el borde, asociadas a cuencos carenados que tendrían la función de tapaderas para los que
se ha propuesto una fecha de mediados del siglo VIII a.C.
(Ros, 1985). En la segunda, destaca la documentación de
urnas bajo encachados de piedra de distinta tipología que
obedecen a estructuras de complejidad muy diferente. De
todos los conjuntos documentados destaca uno, el identificado como tumba 5, en el que se localizaron diversas urnas
entibadas con piedras que se cubrían con losas de piedra y
presentaban algunos elementos de ajuar entre los que destacaba un nuevo cuchillo afalcatado de hierro (Hernández Carrión, 1993). La fecha propuesta para este yacimiento oscila
entre mediados del siglo VIII y principios del siglo VII a.C.
(Hernández Carrión, 1999; González Prats, 2002).
En este panorama destaca la publicación de los resultados obtenidos en la necrópolis de Herrería en el área de
Molina de Aragón en Guadalajara, que ha abierto nuevas
posibilidades para la interpretación de algunos de los hallazgos pertenecientes a las fases más antiguas de los yacimientos que hemos descrito. En este cementerio han
podido estudiarse un buen número de enterramientos
dispuestos en fases sucesivas de utilización, que permiten
obtener una visión bastante completa de la evolución de
las gentes de esta zona en el límite noreste de la Meseta Sur
a lo largo de cerca de un milenio. En total se han documentado cuatro momentos de utilización del espacio funerario
dentro de un periodo comprendido entre los siglos XII-XI
a.C. y el V a.C. La primera fase de incineraciones incluidas
en la denominada Herrería I se caracteriza por la ausencia
de ajuares y la utilización de estelas para la señalización de
cada enterramiento. La siguiente fase, Herrería II, se caracteriza por la utilización de túmulos o empedrados para
señalizar los depósitos que contenían los restos cremados
y algunas cerámicas lisas o decoradas con acanalados e incisiones, en ambos casos con motivos parecidos a los que
encontramos en el resto de los yacimientos de la zona ya
descritos. La cronología de estas tumbas de la fase II se
ha establecido de forma fiable, gracias a la existencia de
una serie amplia de dataciones, entre los años 961 y el 831
a.C. Con posterioridad la necrópolis permanecería en uso
durante un periodo bastante amplio en el que todavía se
diferencian otras dos fases más datadas en los siglos VIIVI y V a.C. (Cerdeño y Sagardoy, 2007).
La valoración de todos estos hallazgos parece indicar
que al menos en el siglo VIII a.C. la utilización del ritual
incinerador se encuentra plenamente consolidado y que
esta situación es fruto de una serie de iniciativas previas
que recuerdan a las situaciones documentadas en el valle
del Ebro o en otras zonas del Noreste peninsular. Nos referimos al amplio periodo que pasa entre la documentación
de las primeras incineraciones y la generalización de este
rito en la totalidad de los enterramientos en esas zonas
consideradas dentro del ámbito de los Campos de Urnas
(López Cachero, 2007). Una transición de larga duración
que permite entender la existencia de cronologías muy
antiguas como son las dataciones de Herrería y en menor
grado de Palomar de Pintado, que parecen obedecer a un
mismo modelo tal y como podría deducirse de la similitud apreciada en las estructuras y ajuares documentados
en la fase II del yacimiento alcarreño y los que aparecen
en los inicios del toledano. La existencia de cementerios
de incineración desde fechas tan antiguas abre nuevas expectativas a la interpretación del origen de las sociedades
del Hierro de la Meseta, que parecen haber sufrido el mismo proceso de evolución diferencial y errático que parece documentarse en las supuestas zonas nucleares de los
Campos de Urnas hispanos, dando nuevas muestras de su
pronta vinculación con ese mundo.
La necrópolis de Palomar de Pintado permite plantear,
además, otra serie de novedades en el registro arqueológico de la Meseta. Nos referimos a la asociación de los enterramientos con la cabaña y el conjunto de materiales que
encontramos en ella, que pertenecen claramente a lo que
se ha venido considerando como horizontes Pico Buitre o
Cerro de San Antonio. Desde los años 80 en que se definieron estos grupos culturales, han sido muchas las referencias a la falta de datos sobre las tradiciones funerarias
de sus gentes. En la actualidad podemos empezar a plantear que nos encontramos ante grupos que empezaron a
practicar los mismos rituales funerarios reconocidos para
la facies Fuente Estaca, con lo que eso supone de pérdida de las señas de identidad utilizadas para definirlos. Las
gentes consideradas hasta ahora representativas de unas u
otras habitaban el mismo espacio geográfico, se enterraban utilizando los mismos procedimientos y se rodeaban
de cerámicas dotadas de parecidas formas y decoraciones
en las que, como mucho, tan sólo se podrían encontrar
las diferencias habituales entre comunidades vecinas. Un
hecho que no puede servir para plantear la existencia de
diferenciaciones incluso étnicas, de la misma manera que
no se podría atribuir a poblaciones o a formaciones políticas diferentes las producciones de cerámicas de Puente del
287
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
Arzobispo o de Talavera de la Reina en el siglo XVIII que,
partiendo de tipologías parecidas, basaban sus tradiciones
artesanales en la representación de motivos diferentes.
EL PROCESO DE TERRITORIALIZACIÓN
Los hallazgos de Palomar de Pintado también permiten realizar otras aportaciones a uno de los temas que más
interés viene despertando en la investigación arqueológica
de la Prehistoria más reciente. Nos referimos al proceso
de territorialización que parece ir ligado al desarrollo de
estos grupos representativos de la transición entre la Edad
del Bronce y la Edad del Hierro, resultado del cambio en
la relación establecida entre estas poblaciones y el entorno
en el que vivían, muy distinta de la que mostraron sus antepasados tan sólo unos pocos años antes.
Frente al auge que experimentaron en amplias zonas
de la Meseta Sur los asentamientos del tipo “fondos de cabaña” (López y Morín, 2007) plenamente representativos
del horizonte Cogotas I, vamos a encontrarnos a partir de
ahora con nuevas tendencias que van a hacer su aparición
a lo largo de este periodo que podemos considerar como
formativo de las sociedades del Primer Hierro (Ruiz Zapatero, 2007: 44). Su definitiva implantación está ligada
al desarrollo de nuevos sistemas económicos mucho más
productivos que fueron los que, en definitiva, hicieron posible la permanencia mínimamente estable de las distintas
comunidades que habitaban las zonas con más recursos.
Sólo en ellas se empezarían a generar las estrategias de dominio del espacio en el que habitaban y que, como tantas
veces se ha dicho, acabaría dejando su reflejo en la formación de las nuevas necrópolis.
En el caso de Palomar de Pintado las evidencias relacionadas con este proceso de territorialización las encontramos tanto en la fase de uso residencial del espacio en el
que venimos trabajando, como en la posterior de carácter
funerario. A la primera pertenecen elementos tan destacados como la cabaña ya estudiada, realizada a partir de
la utilización de un zócalo de pequeñas piedras pertenecientes a una posible planta rectangular. De acuerdo con
lo poco que hemos podido documentar de esta estructura,
nos encontramos ante un tipo de construcción que encuentra paralelos en otros yacimientos de la Meseta Sur
como Pico Buitre (Valiente, 1984; Crespo y Espinosa, 1986)
o Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997).
La ejecución de estas nuevas casas mediante el uso de
materiales perdurables, muestra la existencia de una clara
voluntad de permanencia de las gentes responsables de su
288
construcción en determinados espacios durante periodos
de tiempo cada vez más amplios. Un marco temporal completamente nuevo cada vez más alejado de la estacionalidad
con la que parecen relacionarse algunos de los sistemas de
poblamiento más antiguos. Estas construcciones, que en
principio se consideraban excepcionales (Muñoz y Ortega,
1997) y que cada día parecen ser más frecuentes, están relacionadas con otra serie de cambios que también se documentan en Palomar de Pintado. Nos referimos a la menor
utilización de los sistemas de almacenamiento tradicionales
basados en el uso de silos subterráneos y a la aparición de
nuevos procedimientos surgidos de la utilización de grandes contenedores de cerámica que encontrarían acomodo
en el interior de las nuevas y más capaces cabañas, caso del
que hemos descrito. Una situación relacionada con la mayor amplitud de los nuevos espacios pero también, con la
especialización de la funcionalidad de algunas zonas concretas de los nuevos inmuebles, dentro de un fenómeno ligado a la aparición de un nuevo tipo de familia nuclear y de
nuevas formas de acceso a la propiedad.
Todas estas evidencias parecen indicar que nos encontramos ante una situación que terminará por unir a las poblaciones a un territorio cada vez más concreto, iniciando
con ello otras importantes transformaciones. Es el caso de
las que pueden deducirse del cambio de las formas y de
las decoraciones de las cerámicas más frecuentes, que se
convierten en un nuevo documento indicador del proceso emprendido hacia la individualización relacionado con
la disolución de las sociedades comunitarias que parecían
predominar en Cogotas I (Ruiz Zapatero, 2007:55).
Esta nueva realidad necesitó del desarrollo y utilización
de toda una serie de símbolos de propiedad entre los que
hay que incluir el uso de los antepasados como legitimadores de la posesión de los espacios más productivos. Así,
a partir del inicio de la presión demográfica, en algunas
zonas se pudo dar comienzo a la práctica de los primeros
enterramientos que se convertían en expresión del mismo
deseo de permanencia que mostraban las casas, adquiriendo de esta manera un protagonismo creciente en el paisaje
cultural que empezaba a formarse en los primeros años del
último milenio a.C.
En Palomar de Pintado las primeras incineraciones podrían relacionarse, tal y como dijimos en su momento, con
la fase de uso residencial del espacio, para pasar a adquirir
desde entonces un peso propio y mayor importancia en la
articulación del espacio habitado. Las tumbas, señalizadas
a través de los pequeños encachados tumulares que hemos
descrito y que pueden ser la base de estructuras mucho
más visibles realizadas con materiales perecederos de dif í-
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
cil conservación, se convertirían en la principal referencia
simbólica y f ísica con la que indicar la pertenencia del territorio al grupo que enterraba allí a algunos de sus miembros. Gracias a esta situación y al igual que parece ocurrir
con algún yacimiento cercano (Ruiz Zapatero, 2007:53-54),
la necrópolis que venimos estudiando se convertiría desde
fechas tan antiguas como las que hemos propuesto, en el
único centro estable de un grupo que, a pesar del carácter más duradero de su arquitectura doméstica y del desarrollo de nuevos sistemas de explotación del suelo mucho
más intensivos, todavía practicaba el desplazamiento del
hábitat por un determinado territorio. Una situación cada
vez menos frecuente que acabaría con la formación de los
poblados estables bastante tiempo después de que lo hubieran hecho las necrópolis.
La constatación de que el asentamiento de Palomar de
Pintado no es el único que existía en la zona se desprende
del número de yacimientos pertenecientes a diferentes
momentos de la Edad del Hierro que hemos documentado en la llanura aluvial del río Amarguillo (Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004:119-120). De todos ellos sólo la
necrópolis que venimos estudiando parece haber permanecido en uso en el largo periodo comprendido entre los
siglos X y II a.C., constituyendo una referencia simbólica
y espacial que sólo se agotó con los cambios promovidos
por la romanización, que provocaron una evidente ruptura con el pasado y el desarrollo de un modelo territorial
completamente nuevo.
dos de los años 80. Nos referimos a la dificultad de situar
a las gentes de ese mundo de transición al que venimos
haciendo referencia, en relación con las edades del Bronce o del Hierro. Desde el punto de vista cronológico, todo
parece indicar que, dadas las altas fechas que empezamos
a obtener y en línea con lo apuntado desde el inicio del
estudio de yacimientos como Pico Buitre (Valiente, 1984),
nos encontramos ante gentes representativas de lo que
hace algunos años se denominó como “otros Bronces Finales” (Fernández-Posse, 1998). Una clasificación lógica
dentro de las divisiones de ese periodo de nuestra historia
(Mederos, 1997), independientemente de que nos encontremos ante gentes que disfrutaron de los primeros objetos
de hierro o que pueda reconocerse en ellas el inicio de un
proceso que terminará en la formación de las sociedades
del Primer Hierro algún tiempo después.
Por otra parte, la documentación de incineraciones
con altas cronologías en esta zona de la cabecera del Guadiana plantea diferentes cuestiones derivadas, a su vez, de
la atribución de nuestro yacimiento al horizonte Pico Buitre en su sentido más amplio. De confirmarse esta relación
estaríamos ante la evidencia de que, en realidad, bajo esta
denominación nos enfrentamos a un horizonte que alcanzó una expansión geográfica bastante notable y al que nos
hemos acercado en muchas ocasiones a través de visiones
muy reducidas, casi siempre en función de la potenciación
de todo lo que significara la más mínima diferencia. Una
tradición que, a pesar de todo, siempre ha chocado con el
aire de unidad que manifiestan los hallazgos del conjun-
EL CONTEXTO CULTURAL Y ÉTNICO
DE PALOMAR DE PINTADO
to de yacimientos que conocemos en amplias zonas de la
Meseta Sur.
Esta nueva situación vendría a matizar la existencia de
tantas facies como las que se han propuesto en algunas zo-
Una vez realizado el estudio de los principales hallazgos producidos y algunas valoraciones que de ellos hemos
podido obtener, vamos a proceder a plantear muy brevemente diferentes hipótesis de trabajo que tienen que ver
con la adscripción cultural y étnica de las poblaciones vinculadas a nuestro yacimiento. No se trata en ningún caso
de conclusiones definitivas, ya que somos plenamente
conscientes de las limitaciones que tenemos al trabajar con
un registro tan escaso como es el que hemos dado a conocer. Aún así y como tampoco es posible ignorar los datos,
vamos a plantear una serie de cuestiones que esperamos
puedan confirmarse en la medida que avance la investigación en un futuro próximo.
nas de Madrid y sobre todo en Guadalajara, en ocasiones
Para iniciar estas propuestas nada mejor que tratar uno
de los problemas que venimos arrastrando desde media-
hemos hecho referencia, al aportarles el factor diferencial
a partir del estudio parcial de un único yacimiento, y a las
que ya se vienen poniendo otra serie de reparos (Barroso,
2002). La existencia de un horizonte común antiguo, distinto de Cogotas I y perteneciente al Bronce Final, implica
un cierto cambio en algunas de las visiones más difundidas
que se conocen acerca de la pronta aparición de los principales grupos étnicos de la Meseta. El inicio de la publicación de un buen número de importantes trabajos sobre
los celtíberos desde los años 80 del pasado siglo (Burillo,
1998, 2007; Lorrio, 1997), se ha centrado en la búsqueda de
una pronta separación de este importante grupo étnico a
partir de su identificación con alguna de las facies a las que
que se iba buscando.
289
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
en su sentido más amplio, con necrópolis de incineración
do céltico por parte de algunos historiadores ocupados en
el estudio de yacimientos tan importantes como Cástulo
en la Alta Andalucía (Blázquez y García-Gelabert, 1992;
como la nuestra en la que también están presentes las ce-
Blázquez y Valiente, 1981) o de las cuestiones que plantea
rámicas acanaladas y algunos otros elementos que han
la definición de un grupo cultural aislado en el Sudeste, de-
servido para definir lo que comúnmente conocemos como
finido a partir del hallazgo de una serie de incineraciones
Protoceltibérico (Cerdeño, 2008), nos encontraríamos
que eran consideradas como resultado de un fenómeno de
ante una realidad sensiblemente diferente de la supuesta
hasta ahora. Una situación que venía pasando desapercibida debido a la escasa investigación efectuada en determinadas zonas, que tiene su mejor reflejo en el desconocimiento que tenemos de las necrópolis de estos momentos
en amplias zonas del valle del Tajo en las que, por ejemplo,
se conocen menos enterramientos que en una sola fase de
cualquiera de los grandes cementerios alcarreños.
evolución autóctona, al margen del resto de las tradicio-
Todos estos razonamientos nos llevan a plantear la posibilidad de que el origen de celtíberos, carpetanos u olcades,
puede encontrarse en estas mismas gentes. Una relación
que ayudaría a explicar la aparición de un buen número de
topónimos, antropónimos y materiales de origen indoeuropeo en estas zonas meridionales de la Meseta, que siempre
hemos vinculado a una celtiberización tardía y que, quizás,
son el reflejo de una situación muy distinta.
Palomar de Pintado, se convierten en el “eslabón perdido”
Estas posibilidades nos llevan a rastrear la existencia de
un grupo cultural ubicado en un sector geográfico tan amplio como es el comprendido entre el Alto Ebro y el Sudeste, que ayuda a dar respuestas a algunos de los problemas
planteados en la historiograf ía del final de la Prehistoria,
no sólo en la Meseta, sino también en la Alta Andalucía o el
Sudeste. Es el caso de las relaciones buscadas con el mun-
después de que se hubiera generado una respuesta cultural
Por lo tanto, de confirmarse la definitiva relación de lo
que vamos a seguir denominando Pico Buitre, insistimos
290
nes incineradoras de la Península (González Prats, 1992,
2002). Se trata en este caso de una propuesta que surgía de
la dificultad para unir estas manifestaciones con la del foco
del Noreste, al quedar ambos separados por una zona en
la que se presumía que la generalización del nuevo rito funerario había sido mucho más tardío. Los enterramientos
de Herrerías y aún más por su posición geográfica, los de
entre estos dos focos, dando muestras, una vez más, de la
existencia de un ámbito extendido y relativamente homogéneo, que llega a documentarse en lugares tan alejados
como son el Peñón de la Reina o Villaricos en la provincia
de Almería. Un horizonte en el que empezarían a actuar
los procesos de diferenciación que darían lugar a los pueblos prerromanos que surgen en toda esta zona, pero sólo
común como consecuencia de los cambios que supone la
inclusión de amplias zonas de la Península Ibérica en el
circuito comercial internacional establecido entre el Atlántico y el Mediterráneo, en un momento caracterizado
por los cambios protagonizados por la irrupción de los denominados Campos de Urnas.
PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO)
NOTAS AL PIE
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1
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Bellard.
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2
El estudio tecnológico de la pieza ha sido realizado por los
Dres. Alicia Perea e Ignacio Montero (CSIC).
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293
LA CULTURA
MATERIAL
I EDAD DEL HIERRO
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN
DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL
HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA
DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
(850/800- 500/400 a.C.)
Juan Francisco Blanco García
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 23-02-2009
Aceptado: 08-03-2009
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL
ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO (850/800–500/400 a. C.)
THE CERAMICS OF THE TRANSITION FROM BRONZE TO IRON AND IRON IN THE AREA OF OLD AND NORTH TOLEDO
MADRID (850/800-500/400 BC)
Juan Francisco Blanco García
Dpto. de Prehistoria y Arqueología.
Universidad Autónoma de Madrid.
paco.blanco@uam.es
PALABRAS CLAVE: Cerámica, Transición Bronce Final / Edad del Hierro, Primera Edad del Hierro, Iberia central, Madrid y Tajo
medio. Influencias culturales.
KEYS WORDS: Pottery, Late Bronze Age / Iron Age transition, Early Iron Age, Central Spain, Madrid and Middle Tajo valley,
Cultural influences.
RESUMEN:
La Primera Edad del Hierro en el área de Madrid aún es muy deficitaria en informaciones detalladas relativas a aspectos tales como
la ocupación y explotación del territorio, la organización espacial interna de los asentamientos, las prácticas económicas, vías de
comunicación, la estructura social de estas comunidades, el mundo funerario anterior a la aparición de las primeras necrópolis
de incineración (Arroyo Butarque, Arroyo Culebro), etc. Sin embargo, los trabajos arqueológicos desarrollados en los últimos años
han permitido avances cualitativos importantes en varios de estos aspectos. Uno de los campos de investigación que más ha
salido beneficiado es el relativo a los equipos cerámicos fabricados y usados por estas comunidades, de manera que a través de
un análisis detallado de los mismos se puede deducir que, lejos de ser entidades cerradas y autosuficientes, estuvieron bastante
más abiertas a influencias externas de lo que hasta hace unos años se suponía. Las influencias culturales del sureste peninsular
y del suroeste fueron intensas y crecientes hasta la crisis del mundo tartésico. Las procedentes del valle alto y medio del Ebro, de
los ambientes de Campos de Urnas, se están manifestando también con una intensidad casi tan destacable.
El estudio de la evolución de la cerámica nos ha permitido estructurar la Primera Edad del Hierro madrileña en dos fases, una
inicial que abarcaría desde mediados/finales del siglo IX a. C. hasta finales del VII o inicios del VI a. C., y otra avanzada que se
situaría entre este último momento y mediados del V a. C. en que ya se empiezan a fabricar las cerámicas a torno carpetanas.
ABSTRACT:
The Early Iron Age is no well known in the central Tajo valley and Madrid region about aspects like territory, density of occupation,
settlement patterns, spatial organization of the villages, artisanal spaces, natural resources control, communications, social
organization, funerary customs and practices before the first cemeteries (Arroyo Butarque, Arroyo Culebro), and so on. But the
archaeological intensive surface prospecting with full coverage and recent excavations in the last years had made a substantial
increase of the archaeological information. The pottery equipment is one of the most remarkable evidences that had received a
new impulse. The influences from the South-East and South-West Iberia (tartesian territory), high and middle Ebro valley (Urnfields)
and South Duero valley (Soto de Medinilla culture), we can said now that were really more intensives that we believed.
By the other hand, the evolution of the pottery had been important to see that the Early Iron Age in Madrid and the middle
Tagus can be organized in two periods: an initial phase from the middle or end of ninth century BC to the end of seventh
century, and a late phase from this last moment to middle of fifth century.
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL
BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO
EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
(850/800–500/400 a. C.)
Juan Francisco Blanco García
Los siglos que median entre la desintegración, más o
menos rápida, de la cultura de Cogotas I y la eclosión de las
entidades étnicas de la Segunda Edad del Hierro, esto es,
desde, grosso modo, el 850/750 a. C. y el 500/400 a. C., según
qué zonas y en cronologías sin calibrar, que son las que utilizaremos en adelante, en las tierras del centro peninsular
se identifican una serie de grupos arqueológicos diferenciados territorialmente, varios de los cuales abarcan todo
el ámbito cronológico referido, otros únicamente marcan
la transición del Bronce Final al Hierro Antiguo y alguno
sólo representa la plenitud de este último. En el centro del
valle del Duero toda esta etapa se identifica con la cultura
del Soto de Medinilla; el suroeste de la submeseta norte y
las tierras del otro lado del macizo de Gredos, pertenecientes ya a la cuenca del Tajo, constituyen el ámbito del denominado hasta no hace mucho Grupo Sanchorreja, antesala
del mundo vettón y muy permeable a las influencias del
área tartésica, pero cuya cerámica de uso cotidiano muestra muchos elementos de conexión con la soteña; la homogénea cultura de los castros sorianos, que fragua hacia mediados del siglo VII a. C. tras una fase aún deficientemente
conocida, representa la plenitud del Hierro Antiguo en la
sierra norte de Soria; en las comarcas llanas del centro de
esta provincia y el alto Jalón son los contextos Protoceltibérico y Celtibérico Antiguo los que se desarrollan en esta
etapa; al sur de esta zona, las cuencas altas del Henares,
Tajuña y Tajo, esto es, las tierras alcarreñas y comarca de
Molina de Aragón, así como las cabeceras de los ríos Piedra y Mesa, tributarios ya del Ebro, el Grupo Fuente Estaca
aquí localizado, de nuevo los contextos Protoceltibérico y
Celtibérico Antiguo así como la discutida facies Riosalido,
considerada protoceltibérica por algún autor, dan contenido arqueológico a estos siglos; una zona geográfica más
restringida como es el Henares medio constituye el ámbito
espacial del denominado horizonte Pico Buitre, tras el que
se identifican los primeros compases de un mundo celtibérico en formación muy próximo al carpetano; y ya para
finalizar el periplo por el centro meseteño, en las comarcas
surcadas por el Manzanares, Jarama, Henares y Tajuña en
sus tramos bajos, hasta el propio cauce del Tajo, así como
en los territorios inmediatos del otro lado de éste, ya en
Toledo, el panorama cultural que surge tras la disolución
de Cogotas I tradicionalmente se identifica con el horizonte San Antonio, pero con las aportaciones de los últimos
años dicho panorama se ha enriquecido enormemente y
completado en sus fases constitutivas. Se puede decir que
de estos siete espacios culturales es este último el que en
la actualidad resulta más dinámico, rico en novedades e
interesante para la investigación, y ahora ya sí es posible
empezar a explicarlo de una forma un poco más completa
que antes, sin significativas lagunas. Por estas razones, y
porque los materiales cerámicos siguen ocupando una posición privilegiada en la mejora de nuestros conocimientos
porque permiten afinar en muchos aspectos, en él nos vamos a centrar en esta ocasión.
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
El primer problema que se nos presenta y que, en general, más está demandando soluciones la investigación de
esta etapa del primer milenio antes de Cristo, es el de la
cronología. Y es que no se puede detallar con la precisión
que nos gustaría debido a que estamos en un periodo de la
prehistoria reciente en el cual los métodos de datación que
habitualmente se emplean (sobre todo el C14, pero también
la TL) muestran unas desviaciones importantes que impiden hilar tan fino como quisiéramos. Esto es especialmente gravoso en los yacimientos del área madrileña, donde el
elevado grado de contaminación que afecta a los terrenos
en los que se encuentran muchos de los yacimientos en
ocasiones son el origen de no pocas fechas estériles, aberrantes o, lo que es peor aún, consideradas admisibles por
el contexto material pero igualmente erróneas. Problema
no menos importante, aunque referido especialmente al
conocimiento de la producción y uso de la cerámica, es la
falta en esta zona de yacimientos de cierta entidad en los
que se conserven secuencias estratigráficas poco alteradas
que permitan ver cómo ha evolucionado a lo largo de estos
tres siglos: cómo se forma lo que podríamos denominar el
“tronco cerámico básico”, qué pervivencias del sustrato en
él son identificables, cómo y cuándo se incorporan nuevos elementos a ese tronco básico, cómo caen en desuso
otros, cómo van cambiando las tendencias de intercambio, cómo los locales imitan producciones foráneas, etc.
En la base de este problema se encuentra la singularidad
del poblamiento que muestra la zona de Madrid, pues los
poblados permanentes de larga duración, de tipo “tell”, son
inexistentes. No hay aquí núcleos protourbanos equiparables con los de Soto de Medinilla, La Mota o Cuéllar, por
poner unos ejemplos bien conocidos del otro lado del Sistema Central.
Con este telón de fondo, hemos de decir que las producciones cerámicas que van a centrar nuestra atención
son las destinadas a usos de mesa, cocina y almacenamiento. No nos ocuparemos, por tanto, de las denominadas producciones singulares (“fichas” o tapones, morillos,
toberas, alguna figurilla, etc.) más que, si acaso, circunstancialmente, para apoyar o precisar ideas relativas a los
recipientes de uso cotidiano. Como tampoco entraremos
en un análisis detallado de los procedimientos técnicos y
motivos decorativos que comparecen en los recipientes
porque esto alargaría en exceso el texto. Queda fuera del
ámbito de este trabajo, igualmente, lo relacionado con la
funcionalidad de los recipientes, con los usos alimentarios,
sociales o rituales que pudieran haber tenido en su tiempo
sencillamente por falta de información al respecto. Ya nos
300
gustaría poder aportar datos seguros relativos a estos aspectos, obtenidos mediante análisis de residuos, pero estos
estudios son prácticamente inexistentes y está demostrado
que el sentido común que habitualmente aplicamos a algunos tipos de recipientes para establecer relaciones entre
forma y función a veces resulta engañoso o simplemente
aventurado.
Ya para ir dando por terminados estos aspectos introductorios, y si se nos permite, nos parece esta una buena
ocasión para hacer una llamada de atención de carácter
técnico-profesional: reclamar que en las memorias de excavación y, con más motivo aún, en las publicaciones, se
cuide lo más exquisitamente posible la documentación
gráfica de los materiales cerámicos. Resulta bastante descorazonador ver cómo las carencias en muchas figuras son
tan importantes que los convierten en casi inútiles para la
investigación: cuando no falta la escala o se olvidan las secciones, se inventa literalmente la línea diametral o se parte
dicha línea por cualquier sitio, no se han eliminado líneas
auxiliares que lo único que hacen es equivocar, faltan secciones y proyecciones que son muy necesarias sobre todo
en piezas singulares, los vasos a veces carecen de número
de orden en las figuras, eso si estas últimas cuentan con él
y no se ha olvidado también, etc., a lo que cabría añadir,
aunque a veces ya no es responsabilidad del investigador
firmante, la excesiva pequeñez de muchas reproducciones.
El estudioso no siempre puede consultar directamente la
materia prima sobre la que investiga, por lo que depende de la recogida en las publicaciones y en las memorias
depositadas en las administraciones. Por desgracia, todas
estas carencias y descuidos no hacen más que dar la espalda a esa idea tan cierta como a veces olvidada de que
en arqueología los textos tienen fecha de caducidad pero
la documentación gráfica, si es de calidad, tiene vigencia
ilimitada.
Los territorios del Manzanares, Jarama, Henares y
Tajuña en sus tramos bajos, hasta el propio cauce del Tajo,
así como los inmediatos del otro lado de este gran colector estuvieron densamente poblados en la fase de plenitud de Cogotas I, entre aproximadamente el 1.300/1.250
a. C. y finales del siglo IX/inicios del VIII, lo que les vale
ser considerados como parte integrante del área nuclear
de dicha cultura (Delibes, 1995: 113; Abarquero, 1999:
114; Id., 2005: 69, 84-85, 97-102, figs. 14 y 16; Blasco, 1997:
90; Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 176; Barroso Bermejo,
2002a: 85-130; Ruiz Zapatero, 2007: 41, fig. 4). De la misma
conocemos relativamente bien cómo se distribuyeron por
el territorio sus aldeas, las preferencias que se tienen en
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
cuanto a los emplazamientos, las dimensiones aproxima-
Ead., 2007: 72-74; Blasco y Lucas, 2000a: 178; Blanco Gar-
ya empieza a resultar más completa y mejor explicable.
Y es que las etapas de transición del Bronce al Hierro y
el Hierro Antiguo están experimentando actualmente un
avance considerable gracias, por un lado, a recientes excavaciones en yacimientos tanto nuevos como conocidos de
antiguo pero realizadas con metodologías novedosas (vid.,
p. ej., Oñate, Sanguino y Morín, 2001; Urbina et alii, 2007a
y 2007b; Flores y Sanabria, e. p., etc.), y por otro, a la celebración de reuniones científicas en las que con cierta celeridad se están dando a conocer los resultados preliminares
de muchas de esas intervenciones (p. ej., Castillo y Sáez,
2005; Jiménez, Bermúdez y Sáez, 2007; Dávila, 2007; Morín, 2007; Almagro-Gorbea y Morín, e.p., etc.). El resultado
final es, como decimos, que ya sí empieza a vislumbrarse
un panorama secuencial más completo y coherente que,
dicho sea de paso, se va perfilando en muchos aspectos
semejante al de territorios vecinos como el celtibérico o el
soteño, y sobre el que ya es posible detallar en cuestiones
cía, e. p.), y que algunos investigadores hacen extensible a
hasta ahora muy superficialmente conocidas.
los demás aspectos al considerar que las gentes del Hierro
Tanto está cambiando el panorama, que están comenzando a producirse algunos intentos de estructuración secuencial, el último de los cuales debido a K. Muñoz López-
das y arquitectura de muchos de sus poblados, sus orientaciones económicas, prácticas funerarias y equipos cerámicos, estos últimos los que aquí más nos interesan por
cuanto de influyentes pudieron haber sido en la formación
de los conjuntos de transición al Hierro Antiguo y los de la
plenitud de éste. Los de Cogotas I y el Hierro Antiguo fueron dos mundos que se secuenciaron en el tiempo -quizá
entre unas zonas y otras se produjera un solapamiento parcial-, pero muy diferentes entre sí en cuanto a los equipos
materiales que fabricaron y usaron y seguramente también
en cuanto a las mentalidades, a pesar de que a medida que
profundizamos en ellos más elementos de conexión vamos
encontrando, sobre todo en lo que se refiere a aspectos
relacionados con la explotación económica del territorio,
circunstancia esta en la que cada vez con más frecuencia se
viene insistiendo (Fabián, 1993: 172; Blasco, 2001: 205-206;
Antiguo no son más que los descendientes de los cogoteños pero que han desarrollado unas nuevas estrategias de
subsistencia y adquirido nuevos elementos culturales (p.
ej., Quintana López y Cruz Sánchez, 1996: 62-63; Martín
Bañón, 2007: 40; Almagro-Gorbea, 2008: 47), algo nada fácil de probar en la actualidad, máxime cuando, sobre todo
en la zona madrileña, se conoce aún de forma deficiente el
mundo del Hierro Antiguo y pese a que en estos últimos
años estamos asistiendo a un considerable aumento cuantitativo y cualitativo de la información relativa al mismo.
Durante más de dos décadas, desde mediados de los
años setenta del pasado siglo hasta el cambio de milenio, el
conocimiento el Hierro Antiguo en el territorio madrileño
fue creciendo de manera lenta debido en gran parte a que
la información se iba generando con cuentagotas por la escasa inversión en materia de arqueología y al reducido número de investigadores implicados en el tema, pero que en
esas circunstancias desarrollaron una meritoria labor. En
esos años se fue configurando un panorama -sobre todo
impulsado desde la Universidad Autónoma de Madrid,
pero también gracias a estudiosos ligados a otros centros
de la región- que en gran medida sigue aún vigente pero
al cual recientemente se ha incorporado un volumen considerable de información novedosa, de manera que en la
actualidad estamos asistiendo a una auténtica renovación
de los estudios sobre la Edad del Hierro en esta zona, con
nuevos contenidos y planteamientos que de la mano están
trayendo una reestructuración de la misma, de forma que
Astilleros (1999), quien cree contar con suficientes datos
como para distinguir tres etapas: una inicial (siglo VIII e
inicios del VII a. C.), otra intermedia o de plenitud (siglo
VII y principios del VI a. C.) y una final (siglo VI y comienzos del V a. C.). Dentro de la artificiosidad que, inevitablemente, conlleva todo intento de compartimentar un
continuum histórico, pero que por necesidades analíticas
necesariamente hemos de llevar a cabo, la propuesta resulta atractiva y útil porque la realidad arqueológica ahora
sí permite hacer cierta diferenciación interna en los siglos
que abarca este periodo, pero quizá sea un poco cuadriculada en el sentido de que parece que se ha tratado que
fueran etapas equilibradas en lo referente a su duración.
Sin rechazar esta propuesta porque, insistimos, tiene su
utilidad y con el tiempo puede que se pueda dotar de contenidos claramente diferenciables cada subfase, nosotros
en estos momentos de la investigación somos más partidarios de estructurar esta etapa en dos fases, de las que la
primera es más dilatada que la segunda pero cada una de
ellas homogénea internamente:
•
Una inicial, o Fase I, de transición del Bronce al
Hierro Antiguo y momentos iniciales y plenos de este último que resulta bastante homogénea en lo que se refiere
a su equipo material y discurriría, en fechas tradicionales,
entre mediados/finales del siglo IX a. C. y finales del VII/
inicios del VI, y que a raíz de las más recientes aportacio-
301
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
nes vendría representada arqueológicamente por una especie de horizonte Las Camas/San Antonio, (Fig. 1- Fig. 2)
pues parece evidente que la etapa cultural que marca el yacimiento de Las Camas -y a la que pertenecerían también
poblados como el de La Cuesta, en Torrejón de Velasco, o,
ya en Toledo, el de Las Lunas- se inicia antes de lo que se
hace comenzar el conocido como horizonte de San Antonio, pero aquél se solapa y prolonga de manera natural en
éste. Gran parte del siglo VIII a. C. constituiría el solapamiento entre ambos, pues a pesar de que los investigadores
de Las Camas hayan considerado, guiándose por fechas de
C14, que “…es dif ícil situar el fin de este yacimiento más
allá del siglo IX o primera mitad del VIII a. C….” (Urbina
et alii, 2007b: 79), en él hacen acto de presencia las incisas
y excisas de tipo Redal/Cortes de Navarra (Id., 2007b: fig.
12) y se cuenta con un posible grafito fenicio (Id., 2007b:
75-77, fig. 24, arriba), elementos que nos obligan a llevar
el final de este yacimiento a momentos postreros de dicho
siglo o incluso entrado ya el siguiente, pues aunque las excisas del alto y medio Ebro comienzan a fabricarse en la
plenitud del VIII y su mayor apogeo se produce en torno al
Fig. 1.- Vista aérea de la cabaña de las Camas (Foto: Audema)
302
700 (Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987: 120-121), seguramente fue en estos finales de siglo cuando empezarían
a llegar a la zona madrileña. (Fig. 3) Sobre el grafito luego
volveremos.
•
Y otra ya avanzada, o Fase II, que cabría situar
entre finales del VII / inicios del VI y mediados del V, en
la que ya se puede identificar un contexto material calificable como Protocarpetano, o mejor, Carpetano Antiguo,
dado que se corresponde bastante bien con los contextos
del Celtibérico Antiguo: mejor estructuración del espacio
y explotación más intensiva del medio (vid. Dávila, 2007
para el Henares), primeras necrópolis de incineración
(Arroyo Butarque, Arroyo Culebro, Las Esperillas), presencia del hierro, también de ciertas cerámicas a mano
cuyas formas son similares a las del Celtibérico Antiguo,
primeros recipientes a torno importados del área ibérica,
etc. En comparación con ámbitos culturales vecinos, el
único elemento que aquí se produce más tardíamente es
el de la tendencia a la concentración demográfica, ya en el
Hierro II (Blasco, 2001: 210). Con todos estos elementos,
esta fase que en buena medida es prolongación natural de
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Fig. 2 Vista aérea de Las Camas (Foto: Audema)
la anterior, puede ser considerada ya como la antesala de la
los datos hoy no permiten hacer diferencias internas sus-
Segunda Edad del Hierro.
tanciales. El catálogo de yacimientos que se pueden adscri-
Comparando las producciones cerámicas de una y otra
bir a la misma, bien en todo su periodo de vida o bien sólo
fase, se puede decir que aun siendo muchos los elementos
en una parte del mismo, es relativamente numeroso, pero
de conexión, pues, por una parte, no deja de ser un hecho
atendiendo, por un lado, a las indicaciones cronológicas
que aunque la que hemos denominado Fase I hunde sus
-más o menos aceptables- que se han ido obteniendo en
raíces en las décadas en las cuales se está desintegrando
algunos de ellos y, por otro, a los materiales metálicos y a
Cogotas I y de esta cultura en ella se reconoce una clara
los paralelismos formales y decorativos que sus cerámicas
herencia material, y por otra, es notorio que la Fase II re-
permiten establecer con otras áreas peninsulares en las que
coge gran parte de los modos de hacer de la anterior, son
las cronologías están bien definidas, creemos que es posi-
los de distinción los que, unidos a otros criterios extra-
ble hacer cierta diferenciación entre ellos, de manera que
cerámicos, nos permiten deslindarlas.
hay una serie de yacimientos cuyas fechas y colecciones
cerámicas se remontan a momentos iniciales de esta fase,
de la transición del Bronce al Hierro, y otros en los que las
LA FASE I
suyas corresponden ya a los comienzos del Hierro Antiguo
y su plenitud. Yacimientos en los que se encuentra repre-
Como acabamos de señalar, esta fase tiene un desarro-
sentada esa etapa transicional, pero que también penetran
llo cronológico de algo más de dos siglos y representa la
de lleno en el Hierro I, son, entre otros, los de Las Camas,
transición del Bronce al Hierro Antiguo así como los ini-
en Villaverde (Agustí et alii, 2007a, 2007b y 2007c; López
cios y la plenitud de este último, formando un todo porque
López, 2006; Urbina et alii, 2007a: 159-171; Id., 2007b), La
303
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Fig. 3. Cerámica excisa, de tipo Redal/Cortes de Navarra, de Las Camas (Foto: Audema)
Cuesta, en Torrejón de Velasco (Flores y Sanabria, e. p.),
San Juan del Viso (Dávila, 2007b: 96-97, fig. 2, 1), Barranco
de la Zarza Norte (Dávila, 2007b: 104) o el toledano de Las
Lunas, en Yuncler (Urbina, e. p.). Yacimientos representativos de las etapas inicial y plena del Hierro I serían el Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991; Rubio y
Blasco, 2000: 228-229), la Zona B del Sector III de Getafe
(Blasco y Barrio, 1986: 106-128, 135-138, figs. 1, 2 y 21-
en la norte (Guaya, por ejemplo: Misiego et alii, 2005), son
coetáneos en gran medida de ese horizonte fundacional
del Soto de Medinilla caracterizado por una arquitectura
doméstica de postes de madera y ramajes con manteados
de barro que marca la antesala de la arquitectura “en duro”,
de adobe, tapial, refuerzos y techumbres de madera (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 154-156, fig. 2 y lám. I; Delibes et alii, 1995a: 146; Romero Carnicero, Sanz Mínguez
36, láms. II-IV), Camino de las Cárcavas (Muñoz LópezAstilleros, 1999; López Covacho et alii, 1999; Ortiz et alii,
2007), la fase inicial de La Deseada (Martín Bañón, 2007:
32-40), Capanegra (Martín Bañón, 2007: 29-32 y 37-40) o
la Dehesa de Ahín en su etapa más antigua (Rojas et alii,
2007), entre los más destacados. Cuantitativamente, los
enclaves en los que comparecen materiales de la transición
del Bronce al Hierro son menos numerosos que aquellos en
los que se registran las fases inicial y plena del Hierro Antiguo, pero gracias a los primeros hoy ya podemos decir que
queda solventado en parte un problema cuya existencia no
siempre sabíamos reconocer: la situación de cierto vacío
que existía entre una vieja cultura que periclitaba, la de
Cogotas I, y otra que no se sabía muy bien cómo fraguaba,
la del Hierro I. Y es que el contexto material de yacimientos como el de Las Camas supone para el área madrileña
y norte de Toledo lo que el Soto de Medinilla en su fase
formativa e inicios de la plena para el centro del Duero. Da
la impresión de que todos esos poblados en los que se han
documentado longhouses, tanto en la submeseta sur como
y Álvarez-Sanchís, 2008: 661-662). Es más, seguramente
si se pudiera abrir en extensión ese nivel fundacional del
poblado epónimo vallisoletano no nos extrañaría que apareciese alguna longhouse. Y del mismo modo que en los
poblados soteños más importantes esas cabañas leñosas
posteriormente se convierten en auténticas viviendas de
adobe, tapial y troncos de madera, en la zona madrileña las
longhouses de gruesos postes y ramas -aunque tienen una
prolongación temporal algo mayor, como parece observarse en El Colegio de Valdemoro en su Fase 1ª (Sanguino et
alii, 2007: 158-163, figs. 2-8)- pronto derivan en construcciones casi idénticas pero realizadas ahora en barro y hasta
fechas avanzadas del Hierro I, como queda demostrado en
el excepcional yacimiento toledano de La Dehesa de Ahín
(Rojas et alii, 2007). En consecuencia, se puede decir que
en este interesante periodo del último milenio a.n.e. no
son tantas las diferencias que existieron a uno y otro lado
del Sistema Central: la evolución es muy similar aunque
los ritmos no sean coincidentes del todo y se adviertan peculiaridades que se podrían tildar de regionales.
304
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Con este esquema marco como fondo y centrándonos
ya en la evolución del equipo cerámico, es necesario comenzar diciendo que debido al cierto retraso con el que
parece ser que se produjo el declinar del mundo de Cogotas I en la zona madrileña, el peso de sus tradiciones alcalleras en contextos pertenecientes a esta Fase I se reconoce
mejor que en otros ámbitos a través de algunas formas y
sistemas decorativos presentes en no pocos yacimientos
(Blasco, 1992: 290; Ead., 2007: 72; Blasco y Lucas, 2000a:
181; Ead., 2001: 228; Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 132,
fig. 63, 1-6; Pereira, 1994: 47; Fernández-Posse, 1998: 139140; Barroso Bermejo, 2002a : 152; Ruiz Zapatero, 2007:
47). Esto se observa de manera muy significativa en, por
ejemplo, el Camino de las Cárcavas, un enclave para cuyos
quizá como consecuencia de la aceptación de influencias
foráneas, procedentes tanto de ambientes de Campos de
Urnas del valle del Ebro como de sur peninsular.
Pero por encima de las similitudes identificables, es notorio que tomados en conjunto los equipos cerámicos de
las comunidades de la plenitud de Cogotas I y los pertenecientes a las de la transición al Hierro Antiguo y la época
plena de éste muestran diferencias muy acusadas. Diferencias que sumadas a otros indicativos culturales nos permiten advertir que en toda esta zona hemos entrado en un
nuevo periodo de su Prehistoria reciente. Por lo que se refiere a las producciones cerámicas finas, de mesa, ahora se
imponen las formas generalmente lisas, con las superficies
estima una proyección cronológica desde mediados del
en unos casos simplemente alisadas a espátula y en otros
cuidadosamente bruñidas o incluso pulimentadas. El repertorio de formas básicas no se puede decir que sea muy
extenso, ciertamente, pero dentro de cada una de ellas las
variantes, eso sí, son muchas, lo que en definitiva se tradu-
siglo VIII hasta comienzos nada menos que del VI a. C.
ce en un catálogo de tipos y subtipos bastante amplio que,
(Muñoz López-Astilleros, 1999: 222; López Covacho et
dicho sea de paso, aún está por ser sistematizado de una
manera rigurosa: cuencos de formas derivadas de la esfera, del óvalo, troncocónicos en sus diversas modalidades,
caliciformes, de perfil en “S”, carenados; cazuelas sencillas
y también carenadas; vasos de tipo olla con el cuerpo globular u ovoide y los cuellos cilíndricos, abocinados y en
“S”; algunos tipos, siempre muy escasos, de platos/fuentes, y poco más. Las bases son predominantemente planas
materiales etiquetados como pertenecientes al hace unos
años denominado por Ruiz Zapatero y Lorrio (1988: 261)
“horizonte de disgregación de Cogotas I o Epi-cogotas” se
alii, 1999: 143 y ss.; Ortiz et alii, 2007: passim). Esas tradiciones cogoteñas se advierten en la existencia de fuentes
y cuencos troncocónicos profundos de carena alta pero ya
por lo general escasos en decoración, algunos frisos metopados, pervivencia de la técnica de incrustación de pastas
coloreadas para crear un efecto de bicromía con la tonalidad de la superficie, decoraciones incisas en la cara interna
de algunos bordes, algunos frisos realizados con pseudoespiguilla incisa, etc., aunque siempre estos elementos están presentes en proporciones muy bajas frente a lo que
ya es propio de los nuevos tiempos que de forma rápida se
están gestando.
La cerámica de cocina y almacenaje que fabricaron y
usaron las comunidades cogoteñas también muestran estrechas concomitancias con sus análogas de esta Fase I,
pero esta vez por razones obvias. Son de similares características técnicas y formales porque al fin y al cabo se trata
de recipientes muy funcionales, estandarizados y de secular tradición, imperando en ambos conjuntos las decoraciones impresas (digitaciones, ungulaciones, instrumento
recto…) en labios, hombros y cordones aplicados al cuerpo del vaso, los mamelones para facilitar su manipulación
y transporte, etc. A pesar de esto, hay que reconocer que
existen ciertas diferencias, pues los recipientes de almacenaje del Hierro Antiguo además de ser más numerosos en
proporción con la cerámica de mesa y de mayor capacidad que los cogoteños, muchos de ellos suelen tener bocas
abocinadas y cilíndricas a veces de gran desarrollo vertical
pero muy corrientes son también, sobre todo en formas de
mediano y pequeño tamaño, las que tienen un pequeño
umbo que sirve para dar estabilidad al vaso y, en algunos
cuencos, para poderlos sujetar mejor con la mano. Menos
habituales son las bases simplemente redondeadas, algo
que tiene evidentes connotaciones arcaizantes. En ocasiones, al igual que ocurre en la cultura del Soto de Medinilla, se registra la presencia de pies realzados, aunque
aquí son proporcionalmente más escasos que en el Duero,
como escasas son las tapaderas. Durante mucho tiempo,
en el ámbito soteño, y por así creerlo también en la zona
de Madrid, se estuvo sosteniendo la idea de que los pies
realzados correspondían únicamente a las fases plenas y
avanzadas del Hierro Antiguo, pero a raíz de las últimas
excavaciones en el propio Soto de Medinilla hoy sabemos
que están presentes desde los mismos inicios de este periodo. Eso sí, sus momentos de mayor proliferación siguen
siendo los plenos y tardíos.
Los dispositivos de prensión suelen ser mamelones algo
aplanados y orejetas perforadas horizontalmente que a su
vez sirven para poder colgar los vasos de un cordel, como
305
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
evidencian las marcas de desgaste que muchos muestran.
Pestañas sobresalientes del mismo labio, y ya más raramente, asas de sección circular, perforaciones junto al
borde o mamelones macizos completan el repertorio de
soluciones que facilitan la manipulación y el traslado de
los recipientes.
Más que abordar un análisis pormenorizado de cada
una de las formas cerámicas arriba relacionadas, que nos
parece no tendría cabida en este trabajo por la extensión
que podría alcanzar y es más propio de una monograf ía,
vamos a centrarnos en cómo el equipo cerámico de quienes ocuparon el área madrileña durante esta fase es en parte consecuencia de una tradición y dinámica propias, pero
también, y de manera determinante, de influencias procedentes de círculos culturales periféricos peninsulares: del
sureste, del suroeste y de los ambientes Campos de Urnas
del valle del Ebro, las cuales ponen de relieve el grado de
interacción existente entre esas comunidades y dichos círculos. En la actualidad la información de la que se dispone
sobre este aspecto de la investigación ya es muy considerable, pero está atomizada en multitud de publicaciones e
informes inéditos guardados en las administraciones, por
no hablar de los materiales inéditos que se acumulan en
los fondos de los museos y de los que ni siquiera en dichos
informes se deja constancia gráfica. Esto hace que cada vez
sea más necesario su estudio de forma monográfica, con la
amplitud que requiere y en profundidad.
Desde los mismos inicios de la formación de estos
conjuntos, las influencias de los equipos cerámicos del
Bronce Final y Hierro Antiguo del sur peninsular se dejan
sentir con rotundidad, sobre todo influencias del sureste,
de las zonas de Alicante, Murcia y Andalucía oriental
(González Prats, 1992; Lorrio Alvarado, 2008), donde
enclaves como Peña Negra en Crevillente (González
Prats, 1990), Tabayá en Aspe (Navarro Mederos, 1982;
Hernández y López, 1992), Los Saladares de Orihuela
(Arteaga y Serna, 1974: 110-111, fig. 2; Id., 1975a, 1975b
y 1979-80) o Cástulo (Blázquez y Valiente, 1981), por citar
unos ejemplos, tienen una especial relevancia. Es en las
cazuelas y cuencos carenados de superficies finamente
bruñidas hasta conseguir a veces un tacto céreo y un
efecto visual acharolado, casi metálico, donde mejor se
manifiestan esas influencias, y no sólo en lo que se refiere a
las formas, sino también en cuanto a las técnicas y sintaxis
compositivas de sus decoraciones incisas. La diversidad de
tipos es enorme: con carenas medias y bajas, aristadas unas
veces y redondeadas otras (“pseudo-carenas”), en muchas
ocasiones con el hombro desarrollado a modo de repisa que
306
en algunos ejemplares ha servido como campo decorativo,
con las bocas abocinadas más o menos abiertas, las paredes
interior y exterior marchando en paralelo o bien engrosadas
en su zona media, los labios redondeados, apuntados o
biselados, bases redondeadas en unos casos y ligeramente
umbilicadas en otros, de tamaños casi miniaturizados
algunas veces pero auténticas cazuelas otras, etc. Muchos
de estos cuencos poseen elementos de prensión, que al
tiempo lo fueron de suspensión, tales como mamelones y
orejetas perforados horizontalmente, por lo común en la
línea de carena o sobre ella. Aunque se constatan en los
yacimientos de esta zona desde la segunda mitad del siglo
IX a. C. hasta prácticamente la antesala de la Segunda Edad
del Hierro, esto es, hasta inicios del siglo V a. C. -siempre
en cronologías sin calibrar-, porcentualmente el grueso
de estas cazuelas y cuencos carenados se sitúa en fechas
antiguas, en idéntica correspondencia con la situación que
se observa al otro lado del Sistema Central, en el ámbito
cultural soteño (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 171;
Delibes et alii, 1995b: 67; Blanco García, 2003: 65, 66 y 71;
Blanco García, Gozalo y Gonzalo, 2007: 17).
La conjunción entre diversidad tipológica y amplitud
cronológica podría dar pie a pensar que el investigador lo
tiene fácil en cuanto a la construcción de una buena secuencia que sirviera de marco referencial para la región,
pero este es un trabajo que aún no ha sido abordado porque, en primer lugar, y como más arriba hemos indicado,
carecemos de un poblado con ocupación ininterrumpida
durante estos siglos, de tipo tell, del que se pueda obtener
una colección secuenciada de cierta amplitud y, en segundo lugar, es necesario hilar más fino de lo que lo estamos
haciendo en materia de datación de niveles y yacimientos.
A pesar de estos dos impedimentos y comparando unos
yacimientos con otros en orden a las cronologías obtenidas, grosso modo parece que los carenados de perfiles más
quebrados, angulosos, de formas más “duras”, van a momentos antiguos del periodo, mientras que los de perfiles
suaves, redondeados, con “pseudo-carenas” muchas veces,
y un menor desarrollo de los cuellos, mayoritariamente
basculan hacia fechas avanzadas. Este panorama general
no quita, evidentemente, para que algunos ejemplares característicos de uno de esos momentos comparezcan en el
otro, pero tomados en conjunto, estadísticamente, la tendencia general es esa, y esto se observa tanto en la zona
madrileña como en el valle del Duero.
La mayor parte de las cazuelas y cuencos carenados son
lisos, pero no pocos han sido decorados bien con pintura,
bien con técnica incisa y en ocasiones con ambos procedi-
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
mientos, pues no es raro encontrar vasos en los que conviven pintura e incisión o incluso pintura incrustada en las
incisiones (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 121-122, fig. 59,
3, 4, 9 y 23), como más abajo tendremos ocasión de ver. La
zona del hombro es la que, por ser la más visible, aparece
más comúnmente engalanada, pero algunos ejemplares lo
han sido en el cuello y más raramente a lo largo del borde
interno. En cualquier caso, la composición adopta la forma
de friso continuo de diseño geométrico -excepcionalmente figurativo- en el que las representaciones habituales son
los reticulados, las puntas de sierra, los triángulos rellenos
de paralelas, los rombos en losange también rellenos de
líneas, los desarrollos metopados, etc., un repertorio, en
definitiva, bien conocido en el Bronce Final e inicios del
Hierro del sureste peninsular y con mayor presencia en
poblados que en necrópolis (Lorrio Alvarado, 2008: 236-
la decoración geométrica que les acompaña con un peso
importante de lo cogotiano, constituye un documento más
que refuerza la idea de que en la formación de los equipos
del Hierro Antiguo debieron de tener un peso importante
tanto las tradiciones cerámicas de Cogotas I como la llegada de componentes foráneos. Los trazos que aparecen
bajo el torso del antropomorfo más completo han sido interpretados como parte de un posible équido, con lo que
estaríamos ante una imagen ecuestre, o de la cornamenta
de un cérvido, lo cual entra dentro de lo posible también
porque las defensas de los ciervos machos a lo largo de
la prehistoria reciente generalmente se han representado de esta forma tan esquemática en pinturas y grabados
rupestres así como en los vasos cerámicos3 , pero no nos
243, fig. 145). Todo esto es más común hallarlo realizado
con técnica incisa que pintada, con incisiones siempre
muy finas, equidistantes y relativamente profundas. En las
sintaxis compositivas incisas, por otra parte, se advierten
pervivencias cogoteñas, influencias del sur peninsular y sur
levantino así como del área del Ebro que, en cada caso concreto, resulta dif ícil concretar con que ámbito/s hemos de
relacionarla porque estamos ante unos esquemas geométricos muy básicos y de amplia dispersión geográfica.
resistimos a ofrecer otra posibilidad: que estemos ante un
convencionalismo gráfico; que pudiera tratarse de las propias piernas del personaje ligeramente vueltas hacia arriba, persiguiendo captar al individuo inmerso en una danza
o realizando saltos4 , lo que unido al tocado triangular de la
cabeza ¿quién sabe si no estamos ante una especie de brujo
o chamán y que la vasija en la que aparece, o mejor, los
contenidos que en ella se depositaban, no tuvieran que ver
con prácticas mágico-religiosas?. Desde luego, es un recipiente excepcional, quizá sacro, y de alguna forma su ornamentación y su función debieron de estar muy ligadas.
Estas características decorativas no son exclusivas de
cazuelas y cuencos carenados, sino que también comparecen en otros recipientes de calidad como las ollitas, los
vasos de perfil en “S”, algunas urnas y platos, etc. (vid., p.
ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 49, 22; Jiménez Ávila
y Muñoz López-Astilleros, 1997: 122, fig. 2, 1 y 3; Rojas et
alii, 2007: 92, fig. 35, 4; Urbina et alii, 2007b: fig. 12; Dávila,
2007b: fig. 2, 4, inf.). En todos ellos de nuevo son las composiciones geométricas las que imperan, pero en casos
excepcionales, como vemos en Ecce Homo IIB o Puente
Largo del Jarama -este último ya a caballo entre esta Fase
I y la II- hallamos motivos figurados (flores de loto) que
remiten al mundo tartésico y sus periferias (resp., Dávila,
2007b: 105, fig. 2, 4, sup. dcha.; Muñoz López-Astilleros
y Ortega Blanco, 1997: 144-145, fig. 5, A3). Desde luego,
la más exclusiva realización figurativa de estos momentos
en la zona de estudio son los antropomorfos esquemáticos
de Camino de las Cárcavas, conservados uno casi completo y el brazo derecho de otro (Almagro-Gorbea et alii,
1996; López Covacho et alii, 1999: 145, fig. 3, 1; Ortiz et
alii, 2007: 50, fig. 4, 1). Fechado el vaso en el que comparecen en el siglo VIII a. C. y, como ya han señalado algunos
autores, con un perfil muy de Campos de Urnas2 pero en
En el área de Madrid y norte de Toledo las pinturas
postcocción hoy se tienen constatadas en casi dos docenas
de yacimientos del Hierro Antiguo. Constituyen un elemento muy estrechamente asociado a la alcallería fina de
superficies bruñidas y alisadas que acabamos de referir, sobre todo a los cuencos y cazuelas en sus diversas modalidades, pero también a los cuencos de formas derivadas de la
esfera y las ollitas globulares, lo que, en conjunto, de nuevo
nos obliga a dirigir la vista de manera genérica al sureste
peninsular y la alta Andalucía, así como a esos ambientes
tartésicos de los que proceden ciertos rasgos iconográficos
y combinaciones pictóricas. En muchas ocasiones no resulta nada fácil establecer la fuente de inspiración concreta
de la cual proceden algunos elementos. Y es que la familia
cerámica de las pintadas del entorno del Tajo medio está
cada vez más necesitada de un estudio monográfico a fondo en el que se establezcan claramente los distintos grupos existentes, las formas que se priorizan en cada uno de
ellos, las influencias observables en cada caso y las vías a
través de las que éstas han llegado, las funciones para las
que pudieron haber servido (mediante análisis de fitolitos)
y las connotaciones sociales y religiosas que pudieran existir tras ellas. El intento de sistematización llevado a cabo
307
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
para el conjunto de la península Ibérica hace veinte años
por parte de S. Werner Ellering (1990) hoy ya resulta de
utilidad limitada tanto en los aspectos conceptuales como
en lo que se refiere a las implicaciones culturales así como
en lo cronológico y, desde luego, poco aprovechable para
la zona que aquí consideramos debido al importante volumen de información de excavación generado en los últimos años. Tomadas en conjunto estas producciones pintadas, su presencia en la zona es relativamente antigua, pues
ya en pleno siglo VIII a. C., si no en el IX, comparecen en
yacimientos muy de inicios del Hierro Antiguo como el de
Las Camas (Urbina et alii, 20007b: 62) o el toledano de Las
Lunas (Urbina, e. p.), pero serán sobre todo los siglos VII
y VI a. C. en los que mayor difusión alcancen, por lo que
hemos de considerarlas tanto en esta Fase I como a la II.
Según el efecto cromático perseguido por los alfareros y
el procedimiento de aplicación utilizado, hemos de distinguir varios subgrupos:
1) pintura homogéneamente extendida por amplias
superficies, exteriores y/o interiores, a veces confundible
con los baños “a la almagra”. Esta especialidad se encuentra
muy bien representada en la geograf ía del Hierro Antiguo
madrileño dentro de las fechas que abarca esta Fase I. No
obstante, y a pesar de los pocos datos que aún tenemos,
las diferencias entre unos yacimientos y otros en términos porcentuales respecto al volumen total de fragmentos
recuperados son acusadas, lo que en el futuro habría que
tratar de explicar.
Fig. 4. Fragmento de cerámica con decoración incisa y pintada (Foto:
Audema)
gún caso con trazos pictóricos se ha definido un supuesto
antropomorfo esquemático (Blasco, Lucas y Alonso, 1991:
124-125, fig. 60, 2aA). En Dehesa de Ahín, yacimiento especialmente interesante en cuanto a esta variedad pictórica, el interior de un cuenco y de un plato pertenecientes a
la Fase A3 (de finales del siglo VII a. C.) han sido decorados con sendas representaciones fitomorfas de cuidadosa
ejecución en pintura roja que añaden un punto de diversi-
2) pintura complementando composiciones incisas
pero aplicada en campos decorativos diferenciados, como
se ha documentado, por ejemplo, en Las Camas (Urbina
et alii, 2007b: 62). Son pocos, por ahora, los yacimientos
en los que esta variante está presente, pues al citado únicamente hemos de añadir el cerro de San Antonio (Blasco,
Lucas y Alonso, 1991: 122, fig. 59, 23). El mayor problema
que presenta este grupo es que, salvo que hayan existido
unas buenas condiciones de conservación, la pintura se ha
dad y riqueza ornamental a lo hasta ahora conocido (Rojas
extendido por todo el fragmento por efecto de la humedad
y ya resulta imposible identificar los vasos que en origen
tuvieron estas características decorativas. (Fig. 4)
un aspecto policromo (Ead., 1991: fig. 54, 12).
3) pintura (roja, blanca o, más raramente, amarilla)
aplicada en trazos para formar composiciones geométricas
dispuestas generalmente en frisos a veces delimitados por
bandas. Los motivos más habituales son las series de líneas
paralelas trazadas en diagonal, los rombos en losange, los
triángulos rellenos de paralelas alineadas a uno de sus lados, los zigzags sencillos o múltiples, las puntas de sierra,
series de triglifos y metopas o los escaleriformes, y en al-
blanco, se constatan en el cerro de San Antonio (Blasco, Lu-
308
et alii, 2007: 92, fig. 35, 12 y 13), al tiempo que ponen de
manifiesto influencias del mundo orientalizante del bajo
Guadalquivir.
4)
pintura incrustada en incisiones se constata, por
ejemplo, en el cerro de San Antonio, generalmente roja
(Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 121-122, fig. 18, 10 y 14, fig.
59, 3, 4, 9…), pero en un fragmento aparece pintura roja y
blanca, lo que con el fondo negro de la pasta da al cuenco
5)
pinturas bicromas y policromas. Los vasos con
restos de bicromía, generalmente rojo/amarillo y rojo/
cas y Alonso, 1991: fig. 17, 1, fig. 29, 15, etc.), La Aldehuela
(Valiente Cánovas, 1973; Almagro-Gorbea, 1987: 108, abajo; Werner Ellering, 1990: 56-57, fig. 9C y fig. 10A) y Los
Bordales de Villalbilla (Dávila, 2007b: 107). La conjunción
de dos colores con la tonalidad de la pasta, generalmente
negra o gris, realmente produce un efecto de policromía,
y esta es seguramente la razón por la que la auténtica po-
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
licromía es considerablemente rara. El empleo de más de
dos colores resulta tan excepcional en esta zona que sólo
se constata en un cuenco con pseudocarena alta de Perales
de Tajuña, fechado en el siglo VII a. C., en el que se han
aplicado pinturas blanca, roja y beige (Casas y Valbuena,
1985; Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 161, fig. 9, 1;
Werner Ellering, 1990: 58-59, fig. 16). Extraña ver cómo
el área madrileña es considerablemente más pobre en recipientes bicromos y policromos que el centro-oeste de la
cuenca del Duero, a pesar de que aquélla se encuentra más
cerca de los escenarios en los que ambas se inspiran, el sur
colonial y orientalizante, si bien al Duero tales influencias
le llegan a través de la zona abulense y de lo que andando
el tiempo sería la Vía de la Plata (Álvarez-Sanchís, 2000:
fig. 3). La explicación de esta situación podría estar, como
más abajo veremos, en la existencia de cierto “desequili-
nuestra zona de estudio. Las almagras se aplicaron sobre
todo en recipientes finos, alisados y bruñidos, mayoritariamente cocidos en atmósferas reductoras, de mediano
y pequeño tamaño, pero también se constatan en algunas
vasijas de cocina y almacén, en estas últimas bastante mal
conservadas (p. ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 32,
13). Se puede decir que estamos ante una especialidad decorativa de muy amplia proyección temporal, al estar en
uso desde momentos iniciales del Hierro Antiguo hasta los
mismos comienzos de la Segunda Edad del Hierro, pues
en un horizonte tan antiguo como el representado por Las
Camas ya está presente, además en porcentajes elevados
según sus excavadores (Urbina et alii, 2007b: 65), y en los
comienzos del siglo V a. C. aún se seguía haciendo, como
puede verse, por ejemplo, en La Capellana o en Los Llanos
(Sánchez-Capilla y Calle, 1996; Rubio y Blasco, 2000: 230;
brio” socio-económico entre quienes ocupaban una y otra
zonas. Este panorama es inversamente proporcional al que
presentan las pinturas rojas postcocción y “almagras”, ampliamente extendidas por el Tajo medio pero más escasas
en el ámbito cultural soteño.
Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 1766-1767). Faltan trabajos
Todas estas decoraciones pictóricas en la zona de es-
que, de ser así, significaría que alcanzó su floruit en la que
tudio se desarrollan sobre superficies bruñidas o alisadas
mayoritariamente oscuras, es decir, sobre vasos cocidos
en atmósferas reductoras bastante homogéneas, pero en
alguna ocasión comparecen pinturas rojas en vasos que se
podrían considerar comunes.
hemos denominado Fase II, o bien hemos de retrotraerla
A veces no resulta fácil distinguir las pinturas rojas del
primer grupo al que nos hemos referido de las “almagras”
debido a que en muchas ocasiones son escasos y parciales los restos conservados y es dif ícil advertir el procedimiento de aplicación. Las almagras meseteñas constituyen
un pálido reflejo de las del sur peninsular cuyo sentido es
imitar en productos locales los engobes rojos que ya desde
los horizontes precoloniales se constatan en el Bronce Final andaluz (Buero, 1987-88; González Prats, 1990; Lorrio
Alvarado, 2008). Los yacimientos de la zona madrileña y
lución este procedimiento decorativo. Por citar un par de
central del Tajo son especialmente ricos en recipientes decorados con estos baños rojos que algunos prefieren denominar engobe y sabemos se consiguen mayoritariamente a
partir de hematites, pero más allá de este dato poco es lo
que se puede decir de ellos por la falta de análisis químicos
sobre evidencias de diferentes sitios y diferentes momentos. En algunos poblados del valle del Duero, como Cuéllar
o Coca, por ejemplo, cierto es que se han recuperado pequeños bloques de esta materia y gruesas capas de la misma en el fondo interno de algunos vasos, pero tampoco
contamos con análisis que nos sirvan de orientación para
estadísticos, yacimiento por yacimiento, para comprobar
si, como algunos investigadores han propuesto, la época
de apogeo de la almagra hemos de situarla a caballo entre
los siglos VI y V a. C. (Rubio y Blasco, 2000: 230 y 233), lo
algo, pues en Cástulo el mayor apogeo parece que acaeció
en la segunda mitad del siglo VII y comienzos del VI a. C.
(Blázquez, García-Gelabert y López, 1985: 75). Este es sólo
uno de los problemas que tiene aún pendientes de resoellos más, otra incógnita aún por despejar hace referencia
a si la almagra llegó al área madrileña en el mismo “paquete cultural” originario del sureste peninsular formado por
los vasitos carenados bruñidos y las composiciones incisas
que les decoran de forma habitual, como elementos más
destacados, o bien se incorporan al equipo material de estas comunidades en momentos un poco más avanzados.
De nuevo es la falta de secuencias estratigráficas bien fechadas las que impiden hacer este tipo de precisiones. En
este sentido, y relacionando unos yacimientos con otros,
da la impresión de que la almagra es en momentos avanzados del siglo VIII a. C. o incluso a inicios del VII cuando
hace acto de presencia en el Tajo central, pero, insistimos,
no es más que una apreciación considerando los contextos
y las fechas que se proponen. También está por explicar a
qué se debe que la almagra tenga una presencia tan destacada en toda esta zona y se rarifique tanto en las cuencas
medias y altas del Henares, Jarama, Tajuña y Tajo, donde
impera el grafitado, además desde tiempos más antiguos.
Quizá sea una cuestión puramente técnica: como la alma-
309
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
gra y el grafitado eran técnicas de recubrimiento de las
paredes tan similares en cuanto a su función práctica, el
uso arraigado de una pudo impedir la expansión de la otra,
pero lo más probable es que detrás existan implicaciones
etno-culturales. Entre Alcalá de Henares y Guadalajara
capital habría que situar esa especie de “frontera” entre el
ámbito de las grafitadas y el de la almagras, de forma laxa,
evidentemente, que es donde, además, encontramos un
caso excepcional de mixtificación, aunque no único: en La
Dehesa de Alovera (Guadalajara) se recuperó un cuenco
en el que se han combinado grafito y almagra (Espinosa
Gimeno y Crespo Cano, 1988: 249, fig. 2, 20).
cias, Caserío de Perales, etc.( resp., Baquedano et alii, 2000:
El suroeste peninsular constituye el segundo foco gene-
tiempo. Las relaciones con el suroeste tartésico, primero
rador de influencias culturales que, a través de Extremadura y la zona centro-occidental de la submeseta sur, llegan al
área madrileña desde los mismos inicios del Hierro Antiguo y estarán presentes a lo largo de todo el periodo. Pero
este proceso no es más que continuación de una secular
dinámica de relaciones en la que, ya desde el Calcolítico y
a lo largo de la Edad del Bronce, muchos de los elementos
materiales de las adelantadas culturas del suroeste fueron
imitados por los grupos del Tajo medio -recuérdense, por
precolonial y luego orientalizante, son detectables a través
51-53, fig. 15 forma B, fig. 18, 7 y 8, fig. 21, 5 y 6; Valiente
Cánovas y Rubio de Miguel, 1982: fig. 5, 45; Priego y Quero,
1992: 220, fig. 105; De Álvaro et alii, 1988; Blasco, 1987; vid.,
asimismo, Garrido Pena y Muñoz López-Astilleros, 1997).
En el Hierro Antiguo estas influencias son más acusadas
que en el Bronce Medio y Final debido a que se está produciendo un proceso de cambio en el sistema de relaciones, de manera que las que tradicionalmente sostuvieron
con las áreas atlánticas peninsulares, sin que decaigan del
todo, poco a poco van declinando y siendo reemplazadas
por las mediterráneas, aunque se solaparon durante cierto
de la presencia de un conjunto de elementos cada vez más
numeroso en los yacimientos del área madrileña (AlmagroGorbea, 1996: 272). Cuencos, cazuelas carenadas y platos o
fuentes con perfiles característicos del suroeste, a veces con
los bordes engrosados, se constatan en Camino de las Cárcavas (Ortiz et alii, 2007: fig. 3, 13-15 y 19; López Covacho
et alii, 1999: fig. 2, 1 y 5), el cerro de San Antonio (Blasco,
Lucas y Alonso, 1991: fig. 38, 2, fig. 39, 11, 14 y 19, fig. 44,
citar unos ejemplos, las evidencias recuperadas en El Es-
20, etc.), Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros
pinillo, La Aldehuela-Salmedina, El Ventorro, Las Heren-
y Ortega Blanco, 1997: 145-146, fig. 4, 1) o en Soto del Hi-
Fig. 5. Carrete de Las Camas (Foto: Audema)
310
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
nojar-Las Esperillas (Jiménez Ávila y Muñoz López-Astilleros, 1997: 122, fig. 3, 3-7, 17, etc.), entre otros. Formas tan
ampliamente difundidas por el bajo Guadalquivir como los
soportes carrete con resalte en el cuello a modo de baquetón (Gassul, 1982; Ruiz Mata, 1995; González, Serrano y
Llompart, 2004: 116-117, lám. XXVIII, 1-13) también comparecen en yacimientos del área madrileña, como se puede
comprobar en Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 145-146, fig. 5 A 1; Madrigal
Belinchón y Muñoz López-Astilleros, 2007: 265, fig. 4, 13)
o en Las Camas (Urbina et alii, 2007b: fig. 10, segundo de la
primera fila y fig. 18, segundo de la segunda fila) (Fig. 5 ) , y
todo ello arropado por un conjunto de objetos metálicos de
la misma procedencia.
La retícula bruñida, tan característica del Bronce Final e inicios del Hierro en la baja Andalucía, sur de Portugal y Extremadura (López Roa, 1977; Ruiz Mata, 1979:
8-9; Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986: 197-207, figs.
37 y 38; Alarcón Rubio, 1983; Pavón Soldevilla, Rodríguez
Díaz y Enríquez Navascués, 1998: 134; Rodríguez Díaz y
Enríquez Navascués, 2001: 95 y 159; Torres Ortiz, 2002:
125-130, figs. VII.1 y VII.2; González, Serrano y Llompart, 2004: 109-116, láms. XXIII-XXVII) la imitaron los
ceramistas locales del Tajo central pero lo hicieron de una
manera bastante desordenada en cuanto a la disposición
de los trazos y a veces con tal tosquedad que realmente lo
conseguido es un nervioso pseudo-reticulado. Por ahora
no se tiene constancia de la existencia de auténticas importaciones en el área madrileña que hubieran servido de
modelos a los alfareros de la zona y si bien no faltan imitaciones realizadas con técnica bruñida, por lo general la
técnica empleada es la incisa, e incluso en ocasiones se han
realizado con suaves acanaladuras. Aún está por explicar a
qué se debe tal transformación pues, a diferencia de otras
técnicas foráneas que por la dificultad de ser reproducidas
se imitan usando otros procedimientos, la bruñida era una
técnica que dominaban desde antiguo estos grupos meseteños y gran parte de las producciones de mesa que están
realizando tienen unos bruñidos de calidad extraordinaria.
Además, la ornamentación realizada mediante entramados bruñidos hechos a punta de espátula sobre superficies
bien alisadas y mates para que se produzca cierto efecto
de bicromía no pone en riesgo las condiciones de salubridad del recipiente pero las retículas incisas sí constituyen
un peligro: de una superficie rayada es más dif ícil arrancar
los restos de comida durante el lavado y en las incisiones
siempre pueden anidar bacterias que acarreen enfermedades. Pero si en el centro del Tajo -y en la submeseta norte
también- lo hacen así, alguna explicación debe tener.
Al igual que en el sur, las formas en las que suelen
comparecer estas decoraciones imitadoras de la retícula
bruñida son las cazuelas, los platos y los cuencos,
carenados por lo general, y prioritariamente sobre las
superficies interiores de los mismos. En las exteriores son
más raras, quizá porque al ser éste un rasgo más propio
del sur portugués (vid. Schubart, 1971: 164-167, figs. 7 y 8),
al centro del Tajo las influencias de esa zona lusa llegaron
de una forma más matizada, aunque no hemos de olvidar
que en Extremadura las hallamos en ambas superficies. La
imitación de retícula bruñida en el área madrileña parece ser
un fenómeno que se produce a partir de comienzos del siglo
VII a. C. pero que se prolonga hasta mediados del siglo V a.
C., modernidad ésta que queda demostrada, por ejemplo,
en La Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220, fig. 5, 6 y 7) o
en las Fases A1 y A2 de Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007:
81, fig. 12, 4 y 85, fig. 22, 1, 2 y 5, fig. 23, 8). En las fases más
antiguas de este último yacimiento, y de otros coetáneos de
las mismas, no están presentes. Tampoco parecen estarlo
en Las Camas o, por lo menos, no han sido dadas a conocer.
Incluso en el cerro de San Antonio los fragmentos con estas
decoraciones, puestos en relación con el sureste más que
con el suroeste, se obtuvieron en los estratos superiores del
yacimiento (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 28, 1 y 8), y
en la Zona B del Sector III de Getafe sólo se pudo recuperar
un fragmento de cuenco con un reticulado más que inciso,
acanalado (Blasco y Barrio, 1986: 111 y 117, fig. 27, S-34 y
lám. IV, d). Un aspecto importante aún por aclarar sobre
los vasos así decorados se refiere a si estuvieron destinados
a usos cotidianos o bien pudieron haber servido para
funciones específicas. Si en el sur peninsular no sabemos
bien qué usos y significados pudieron haber tenido -pues
en ocasiones se han interpretado como marcadores de alto
status social para quienes los poseían y a veces se ponen en
relación con posibles acuerdos sociales a diferentes niveles
o con el consumo de bebidas y alimentos en contextos
ceremoniales-, en la zona centro, donde las asociaciones son
menos expresivas, más dif ícil resulta interpretarlos, siendo
posible que aquí hubieran perdido cualquier connotación
ideológica y no estemos más que ante la simple adquisición
de una moda llegada desde uno de los ámbitos culturales al
cual los meseteños dirigían sus miradas.
Conectadas igualmente con el suroeste, donde la técnica habitualmente empleada es la pintura pero en la zona
madrileña de nuevo se hace con incisiones de forma generalizada, están las esquemáticas representaciones de
flores de loto de Ecce Homo IIB (Almagro-Gorbea, 1987:
114; Dávila, 2007b: 105, fig. 2, 4 sup. dcha.) y Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco,
311
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
1997: 144-145, fig. 5, A3), o la composición del espléndido cuenco carenado de Camino de las Cárcavas (Muñoz
López-Astilleros, 1993: 325, fig. 6, 8), cuyo friso metopado
reproduce, aunque de una forma bastante desarticulada,
esquemas propios de la cerámica pintada de estilo Carambolo (Ruiz Mata, 1984-85: 228-236, figs. 4-7; Buero, 1987;
Torres Ortiz, 2002: 130-135, figs. VII.3 y VII.4). Aunque
son raros, en pintura también se imitaron algunos motivos característicos de este estilo andaluz (Blasco, Lucas y
Alonso, 1991: 125, fig.60, 2; Blasco, 2007: 79, fig. 8, a).
seguramente en ambas direcciones y con viaje de retorno
por lo general, que es lo que hace que se trasladen ideas y
técnicas de unos escenarios a otros.
Finalmente, botones de bronce incrustados como los
aparecidos en un recipiente de Camino de los Pucheros
1, yacimiento fechado en el siglo VII a. C. (Muñoz López-
El tercer gran foco cultural que influyó en la cultura
material de las comunidades del Hierro Antiguo del Tajo
central, aunque parece que con menos intensidad que el
meridional, es el valle del Ebro, cuyo ambiente Campos de
Urnas se manifiesta, en lo que a la cerámica se refiere, a través de ciertas formas (troncocónicas, bitroncocónicas…),
determinadas técnicas decorativas (acanalada, excisa…)
y características composiciones realizadas con ellas, así
como con técnica incisa, todo ampliamente representado
en los yacimientos de esta zona de la submeseta sur. Parece
Astilleros, 1993: 330, fig. 7, 12; Ead., 1999: 224, fig. 2.A 18),
constituyen uno de los elementos más característicos del
Bronce Final tartésico (Torres Ortiz, 2001; Id., 2002: 135137, figs. VII.5 y VII.6), que también está presente en el
sureste peninsular en momentos igualmente prefenicios
y fenicios (Molina Fajardo, 1978: 217 y 219; Mendoza et
alii, 1981: 189, fig. 12, c y e; González Prats, 1992: 142; Lorrio Alvarado, 2008: 304-305), e incluso en algún otro yacimiento en cronología más antigua, como Llanete de los
lógico pensar que tales influencias debieron de penetrar
prioritariamente a través del Jalón y sus afluentes meridionales (Mesa y Piedra) y también del alto Tajo, donde se
encuentra el foco cultural de Fuente Estaca/Herrerías, una
especie de avanzadilla de grupos Campos de Urnas hacia
las tierras altas del interior (Martínez Sastre y Arenas Esteban, 1988; Martínez Sastre, 1992). Las cuencas altas del
Henares, Tajuña, Jarama y el propio Tajo actuarían como
vías de transmisión.
Moros (Baquedano, 1987: 236 y 242-243). Más próximos
geográfica y cronológicamente que éstos del sur, aunque
derivados de esos ambientes (Lucas, 1995), son los constatados en Alarcos, en un recipiente completo y varios fragmentos (García Huerta y Rodríguez, 2000: 59-62, fig. 9) o
en la jarra de Casa del Carpio (Pereira, 2008: 120, fig. 2;
vid infra). Este sistema de decoración de algunos vasos a
mano, aunque siempre fue excepcional, se estuvo realizando a lo largo de todo el Hierro Antiguo meseteño e incluso
penetra en pleno Hierro II, como lo demuestra un cuenco
de Cogotas II decorado con peine inciso procedente del
alfar vacceo de Coca (Blanco García, 1992: 40, fot. sup; Id.,
1998: 125, fig. 9, 3).
Sin duda los materiales que más claramente ponen de
relieve la presencia e intensidad de las mismas son las incisas y excisas del círculo Redal/Cortes, que en los yacimientos del alto y medio Ebro se fechan a partir de mediados
En resumen, todos estos elementos suroccidentales no
hacen más que evidenciar un Hierro Antiguo madrileño en
el que, especialmente las personas mejor situadas económicamente en cada comunidad, se siente atraído económica y culturalmente por la forma de vida del área tartésica
y su periferia extremeña. Pero la transmisión cultural suroeste-centro meseteño no parece que debamos explicarla
únicamente como un simple fenómeno de ósmosis encadenada entre pueblos vecinos, sino que, como evidencia el
excepcional enterramiento de la Casa del Carpio (Pereira,
1989, 1990, 1994, 2006: 149-152, fig. 23; Id., 2008; Pereira
y De Álvaro, 1988 y 1990), cierto protagonismo debieron
de tener los desplazamientos f ísicos de personas o grupos
312
del siglo VIII, con su floruit hacia el 700 a. C. (Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987: 120-121), pero que en la zona
madrileña se constatan sólo desde finales de ese siglo hasta
entrado el siglo VI a. C., ya en la que hemos denominado
Fase II. Hasta comienzos de los años noventa del pasado
siglo extrañaba ver cómo en los yacimientos madrileños
del Hierro Antiguo comparecían composiciones incisas
que recordaban a las del valle del Ebro pero estaban por
completo ausentes las excisas (Blasco, Sánchez-Capilla y
Calle, 1988: 161). Colecciones tan amplias como las recuperadas, por ejemplo, en el Cerro de San Antonio o en la
Zona B del Sector III de Getafe mostraban esta característica, y de ahí la razonable extrañeza que suscitaba. Pues
bien, el panorama actual ha cambiado tanto que son ya
casi una docena los yacimientos en los que se tienen constatadas a lo largo de todo el Hierro I, y seguro que irán apareciendo en otros más, lo cual indica que las conexiones
culturales con el área del Ebro son más fuertes de lo que
se pensaba. Esta misma circunstancia se está produciendo
también en los contextos soteños del Duero medio, donde
la nómina de enclaves con vasos excisos de filiación Redal
es cada vez más extensa, razón por la cual no descartamos
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
que, además de las rutas arriba referidas, una de las vías
de penetración de estas influencias al área de Tajo central
discurriera atravesando de norte a sur la cuenca del Duero,
sobre todo su zona oriental.
Comparando la calidad técnica y ornamental de los vasos del Ebro con los del Tajo, parece claro que estos últimos son imitaciones locales de aquéllos, pero algunos en
concreto son de tal calidad que verdaderamente, y a falta
de análisis de pastas que pudieran confirmarlo, no nos extrañaría fueran auténticas importaciones. Los yacimientos
en los que se han recuperado recipientes cuyas formas y/o
decoraciones nos obligan a mirar hacia el alto y medio
Ebro son, como decimos, cada vez más numerosos: Las
Camas (Agustí et alii, 2007a: fig. 24, tercero de la tercera
fila y primero de las filas cinco y seis; Urbina et alii, 2007b:
62, fig. 12, segundo, tercero y cuarto) -lo que nos permite
sugerir para el final de este yacimiento momentos finales
del siglo VIII o iniciales del VII a. C.-, Capanegra (Martín
Bañón, 2007: 31-32, varios de fig. 4), Camino de las Cárcavas (Almagro-Gorbea et alii, 1996; López Covacho, et alii,
1999: 143-145, fig. 1, 14, fig. 3, 1, 9 y 10; Ortiz et alii, 2007:
50, fig. 4, 1, 2, 14, 16, 24-26, etc.), La Dehesa de Ahín (Rojas
et alii, 2007: 92 y 97, fig. 35, 1, 5 y fig. 40, 3 y 8), la Zona B
del Sector III de Getafe (Blasco y Barrio, 1986: 117-118, fig.
26, S-9, fig. 27, S-20 y S-29, etc.), Puente Largo del Jarama
(Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: fig. 4, 6),
Soto del Hinojar (Jiménez y Muñoz, 1997: 122, fig. 2, 1, 2,
6, 11 y 12, fig. 4, 10), la denominada Vertiente Sur de Ecce
Homo (Dávila, 2007b: 104-105, fig. 2, 4) o algunos situados
en el valle del Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito, 2007: fig.
6, 2), como más destacados. En el caso del Cerro de San
Antonio extraña la ausencia de claras evidencias de estas
especies, si bien algunas composiciones incisas sí que nos
las recuerdan (p. ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 18, 7
y 17, fig. 42, 19 y 20). Y lo mismo ocurre en Puente de la Aldehuela (Priego, 1987: 100, fig. 5, 29 y 31 a), a pesar de que
aquí la colección recuperada es menos numerosa. En la
mayor parte de los yacimientos arriba citados está presente la técnica excisa, por lo general combinada con la incisa
y a veces con impresiones de puntos también, ocupando
éstas campos decorativos dejados en reserva. Las composiciones son tan clásicas que no extrañarían si se hubiesen
descubierto en yacimientos del alto y medio Ebro. Incluso
realizaciones tan poco frecuentes en el propio Ebro como
son los platos cuya pared interna ha sido engalanada con
un ancho friso geométrico inciso-exciso (Álvarez Clavijo y
Pérez Arrondo, 1987: 106, figs. 37, 43 y 44, 1 y 3), aquí no
falta (Ortiz et alii, 2007: 50-52, fig. 4, 26), aunque es excep-
cional, como lo es al otro lado del Sistema Central (Blanco
García, Gozalo Viejo y Gonzalo González, 2007: 21-22, fig.
9, 1 y 2, lám. I, 4 y 5).
Las cerámicas con decoración acanalada formando
diseños relacionados con los Campos de Urnas o sobre
formas típicas de ese grupo cultural son más escasas que
las que acabamos de ver en el territorio madrileño, pues
únicamente se conocen varios fragmentos en el Cerro de
San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 116, fig. 17,
lám. III, 8 y fig. 58, 5-7) -alguno de ellos con una composición que recuerda ciertos esquemas de Agullana (p. ej.,
Pons i Bru, 1984: fot. 11) y de yacimientos del Ebro (Montón Broto, 1994-96)-, en Camino de las Cárcavas (Muñoz
López-Astilleros, 1999: 223, fig. 2.A 14), y en Puente de
la Aldehuela (Priego, 1987: 99, fig. 5, 26-28), si obviamos
fragmentos recuperados en otros yacimientos que resultan
dudosos, son de la fase siguiente o están realizados sobre
formas muy diferentes a las del citado círculo cultural. Es
muy significativo que en este último yacimiento convivan
estas especies y decoraciones de tipo Redal con una pieza
posiblemente simbólica cual es un morillo miniaturizado
cuya tipología igualmente nos remite a tradiciones materiales Campos de Urnas del valle del Ebro (Priego, 1987:
103, fig. 3, 19; Blasco, 2007: 79, fig. 8, e). Seguramente estos
elementos no sean más que indicativos f ísicos de algo de
mayor calado pero que nos resulta más dif ícil de conocer:
la llegada desde el Ebro de prácticas culinarias nuevas así
como de ideas y costumbres también novedosas. Viendo conjuntos excisos como el recuperado en Capanegra
(Martín Bañón, 2007: 29-32 y 37-40), quién sabe si además
de los mecanismos propios de la transmisión cultural no se
hubiera producido la migración de algún grupo de gentes
del Ebro al área madrileña o de familias individuales. En
general, las decoraciones acanaladas de esta zona son de
ejecución bastante menos cuidada que las que se realizan
en el Ebro, asociadas o no a excisión e incisión (Blasco,
1974; Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987).
Respecto a las especies grafitadas, en estas comarcas
madrileñas y del norte toledano son igualmente muy escasas, a pesar de su cercanía al foco peninsular que con mayor número de yacimientos nos las muestran, esto es, el de
la zona alcarreña y el alto Tajo (Barroso Bermejo, 2002b:
132 y 137), donde sin duda hay que ir a buscar los referentes madrileños, más que al círculo de Cástulo. Hasta
1988 únicamente se conocían en dos yacimientos (Blasco,
Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 157), pero en la actualidad,
y por lo que se refiere a esta Fase I, han sido constatadas en
el Cerro de San Antonio (una cazuela y quizá varios frag-
313
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
mentos más; Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 114-115, fig.
17.3), la Dehesa de la Oliva (cinco fragmentos; Montero, et
alii, 2007: 130), Camino de las Cárcavas (restos muy escasos; Ortiz et alii, 2007: 86), los lugares alcalaínos de Ecce
Homo, Dehesa de la Barca en sus dos espacios y Arroyo de
las Colmenas (Dávila, 2007b: 103, 105, 106, resp.), así como
en algún que otro yacimiento más, si bien con ciertas dudas. Los fragmentos de Arroyo Culebro entrarían dentro
ya de la que hemos denominado Fase II y pertenecerían,
por tanto, a los momentos más recientes que S. Werner
reconoció en estas producciones y cuyo auge sitúa en el
siglo VI a. C. (Werner Ellering, 1987-88: 191; Ead., 1990:
97-98). En Las Camas por ahora no tenemos constancia de
que comparezcan pero no nos extrañaría que estuvieran
presentes, pues en la zona alcarreña se quieren fechar desde el siglo IX a. C. y en un yacimiento tan cercano cronológicamente al de Villaverde, aunque en el Duero, como es el
Soto de Medinilla se documentan desde la misma base de
la secuencia estratigráfica, en fechas de finales del IX y VIII
a. C. (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 172).
Los recipientes cuyas superficies han recibido un tratamiento escobillado o “a cepillo”, mayoritariamente pertenecientes al grupo de los de cocina y almacenaje, estén
asociados o no a impresiones de dedos y uñas, tienen una
menor presencia en los yacimientos madrileños de esta
Fase I que en los de la Fase II. Constituyen uno de los elementos materiales que mejor ejemplifican esa convergencia de influencias diversas que aquí se dan cita, pues lo más
probable es que sea un procedimiento que ha utilizado
como modelos vasos similares tanto de ambientes Campos de Urnas del alto y medio Ebro (Castiella, 1977 y 1996)
como del suroeste peninsular, que no fuera un único escenario el referente de inspiración como a veces se ha tratado
de concretar. En ciertos momentos de la investigación del
Hierro Antiguo en Madrid los datos han llevado a pensar
que de estos dos ambientes había sido más influyente el
meridional, habida cuenta el arraigo que en la zona de
Extremadura tuvieron estas decoraciones entre los siglos
VII-V a. C., durante el Orientalizante Pleno-Reciente, y la
escasez con la que se manifiestan en el sector nororiental
castellano-manchego. Pero considerando la cada vez más
importante presencia en el centro-norte del Tajo medio de
excisas e incisas relacionadas con el círculo Redal/Cortes,
como hemos visto, el ámbito del Ebro está claro que debió
de tener tanto protagonismo como el suroeste en lo que a
esta especialidad decorativa se refiere.
La posibilidad de que los “cepillados” del Hierro Antiguo pudieran proceder de los cogoteños, como parte de
esos elementos que perduraron y a los que más arriba nos
314
hemos referido, es bastante remota, pues, por una parte,
en la plenitud de Cogotas I se puede decir que son muy
excepcionales, como puede comprobarse, por ejemplo, en
el yacimiento de La Fábrica de Ladrillos (Blanco García,
Blasco Bosqued y Sanz Toledo, 2007: 76) o en Ecce Homo
(Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: 35, fig. 9,
1/01/188), y por otra, este tratamiento tiene una escasísima
incidencia en los equipos cerámicos de inicios del Hierro,
como se puede ver en el tantas veces citado yacimiento de
Las Camas o en Dehesa de Ahín en sus fases más antiguas.
En esto último, el área de Madrid muestra un comportamiento similar al observado en las comarcas situadas al
otro lado del Sistema Central, en tierras segovianas (Blanco García, 2006: 422), donde el “escobillado” es muy raro
en contextos de inicios del Soto, de lo cual cabe inferir que
existe un cierto paréntesis entre los poco frecuentes cogoteños y los del Hierro Antiguo en ambos espacios. En estos
dos territorios además se ve cómo son los siglos VII y VI a.
C. los de mayor apogeo de esta especialidad de tratamiento de la superficie. Por ejemplo, en el madrileño cerro de
San Antonio, de 33 fragmentos “a cepillo” inventariados,
22 proceden de los niveles más modernos (I y II), 11 del
intermedio (III) y ninguno del más profundo (IV), lo cual
avala cuanto decimos (Blasco, Lucas y Alonso, 1991).
Las incisiones en las que se materializan estos escobillados suelen ser en la región de Madrid algo más profundas
que en el valle del Duero, disponiéndose cada uno de los
grupos (“manos”) con cierto orden. Es decir, en muchos casos no parece que la aplicación del instrumento con el que
se han realizado cuando el barro no estaba del todo duro
haya sido indiscriminada y anárquica, sino que, por el contrario, da la impresión de que se ha puesto especial empeño
en que se cruzaran lo menos posible tales “manos”, como si
de una decoración “peinada” se tratara aunque menos esmerada y persiguiendo crear un efecto jaspeado.
En resumen, el equipo cerámico de las gentes que ocuparon esta zona madrileña y espacios colindantes de Toledo entre finales del IX y finales del VII /inicios del VI a. C.
refleja cómo estamos ante unas comunidades que, dentro
de su forma de vida autónoma generadora de elementos
culturales propios, estuvieron abiertas a influencias materiales e ideológicas tanto del sur peninsular como del valle
del Ebro, hecho que, como es lógico, también reflejan otros
indicadores tales como los metálicos. Resultaría muy interesante abrir una línea de investigación para ver si aquellos
poblados que tienen un más rico y variado repertorio de
cerámicas decoradas -inspiradas en los tres escenarios a
los que nos hemos referido- al mismo tiempo son los de
mayores dimensiones, cuentan con arquitecturas más
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
evolucionadas y sólidas que el resto, poseen un contexto
de materiales metálicos también de cierta consideración,
disponen de áreas de producción especializadas, etc., para
de este modo tratar de hacer una aproximación a la cuestión de en qué puntos de la geograf ía madrileña del Hierro
Antiguo se localizan los grupos humanos con mayor poder
adquisitivo de bienes foráneos e imitaciones realizadas por
alfareros/as locales y, por tanto, mejor situados económicamente e influyentes en sus respectivas comunidades. En
este sentido, y como botón de muestra de lo mucho que
puede aportar esta vía al conocimiento de tales sociedades, no hay más que fijarse en el extraordinario poblado de
Dehesa de Ahín, donde se dan cita una serie de elementos
(inmuebles y muebles) que claramente traducen la existencia de una élite rectora con cierta riqueza.
LA FASE II
Buena parte de los elementos materiales que estaban
presentes en la fase anterior se proyectan en ésta de forma
natural, ya que prima la continuidad, y de hecho algunos
de los poblados que estuvieron ocupados en esta fase nacen en aquélla, como por ejemplo los citados de La Deseada, El Colegio de Valdemoro (finales de la Fase 1ª y toda la
2ª) o La Dehesa de Ahín (vid. supra). Son, sin embargo, los
elementos novedosos, tanto cerámicos como de otra índole -una arquitectura más sólida, aparición de las primeras
necrópolis de incineración, mayor presencia de los útiles
de hierro, cerámicas a mano similares a las del Celtibérico
Antiguo, primeros recipientes a torno importados del área
ibérica, etc.-, y las cronologías a ellos asociadas, lo que
nos obliga a considerar que estamos ante un periodo distinguible del anterior y que quizá debiéramos denominar
Carpetano Antiguo en atención a la existencia de numerosas concomitancias con el vecino territorio celtibérico y
también por equiparar el esquema crono-cultural del área
madrileña con el consolidado en aquél. Bien es cierto que
si la cultura material permite hacer uso de tal denominación, no sabemos muy bien si calificar ya como carpetanos
a quienes la originaron y usaron entre finales del siglo VII/
inicios del VI y mediados del V a. C., que es el arco cronológico que abarca esta fase. Desde luego, no nos cabe
la menor duda de que son los antepasados directos de los
carpetanos históricos, del mismo modo que en el Duero
medio los soteños de los siglos VI y V a. C. cada vez tenemos más claro que son los antepasados inmediatos de los
vacceos, por más que recientemente a algún investigador
le parezca que los soteños en alguna zona concreta de la
cuenca coexistieron con los vacceos hasta la romanización
y, por tanto, fueron gentes distintas, éstas evolucionadas y
aquéllas poco menos que reliquias del pasado.
Entre los yacimientos más representativos de esta nueva etapa, abarcando bien sus momentos iniciales sólo, toda
ella o los finales, caben ser destacados los poblados de La
Capellana (Blasco y Baena, 1989; Id., 1996; Blasco et alii,
1993; Rubio y Blasco, 2000: 230-231), El Caracol en su ocupación inicial (Oñate et alii, 2007), Puente Largo del Jarama
(Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996), El Baldío
(Martín Bañón y Walid, 2007), el poblado de Arroyo Culebro en su fase más antigua (Blasco, Carrión y Planas, 1998;
Liesau, 1998) así como su necrópolis (Penedo et alii, 2001
y 2007; Ruiz Zapatero, 2007: 49-54; Blasco, e. p.) (Fig. 6) y
la de Arroyo Butarque (Blasco, Barrio y Pineda, 2007; Ruiz
Zapatero, 2007: 49-54; Blasco, e. p.), además de los tres arriba mencionados en sus fases más recientes porque, según
sus excavadores, parece ser que se desocuparon hacia el
tránsito del siglo sexto al quinto, siglo este último en el que
también se deshabitan otros asentamientos como, recordemos, el getafense de Los Llanos (Sánchez-Capilla y Calle,
1996; Rubio y Blasco, 2000: 229-230; Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 1767). Varios de estos poblados, a los que habría
que sumar el de Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996; Muñoz López-Astilleros, 1999: fig. 5, B), al
mismo tiempo constituyen un referente para aproximarse al
conocimiento de la transición a la Segunda Edad del Hierro.
Como han señalado varios autores, el catálogo de yacimientos de esta nueva fase es considerablemente más corto que
el de la anterior, lo cual no tendría nada de extraño si viéramos cómo en ella se estuviesen formando grandes poblados
y de tal guisa dedujéramos la existencia de un importante
proceso de concentración demográfica, pero de esto no hay
claras e indiscutibles evidencias como se tienen, por ejemplo, en la zona sedimentaria del Duero. Por otro lado, esta
disminución de enclaves tiene consecuencias en lo que se
refiere al conocimiento amplio y en profundidad del equipo
cerámico en uso y cómo éste fue evolucionando.
Desde el punto de vista de las formas, y si comenzamos por las modeladas con masas arcillosas decantadas,
es decir, con los recipientes finos, algunos de los rasgos
que mejor definen el panorama de la cerámica a mano de
esta nueva fase son, por un lado, el enrarecimiento de los
carenados; por otro, la proliferación de los cuencos troncocónicos -a pesar de que en algunos yacimientos de la fase
anterior, como Ecce Homo IIB, ya tienen cierta presencia-,
generalmente de paredes bastante tendidas, a veces algo
curvadas hacia el exterior y muy bien alisadas o bruñidas;
en tercer lugar, el considerable desarrollo que también ad-
315
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
quieren los de casquete esférico con el borde vuelto en ala,
tura y muy sencillos, nada que ver ni con la frecuencia con
las de la fase anterior, lo que quiere decir que mayoritariamente son de carácter geométrico. Tan raramente como
antes comparece la figuración, si consideramos el friso de
flores de loto encadenadas de Puente Largo del Jarama de
esta fase más que de la anterior (Muñoz López-Astilleros
y Ortega Blanco, 1997: 144-145, fig. 5, A3), pues este es un
yacimiento que se ha fechado a caballo entre los siglos VII
y VI a. C. (Id., 1997: 144) pero las referidas flores son idénticas a la que nos muestra el fragmento de Ecce Homo al
que más arriba hemos aludido, por lo que los vasos en los
que comparecen estas decoraciones deben de estar muy
cercanas en el tiempo.
la que se documentan al otro lado del Sistema Central, en
La presencia de la pintura vascular en esta fase sigue
el ámbito soteño, ni con la esbeltez que allí muchos de ellos
siendo destacada pero el abanico de variedades que hemos distinguido al hablar de la Fase I es ahora bastante
más restringido y monótono. Falta, por ejemplo, la pintura
usada como complemento de composiciones incisas pero
aplicada en campos decorativos diferenciados, en paneles
distintos, lo cual nada tiene de extraño porque en la fase
anterior únicamente comparecía en un par de yacimientos: Las Camas y San Antonio. Tampoco están presentes,
al menos por ahora, las pinturas rojas incrustadas dentro
habitualmente ancha, sobre todo en contextos funerarios
(p. ej., en la necrópolis de Arroyo Butarque: Blasco, Barrio
y Pineda, 2007), algo que también se observa en el valle del
Duero (García Alonso y Arteaga, 1985: fig. 14, 10; Blanco
García, 2006: 204 y 397-399, fig. 47, 4-7 y fig. 94, E), y es
que los conjuntos cerámicos de función funeraria en ambas
submesetas se encuentran muy estandarizados; finalmente, la proliferación de urnas bitroncocónicas lisas. Menos
significativa es la comparecencia, si bien ahora lo hace más
que antes, de los pies realzados, que suelen ser de escasa al-
poseen, ni con el barroquismo que imprime al vaso el haber
sido decorados con varias molduras o sucesivas acanaladuras creando un efecto rizado (p. ej., Santos Villaseñor, 1990;
fig. 2; Quintana López, 1993: fig. 13, 10; Seco y Treceño,
1993: fig. 3, 17; Martín Valls, Benet y Macarro, 1991: fig. 2,
sup. dcha.; Ramos Fraile, 2005: 299, fig. 2, 15).
Como acabamos de decir, al menos en los inicios de
esta segunda fase siguen estando presentes las cazuelas y
vasitos carenados, pero a medida que transcurre el tiempo
son cada vez menos frecuentes, lo que conlleva que su tipología sea considerablemente más restringida; además de
esto, desaparecen casi por completo los cuencos profundos de elevados cuellos -circunscribibles en un cuadrado
(a título de ejemplo, Urbina et alii, 2007b: fig. 11, primero
y segundo de fila superior)- para dominar ahora los bajos,
-de proyección horizontal y circunscribibles en un rectángulo-, que eran, por otra parte, los más corrientes en la fase
anterior; y, en tercer lugar, por lo general las carenas se redondean, de manera que sus perfiles son mucho más suaves que antes. Como siempre suele ocurrir porque las cosas
no son tajantes, hay excepciones, como se puede comprobar, por ejemplo, en la necrópolis de Arroyo Culebro, en la
que, acertadamente a nuestro entender, los dos cuencos de
aristadas carenas son interpretados por sus investigadores como arcaizantes (Penedo et alii, 2001: 54, 58, T21-2 y
T32-2). (Fig. 7) A estos tres cambios sustanciales hemos de
añadir que se vuelven más raras en ellos las decoraciones
incisas, si bien no faltan algunos ejemplos sobresalientes,
pues no hay más que echar un vistazo al propio yacimiento de La Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220) o al de El
Baldío (Martín Bañón y Walid, 2007: 197, fig. 3, 42) para
cerciorarse de ello. A pesar de esto último, en líneas generales sí se puede decir que esta es una fase más parca en
composiciones incisas, si bien son fieles continuadoras de
316
de esquemas incisos, pues lo único que se le podría parecer
lo encontramos en un cuenco carenado de La Capellana
en el que más que pintura debe de tratarse de almagra o
engobe (Blasco y Baena, 1989: fig. 8, 1). La tercera ausencia
son esas finas composiciones realizadas mediante líneas
rectas en pintura roja, blanca o amarilla aplicada a pincel
que veíamos en algunos vasos de calidad y que en unos
casos nos recordaban a los entramados textiles, en otros lo
pintado eran representaciones vegetales, etc.
Las pinturas rojas postcocción extendidas homogéneamente por la superficie son, por lo contrario, bastante más
comunes ahora. Más en el siglo VI a. C. que en el V, en
cuya primera mitad aún se pueden ver ejemplos pero ya
inmersas en una dinámica regresiva, en vías de desaparición. No obstante esto, su presencia en un menor número de yacimientos que en la fase anterior puede hacernos
creer que para ellas han pasado sus momentos de apogeo,
pero no es así, pues no hemos de perder de vista, como se
ha señalado, que la nómina de yacimientos de esta fase es
más corta que la de aquélla. En La Capellana, Los Llanos,
el poblado y la necrópolis de Arroyo Culebro, la necrópolis
de Las Esperillas o Pinto, entre otros, se pueden ver algunos de los mejores ejemplos.
Respecto a las especies bicromas y policromas en esta
fase son igualmente escasas pero están centradas sobre
todo en el siglo VI a. C., como consecuencia de que esta-
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
mos en unos momentos en los que las influencias orientalizantes alcanzan su mayor apogeo. Como se recordará, los
testimonios de la fase anterior se situaban en momentos
avanzados de la misma, en el siglo VII a. C., por lo que se
puede decir que estas producciones se sitúan a caballo entre ambas fases. Salvando las considerables diferencias de
extensión geográfica, esta zona del Tajo central es considerablemente más pobre en este tipo de cerámicas que los
territorios centro-occidentales del valle del Duero. Quizá
tenga esto que ver con que las comunidades asentadas en
tales territorios desarrollaron unos sistemas de vida más
evolucionados desde momentos más tempranos que en la
zona madrileña, con unas bases económicas más estables
y sólidas que generaron la rápida formación de élites locales, a la postre adquiridoras de estos productos que, no
olvidemos, son de lujo. En este sentido, da la impresión de
que en el entorno de Madrid a lo largo del Hierro Antiguo
siempre se fue un paso por detrás respecto a la zona sedimentaria del Duero. Esta idea, evidentemente, no sólo deriva de la comparación de ambos espacios en lo que a este
grupo cerámico se refiere, sino que, como no podía ser de
otro modo, también se cimenta en la consideración de elementos tales como densidad de ocupación, dimensiones
de los poblados más relevantes, solidez de las arquitecturas y dinámica de renovación de las mismas, presencia o
ausencia de sistemas de protección urbana (murallas, fosos), etc., además de en todo un conjunto de materiales arqueológicos. Recipientes bicromos y policromos similares
a los recuperados en La Plaza de San Martín de Ledesma,
Los Cuestos de la Estación de Benavente, La Aldehuela de
Zamora, el castro de Sacaojos, el propio Soto de Medinilla, La Mota de Medina del Campo, Cuéllar, etc., fechados
entre finales del siglo VIII a. C. y finales del VI (Delibes
et alii, 1995b: 67-68; Romero Carnicero y Ramírez, 1996:
315-317; Id., 2001: 64-65; Santos Villaseñor, 2005), en la
zona de Madrid tienen una más escasa representación: La
Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220; Rubio y Blasco, 2000:
230), Los Llanos (Ead., 2000: 230, fig. 3, 5) y algún que otro
fragmento que resulta dudoso procedente de otros yacimientos recientemente excavados.
Los baños a la almagra se admite que es en esta fase en
los vasos finos y algunas son de tal calidad que más que
almagras podrían ser auténticos barnices (Blasco y Baena,
1989: 220 y 228; Rubio y Blasco, 2000: 230), hecho que sólo
análisis químicos podrían demostrar. Almagra, barniz o
engobe, en este yacimiento puede convivir con decoraciones incisas, impregnándolas (Blasco y Baena, 1989: fig. 8,
1). La importancia que adquieren en esta fase podría ser
indicativa de dos hechos no excluyentes entre sí, sino seguramente complementarios. Por un lado, de una interacción más fluida con los grupos arqueológicos del sur de la
Península, como demuestran otros muchos elementos de
la cultura material, y por otro, de que el gusto por este tipo
de ornamentación está totalmente arraigado, circunstancia esta que no podemos hacer extensible a otras técnicas
decorativas igualmente meridionales como, por ejemplo,
la pseudo-retícula incisa que sigue en valores casi tan bajos
como en la fase anterior.
Esta cerámica, que trataba de imitar a la retícula bruñida del suroeste y hacía acto de presencia en el área madrileña durante la fase anterior, sigue compareciendo en ésta.
No se observa evolución alguna, de manera que mayoritariamente los entramados siguen siendo realizados con la
misma falta de simetría y equilibrio en la distribución de
las líneas, localizándose sobre todo en las superficies interiores de los vasos y en algunos casos también en las exteriores. La única diferencia estriba en que ahora es un poco
más abundante, a pesar de que, insistimos, el catálogo de
yacimientos de esta fase es más corto que el de la anterior.
La Capellana es, una vez más, donde se encuentran los mejores ejemplos (Blasco y Baena, 1989: 220, fig. 5, 2 y 6-8,
lám. I). También en las fase A1 y A2 de Dehesa de Ahín
(Rojas et alii, 2007: 85, fig. 12, 4, fig. 22, 1, 2 y 5, fig. 23, 3
y 8), para las que se estima una cronología de la segunda
mitad del siglo VI a. C. e inicios del V. Algunos ejemplos
más pueden verse en el poblado de Arroyo Culebro (Blasco, Carrión y Planas, 1998: lám. 4, 4) y El Caracol (Oñate
et alii, 2007: 184, fig. 12, 9 y 13, 8). De todas formas, las
imitaciones de retícula bruñida en el área madrileña nunca
fueron tan abundantes como otros elementos que también
se imitaron de los grupos periféricos de la península.
54, 55, T2-4, 62 inf., 56 T5-2 y 3, 63, centro e inf.). En el
Las influencias de los Campos de Urnas tardíos del
valle del Ebro, más que en un conjunto de decoraciones,
que no faltan, se manifiestan en la presencia de ciertas
formas y objetos. La proliferación de urnas bitroncocónicas con los bordes vueltos abocinados, de los cuencos
troncocónicos y ciertos morillos, por ejemplo, indican que
los contactos con esa zona no se han perdido. Los cuen-
caso concreto de La Capellana se constatan en el 16 % de
cos de casquete esférico y ala, tan numerosos como vasos
la que adquieren especial difusión por el valle medio del
Tajo, ya que se tienen constatados en la mayor parte de
los yacimientos que a ella pertenecen, tanto poblados (La
Capellana, Los Llanos, El Baldío, El Colegio de Valdemoro
en su 2ª fase, etc.) como necrópolis (Penedo et alii, 2001:
317
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
de acompañamiento en la necrópolis de Arroyo Butarque
vaso en Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blan-
(Blasco, Barrio y Pineda, 2007), son igualmente numerosos
en los niveles PII b y PI a de Cortes de Navarra, fechados
entre 650 y 440 a. C. (Maluquer, Gracia y Munilla, 1990: 52
y 53, forma 2C2), cronología que se podría ajustar un poco
más en el caso concreto de la referida necrópolis si consideramos la presencia del cuchillo de hierro de hoja curva
de la sepultura V, pues en esta zona hace acto de presencia
no antes de finales del siglo VII e inicios del VI a. C. (Mancebo, 2000:1829). Al menos en los primeros momentos de
esta nueva fase sigue estando presente la cerámica excisa
e incisa del círculo Redal/Cortes, si bien se va rarificando
cada vez más. Del poblado de Arroyo Culebro, por ejemplo, procede un magnífico ejemplo inciso-impreso que así
lo testifica (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: fig. 10,
6; Blasco, Carrión y Planas, 1998: 253, lám. 3, 4), y del que
existen buenos paralelos en Cabezo de la Cisterna (Martín
Bueno, 1989: fot. de p. 49). Este fragmento, unido al koyilixkos hallado en este mismo yacimiento, de características tan parecidas a los del Cabezo de Monleón y Cueva
de Olvena (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 168-169,
fig. 10, 5; Blasco, 2007: 79-80, fig. 8, c), y la presencia de
ciertas formas de uso cotidiano, refuerzan la idea de que
la interacción del Tajo central con el valle del Ebro sigue
siendo fluida. En El Caracol de Valdemoro, un yacimiento
cuyos momentos iniciales quizá sean algo más antiguos de
lo que se ha propuesto, pues podría perfectamente remontarse a los inicios del siglo VI a. C., en cerámica excisa se
siguen realizando composiciones muy clásicas (Oñate et
alii, 2007: 184, fig. 12, 5-7).
co, 1996; Dávila, 2007b: 100-102, fig. 2, 2, vaso bitroncocónico) y algún que otro fragmento más que dudoso citado
recientemente, lo cual contrasta con la situación que se
produce en otros ámbitos culturales meseteños, donde el
siglo VI a. C. y parte del V constituyen la época de mayor
apogeo de esta técnica de recubrimiento de las paredes de
los vasos (Werner Ellering, 1987-88: 191; Ead., 1990: 9798; Delibes et alii, 1995b: 67). En la zona alcarreña y alto
Tajo estas especies se concentran, como hemos visto, en
momentos antiguos, pero varios yacimientos se salen de
la norma, como por ejemplo el de El Turmielo en su fase
II, que nos las presenta en el Celtibérico Antiguo (Arenas
Esteban y Martínez Naranjo, 1993-95: 112; Arenas Esteban, 1999: 63 y 228, varias de figs. 45 y 46, fig. 159) o El
Ceremeño, donde están en uso a finales de esa sexta centuria y gran parte de la siguiente (Cerdeño, Pérez y Cabanes,
1993-95: 74-76; Cerdeño y Juez, 2002: 69 y Anexo II, de
Vega Toscano; Barroso Bermejo, 2002b: 133).
Los recipientes fabricados con masas arcillosas poco
tratadas, para usos de cocina y almacenaje, en poco se diferencian de los de la etapa anterior. Sigue compareciendo en
ellos la técnica impresa como solución ornamental más habitual (digitaciones, ungulaciones, instrumento, etc.), pero
también, y con mayor frecuencia que antes, los escobillados
o “cepillados” en hombros y cuellos. Recordemos cómo en
el Cerro de San Antonio es en los niveles más modernos en
los que son más numerosos, y la tendencia alcista continuó
en esta Fase II. Se puede decir que en la zona estudiada la
época de mayor apogeo de los escobillados de la Edad del
Las decoraciones acanaladas de raigambre Campos de
Urnas sobre formas de esta misma filiación siguen siendo
en esta fase tan escasas como en la anterior. No hay más
que echar una ojeada a los materiales de un yacimiento tan
representativo como La Capellana para cerciorarse. Puesto
que Puente de la Aldehuela es un yacimiento que perduró
hasta mediados del siglo VI a. C., cabe la posibilidad de que
alguno de los fragmentos cerámicos con acanaladuras recuperados en él corresponda a esta fase avanzada. No obstante, la mayoría lo más probable es que sean de la anterior, que
es el contexto imperante en el yacimiento, y por eso en ella
los hemos mencionado. Y en estas mismas circunstancias se
encuentra algún que otro yacimiento madrileño más.
Hierro hemos de situarla en las últimas décadas del siglo VII
Dentro de lo escasísima que es la cerámica grafitada en
la zona madrileña, como hemos visto, sigue estando presente en esta Fase II, aunque aún resulta más rara que en
la anterior, pues sólo se conoce un fragmento de Arroyo
Culebro (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 157), un
muy avanzado el siglo II a. C. aquélla se seguirá fabrican-
318
a. C. y el VI, seguramente debido a que en el suroeste es la
fase orientalizante la más rica en este tipo de decoraciones.
En todos los yacimientos de esta fase están presentes, y en
aquellos en los que las colecciones cerámicas recuperadas
son de cierto volumen representan un porcentaje significativo. En La Capellana, por ejemplo, los fragmentos con
escobillado constituyen casi el 3% de toda la común (Blasco
y Baena, 1989: 217; Blasco et alii, 1993: 56). A partir de las
primeras décadas del V no es que desaparezcan de forma
brusca en el área madrileña, sino que cada vez se tornan menos frecuentes, sencillamente porque la cerámica a mano
comienza a ser reemplazada por la torneada, aunque hasta
do (sobre todo recipientes de mediano y pequeño tamaño),
tal como ocurrió en el valle del Duero, donde yacimientos
como el Soto en su fase vaccea, Pintia, Rauda o Cauca, entre otros, así lo demuestran.
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Si reparamos en el hecho de que a comienzos del siglo
V unos yacimientos muestran aún importantes volúmenes
de cerámica con escobillados y otros apenas unos pocos
fragmentos, es posible que esta técnica declinara en la región de una manera diferencial, no homogénea, de modo
que en unos enclaves hubo de primar el peso de la tradición y en otros ésta sería algo cada vez más ajeno a sus gentes. El Colegio de Valdemoro en su 2ª fase (de inicios del V
a. C.) vendría a ser un ejemplo de los primeros (Sanguino
et alii, 2007: 163), mientras Dehesa de Ahín en su última
fase de ocupación, la A1, de finales del VI o inicios del V
a. C., sería un ejemplo de los segundos (Rojas et alii, 2007:
181). No obstante, esto que sólo es una impresión inicial
derivada de los resultados de excavaciones recientes, habría que tratar de confirmar en futuros trabajos porque, en
general, no podemos ocultar que hay sensibles diferencias
entre unos yacimientos y otros de la misma época, e incluso dentro de un mismo yacimiento entre unas zonas de
excavación y otras.
Una de las innovaciones que mejor marca el nacimiento
de esta Fase II es la aparición de los primeros vasos hechos
a torno, importados básicamente del sureste peninsular.
Aunque no faltan los cuencos y platos, son sobre todo urnas y ollas las formas más habituales, siempre de pastas
amarillentas y blanquecinas, a veces rosadas muy claras,
con bordes vueltos algo caídos que pueden presentar uñada, cuellos abocinados en ángulos muy vivos respecto
a la inclinación del borde y del hombro y decoradas con
pintura roja vinosa pero a veces negro-marronácea muy
espesa: bandas no muy anchas, series de líneas finas paralelas, semicírculos concéntricos y más raramente círculos
concéntricos, helicoides y aspas. Para un arqueólogo experimentado resultan inconfundibles con las producciones
propiamente carpetanas. Durante mucho tiempo, la escasez con la que se manifiestan en la zona de Madrid, unido
a la dificultad existente para identificar estos productos
por parte de no pocos, la irrelevancia de las asociaciones y
la falta de fechas que ofrecieran cierta seguridad para los
contextos en los que se encuentran, han hecho que, por
prudencia, se hayan situado hasta fechas recientes entre
inicios del siglo V y comienzos del IV a. C. (Blasco, Carrión
y Planas, 1998: 258; Muñoz López-Astilleros, 2000: 252).
Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, pues en el
Duero medio desde hace dos décadas se vienen fechando
entre inicios del siglo VI a. C. y finales del V (Sacristán,
1986; Blanco García, 1994: 53, fig. 11; Id., 2003: 77-80, fig.
13; Seco y Treceño, 1993: 163-166, fig. 7 y fig. 10, 15 y 16;
Id.,1995: 224; Delibes et alii, 1995b: 87; Escudero y Sanz,
1999), y en la comarca molinesa desde finales del VII a. C.
(Arenas y Martínez, 1993-95: 112-114, fig. 23), en el entorno de Madrid y norte de Toledo ya se empieza a advertir su
presencia en esos mismos momentos antiguos. Para varios
yacimientos de la Mesa de Ocaña, por ejemplo, así se están
proponiendo, desde finales del VII a. C. pero sobre todo
entrado el VI (Urbina, 2000: 210, Id., 2007: 197-199, fig. 5,
varios del grupo del centro dcha.).
En nuestra zona de estudio el catálogo de enclaves en
los que de forma aparentemente segura se constatan estas
producciones es aún corto. A los citados por Urbina en la
Mesa de Ocaña, varios del entorno de Aranjuez, como el de
Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996;
Madrigal Belinchón y Muñoz López-Astilleros, 2007: 263),
y otros más del valle del Tajuña, como Carabaña, por ejemplo (Almagro-Gorbea y Benito, 2007: 166, fig. 8, 3), hemos
de añadir algunos más. En las excavaciones practicadas en
El Colegio (Valdemoro) se han recuperado cerámicas que
podrían responder a estas importaciones, pues aunque no
se dibujan sus excavadores dicen de ellas que comparecen
en la segunda fase del Hierro I, en un contexto general de
cerámicas a mano, que son de tipo “ibérico”, poseen pinturas rojas vinosas y son fechables en la primera mitad del V
a. C. (Sanguino et alii, 2007: 163 y 165). Menos problemas
nos plantean las obtenidas, también en Valdemoro, en el
yacimiento de El Caracol, pues el contexto y las referencias
que se dan de las mismas unido a los detalles de las ilustraciones no dejan lugar a duda (Oñate et alii, 2007: 188 y 192,
fig. 16, 1-3). La cronología estimada para estas últimas es
de finales del VI a. C. o, con más seguridad, siglo V, similar
a la que se propone para los fragmentos, igualmente escasos, recuperados en el Área 5000 de El Baldío (Martín Bañón y Walid, 2007: 212, fig. 7, claramente 13, 14, 18, 19, 28,
34 y seguramente algunos más). En un contexto de transición de la Primera a la Segunda Edad del Hierro dominado
por las cerámicas a mano se fechan varios fragmentos hallados en el Yacimiento A de Arroyo Culebro, muy clásicos
tanto en el tipo de pasta como en la decoración pictórica
(Penedo, Caballero y Sánchez-Hidalgo, 2001: 87, fig. de p.
85, 228, 533 y 521, fig. de p. 86, al menos 418, 475 y 495).
De estas características producciones originarias del
sureste peninsular se apartan varios recipientes también
hechos a torno, importados casi con toda seguridad, pero
que entrañan ciertas dificultades explicarlos en los contextos en los que aparecen. Dos de ellos, de los que sólo
tenemos sendos fragmentos, proceden de La Albareja
(Fuenlabrada), un yacimiento que sus excavadores sitúan
en el siglo VII y comienzos del VI a. C. Son de las mismas
características fisicas que el resto de producciones a mano
319
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Fig. 6. Arroyo Culebro. Tumba 2 (Penedo et. alii)
pero tienen claras huellas de torneado (Consuegra y Díazdel-Río, 2007: 142), por lo que es posible que más que a esa
séptima centuria pertenezcan a la sexta o, si acaso, a finales
de aquélla. En cualquier caso, es un contexto en el que no
extraña nada este tipo de innovaciones, a diferencia de las
posibles huellas de torno lento existentes en cerámica de Las
Camas, a las que más abajo dedicaremos unos párrafos.
El segundo es la urna hecha a torno que se recuperó en
la Tumba I de Arroyo Butarque (Blasco, Barrio y Pineda,
2007: 220, fig. 3, 1 y fig. 15, 1). Ni el tipo de pasta, ni la
forma, ni los restos de pigmento rojo permiten adscribirla
al grupo de las importaciones del sureste que acabamos de
ver, pero esto tiene su interés, pues de haberlo sido, no sería más que un vaso más de aquéllos, sin la mayor trascendencia. Lo interesante de esta urna es que al ser diferente
nos obliga a mirar a otros escenarios que surtieron a los
320
grupos del área de Madrid de sus primeros vasos a torno, y
quizá más que a las zonas atlánticas, referente indiscutible
para el ajuar metálico recuperado en esta tumba, debamos
fijar nuestra atención en el bajo Ebro, una zona en la que
comienza a usarse el torno hacia el 600 a. C. (Villalbí, 1999:
149) pero en la que el peso de las tradiciones Campos de
Urnas siguió siendo fuerte, y en el perfil del vaso madrileño aún se pueden reconocer éstas.
El tercero es el vaso a torno que cubría una posible urna
procedente del arenero de La Torrecilla (Priego y Quero,
1978; Almagro-Gorbea, 1987: 115, 1, arriba; Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 171, fig. 4, 7, arriba; Blasco y Lucas, 2000b: 25, fig. 9, 7, arriba) (Fig. 8). Si consideramos que
la urna a mano que estaba cubierta por este vaso tiene magníficos paralelos formales en yacimientos de la facies Riosalido (Valiente Malla, 1999: 85, fig. 2, 4), en conjuntos del Cel-
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Fig. 7. Arroyo Culbero. Tumba 21. (Foto: Penedo et alii)
tibérico Antiguo de las tierras molinesas (Arenas, 1999: fig.
160, Cib. Ant. A, I), la necrópolis de Carratiermes (Argente,
Díaz y Bescós, 2001: 140-143, fig. 59, formas VII-IX) o la segoviana de La Dehesa de Ayllón (Barrio Martín, 2006: 109110), así como en el castro soriano de Zarranzano (Romero
Carnicero, 1991: 277, Forma 16, fig. 74, 16), hemos de situar
la amortización del vaso a torno en pleno siglo VI a. C., pero
su fabricación, seguramente en el sureste peninsular, puede
remontar algo más en el tiempo y situarse en los inicios de
dicho siglo. Proponemos el sureste como ámbito de posible
procedencia del mismo por dos razones. Primero, porque
de allí proceden los vasos torneados con pinturas rojas vinosa, como hemos visto, y éste vaso, que también parece
tener restos de pintura roja vinosa aunque su pasta es algo
distinta, podría haber hecho el mismo camino. Además, en
la cremación 56 de Les Moreres el vaso utilizado como urna
es prácticamente idéntico (González Prats, 2002: 123, fig.
104), y aunque es antiguo y está hecho a mano, pertenece a
un tipo que se empieza a fabricar a torno a partir de finales
del siglo VIII a. C. o inicios del VII (Lorrio Alvarado, 2008:
227). Y en segundo lugar, porque en varios poblados y necrópolis de esa zona la urna cineraria hecha a mano más
corriente se corresponde con la de La Torrecilla (vid., p. ej.,
el cementerio de Les Moreres en su fase II: González Prats,
2002: 239-241, Tipo T2, figs. 185 y 186), siendo especialmente abundante en el horizonte Peña Negra II (700-550 a.
C.), lo cual nada tiene de extraño. De esta manera, en las
urnas meseteñas que hemos citado como paralelos de la de
La Torrecilla y en las de Les Moreres y otros yacimientos del
sureste parecen manifestarse unas mismas influencias: las
de Campos de Urnas, como señalan González Prats (2002:
passim) y A. Lorrio (2008: 48, 466-468, 471, fig. 235), y pocos discuten para la zona centro-oriental de ambas mesetas.
Por otra parte, el tipo de vaso más común con el que se cubren las urnas de la referida necrópolis alicantina, aunque
no exactamente igual, se encuentra formalmente próximo
al de La Torrecilla, si bien aquél está fabricado a mano y es
menos evolucionado. (Fig. 8)
Indistintamente de la procedencia de estos recipientes torneados que llegan al centro de la Meseta, hay tres
aspectos que en el futuro habrá que abordar y tratar de
clarificar: el primero, para el que intuimos una solución
aún lejana, es el de las mercancías que vendrían al menos
en los vasos cerrados, en urnas y ollas, no en cuencos y
platos, evidentemente, y con independencia de los usos
que después les dieran los meseteños así como del carácter
321
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
de vasos de lujo en sí mismos que para ellos seguramente
tuvieron; el segundo, los bienes que como contrapartida
darían esos meseteños; finalmente, las vías a través de las
cuales discurren estos intercambios. De esto último algo ya
sabemos, sobre todo de estaciones intermedias situadas entre
el sureste y el centro del Tajo, en tierras de Albacete, Cuenca,
zona este de Ciudad Real y Toledo oriental, como Villar II del
Cerro de los Encaños (Gómez Ruiz, 1986: 314 y ss.), Cabeza
Moya (Navarro Simarro y Sandoval Ródenas, 1984), Pedro
Muñoz (Almagro-Gorbea, 1976-78: 137, fig. 20), etc.
Por último, hemos de referirnos a las producciones
manuales peinadas de tipo Cogotas II. Originarias del suroeste de la submeseta norte, de los territorios que median
entre Sanchorreja y La Mota-Cuéllar, se fabrican desde
avanzado el VII a. C. (González-Tablas, 1990: 72; Delibes
et alii, 1995b: 69; Seco y Treceño, 1995: 224 y 241; ÁlvarezSanchís, 1999: 83-85; Romero, Sanz y Álvarez-Sanchís,
2008: 672) hasta finales del siglo II a. C5. Durante décadas
han constituido para la investigación de la submeseta norte y territorios vettones del sur de Gredos un grupo cerámico de considerable significación cultural por marcar
tiempos, influencias, peculiaridades regionales, etc. (Ruiz
Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002; Álvarez-Sanchís y Ruiz
Zapatero, 2002; Sanz Mínguez, 1997: 245-272), pero en la
zona madrileña no tuvieron mucho éxito. En pocos yacimientos han podido ser constatadas y, por lo que al ámbito cronológico del presente trabajo se refiere, únicamente
en tres o cuatro hasta ahora. Para empezar, su presencia
aquí no parece ser anterior a mediados del siglo V a. C. o,
como mucho, se podrían remontar a la primera mitad del
mismo. En segundo lugar, lo que conocemos como “peine
simple antiguo”, que se encuentra inciso tanto en el interior como en el exterior de catinos y otras formas abiertas,
y tan buenos referentes tiene en Sanchorreja (GonzálezTablas, 1989 y 1990; Armendáriz, 1989), La Mota (Seco y
Treceño, 1993: 142-143, fig. 5, 1 y 2, fig. 10, 1-11) o Cuéllar
(Poblados II y III: Barrio Martín, 1993: 184-201, figs. 8 y
13), por ejemplo, aquí no está presente. Comparece sólo
el “peine barroco”. En tercer lugar, no parece que aquí haya
calado el peine impreso, tan característico de la zona sur
de Valladolid y noroeste de Segovia (Pintia, Cauca, Cuesta
del Mercado, Olivares de Duero, etc.). En estas cuestiones
cronológicas y estilísticas, la necrópolis de Las Esperillas
es buena muestra de cuanto decimos, pues de la misma
procede un lote de recipientes peinados cuya cronología
con precisión no ha sido posible establecer, pero que, dentro de su longevidad, los excavadores han estimado que
podrían pertenecer al primer momento de uso del cementerio (ss. VII-V a. C.), o ya a la transición a la Segunda Edad
322
del Hierro (García y Encinas, 1990a: 270; Id., 1990b: 325).
Sin embargo, el barroquismo de las composiciones y lo
evolucionadas que parecen algunas formas nos inducen a
pensar que dif ícilmente pueden fecharse más allá de mediados del siglo V a. C., coincidiendo de este modo con las
apreciaciones hechas por otros autores (Blasco y Barrio,
1992: 301). A esa misma cronología es posible que también
se remonten los fragmentos de Cogotas II recogidos en las
laderas del Cerro de la Gavia (Id., 1992: 301, fig. 2, 6-8), y
más tardío aún sería, quizá, el fragmento procedente de
Puente de la Aldehuela II (Priego, 1987: 102, fig. 8, 45).
Con todo, no será hasta el Segundo Hierro cuando,
siempre de manera testimonial, veamos las peinadas comparecer en algunos lugares más como Cerro Redondo (Blasco y Alonso, 1985: 74 y 80, fig. 28, 10 y fig. 30, 1), Camino de
Pucheros 2 (Madrigal Belinchón y Muñoz López-Astilleros,
2007: 259), La Ribera en Alcobendas (Galindo y Sánchez,
2007: fig. 12, hilera superior) o, ya en la Mesa de Ocaña, en
Hoyo de la Serna (Urbina, 2000: 83; Id., 2007: fig. 5, arriba
dcha.), entre otros. Si exceptuamos las de las Esperillas, tanto las del Primer Hierro como las del Segundo son vasijas de
bastante peor calidad técnica que las de la zona abulense y
campiñas meridionales del Duero, al tiempo que las composiciones suelen ser más descuidadas. De la misma filiación que estas cerámicas a peine, ciertos tipos de estampillas sobre vasos fabricados a torno de algunos yacimientos
también derivan del círculo vettón6 , o las denominadas “cazoletas” y líneas rehundidas rodeadas de puntos impresos
como las que aparecen en un vaso del citado yacimiento de
La Ribera que constituye un magnífico ejemplo de cómo en
la zona madrileña son interpretadas ciertas composiciones
del círculo vettón de una manera sui generis (Galindo y Sánchez, 2007: fig. 12, superior izq.).
UNAS NOTAS SOBRE ASPECTOS
RELACIONADOS CON LA PRODUCCIÓN
A pesar de que los conjuntos cerámicos de los yacimientos meseteños del Hierro Antiguo, y por extensión
los madrileños, son de la fabricación local -influidos en
mayor o menor medida por diversas áreas peninsulares-,
y si dejamos aparte los recipientes a torno de importación,
muy poco es lo que sabemos de los aspectos relacionados
con la producción: áreas de trabajo que hubieron de existir en las inmediaciones de los poblados, características
f ísicas de los dispositivos, cadenas productivas, organización del trabajo (supuestamente en el marco familiar), si
éste recaía predominantemente más en la mujer que en el
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
hombre como se suele suponer, si se producía sólo para
gra de Crevillente, dentro del horizonte I (González Prats,
reponer los vasos rotos o también para mantener un stock
1990: 85). Con tal precedente, el uso de este procedimiento
entra dentro de lo posible en la cronología del yacimiento
madrileño y no sería un caso único en el Hierro Antiguo
meseteño, pues con una cronología posterior al mismo,
del siglo VI a. C., en una de las sepulturas de la necrópolis
de Los Azafranales-Coca se recuperó hace unos años un
ancho cuenco de perfil sinuoso y bruñido de extraordinaria calidad cuyas paredes en la zona media y alta tenían
un grosor que apenas sobrepasaba los 1,5 mm para el que
también pensamos en la posibilidad del uso de un molde
en su fabricación ya que resulta dif ícil imaginarlo modelado mediante el procedimiento de adelgazar las paredes
con los dedos manteniendo una perfecta simetría como la
que tiene y sin que se resquebrajen (Blanco García, 2006:
333 y 390-392, fig. 47, 3, fig. 94, C y lám. III, 2, sup. izq.).
en previsión, repertorio de herramientas utilizadas y medios auxiliares, etc. La carencia de análisis mineralógicos
-salvo los realizados en su día sobre cerámicas del Cerro de
San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 112; Arribas,
Millán y Calderón, 1991)-, nos impide conocer diferencias
entre unos yacimientos y otros en cuanto a cómo se preparaban las masas arcillosas, si los ceramistas las extraían
en las inmediaciones de los mismos o bien a cierta distancia de los poblados buscando las de mayor calidad, etc. Un
simple vistazo a las cerámicas de cualquier yacimiento es
suficiente para comprobar cómo los alfareros trabajaban
con tres tipos de masas arcillosas: unas magras, ricas en
cuarzo y feldespato pero que a veces tienen mica dorada o
negra; otras de calidad media, tamizadas pero con desgrasantes medios y finos con las que se obtienen recipientes
de paredes de grosor medio; y una tercera ya basta, con
intrusiones de granos gruesos, adecuadas para fabricar
recipientes de cocina y almacenaje. Los componentes de
todas ellas son los propios de las zonas geológicas en las
que se están produciendo fenómenos de descomposición
granítica, en nuestro caso claramente relacionados con el
Tampoco es mucho lo que se puede decir de los métodos de acabado de las superficies previos a la recepción de
las decoraciones. Simplemente observando con una lupa
de cincuenta aumentos las paredes de los vasos se pueden
ver huellas de haber usado, en el caso de las cerámicas finas, espátulas o alisadores (que serían de madera, hueso,
se puede decir porque el tratamiento de las superficies
cantos de río), quizá algún tipo de fibra de origen vegetal o
animal (lana, cuero, etc.) para conseguir el bruñido, pues
a veces se identifican finísimas huellas incisas (tanto horizontales como en diagonal) más por el interior que por el
exterior de cuencos, cazuelas, etc. Las superficies cuidadosamente bruñidas hasta conseguir un efecto acharolado
que vemos en las características cazuelas y vasitos carenados es posible que previamente hubiesen recibido un baño
limoso teñido de negro porque en muchos de estos vasos a
veces se puede observar cómo la superficie se ha cuarteado
o se han desprendido pequeños trozos de la fina lámina
que forma. En ocasiones incluso se puede fácilmente le-
ha eliminado las huellas. Huellas que en vasos de la fase
vantar con un bisturí esa fina lámina.
inmediatamente anterior, la de Cogotas I, son claramente
En general, hay una predilección por las cocciones en
atmósferas reductoras, con las que se obtienen recipientes
de coloración negra y gris. Este es un rasgo común a la mayor parte de los grupos arqueológicos meseteños del Hierro Antiguo. Puesto que, sobre todo en la cerámica fina,
Sistema Central. Por los referidos análisis del Cerro de San
Antonio sabemos que la mineralogía de las arcillas usadas
para los recipientes finos, de mesa, y la de los de almacenaje y cocina es la misma, pero la diferencia estriba en
el tratamiento diferencial que se ha hecho de la materia
prima. Esto probablemente se pueda hacer extensible, uno
por uno, al resto de los yacimientos de la época.
De los procedimientos de modelado, mediante tiras o
cilindros de barro superpuestos o adelgazamiento progresivo de una pella de barro con los dedos, poco es lo que
perceptibles (Blanco, Blasco y Sanz, 2007: 75). Lo probable
es que se emplearan ambos procedimientos pero lo interesante sería saber si uno predominaba sobre el otro en cada
yacimiento. Por otra parte, se ha planteado la posibilidad
de que en el Cerro de San Antonio algún vaso bruñido de
paredes muy delgadas -referido como de cáscara de huevo, en terminología que habitualmente se aplica a los vasos
romanos de paredes finas- y carena aristada pudiera haber
esa coloración es muy homogénea, sin zonas anaranjadas o
sido fabricado con la ayuda de un molde o matriz (Blasco,
Lucas y Alonso, 1991: 112), que podría haber sido de madera, arcilla o incluso de yeso, pues en esta última materia
se halló uno en la campaña de julio de 1987 en Peña Ne-
y grandes son con los que el control debió de ser menor,
pardo-marronáceas que indicarían oxigenación, hemos de
pensar que el control que tienen sobre este tipo de cocciones es muy efectivo. Con los vasos de dimensiones medias
pues resulta habitual que la coloración varíe de unas zonas
a otras del vaso, que sean irregulares. Parece que lo más
probable es que las cocciones se hicieran en horneras, en
323
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
las diversas modalidades que se conocen: mezclando los
pacios exteriores de las estructuras fragmentos cerámicos
vasos y el combustible directamente sobre el suelo; ha-
166, figs. 4 y 5; Urbina et alii, 2007b: 49-50 y 58). En uno
con defectos de horno tales como deformaciones, escorificaciones, agrietamientos, burbujas, abizcochados, etc., y
los únicos que de estas características se han recuperado
proceden de la propia base de la estructura, hicieron de
cama por tanto, con lo que es lógico que se encuentren con
dichas alteraciones; tampoco aparecen en las inmediaciones pellas de barro con las características huellas de dedos
(dermatoglifos), pertenecientes a los/las ceramistas; no ha
sido documentado en la zona vertedero alguno, de cenizas
y materiales de desecho, casi siempre asociado a las instalaciones alfareras fijas como se propone para éstas, y a pesar de que el área de excavación abierto es muy extenso; no
se han hallado utensilios propios de las tareas de modelado
y decoración tales como espátulas, alisadores, cortadores,
punzones, etc., que, lógicamente, deberían de estar fabricados tanto en madera como en hueso, asta o piedra pero
de los que generalmente suelen aparecer algunos restos;
no han sido halladas en las inmediaciones fragmentos de
materias colorantes (hematites) con las que se pintaron y
embadurnaron muchos de los recipientes cerámicos recuperados en este yacimiento (Agustí et alii, 2007a: 237; Urbina et alii, 2007b: 65); tampoco hay elementos auxiliares
asociados a la cocción tales como soportes o carretes, pues
el único que se ha recuperado es de tal calidad, además
con restos de engobe rojo, que no se puede decir que sea
un útil de alfarero, sino de mesa, para sobre él posar vasos (Fig. 5), perteneciente a un tipo de origen meridional
(Ruiz Mata, 1995; Mendoza et alii, 1981: 189, fig. 11, l y
fig. 13, l y m; Baquedano, 1987: 241; González, Serrano y
Llompart, 2004: 116-117, lám. XXVIII, 1-13), y similar al
ejemplar recuperado en Puente Largo de Jarama (Muñoz
López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 144, fig. 5A1).
de éstos se interpreta como “…arranque de la cúpula que
Naturalmente, no es necesario que comparezca todo este
formaría la cámara del horno” una capa de arcilla circular,
repertorio de evidencias para poder hablar de la existen-
y varios fragmentos de adobe en su interior como parte
cia de una instalación alfarera de la Edad del Hierro, pues
de esa cúpula desplomada. Estas estructuras de combus-
sería mucho pedir por parte del excavador, pero sí varias
tión, qué duda cabe, son de un enorme interés porque no
de ellas. El arrasamiento sufrido por el yacimiento no es
se conoce nada similar en la zona de estudio, pero resulta
motivo suficiente que explique la significativa ausencia
extraño que no comparezcan -o, al menos no se han dado a
conocer hasta ahora- importantes evidencias que demostrarían sin atisbo de duda la interpretación propuesta, por
más que se cuente, como documento de refuerzo de esa
interpretación, con un asita con apéndice cilíndrico que se
de materiales asociados a un área de producción alfarera.
En Los Cuestos de la Estación, por ejemplo, al exterior de
una estructura de combustión circular de adobe y barro
similar a ésta se documentaron bolsadas de ceniza, abundante cerámica fragmentada (también presente en el interior) y pellas de barro con dermatoglifos, lo que unido a la
existencia de un enfoscado de parrilla en la base y un útil
de hierro puede resultar suficiente para ser interpretada
como horno de alfar (Celis Sánchez y Gutiérrez González,
ciendo un pequeño rebaje en el mismo para concentrar el
calor, a veces complementado con un murete perimetral;
en “hoyo”, que puede superar el metro de profundidad,
etc. La misma coloración homogéneamente gris y negra
de la mayor parte de los vasos finos de tamaños pequeño
y mediano a la que hemos hecho referencia hace pensar
que una vez colocados los vasos y el combustible se debieron de cubrir con musgo húmedo, estiércol, paja mojada, etc., a modo de cúpula para concentrar el calor y al
mismo tiempo retener el humo e impedir la oxigenación
que pudieran provocar las corrientes de aire. De cualquier
forma, con estos procedimientos dif ícilmente se podrían
superar los 750/800 grados de temperatura. Tampoco las
características de las pastas, al ser menos densas y sólidas
que las que se obtienen mediante el empleo del torno, podrían haber aguantado más. Son vasos que, golpeado uno
con otro, dan sonidos opacos propios de pastas poco duras
y consistentes. Nada que ver con los sonidos metálicos de
los hechos a torno de época posterior.
A propósito de las cocciones, no podemos por menos
que dedicar unos párrafos a la documentación obtenida en
el yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid). En este
poblado, interesante en tantos aspectos, se han creído reconocer estructuras vinculadas con las labores de cocción
de la cerámica. En él han sido interpretados algunos hoyos
como arcilleras para la obtención de barro con el que fabricar tanto recipientes cerámicos como adobes, y seis estructuras de combustión como restos pertenecientes a otros
tantos hornos (Agustí et alii, 2007c: 16, figs. 13-16; Agustí
et alii, 2007a: 235-236, fig. 26; Urbina et alii, 2007a: 164-
ha desprendido del cuerpo del vaso que, en todo caso, nos
muestra cómo se instalaban estos elementos de prensión,
pero nada más (Urbina et alii, 2007b: 58, fig. 13, primero
de la primera fila). Y es que no han aparecido en los es-
324
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Fig. 8. La Torrecilla (Getafe) (Foto: Almagro- Gorbea, 1987)
1989; Celis Sánchez, 1993: 102-103 y 112 fig. 6 y lám. V).
Junto a los hornos excavados en El Castillar de Mendavia
se recuperaron 21 pesas de telar, mangos de herramientas, punzones en asta, una lezna, una matriz en hueso para
hacer impresiones, abundantes cenizas y varios molinos,
por lo que se ha defendido para algunos de ellos una función alfarera y para otros un destino relacionado con la
cocción de alimentos, aunque no hemos de olvidar que en
las proximidades se halló un molde para fundir varillas de
metal (Castiella, 1983, 1985 y 1986-87).
Por todo lo dicho, es posible que esas estructuras de
combustión de Las Camas más que con la producción de
cerámica tuvieran que ver quizá con la preparación de alimentos o con la fabricación de pan, tal como parecen haber
sido el horno zamorano de La Aldehuela (Santos Villaseñor, 1988: 102, lám. I; Id., 1989: 175, láms. I y II.1; Id., 2005:
1026), fechado a finales del siglo VII a. C. o inicios del VI;
los dos documentados en el séptimo nivel de habitación
del sondeo practicado en 1989-90 en el Soto de Medinilla,
uno de los cuales aún conservaba la bóveda hasta el mismo
óculo y, por tanto, se puede decir que estaba casi completo
(Misiego et alii, 1993; Delibes, Romero y Ramírez, 1995:
159-160, fig. 4, láms. II y III; Romero Carnicero y Sanz
Mínguez, 2007: fot. de p. 24), ambos fechados, además, en
torno al 700 a. C.; o el de La Mota de Medina del Campo
(García Alonso y Urteaga, 1985: 129, figs. 41 y 42, lám. I;
García Alonso, 1986-87: 108, fig. 2 y lám. I, 1). Estas estructuras de Las Camas son, por otra parte, muy similares
325
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
también a las documentadas en La Moleta del Remei (Alcanar), dentro de algunas viviendas del área suroeste del
yacimiento (U.H. 7, 62 y 64), fechadas a finales del siglo VII
a. C. o inicios del VI (Gracia Alonso et alii, 1999: 103-104).
Quizá también debamos relacionarlas con el hogar de Aliseda II, pues los restos f ísicos son prácticamente idénticos
aunque la cronología del extremeño es más moderna, ya
que se fechan hacia esos mismos siglos VII-VI a. C. (Pavón
Soldevilla, Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués, 1998:
139; Pavón Soldevilla y Rodríguez Díaz, 1999: 175; Rodríguez Díaz y Enríquez de Navascués, 2001: 148). Con los
que nada tienen que ver, y hubiera sido de esperar por los
muchos paralelismos urbanísticos y arquitectónicos que
presenta con él Las Camas, es con los posibles hornos del
yacimiento abulense de Guaya, puestos en relación con
actividades metalúrgicas y alfareras realizadas dentro de
las propias casas (Misiego et alii, 2005: 211-212, lám. I, 7),
pues aquí se trata de “hoyos” con función de horno que tie-
que podría haber servido como horno-vasija para cocer
nen una larga tradición en la prehistoria reciente meseteña
(Bellido Blanco, 1996: 60-64), y al que seguramente habría
que adscribir el excavado en el yacimiento madrileño de
Capanegra, posiblemente doméstico, si bien parece ser
que tuvo bóveda de barro (Martín Bañón, 2007: 31).
ducción cerámica de la Meseta en los siglos IX-VIII a. C.,
Un aspecto que parece estar bastante claro es que estas
estructuras de combustión serían de cámara única, pues
sabido es cómo las de doble cámara se tienen documentadas en la península Ibérica sólo a partir de finales del siglo
VII e inicios del VI a. C. (Pinos Puente en Granada, Las
Calañas de Marmolejo en Jaén, etc.), y las madrileñas son
más antiguas. Aunque no necesariamente, como seguidamente veremos, puede que tuvieran un óculo más o menos
amplio en la parte superior que se abriría o cerraría según
las necesidades, si bien esto no es más que una suposición
basada en paralelismos arqueológicos y etnográficos. Lo
que también extraña es que teniendo en cuenta que una
cúpula de barro de estas dimensiones debío de tener un
peso considerable, para que no se desplomara tendría que
haber contado con pilares adosados similares a los identificados en La Moleta del Remei, pero aquí no hay indicios de
su existencia. Una explicación que podría darse ante esta
carencia es que no hubiera existido tal cúpula y el murete
de barro del que se identifica su arranque sólo se proyectara en la vertical unos decímetros, aunque incurvados hacia
el interior a medida que se eleva para concentrar el calor
pero no tanto como para que se produzca su hundimiento.
que teóricamente entra dentro de lo posible en esta zona
Otra evidencia que en este yacimiento madrileño sus
excavadores también han puesto en relación con la producción de la cerámica es un recipiente de gran tamaño
te asentados, nadie puede negar que tiene un gran interés
326
piezas cerámicas de pequeñas dimensiones (Urbina et alii,
2007b: 58), equiparando de este modo el dispositivo con
el usado en el Calcolítico y la Edad del Bronce para fundir
metales, lo que de confirmarse tendría un enorme interés
para el conocimiento de la alfarería meseteña de los siglos
a los que se remonta. Insólitos en esa cronología tan antigua, por otra parte, serían la existencia de marcas de alfarero, que es así como se interpreta un dibujo esquemático
(una especie de escaleriforme), interpretado como graf ía
fenicia, que aparece en un fragmento cerámico bastante
burdo (Urbina et alii, 2007b: 76-77, fig. 24, arriba; Agustí
et alii, 2007a: 237) así como el uso del torno lento (Agustí
et alii, 2007a: 239). Sobre la posible marca, hemos de convenir que las marcas en vasos cerámicos históricamente
se realizan bien para certificar la calidad de un producto
por parte de su hacedor (como ocurre, por ejemplo, con
la sigillata), lo cual es impensable en el contexto de promáxime si reparamos en la pésima calidad del fragmento
en cuestión; bien para hacer referencia al contenido al que
va destinada la vasija; bien para señalar la pertenencia del
recipiente, y/o de su contenido, a un individuo o grupo, lo
y cronología, máxime teniendo en cuenta las influencias
meridionales que aquí se registran, pero de ser así ¿por qué
no hay marcas parecidas en los conjuntos cerámicos recuperados en yacimientos meseteños de la submeseta sur
coetáneos de Las Camas, teóricamente intermedios entre
las áreas de influencia fenicia y la zona centro? En el sur
fenicio las marcas más antiguas que se conocen se están fechando a finales del siglo VIII a. C. y, sobre todo, en el VII,
en yacimientos como Huelva (Mederos y Ruiz, 2001: 103105), Morro de Mezquitilla (Röllig, 1983: fig. 1, k; MaaβLindemann, 1995 y 2008) o Peña Negra de Crevillente en
su fase II (González Prats, 1990: 102-103, fig. 12, 11434),
en este último caso sobre cerámica importada, lo que indica su rareza. Por otro lado, el documento de Las Camas, de
ser una graf ía fenicia como se propone, más que una marca de alfarero sería, en todo caso, un grafito, pues ha sido
realizado post-cocción, y los alfareros cuando marcan sus
cerámicas lo hacen antes de cocerlas, no después. Pero por
encima de dudas razonables y puntualizaciones que, si se
nos permite, no tienen otra intención más que contribuir
a la formación de unos conocimientos lo más firmemenpara la investigación de las relaciones centro-meridionales
durante los primeros compases del Hierro Antiguo y ade-
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
más, de confirmarse, creemos que podría constituir un
indicio añadido que reforzaría la idea de que el final del yacimiento de Las Camas habría que situarlo en los últimos
compases del siglo VIII a. C., si no ya dentro del VII.
Respecto al empleo del torno lento en estos territorios
del centro peninsular, resulta dif ícil aceptar en un contexto tan antiguo como el propuesto para el citado yacimiento, incluso con la “modernización” que para él proponemos en este trabajo. Si consideramos que las primeras
cerámicas fenicias a torno en el sur y sureste peninsular,
procedentes de colonias mediterráneas, parecen ser de
la primera mitad del siglo VIII a. C. (Fernández Jurado,
1987: 154; Maaβ-Lindemann: 2000: 1595; Molina Fajardo
y Bannour, 2000: 1645 y 1649; González Prats, 1992: 148;
Id., 2002: 376; Celestino, 2008: 275), aunque no hemos de
ocultar que hay quienes están proponiendo el IX (Aubet,
1994: 323; Alvar, 2008: 27; Delgado, 2008: 350) e incluso
finales del X (González, Serrano y Llompart, 2004: 199),
lo cual es una propuesta bastante arriesgada; que las primeras producciones ya locales a torno en esos territorios
meridionales se fechan a partir de mediados del siglo VIII
a. C. y en algunos yacimientos iniciado ya el VII (Ruiz y
Molinos, 1995: 73; Neville, 2007: 174; Lorrio Alvarado,
2008: 468); que los primeros recipientes a torno que conocen los grupos del centro de la meseta, y a los que más arriba nos hemos referido, son los de pastas blanquecinas y
amarillentas decorados con pinturas rojas vinosas o negromarronáceas importados del sureste peninsular a partir de
comienzos del VI a. C. o, como mucho, finales del VII; y
que las primeras producciones torneadas de fabricación
local en la zona de Madrid corresponden ya a entrado el
siglo V a. C., dif ícilmente pudo existir torno lento en un
yacimiento cuya época de plenitud sus excavadores sitúan
en el siglo IX y su final, como muy tarde, en la primera
mitad del siglo VIII a. C., si bien, insistimos, es posible que
este final haya que llevarlo hasta aproximadamente el 700
a. C. o incluso iniciado el siglo VII a. C. Por todo esto, las
únicas alternativas que quedan para explicar el posible
fragmento o fragmentos en los que se ha identificado la
utilización del torno lento, si es que la identificación de
las huellas es correcta y no se trata más que de las marcas dejadas por un alisado horizontal realizado con fibra
textil o cuero (Calvo, 1992: 42), son dos: que sea material
importado pero de una cronología más avanzada de la que
se le supone, o bien que sea material intrusito, de época
bastante más moderna, pues yacimientos del Hierro II no
faltan en las cercanías, aunque esto último parece poco
probable porque debería ir acompañada de algunos materiales más también intrusivos. Lo único parecido a estas
posibles evidencias de torneta en esta zona lo encontramos en el anteriormente citado yacimiento de la Albareja
(Fuenlabrada), donde, como recordaremos, se recuperaron dos fragmentos de las mismas características f ísicas
que las producciones a mano con las que compartían contexto si bien mostraban huellas de “…uso de algún tipo de
elemento rotatorio durante su fabricación” (Consuegra y
Díaz-del-Río, 2007: 142), pero entre estas evidencias, que
seguramente serán de inicios del VI a. C. más que del VII,
y las de Las Camas median bastantes décadas, a no ser que
ambos yacimientos estén más cercanos en el tiempo de lo
que ahora estamos suponiendo.
Quizá las dudas que nos plantean estas evidencias que,
por descartado, contribuyen a enriquecer el conocimiento
de la Edad del Hierro madrileña, no sean más que el fruto
de las someras referencias publicadas y lo que necesitamos
es una información más amplia y detallada como la que
sin duda tendremos en la prometida monograf ía sobre el
yacimiento. En cualquier caso, lo que es indiscutible es que
Las Camas, al igual que Dehesa de Ahín, viene a marcar un
hito en el conocimiento del tránsito del Bronce al Hierro I
madrileño y de la fase más antigua de este último.
327
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
1000
900
800
700
600
Yacimiento
Las Camas
Ecce Homo II
Cerro San Antonio
Sector III B Getafe
Pte. la Aldehuela I
Cº de las Cárcavas
Soto del Hinojar
Dehesa de Ahín
La Deseada
Capanegra
La Cantueña
Cº de Pucheros 1
Dehesa de la Oliva
La Albareja
El Colegio
Sta. María
El Baldío
Pte. L. del Jarama
La Capellada
Necr. Aº Butarque
Necr. Aº Cuelbro
El Caracol
Los Llanos
Los Pinos
Tabla 1. Cronología estimada de los más destacados yacimientos de la transición del Bronce al Hierro y del Hierro Antiguo.
328
500
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
Cronología
(a. C.)
B.F.
Cogotas I
1000
Cerámica
transición B.F. /Hierro y Hierrro Antiguo
Importación o
Hzte. Las Camas/
San Antonio
Influencia
y Carpetano Antig.
Tronco genérico
900
Carenados
800
Almagra
Pints. Postcocción
Infl. CC.UU.
(Tipo Redal)
Trad.
Grafitada
700
600
500
&
!
3
%
)
Infls. del suroeste
Tipo Cogotas II
A torno ibérica de
importación
&
!
3
%
II
400
Carpetana
a torno
Tabla 2. Proyección temporal de las principales especialidades e influencias cerámicas (con independencia de que en cada momento la intensidad pueda
ser elevada o baja).
329
LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO
NOTAS AL PIE
BIBLIOGRAFÍA
1
Este trabajo que ahora ve su final comenzó a fraguarse en el
marco de dos proyectos de investigación. Por un lado, el que con
referencia 06/HSE/0059/2004, dirigido por M. C. Blasco Bosqued, llevaba por título El tránsito del Bronce Final a la Edad del
Hierro. El yacimiento de Cogotas I de la Fábrica de Ladrillos (Getafe Madrid). Por otro, el que con referencia HUM2006-06527/
HIST, dirigido por C. Sanz Mínguez, tiene el título Vacceos: identidad y arqueología de una etnia prerromana del valle del Duero.
Esta es una buena ocasión para expresar mi agradecimiento a
ambos directores.
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2
Seguramente se trataba de una urna bitroncocónica.
3
Desde el Neolítico más antiguo (recuérdese uno de los famosos
fragmentos cardiales de Cova de L´Or) hasta el Bronce avanzado, pasando por el Campaniforme (Garrido Pena, 2000: 125-126;
Garrido Pena y Muñoz López-Astilleros, 2000; Delibes y Guerra,
2004).
4
Salvando las distancias cronológicas, las posibles piernas son
de similares características que las extremidades ramiformes que
vemos en muchos antropomorfos como, por ejemplo, los que
aparecen en el abrigo de Nuestra Señora del Castillo, de Ciudad
Real (Sanchidrián, 2001: 470, fig. 195, 3), en la cueva malagueña
de La Pileta (Id., 2001: 497, fig. 204, 1, 11 c y d), en un fragmento
cerámico del yacimiento calcolítico abulense de Cantera de las
Hálagas (Fabián, 2006: 108, fig. 32, 4) o en la Galería del Sílex de
Atapuerca, lugar este último en el que, además, podrían pertenecer al final de la Edad del Bronce (Gómez Barrera, 1993: 114-119,
fig. 58 y fig. 59, E), lo que, en caso de que se confirmara, nos lo
situaría casi en tiempos del vaso arancetano.
5
Esto nada tiene de extraño, pues en muchas zonas del mundo
ibérico los vasos a mano también se siguen fabricando hasta fechas
muy avanzadas (Mayoral Herrera y Chapa Brunet, 2007: 84).
6
Aunque a veces resulta dif ícil deslindar algunos tipos de estampillas geométricas descendientes de las manuales de Cogotas II de
aquellas otras que son de filiación ibérica y suelen ser habituales en
yacimientos como Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), Alarcos o
Calatrava la Vieja, entre otros, ciertos tipos de aspas y “sigmas”, los
círculos cuatripartitos o los anillos simples, por ejemplo, son más
propios de ambientes de la submeseta norte que de estos otros del
sur, como puede comprobarse en Cerro Redondo (Blasco y Alonso
1985: 102-104, fig. 36, 4, 5, 15-26). Las estampaciones que no son
de filiación meseteña y tampoco ibérica son las que aparecen en
el hombro de un vaso procedente de Descanso de Perales que se
conserva en el MAC de Barcelona (Blasco, Rubio y Carrión, 2002:
259, fig. 10.16, c 37601), pues corresponden a época tardoantigua,
y han sido realizadas con un tipo de punzón en arco cuartelado
muy característico de la segunda mitad del siglo V y siglo VI d. C.
(Juan Tovar y Blanco García, 1997: 194, fig. 10, 1-29; Blanco García, 2003: 159, fig. 41, 1-29).
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337
METALURGIA EN LA MESETA
SUR: SÍNTESIS SOBRE EL
PRIMER MILENIO AC.
Ignacio Montero Ruiz y
Martina Renzi
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 26-01-2009
Aceptado: 12-02-2009
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO AC.
A SYNTHESIS OF THE 1st MILLENNIUM B.C.
Ignacio Montero Ruiz
Martina Renzi
Instituto de Historia. CCHS, CSIC
cehm123@ih.csic.es
PALABRAS CLAVE: Arqueometalurgia, aleación, cobre, plata, hierro, isótopos de plomo
KEYS WORDS: Archaeometallurgy, alloy, copper, silver, iron, lead isotopes
RESUMEN:
Se presenta una breve síntesis sobre el estado de conocimiento de la producción metalúrgica de hierro, plomo, cobre y plata en la Meseta Sur. Destaca la escasez de datos sobre actividades de taller y el estudio analítico de materiales. Solo disponemos de información suficiente sobre la composición de metales de base cobre en la II Edad del Hierro, en la que hay una
presencia significativa (30 %) de aleaciones ternarias plomadas. Se presentan los primeros análisis de isótopos de plomo de
materiales de la región.
ABSTRACT:
In this paper we present a short synthesis about iron, lead, copper and silver metallurgical activities in the Southern Meseta. At present, analytical researches in this area are quite scarce and there are little data from metallurgical workshops.
More detailed information has been obtained about the pattern of alloys in copper-based metals since the 2nd Iron Age,
standing out the relevant presence of leaded bronze objects (approximately 30%). The first lead isotopes analyses from this
region have been already published.
METALURGIA EN LA MESETA SUR:
SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO AC.1
Ignacio Montero Ruiz
Martina Renzi
INTRODUCCIÓN
Hace algunos años, en la síntesis sobre las investigaciones realizadas por el Proyecto de Arqueometalurgia en
la provincia de Toledo (Montero Ruiz, 2001), se apreciaba
el vacío informativo que existía sobre la metalurgia en el
Bronce Final y la primera Edad del Hierro. Esta situación
hoy día sigue siendo aún similar, haciéndose extensiva
al resto de las provincias que se encuadran en la Mese-
•
Introducción del hierro
•
Introducción de la técnica de copelación para obtención de plata
•
Explotación y aprovechamiento del plomo como metal independiente
•
Aleaciones ternarias Cu+Sn+Pb
•
Cambio en la tecnología pirometalúrgica
•
Técnicas orfebres (refinado del oro, soldaduras,
granulado y filigrana)
ta Sur (Castilla-La Mancha y Madrid). Solo algunos des-
A la hora de realizar una valoración crítica de nuestros
cubrimientos e intervenciones arqueológicas puntuales
conocimientos conviene tener en cuenta que el panorama
han proporcionado datos de interés y de ellos muy pocos
informativo disponible esta condicionado por la ausencia
han podido ser estudiados desde una perspectiva arqueo-
de una planificación de la investigación, y obedece a im-
metalúrgica con la aplicación de técnicas de análisis. En
pulsos y estrategias particulares o aleatorias. Queda pen-
este sentido, la metalurgia de base cobre de la II Edad del
diente una investigación sistemática en cada uno de los
Hierro, que en la provincia de Toledo en aquel momento
aspectos mencionados, pero para ello es también necesa-
contaba con datos suficientes para abordar una visión de
rio contar con contextos de excavación que proporcionen
conjunto, cuenta con información suficiente para toda el
material adecuado para realizar el estudio.
área bajo estudio.
Curiosamente es en este momento, sobre todo en la
primera mitad del I milenio a.C., cuando se producen una
INTRODUCCIÓN DEL HIERRO
serie de avances tecnológicos que cambian de manera radical la práctica metalúrgica en la Península Ibérica. Pode-
La aparición de objetos de hierro en cronologías antiguas
mos enumerar algunos de estos elementos, y a lo largo del
parece ser cada vez más frecuente como atestiguan los traba-
presente trabajo sintetizaremos el estado de conocimiento
jos de síntesis como el realizado por Vilaça (2006) en los que
disponible en la Meseta Sur:
se recopilan hallazgos en contextos fiables y con apoyo de da-
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
taciones radiocarbónicas. Entre estos materiales antiguos se
En el caso del Cerro de las Nieves se estudiaron e iden-
encuentra el cuchillo de hierro de la tumba 76 de Palomar de
tificaron 7 escorias procedentes de tres recintos diferen-
Pintado (Villafranca de los Caballeros, Toledo) con fecha de
tes, aunque predominan en la capa 8 del recinto 20. Los
2820 +/- 40 (Beta-178469) (Pereira et alii, 2003: 162).
datos publicados por Gómez Ramos (1999: 174) apuntan
Sin embargo, poco más sabemos sobre la introducción
a una tecnología con estructuras de combustión poco
de la tecnología metalúrgica vinculada al hierro y carece-
evolucionadas, con formación heterogénea de escorias de
mos de argumentos para justificar si la presencia de obje-
reducción, sin que contemos con información sobre las
tos es debida a la importación de los mismos, la comercialización de materia prima en bruto (lingotes) o la adopción
de los conocimientos para obtener y trabajar el hierro que
difieren sustancialmente de los empleados en la metalurgia de base cobre.
Aunque el proceso de introducción del hierro se produce a lo largo de este primer milenio a.C., es realmente sorprendente la falta de datos sobre sus primeros testimonios,
incluso en periodos como la segunda Edad del Hierro en la
que la siderurgia ya esta consolidada. Apenas disponemos
de referencias a la presencia de escorias (Gómez Ramos,
1999: 142-143), y menos aún de estudios que proporcionen elementos diagnósticos para distinguir las escorias de
forja de las escorias de reducción de hierro. Solo contamos
con dos excepciones, El Cerro de las Nieves (Ciudad Real)
y El Ceremeño (Guadalajara).
características de las propias estructuras empleadas en tales tareas, ya que las descripciones del recinto 31 parecen
corresponder a actividad vinculada a la metalurgia de base
cobre (Fernández Martínez et alii, 1994: 117).
En El Ceremeño, aunque se han estudiado una escoria
y un lingote de hierro (Rovira et alii, 2002), tampoco tenemos datos sobre la estructura y disposición del taller o
forja ya que ambos aparecieron formando parte de muros
de construcción de casas. Su presencia nos señala el conocimiento de esta actividad pero probablemente el trabajo
se realizaba fuera de las áreas domesticas. No obstante, el
lingote (Fig. 1) ha suministrado datos de interés sobre el
tipo de hierro acerado que se pudo fabricar.
En cuanto a las técnicas de manufactura de los objetos
de hierro tampoco contamos con materiales de la Meseta
Sur analizados. En muchos casos el propio estado de con-
Figura 1.- Sección del lingote de hierro de El Ceremeño, imagen SEM (según Rovira et alii,, 2002: fig. 7).
342
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
servación de los objetos, completamente mineralizados o
corroídos, impide un posible estudio.
COPELACIÓN: PLATA Y PLOMO
Uno de los elementos clave en la metalurgia de este periodo es la aparición y aplicación generalizada de la técnica
de copelación, proceso metalúrgico que emplea el plomo
como colector para extraer plata, tanto de galenas argentíferas como de otros minerales argentíferos, como jarositas o cobres. La copelación de plata, bien documentada
en bastantes yacimientos del periodo orientalizante (Hunt,
2003), genera varias consecuencias sobre el modo de aprovechamiento de plomo. La extracción de plata por copelación genera un stock de plomo en distintas modalidades
que pone a disposición una materia prima que puede ser
reutilizada en diversas funciones. Se necesita o utiliza el
plomo:
B.- Para manufacturar objetos metálicos en plomo.
El exceso de plomo generado en la copelación empieza
a ser usado en diversos tipos de objetos, especialmente en
el primer momento como pesos de red. De momento no
conocemos ningún objeto de plomo fechado en el II milenio a.C. en la Península Ibérica, solamente las cuentas
bicónicas de algunos ajuares de enterramiento en la isla
de Menorca podrían situarse en los momento de transito
entre el II/I milenio a.C. (Lull et alii, 1999: 234).
En la Meseta Sur tampoco abundan las referencias a
objetos de plomo. Destacan por su singularidad una pieza
definida como pasador, procedente de El Ceremeño, aunque su posición superficial no permite asignarlo con fiabilidad a alguna de las fases del yacimiento, y un pequeño
simpulum en la necrópolis de Palomar de Pintado (Toledo)
(Carrobles y Ruiz Zapatero, 1990: 242).
C.- Para alearlo en la metalurgia de base cobre formando aleaciones plomadas.
A.- Para copelar compuestos argentíferos deficitarios
en plomo.
Es decir, se necesita añadir plomo a esos minerales para
conseguir extraer plata. El plomo puede comercializarse
tanto como litargirio (óxido de plomo, subproducto obtenido en el propio proceso de copelación), como mineral
en bruto o como lingote metálico. El comercio y almacenamiento de litargirio esta atestiguado en los casos del
pecio de Mazarrón “Barco fenicio II” (Negueruela et alii,
2004) y en el depósito encontrado en Torre de Doña Blanca (Hunt, 2003: 369). La presencia de galenas con escaso
contenido argentífero y en consecuencia no aprovechables
para extracción de plata con la tecnología de la época, se
han documentado en yacimientos alejados de los recursos
minerales como Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante)
(Renzi et alii, 2007) o Ampurias (Girona) (Montero et alii,
2008). El plomo metálico en lingote solamente está atestiguado a partir de época romana republicana.
En las excavaciones recientes del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo) se ha recuperado un fragmento de
galena, del que luego hablaremos sobre su posible procedencia. Este fragmento es el único elemento concreto que
contamos sobre el aprovechamiento de este tipo de mineral
metálico. El contenido en plata en esta muestra es prácticamente nulo (análisis PA12731), ya que apenas se detectan
trazas, es decir, que la cantidad estaría entorno a 10 ppm.
En consecuencia no puede relacionarse con un aprovechamiento directo de plata, sino para producción de plomo u
otros usos no metalúrgicos, como pigmento o cosmético.
La presencia intencional del plomo en las aleaciones
de base cobre se empieza a detectar de manera esporádica
en la metalurgia de los momentos finales del Bronce Final,
haciéndose habitual a partir de la Edad del Hierro. Como
señalaba Rovira (1993), el fenómeno se produce con diferente intensidad según las regiones peninsulares, detectándose variaciones también en los valores medios de estaño
aleado. La Meseta Sur quedaba englobada en las zonas con
tasas más bajas de estaño, junto al Levante y Andalucía.
Los datos actuales matizan las proporciones medias
calculadas hace 15 años. Así frente a un 16,6 % de bronces
plomados en etapas del Bronce Final y transición a la Edad
del Hierro, tenemos que el 30,9 % de los objetos de la I y
II Edad del Hierro se manufacturan con plomo en cantidades superiores al 2%. Esta proporción aumentaría si incluyésemos los exvotos ibéricos analizados de Alarcos, la
mayoría de ellos con contenidos en plomo muy elevados.
Hemos preferido dejar al margen estos análisis de exvotos ya que en la manufactura de figurillas y estatuaria es
habitual el empleo de aleaciones plomadas que mejoran
la calidad de la manufactura. Por tanto hay un factor tecnológico establecido que en otro tipo de manufacturas no
esta tan claramente definido, como en el caso de f íbulas
o adornos (Montero, 2001), quedando el porcentaje supeditado al número mayor o menor de exvotos o estatuaria
analizados.
La cantidad media de plomo añadida, considerando todos
los metales de la Edad del Hierro, es del 4,1 % mientras que
en los objetos de Bronce Final apenas alcanza el 1,5 % Pb. Sin
343
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
Contenido medio de estaño (%)
16
14
12
10
% 8
6
4
2
0
Total
Binarios
BF
Plomados
H
12
10
8
% 6
4
2
0
Total
Binarios
BF
Plomados
H
Figura 2.- Composiciones medias de las aleaciones empleadas en el Bronce Final y Edad del Hierro en la Meseta Sur, diferenciando los bronces binarios de
los bronces plomados.
344
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
embargo, estos porcentajes varían si diferenciamos los contenidos en función del tipo de aleación: en los bronces plomados de la Edad del Hierro la media es de 11,4 % Pb y 11, 6 %
Sn, frente al 7,2 % Pb y 13,2 % Sn en el Bronce Final (Fig. 2)
el anillo del Cerro de las Nieves, el arete de Ecce Homo
(Madrid) o la cinta de Plaza de Moros (Toledo) señalan
que el metal esta en circulación, pero llama la atención su
Se detecta en general que el contenido medio de estaño
en los bronces de la Edad del Hierro es menor que en el
Bronce Final, ya que el valor medio desciende del 14,1 % al
10,6 % Sn, mientras que, además de haber más materiales
plomados en la Edad del Hierro, se emplea mayor cantidad de plomo en la aleación. Este descenso en los valores
medios de estaño se detecta también en otras áreas peninsulares (Rovira, 1993; Montero Ruiz, 2008). En cuanto a la
utilización de plata, salvo en la etapa celtibérica e ibérica
final con la presencia de los depósitos y tesorillos -como
el de Driebes en Guadalajara, Salvacañete en Cuenca o de
Torre de Juan Abad en Ciudad Real- son pocos los objetos
que han aparecido en poblados y necrópolis. Por su antigüedad destacan el brazalete y el vaso de la Tumba de El
del Proyecto de Arqueometalurgia de la Península Ibérica,
Carpio (Toledo) (Pereira, 1990) y en la etapa final, el anillo con decoración de caballo del Cerro de la Mesa (Toledo) (Almagro et alii, 1999). Hallazgos individuales como
escasez en los ajuares de las necrópolis analizadas dentro
de las que solo hemos analizado un anillo procedente de
Palomar de Pintado.
TECNOLOGÍA DE REDUCCIÓN Y
FUNDICIÓN EN LA METALURGIA
DE BASE COBRE
Una de las características de la metalurgia en la Península Ibérica desde sus inicios es el empleo de vasijas para la
reducción del mineral de cobre, que en algunas zonas se siguen utilizando hasta casi época romana (Gómez Ramos,
1996: 138-140). De nuevo la escasez de información en la
Meseta Sur es la tónica habitual, ya que salvo en la Comunidad de Madrid durante el Calcolítico y Edad del Bronce
(Rovira y Ambert, 2002), no tenemos identificadas vasijas
Figura 3. Cerro de las Nieves. Escoria de baja calidad mostrando un sistema en no equilibrio. En realidad hay pocas zonas de verdadero fundido del material, representadas en la imagen por pequeñas áreas de color gris claro, que corresponden a un vidrio silicatado. Algunas de estas áreas están surcadas por
bastones blancos de fayalita. Aunque por los análisis es una escoria bastante rica en hierro (por comparación con el cobre), no se ha formado más fayalita
porque no se alcanzaron temperaturas suficientemente elevadas para lograr un buen fundido. La imagen muestra sulfuros de cobre cristalizados (cristales
azules), sin duda relictos del mineral original de cobre que probablemente era una mezcla natural de menas oxídicas y sulfuradas. Las masas redondeadas
blancas son óxidos de cobre. Imagen a 200x
345
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
de reducción en ningún periodo. Ni en el Ceremeño ni en
este caso como se ve en el estudio metalográfico (Fig. 3)
el Cerro de las Nieves, en los que se han registrado restos
con presencia de minerales sulfurados junto a los oxídicos.
de fundición hay constancia de su utilización. Tampoco
Entre el material recogido figuran también fragmentos de
aparecen en uno de los yacimientos que ha proporcionado
mineral, que una vez más demuestran el transporte de la
los hallazgos más significativos de los últimos años como es
materia prima desde las minas. Las características de estos
el de Las Camas (Madrid), en el que, sin embargo, además
minerales sin arsénico y con impurezas bajas de antimonio
de fragmentos de toberas, hay un fragmento de crisol con
y plomo, coinciden con los restos de fundición y con los
mango en el que se realizó una co-reducción conjunta de mi-
datos de las escorias analizadas.
nerales de cobre y estaño (Urbina et alii, 2007: 71-75; Rovira,
Por su parte en el Ceremeño solo podemos confirmar
2007). La documentación de la co-reducción de minerales
una fundición de metal, pero no una reducción de minera-
en un yacimiento como Las Camas, ubicado en una zona ale-
les (Rovira et alii, 2002: 171). Además, las características de
jada de los recursos minerales de ambos metales (cobre y es-
las impurezas de los objetos y restos de fundición analizados
taño), incide en la importancia que el transporte de materia
permiten suponer que se realizaron prácticas de reciclado de
prima tuvo en estas etapas y acota el volumen de producción
metal (Lorrio et alii, 1991: 176-177). Fragmentos de mineral
metalúrgica, aún desvinculado del comercio de lingotes.
han aparecido únicamente en el cercano yacimiento de Los
En el caso del Cerro de las Nieves, las escorias estudiadas apuntan hacia la reducción de mineral de cobre, en
Villares (Tartanedo, Guadalajara) (Lorrio et alii, 1999: 174),
sin que tengamos otros datos de actividad metalúrgica.
Figura 4.- Localización de recursos minerales de plomo en el entorno del Cerro de la Mesa a partir del mapa previsor de mineralizaciones de Pb-Zn (E.
1:1.500.000), IGME 1972.
346
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
Figura 5.- Ratios de isótopos del fragmento de galena del Cerro de la Mesa en relación a los minerales del Valle de la Alcudia y de la mina La Económica
de Mazarambroz.
347
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
Figura 6.- Ratios de isótopos del plomo de relleno del Cerro de la Mesa en relación a los minerales del Sureste Peninsular y de Sierra Almagrera en particular.
348
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
PRIMERAS APLICACIONES DE ANÁLISIS DE
ISÓTOPOS DE PLOMO
En las últimas dos décadas se ha generalizado la realización de análisis de isótopos de plomo para determinar la
procedencia de metales y elementos vinculados a la producción metalúrgica, aunque en España su utilización es
todavía escasa (Montero y Hunt 2006). Los principios en
los que se basa el análisis y las limitaciones interpretativas
están bien determinados, siendo básico el conocimiento
de las ratios isotópicas de los recursos geológicos de un
área geográfica para dotar de sentido a los resultados. En
el caso de la Meseta Sur empiezan a estar disponibles algunos datos geológicos como los procedentes del Valle de la
Alcudia en Ciudad Real (Santos Zalduegui et alii, 2004) o
los publicados de la mina La Económica en Mazarambroz
(Toledo) (Villaseca et alii, 2005). Evidentemente, aún faltan por caracterizar isotópicamente diversos recursos en
los montes de Toledo o en los Sistemas Central e Ibérico.
Los primeros análisis sobre material arqueológico se
han realizado en dos muestras del Cerro de la Mesa.
Se trata de un fragmento de galena y de plomo que rellena un disco de bronce. Aún con las limitaciones de la información geológica de referencia -puesto que desconocemos
las características de las mineralizaciones más próximas al
yacimiento que nos ocupa y que se localizan en la comar-
ca de la Jara, especialmente las minas de Sevilleja de la Jara
(Montero et alii, 1990) (Fig. 4)- estos resultados nos ofrecen
una perspectiva interesante. Por un lado, el fragmento de
galena se diferencia claramente de la mina de Mazarambroz
y encaja con bastante probabilidad con las minas del sector
más occidental del Valle de la Alcudia (Fig. 5), aunque no
hay una coincidencia completa con ninguna de las mineralizaciones estudiadas. Cualquier otra procedencia más lejana
(Los Pedroches, regiones del SE, Ossa Morena, Faja Pirítica
o Linares-La Carolina) puede descartarse con certeza. Sin
embargo el plomo de relleno presenta unas ratios isotópicas completamente distintas a la galena y su probable lugar
de procedencia se relaciona con las minas del Sureste de la
Península Ibérica, y más en concreto, con los datos disponibles, con las minas de Sierra Almagrera, en Almería (Fig. 6).
Al margen de la asignación concreta que pueda realizarse en estos momentos, los datos más interesantes que
pueden extraerse son la posible procedencia de la galena
de recursos localizados al sur del yacimiento, en distancias
no superiores a los 100 km, y la importación de plomo del
área mediterránea. En este último caso con una cronología tardía, ya en el siglo II a.C., que es la asignada al contexto donde apareció el disco relleno de plomo.
Tabla 1. Análisis de isótopos de plomo realizados en
el Departamento de Geocronología de la Universidad del
País Vasco.
Yacimiento
Provincia
Objeto
Cronología
Inventario
208Pb/
206Pb
207Pb/
206Pb
206Pb/
204Pb
Cerro de la Mesa (Toledo)
TO
Galena
H
PA 12731
2,1036
0,8564
18,235
Cerro de la Mesa (Toledo)
TO
Plomo
relleno
base
H
PA 12819
2,0779
0,8362
18,735
349
METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C.
NOTAS AL PIE
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d´anàlisis d´isotops en la investigació arqueometal.lúrgica”. Cota
Zero, 21: 87-95.
1
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigación del Plan Nacional de I+D+I “Tecnología y procedencia:
plomo y plata en el I milenio AC” (Ref: HUM2007-65725-C0302) y del Programa Consolider de “Investigación en Tecnologías
para la valoración y conservación del Patrimonio Cultural –
TCP” (ref: CSD2007-00058), dentro del Programa Ingenio 2010.
Agradecemos a Teresa Chapa y Juan Pereira las facilidades dadas
para el estudio de los materiales del Cerro de la Mesa.”
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CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL
HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
Germán López López
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 01-12-2009
Aceptado: 20-12-2009
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
LYTIC COMPLEXES IN THE IRON AGE AT THE INNER PLATEAU
Germán López López
gloplop@et.mde.es
PALABRAS CLAVE: producción lítica, estudio diacrónico, Edad del Hierro.
KEYS WORDS: lytic production, diachronic study, Iron Age.
RESUMEN:
Pese a que la producción lítica, aunque en menor medida, continúa siendo un elemento material relativamente frecuente
en la ocupaciones de la Edad del Hierro, ha sido tradicionalmente relegada en el mejor de los casos a un segundo plano en
las referencias bibliográficas, desechando así un elemento más a la hora de valorar las pautas económicas o productivas
de dichas comunidades. En estas páginas abordaremos un análisis diacrónico de las producciones líticas de la Edad del
Hierro a través de tres yacimientos que han aportado un volumen de restos lo suficientemente significativo como para
poder establecer unas pautas generales para este tipo de manufacturas y su evolución durante ese periodo, así como su
contextualización en su entorno regional.
ABSTRACT:
Although lytic production continued to some extent throughout the Iron Age occupation, usually it has been relegated
in a secondary role in the bibliographic references, ignoring a significant element of these communities’ economic and
productive patterns. In this work we will address a diachronic analysis of the lytic production in the Iron Age through three
archaeological digs that have contributed with a number of remains which have provided information significant enough
to establish some general patterns for these types of manufacturing and its evolution during that period as well as its local
environment context.
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL
HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
Germán López López
ESTADO DE LA CUESTIÓN
Pese a que la manufactura de elementos líticos experimenta un descenso generalizado a partir de momentos finales de la Edad del Bronce, resulta cada vez más evidente
que este tipo de producciones perduran en mayor o menor
medida en la cultura material de las poblaciones no solo
protohistóricas, sino también en fases de ocupación romana o altomedievales (Baena, J.; Carrión, E. 2000), teniendo
constancia de su pervivencia incluso en el mundo rural del
siglo XX, como lo atestiguan diversos trabajos etnográficos (Benito del Rey; Benito Álvarez, 1994), como sería el
caso de las manufacturas de elementos de trillo, desempeñando funciones específicas en los modos de producción
de dichas comunidades.
Tradicionalmente, el conocimiento de este tipo de
producciones se ha visto relegado a un segundo plano,
centrándose la atención en aspectos más vistosos como
pueden ser las cerámicas o los elementos metálicos, haciendo igualmente más hincapié en aspectos relativos al
poblamiento, las técnicas constructivas, así como en aspectos sociales o económicos, unido esto a los problemas
generales de indefinición del tránsito Bronce Final-Hierro
I (Blasco, C.; Sáchez Capilla, Mª. L. y Calle, J. 1988), concernientes tanto a sus límites cronológicos o a determinados aspectos de la cultura material.
Por otro lado, la escasez de datos para este tipo de manufacturas en los primeros compases de la Edad del Hierro
hace que frecuentemente tengamos que rastrear los modos
operativos desde momentos plenos de la Edad del Bronce,
apreciándose en términos generales una evolución coherente con las pautas observadas ya desde momentos finales de
las Prehistoria Reciente (Carrión, E. et alii, 2004 ).
En este contexto, profundizar en el conocimiento de
los repertorios líticos no resulta sencillo dada la falta de
tradición investigadora para esta parte de la cultura material en el periodo que nos ocupa, lo que se traduce en
una ausencia casi total de referencias bibliográficas que
hace sumamente dif ícil que podamos establecer un marco
comparativo mínimamente fiable o poder establecer pautas o afirmaciones de carácter general, dado lo disperso y
minoritario de los conjuntos de referencia con que contamos, como podrían ser los 181 restos del Cerro san Antonio
(Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, A. 1991) o los 25 procedentes del Arroyo Culebro (Blasco, C.; Carrión, E.; Planas, M.
1998), unido esto a la variabilidad metodológica y la lógica
falta de homogeneidad que en ocasiones podemos apreciar en las publicaciones.
Junto a esto, la mera descripción tipológica no es método válido por sí mismo dado que, por un lado, no refleja los
procesos económicos o productivos que concurren en la
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
manufactura y uso de estos productos, empleándose además por regla general listados tipológicos de repertorios
paleolíticos tanto para conjuntos de la Prehistoria Reciente como Protohistóricos, haciendo referencias demasiado
vagas como “productos de morfología atípica”, “útiles de tradición arcaizante” etc.
Sin embargo, el aumento exponencial de las intervenciones experimentado en los últimos años ha contribuido
a completar la visión tradicional que para el origen y desarrollo de la Edad del Hierro se tenía en el área central de
la meseta, lo que ha redundado en un mejor conocimiento de estas producciones, como demuestran las cada vez
mas frecuentes referencias en la bibliograf ía (Ortiz, J. R. et
alii. 2007; Sanguino, J. et alii 2007, Montero, I. et alii. 2007,
Consuegra, S. y Díaz del Río, P 2007).
Partiendo de estas premisas, trataremos de sintetizar a
lo largo de las siguientes páginas un análisis diacrónico de
las producciones líticas durante la Edad del Hierro en el interior peninsular a través de los conjuntos materiales obtenidos en las intervenciones de algunos de los yacimientos
que han aportado un repertorio más significativo, como
son el yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid), La
Guirnalda (Quer, Guadalajara) y el Cerro de la Gavia (Vallecas, Madrid) poniendo en relación los datos obtenidos
con los conocidos hasta el momento en el entorno más
inmediato.
EL MARCO GEOGRÁFICO
El yacimiento de La Guirnala se localiza en el término
municipal de Quer, situado en el límite oeste de la provincia de Guadalajara, en la campiña baja, frente al borde
noroeste de la Alcarria que se une con la Vega del Henares,
enclavada en terrenos sedimentarios detríticos (de edades
Cuaternaria y Miocena) próximos al borde Norte de la extensa cuenca terciaria del Tajo. Los materiales detríticos
existentes en la zona proceden de la erosión de las rocas
del extremo oriental del Sistema Central, estando constituidos por cantos de granito, gneis, pizarra, cuarcitas,
etc., y siendo predominante la fracción arcillosa sobre las
arenas y cantos. Por debajo de estos depósitos cuaternarios se localizan los sedimentos arcilloso-arenosos de edad
terciaria, en los cuales predomina ampliamente la fracción
arcillosa sobre la fracción arenosa.
La topograf ía de la zona está caracterizada por las altiplanicies que proporcionan los materiales terciarios, y por
la incisión de la red fluvial cuaternaria sobre estos materia-
356
les del río Henares y sus afluentes. Los materiales terciarios
se pueden dividir en dos altiplanicies; el Páramo calizo de
La Alcarria y la Raña, mientras que los depósitos cuaternarios, emplazados sobre los anteriormente descritos, se caracterizan por dos aspectos fundamentales: la disimetría de
sus vertientes y un elevado número de terrazas fluviales.
Los yacimientos de Las Camas y La Gavia se encuentran próximos entre sí, en la Cuenca Terciaria de Madrid,
extensa unidad geológica cuyos sedimentos se depositaron
en condiciones subdesérticas durante el Mioceno. Se sitúa
en la margen derecha del Manzanares el primero, donde se
observa una alternancia de limos, arcillas, arenas, margas
y dolomías con sílex de espesores variables, y en la margen
derecha, sobre una zona de escarpes yesíferos, el segundo.
El valle del río Manzanares se caracteriza por ser una
superficie plana y escalonada, en donde se desarrollan hasta 12 terrazas en un continuo proceso de erosión y relleno. La erosión fluvial en las litologías de yesos masivos y
tableados ha esculpido los característicos farallones que
pueden observarse en la margen izquierda del Manzanares. En las zonas ocupadas por los yesos terciarios, la morfología es algo más abrupta; en cambio, la erosión de las
litologías arcillosas ha dado como resultado suaves laderas
y depresiones muy abiertas.
La zona de estudio se sitúa en las facies central e intermedia de la cuenca y sus materiales pertenecen a las unidades inferior y media, de edad miocena. Las litologías del
Terciario varían entre arcillas, arcillas margosas, margas
yesíferas y yesos tableados y masivos.
Sobre los terrenos miocenos, existen gran variedad de
depósitos superficiales, Plio-Cuaternarios y Cuaternarios,
formando los depósitos aluviales y terrazas de este río. En
el resto de la zona, los materiales de esta edad se limitan a
pequeños espesores de suelos de naturaleza mixta aluvialcoluvial desarrollados en laderas y vaguadas, y depósitos
de tipo glacis.
LOS YACIMIENTOS
La intervención arqueológica del yacimiento de Las
Camas estuvo motivada por el proyecto de urbanización
del UZP 1.05 Villaverde-Butarque, en donde, tras las fases
iniciales de prospección y realización de sondeos mecánicos, se procedió a la excavación en área, delimitándose 3
sectores (sector A de 23.084 m2, sector B de 3.363 m2 y
sector C de 352 m2). En ellos se pudo documentar la existencia de diversas estructuras negativas de distinta morfo-
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
logía y funcionalidad, destinadas tanto al almacenamiento
de productos agrícolas como a la obtención de materias
primas para la elaboración de cerámicas o adobes, y amortizadas posteriormente como basureros.
Sin embrago, los hallazgos más significativos provienen
del sector A, en donde se documentó un área de producción
compuesta por 6 hornos de planta circular con soleras de
cantos de cuarcita, fragmentos cerámicos y arcilla y una cúpula de adobe y arcilla. En las inmediaciones de los hornos
se localizó una estructura constructiva compuesta por 46
hoyos de poste y restos de un derrumbe de adobes de parte de una de las paredes de la misma. Presenta una planta
alargada de 26,73 x 8,17 m., que define un área aproximada
de 200 m2, con hoyos de poste perimetrales dispuestos de
forma regular, formando una cabecera absidada de orientación noroeste sureste, así como una línea de postes centrales, más anchos que los perimetrales, que servirían para
sujetar la techumbre, documentándose en la parte sureste
de la estructura lo que probablemente fuese el acceso a la
misma, y que tendría forma porticada. (Fig. 1)
Algo más alejada de ésta se documenta una segunda
cabaña de similar morfología, compuesta por 18 hoyos de
poste perimetrales dispuestos de forma regular, formando una cabecera absidada de orientación este oeste y una
línea de 5 postes centrales, más anchos que los perimetrales, con unas dimensiones de 18,75 x 7,65 m. que generarían un espacio útil de aproximadamente 144 m2.
A partir de los restos cerámicos, metálicos o epigráficos documentados podemos establecer una fase de ocupación en los últimos compases del Bronce Final y durante la
Primera Edad del Hierro, remitiéndonos las analíticas de
C14 al siglo IX a. C.
La excavación del yacimiento de La Guirnalda estuvo
vinculada al programa de actuación urbanizadora de los
sectores IV y V del P.O.M. del término municipal de Quer
(Guadalajara), procediéndose a la excavación sistemática
del yacimiento en un área de 8.500 m2 tras una primera
fase de prospección y la realización de sondeos mecánicos
y manuales. De este modo se pudieron identificar una serie de estructuras negativas de distinta funcionalidad, un
Figura 1.- Las Camas: vista aérea del yacimiento, restos y reconstrucción de las estructuras de habitación y hornos.
357
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
primer tipo correspondiente a fosas de mayores dimensiones con bastante profundidad, con formas muy irregulares en planta y siluetas de perfiles curvos o polilobulados
relacionadas posiblemente con labores extractivas para la
fabricación de cerámicas, o el acopio de tierra para la fabricación de manteados, tapiales y adobes.
que se iniciaría con una fase residual del Bronce Final, un
momento de transición Bronce Final-Hierro I, otra fase
correspondiente a la Primera Edad del Hiero, un momento
de transición Hierro I-Hierro II y una última fase correspondiente a la Segunda Edad del Hierro.
El segundo grupo, representado por un conjunto menos numeroso de cubetas simples de planta circular, de tamaño variado, con paredes rectas o con una ligera apertura
hacia el exterior. Estas estructuras pueden estar vinculadas
con silos destinados al almacenaje, habiéndose recuperado
grano en uno de ellos. Un tercer grupo, también reducido,
sería el de estructuras de planta circular de escasa profun-
en el Cerro de La Gavia tiene su origen en los trabajos de
impacto ambiental desarrollados con motivo de la ejecución del tramo Madrid-Zaragoza, salida de Madrid-Subtramo 0 del trazado de la Línea de Alta Velocidad MadridBarcelona-Frontera Francesa.
didad y paredes perpendiculares a la base y con un alto
contenido en componentes de origen orgánico.
Por último, encontramos un tipo de estructuras con
tendencia rectangular, excavadas sobre las fosas más antiguas. Presentan restos de zócalos realizados en cantos de
cuarcita, y restos de derrumbe de las paredes, compuestas
por adobes y tapial, con abundante material arqueológico
fracturado in situ. Pueden interpretarse como cabañas o
casas de una sola estancia, o retazos de cabañas mayores de
las que no se han conservados otras habitaciones. (Fig. 2)
Se trata por tanto de un hábitat disperso, compuesto
por varias cabañas y fosas de distinta morfología en el que
se han podido distinguir a partir principalmente del material cerámico, 5 horizontes o momentos en la ocupación,
Para finalizar este punto, la intervención arqueológica
Tras una primera fase de prospección sistemática y otra
de realización de sondeos, se procedió a la excavación arqueológica sobre una superficie de unos 4000 m2, excavándose el núcleo central del poblado ubicado en un cerro algo
destacado (Sector A), y sus zonas de expansión, en la segunda línea del reborde del páramo (Sectores B y C).
Se han podido distinguir tres fases correspondientes a
la Edad del Hierro, sin que del primer momento se conserven apenas restos de sus estructuras. La segunda fase
se levanta sobre las estructuras de la anterior ocupación,
correspondiendo a un poblado articulado a partir de dos
calles, cuya entrada se ubicaría en la zona Norte del cerro.
Probablemente esta entrada iría amurallada y protegida
por dos bastiones. Las excavaciones han puesto al descubierto la calle Este, compuesta por una hilera de casas
que cerraba el poblado por su parte oriental, y la manzana
Figura 2.- La Guirnalda: vista aérea del yacimiento y distintos tipos de estructuras negativas.
358
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
central del caserío. Las viviendas que dan a la parte septentrional del yacimiento se levantaban sobre una terraza artificial y sus traseras servirían a modo de muro de fortificación. La manzana central, por su parte, cuenta con dos filas
de casas en su parte media que debían tener acceso por las
dos calles que la delimitaban. Provisionalmente esta fase
debería fecharse entre finales del siglo III y comienzos del
siglo II a.C. La tercera fase se levanta prácticamente sobre
la planta de la fase anterior, estando el poblado habitado
hasta finales del siglo I d.C., como atestigua la presencia de
Terra sigillata hispánica, Terra sigillata hispánica brillante,
cerámica pintada tipo Meseta Sur, etc., producciones cerámicas que se fechan en ese momento final de la Edad del
Hierro y comienzos de la ocupación romana. (Fig. 3)
LA PRODUCCIÓN LÍTICA:
EL SUMINISTRO DE MATERIAS PRIMAS
En el registro arqueológico se han identificado rocas tanto
de carácter local como de origen alóctono, ejemplarizados
en granitos y esquistos. Aunque en términos generales
predominan las primeras, la importancia de las segundas
en aspectos económicos o subsistenciales es innegable. En
términos generales el registro pétreo explotado es relativamente similar en las tres ocupaciones, con la salvedad
de algunos tipos minoritarios que pueden registrarse de
forma exclusiva en una u otra ocupación, de manera que la
cuarcita y el sílex aparecen como los recursos más frecuentemente empleados por delante del granito, ópalo, cuarzo,
calizas, pizarra o silimanita.
Esta amplia representatividad de materias primas se ve
drásticamente disminuida si tenemos en cuenta únicamente la producción lítica tallada, de modo que pese a documentarse lascas manufacturadas en ópalo, cuarcita o caliza, aparecen en unos porcentajes mínimos, empleándose
de forma casi exclusiva el sílex para el utillaje lascado en las
ocupaciones de La Gavia y Las Camas, mientras que en el
La adquisición de los recursos pétreos representa el
primer paso dentro de las cadenas operativas líticas. En el
caso de los yacimientos aquí presentados, el repertorio es
relativamente abundante, dando la sensación, en el caso
concreto del conjunto pulimentado, de multiplicarse los
recursos explotados en función de la actividad a realizar.
caso de La Guirnalda, el peso de la cuarcita respecto al resto
de materias primas es abrumador, de manera que en las tres
cuartas partes de la producción se emplea esta roca, siendo
en este caso el sílex la segunda roca más empleada con algo
más del 23.5% del total de los productos, mientras que el
cuarzo aparece de forma testimonial (0.63% del total).
Figura 3.- La Gavia: planimetría, vista aérea y estructuras del yacimiento.
359
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
No debemos entender estas diferencias en las litologías
explotadas como un reflejo de la existencia de distintas estrategias de captación o gestión de los recursos líticos, sino
como una explotación intensa del recurso más inmediato,
de manera que en La Guirnalda predominan los soportes
manufacturados en cantos de cuarcita que se localizan en
el sustrato geológico en el que se encuentra el yacimiento,
mientras que el sílex, pese a no provenir de fuentes muy
lejanas, puesto que se localizan afloramientos de carácter
secundario en las terrazas del Henares, requiere desplazamientos más largos y una más alta inversión en tiempo y
esfuerzo en su adquisición, mientras que en Las Camas, los
nódulos de sílex son relativamente frecuentes en los niveles de terraza próximos, y en La Gavia, situado en una zona
de escarpes yesíferos, el sílex procedente de las terrazas del
Manzanares o de cursos secundarios como el arroyo de La
Gavia, representaría el recurso lítico más inmediato.
Se trata por lo tanto de una adquisición poco selectiva en
la que prima la inmediatez antes que la calidad de la roca explotada, circunscrita al entorno más próximo del yacimiento, con una escasa planificación y un alto grado de oportunismo y que implicaría desplazamientos cortos, con una
inversión energética y en tiempo relativamente baja, captando los recursos más cercanos, pudiéndose observar en
algunos casos un alto componente de reciclaje de piezas de
origen paleolítico procedentes de niveles de terrazas próximas que en ocasiones son retalladas o reavivadas documentándose casos frecuentes de piezas que muestran rotura de
pátina tras una larga exposición a la intemperie y a intensos
rodamientos siendo posteriormente reaprovechadas.
Únicamente las rocas metamórficas destinadas a labores principalmente de molienda indicarían una adquisición
de materias primas a larga distancia, probablemente en el
entrono de la sierra, aunque actualmente no es posible determinar si se trata de una captación directa o indirecta,
dado que el peso económico de estos elementos no parece
que justifique por sí solos la existencia de circuitos comerciales a larga distancia que unan los ambientes serranos
con las cuencas medias/bajas del Manzanares o el Jarama,
máxime si como en el caso de los molinos, se documentan otros realizados en areniscas o rocas calizas de más
fácil adquisición. Podría tratarse por lo tanto de materias
primas que circularían asociadas a otros elementos económicos de primer orden y se beneficiarían de la existencia
de vías de comunicación y comercio previamente establecidas como parece ocurrir en contextos del Ibérico Pleno
en la Alta Andalucía (Ceprián, B.; Beatriz, M. 2004), o bien
se explote en los desplazamientos estacionales vinculados
a la actividad ganadera.
360
LA MANUFACTURA DE SOPORTES
El primer aspecto que tendremos en cuenta dentro de
los modos de producción será el grado de corticalidad de
los anversos de los productos de lascado. Se trata de un
índice con carácter general bastante elevado aunque se
puedan establecer diferencias por fases, que tienen más
que ver con los modos de adquisición que con criterios
cronológicos, pudiéndose establecer también diferencias
en función de la roca lascada, con grados de corticalidad
mucho más elevados en el caso de las lascas de cuarcita.
En el caso de La Guirnalda son precisamente las lascas de cuarcita las más comunes, resultando minoritarios
los soportes de tercer orden o totalmente internos, con
valores que apenas alcanzan el 25% del total de los productos de lascado, mientras que las lascas de semidescortezado son claramente las más comunes alcanzando
el 70.63% del total de los soportes obtenidos, mientras
que las lascas enteramente corticales aparecen con valores del 4.59%. En el caso de las lascas de sílex este aspecto
cambia radicalmente, mostrando un índice de corticalidad mucho más reducido, que podría ser similar al documentado en determinadas fases de la Edad del Bronce. En
este caso las lascas de tercer orden son las más comunes
con el 57.69% de los productos lascados, mientras que
las lascas de semidescortezado aparecen en el 38.46 %
de los casos, quedando el 3.85% restante para las lascas
corticales. Estos valores podrían ser reflejo de un inicio
de la secuencia de reducción en los lugares de aprovisionamiento de materia prima, en donde se procedería a un
primer “pelado” de los núcleos, terminando la secuencia
de talla en el entorno doméstico. (Fig. 4)
En el yacimiento de Las Camas podemos documentar
un patrón de explotación similar, en donde en el caso de la
cuarcita las lascas semicorticales y corticales son las más
comunes, mientras que los soportes de sílex muestran valores algo más equilibrados pese a ser las semicorticales
las más frecuentes (en torno al 50% del total) por delante
de las de tercer orden (en torno al 40% de los productos de
lascado) o las totalmente corticales, que representan cerca
del 10% de las lascas (López, G. 2004). Para finalizar, en el
caso de La Gavia, donde la cuarcita apenas tiene representación en la industria tallada, encontramos un índice
cortical elevado pero no tan acusado como en los casos
anteriores, con algo más del 50% de los productos correspondientes a lascas de tercer orden, mientras que las enteramente corticales muestran valores en torno al 3% del
conjunto tallado.
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
En cuánto a la situación del córtex, podemos observar
rasgos similares en términos generales en las tres ocupaciones, sin que puedan asimilarse con claridad a fases más
o menos recientes de la Edad del Hierro, de forma que se
localiza preferentemente en extremos distales o laterodistales. Estas localizaciones estarían originadas por direcciones de trabajo preferentemente paralelas al eje de
lascado, de manera que las lascas en las que predominan
direcciones transversales son más escasas mientras que las
direcciones perpendiculares resultan prácticamente ausentes. Se trata por lo general de soportes unidireccionales
o bidireccionales, mientras que los productos unidireccionales o bidireccionales bipolares son minoritarios al igual
que los multidireccionales, si bien tanto la multidireccionalidad como el trabajo bipolar es algo más acusado en las
fases más antiguas.
Continuando con la secuencia de reducción, analizaremos las relaciones existentes entre los grados de talón1 y de
anverso, o el número de extracciones que éste presenta. En
el caso de las lascas de sílex de Las Camas predominan las
relaciones de grados medios de talón con grados medios/
bajos de anverso, de manera que las más frecuentes son
las relaciones 1-1, 1-2 y 1-3, si bien pueden observarse
secuencias de lascado algo más largas aunque sin mostrar
valores porcentuales muy elevados, de manera que podemos encontrar soportes que presentan 5, 6 y hasta 7 extrac-
ciones en su anverso. Los grados bajos de talón son más
frecuentes que los grados altos y se relacionan con grados
medios o medios/bajos de anverso. Los grados altos de talón, si bien son muy escasos se asocian mayoritariamente a
grados de anverso medios (grados 2 y 3) siendo escasas las
asociaciones a grados 0 y 1 e inexistentes las asociaciones a
grados altos, de 4 extracciones en adelante. (Fig. 5)
En lo referente a las lascas de cuarcita, si bien también
son frecuentes las relaciones entre grados medios de talón
y de anverso, son casi igual de frecuentes las asociaciones
entre grados bajos de talón y anverso y grados bajos de talón con grados bajos de anverso, permaneciendo ausentes
los grados altos de anverso siendo igualmente inexistentes
los talones de grado alto.
Respecto al yacimiento de La Guirnalda, los grados de
anverso son por regla general bajos, independientemente
de la fase de ocupación en que nos encontremos, sin que
se documenten lascas con más de 3 negativos. En el caso
los niveles del Hierro I así como los de transición Hierro I/
Hierro II, las lascas de grado 1 son las más comunes, con
valores en torno al 45% de los casos, mientras que las de
grado 2 son más comunes durante el Bronce Final, la fase
de transición Bronce Final/Hierro I y el Hierro II, con valores que oscilan desde el 41.67% al 61.90%. Finalmente, la
mayor presencia de lascas de grado 3 y por lo tanto de secuencias de reducción más intensas, se corresponden con
Grado de corticalidad
80
70
60
50
Cortical
40
Semicortical
Interna
30
20
10
0
Sílex
Cuarcita
Las Camas
Sílex
Cuarcita
La Guirnalda
Sílex
La Gavia
Figura 4.- Análisis comparativo del grado de corticalidad de las lascas en los yacimientos considerados, discriminando la materia prima explotada
361
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
los niveles del Bronce Final, la transición Hierro I/Hierro
II y la Segunda Edad del Hierro, mostrando valores entre
el 25% y el 33.33% del total.
de talón y bajos de anverso (0-0, 0-1) también están ausen-
En el caso de la cuarcita, auque predominan los soportes con grados medios de anverso (2 ó 3 extracciones), los
grados bajos aparecen bien representados, de modo que
las lascas con una única extracción representan algo más
de un tercio de los casos, siendo las de grado 2 las más
comunes (44.04% del total) para caer drásticamente en el
caso de las lascas con tres negativos (14.68%) llegando ser
prácticamente testimoniales los casos de lascas de grado
alto (4 ó 5 extracciones).
bajos de anverso (2-1, 2-2 y 2-3) siendo aún más extraños
En los soportes de sílex, las secuencias de lascado parecen ser algo más intensas, con valores reducidos en las
lascas de grado bajo (0 y 1) que presentan valores del 3.85%
y del 11.54% respectivamente, resultando más comunes
los soportes de grado medio, siendo en este caso las lascas
con tres negativos las mejor representadas (38.46%) frente
presencia de grados bajos tanto de talón como de anverso,
a las de grado 2 (30.77%) los soportes de grado alto resultan minoritarios, con valores que oscilan entre el 3.85% y
el 11.54% del total.
el caso de la cuarcita si discriminamos la materia prima de
En el caso de La Gavia, predominan las relaciones de
talones no transformados con grados medios de anverso,
estando los grados altos totalmente ausentes, apareciendo
únicamente una lasca que muestra hasta cuatro negativos
de extracciones anteriores. Las relaciones de grados bajos
las diferencias no son significativas en cuanto a su repre-
tes, resultando también muy escasos los soportes con grados medios de talón, asociados siempre a grados medios o
los grados altos de talón, dándose un único caso relacionado con grados medios de anverso (3-2). De este modo, el
grueso de la producción vendría definida por las relaciones
de grados bajos de talón (no transformados) con grados
medios o medios bajos de anverso (1-1, 1-2, ó 1-3).
Como podemos deducir a partir de estos dos parámetros (grado de corticalidad y grado de anverso), dada la
escasez de lascas con grados altos de anversos y la buena
así como la buena presencia general de anversos corticales,
podemos afirmar que nos encontramos ante secuencias de
reducción generalmente cortas y poco intensas, especialmente en las fases más recientes, que tienen su origen en
el propio yacimiento, aspecto que se agudiza aún más en
los soportes.
En lo tocante a los extremos proximales, en general
sentatividad entre las distintas ocupaciones consideradas,
de manera que predominan de forma clara los talones no
transformados, siendo los lisos los más numerosos independientemente de la materia prima empleada en el so-
Grados de anverso
60
50
40
Las Camas
30
La Guirnalda
La Gavia
20
10
0
0
1
2
3
4
5
6
Figura 5.- Análisis comparativo de los grados de anverso de las lascas en los yacimientos considerados.
362
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
porte, alcanzando valores en torno al 43% de los casos en
el yacimiento de La Guirnalda o ligeramente superiores
(cerca del 45 %) en el conjunto tallado de Las Camas, mientras que en La Gavia, los talones lisos aparecen en valores
cercanos al 38% de los casos.
Dentro de los reconocibles, los corticales serían los
más comunes tras los lisos, si bien los valores que muestran son en ocasiones bastante reducidos, como podría ser
el caso de La Gavia, en donde representan algo menos del
7% del total, o en el caso de La Guirnalda, donde este tipo
de talones en las lascas de sílex descienden drásticamente
hasta el 7.69%, mostrando valores similares o incluso inferiores a determinados talones elaborados o suprimidos por
retoque, mientras que los talones corticales en lascas de
cuarcita continúan mostrando valores considerablemente
elevados (36.9%). En el caso de Las Camas, los corticales
también son el segundo tipo más común, de forma más
clara en el caso de la explotación del sílex, con algo mas de
22% del total.
Del resto de los talones no transformados, ya sean filiformes o puntiformes, su presencia es meramente testimonial, de lo que puede deducirse un escaso empleo de
técnicas de lascado por percusión indirecta o mediante
percutores de alta elasticidad, algo que podría estar relacionado con la buena presencia en todas las ocupaciones
de talones rotos o las lascas sin talón. Este alto grado de
fracturas en el extremo proximal podría estar relacionado
con el empleo masivo de percutores duros, como demuestra el alto número de lascas que presentan bulbos claramente destacados.
Para finalizar con los productos de lascado, hablaremos
brevemente de la manufactura de los soportes laminares.
Como hemos señalado, en las últimas fases de la Prehistoria Reciente y los comienzos de la Protohistoria asistimos
a un descenso de estas producciones tanto a nivel cuantitativo como, especialmente, cualitativo, aportando entre el
1.5% en el caso de La Guirnalda o el 1.8% de La Gavia al
cómputo total de la producción tallada.
Desde un punto de vista morfológico, señalar que se
trata de soportes sumamente irregulares, correspondientes a fases iniciales de laminación, con filos y aristas de tendencia divergente y que en ocasiones presentan restos corticales, variando desde el 10% de Las Camas hasta el 33%
que se documenta en La Gavia. Estas morfologías denotan
un escaso o nulo trabajo de conformación de los núcleos
de los que proceden, aprovechando de forma oportunista aristas generadas de forma fortuita o procediendo en el
mejor de los casos al acondicionamiento de los extremos
distales para regularizar la curvatura de los soportes resultantes. Esos aspectos se ven refrendados por la práctica
ausencia de subproductos o desechos de talla vinculados a
secuencias de explotación intensivas en la producción laminar, como serían los flancos de núcleo o las tabletas de
reavivado. (Fig. 6)
Estos soportes presentan en general secciones prismáticas o trapezoidales, pero no obstante las secciones
triangulares también aparecen muy bien representadas,
secciones que suelen estar vinculadas a fases iniciales de
explotación ya que no requieren una regularización o conformación del núcleo tan elaborada
Los talones transformados resultan también minoritarios, especialmente en las lascas de cuarcita. Tanto en
Son pocas las apreciaciones que podemos hacer respecto a los talones, debido por un lado al alto grado de
el caso de Las Camas como en cualquiera de las fases de
fracturación y a lo reducido de la muestra en el caso de La
La Guirnalda aparecen únicamente talones diedros, algo
Gavia y La Guirnalda. En general y al igual que sucede con
las lascas, son los no elaborados los más frecuentes, seguido de las hojas sin talón, que en algunos casos son tan frecuentes como los talones lisos. Los talones corticales son
los terceros mejor documentados, con valores similares a
los que aparecen los talones rotos o puntiformes, mientras
más frecuentes en los soportes de sílex de modo que en La
Guirnalda representan el 0.92% de las lascas de cuarcita
mientras que en el caso del sílex suponen el 11.54 %, valores superiores a los de Las Camas, en donde los talones
diedros de las lascas de sílex no superan el 5% del total,
sin que aparezcan en las lascas de cuarcita talones elaborados. En el caso de La Gavia son también los diedros
los más comunes, en torno al 3.5 % del total, mientras que
los facetados apenas alcanzan el 1% de los talones reconocibles, porcentaje que resulta lógico si consideramos su
práctica desaparición de los repertorios líticos a partir del
Bronce Final, aunque continúan documentándose de forma minoritaria durante los primeros compases de la Edad
del Hierro (Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, Mª A. 1991).
que los filiformes aparecen únicamente en Las Camas y de
forma marginal. Los únicos talones transformados, al igual
que sucedía en el caso de las lascas, son los diedros, sin
que en ningún momento se documenten talones facetados
coincidiendo con la tónica general de las distintas ocupaciones de momentos finales de la Prehistoria Reciente.
En el caso de Las Camas aparece un significativo número de fragmentos proximales, que en algunos casos parecen fracturados intencionalmente, sin que se documente
363
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
un número significativo de fragmentos mesiales resultantes de dicha fracturación, por lo que podría darse el caso
de que se esté produciendo la exportación de dichos productos a otros ámbitos de utilización y consumo, como ya
parece intuirse en ciertas ocupaciones del Bronce Final
(Carrión E. et alii 2004)
Para finalizar con este punto, señalar que tampoco parece que en su manufactura se cuide de manera especial las
materias primas empleadas, no parece que exista ninguna
correlación entre ciertos tipos de sílex y el proceso de laminación de manera que los tipos de sílex que se emplean
son los que también aparecen de manera más común en el
des o poliédricos, salvo en el caso de La Guirnalda, en que
los dos primeros aparecen en proporciones similares. Por
regla general muestran un reducido número de superficies
de golpeo, preferentemente 2, aunque en La Guirnalda son
más comunes los que cuentan con una única superficie,
siendo en todos los casos de origen cortical o plana tras un
reavivado previo.
En cuanto a los núcleos, el volumen de restos recuperados no desentona con el conjunto tallado, habiéndose
Dentro del grupo de los prismáticos podríamos establecer una serie de subdivisiones en función de la organización de los negativos respecto a las plataformas de golpeo, la relación entre las distintas extracciones y el número
de éstas (Santonja, M. 1984), pudiendo distinguir una serie
de soportes con un reducido número de extracciones no
adyacentes, independientemente de que se trate de negativos de extracciones o planos de percusión, y que producen
preferentemente lascas total o parcialmente corticales en
talones y anversos. Se trata del grupo más reducido docu-
recuperado 5 ejemplares en el yacimiento de La Gavia, 10
mentado preferentemente en Las Camas y en menor me-
en el de La Guirnalda y 290 en la ocupación de Las Camas.
Desde un punto de vista morfológico, predominan en todos los casos los núcleos prismáticos por delante de discoi-
dida en La Guirnalda, generalmente en bases de cuarcita.
cómputo global de la industria tanto en Las Camas como
en La Gavia, mientras que de los 3 soportes recuperados
en La Guirnalda, 2 están elaborados en cuarcita.
Figura 6.- Soportes laminares correspondientes a diversas fases de explotación.
364
Algo más frecuentes resultan los núcleos que muestran
extracciones sucesivas y adyacentes, partiendo siempre de
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
un mismo plano de percusión no preparado previamente y
que genera superficies de trabajo con direcciones subparalelas y de escasa longitud.
Un grupo similar al anterior lo formarían los núcleos
que muestran también extracciones paralelas unidireccionales, pero en este caso la superficie de golpeo está conformada por un plano de reavivado previo, por lo que los
productos obtenidos presentan talones lisos tanto corticales como no corticales dependiendo de la intensidad de la
secuencia de reducción. Se trata junto al anterior del tipo
más común en todas las fases de las ocupaciones consideradas. (Fig. 7)
Una evolución lógica de los tipos anteriores generaría núcleos poliédricos, con una reducción progresiva de
masa, de menor tamaño y con varias superficies de percusión, fruto de constantes giros perpendiculares al eje del
núcleo, articulándose dichas superficies sin un orden claro
y entrecortándose entre sí, produciendo lascas de morfología variable, escasa presencia cortical y talones lisos y
diedros. Son los más escasos en Las Camas y La Guirnalda
y no se documenta su presencia en La Gavia.
Finalmente contaríamos con los núcleos que presentan
extracciones alternas de carácter bifacial que se articulan
en torno a una o varias aristas, con negativos que cubren
parcialmente las caras dorsales. Estos núcleos aparecen
preferentemente en el caso de La Guirnalda, en menor medida en Las Camas y permanecen ausentes en La Gavia.
En el caso de la reducción discoide, las primeras fases
presentarían una explotación volumétrica sumamente expeditiva que consistiría en el aprovechamiento de facetas
naturales del nódulo, produciendo un alto número de lascas corticales y lascas de dorso natural o pequeñas lascas
laminares.
Todos los núcleos muestran en general un reducido
número de superficies de trabajo y un grado de agotamiento bastante bajo, produciéndose su abandono tras pocas
extracciones, sobre todo en el caso de la explotación de la
cuarcita. De este modo, las superficies de trabajo con una
sola extracción son las más frecuentes en todas las ocupaciones y fases consideradas, seguidas por las de grado 2 y
las que muestran 3 negativos, mientras que las superficies
de trabajo que muestran más de 4 extracciones aparecen
en muy escasa medida. De este modo, el número total de
extracciones es igualmente reducido, predominando los
núcleos que presentan entre 3 y 5 extracciones siendo escasos los que muestran un número mayor de negativos, salvo
en el caso de Las Camas en donde puede entreverse una
intensidad ligeramente mayor en los procesos de lascado.
Este grado bajo en las superficies de trabajo está directamente relacionado con la escasa presencia de giros paralelos al eje de más de 90 grados, y que implicarían grados
altos de trabajo. Los más comunes son por tanto los giros
perpendiculares al eje, cortos preferentemente, siendo los
giros perpendiculares de 90 grados los más comunes, lo
que nos estaría indicando cambios relativamente frecuentes en las superficies de golpeo. De este modo, los núcleos
con tres giros son claramente los más comunes, nuevamente con la excepción de los núcleos de sílex de Las Camas, con secuencias de reducción algo más largas.
Respecto a los productos obtenidos, en su inmensa mayoría han sido lascas, aunque resulta llamativo, en el caso
de La Gavia, que de los cinco núcleos que se documentan,
tres hayan producido en algún momento soportes laminares, si bien no de forma exclusiva, lo que choca con el escaso
número de ejemplares procedentes de contextos habitacionales, por lo que es posible que la manufactura se realice
en el propio poblado exportándose los productos a otros
ámbitos de consumo distintos. Se trata de núcleos con un
nulo trabajo de configuración o regularización para una explotación laminar mínimamente planificada y normalizada,
sino que por el contrario aprovecha de forma oportunista
aristas más o menos casuales sobre las que golpear, cambiando de plano de trabajo cada pocas extracciones y sin
acondicionar flancos o cornisas para optimizar la producción, obteniendo productos tremendamente irregulares en
la mayoría de los casos. En el caso de Las Camas tampoco
resulta coherente el número de estos núcleos recuperados
con el exiguo registro laminar, pudiéndose tratar en muchos
casos de núcleos reciclados y que presentan fuertes pátinas
que son posteriormente rotas por extracciones frescas destinadas a la obtención de lascas. Se trata además en muchos
casos de núcleos que apuntan a la obtención de soportes
bastante estandarizados, muy homogéneos en cuanto a la
rectitud de sus filos, con grosores muy regulares y de buen
tamaño, dando la apariencia en muchos de los casos de haber sido obtenidos mediante presión, rasgos morfotécnicos
que no casan con los observados en el grueso de la producción laminar de Las Camas.
EL REPERTORIO TIPOLÓGICO
Los tipos mejor representados resultan comunes en
general en las tres ocupaciones consideradas así como en
sus distintas fases, de manera que son las lascas retocadas el tipo más habitual, apareciendo también con valores
muy significativos las piezas tradicionalmente consideradas
365
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
Figura 7.- Elementos de hoz procedentes de Las Camas y La Guirnalda.
366
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
como “arcaizantes” o útiles de sustrato y que nunca faltan en
las ocupaciones postpaleolíticas, dado que continúan siendo efectivos para dar soluciones a determinadas actividades
artesanales o subsistenciales. Este repertorio tipológico estaría compuesto en su inmensa mayoría por muescas, denticulados y raspadores, apareciendo también de forma minoritaria, con valores entre el 1 y el 4 %, perforadores, piezas
astilladas, lascas de dorso abatido y hojas retocadas. Junto
a estas piezas aparece un porcentaje bastante significativo
de dientes de hoz de distintas morfologías, que perviven de
forma clara durante el Bronce Final y la Primera Edad del
Hierro, y que únicamente se registran en Las Camas y en La
Guirnalda, desapareciendo del repertorio tipológico de La
Gavia, tal vez ya sustituidos por elementos metálicos más
abundantes y totalmente funcionales. (Fig. 8)
En el caso de los yacimientos que cuentan con una industria tallada en la que predomina el uso del sílex como
son Las Camas y La Gavia, parece darse una escasa se-
En general son pocas las apreciaciones de carácter cronológico que podemos hacer al respecto. Por un lado, se trata de elementos en unos casos con una dispersión cronológica muy dilatada que los anula como elementos definidores
de una determinada fase, salvo el caso de los elementos de
hoz, por lo que tan solo los modos en la manufactura de algunos soportes pueden remitirnos a fases muy evolucionadas de la Edad del Bronce o a los comienzos de la Protohistoria. Podemos decir que se trata de un momento de cierta
“regresión” tipológica, con predominio de un utillaje poco
específico, de manufactura, uso y abandono inmediato.
EL CONJUNTO PULIMENTADO
El conjunto pulimentado resulta también relativamente
diversificado, mostrando además una mayor variabilidad y
una mayor presencia de rocas de origen foráneo, dando
lección de la materia prima como demuestra el elevado
número de tipos distintos de sílex o de cuarcita empleados, siendo además los tipos explotados para el conjunto
retocado los mismos que se emplean para el resto de los
la sensación de que en esta producción se tiene más en
productos de lascado. Por el contrario, en el caso de la industria de La Guirnalda sí parece existir cierta correlación
entre material retocado y materias primas de mejor calidad, empleándose para su manufactura preferentemente
el sílex, con más del 66 % de los productos elaborados en
esta roca, frente a la cuarcita, por lo que da la sensación de
que se seleccionan mejores materias primas para piezas de
mayor especificidad.
acaparado la escasa atención que se ha venido dedicando a
cuenta la relación existente entre la materia prima, el elemento a manufacturar y la función que debe desempeñar o
realizar. Este grupo es además, el que tradicionalmente ha
las producciones líticas de estos momentos, llegando a ser
en muchas ocasiones las únicas referencias que aparecen
en las monograf ías.
El grupo más numeroso en todas las fases consideradas sería el de los cantos2, estando en la mayoría de los
casos sin transformar mínimamente, empleándose por
regla general como calentadores o en alguna actividad de
La incidencia más común del retoque tanto en La Gavia como en La Guirnalda es la simple, entre el 40 y el 50
% de las ocasiones, siendo el retoque oblicuo el segundo
más común por delante del retoque abrupto, que sin embargo en el caso de La Gavia es el más frecuente junto al
sobreelevado, quedando la incidencia plana prácticamente
desaparecida, sobre todo en las fases más recientes.
transformación en la que interviene la acción del fuego,
La dirección es fundamentalmente directa, muy por
delante del retoque inverso que se mantiene entre el 23 y
el 27 % de los casos dependiendo del yacimiento de que se
trate. El resto de las direcciones, tanto alterno como mixto
de posteriores acciones de destrucción de las estructuras
y en menor medida bifacial, se documentan en muy escasa
materiales similares tanto en ocupaciones del norte penin-
medida, entre el 4 y el 10 % del total. Pese a la buena pre-
sular (Peñalver, X.; Uribarri, E. 2002) como en el mundo
sencia de piezas denticuladas, la dirección predominante
ibérico levantino (Bonet, H.; Mata, C. 2002), donde, junto
del retoque es la continua con casi el 70 % del total tanto
a cantos, afiladores y molederas aparece también un con-
en Las Camas como en La Guirnalda, mientras que en La
junto relativamente amplio de tapaderas talladas en piedra
Gavia las delineaciones continuas y denticuladas parecen
o cantos empleados como percutores, mostrando huellas
más equilibradas aunque a favor de las primeras.
de machacamientos y repiqueteados en sus extremos.
dado que en su práctica totalidad presentan alteraciones o
fracturas térmicas, sin que esto responda a un hecho fortuito, dado que dichas piezas aparecen amortizadas junto
a otros materiales que no presentan estas alteraciones, por
lo que su contacto con el fuego debe ser necesariamente anterior a su momento de abandono y no como fruto
donde se amortizan. Esta industria sobre cantos con transformaciones muy someras parece ser una práctica común
durante toda la Edad del Hierro, apareciendo conjuntos
367
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
lares en el Vilot Montagut, en una de las cabañas de Los
Pinos o en yacimientos como La Capellana o Venta de La
Victoria, aunque no siempre existe un criterio unívoco en
torno a una funcionalidad efectiva o respondan más bien a
un carácter simbólico.
Otro conjunto controvertido y que se documenta en
las tres ocupaciones lo constituyen una serie de cantos sin
apenas transformación o mínimamente pulimentados a
modo de “preformas” en fibrolita, sin que sea posible atribuirles una funcionalidad clara, pudiendo corresponder a
fases iniciales de configuración de azuelas.
Figura 8.- Distintos esquemas de explotación observados en los núcleos
de los yacimientos considerados.
El segundo grupo en importancia numérica sería el
de los molinos, aunque se trata de uno de los grupos más
determinantes tanto por las implicaciones económicas en
los modos de producción domésticos como por los modos de adquisición que implica (Risch, R, 1998, Alonso, I.
y Martínez, N. 1999). Realizados preferentemente en rocas
graníticas, el alto grado de fragmentación de estas piezas
hace imposible asegurar a ciencia cierta su tipología. En
el caso de Las Camas, los escasos ejemplares completos o
fragmentos de mayores dimensiones apunta a que se trate
mayoritariamente de molinos barquiformes, mientras que
en La Guirnalda esos tipos serían exclusivos de las fases
más antiguas para posteriormente convivir con molinos de
morfología circular, con una parte inferior fija o “meta” y
una parte superior o “catilus” que giraría sobre la primera.
En el caso de La Gavia conviven ambas morfologías en todas sus fases. Estas tipologías barquiformes, pese a corresponder a fases más antiguas, perduran en reutilizaciones
posteriores como queda de manifiesto en los yacimientos
de Venta de la Victoria, en las cabañas del yacimiento de
Los Pinos o en las de Los Llanos II (Sánchez-Capilla, Mª L.
Calle, J. 1996), donde representan prácticamente la única
evidencia de material lítico. (Fig. 9)
En las tres ocupaciones se han recuperado, aunque en
menor medida, hachas y azuelas pulimentadas elaboradas
tanto en basalto como en fibrolita y con diferentes calidades en los acabados, documentándose desde piezas con
toda la superficie abrasionada o pulimentada hasta piezas
con repiqueteados muy someros presentando únicamente
pulimentada la zona activa del útil. Esta perduración de
hachas de piedra en momentos plenamente metalúrgicos
no resulta un hecho aislado, recuperándose piezas simi-
368
Para finalizar con este apartado, señalar la existencia,
en el caso exclusivamente de La Gavia, de una serie de
bolas o cantos de forma esférica, elaborados en cuarcita
o en granito, sin apenas transformación en el caso de los
primeros, y con un trabajo más intenso de conformación
mediante el repiqueteado y abrasionado de las caras en el
caso de las esferas de granito. Su peso y tamaño resultan
bastante homogéneos, pudiendo establecer tres módulos
tipométricos. Esta estandarización en cuanto a dimensiones y pesos podría indicar que estamos, más que ante
elementos de carácter lúdico, ante determinados elementos contables o ponderales, tratándose por otro lado de
elementos que se documentan prácticamente en todo el
territorio peninsular en este momento cronológico, junto
a tipos similares realizados en barro que presentarían decoración generalmente puntillada y que también se documentan en el caso de La Gavia.
EL CONTEXTO DE LA PRODUCCIÓN
LÍTICA EN EL INTERIOR DE LA MESETA
Pese a que pueden señalarse determinadas diferencias
en los conjuntos líticos correspondientes a las distintas fases documentadas durante la ocupación de La Guirnalda,
Las Camas o La Gavia, los escasos datos con que contamos
resultan coherentes con los obtenidos en otras ocupaciones, tanto en lo relativo a los distintos modos operativos
en los procesos de lascado (González, J. 2001), como a la
coincidencia en los repertorios materiales y los tipos más
significativos (Blasco, C. Carrión, E. y Planas, M. 1998),
constatándose un utillaje similar formal y porcentualmente ya desde los inicios de la Edad del Hierro (Blasco, C.
et alii. 1991) con independencia de la entidad y el tipo de
asentamiento (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996).
Se trata por regla general de cadenas operativas cortas
y expeditivas, aunque las secuencias de lascado parecen
resultar más intensas en los primeros compases de la Edad
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
del Hierro, y que parecen realizarse en su totalidad en el
Finalmente, los útiles más comúnmente documenta-
ámbito del poblado dada la buena presencia de elementos
dos también son coincidentes en las distintas ocupaciones,
corticales y el escaso grado de agotamiento de los núcleos,
compuestos básicamente por lascas simples, denticulados
obteniendo productos de mayor formato y trabajo prefe-
y raspadores, con la paulatina desaparición de los elemen-
rentemente unidireccional (González, J. 2001) que pre-
tos de hoz a partir del Bronce Final, perdurando de manera
sentan de forma casi exclusiva talones no elaborados, así
relativamente frecuente en las ocupaciones de la Primera
como un aumento generalizado en el tamaño de las piezas
Edad del Hierro (Blasco, C.; Carrión, E.; Planas, M.: 1998,
respecto a etapas anteriores, como también se constata en
Olaetxea, C.: 1997), documentándose su presencia en ocu-
el yacimiento de Las Camas o en el yacimiento getafense
paciones como la de Arroyo Culebro, el Camino de las Cár-
de Venta de la Victoria.
cavas (López, L. et alii 1999), el Vilot Montagut (Alonso, N.
Los repertorios materiales conocidos suelen ser bas-
et alii, 2002), la Venta de la Victoria (Blasco, C.; Sánchez
tante similares en cuanto a su representatividad porcen-
Capilla, Mª L.; Calle, J. 1988) o en una de las cabañas de Los
tual, resultando una tónica común el descenso en la pro-
Pinos (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996). Sin embargo, siendo
ducción leptolítica (Blasco, C.; Lucas, R. 2001), de manera
este el útil más característico de este periodo son las lascas
que el índice laminar no llega a superar el 2% del total en la
retocadas las que cuentan con mayor representación por-
mayoría de los casos, unido a su escasa planificación, con
centual, como sucede en la Capellana (Blasco, C.; Baena,
productos de morfologías poco estandarizadas, resultando
J.: 1989), apareciendo también entre los más frecuentes las
un caso extraño y significativo la relativa buena presencia
muescas y denticulados y en menor medida raspadores,
en determinadas ocupaciones de la II Edad del Hierro,
perforadores y elementos de dorso.
como el caso de La Gavia (Morín, J. et alii 2003), donde se
Esta similitud en cuanto a los repertorios se constata
documenta una significativa presencia de soportes lami-
también en los útiles pulimentados, documentándose uti-
nares correspondientes a fases de explotación plenamente
llaje formal y funcionalmente similar en contextos alejados
estandarizadas.
de la geograf ía peninsular, predominando de forma clara
Figura 9.- Material pulimentado: molinos, azuelas y utillaje sobre canto.
369
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
los cantos sin apenas transformación y los molinos de
morfologías variadas, junto a piezas de menor representatividad porcentual pero que son comunes a buen número
de ocupaciones de este periodo como serían los pulidores
o afiladores, molederas o hachas pulimentadas.
La actividad de talla podría responder a acciones individualizadas y circunscritas al entorno doméstico, resultando algo común a la mayoría de los espacios habitacionales,
aunque tampoco puede desecharse la posibilidad de que,
pese a documentarse una significativa presencia de soportes corticales en las estructuras domésticas, el proceso de
talla se realice en otros ámbitos dado el reducido número
de restos así como la casi total ausencia de desechos de talla o fragmentos informes o percutores en algunos de estos
contextos, aprovechando los soportes resultantes de las primeras extracciones, como útiles de menor especificidad.
Por su parte los elementos relacionados con actividades de molienda se localizan tanto en las distintas unidades habitacionales como formado parte de los desechos
que se acumulan en los distintos basureros, de manera que
no podemos hablar de espacios comunales destinados a la
elaboración o transformación de alimentos, sino que parece estar ligado a modos de producción vinculados al marco
de la economía doméstica o familiar.
Podríamos concluir en definitiva que, pese a su carácter minoritario, la industria lítica continuaría desempeñando determinadas funciones en los modos de producción de las comunidades de la Edad del Hierro, pese a que
en estos momentos los recursos pétreos ya han perdido su
preeminencia a la hora de interactuar en el medio o realizar determinadas actividades productivas, adquiriendo en
el caso de la industria tallada un carácter eminentemente
minoritario, pero que sin embargo permanece de forma
más o menos residual circunscrito al núcleo productivo
370
fundamental que representaría la unidad familiar, manteniendo en el caso de las manufacturas pulimentadas
un peso mucho mayor en las actividades subsistenciales,
especialmente en las actividades de molienda, y mostrando un conjunto material relativamente variado y una selección de materias primas más cuidada que en ocasiones
alcanzaría el marco supradoméstico.
La perduración en el caso de la industria tallada podría explicarse tal vez por el hecho de resultar un material
barato y de accesibilidad relativamente fácil, estando circunscrito a actividades sencillas que pueden requerir de la
obtención poco costosa y rápida de piezas de uso y desecho casi inmediato, de escasa especificidad y generalmente
polifuncionales, en un momento de cierta especialización
o reconversión tecnológica que estaría orientada hacia la
manufactura de soportes en los que prima fundamentalmente la inmediatez en la ejecución, presentándose como
una alternativa productiva válida en un momento en que
ya contamos con un metal plenamente operativo y funcional y que puede dar una respuesta óptima para actividades
como el trillado del cereal, en donde el metal no se muestra
igualmente eficiente o como ocasionales herramientas de
corte.
NOTAS AL PIE
1
Para ésto, asignaremos el 0 a los talones corticales, 1 a cualquier
tipo de talón no transformado, 2 para los talones diedros y 3 para
los talones facetados.
2
Dentro del conjunto pulimentado englobamos el material pulimentado en sentido estricto, como molinos o azuelas así como
todo utillaje “pesado” como cantos o molederas que muestran escasas o nulas huellas de transformación por pulimento, pero que
sin duda su localización en el yacimiento es de origen antrópico,
interviniendo en diversas actividades productivas.
CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL
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371
INDUSTRIA LÍTICA DEL
YACIMIENTO DE “LAS CAMAS”
(VILLAVERDE, MADRID)
Germán López López
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 15-01-2009
Aceptado: 30-01-2009
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
LITHIC INDUSTRY OF “LAS CAMAS” SITE (VILLAVERDE, MADRID)
Germán López López
gloplop@et.mde.es
PALABRAS CLAVE: manufacturas líticas; sociedades metalúrgicas; primera Edad del Hierro.
KEYS WORDS: lithic manufactures; metallurgical societies; First Iron Age.
RESUMEN:
La producción lítica del yacimiento de Las Camas representa uno de los mayores conjuntos a nivel peninsular, poniendo de
manifiesto la pervivencia e importancia de las manufacturas líticas en los modos productivos de sociedades plenamente
integradas en los ámbitos metalúrgicos de la Primera Edad del Hierro.
ABSTRACT:
The lithic production of Las Camas’ site represents one of the biggest sets within The Peninsula, showing up the prevalence
and importance of the lithic manufactures in the productive ways of fully integrated societies in the metalurgical fields of
the First Iron Age.
374
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE
“LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
Germán López López
En el transcurso de la excavación se han recuperado
Respecto a la distribución del material por áreas (Fi-
un total de 4161 restos líticos, tanto tallados como puli-
gura 15) no parece que podamos señalar diferencias sig-
mentados, representando el mayor conjunto de industria
nificativas, salvo en el caso del área C, que con tan solo 66
lítica correspondiente a la Primera Edad del Hierro de la
restos hace que los datos observados deban ser tenidos en
Comunidad de Madrid. Hasta el momento, y dada la re-
cuenta con tremenda cautela.
ducida extensión excavada en otros yacimientos del área
Las lascas son el producto mayoritario representando
madrileña de similar cronología, los datos con los que
el 34.65 % del conjunto lítico del área A y el 51.69 % del
contamos para establecer un marco comparativo son real-
área B, mientras que en al área C suponen el 61.19 % del
mente escasos, como podrían representar los 181 restos
material recuperado. La producción laminar es realmente
del Cerro san Antonio (Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, A.
exigua, como parece apreciarse en la evolución de este tipo
1991) o los 25 procedentes del Arroyo Culebro (Blasco, C.;
de soportes a lo largo de la Prehistoria Reciente, de manera
Carrión, E.; Planas, M. 1998), unido esto a un tradicional
que los 25 restos del área A suponen el 1 % del conjunto lí-
desinterés por estos productos, relegándolos a espacios
tico, siendo ligeramente superior el índice laminar del área
marginales de las publicaciones, constituyendo el caso del
B con el 1.51 % de la industria. El único fragmento de hoja
Vilot Montagut (Alonso, N. et alii, 2002) con sus 159 restos
del área C aporta el 1.49 % del conjunto.
líticos, uno de los mejores trabajos desde el punto de vista
Del resto de categorías de la industria los fragmentos
tecnológico para las manufacturas líticas de este periodo a
informes son los más comunes, con el 32.21 % de los casos
nivel peninsular.
en el área A, el 21.42 % en el área B y el 16.42 % en el área
Esta escasez de datos para los primeros compases de la
C. Los núcleos representan con 137 ejemplares el 5.47 % del
Edad del Hierro hace que tengamos que rastrear los modos
área A, mientras que en el área B los 138 núcleos recupe-
operativos desde momentos plenos de la Edad del Bronce,
rados representan el 8.67 % del conjunto lítico. Se han re-
apreciándose en el caso de las Camas una evolución cohe-
cuperado también un número significativo de cantos, 406
rente con las pautas observadas ya desde momentos finales
en el área A y 85 en el área B que representan el 16.23 % y
de las Prehistoria Reciente (Carrión, E. Baena, J. Iniesta, J.
el 5.34 % respectivamente, mientras que los fragmentos de
Blasco, C. 2004 ).
molino aportan el 7.27 % del computo global de la produc-
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
Area A
Num.
Restos
Area B
%
Num.
Restos
Area C
%
Num.
Restos
%
Total
%
Lascas
867
34,65
823
51,69
41
61,19
1731
41,6
Hojas
25
1
24
1,51
1
1,49
50
1,2
Nódulos
64
2,56
40
2,51
0
0
104
2,5
Núcleos
137
5,47
138
8,67
12
17,91
287
6,9
Informes
806
32,21
341
21,42
11
16,42
1158
27,82
Retocado
93
3,72
72
4,52
2
2,98
167
4,01
Canto
406
16,23
85
5,34
1
1,49
492
11,82
Moledera
2
0,08
14
0,88
1
1,49
17
0,41
Molino
182
7,27
102
6,41
0
0
284
6,82
Percutor
9
0,36
10
0,63
0
0
19
0,46
Alisador
3
0,12
8
0,5
0
0
11
0,26
Hacha
0
0
5
0,31
0
0
5
0,12
Otros
1
0,04
2
0,12
0
0
3
0,07
Total
2502
100
1592
100
67
100
4161
100
Tabla 1.- Representatividad porcentual del material lítico, tanto tallado como pulimentado en las distintas áreas de “Las Camas”.
ción lítica del área A y el 6.41 % del área B. Se han recupe-
EL SUMINISTRO DE MATERIAS PRIMAS
rado también aunque en menor número nódulos en bruto,
molederas, percutores, alisadores o fragmentos de hacha,
si bien con valores muy reducidos en el total del conjunto
lítico.
La distribución de la industria de las Camas en las distintas categorías es bastante coincidente con lo observado
en yacimientos próximos, como puede ser el caso del Cerro San Antonio, donde las lascas son también el producto
mayoritario, con porcentajes algo superiores a nuestro yacimiento (70.82%) y un drástico descenso en la producción
de soportes laminares con valores muy similares (1.66 %),
algo que también se observa en yacimientos como el Vilot
Montagut. Así mismo los fragmentos informes son también tremendamente frecuentes, superando el 25 % de los
conjuntos. Sin embargo en el caso de Cerro San Antonio,
los productos configurados por retoque superan de manera significativa, con un 13.26 % de material retocado, a
los útiles recuperados en las Camas, con 93 piezas en el
Respecto a la captación de materias primas, es en general bastante variada, en especial en lo que respecta a las
áreas A y B si bien es cierto que dado lo reducido del repertorio material del área C hace que debamos tomar con
cautela lo exiguo de su registro pétreo.
Se documentan materias primas tanto de origen local
como alóctono, si bien las primeras son las más comunes
en el registro arqueológico.
En todos los casos el sílex es la roca mejor representada
(Figura 1), con valores comprendidos entre el 70 y el 80 %
seguida de la cuarcita y el granito mostrando ambas valores en torno al 9 % del registro lítico. El resto de materiales
aparecen de forma minoritaria, salvo el caso del cuarzo,
que se concentra preferentemente en el área A (9.59 %), de
manera que calizas, fibrolita, ópalos, pizarras, silimanita o
basalto no superen en 1 % del cómputo global.
área A (3.72 %) y 72 en el área B (4.52 %) mientras que los
La totalidad del sílex es aparentemente de origen local
dos restos retocados del área C representan el 2.98 % de la
(Tabla 1), abundando los tipos de calidad baja, con grano
industria.
medio o grueso, presentando en ocasiones alto grado de
alteración, por lo que es frecuente encontrar materiales
patinados o rodados. Se trata de una captación poco selec-
376
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
Área A- Materias Primas-
Arenisca
Cuarcita
Cuarzo
Caliza
Fibrolita
Granito
Opalo
Pizarra
empleados no superan en términos generales el 16 % del
total de las materias primas empleadas, apareciendo una
amplia representatividad de rocas talladas pero en porcentajes realmente bajos, de manera que tan solo 6 tipos concretos de sílex superen el 5% del material tallado.
Sílex
Silimanita
Basalto
Otros
Área B- Materias Primas-
Arenisca
Cuarcita
Cuarzo
Caliza
Área C- Materias Primas-
LA PRODUCCION DE SOPORTES
Si analizamos la presencia de córtex en los productos
Fibrolita
Granito
Opalo
de lascado mayoritarios, es decir, las lascas, lo primero que
Pizarra
Sílex
tan restos de córtex en mayor o menor medida (Figura 3).
Silimanita
Basalto
Si bien las lascas totalmente internas o de grado 3 son las
llama la atención es el alto grado de soportes que presen-
Otros
mayoritarias en términos generales en las tres áreas, su pre-
Arenisca
sencia es bastante reducida en términos generales, sin llegar
Cuarcita
Cuarzo
Caliza
Fibrolita
Granito
Opalo
Pizarra
Sílex
Silimanita
Basalto
Otros
Figura 1.- Distribución de las distintas materias primas por áreas.
a superar el 40 % del total de los soportes, de manera que las
lascas de categoría 2C (las que presentan menos de un tercio
del anverso con restos corticales) suponen prácticamente
un tercio del total de los productos lascados seguido por las
de categoría 2B (entre uno y dos tercios de superficie cortical), mientras que los soportes enteramente corticales se
concentran en torno al 10% del total salvo en el caso del área
C donde alcanzan porcentajes que superan el 17 % siendo
esta categoría mejor representada tras las lascas totalmente
internas, por delante de las de grado 2A, 2B y 2 C.
tiva, con desplazamientos cortos y baja inversión energética, con un alto grado de reciclaje de materiales procedentes de momentos anteriores captados en niveles próximos
de terrazas.
Si discriminamos la presencia cortical en función de las
principales materias primas, el panorama no cambia radicalmente en lo tocante a las lascas de sílex, es decir, predominio matizado de soportes de grado 3 seguido por los
Centrándonos exclusivamente en el material tallado, el
de categoría 2C y 2B con valores bastante parejos en las de
sílex continúa siendo como es lógico el material más em-
grado 2C y las totalmente corticales, mientras que en los
pleado (Figura 2), dado el alto grado de accesibilidad a esta
soportes de cuarcita las lascas de primer grado se dispa-
roca en el entorno inmediato, aunque también se emplean
ran en todas las áreas, siendo las mejor representadas con
de forma minoritaria productos como la cuarcita, la caliza
valores que rondan el 30 % de los casos, mientras que las
o el ópalo, si bien de manera minoritaria, sin llegar a repre-
de tercer orden aparecen siempre en menor medida que
sentar el 2 % de la producción tallada.
las de grado 2C y con valores muy próximos a las de grado
No parece que varíe sustancialmente la representatividad del sílex si lo desglosamos por áreas o si lo valoramos
2B, siendo tan solo más frecuentes de formas clara que las
lascas de categoría 2C.
en términos generales, de manera que los más empleados
A partir de estos datos podemos apuntar dos rasgos
son siempre los mismos tipos (tipos 5 y 7) y no precisa-
fundamentales, en primer lugar, estaríamos ante secuen-
mente por la buena calidad de alguno de ellos, por lo que
cias de lascado bastante cortas, sobre todo en el caso de las
parece primar más la inmediatez y la fácil accesibilidad
lascas de cuarcita, en las que la poca intensidad en los pro-
que la calidad de la materia prima.
cesos de reducción generarían un escaso número de lascas
Por otro lado, no parece que el grueso de la producción
totalmente desprovistas de córtex.
se concentre de forma clara en uno o dos tipos concretos
Por otro lado, dicha secuencia parece tener origen en
como parece suceder en etapas anteriores en las que prima
el propio lugar de ocupación, sin que se produzca un
más la calidad de las rocas captadas, sino que los tipos más
descortezado previo de los nódulos, abandonándose los
377
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
TIPO
COLOR
TRANSPARENCIA
S1
Blanco
Opaco
Fino
S2
Blanco
Traslúcido
Fino
S3
Blanco
Opaco
Grueso
S4
Blanco
Traslúcido
Grueso
S5
Gris
Opaco
Fino
Puede tener motas
TT
S6
Gris
Traslúcido
Fino
Puede tener motas
blancas
S7
Gris
Opaco
S8
Negro
Opaco
Fino
S9
Gris claro
Traslúcido
Fino
Motas gruesas gris
oscuro
S10
Gris verdoso
Traslúcido/opaco
Fino
Alguna
blanca
S11
Gris oscuro
Traslúcido
Fino/medio
Motas blancas de
tendencia gruesa
S12
Verde claro
Traslúcido
Fino
Motas blancas de
tendencia gruesa
S13
Marrón claro
melado
Traslúcido
Fino
Motas blancas
S14
Marrón oscuro
Traslúcido
Fino
Motas blancas
S15
Marrón oscuro
Opaco
Fino
Motas blancas
S16
Granate
Opaco
Fino
Motas blancas
S17
Marrón claro
Opaco
Fino
Escasas motas
S18
Amarillo
Opaco
Fino
S19
Marrón oscuro
Opaco
G r u e s o / mu y
grueso
S20
Marrón claro
terroso
Opaco
Medio/grueso
S21
Rosa
Opaco
Fino/medio
C1
Marrón
Opaco
Medio/grueso
C2
Blanco
Opaco
Medio/grueso
INCLUSIONES
OBSERVACIONES
Puede tener
inclusiones
blancas
Medio/Grueso
C3
Rosa/anaranjado
Opaco
Medio/grueso
C4
Grisáceo
Opaco
Medio/grueso
Tabla 2.- Descripción de los distintos tipos de sílex y cuarcita.
378
GRANO
Tipo Corneja
motita
Perales
Aspecto grumoso
Pocas motas
gruesas
Arenoso
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
remos más claramente analizando las relaciones que se
dan entre los grados de anverso, o número de negativos
de extracciones que presentan, y los grados de talón, atribuyendo un cero a los talones corticales, 1 al resto de los
talones no elaborados, 2 para los talones diedros y 3 para
Materias primas: Industria tallada
25
20
15
Área A
los facetados (Figura 4).
Área B
Área C
10
5
Córtex.-Categoría por áreas60
0
C1
C2
C3
C4
CU S1
S2
S3
S4
S5
S6
S7
S8
S9
S10 S11
S12 S13 S14
S15
S16 S17 S18
S19
S20 S21 SI
OP
50
Otros
40
Materias primas: Industria tallada.
18
30
16
20
14
Área A
Área B
Área C
Total
10
12
0
10
1
8
2A
2B
2C
3
6
4
Área A: Categoría del cortex por materias primas
2
0
C1
C2
C3
C4
CU
S1
S2
S3
S4
S5
S6
S7
S8
S9
S10
S11
S12
S13
S14
S15
S16
S17
S18
S19
S20
S21
SI
OP
Otros
Figura 2.- Industria lítica tallada: materias primas por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior).
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
entorno inmediato con desplazamientos muy cortos para
En cuánto a la situación del córtex, se localiza preferentemente en extremos distales tanto en los productos del
área A como en los del área B, mientras que en el área C
los soportes conservan restos corticales preferentemente
en la zona proximal, si bien el alto grado de presencia de
Cuarcita
1
desechos corticales en el entorno habitacional, lo que resulta lógico si asumimos que la captación se realiza en un
el aprovisionamiento.
Sílex
2A
2B
2C
3
Área B: Categoría del cortex por materias primas
40
35
30
25
20
15
10
5
0
Sílex
Cuarcita
1
córtex o pátinas en general en las tres áreas hace que las
2A
2B
2C
3
diferencias porcentuales en la dispersión en el anverso de
Total ascas: Categoría del córtex por materias primas
la pieza no sean realmente significativas.
40
Dichas localizaciones están originadas por direcciones
35
de trabajo preferentemente paralelas al eje de lascado, de
30
manera que las lascas en las que predominan direcciones
25
20
Sílex
transversales son más escasas mientras que las direccio-
15
Cuarcita
nes perpendiculares resultan prácticamente ausentes. Se
10
trata por lo general de soportes unidireccionales o bidireccionales, mientras que los productos unidireccionales o
5
0
1
2A
2B
2C
3
bidireccionales bipolares son minoritarios al igual que los
multidireccionales.
Como hemos señalado anteriormente, estamos ante
secuencias de reducción relativamente cortas, como ve-
Figura 3.- Categoría de córtex. total, por áreas y por materias primas y
áreas.
379
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
AREA A
RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE SÍLEX
0
1
2
3
4
5
6
7
0
3,68
7,7
10,68
4,73
0,87
0
0
0
1
2,8
13,31
26,97
19,09
5,43
0,87
0
0
2
0,17
0,52
1,75
1,05
0,35
0
0
0
AREA A
RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE CUARCITA
0
1
2
3
4
5
6
7
0
8,33
16,67
16,67
0
0
0
0
0
1
8,33
16,67
16,67
16,67
0
0
0
0
2
0
0
0
0
0
0
0
0
AREA B
RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE SÍLEX
0
1
2
3
4
5
6
7
0
3,92
9,8
9,8
5,35
0,53
0,36
0
0
1
3,74
10,69
24,78
15,51
6,42
1,6
0,89
0,53
2
0,36
0,71
3,03
1,78
0
1,78
0
0
AREA B
RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE CUARCITA
0
1
2
3
4
5
6
7
0
18,18
4,54
9,09
4,54
4,54
0
0
0
1
18,18
4,54
22,73
9,09
4,54
0
0
0
2
0
0
0
0
0
0
0
0
AREA C
RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS
0
1
2
3
4
5
6
7
0
12,5
12,5
0
0
0
0
0
0
1
0
9,37
31,25
12,5
12,5
3,12
0
0
2
0
3,12
0
3,12
0
0
0
0
Figura 4.- Relación existente entre los grados de talón y de anverso, desglosado por áreas y por el tipo de materia prima en que se manufactura el soporte.
En el caso de las lascas de sílex, en todas las áreas predominan las relaciones de grados medios de talón con grados medios/bajos de anverso, de manera que las más frecuentes son las relaciones 1-1, 1-2 y 1-3, si bien en el caso
del área B y en cierta medida en el área C aunque no de
forma tan clara, pueden observarse secuencias de lascado
algo más largas aunque sin mostrar valores porcentuales
muy elevados, de manera que podemos encontrar soportes que presenta 5, 6 y hasta 7 extracciones en su anverso.
Los grados bajos de talón son más frecuentes que los
grados altos y se relacionan con grados medios o medios/
bajos de anverso en el caso de las áreas A y B, mientras
380
que en el área C únicamente aparecen asociados a anversos con grado bajo. Los grados altos de talón si bien son
muy escasos se asocian mayoritariamente a grados de anverso medios (grados 2 y 3) siendo escasas las asociaciones
a grados 0 y 1 e inexistentes las asociaciones a grados altos,
de 4 extracciones en adelante, salvo en el caso del área B,
que como habíamos señalado parece mostrar secuencias
de lascado algo más largas, aunque la presencia de coincidencias de grados altos de anverso y talón sea prácticamente testimonial con un 1.78 % de casos.
En lo referente a las lascas de cuarcita, si bien también
son frecuentes las relaciones entre grados medios de talón
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
en ningún caso lleguen a superar el 5% del cómputo general
de talones, mientras que los facetados no aparecen en ningún caso, tendencia que empieza a ser una constante en los
yacimientos del área madrileña desde el Bronce Final.
En el caso de las lascas de cuarcita, tan solo contamos
con talones no elaborados, reduciéndose además los tipos representados, de forma que desaparecen los talones
diedros y puntiformes, mientras que los filiformes únicamente se documentan en el área A. Respecto al resto, los
lisos son los mejor representados en el área B, superando
ligeramente el 35 % seguido por los corticales y las lascas
sin talón con el 25 % de los casos de forma que los talones
rotos son los menos frecuentes sin alcanzar el 15 % los talones recuperados. En el caso del área A son sin embargo
las lascas sin talón las más frecuentes con casi el 35 % de
los soportes mientras que los talones lisos serían los peor
documentados a excepción de la reducidísima muestra de
talones filiformes con algo más del 16 % de los casos, por
detrás de los talones rotos (algo menos del 25 %) y los corticales (algo más del 20 %).
En cuánto al ángulo de lascado, la curva que presenta el gráfico resulta homogénea y coherente con lo que
so
r
ifo
nt
Pu
e
m
o
Li
id
e
rm
fo
Su
pr
im
li
Fi
Ro
to
dr
o
D
Co
ie
rt
ic
al
Sílex
Cuarcita
Total
n
Si
ló
Ta
n
Área B- Tipos de Talón por Materias Primas50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
Li
so
e
m
or
tif
n
Pu
o
e
m
id
r
fo
Su
pr
im
dr
o
ie
D
li
Fi
Ro
to
Sílex
Cuarcita
Total
ic
al
En lo tocante a los extremos proximales (Figura 5), las
diferencias no son significativas en cuánto a su representatividad en términos generales entre las distintas áreas. En
todos los casos predominan los talones no elaborados con
un predominio abrumador de los talones lisos, estando en
las tres áreas entre el 40 y el 50 %, siendo los corticales los
segundos más frecuentes entre los reconocibles, con valores entre el 20 y el 25 %, valores bastante similares a los
que se aprecian en lascas con talones rotos o sin talón. Del
resto de los talones no transformados, ya sean filiformes o
puntiformes, su presencia es meramente testimonial, de lo
que puede deducirse un escaso empleo de técnicas de lascado por percusión indirecta o mediante percutores de alta
elasticidad. Otro tanto sucede con los talones elaborados,
representados exclusivamente por talones diedros sin que
50
45
40
35
30
25
20
15
10
5
0
rt
Esta escasez de lascas con grados altos de anversos y la
buena presencia de grados bajos tanto de talón como de
anverso apuntan nuevamente al igual que la presencia de
córtex, a secuencias poco intensas y que tienen su origen
en el propio yacimiento, sobre todo en el caso de las producciones en cuarcita.
Córtex.-Categoría por áreas-
Co
y de anverso, son casi igual de frecuentes las asociaciones
entre grados bajos de talón y anverso y grados bajos de talón con grados bajos de anverso, permaneciendo ausentes
los grados altos de anverso siendo igualmente inexistentes
los talones de grado alto.
n
Si
ló
Ta
n
Área C- Tipos de Talón60
50
40
30
20
10
0
Cortical
Diedro
Filiforme
Liso
Puntiforme
Roto
Suprimido
Sin Talón
Figura 5.- Tipos de talones en las lascas, por áreas y por tipos de materias
primas de los soportes.
se aprecia en las producciones de la Prehistoria Reciente
(Figura 6), con relaciones angulares comprendidas entre
los 70 y 90 grados pero especialmente entre el intervalo
86-90 grados, diagrama que resulta bastante coincidente
con lo que se aprecia si desglosamos los ángulos de despegue por áreas, en el caso de la A y la B, mientras que en
el área C predominan relaciones angulares algo más bajas,
predominando el intervalo comprendido entre los 71-75
grados.
Respecto a la producción de soportes laminares (Láminas 8, 9 y 10), una de las principales característica, como
indicamos anteriormente, es la escasez de dichos productos que en el mejor de los casos apenas supera el 1.5 % del
total de la industria.
Se trata de una explotación somera y expeditiva con
una nula planificación y una configuración mínima de las
bases explotadas. Da la sensación de que la totalidad del
proceso de laminado se realice en el interior del yacimiento, como se desprendería del buen número de hojas que
381
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
Ángulo de lascado- Lascas30
25
20
Área A
Área B
Área C
15
10
5
20
3
0
-1
6-
1
6
11
12
11
0
0
-9
86
6-
0
10
-8
76
96
-1
00
0
0
-6
56
-7
0
-5
46
66
M
en
o
s4
0
0
Ángulo de lascado- Lascas18
16
14
12
10
8
6
4
2
11
5
5 0
11 12 12
1- 16- 211
1
12
613
0
611
0
5
5
0 5 0 5
0
5 0
5 0
-5 -6 -6 -7 -7 -8 -8 -9 -9 10 10
51 56 61 66 71 76 81 86 91 96- 011
10
46
-5
0
0
40 -45
os 41
en
M
Figura 6.- Ángulo de lascado por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior).
Lámina 1.- SOportes laminares correspondientes a las primeras fases de
producción.
Lámina 3- Soportes laminares procedentes de las áreas A y B.
presentan restos corticales, principalmente en el área B,
dónde los productos totalmente internos solamente representan el 50 % de la industria laminada, mientras que en
área A, si bien hay un buen porcentaje de restos corticales,
las hojas de tercer orden superan ligerísimamente el 70 %
Lámina 2.- Soportes laminares procedentes de las áreas A y B.
382
de los productos laminares.
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
El desglose de estos productos en función de las determinadas fases de explotación, parece denotar secuencias
cortas de laminado, sin que se aprecien diferencias significativas en la intensidad de dichas fases en las distintas
áreas, de tal modo que la fase de captación, representada
por soportes con alto grado de presencia de córtex en sus
anversos, aportaría en torno al 10 % de los productos en
ambas áreas, mientras que las fases de explotación iniciales,
que mostraría filos irregulares y aristas divergentes, compondrían el grueso de la explotación laminar con entre un
60 y un 67 % aproximadamente, de modo que los productos
plenamente regularizados y estandarizados correspondientes a fases plenas de explotación, no alcanzaría en el mejor
de los casos el 30 % del total de soportes laminares.
Otro factor que apuntaría a una producción poco
planificada y estandarizada sería la práctica ausencia de
subproductos o desechos de talla vinculados a secuencias
de explotación intensivas en la producción laminar, como
serían los flancos de núcleo o las tabletas de reavivado, de
las que tan solo se han recuperado dos ejemplares en el
área B, de dónde también procede la única semiarista o lámina en cresta recuperada, producto éste relacionado con
la primera configuración de los núcleos previa a la explotación sistemática, lo que reforzaría la visión de una cadena
operativa laminar realizada íntegramente en el interior del
poblado.
Se trataría en general de soportes de secciones prismáticas o trapezoidales en todas las áreas, especialmente
en el área B, pero no obstante, las secciones triangulares
también aparecen muy bien representadas, sobre todo en
el caso del área A en la que superan el 40 % de este tipo de
productos. Estas secciones triangulares suelen estar vinculadas a fases iniciales de explotación ya que no requieren
una regularización o conformación del núcleo tan elaborada que permita la extracción de soportes con morfologías
más estandarizadas, de forma que podemos obtener hojas
de sección triangular de manera más oportunista aprovechando aristas naturales de nos nódulos con unas configuraciones mínimas para adaptar la curvatura y rectitud de
los productos.
mm. no apareciendo sin embargo productos con anchuras
inferiores a los 11 mm. que si se documentan en el área B.
En el caso del área B, las dispersiones de las anchuras de
los soportes no resulta tan homogénea, concentrándose
principalmente en los intervalos 16-20 mm. con algo más
del 30 % de los casos y en el de 26-30 mm. con algo más
del 20 % de los soportes, apareciendo hojas con mayor anchura con relativa mayor frecuencia que en el área A, sin
que en ninguno de los dos casos los productos laminares
lleguen a superar los 40 mm. de anchura máxima.
En el caso de grosor de estos soportes, en el área A se
concentran prioritariamente en el intervalo 5-6 mm. con
más del 35 % de los casos apareciendo también bien representados los intervalos 7-8 mm. y 9-10 mm. mientras que
las hojas de mayor grosor están prácticamente ausentes de
forma que no aparecen soportes de más de 18 mm. de espesor. En el caso del área B es aún más clara la concentración de productos en el margen de los 5-6 mm. en torno al
38 % de los casos y muy por encima del resto de intervalos,
y a diferencia de lo que sucede en el área A, los soportes
espesos se encuentran bien representados de forma que el
intervalo 13-14 mm. es el segundo más frecuente en torno
al 17 % del total, apareciendo hojas con una anchura máxima de 24 mm. A partir de estos datos, podríamos inferir
Anchura soportes laminares
60
50
40
Área A
Área B
30
20
10
0
6-10
11-15
16-20
21-25
26-30
31-35
36-40
Espesor soportes laminares
40
35
30
25
Área A
Área B
20
15
10
5
-2
4
2
-2
21
23
8
-1
16
19
-2
0
17
-1
4
-1
2
15
-
13
11
910
78
56
0
34
Resulta dif ícil establecer generalidades de carácter tipométrico respecto a este tipo de productos dado el alto
grado de fracturación que presenta la muestra (Figura
7), siendo muy escasos los ejemplares que se conservan
completos. En cuanto a sus anchuras, en el caso del área
A parece darse una mayor concentración en unos valores
concretos, de manera que más de la mitad de los soportes
se localizarían en el intervalo comprendido entre 16 y 20
Figura 7.- Tipometría de los soportes laminares. Anchura (gráfico superior) y grosor (gráfico inferior).
383
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
20
Área A
Área B
15
Total
10
5
-1
05
10
1
-1
00
96
91
-9
5
5
90
86
-
-8
5
-7
81
71
76
-8
0
61
-
66
-7
0
65
0
Figura 8.- Ángulo de lascado en soportes laminares desglosado por
áreas.
Hojas: Ángulo de lascado
70
60
50
40
Área A
30
Área B
20
10
ángulos altos como los bajos, que si aparecen con mayor
frecuencia en el área B, mostrando una curva más irregular siendo el ángulo de lascado prioritario el comprendido
entre los 86 y 90 grados.
Si
n
Ta
ló
n
Ro
to
Pu
nt
ifo
rm
e
so
m
or
Li
ro
lif
Fi
e
0
D
ie
d
Los ángulos de lascado de este tipo de soportes son
sensiblemente más bajos en el caso del área A (Figura 8),
con relaciones angulares concentradas preferentemente
entre los 76 y 85 grados, siendo menos frecuentes tanto los
25
al
rotos o puntiformes, que se documentan exclusivamente
en este área, mientras que los filiformes únicamente aparecen en el área B (en torno al 9 % del total). Los únicos
talones transformados, al igual que sucedía en el caso de
las lascas son los diedros, estando en ambas áreas en torno
al 5 % del total de los casos, sin que en ningún momento se
documenten talones facetados coincidiendo con la tónica
general de las distintas ocupaciones de momentos finales
de la Prehistoria Reciente.
30
ic
Respecto a los talones, al igual que sucede con las lascas, son los no elaborados los más frecuentes (Figura 9),
sobre todo en el caso del área A donde supera el 60 % del
total de los talones, seguido de las hojas sin talón, que en
el caso del área B aparecen tan bien representados como
los talones lisos, superando ambos ligeramente el 33 % del
total. Los talones corticales son los terceros mejor documentados en el área B, con valores en torno al 18 % mientras que este mismo tipo de talones rondan el 5 % en el
área A, valores similares en los que aparecen los talones
Hojas: Ángulo de lascado
Co
rt
la producción en el área B de productos de mayor tamaño,
dado que en términos generales se localizan fragmentos de
hoja de mayor anchura y espesor.
Hojas: Tipos de talón
60
ya parece intuirse en ciertas ocupaciones del Bronce Final.
En lo tocante a las materias primas no parece que exista
ninguna correlación entre ciertos tipos de sílex y el proceso
de laminación, si bien lo reducido de la muestra hace que
estas afirmaciones deban tomarse con ciertas reservas.
384
50
40
30
20
10
Ta
ló
n
n
Si
Ro
to
e
e
so
m
or
Pu
nt
ifo
rm
lif
Fi
Li
ro
D
ie
d
ic
al
0
Co
rt
Es también interesante destacar la abundancia de talones recuperados, de forma que, a diferencia de lo que parece ocurrir en otros periodos en los que resulta abrumadora
la presencia de fragmentos mesiales, en el caso de Las Camas aparece un significativo número de fragmentos proximales, que en algunos casos parecen fracturados intencionalmente, sin que se documente un número significativo
de fragmentos mesiales resultantes de dicha fracturación,
si bien es cierto que se recuperan en cierta medida, pero
en un número mucho menor del que le correspondería a
partir de los talones conservados, por lo que podría darse
el caso de que se este produciendo la exportación de dichos
productos a otros ámbitos de utilización y consumo, como
Figura 9.- Tipos de talón en los soprtes laminares, desglose por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior).
En primer lugar habría que destacar la escasa selección
en lo referente a las rocas talladas, ya que prácticamente la
totalidad de los tipos de sílex empleados en la producción
general se emplean en la elaboración de soportes laminares, llegándose a emplear la cuarcita para la manufactura
de dichos productos.
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
Las materias primas empleadas de forma mayoritaria
en la laminación son también las más comunes en la elaboración de lascas, es decir, los tipos 5, 7 y 11, por lo que
no parece que se busque expresamente un tipo concreto
con mejor calidad y aptitud para la laminación, empleándose también tipos como el caso del número 7, de muy
baja calidad.
Lo que si parece observarse es la mayor frecuencia en la
aparición de materias primas en según que áreas, de forma
que en el área A es el tipo 11 con el 20 % del total de hojas el
sílex más empleado, mientras que en el área B no tiene una
representatividad significativa, siendo el tipo 5 el más frecuente, en torno al 17 % del total de soportes seguido por
los tipos 7 y 11 con valores en torno al 13 % de los casos.
Así mismo hay una serie de materias primas que se documentan en un área y no en la otra, de modo que hasta seis
tipos distintos de sílex (tipos 3, 6, 9, 13, 20 y 21) se emplean
en la producción leptolítica del área A mientras que otros
tantos (tipos 7, 12, 15, 18, 19 y cuarcita) se emplean de forma exclusiva en el área B en mayor o menor medida.
Núcleos- Morfología50
45
40
35
30
Área A
Área B
Área C
25
20
15
10
5
0
Discoide
Prismático 1 Prismático 2 Prismático 3 Prismático 4
Poliédrico
Tipos de núcleo
120
100
80
Lascas
60
Mixtos
Hojas
40
20
0
Área A
Área B
Área C
NÚCLEOS
Respecto a la morfología de los núcleos recuperados, en
las tres áreas predominan de forma abrumadora las bases
prismáticas (figura 10), siendo de entre estas las que presentan dos planos de golpeo las mayoritarias con valores comprendidos entre el casi 40 % del área A y en torno al 45 % del
área B, seguidas por las que presentan una única superficie
de golpeo en el caso de las áreas A y B, mientras que en
área C son las que cuentan con tres superficies de golpeo las
que ocupan el segundo lugar. Los núcleos prismáticos con
cuatro plataformas son prácticamente inexistentes, no documentándose de hecho ninguno en el área C y sin alcanzar
el 4 % en el mejor de los casos en las dos áreas restantes.
Los núcleos discoides son el cuarto tipo más frecuente,
con valores entre el 10 y el 13 % del total y por delante de
los núcleos poliédricos, entre el 5 y el 8 %, salvo en el caso
del área C en donde ambos tipos muestran valores similares próximos al 16 % del total de núcleos recuperados.
Respecto a los productos obtenidos, en su inmensa mayoría han sido lascas, sobre todo en el área A, donde aparecen de manera testimonial núcleos mixtos y de hojas, y
en el área B, donde los de hojas permanecen ausentes y tan
solo aparece un ínfimo porcentaje de núcleos mixtos. Es el
área C la que aporta un mayor número de núcleos destinados a la producción de hojas así como soportes mixtos. Sin
Figura 10.- Morfología de los distintos núcleos (gráfico superior) y tipo
en función del soporte producido (gráfico inferior).
embargo las características de dichos núcleos hacen dudar
de su empleo en la producción laminar en momentos de la
Primera Edad del Hierro.
Por un lado, se trata en muchos casos de núcleos que
presentan fuertes pátinas que son posteriormente rotas
por extracciones frescas destinadas a la obtención de lascas, por lo que muy probablemente sean núcleos reciclados
de niveles de terrazas o de un entorno próximo como cualquier otro nódulo destinados a la producción de lascas.
Tampoco resulta coherente el número de estos núcleos
recuperados con el exiguo registro laminar documentado
en cualquiera de las tres áreas. Así mismo, a partir de lo
observado en los negativos de los núcleos documentados,
no resulta coincidente la morfología de las láminas recuperadas. Como señalamos anteriormente, los productos
laminares de las Camas son principalmente fruto de las
primeras fases de explotación, con aristas y filos divergentes, así como grosores más irregulares, mientras que los
negativos apuntan a la obtención de soportes bastante estandarizados, muy homogéneos en cuanto a la rectitud de
sus filos, con grosores muy regulares y de buen tamaño,
385
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
dando la apariencia en muchos de los casos de haber sido
obtenidos mediante presión. Junto a esto, la mayoría de los
núcleos de láminas presentan en sus plataformas de percusión pequeñas extracciones perpendiculares a la cara de
lascado, con la intención de modificar la relación angular
Grado de las superficies de trabajo
30
25
20
entre ambas superficies. Estas extracciones generarían talones facetados que no se documentan en ninguno de los
soportes laminares de las Camas y en muy escasa medida
en los del Bronce Final en general, siendo más frecuentes
en momentos calcolíticos, por lo que su incorporación al
registro material de las Camas parece más relacionado con
15
10
5
0
Gr
o
ad
1
ad
Gr
o2
ad
Gr
o3
ad
Gr
o4
Gr
ad
o5
ad
Gr
o6
ad
Gr
o7
ad
Gr
o8
ad
Gr
o9
0
Gr
ad
o1
el reciclaje de este tipo de bases.
En lo referente a las materias primas el empleo del sílex
resulta abrumador, mostrando la misma escasa selección
Número total de extracciones
que en el resto de productos, de manera que todos los nú20
cleos del área C aparecen manufacturados en esta materia
prima, mientras que en las áreas A y B los núcleos en cuarcita no alcanzan el 3 y el 7 % respectivamente. Tipométricamente se trata de núcleos de grandes proporciones,
sobre todo en el caso de los núcleos en cuarcita, de forma
que los escasísimos núcleos que no alcanzan los 50 mm. de
largo están todos realizados en sílex.
Las superficies de golpeo son en su inmensa mayoría
18
16
14
12
10
8
6
4
2
0
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
planas con más del 80 % de los casos, preferentemente monoplano con algo más del 60 % de las superficies de golpeo
planas. Del resto de superficies, su representatividad es muy
reducida, siendo las convexas poliplano las más frecuentes
Figura 12.- Grados o número total de extracciones en las superficies de
golpeo (gráfico superior) y número total de extracciones en las ditintas
bases (gráfico inferior).
sin llegar al 10 % mientras que las ecuatoriales poliplano,
generalmente asociadas a núcleos discoides, apenas supe-
Este grado bajo en las superficies de trabajo esta direc-
ran el 5 % siendo testimonial la presencia de superficies
tamente relacionado con la escasa presencia de giros para-
convexas monoplano o cóncavas monoplano, sumando en-
lelos al eje de más de 90 grados, que no alcanzan el 25 % de
tre ambas el 3 % del total de superficies de golpeo.
los giros (Figura 11). El resto de giros paralelos se mueve
Muestran en general un grado de agotamiento bastante
entre los márgenes del 15 % para los giros próximos a 180
bajo (Figura 12), produciéndose su abandono tras pocas
grados y los menos frecuentes, en torno a los 360 grados,
extracciones, sobre todo en el caso de la cuarcita. De este
que estarían relacionados con grados altos de trabajo y re-
modo, las superficies de trabajo con una sola extracción
presentan algo más del 6 % del total de los giros. Los más
son las mas frecuentes con más de un cuarto del total, se-
comunes son por tanto los giros perpendiculares al eje,
guidas por las de de grado 2 y las que muestran 3 negati-
cortos preferentemente, siendo los giros perpendiculares
vos, en torno al 21 % de los casos. Las superficies de tra-
de 90 grados los más comunes con casi el 35 % del total de
bajo que muestran más de 5 extracciones no alcanzan en
casos, lo que nos estaría indicando cambios relativamente
ningún caso del 10 % del total estando las superficies con
frecuentes en las superficies de golpeo. De este modo, los
más de 6 negativos por debajo del 4 % de los casos. De este
núcleos con tres giros son claramente los más comunes
modo, el número total de extracciones es igualmente redu-
con más del 36 % del total muy por delante de los núcleos
cido, predominando los núcleos con un total de 6, que no
con uno y 2 giros con algo más del 20 % en ambos casos,
alcanzan el 18 % seguido de las que muestran un total de 7,
de forma que los núcleos con más giros no sumarían ni el
5 y 4 extracciones, de manera que los grados altos, por en-
10 % del total, y estarían vinculados a bases en sílex con
cima de los 8 negativos no supera el 11 % de los núcleos.
secuencias de reducción algo más largas.
386
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
del total, salvo en el caso del retoque alterno en el área A,
que alcanza casi el 13 %, por delante del mixto y el bifacial.
Amplitud de los giros
Pese a la buena presencia de piezas denticuladas, la dirección predominante del retoque es la continua con casi el
70 % del total.
40
35
30
25
20
15
10
5
0
PP-180
PP-90
PRL-180
PRL-270
PRL-360
PRL-90
Los tipos mejor representados, junto a las lascas retocadas que en el caso del área A es el tipo más común, son
los tradicionalmente considerados como “arcaizantes” o
útiles de sustrato (Figura 14) y que nunca faltan en las ocupaciones postpaleolíticas. La industria de las Camas esta
compuesta en su inmensa mayoría por muescas, denticulados y raspadores, apareciendo también de forma minoritaria, con valores entre el 1 y el 4 % perforadores, piezas
astilladas, lascas de dorso abatido y hojas retocadas. Junto
a estas piezas aparece un porcentaje bastante significativo
de dientes de hoz de distintas morfologías, que sin embargo únicamente se registran en el área A.
Número de giros por núcleo
40
35
30
25
20
15
10
5
0
0 Giros
1 Giro
2 Giros
3 Giros
4 Giros
5 Giros
Se trata en general de un repertorio tipológico relativamente reducido, con una escasa selección de la materia
prima como demuestra el elevado número de tipos distintos de sílex o de cuarcita empleados, si bien es cierto que
un buen número de piezas se manufactura en rocas de relativa buena calidad.
6 Giros
7 Giros
Figura 11.- Amplitud de los giros en las bases negativas (gráfico superior)
y número de giros por núcleo (gráfico inferior).
EL MATERIAL RETOCADO
La representación porcentual del material retocado es
relativamente importante si bien en términos generales
es algo menor que en momentos previos, confirmando el
paulatino descenso durante el transcurso de la Prehistoria
Reciente.
La incidencia del retoque (Figura 13) es en la mayoría
de los casos simple, entre el 40 y el 50 % de las ocasiones
según las distintas áreas, el retoque oblicuo es el segundo
más común por delante del retoque abrupto, que se encuentra situado tanto en el área A como en la B en torno al
20 % quedando la incidencia plana prácticamente desaparecida, documentada únicamente en el área B con el 1.39
% de las ocasiones.
La dirección es fundamentalmente directa, de forma
más clara en el área B muy por delante del inverso que se
mantiene entre el 23 y el 27 %. El resto de las direcciones
se documentan en muy escasa medida, entre el 4 y el 10 %
En general podemos decir que se trata de un momento de cierta “regresión” tipológica, con predominio de un
utillaje poco específico, de manufactura uso y abandono
inmediato.
EL MATERIAL PULIMENTADO
La industria pulimentada no difiere sustancialmente de
la recuperada en yacimientos próximos de similar cronología, la mayoría esta compuesta por molinos realizados en su
práctica totalidad en granito, salvo muy escasas excepciones en que se emplea arenisca. El alto grado de fracturación
hace que sea prácticamente imposible reconstruir su morfología, si bien en función de los paralelos documentados y
de los escasos ejemplares completos o de mayores dimensiones, apunta a que se trate mayoritariamente de molinos
barquiformes, similares a los recuperados en la Venta de la
Victoria, en las cabañas del yacimiento de Los Pinos o en
las de Los Llanos II (Sánchez-Capilla, Mª L. Calle, J. 1996),
donde representa prácticamente la única evidencia de material lítico, a diferencia de los que se observan en momentos
avanzados de la Edad del Hierro, como en el caso de la Gavia, donde se documentan molinos circulares con una parte
inferior fija y otra superior que giraría sobre la primera.
387
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
En lo que a la distribución del material respecta, no
Incidencia del retoque
parece que existan diferencias significativas entre los dis-
60
tintos rellenos. Como es lógico la mayoría del material
50
se concentra en los niveles superficiales así como en las
40
Área A
Área B
30
20
distintas estructuras excavadas de grandes dimensiones
que independientemente de su funcionalidad originaria,
terminan sirviendo de basureros, sin que puedan deter-
10
minarse áreas funcionales específicas, resultando bastante
0
Abrupto
Oblicuo
Plano
homogéneos los contenidos de los distintos ámbitos y los
Simple
procesos técnicos inferidos de ellos.
Tan solo podría señalarse una acumulación de material
Dirección del retoque
60
relativamente significativa en el caso de los silos próximos
50
a la cabaña II, de donde proceden 5 de los 8 dientes de hoz
recuperados, elementos estos que únicamente se docu-
40
Área A
30
Área B
mentan en el área A, pero que sin embargo no introducen
20
ningún elemento diferenciador en las cadenas operativas
10
de una u otra área, resultando en lo esencial totalmente
coincidentes. También se ha recuperado material retocado
0
Alterno
Bifacial
Directo
Inverso
Mixto
tanto en los encachados de los hornos como en el relleno
de ciertos agujeros de postes, sin que aparentemente su
deposición responda a un acto intencionado.
Delineación del retoque
80
70
60
Área A
50
Área B
40
30
VALORACIÓN GENERAL DE LA
INDUSTRIA
20
10
Como hemos señalado anteriormente, la ausencia de un
0
Contínuo
Denticulado
marco comparativo amplio hace dif ícil contextualizar de
forma genérica las producciones líticas de la Primera Edad
Figura 13.- incidencia o modo del retoque (superior). dirección (centro) y
delineación (inferior), desglosado por áreas.
del Hierro. Contamos en general con escasos restos debido
principalmente a que hasta hace relativamente poco tiempo, eran muy escasas las ocupaciones conocidas de este pe-
También aparecen en muy escasa medida fragmentos
riodo, siendo además pocos los yacimientos en los que se
de hachas manufacturadas en basalto, tanto de sección
circular como rectangular junto a una serie de cantos pulimentados o “preformas” tanto en silimanita como en fiTipos útiles por áreas
brolita, sin que sea posible atribuirles una funcionalidad
clara. Esta perduración de hachas de piedra en momentos
35
30
plenamente metalúrgicos no es un hecho aislado, recupe-
25
rándose piezas similares en el Vilot Montagut, en una de
20
las cabañas de Los Pinos o en yacimientos como La Cape-
15
llana o Venta de La Victoria.
10
Área A
ad
or
sp
Ra
ad
or
Pe
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M
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sc
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de
Ho
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o
De
nt
ic
que en muchos casos muestran trazas de combustión o
0
l ad
se documentan también percutores, molederas o cantos
5
As
til
Junto a esta material pulimentado en sentido estricto,
Área B
alteración térmica tal vez vinculado a su intervención en
determinadas labores de transformación en las que interviene la acción del fuego.
388
Figura 14.- Representatividad de los distintos útiles en las áreas donde
principalmente se concentra el material retocado.
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
ha intervenido de forma sistemática unido a la poca exten-
a etapas anteriores, al igual que sucede en el yacimiento
sión excavada de los mismos. Junto a esto, otra buena parte
getafense de Venta de la Victoria.
del repertorio material procede de recogidas superficiales
de yacimientos documentados en prospección.
Los repertorios materiales suelen ser bastante similares
en cuánto a su representatividad porcentual en la región
Ante estas dificultades, las referencias con que conta-
madrileña, resultando una tónica común el descenso en la
mos hasta la fecha han sido en general demasiado vagas,
producción leptolítica (Blasco, C.; Lucas, R. 2001), de ma-
haciendo alusión a su carácter minoritario y poco signifi-
nera que el índice laminar no llega a superar el 2% del total
cativo, cediendo protagonismo a otros aspectos como los
en la mayoría de los casos, unido a su escasa planificación,
patrones de asentamiento, las producciones cerámicas o el
con productos de morfologías poco estandarizadas, re-
análisis de los utensilios metálicos.
sultando un caso extraño y significativo la relativa buena
De este modo, en ocasiones se hace necesario rastrear
presencia en determinadas ocupaciones de la II Edad del
los modos operativos tomando como hilo conductor los
Hierro, como el caso de La Gavia (Morín, J. Agustí, E.; Es-
últimos compases de la Prehistoria Reciente, donde ya em-
colà, M.; Barroso, R.; López, M.; Navarro, E.; Pérez-Juez,
pezamos a observar patrones en la captación de materias
A.; Sánchez, F. 2003), donde se documenta una significa-
primas similares al caso de Las Camas o de Arroyo Cule-
tiva presencia de soportes laminares correspondientes a
bro, con escasa selección de las rocas silíceas, valorando
fases de explotación plenamente estandarizadas.
más la inmediatez que la calidad de las distintas rocas. Tan
Finalmente, los tipos más comúnmente documentados
solo en el caso del Vilot Montagut parece que se pueda ha-
también son coincidentes en las distintas ocupaciones,
blar de una selección algo más cuidada, con empleo de sí-
siendo el diente de hoz el útil más significativo y autén-
lex de buena calidad en casi todas sus fases de ocupación.
tico fósil guía desde el Bronce Final, documentándose su
Se trata por regla general de cadenas operativas cortas
presencia en ocupaciones como la de Arroyo Culebro, el
y tremendamente expeditivas, que parecen realizarse en su
Camino de las Cárcavas (López, L. et alii, 1999), el Vilot
totalidad en el ámbito del poblado dada la buena presencia
Montagut, la Venta de la Victoria (Blasco, C.; Sánchez Ca-
de elementos corticales en el repertorio lascado y el escaso
pilla, Mª L.; Calle, J. 1988) o en una de las cabañas de Los
grado de agotamiento de los núcleos documentados, junto
Pinos (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996). Sin embargo, siendo
a la buena presencia de percutores fragmentos informes
este el útil más característico de este periodo son las lascas
o restos de talla. En este punto, también el caso del Vilot
retocadas las que cuentan con mayor representación por-
Montagut resulta un caso discordante, ya que parece que
centual, como sucede en la Capellana (Blasco, C.; Baena,
no se documenta actividad de talla en el poblado, donde
J. 1989), apareciendo también entre los más frecuentes las
las lascas con restos corticales son muy escasas, al igual
muescas y denticulados y en menor medida raspadores,
que sucede con los percutores o restos de talla, que tan
perforadores y elementos de dorso.
solo adquieren algo más de peso en la fase Vilot III.
Parece clara pues la pervivencia del utillaje lítico como
Como ya hemos visto, los productos obtenidos pre-
alternativa productiva en un momento en que ya conta-
sentan de forma casi exclusiva talones no elaborados, lo
mos con un metal plenamente operativo y funcional, tal
que resulta una tónica general en el entorno con la única
vez por tratarse de un material más accesible y asequible
salvedad del Cerro San Antonio, donde pese a ser minori-
que ciertos elementos metálicos, por lo que se hace más
tarios, hay una significativa presencia de talones facetados
evidente la necesidad de prestar más atención a los reper-
que suponen el 3.12 % del total de talones documentados.
torios líticos de estas sociedades como un modo válido de
Tipométricamente, también podemos encontrar pautas si-
aproximarnos a determinados procesos económicos.
milares en ocupaciones tan alejadas como el Arroyo Cule-
De este modo, la industria lítica estaría circunscrita a
bro o el ya citado yacimiento leridano del Vilot Montagut,
una serie de actividades más sencillas, en un momento de
apreciándose cierta estandarización en lo referente al ta-
cierta especialización o reconversión tecnológica que es-
maño de los productos obtenidos, recurriéndose frecuen-
taría orientada hacia la obtención poco costosa y rápida de
temente a la fracturación sistemática e intencionada de las
piezas de uso inmediato, donde prima más la escasa espe-
piezas para lograr las dimensiones y la morfología desea-
cificidad y la funcionalidad en un proceso de reunificación
da. En el caso de Las Camas parece que se puede intuir
de las distintas cadenas operativas.
un aumento en el tamaño medio de las piezas en relación
389
INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID)
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UN BRAZALETE DE MARFIL
DEL YACIMIENTO DE LAS
CAMAS (VILLAVERDE,
MADRID)
Thomas X. Schuhmacher
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 15-01-2009
Aceptado: 30-01-2009
UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
AN ARM-RING OF IVORY FROM THE SETTLEMENT OF LAS CAMAS (VILLEVERDE, MADRID)
Thomas X. Schuhmacher
schuhmacher@madrid.dainst.org
PALABRAS CLAVE: marfil; Bronce Final; procedencia de la materia prima; contactos pre-coloniales.
KEYS WORDS: ivory; Final Bronze Age; origin of the raw material; pre-colonial contacts.
RESUMEN:
Describimos un brazalete de marfil del poblado de Las Camas. Se trata de un hallazgo singular para el Bronce Final del
Centro de la Península Ibérica. Los únicos paralelos que podemos mencionar proceden del Bronce Antiguo del Sureste de
la Península. Aunque la cantidad de objetos y de talleres de marfil del Bronce Final son todavía muy escasos, pensamos que
el brazalete fue fabricado en el Sur de la Península Ibérica a base de marfil importado en el marco de los contactos precoloniales.
ABSTRACT:
We describe an arm-ring of ivory from the settlement of Las Camas. It builds a singular piece in the context of the Final
Bronze Age of the Centre of the Iberian Peninsula. The only parallels we can mention belong to the Early Bronze Age of the
Southeast. Although the quantity of known contemporary ivory objects and workshops is still very small, we think that the
arm-ring was manufactured in the Southern Iberian Peninsula from ivory imported in the margin of pre-colonial contacts.
UN BRAZALETE DE MARFIL
DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS
(VILLAVERDE, MADRID)
Thomas X. Schuhmacher
EL HALLAZGO Y SU CONTEXTO
ta de investigación pormenorizada y sistemática en cuanto
a objetos de marfil, reduciendose el número de trabajos al
En la U.E. 30 del Sector A de la excavación de Las Camas
de B. Pastor del año 1994.
(Villaverde, Madrid) se encontró una mitad de un brazale-
En cambio en la parte meridional de la Península Ibéri-
te de marfil1. Medidas: altura: 1,6 cm. grosor: 0,9 cm. diá-
ca el número de hallazgos en marfil aumenta considerable-
metro: 9 cm.Presenta una sección semi-circular. Mientras
mente. Así que podemos citar los brazaletes con sección en
la superficie exterior está pulida, la parte interna muestra
D, fabricados en marfil5. En la Meseta Sur encontramos tres
todavía las trazas derivadas del proceso tecnológico de pro-
ejemplares en el Cerro de la Encantada (Granátula de Cala-
ducción . También se observan pequeñas huellas paralelas
trava, Ciudad Real), una magnífica pieza entera en un rico
de extracción de materia. Estas estrías van de arriba abajo
enterramiento en El Quintanar y otro fragmento del Cerro
y probablemente proceden del proceso de extracción de la
del Cuco (Quintanar del Rey, Cuenca). A estos habría que
matriz curva ó incluso circular, base para la fabricación del
añadir varios ejemplares del Sureste, así tres fragmentos de
brazalete, a partir de una rodaja de comillo.
la Covacha de la Presa (Loja, Granada), varios fragmentos
2
de Fuente Álamo (Cuevas del Almanzora, Almería), uno
de la Cova dels Pilars (Agres, Alicante) y dos de la Mola
LOS PARALELOS
d´Agres (Alicante).
Entre las piezas que tienen un contexto bien datado, el
El yacimiento de Las Camas pertenece según las cerá-
más antiguo es un brazalete del comienzo del horizonte II
micas allí recuperadas a un momento de transición entre
de Fuente Álamo, es decir perteneciente a un Argar A ó
3
el Bronce Final y el Hierro Antiguo . No resulta fácil men-
una primera fase de un Bronce Antiguo, a nuestro entender.
cionar paralelos para este brazalete a pesar de tratarse de
Otros ejemplares de Fuente Álamo proceden del horizonte
un tipo bastante sencillo. La cantidad de objetos de marfil
III (Argar B) y uno probablemente de una fase del Bronce
conocidos para este periodo en la mitad norte penínsular
Tardío (Fase 15 de Fuente Álamo). La presencia de plata tal
4
es todavía muy pequeña . Entre estos no figura ningún bra-
vez permite datar el enterramiento en El Quintanar igual-
zalete. Esto se debe probablemente en primer lugar a la fal-
mente en una fase tardía del Bronce Antiguo según nuestra
UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
clasificación (Bronce Pleno ó Medio según otros) al igual
que la pieza del Cerro del Cuco. La datación de las dos
piezas de la Mola d´Agres no puede ser más precisa que el
Bronce Valenciano. Por lo tanto ninguno de los brazeletes
mencionados parece llegar más allá del Bronce Tardío.
Otros brazaletes de marfil procedentes de los sectores
V y VII de la Mola d Ágres y las tumbas de incineración 12
y 34 de Les Moreres (Crevillente, Alicante), ambos contex-
elefante africano de estepas (Loxodonta africana africana), seguido de Elephas antiquus y del elefante asiático
(Elephas maximus). En cantidades pequeñas también se
utilizó marfil de hipopótamo (Hippopotamus amphibius) y
de cachalote (Physeter macrocephalus L.). Además parece
interesante mencionar que los porcentajes de marfil africano parecen aumentar hacía el final del Bronce Antiguo
con casi un 80% de casos entre el material analizado.
fabricando brazaletes de marfil durante el Bronce Final en
En lo que se refiere a análisis de este tipo para materiales del Bronce Final y Edad del Hierro hasta ahora tán
sólo podemos mencionar los resultados de un análisis
sobre una placa de marfil procedente de la necrópolis de
Medellín (Badajoz)11. En este caso los resultados también
los talleres del Sureste y que estos seguían circulando aun-
reflejan una procedencia africana.
tos datados en el Bronce Final, parecen tener una sección
diferente6. Y para los brazaletes de Peña Negra I (Crevillente, Alicante) y del Torrelló del Boverot d´Almassora desconocemos su sección7. Pero queda manifiesto que se seguía
que en menor medida que en tiempos anteriores8.
Aunque nuestros estudios desvelaron cierta participa-
Por otro lado tenemos el gran conjunto de marfiles lla-
ción de marfil local fósil de Elephas antiquus sobre todo
mados tartésicos ó hispano-fenicios fechados entre fina-
en el Calcolítico reciente, excluimos esta posibilidad para
les del siglo VIII a. C. y finales del VI a. C.9. Pero hay que
la pieza de Las Camas12. La pieza es demasiado compacta y
resaltar que estos consisten mayoritariamente en placas y
no muestra ningun trazo de deterioro o exfioliación, muy
peines decorados y no se mencionan brazaletes.
característico para la mayoría de las piezas hechas en marfil de Elephas antiquus. Además dada la mala calidad de
este tipo de marfil se solía fabricar tán sólo piezas peque-
PROCEDENCIA DE LA MATERIA PRIMA
ñas, sobre todo cuentas, pero en principio no parece apto
para un brazalete.
En el marco de un proyecto de investigación sobre los
marfiles del Calcolítico y el Bronce Antiguo pudimos efectuar una serie de análisis por espectroscopía de infrarojos
según la transformación de Fourier (FTIR)10. Se demostró
la procedencia de la materia prima, en primer lugar, del
Fig 1. Fragmento de brazalete de marfil. Sector A.
396
Por otro lado resulta bastante claro que la materia prima para el brazalete de marfil tuvo que ser importada en
la Península Ibérica. Dado la falta de piezas de marfil en la
parte septentrional de la Meseta Sur pensamos que tampoco fue fabricado allí. Aunque la ausencia de paralelos difi-
UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
Fig 2. Villaverde- Butarque Sector A U.E. 30 N. Inventario 04/1 Marfil
culta enormemente encontrar un origen para el brazalete,
como todo el yacimiento no parece traspasar el cambio del
seguramente habría que buscarlo en uno de los talleres del
milenio, otros yacimientos como la Mola d´ Agres y Peña
mediodía peninsular o en una importación directa desde
Negra han suministrado un lote de marfiles contemporá-
Oriente. Los desechos de un taller de estas características
neo. Aunque es prematuro profundizar más, otros elemen-
y en unas fechas contemporáneas a Las Camas, del siglo
tos presentes en Las Camas como las cerámicas con engo-
X al inicio del VIII a. C., parecen haberse encontrado en
be rojo y un grafito con una letra probablemente fenicia
la zona de Huelva13. Aunque en lo que se refiere al Sureste
igualmente aluden a este ambiente precolonial y colonial
peninsular, el taller de Cabezo Redondo (Villena, Alicante)
del Sur de la Península.
397
UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID)
NOTAS AL PIE
1
Urbina et alii, 2007, 78s fig. 24. N°. de Inv. 04/1.
2
Compara Barciela (en prensa).
3
Urbina et alii, 2007.
4
Pastor 1994.
5
Schuhmacher (en prensa); Fonseca 1988, 165; Carrasco et alii,
1977, 119f. 153 fig. 20,86-88 lám. 4,2; Liesau- Schuhmacher (en
prensa); Pascual 1995, 20; Martín et alii, 1993, 36s fig. 12b.c;
Romero- Sánchez Meseguer 1988, 336 fig. p. 342; Fonseca
1984/85, 49s lám. 1; Pascual (en prensa) fig. 12,5.9.
6
Peña Sánchez et alii, 1996, 172s; Pascual (en prensa); González
Prats 2002, 74s. 94s. 337 fig. 64. 81-82.
7
Pascual (en prensa).
8
López Padilla (en prensa).
9
Torres 2002, 249-260; Almagro-Gorbea 2008; Almagro-Gorbea
(en prensa).
10
Schuhmacher (en prensa); Schuhmacher- Cardoso 2007;
Schuhmacher et alii, 2009; Vargas et alii, (en prensa); LiesauSchuhmacher (en prensa), Liesau- Moreno (en prensa).
11
Chamón et alii, 2008.
12
Schuhmacher- Cardoso 2007; Liesau- Moreno (en prensa).
13
González de Canales et alii, 2004.
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Archaeologica (Madrid) (en prensa).
399
GRAFITOS FENICIOS EN EL
CENTRO DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA
Luis A. Cabrero
EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL
De la longhouse al oppidum
Madrid
2012
ISBN:
84-616-0349-4
Depósito Legal:
M-29884-2012
Recibido: 15-01-2009
Aceptado: 30-01-2009
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
PHOENICIANS GRAPHITE IN THE CENTER OF THE IBERIAN PENINSULA
Luis Alberto Ruiz Cabrero
CEFYP- Historia Antigua- UCM
goroshotort@yahoo.com
PALABRAS CLAVE: graffiti, escritura fenicia, epigrafía fenicia, Península Ibérica
KEYS WORDS: graffiti, Phoenician writing, Phoenician epigraphy, Iberian Peninsula
RESUMEN:
El conocimiento de la presencia de elementos orientales, sobre todo fenicios, en la Península Ibérica es día a día modificado
por los materiales hallados en excavaciones arqueológicos. Estos nos permiten apuntar la llegada de fenicios en torno al
paso del siglo X al IX a.n.e, y observar como en los primeros momentos comienzan a tener contacto a través de las vías de
comunicación autóctonas con las poblaciones del interior. Un dato a favor de esta hipótesis puede observarse en la presencia de graffiti fenicios en la Comunidad de Madrid.
ABSTRACT:
The knowledge of the presence of Eastern elements, mainly Phoenician, in the Iberian Peninsula is day to day modified by
the materials found in archaeological excavations. These they allow us to point the arrival of Phoenicians around the passage of century X at IX a.n.e, and to observe as at the first moments begin to have contact through the native communication
channels with the internal populations. A data in favor of this hypothesis can be observed in the presence of Phoenician
graffitti in the Community of Madrid.
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE
LA PENÍNSULA IBÉRICA
Luis Alberto Ruiz Cabrero
La introducción de la escritura en la Península Ibérica
viene dada por la presencia de elementos orientales, sobre
todo fenicios, en medio de sociedades ágrafas de tipo preestatal. Se debe recordar necesariamente, que el origen de
los diversos sistemas de escritura en el mundo mesopotámico fueron debidos a las necesidades de registro y contabilidad, así como del traslado de mercancías de centros
productores a centros rectores administrativos. Por lo que
el proceso se inserta directamente en la formación de las
sociedades urbanas y por ende del desarrollo de un aparato estatal.
Hasta hace pocos años, la presencia fenicia en el territorio peninsular no remontaba arqueológicamente más
allá del s. VIII a.n.e., a pesar de las noticias de las fuentes
clásicas las cuales recogen que la fundación de colonias
más allá de las columnas de Hércules había sido realizada
al término de la guerra de Troya, cuya fecha se establece
en el 1184 a.n.e.:
Se habla machaconamente de la talasocracia de Minos
y de la vocación marinera de los fenicios, que alcanzaron
a llegar más allá de las Columnas de Heracles y fundaron
ciudades tanto allí como en el territorio a mitad del camino del litoral de Libia, poco después de la guerra de Troya
(Str. I, 3, 2),o que la fundación de la ciudad de Gadir tuvo
lugar 80 años tras la caída de Troya:
Entonces habiendo pasado poco menos de ochenta años
desde la destrucción de Troya ...; y en aquella Era los de
Tyro, poderosísimos por la mar, edificaron á Gades, poco
apartada de la tierra firme, en la última parte de España,
y término último de nuestro orbe (Veleio Paterculo, Hist.
Rom. I, 2, 3).
La destrucción sistemática llevada a cabo en la ciudad
de Huelva, propició la salida a la luz de una serie de materiales que amplían en el tiempo la presencia oriental a
caballo entre los siglos X y IX a.n.e. (González de Canales
– Serrano – Llompart 2004). Sin embargo, las inscripciones halladas, un total de 11 sobre 10 soportes diferentes,
analizadas por M. Heltzer, abarcan un periodo más reciente (Ibidem: 131-136, láms. XXXV y LXI):
1.- Inscripción sobre la superficie interna de un plato tipo 8 de Tiro. Tanto la lectura dl como la cronología
aportada ca. 800 ofrecidas son correctas (Ibidem: 133, lám.
XXXV.1, foto LX.1).
2.- Inscripción sobre la superficie externa del cuerpo
de un ánfora ZitA. Se observan dos signos inscritos y la
parte inferior izquierda de un tercero (Ibidem: 133, lám.
XXXV.2, foto LV.2). Lectura lb[-, su cronología paleográficamente puede establecerse a partir del s. XI-X, con una
pervivencia en las formas hasta el s. VIII.
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
3.- Inscripción sobre la superficie externa de la base de
un plato tipo 7 de Tiro (Ibidem: 134, lám. XXXV.3, foto
LX.3). Una sola letra, yod, cuya graf ía puede adscribirse
hasta el s. VIII.
4.- Inscripción sobre la superficie externa del hombro de
un ánfora (Ibidem: 134, lám. XXXV.4, foto LX.4). La lectura
propuesta ]™#>y[ y su cronología ca. 800, son correctas.
5.- Inscripción sobre la superficie externa de un quemaperfumes (Ibidem: 134, lám. XXXV.5, foto LX.5). Lectura l<[†#, con una datación entorno al 800.
6.- Se trata de dos graffiti en distintas partes de la superficie externa de un jarro (Ibidem: 134, lám. XXXV.6 y
7, foto LX.6 y 7). La lectura ]t[ | ]>#/≈#g<#[, la cronología,
si atendemos a la lectura ≈ en lugar de >, como propone
Heltzer, estaríamos en torno al siglo VII, de ahí Cebel Iresh
Dagi ca. 625 (resulta curiosa la ejecución angulosa de la
letra †e†), o Ipsambul, CIS I 112, del 591.
7.- Inscripción sobre la superficie externa de un jarro
(Ibidem: 134, lám. XXXV.8, foto LX.8). Se puede considerar la lectura]l#g#y[, aunque la única letra cierta es la yod,
siendo anterior al s. VIII.
8.- Inscripción realizada mediante líneas bruñidas en
la superficie interna del borde de un cuenco carenado a
mano con decoración geométrica bruñida (Ibidem: 134,
lám. XXXV.9). Curiosamente, este ejemplar se inserta en
la línea del anteriormente expuesto líneas arriba, hallado
sobre la parte exterior del labio de un cuenco de retícula
bruñida como mínimo del s. VIII.
10.- Inscripción sobre una pieza de marfil (Ibidem: 135,
lám. XXXV.11, foto LX.10). La lectura puede ser ≈lk#t.
Cronológicamente, por el tipo de shim su ejecución se
mantiene hasta mitad del s. VII.
En este marco cronológico, cerca de la costa mediterránea, se hallan testimonios tempranos de escritura en el yacimiento de Castillejos de Alcorrín (Manilva, Málaga). Curiosamente, a pesar del escaso material cerámico que se ha
hallado en las campañas de excavación, dos graffiti se han
podido documentar hasta el momento. El más antiguo, se
trata de una inscripción fragmentada ante coctionem sobre un recipiente a mano, cuya lectura se propone ]tnm •
-/g#[. Resalta la utilización de un pequeño trazo vertical
como elemento de separación de las palabras, elemento
no ajeno a la península Ibérica, concretamente sobre dos
graffiti bajo el cuello de sendas ánforas procedentes del
Cerro del Villar, Málaga (Aubet – Sader 1999: 144-146),
uno perteneciente a la colección de M. Muñoz Gambero
(Solá Solé 1976: 191-195; Fuentes Estañol 1986: 33; Lipin-
404
ski 1986: 85-88; Teixidor 1990: 263-263; Sznycer 199: 144146; Amadasi Guzzo 1992: 101, fig. 1c; 1994: 202-203) con
la lectura ]-r/d • bn • <bd>≈[, siendo paleográficamente
datada por J. Teixidor (1990: 263) en el s. VII; el otro del
horizonte púnico del corte 5 perteneciente a la colección
de M. Peinado Sánchez (García Alonso 1997: 326-327) con
la lectura ]t#m • grml[, la utilización de un trazo para separar palabras, llevaría al planteamiento de una datación
similar en relación al fragmento anterior, que se ve confirmada por la datación en base a la tipología del soporte que sirve para la ejecución de la escritura que según E.
García Alonso (1997: 322) “puede situarse a priori entre el
segundo cuarto del siglo VII y mediados del siglo VI”. No
obstante, este pequeño trazo de separación inclinado fuera
del ámbito peninsular, se detecta sobre las inscripciones de
dos copas metálicas procedentes de Olimpia y Palestrina,
fechadas a mediados del s. VIII en el primer caso y a fines
del VIII o inicios del VII en el segundo ejemplar (Amadasi
Guzzo 1987: 20-21, nº 4 20-21 y 26-27, nº 12). Respecto
al resto de las letras, en relación a la pieza procedente de
Castillejos de Alcorrín:
- El primer signo, tau en forma de equis, trazado bastante arcaico, hallando paralelo en la inscripción de Yehimilk, Biblos, KAI 4, ca. 950 a.n.e. o de la misma procedencia, la inscripción de Elibaal, KAI 6, ca. 900 a.n.e. Este
mismo tipo de ejecución se halla en la inscripción de Nora,
Cerdeña, KAI 46, ca. 900 a.n.e.
- El segundo signo visible se trata de nun. Respecto a su
trazado, con la parte superior bastante desarrollada, siendo su trazado no anguloso, lo que denota su inserción en
la pasta fresca, siendo su eje obtuso en la parte superior y
agudo en la parte inferior, concuerda con una de las formas ejecutadas en la inscripción de Ahirom, procedente
también de Biblos, KAI 1, ca. 1000 a.n.e. igualmente en la
inscripción de Nora.
- El tercer signo, mem, con un trazado serpentiforme
casi una línea vertical se asemeja a los realizados en el ostracon de Isbet Sartahm cerca de Apheq, Palestina, datado
entre los siglos XII-XI a.n.e., o al de la punta de flecha del
Rey de Amurrum, procedente del Líbano, datada en el siglo
XI a.n.e., o al del cono A de Biblos, también de la misma
fecha, llegando hasta la inscripción de Shiptiba<l de finales
del siglo X, o con mayor grado de inclinación en la citada
inscripción de Nora o en la inscripción procedente de Chipre (Honeyman 1939: 104-108) de mediados del siglo IX.
- El último trazo visible se trata solo de un asta vertical, sin poder definir el remate superior debido a la rotura
de la pieza, pudiendo tratarse de un gimmel símil al eje-
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
cutado en la inscripción de Ahirom, aunque dicho trazado llega hasta el siglo VII como demuestra la inscripción
de Arslan Tash II.
Ciertamente destaca, atendiendo a la ejecución paleográfica, la arcaicidad de los trazos, que se encuadran en
torno al periodo entre ca.1000 al ca. 850 a.n.e, suponiendo
el primer vestigio de escritura en la Península Ibérica aparecido en contexto arqueológico, cuyo estudio arqueológico corrobora esta datación (Marzoli – Wagner – Suárez,
–Mielke – López – León – Thiemeyer – Torres 2009).
En la segunda inscripción procedente de este yacimiento, incisa post coctionem, se evidencia el trazado de
dos signos, con una lectura: ]ß 1.
- El primer signo parece corresponder a un Sade, si se
atiende a lo que resta de la ejecución debido a la rotura de
la pieza, que por su inclinación y el ángulo formado por
las dos líneas responden a este tipo de letra. Paleográficamente, es dif ícil de datar, pero los restos de la letra que
se observa tienen un primer paralelo en la inscripción del
pendiente de oro de Cartago ca. 700 a.n.e. (Peckham 1968:
104-105, plate VII, 4; Friedrich – Röllig 1999: tav. III, 3),
siendo característica la inclinación a partir del 500 a.n.e.,
como se observa en la inscripción se Shiptibaal de Biblos
(Peckham 1968: pp. 44-45, plate IV, 1; Friedrich-Röllig
1999: tav. II, 1), alargándose el asta en proporción mayor al
signo que se está analizando.
- El segundo signo, una línea diagonal, se corresponde
perfectamente a la ejecución del numeral 1 como se advierte en la escritura de tipo cursivo de la tarifa chipriota
KAI 37 A.
Si se admite esta interpretación, el hallarnos frente a
un numeral, estaríamos ante un texto de tipo administrativo lo cual indica la presencia de agentes comerciales y
escribas en el asentamiento, que a pesar de su distancia
a la costa, funcionaria como centro de almacenamiento y
redistribución.
Recientes hallazgos en Cádiz, en el solar denominado
Calle Ancha (Diario de Cádiz 30/03/2004: 2-3), vienen a
corroborar estas fechas, en concreto el s. IX a.n.e., aportando uno de los primeros vestigios de escritura fenicia
en suelo peninsular. Se trata de un graffiti ejecutado postcoctionem la cara externa sobre un plato de engobe rojo
hallado, con cuatro letras cuya lectura es: ]l<zr.
La ejecución de los signos, según se deduce de la fotograf ía corresponde a una escritura cuidada con trazos son
profundos y gruesos. A pesar de tratarse de un fragmento,
se puede deducir que nos hallamos ante una marca de pro-
piedad, ya que tras resh final no se observan trazas de otro
signo, si bien pudiera haber una línea inferior perdida. La
datación de tipo paleográfico se puede establecer a través
del análisis de cada signo:
- El primer signo, que a pesar de no estar completo debido a la rotura de la pieza, se trata con toda probabilidad
de un lamed. Su ejecución tiene un marcado ángulo agudo
con el trazo vertical en posición diagonal, cuya graf ía podemos empezar a dilucidar en las puntas de flecha (Puech
2000: nº 22).
- El segundo signo, <ayin, de tamaño símil al resto de
las letras ejecutadas, por lo que su ejecución es de un trazado mayor al habitual. Lo que puede indicar o bien que el
signo ha sido ejecutado de esta manera debido a la dificultad de realizar la escritura y por tanto un tamaño acorde a
los registros paleográficos, o bien aún teniendo las nociones y conocimiento de la escritura, ésta no se trata de una
caligraf ía de escriba.
- El tercer signo corresponde a zayn. Su trazado pondría la pieza en una datación diferente a la del conjunto
arqueológico, siendo su datación paleográfica en torno al
siglo VII a,n.e., con un claro referente en la estela de Amrit,
RES 234 de la primera mitad del s. VI a.n.e. Sin embargo,
debe hacerse una reflexión en torno a los procesos de colonización y por ende al origen de las poblaciones exógenas
que llegan a la Península Ibérica. De ahí que, no se debe
obviar la más que probable presencia de elementos no solo
pertenecientes a las ciudades fenicias del levante oriental,
sino a otros pueblos semitas próximos, cuyos sistemas de
escritura proporcionarían un contexto de datación paleográfica acorde con el resto de los hallazgos arqueológicos.
Así, entre las inscripciones aramaicas, vemos como la ejecución de zayn, símil al grafito que nos ocupa, se detecta
en la estela de Zakir, rey de Hamath, perfectamente datada
en el s. IX a.n.e., ya que se trata de uno de los reyes, junto
a los de Zenjirli, que se oponen a la intervención Asiria
que acaba con la destrucción de Damasco en el 802 a.n.e.
Curiosamente ejemplos cercanos se hallan en el dialecto
de Zenjirli, como en la inscripción que realiza Barrakkab
en el monumento erigido a su padre Panammu II, quien
era rey de y<dy, o la del propio Barrakkab, rey de Sam>al,
en aramaico oficial. Además debe hacerse notar la representación sobre la flecha nº 5 procedente de El-Khadr, Palestina, datada en el s. XI, o sobre un marfil de Sarepta ca.
725 a.n.e.
- El último signo, que como el primero no está completo
por rotura de la pieza, dado que su asta vertical se halla perdida en la parte inferior. A pesar de poder tratarse de dale-
405
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
th, por la forma alargada del asta vertical, se debe proponer
un resh. Un paralelo bastante próximo lo hallamos en la
inscripción hallada en el Castillo de Doña Blanca (Cádiz),
TDB 89001, sobre los fragmentos de una patera fenicia de
engobe rojo, procedente de la muralla Norte, de un estrato
datado hacia la primera mitad del siglo VIII a.n.e.
de la escritura en la Península Ibérica que viene acompañado de nuevas propuestas de revisión a partir de los hallazgos de dos piezas con graffiti en la Comunidad de Madrid.
En primer lugar se puede decir que el fenómeno de
la escritura no estaría simplemente ligado a los primeros
asentamientos fenicios del sur y sureste peninsular, sino
En conclusión, todas las formas representadas, pueden
adscribirse al mundo de las inscripciones arameas mencionadas para el tercer signo que nos ocupa, lo que nuevamente nos pondría en conexión con poblaciones cuyo
origen no radica en las ciudades fenicias de la costa del
levante oriental, en este caso concreto procederían de la
zona de Zenjirli, cuya conexión con el mundo fenicio viene
lingüísticamente hablando, de la mano de las inscripciones
mágicas halladas en Arslan Tash. La interpretación más
pausible es que se trate de un antropónimo compuesto con
el final <zr (Benz 1972: 375-376): bl<zr o b<l<zr. Ello lleva
a plantear o bien una marca de propiedad que puede ser
ejecutada sobre un utensilio de uso diario, o bien caracterizar el mismo ante una dádiva.
que la utilización de las rutas comerciales existentes, en
Este nuevo planteamiento en el análisis lingüístico de
las poblaciones colonizadoras procedentes del levante
oriental, marca un punto de inflexión en el conocimiento
anteriormente se expuso (Urbina – Morín – Ruiz – Agustí
Fig.1.- Vista aérea del yacimiento de Las Camas, Villaverde Bajo, Madrid.
406
ocasiones deja algún rastro de este sistema de escritura
como se ha planteado en las provincias de Alicante (Mederos – Ruiz Cabrero, 2000-01), Murcia (Mederos – Ruiz
Cabrero, 2004), Granada (Mederos – Ruiz Cabrero, 2002),
Málaga (Mederos – Ruiz Cabrero, 2006), Sevilla y Huelva
(Mederos – Ruiz Cabrero, 2001 y 2006), Portugal (Mederos
– Ruiz Cabrero, 2004-05) o Cádiz (Mederos – Ruiz e.p.).
La primera de las piezas se trata de un fragmento de
cerámica a mano 04/1/A/72/3 hallado en el yacimiento de
Las Camas (Villaverde, Madrid), en la confluencia del arroyo Butarque con el río Manzanares. En él se ejecutan una
serie de trazos gruesos incisos post-coctionem que como
- Montero 2007: 75-77), consideramos que se trata de una
letra debido a los siguientes factores:
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
- Si se tratase de una marca incisa al azar, en el contexto
que nos hallamos, aquel de las sociedades ágrafas, no tendría una excesiva complejidad, habiéndose ejecutado un
signo en forma de aspa o cruz;
ninsular, cuya forma derivaría directamente del ™et fenicio (Hoz 1986: 77; 1991). La graf ía de esta letra fenicia,
en el denominado phoenician standard, corresponde a dos
trazos verticales que comprenden tres trazos horizontales
- la propia ejecución parece indicar cierto cuidado ya
que puede atisbarse una corrección en su trazado atendiendo a aquel vertical de la parte derecha. No debe dejarse de recordar en todo momento que la ductibilidad sobre
un material como la cerámica, al emplear un punzón, no
aporta una caligraf ía perfecta;
con cierta inclinación diagonal. Sin embargo, lo que se ha-
- sin embargo, se puede deducir que la persona que
realiza este signo que creemos se trata de una letra, no tiene por qué conocer los mecanismos de la lengua, y simplemente tratarse de un mero copista, pero, indudablemente
tiene elementos o nociones rudimentarias para comprender que dicha letra identifica el objeto sobre la que está
ejecutada.
la parte superior si se atiende a una corrección del trazado
Si se acepta esta hipótesis, aquella de hallarnos ante
la ejecución de una letra, nos vemos abocados a buscar
su paralelo dentro del mundo fenicio o próximo oriental,
única sociedad que en ese momento utiliza un sistema de
escritura en la Península Ibérica. De forma escaleriforme,
recuerda a posteriores signos utilizados en el sudoeste pe-
lla representado en el fragmento que nos ocupa aumenta
en uno el número de trazos horizontales correspondiendo
por tanto, como se verá, a una ejecución arcaica. La altura
del signo que nos ocupa es de 2 cm. con una anchura que
oscila entre 1,5 cm. en la parte inferior y 0,2 y 0,5 cm. en
hacia la derecha o no. Claramente no se trata de una mano
experta, por lo que el signo no es de una buena graf ía, pero
se pueden dar ciertas indicaciones de tipo paleográfico.
En los territorios fenicios del Mediterráneo oriental,
esta letra así representada oscila entre el siglo XI e inicios
del X a.n.e. como se observa sobre la Espátula I de Azarbaal (Gibson 1982: 12) o fines del siglo X en el denominado grafito de Ahiram (Gibson 1982: 17) o la inscripción de
Yehimilk (KAI 4), llegando hasta el siglo VIII a.n.e. en la
inscripción a Baal del Líbano, hallada en Chipre (CIS I 15 –
KAI 31) o, aunque con diversas graf ías, sobre la inscripción
de Karatepe, también perteneciente a este mismo siglo.
Fig.2.- Fragmento de cerámica con grafito de origen fenicio (Sector A) localizado en el yacimiento de Las Camas.
407
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Con toda probabilidad, la explicación más sencilla a
la aparición de una sola letra sobre un objeto, es aquella
de marca de propiedad, por lo que indicaría la inicial del
nombre del propietario del objeto (en relacíon a antropónimos que comienzan por esta letra: Benz 1972: 109-126,
306-319; Halff 1963-1964: 109-114, en este último caso 35
de los antropónimos son portados por hombres, mientras
7 por mujeres en la ciudad de Cartago).
No es de extrañar que en lugares de transformación
de materias para elaborar ciertos productos, que el registro arqueológico nos proporciona a través de una serie de
hornos de producción cerámica y dos restos de fundición,
un crisol con mango y dos fragmentos de tobera que indican actividades metalúrgicas, y en los que se produce
una concentración de varias personas, como se deduce de
las estructura que nos ocupan dos long-houses, se intente,
dentro de las costumbres fenicias, identificar elementos de
la vajilla que pueden confundirse con otros símiles en el
lugar. Así, se considera fehacientemente demostrado para
la factoría de Mogador o para la tripulación de un barco
como aquel que refleja el pecio de El Sec (Ruiz Cabrero –
López Pardo 1996: 153-179).
Evidentemente si atendemos al registro arqueológico,
la recogida y análisis de se varias muestras de C14 y dos
de TL, permiten precisar el marco cronológico en el que
se halló la pieza. Así, de las 6 muestras de C14 realizadas
sobre maderas carbonizadas halladas en los agujeros de
poste de la Cabaña, salvo la muestra 195293, las 5 restantes se sitúan en un período relativamente homogéneo en
torno al año 1000 a.n.e. (Urbina – Morín – Ruiz – Agustí
- Montero 2007: 67-70), momento que concuerda con la
datación paleográfica.
Ahora bien, ¿qué hipótesis de trabajo se puede plantear
para la cuestión de este hallazgo?. No debe extrañar que desde los primeros momentos de la colonización del territorio
peninsular, agentes comerciales se internaran utilizando las
rutas de comunicación autóctonas con el fin de conocer los
recursos que deparaban las nuevas tierras. La zona que nos
ocupa, lugar de transformación y producción, debe haber
sido objeto de interés por parte de estos “aventureros” que
tendrían conocimientos de escritura necesarios para elaborar informes y poder llevar una simple contabilidad.
Sin embargo, esta hipótesis, plantea un problema en
torno a la aparición de la escritura en la Península Ibérica.
En diversas ocasiones, se ha considerado que la presencia
de los fenicios en las costas fueron la consecuencia a largo
plazo del establecimiento de sistemas de escritura entre las
sociedades prerromanas, siendo la base para el desarrollo
408
de los mismos. No obstante, esta situación debió llevar un
dilatado periodo de tiempo, dado que como la tecnología,
son fuente de poder y su traspaso de una sociedad a otra
no es cuestión de simple regalo.
La segunda pieza que nos ocupa se trata de un fragmento de base de cerámica a mano, E 23, hallado en Torrejón
de Velasco. La incisión ha sido realizada post-coctionem no
exenta de dificultad debido a la calidad de la pasta cerámica con un desgrasante bastante grueso. A diferencia con el
fragmento anterior, en esta ocasión el número de signos
ejecutados es mayor, por lo que se debe descartar que estamos ante una casuística de tentativa de una mera marca
o signo en el recipiente. En actual proceso de estudio, tal
vez se puede indicar que estamos ante varias líneas de escritura o ante una serie de letras que rodean a dos letras
centrales que pueden ser nun y mem.
- Paleográficamente la primera de ellas presenta una grafía bastante regular, no angulosa, por lo que su datación oscila aproximadamente entre el s. XI a.n.e. hasta el s. II a.n.e.
- Por contra, la segunda de ellas presenta un trazo bastante arcaico como el llevado a cabo sobre la Espátula II de
Azarbaal del s. X a.n.e. (Gibson 1982: 12), pudiéndose rastrear uno de los primeros testimonios de esta letra en el universo semítico-noroccidental sobre las puntas de flecha procedentes de Byblos (Puech 2000 : 269), entorno al 1500 a.n.e.,
que portan una escritura proto-cananea (Cross 1967: 15).
- Encima de estos dos signos, puede observarse una
shim con forma de W cuya forma arcaica se puede datar
paeográficamente desde el s. XI, la denominada espátula
de Azarbaal, a la segunda mitad del s. VII a.n.e., sobre la
estela de Malta CIS I 123, o la inscripción de Paleocastro
RES 1214.
El lugar concreto del hallazgo donde apareció la pieza
se trata de un conjunto cerrado consistente en una fosa
cuyos materiales arqueológicos no llegan más allá del s. IX
a.n.e. La intervención en el yacimiento ha estado motivada por la ejecución de las obras de urbanización del Plan
Parcial Sector S-9 de Torrejón de Velasco, en donde tras
localizar material arqueológico en superficie en una zona
donde ya había catalogados dos yacimientos, uno de cronología romana y otro catalogado como Edad del Bronce/
Hierro, se procedió a una primera fase de desbroce mecánico y posterior limpieza manual, ampliándose el área
inicial para posteriormente proceder a la excavación arqueológica extensiva de los yacimientos así delimitados.
Durante la intervención se identificaron un total de 24
estructuras excavadas durante la primera fase y un total de
13 estructuras durante la segunda fase del movimiento de
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
tierras. A partir de su morfología, y la mayor o menor presencia de material arqueológico, se ha podido discriminar la
existencia de distintos tipos de estructuras, aunque en algunos casos la escasez de material impida pronunciarse de forma clara en lo que respecta a su funcionalidad. Por un lado
contaríamos con fosas de mayores dimensiones aunque de
escasa profundidad, con formas en planta tremendamente
irregulares, con siluetas de perfiles curvos o polilobulados
y que tal vez puedan estar relacionadas con la extracción
de arcillas para la elaboración de adobes y posteriormente
han sido colmatadas con aportes de origen antrópico. Otro
grupo correspondería a lo que podemos denominar silos o
estructuras de almacenaje, de planta circular, sección acampanada y en torno a un metro de profundidad.
El grupo más numeroso lo componen las estructuras de
planta circular, escasa profundidad y paredes perpendiculares a la base. Las profundidades suelen variar entre los 10
y los 20 cm. aunque algunas se encuentran muy arrasadas.
Sus rellenos no resultan en todos los casos homogéneos,
de manera que algunas presentan más alto contenido en
componentes de origen orgánico que otras, pudiendo en
algunos casos haber funcionado como hogares dada su
alta concentración de carbones y cantos rubefactados.
Para finalizar, el quinto grupo de estructuras estaría
representado por fosas de tendencia oval o circular de
mayores dimensiones, pudiendo alcanzar los 4 m. en su
eje largo. Las paredes son rectas o ligeramente reentrantes
hacia el interior y la profundidad oscila entre los 20 y los 30
cm. El material arqueológico es relativamente abundante,
pero lo reducido de su tamaño y la ausencia de hogares o
huellas de postes hace que no se puedan catalogar como
auténticas cabañas.
Respecto al material arqueológico y en lo que al conjunto cerámico se refiere, encontramos producciones realizadas a mano y a torno, encontrando conjuntos similares
para el primer caso en ocupaciones correspondientes a
la transición del Bronce Final al Hierro I, por ejemplo en
Pico Buitre, Guadalajara, con cronologías que podrían tal
vez llevarse al siglo IX a.C., pero que parece más adecuado
encuadrar en los siglos VIII y VII a.C. (Ruiz Zapatero –Lo-
Fig.3.- Fragmento de cerámica con grafito de origen fenicio del yacimiento localizado en el PGOU de Torrejón de Velasco, Madrid.
409
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
rrio, 1988). Unos paralelos próximos se hallan en la necrópolis de incineración del yacimiento D de “Arroyo Culebro”, Leganés, Madrid (Penedo coord. 2001) o también
en yacimientos excavados recientemente como el de “Las
Camas”, en Villaverde Bajo (Madrid) o conocidos de más
antiguo, como el “Cerro de San Antonio”, Vallecas (Madrid) o “El Mazacote”, en la localidad toledana de Ocaña
(González Simancas, 1933).
ción en el uso del yacimiento desde el Hierro I que eviden-
Junto a los recipientes realizados a mano, con acabados
alisados y bruñidos y de colores grises, se hallan numerosos fragmentos de cerámicas a torno, entre las cuales predominan los bordes con forma de pico de ánade, que pueden ir pintados con la característica combinación de una
su base, se hallan elementos de diversa procedencia con
pintura jaspeada en negro al exterior, que cubre el propio
borde, salvo un filete sin pintura en el arranque del mismo,
y una franja de color rojo sobre el labio superior del borde,
que usualmente se prolonga hacia el interior de la pieza.
de entrar en contacto con la plasmación de la escritura,
En conjunto la cerámica a torno ofrece algunos ejem-
sólo la malformación de los signos de un alfabeto apren-
plares que podrían atribuirse a momentos antiguos dentro
de la Segunda Edad del Hierro, indicando una continua-
dido y copiado por gentes que no sabían leer ni escribir.
Fig.4.- Parcela 9 del PGOU de Torrejón de Vleasco, Madrid.
410
cian los productos bruñidos a mano, si bien las series tipológicas de las cerámicas a torno en la comarca presentan
aún numerosos problemas en su adscripción cronológica.
Estos documentos abren un nuevo campo de análisis
en torno no sólo a la presencia fenicia en la península Ibérica sino sobre los sistemas de conocimiento y control del
territorio de las poblaciones de procedencia oriental. En
una formación y tecnología superior a la que encuentran
en el territorio peninsular, permitiendo avanzar la hipótesis de un conocimiento y registro geográfico desde los
primeros momentos. Las poblaciones autóctonas, a pesar
no aplicarían la misma debido a la falta de estructuras
político-sociales, si bien podría haberse dado la casuística
de una imitación temprana de signos sin cohesión, siendo
El uso de la escritura con un desarrollo de los signos feni-
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
cios aprendidos, sería una tarea a largo plazo como apunta J. de Hoz (1990: 228): “Desde el punto de vista histórico
debe dar cuenta de la existencia de contactos, [...], y debe
también justificar en la sociedad receptora de la escritura
las condiciones necesarias para que no sólo se produjese
la adaptación sino que ésta fuese adoptada, con toda la
inversión de esfuerzo que eso supone para mantener y
transmitir a través de un sistema de enseñanza la nueva técnica”. Sin embargo, ésta fue llevada a cabo seguramente en las escuelas de escribas de las ciudades fenicias peninsulares, y habría llevado parejo el problema de
fragmentación de lenguas peninsulares que complicaría
la creación de un sistema de escritura para transcribir la
lengua autóctona hablada o incluso, una vez desarrollada
ésta, la utilización de una escritura autóctona para ejecutar un texto claramente fenicio, como parece indicar la
incisión de la palabra msk “mezclar” en signos levantinos
(Sanmartín 1986: 94-95, I.3.3. MAMCart nº 2941; fig. I.8.,
foto 8). Además, aunque se conoce la figura del intérprete
en el mundo fenicio-púnico (Bonnet 1995: 113-125), así
como la presencia de un aparato administrativo en las polis feno-púnicas (Ruiz Cabrero 2009: 40-43), no creemos
en una labor meramente pedagógica de estos individuos
con una función, seguramente, menos altruista.
411
GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
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