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Editores científicos: Jorge Morín de Pablos Dionisio Urbina Martínez Diseño y Maquetación: Carmen Elisa Narro Sánchez. Esperanza de Coig-O’Donnell Magro Edición: Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A. Avenida de Alfonso XIII, 72. 28016, MADRID www.audema.com 1ª edición: Septiembre 2012. ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: Impreso en España - Printed in Spain. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni todo ni en parte, ni registrada, transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A. EL PRIMER MILENIO a.C. EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum VOLUMEN 1: I EDAD DEL HIERRO ÍNDICE APERTURA • El Primer Milenio en la Meseta Central. Jorge Morín y Dionisio Urbina PRIMERA EDAD DEL HIERRO. VOL. 1 CONTEXTOS • Bronce Final - en el Tajo superior . Rosa Barroso • Las Primeras Necrópolis de incineración en tierras de Madrid. María Concepción Blasco, José Chamón y Joaquín Barrio • El final de Cogotas I y los inicios de la Edad del Hierro en el Centro de la Península Ibérica (1200- 800 a.C.) Alfredo Mederos NUEVOS YACIMIENTOS • El Yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid) Longhouses en la Meseta Central. Ernesto Agustí, Jorge Morín, Dionisio Urbina, Francisco José López, Primitivo J. Sanabria, Germán López, Mario López, José Manuel Illán, José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero • La Cuesta, Torrejón de Velasco (Madrid): un hábitat singular en la Primera Edad del Hierro. Primitivo J. Sanabria • El Yacimiento de Las Lunas, Yuncler (Toledo): una ciudad de cabañas. Dionisio Urbina • Las cabañas de la I Edad del Hierro del yacimiento de Dehesa de Ahín (Toledo). Juan Manuel Rojas Rodriguez Malo y Antonio J. Gómez Laguna • Palomar de Pintado, Villafranca de los Caballeros (Toledo): territorialización y sociedades del primer hierro en la Mancha toledana. Jesús Carrobles LA CULTURA MATERIAL • La cerámica de transición del Bronce al Hierro y del Hierro Antiguo en el Área de Madrid y Norte de Toledo (850/800- 500/400 a.C.) Juan Francisco Blanco • Metalurgia en la meseta sur: síntesis sobre el primer milenio ac. Ignacio Montero Ruiz y Martina Renzi • Conjuntos líticos de la Edad del Hierro en la Meseta Central. Germán López • Industria lítica del yacimiento de Las Camas”(Villaverde, Madrid) Germán López • Un brazalete de marfil del yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid) Thomas X. Schuhmacher • Grafitos fenicios en el centro peninsular Luis Alberto Ruiz Cabrero SEGUNDA EDAD DEL HIERRO. VOL. 2 CONTEXTOS • Los yacimientos celtibéricos del Alto Tajo y Alto Jalón: el I Milenio a.C. en la Meseta Oriental. María Luisa Cerdeño • Plaza de Moros y los recintos amurallados carpetanos. Dionisio Urbina • El final de la Edad del Hierro: el hábitat fortificado del Cerro de la Gavia Jorge Morín, Dionisio Urbina, Francisco José López, Marta Escolà, Amalia Pérez- Juarez, Ernesto Agustí y Rafael Barroso NUEVOS YACIMIENTOS • Hoyo de la Serna, poblado y necrópolis de los inicios de la II Edad del Hierro en la meseta de Ocaña. Dionisio Urbina y Catalina Urquijo • Cerro Colorado, una necrópolis de los primeros poblados de la II Edad del Hierro. Dionisio Urbina y Catalina Urquijo • La Guirnalda: un yacimiento de la Edad del Hierro en la provincia de Guadalajara Ernesto Agustí, Dionisio Urbina, Jorge Morín, Ruth Villaverde, Antxoka Martínez, Enrique Navarro, Rui de Almeida, Francisco J. López y Laura Benito LA CULTURA MATERIAL • Imágenes de la Segunda Edad del Hierro en el Centro Peninsular. Dionisio Urbina y Catalina Urquijo • Estudio de material cerámico en el yacimiento del Cerro de la Gavia, Villa de Vallecas (Madrid). Jorge Morín y Dionisio Urbina • Conjunto cerámico de una estructura doméstica de la II Edad del Hierro en el yacimiento de la Guirnalda (Quer, Guadalajara). Sandra Azcárraga, Jorge Morín y Dionisio Urbina • Estudio de la industria lítica en el yacimiento del Cerro de la Gavia, Villa de Vallecas (Madrid) Jorge Morín y Dionisio Urbina TÉCNICAS APLICADAS • Zoorarqueología. La fauna en la Primera Edad del Hierro. José Yravedra Sainz de los Terreros • Paleoambientes y dinámica antrópica en la Meseta Sur (Madrid) durante la I y II Edad del Hierro. José Antonio López y Sebastián Pérez Estudio arqueobotánico de Las Camas (Villaverde, Madrid): un ejemplo de interdisciplinariedad para el conocimiento del paisaje vegetal y los usos de las plantas en la Meseta durante el 1er Milenio a.C. Ethell Allùe, D. Cabanes, I. Expósito, I. Euba, A. Rodríguez, M. Casa y F. Burjachs • INTERPRETACIÓN, DIVULGACIÓN Y DIFUSIÓN • De la arqueología al Patrimonio arqueológico: cuestiones a debate. Isabel Baquedano • Ética frente a los medios. Destruir y conservar con criterio. El yacimiento de Cerrocuquillo como ejemplo (Villanueva de la Sagra- Toledo). Montserrat Cruz, Alicia Torija e Isabel Baquedano • Museos Arqueológicos del siglo XXI. El Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid y la difusión de la Edad del Hierro. Antonio F. Dávila • La utopía del acondicionamiento del Cerro de la Gavia. Un viaje al pasado desde el paisaje postmoderno. Jorge Morín y Esperanza de Coig O’Donell • Modelización en 3D como método de investigación y conocimiento de las arquitecturas de la Edad del Hierro. Francisco J. López EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL Jorge Morín y Dionisio Urbina (Editores) Al inicio del siglo XXI vio la luz el trabajo de uno de nosotros sobre la IIª Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña, que partía de investigaciones de campo anteriores, realizadas desde 1993. Allí (Urbina, 1997:cap 3) se hacía hincapié en los enormes vacíos de la documentación sobre esta época en el centro peninsular, y el carácter fragmentario de la escasa información disponible. Desde entonces hemos venido insistiendo en este hecho del que otros investigadores también se han hecho eco (Ruiz Zapatero, en Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid (Ateneo de Madrid, 29 y 30 de nov y 1 de dic. de 2006; Torres de, 2012). Anteriormente existía un registro muy incompleto, disperso y de variada calidad, entre el que se pueden incluir las excavaciones que se resumían a unas campañas en la alquería de Cerro Redondo en Fuente el Saz del Jarama, las viejas excavaciones en la necrópolis de Las Madrigueras, El Navazo, o Buenache de Alarcón, en Cuenca; o las más recientes y apenas publicadas en la necrópolis de Las Esperillas en Santa Cruz de la Zarza, junto con las llevadas a cabo intermitentemente en Palomar de Pintado, en Villafranca de los Caballeros; las antiguas excavaciones en el Cerro del Ecce Homo junto a Alcalá de Henares o Cerro de los Encaños en Cuenca, las más recientes en Fuente la Mota (Barchín del Hoyo), El Cerrón de Illescas, y algunos sondeos en Santorcaz, Yeles, Cerro del Gollino y Villanueva de Bogas en Toledo; Fosos de Bayona en Cuenca, Cerro de las Nieves en Ciudad Real, o Cerro de San Antonio en Madrid y Los Llanos1, a las que hay que añadir las aportaciones de Kenia Muñoz con los sondeos realizados en el entorno de Aranjuez: Camino de las Cárcavas, Puente Largo del Jarama, etc. El panorama era algo más halagüeño en los bordes de esta área central que tiene al río Tajo como eje meridiano, con las excavaciones prolongadas que se venían realizando al Sur en los poblados de Alarcos o Cerro de las Cabezas, o al Noreste en yacimientos como El Ceremeño.2 A comienzos de este siglo hacía dos años que habían comenzado las excavaciones en el yacimiento amurallado de Plaza de Moros (Urquijo y Urbina, 2000) y por entonces se estaban llevando a cabo las del Cerro de la Gavia, y terminados los trabajos en Arroyo Culebro, del que se realizaba poco después una exposición y la posterior publicación del catálogo sobre los yacimientos excavados. En Arroyo Culebro se documentan tres yacimientos de la Edad del Hierro que se hallan muy próximos en el espacio, pero no uno sobre otro, abarcando casi la totalidad de este período cronológico. Si los dos sitios de habitación se hallan muy destruidos, la necrópolis de los inicios de la Edad del Hierro ha venido a confirmar fehacientemente, entre otros aspectos, la sospecha de que la incineración se generaliza en estas tierras en momentos anteriores a la llegada de los productos a torno, al tiempo que se afianzan los datos sobre la temprana aparición del Hierro en el centro peninsular, algo que se constata igualmente en la necrópolis de Palomar de Pintado y recientemente en el poblado de Las Lunas. La necrópolis de incineración del Hierro I abría las puertas a una serie de hallazgos que han cambiado sobremanera nuestra comprensión sobre la etapa de formación de la Edad del Hierro, con los hallazgos de Arroyo Butarque (Blasco y Barrio 2001-2 y las contribuciones en el monográfico sobre los carpetanos en la revista Zona Arqueológica de 2007) y los posteriores de Hoyo de la Serna (en este volumen), o los sensacionales restos de las cabañas o longhouses de Las Camas (Urbina et al. 2007). Por entonces también comenzaron las excavaciones en el Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid), que han producido apenas unas notas en la primera década (Baquedano et al. 2007; Gozalbes et al. 2011 y Uzquiano 2011), hasta la publicación del catálogo de la reciente exposición monográfica (Ruiz Zapatero et al. 2012). Todavía abundan en el panorama historiográfico sobre la Edad del Hierro los pequeños estudios centrados en piezas, noticias sobre colecciones de superficie, o capítulos de monograf ías que recogen aún las viejas tesis: Blasco y Lucas, 2000; Carrobles, 2008; Pereira, 2006; Urbina, 2005). Ese carácter tienen también las contribuciones al II Congreso de Arqueología de la provincia de Toledo, centrado en la mancha occidental y la Mesa de Ocaña, celebrado en Ocaña en 2000; así como las comunicaciones del Primer Simposio AUDEMA, celebrado en Madrid-Guadalajara, 24-25 Oct. 2007, que marca un hito ya que se trata de una reunión auspiciada desde la iniciativa de una empresa privada. En las comunicaciones de otras reuniones de esta década y los inicios de la siguiente, se vuelven a encontrar trabajos descriptivos que dan a conocer las nuevas actuaciones en su inmensa mayoría motivadas por las obras civiles de construcción. Nos referimos por ejemplo al monográfico sobre investigaciones arqueológicas en Castilla-La Mancha, que recoge actuaciones de 1996 a 2002, o de las I Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha, celebradas en Cuenca, 13-17 de diciembre de 2005, o las Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico en la Comunidad de Madrid, celebradas el 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2006, o incluso en las reuniones más modernas como el I Ciclo de Conferencias. Arqueología y Grandes Infraestructuras, celebrado en Cuenca, en febrero de 2010, o las Actas de las II Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha, que celebradas en Toledo, del 6 al 8 de marzo de 2007, han visto la luz en 2012. Como es natural los contenidos de las obras mencionadas son muy variados, a la par que lo son sus objetivos. Desde el punto de vista que iniciamos en Faro, en 2004, consideramos la de mayor interés aquellas que ofrecen los resultados de excavaciones (dada la endémica falta de datos de registro de que adolece la arqueología del área carpetana) y las reflexiones sobre los propios datos que aporta el registro arqueológico. Merece la pena destacar las monograf ías sobre sendos poblados amurallados, como el del Ceremeño en tierras de Guadalajara (Cerdeño y Juez, 2002 y Cerdeño y Sagardoy, 2007) o Fuente de la Mota en Cuenca (Sierra, 2002), al tiempo que aparece el catálogo sobre la exposición monográfica del Cerro de la Gavia, en Madrid (Quero et al. 2005), o artículos sobre los yacimientos que se están excavando en esos momentos: Cerro de la Mesa en Alcolea de Tajo (Ortega y del Valle, 2004y Chapa y Pereira, 2006); Palomar de Pintado (Pereira, Ruiz Taboada y Carrobles, 2003) o Plaza de Moros (Urbina, García Vuelta y Urquijo, 2004). En el año 2004 presentamos en la 8ª sesión del IV Congresso de arqueología peninsular celebrado en Faro, un simposio sobre la Edad del Hierro en el Centro de la Península. La introducción del mismo se titulaba “La Edad del Hierro en el centro de la Península Ibérica. Una realidad emergente”. No sospechábamos entonces cuanta verdad había en aquella aseveración. Como decimos, en 2004 pretendimos dar un nuevo impulso a las investigaciones sobre la Edad del Hiero, partiendo de los nuevos datos que estaban aportando lugares como Plaza de Moros, La Gavia y los extraordinarios y desconcertantes hallazgos de las longhouses de Las Camas. Lamentablemente, hubieron de pasar casi 4 años hasta que las comunicaciones presentadas a ese congreso vieran la luz, y en ese lapso de tiempo se habían producido nuevos hallazgos y nuevas publicaciones. En 2005 se celebró la exposición El Cerro de La Gavia. El Madrid que encontraron los romanos, en el Museo de San Isidro del 14 de junio al 25 de septiembre. El Cerro de la Gavia, constituye el único ejemplo en la Comunidad de Madrid, de recinto amurallado de la IIª Edad del Hierro con una trama urbanística excavada. La Gavia pone de relieve que estos recintos iniciarían su andadura en algún momento del siglo IV a.C. (presencia de barniz negro ático) y, que a diferencia de casos en donde se documenta un fin violento y más temprano de recintos amurallados similares: caso de Plaza de Moros, la ocupación del poblado se prolonga hasta bien entrado el siglo I a.C. deshabitándose paulatinamente. Asimismo, La Gavia ofrece uno de los escasos ejemplos en le Península Ibérica de instalaciones de habitación y/o transformación, no sólo extramuros del poblado, sino en recintos que se disponen a unos cientos de metros incluso a uno o varios kms del núcleo central. En el catálogo exposición se incluyen por vez primera capítulos sobre aspectos de la vida cotidiana que hasta entonces sólo se podían esbozar. El aumento de los datos conocidos permite continuar esta tendencia, y así en el catálogo sobre la exposición del Cerro de la Horca, en Santorcaz, que ve la luz en 2012, los aspectos sobre la vida cotidiana cobran un importante papel permitiendo un discurso de los mismos en mayor profundidad, debido fundamentalmente a un rico registro que obedece a la fecha tardía del yacimiento, ya que abarca desde finales del siglo III al I a.n.e. en pleno proceso de romanización que se hace sentir en los hallazgos. En 2007 se publica el Vol 10 de la revista del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid: Zona Arqueológica, dedicado a Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. En este caso se pretende ofrecer las novedades en el registro arqueológico (Vol 2) a la par que interpretaciones sobre el mismo (Vol 1). Como parece lógico en una obra de estas características el contenido es heterogéneo, pero por encima de ello creemos que hay que resaltar dos peculiaridades que se manifiestan a lo largo de sus páginas. Quizá la más notoria sea el abismo en la calidad de las diferentes comunicaciones, entre las que hay algunas con notas y citas apresuradas que establecen contradicciones como que para unos la llegada del torno a las parameras de Molina haya que llevarla al siglo s. VII a.C., mientras que para otros este hecho se produce a fines del siglo IV, sin duda porque están copiando escritos de hace ya muchos años en los que se asignaba esa fecha. Otra peculiaridad que se puede extraer es la abundancia de intervenciones sobre lugares de escasa entidad poblacional (hablamos sólo de las intervenciones novedosas) Salvo las excepciones que representan los sitios Las Camas, Santorcaz, la Dehesa de Ahín, y tal vez la necrópolis de El Vado, el resto de intervenciones lo hacen sobre yacimientos marginales y de escasa entidad. Lejos de considerar esta característica como algo negativo, deberemos pensar que se ha conseguido que las obras civiles sólo afecten a los sitios arqueológicos de menor relevancia, salvaguardando los poblamientos de mayor entidad. Por otro lado, gracias a estas intervenciones podemos acceder a la documentación de los enclaves secundarios que de otro modo quedarían sin investigar dado su escaso atractivo y las dificultades para localizarlos. Hace años que la investigación es consciente de la existencia de estos lugares, y pudimos acceder en parte a esta compleja realidad al examinar el poblamiento de la IIª Edad del Hierro en el entorno del poblado de La Gavia. No sólo se presumía la existencia de numerosas granjas, alquerías o hábitats de escasa extensión y poco prolongados en el tiempo al comienzo de la Edad del Hierro, sino que entre los poblados de larga duración de la IIª Edad del Hierro debía existir un complejo entramado de núcleos secundarios o instalaciones ligadas a ellos de una u otra forma: granjas, lugares de extracción de materias primas como cal, yeso, arcilla, sal, cerámicas y hoyos que expresen la frecuentación de campos de cultivos, etc. Pero una vez citado el hecho positivo de la documentación de estos lugares, emerge una realidad menos amable, como la falta de contextualización de los hallazgos realizados en la mayor parte de las comunicaciones. No sólo las intervenciones se limitan por los bordes de las obras en las que se enmarcan (algo ya de por sí bastante incómodo y frustrante), sino que los hallazgos realizados no se relacionan con el poblamiento conocido del entorno, a pesar de que en la mayoría de términos municipales se hayan realizado prospecciones intensivas y de cobertura total. Por ello, la mayor parte de las comunicaciones sólo se pueden considerar escritos técnicos publicados ya que no se trata de publicaciones científicas estrictamente hablando, pues se escatima en ellas el verdadero proceso de investigación arqueológico: se limitan a presentar los datos sin más, siendo necesaria una labor posterior de interpretación de los mismos que no se puede deducir de los escritos. Estas mismas consideraciones con un carácter aún más estricto: mayor falta de interpretación de los hallazgos, ausencia de un intento, por tímido que sea, de contextualizar los nuevos resultados, falta de un discurso arqueológico propiamente dicho; se pueden aplicar a la mayoría de las comunicaciones presentadas a las jornadas de investigaciones arqueológicas de Castilla-La Mancha y las jornadas de patrimonio de Madrid. No por ello valoramos menos positivamente estas publicaciones (ya que a la postre consideramos que sólo con la publicación de los hallazgos finaliza verdaderamente el proceso de actuación arqueológica que se inicia con la excavación), e invitamos vivamente a que estas experiencias se repitan y acaben convirtiéndose en prácticas rutinarias. Finalmente, y como si de alguna manera se cerrase un ciclo, ya pasada la fiebre constructora que propició numerosas intervenciones (algunas de las cuales se hallan escuetamente contenidas en el volumen monográfico de Zona Arqueológica y las actas del II C en 2012), y situados en plena parálisis económica, aparece una nueva tesis sobre la Edad del Hierro en el Centro de la Península: La tierra sin límites: territorio, sociedad e identidades en el valle medio del Tajo (S. IX-I a. C.), de Jorge de Torres, y casi al tiempo el primer libro de carácter divulgativo sobre los carpetanos: Tierra de carpetanos. Por lo que respecta al primero de ellos, la tesis doctoral pretende reunir todos los datos del registro conocidos hasta la fecha e intentar ofrecer una interpretación de los mismos3. Sin duda se ha recorrido un largo camino en estos 25 años desde que redactara su tesis doctoral Santiago Valiente1, y la distancia entre una y otra tesis nos sirven para medir el pasaje andado y la avalancha de novedades en el registro que desde entonces se ha producido aunque, salvando las distancias, encontramos ciertas similitudes entre los esfuerzos de una y otra tesis por recopilar datos, en la mayoría de los casos sumamente fragmentarios, sin duda porque no existe otra forma de acercarse aún a un registro que está marcado por ese carácter. Pero ahora ya se puede esbozar una secuencia cronológica del desarrollo de la Edad del Hierro en la zona, al tiempo que en muchos casos avanzar interpretaciones sobre los procesos históricos, como se hace en la última tesis que, por muy discutibles que puedan ser en algunos casos, constituyen la única partida de un verdadero discurso científico. “Tierra de carpetanos” es un resumen de los trabajos y teorías sobre la Edad del Hierro en el centro peninsular, que si no aporta nuevos datos o enfoques sobre el tema, tiene, a nuestro juicio, la virtud de ofrecer una versión en clave divulgativa de los conocimientos existentes sobre esta materia. Afortunadamente, el volumen de nuevos datos sigue creciendo, tal vez como consecuencia de la crisis que deja más tiempo para la publicación de anteriores intervenciones, de modo que las novedades del registro son todavía susceptibles de cambiar radicalmente teorías esbozadas con anterioridad a la aparición de esos datos. Un buen ejemplo de ello lo constituye la primera fase del momento que llamamos Hierro I. En este sentido creemos que los datos aportados en este volumen ofrecen una nueva luz sobre los inicios de este proceso. Desde los hallazgos de Las Lunas a los de Las Camas, el horizonte del Bronce Final y los inicios del Hierro pueden ser comprendidos con mayor precisión y profundidad de lo que se ha hecho hasta ahora. En otros aspectos ya es posible ofrecer un panorama relativamente coherente derivado de un registro más abundante, como sucede con las necrópolis de los inicios del Hierro I y del Hierro II Antiguo, algo que hemos pretendido realizar en la publicación que aparecerá en breve, aprovechando los estudios sobre la necrópolis de Cerro Colorado (Urbina y Urquijo, e.p.). De algún modo, la reciente publicación del catálogo de la exposición sobre los hallazgos en el Llano de la Horca, viene a suplir la carencia de trabajos sobre el final de la Edad del Hierro que aparecen en este volumen, con lo que el panorama que presentamos se amplía y abarca a todo el primer Milenio a.n.e. Creemos que con las contribuciones aquí presentadas se agranda la comprensión de la Edad del Hierro en el centro peninsular, y que poco a poco se va superando ese estadio en el que el panorama historiográfico estaba dominado por la precariedad del registro, y es tiempo de comenzar a elaborar hipótesis fundadas sobre los procesos históricos que rigieron el desarrollo de las sociedades del último Milenio a.n.e. en esas tierras. NOTAS 1 Véase la bibliograf ía aportada en la introducción del simposio sobre la Edad del Hierro citado, así como las comunicaciones: Urbina, D. Claves de la secuencia del poblamiento de la Edad del Hierro en el Centro de la Península. En As Idades do Bronze e do Ferro na Península Ibérica. Actas do IV Congresso de arqueologia peninsular. 14-19 Setp 2004, Faro, 15-28. 2 No citamos por considerar que se alejan demasiado del área de estudio, las actuaciones en poblados como El Amarejo en Albacete, o Sisapo ya en Sierra Morena. 3 Dado que el trabajo sólo está accesible desde la sección de tesis de la Universidad Complutense de Madrid, y confiamos en que pronto pueda ser publicado, no queremos extendernos sobre el contenido del mismo. 4 La Segunda Edad del Hierro en el valle medio del Tajo. 1987. Inédita. Universidad Autónoma de Madrid. BIBLIOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA RECIENTE SOBRE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA BIBLIOGRAFÍA GENERAL DESDE 2000 BAQUEDANO, E., CONTRERAS, M., MÄRTENS G. y. RUIZ-ZAPATERO, G. (2007): “En busca de los últimos carpetanos”. Madrid Histórico, 11, Sept-Oct. p. 8-17. BLASCO, Mª. C. y BARRIO, J. (2001-2): “El inicio de las necrópolis de incineración en el ámbito carpetano”. 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Gonzalo Ruiz Zapatero. pags. 36-63 El tránsito del Bronce Final al Hierro Antiguo en la cuenca baja del Manzanares. María Concepción Blasco Bosqued. pags. 64-87 La Edad del Hierro en el bajo valle del río Henares: territorio y asentamientos. Antonio F. Dávila. pags. 88-135 Paisajes agrarios del curso medio del río Jarama durante la Edad del Hierro: una aproximación numérica. Victorino Mayoral Herrera, Jesús Bermúdez Sánchez, María Teresa Chapa Brunet. pags. 136-155 El valle del Tajuña madrileño durante la Edad del Hierro: una aproximación arqueológica. Martín Almagro Gorbea, José Enrique Benito López. pags. 156-181 Vol (2). Novedades en el registro arqueológico Emplazamientos de la II Edad del Hierro en La Sagra vertebrada por el arroyo Guatén. Santiago Valiente Cánovas, Jesús Fernando López Ciudad. pags. 182-193 El espacio y el tiempo. Sistemas de asentamiento de la Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña. Dionisio Urbina Martínez. pags. 194-217 Nuevos datos sobre el poblamiento en la Carpetania meridional: el valle medio del Cigüela. Luis Andrés Domingo Puertas, Jaime Max Magariños Sánchez, Amparo Aldecoa Quintana. pags. 218-237 El entorno de zonas salobres y humedales de la Carpetania durante la II Edad del Hierro. Santiago Valiente Cánovas. pags. 238-255 El yacimiento de la Primera Edad del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid): los complejos habitacionales y productivos. Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina, Francisco José López Fraile, Primitivo J. Sanabria Marcos. pags. 10-25 La Carpetania: entre celtas e iberos. Antonio Madrigal Belinchón, Isabel-Kenia Muñoz López-Astilleros. pags. 256-273 Espacios domésticos y de almacenaje en la confluencia de los ríos Jarama y Manzanares. Asunción Martín Bañón. pags. 26-41 Algunas consideraciones en torno a la delimitación del complejo cultural carpetano. Juan Pereira Sieso, Jesús Carrobles Santos. pags. 274-289 Camino de las Cárcavas (Aranjuez): desde el Hierro antiguo hasta los carpetanos. José Ramón Ortiz del Cueto, Carpetania: argumentos para una definición del territorio en época romana. Juan Manuel Abascal Palazón, Pilar González-Conde. pags. 290-301 Complutum y los carpetanos: cambio y continuidad cultural desde el mundo indígena a la ciudad hispanorromana. Sebastián Rascón Marqués, Ana Lucía Sánchez Montes. pags. 302-321 El inicio de la romanización en la región madrileña: nuevas perspectivas para la investigación. Sandra Azcárraga Cámara. pags. 322-341 Antonio Madrigal Belinchón, Laura López Covacho, Isabel-Kenia Muñoz López-Astilleros. pags. 42-70 El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín (Toledo). Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo, Gema Garrido Resino, Antonio José Gómez de la Laguna, Antonio Guío Gómez, Jaime Perera Rodríguez. pags. 71-106 El yacimiento de la Primera Edad del Hierro de «La Cantueña». Juan Sanguino Vázquez, Pilar Oñate Baztán, Eduardo Penedo Cobo, Jorge de Torres Rodríguez. pags. 107-118 Poblamiento prerromano en la Dehesa de la Oliva (Patones, Madrid). Ignacio Montero Ruiz, José Javier Alcolea González, Yolanda Alvarez González, Javier Baena Preysler, Miguel Angel García Valero. pags. 119-130 El yacimiento de La Albareja (Fuenlabrada, Madrid): un ejemplo de poblamiento disperso en la Edad del Hierro. Susana Consuegra Rodríguez, Pedro Díaz del Río Español. pags. 131-152 «El Colegio» (Valdemoro): cambios materiales y estabilidad socioeconómica a mediados del Primer milenio a. C. Juan Sanguino Vázquez, Pilar Oñate Baztán, Eduardo Penedo Cobo, Jorge de Torres Rodríguez. pags. 153-174 El Caracol: un yacimiento de transición en la Primera Edad del Hierro madrileña. Pilar Oñate Baztán, Juan Sanguino Vázquez, Eduardo Penedo Cobo, Jorge de Torres. pags. 175-193 El yacimiento de El Badío (Torrejón de Velasco, Madrid): algunos aspectos acerca de la evolución de los espacios de habitación entre los siglos V y I a. C.: de la cabaña al edificio. Asunción Martín Bañón, Sabah Walid Sbeinati. pags. 194-214 La revitalización de los ritos de enterramiento y la implantación de las necrópolis de incineración en la cuenca del Manzanares: la necrópolis de Arroyo Butarque. María Primer Simposio AUDEMA. La Investigación y Difusión Arqueopaleontológica en el Marco de la Iniciativa Privada. Audema S.A. MadridGuadalajara, 24-25 Oct. 2007. Concepción Blasco Bosqued, Joaquín Barrio Martín, María Pilar Pineda Reina. pags. 215-238 Cerro Colorado, Villatobas, Toledo: una necrópolis de incineración en el Centro de la Península. Dionisio Urbina, Catalina Urquijo. pags. 239-254 La necrópolis de El Vado (La Puebla de Almoradiel, Toledo): nuevos datos sobre el mundo funerario en época carpetana. Asunción Martín Bañón. pags. 255-268 El yacimiento carpetano de «La Ribera». Lorenzo Galindo San José, Vicente M. Sánchez Sánchez-Moreno. pags. 269-289 La fase carpetana de «El Malecón» (Madrid). Miguel Rodríguez Cifuentes. pags. 290-302 El horno de La Alberquilla: un centro productor de cerámica carpetana en Toledo. Enrique Gutiérrez Cuenca, Emilio Muñoz Fernández, José Manuel Morlote Expósito, Ramón Montes Barquín. pags. 303-323 El yacimiento arqueológico de Santa María, Villarejo de Salvanés (Madrid). Daniel Pérez Vicente, Marta Bueno Moreno. pags. 324-341 El cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid capital): el urbanismo de un poblado de la II Edad del Hierro en la Comunidad de Madrid. Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina Martínez, Ernesto Agustí García, Marta Escolá Martínez, Francisco José López Fraile. pags. 342-373 El oppidum carpetano de «El Llano de la Horca» (Santorcaz, Madrid). Enrique Baquedano, Miguel Contreras Martínez, Gabriela Märtens, Gonzalo Ruiz Zapatero. pags. 374-394 El yacimiento arqueológico del Mojón de Valdezarza (Villarejo de Salvanés, Madrid). Daniel Pérez Vicente, Marta Bueno Moreno. pags. 395-411 Hallazgos de una vía romana en el yacimiento de Pozos de Finisterre (Consuegra, Toledo): el item a Liminio Toletum. María Hernández Martínez, Jorge Morín de Pablos, Mercedes Sánchez García-Arista, Fernando Sánchez Hidalgo, Dionisio Urbina Martínez Una puerta hacia la comprensión de la Edad del Hierro en el valle del Manzanares: los yacimientos de Las Camas y La Gavia (Madrid). D. Urbina et alii. Macromamíferos del yacimiento de la Primera Edad del Hierro de Las Camas (Villaverde, Madrid. J. Yravedra. Nuestro Patrimonio. Recientes actuaciones y nuevos planteamientos en la provincia de Cuenca. I Ciclo de Conferencias. Arqueología y Grandes Infraestructuras. C. Villar y A Madrigal Coords. (Cuenca, Febrero, 2009). Diputación Provincial de Cuenca. Serie Actas nº 3. Cuenca, 2010. Excavaciones en el yacimiento de Las Madrigueras II (Carrascosa del Campo, Cuenca), O. López y Mª V. Martínez. El yacimiento ibérico Los Canónigos (Arcas del Villar, Cuenca). M. A. Valero. Actas de las II Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha (Toledo, 6-8 de marzo de 2007). A. Madrigal y Mª Perlines Coords. Toledo. 2012. Vol I. Algunos apuntes sobre las excavaciones en curso del yacimiento de Cerrocuquillo (Villaluenga de la SagraToledo). I. Baquedano, A. Torija y M. Cruz. Nuevos yacimientos en la comarca de La Sagra: asentamientos de la Edad del Bronce, Edad del Hierro y época romana de El Cerrón /Casas de la Jerónima (Yuncos, Toledo). A. Martín Bañón. Yacimiento de la Edad del Hierro I de “San Antón” (Villaluenga de la Sagra, Toledo). S. Walid y J. Pulido. El hábitat carpetano y la necrópolis de El Vado (La Puebla de Almoradiel, Toledo). A. Martín Bañón. Una necrópolis del Hierro en Atalaya del Cañavate, Cuenca: la cañada del Santo. Mª C. Valenciano y J. Polo. Intervención arqueológica en el yacimiento Fuente la Gota II, Carrascosa del Campo-Cuenca. Febrero-Junio 2006. H. Chautón. Vol II La necrópolis ibérica de La punta de Barrionuevo, Iniesta-Cuenca. Avance sobre las últimas investigaciones. M. A. Valero. CD 2.07 Nuevos datos sobre el poblamiento durante la Edad del Hierro en La Sagra toledana: el yacimiento de Fuentevieja (Numancia de la Sagra) L. A. Domingo, J. Max Magariños y Mª A. Aldecoa 2.11 Intervención arqueológica en El Castellar (Villarrubia de Santiago, Toledo). D. Urbina 2.12 Las Caleras. Poblado, necrópolis y minería de “espejuelo” junto a la calzada Toledo-Segóbriga. D. Urbina y C. Urquijo. 3.04 Intervención arqueológica en la Autovía de Los Viñedos Cm-400. Tramo: Consuegra-Tomelloso (P.K. 0+000 A 74+600). J. M. rojas y A. J. Gómez. 3.05 Estructuras de Ocupación del Bronce Final Orientalizante, Hierro I y II Edad del Hierro localizadas En La Autovía De Los Viñedos Cm-400. Tramo: Consuegra- Tomelloso. (P.K. 0+000 A 74+600) Yacimientos de Varas del Palio, Palomar de Doña Leonides, Zona 4 de Lerma y Arrojachicos. J. M. Rojas, A. J. Gómez, Y. Cáceres y J. de Juan. 6.04 Aplicaciones de Última Tecnología de Detección Geof ísica en Arqueología: El Caso de Las Madrigueras (Carrascosa del Campo, Cuenca). O. López y R. Ruiz Bravo. Los últimos carpetanos. El oppidum de El LLano de la Horca (Santorcaz, Madrid). Catálogo de la exposición. Museo Arqueológico Regional. Del 18 de abril al 25 de noviembre de 2012. Alcalá de Henares. Madrid. Visualizar el pasado: los carpetanos en imágenes. (pags. 17-34). La Hispania prerromana. (pags. 35-46). La Carpetania. (pags. 47-58). La investigación desarrollada por el Museo Arqueológico Regional. (pags. 59-82). El oppidum de El Llano de la Horca. (pags. 83-96). Calles, plazas y espacios de uso público. (pags. 97-112) Las casas carpetanas. (pags. 113-134). Las artesanías. (pags. 135-162). Entorno y actividades económicas. (pags. 163-192). Ideología y simbolismo. (pags. 193-210). Presente y futuro del yacimiento. (pags. 211-222). Catálogo. (pags. 223-374). AUTORES TEXTOS: Gonzalo Ruiz Gabriela Märtens Miguel Contreras Enrique Baquedano AUTORES FICHAS CATALOGRÁFICAS: Marian Arlegui, Sandra Azcárraga, Susana Cortés, Beatriz Ezquerra, Cristina Fernández, María Mariné, Jorge Morín, Fernando Pérez, José Polo, Carmen Repullo, Carmen Valenciano y Jaime Vives. YACIMIENTOS VISITABLES Comunidad de Madrid La Comunidad de Madrid cuenta con un plan de yacimientos visitables y dentro del mismo se han incluido cuatro yacimientos de época prerromana: • • • • Dehesa de la Oliva (Patones). Hábitat carpetano de Miralrío (Rivas-Vaciamadrid). Castro carpetano Llano de la Horca (Santorcaz). Yacimiento carpetano de Titulcia (Titulcia). Comunidad de Castilla – La Mancha Yacimiento de Dehesa de la Oliva. En Castilla-La Mancha se engloban dentro de la Red de Parques Arqueológicos y Yacimientos visitables los lugares de: • • • • • • • • • Parque Arqueológico de Alarcos (Ciudad Real). Yacimiento musealizado con centro de interpretación. Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real). Yacimiento musealizado, con centro de interpretación. La Bienvenida (Sisapo), (Almadén, Ciudad Real) yacimiento visitable. Oreto-Zuqueca (Granátula de Calatrava, Ciudad Real), yacimiento visitable. Poblado celtibérico de El Ceremeño (Herrería, Guadalajara). Yacimiento visitable. Necrópolis de Palomar de pintado (Villafranca de los Caballeros), Museo de sitio. Yacimiento de Fuente de la Mora (Barchín del Hoyo, Cuenca). Yacimiento de Plaza de Moros (Villatobas, Toledo). Yacimiento del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Yacimiento de Miralrío. Yacimiento de Cerro de las Cabezas. PRIMERA EDAD DEL HIERRO CONTEXTOS I EDAD DEL HIERRO BRONCE FINAL - HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Rosa Barroso Bermejo EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 20-04-2009 Aceptado: 20-05-2009 BRONCE FINAL - HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR LATE BRONZE AGE - IRON AGE IN TAGUS Rosa Barroso Bermejo Área de Prehistoria UAH- rosa.barroso@uah.es PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Edad del Hierro, Cogotas I, Tajo. KEYS WORDS: Late Bronze Age, Iron Age, Cogotas I, Tagus RESUMEN: En este artículo se recogen algunos aspectos de las comunidades que protagonizan, en el Tajo, el final de la Edad del Bronce y el comienzo de la Edad del Hierro. Aspectos sobre su vida y muerte, junto a la cronología y algunos elementos económicos, centran el contenido de este trabajo, contrastando datos entre el área oriental y central del Tajo, es decir, los registros de las provincias de Guadalajara y Madrid. ABSTRACT: This paper collects some aspects of the communities of the Tagus basin during the end of the Bronze Age and the beginnings of the Iron Age. Aspects of their life and death, together with the chronology and some economic factors, focus the content of this work, contrasting data between the central and eastern area of the Tagus, that is to say, the records of the provinces of Guadalajara and Madrid. BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Rosa Barroso Bermejo El ámbito que nos ocupa, parte entre lo que será la Carpetania y la Celtiberia, cuenta con varios hallazgos de los últimos años que permiten trazar aspectos novedosos de las comunidades que viven y mueren a comienzos del I milenio a.C. Estos aspectos, vida y muerte, junto a la cronología y algunos elementos económicos, centran la síntesis que aquí se recoge, continuación de otras muy recientes sobre el tema (Ruiz Zapatero, 2007; Blasco, 2007; Urbina, 2007), que permiten que nuestro trabajo sea un tanto selectivo respecto a las cuestiones a tratar, las más actuales, a la vez que se contrastan los datos de la zona oriental y central del Tajo. No parece coherente que unas comunidades a las que constantemente atribuimos intensas relaciones comerciales e influencias queden aisladas en tierras próximas que sólo más tarde se definen como verdaderos territorios prerromanos, y que en el caso de la Carpetania ni siquiera tenemos perfectamente delimitado como tal. Son también varias las referencias que se hacen a áreas y yacimientos fuera de la Meseta que tienen registros semejantes del I milenio a.C., y es que el volumen de datos actual, aún con sus carencias o problemas de conservación, equipara el final de nuestra Prehistoria Reciente a los procesos que se repiten en otros marcos peninsulares. BALANCE DE UNA HISTORIA DE FACIES Y HORIZONTES Sin pretender un exhaustivo recorrido historiográfico sino sólo ponernos en antecedentes, el marco que nos ocupa arranca pronto en el plano arqueológico, a comienzos del siglo XX, con hallazgos de Pérez de Barradas en el Manzanares y el Henares, y verdaderas excavaciones del marqués de Cerralbo, que dejan claro el gran protagonismo de la Edad del Hierro plasmado en varias de las necrópolis de incineración que excavó, algunas como Luzaga o El Altillo de Aguilar de Anguita con elementos realmente originales en la meseta como son las calles en las que se organizan las sepulturas o las estelas hincadas que las señalizan. Realmente sus trabajos van a guiar de uno u otro modo la primera actividad arqueología de la zona. Primero por las revisiones que se hicieron en los 70 de los materiales de estas necrópolis depositados en el MAN, por ejemplo el caso de El Atance (Paz, 1980), Luzaga (Díaz, 1976), o la reexcavación de algunas de ellas como El Altillo (Argente, 1977). También porque las nuevas actividades de campo de los 80 se centran en contextos de incineración semejantes a los de comienzos de siglo, pero ahora con trabajos sistemáticos como Prado Redondos en Sigüenza (Cerdeño, BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR 1978) o la necrópolis de Molina de Aragón (Cerdeño et alii, 1981), junto con el interés por los espacios de habitación. Este es el caso del poblado de La Coronilla (Cerdeño y García Huerta, 1983) en el que sus autoras se enfrentan a muchos materiales que hoy, de una u otra manera, tienen un papel en las novedades que aporta el tránsito del Bronce Final al Hierro. Y es que las cerámicas pintadas o las grafitadas aunque presentes en las necrópolis excavadas a primeros de siglo (Barroso, 1999) habían pasado desapercibidas o, al menos, perdido protagonismo frente al conjunto de tumbas celtibéricas que interesó más a Cerralbo. Frente a ese interés por la Edad del Hierro hay que decir que no es que Cogotas I no estuviera presente en la capital alcarreña, de hecho casi a la par que Arenero de Soto (Martínez Navarrete y Méndez, 1983), su misma modélica excavación de cuidada metodología se pone en práctica en La Muela de Alarilla (Méndez y Velasco, 1986), yacimiento al que vamos a hacer varias referencias. En él, por cierto, conviven boquique y excisión de la más clara tradición meseteña con pintadas, grafitadas, e incluso la presencia de hierro. En esas mismas fechas surge un trabajo que debe ser considerado precedente de los estudios de la “transición” (Valiente, 1982) marcando la tónica de toda una serie de trabajos de la provincia de Guadalajara en los que con materiales descontextualizados, porque es muy poco lo excavado, se definen varias facies u horizontes culturales. Por un lado el Horizonte Riosalido situado en el siglo IX a.C. con un mínimo aporte de cronología absoluta, y definido por variedades cerámicas pintadas y grafitadas de una excavación clandestina que resumen rasgos indígenas y filiaciones con los Campos de Urnas también patentes (Valiente, 1982). En paralelo, el poblado de Pico Buitre, que con varias campañas de excavación, encabeza los yacimientos conocidos como “poblados de ribera” o facies Pico Buitre que, aunque coetáneos en origen de Cogotas I, forman también parte de ese camino a la Edad del Hierro con una cronología del siglo X a.C. (Valiente et alii, 1986: 68). A partir de ellos los distintos estudios no han hecho sino regionalizar más el fenómeno de tal forma que en el área molinesa podemos hablar de otros tantos horizontes que suelen tener como protagonista el poblado de Fuente Estaca (Arenas 1999: 209). En fechas muy parecidas, en Madrid, el Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1985) inicia los estudios de lo que aquí se denomina Edad del Hierro. Con él se configura pronto un importante número de yacimientos, mucho mejor conocidos que en Guadalajara (Blasco et alii, 1988), cuyas características han sido recogidas en varias ocasiones (Blasco, 2007). 30 Este recorrido historiográfico se cierra con un balance actual en el que son pocas las excavaciones llevadas a cabo en los últimos años en Guadalajara, o mejor dicho, seguramente son muchas, pero poco lo que conocemos de ellas, no porque no hayan tenido un buen trabajo de documentación, sino porque este no se ha seguido de un trabajo de interpretación y divulgación de los resultados. A diferencia de Madrid, que cuenta desde hace unos años con una serie continua de Jornadas de Patrimonio Arqueológico de la Comunidad, o un monográfico sobre los estudios de la Carpetania en la serie Zona Arqueológica del Museo Regional, en la provincia vecina los trabajos a nivel regional o provincial, han sido mucho más discontinuos. Este es el caso de los simposios provinciales hasta el momento celebrados cada cuatro años. Las únicas aportaciones corresponden al área molinesa con excavaciones en los 90, por ejemplo en el castro de El Ceremeño (Cerdeño y Juez, 2002) al que haremos varias referencias, y la más reciente de la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007a) que cuenta ya con una monograf ía sobre sus fases más modernas (Cerdeño y Sagardoy, 2007b), así como una secuencia para la zona en la que se incluye el Bronce Final como Protoceltibérico I y II (Cerdeño, 2008: 98-99). Hace ya algunos años realizamos una primera síntesis aunando los yacimientos de ambas provincias, Madrid y Guadalajara (Barroso, 2002), y la visión de un registro parcelado con terminología diversa no es muy distinta de la que puede verse hoy en día (Ruiz Zapatero, 2007: 42) siendo necesario primero buscar la generalidad sobre la regionalidad. Estamos en un periodo de cambios y transformaciones, de novedades, que es incómodo y dif ícil definir, especialmente en sus comienzos, e impreciso de fijar en su plano temporal, prestándose, como hemos visto, también a denominaciones varias. (Fig. 1). En ese mencionado trabajo de síntesis (Barroso, 2002) usaba ambas denominaciones, la de transición y Edad del Hierro, manejada en ambas provincias, como momentos de un mismo proceso histórico, referentes temporales, aunque el criterio fuera mayoritariamente el material. Intentaba con ello reunir facies y horizontes, ya caducos, pero desde luego no deja de ser parcelar, hay que reconocerlo, sin mucho acierto, porque son denominaciones distintas que corren el riesgo de entender la transición como verdadera etapa cultural. Ahora bien, más allá de denominaciones que habrá que concretar, el trasfondo que intentaba transmitir es lo destacable. La transición viene a ser un recurso que utilizamos para llamar a los momentos que no podemos definir con BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Fig. 1.- Área de estudio y diferentes denominaciones utilizadas para el Bronce Final – Hierro. nuestras categorías teóricas (Perea, 2005: 91). Y es que en el Tajo nos enfrentamos en muchas ocasiones a un registro en formación, con muchas permanencias y novedades. Parece ser un proceso de experimentación y adaptación en el que se repiten las mismas localizaciones que antes, se dispone de las mismas tierras, o se usan materiales nuevos o los ya tradicionales de madera y barro en construcciones igual de endebles o en otras de mayor entidad, por no hablar de enterramientos poco normalizados aún en todo el periodo, algo muy del Bronce final más que de la Edad del Hierro. En este panorama de cambio es en que el más vamos a insistir aquí. patente en muchos de sus enclaves de carácter abierto. Entendemos éste en cuanto falta de construcciones defensivas o de una búsqueda expresa de accidentes naturales de protección porque, en última instancia, no hay duda que los enclaves responden a una cierta variedad, por ejemplo en su altura sobre los cauces. Espolones, relieves moderados a modo de pequeños cerros o mesetas y terrazas que destacan en altura sobre el cauce del río como ocurre en el Jarama o el tramo alto del Henares, o que apenas tienen elevación como en el Manzanares, o en el propio Henares por las disimetrías entre sus orillas. Una segunda cuestión, es la existencia de un poblamiento en alto que en el caso del Henares se vino consi- DATOS PARA UN MODELO DE POBLAMIENTO derando exclusivamente relacionado con Cogotas I, enarbolando yacimientos en cerros testigos como La Muela de Alarilla (Fig. 2) o Ecce Homo, mientras que poblados como Por el momento no disponemos de un buen mapa de yacimientos porque es mucho lo excavado pero poco lo publicado. Esto imposibilita conocer verdaderos patrones de poblamiento que ni siquiera a partir de buenos datos de prospección serían completamente fiables. En todo caso, mostrar lo que se observa nunca puede ser perjudicial, y además podemos hablar de algunas pautas realmente seguras que contribuyan a la definición de un verdadero patrón. Una primera cuestión es la falta de interés defensivo de estas comunidades, al igual que Cogotas I, que queda Pico Buitre, buscaban intencionadamente los terrenos llanos y bajos próximos a las orillas de los ríos, protegiéndose sólo de las crecidas (Valiente et alii, 1986: 67). Hoy parece bien probado que el poblamiento en altura no es el único frecuentado por las gentes de Cogotas I, que ocuparon con insistencia las tierras bajas del Manzanares, y que las coincidencias sobre los mismos espacios se repiten (Barroso, 2002: 133). Esta dualidad de yacimientos en altura y en tierras bajas en la Meseta no surge ahora, existe al menos desde Calcolítico, y parece que persiste hasta más 31 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Fig.2.- Vista de la Muela de Alarilla, Guadalajara. allá de la II Edad del Hierro (Dávila, 2007: 124), luego no Cogotas I, no encuentran un marco de inestabilidad social hay valor cronológico en la elección de uno u otro enclave, o choques intergrupales. sin que convenza más la existencia de una jerarquización Una cuestión más es la búsqueda progresiva de un es- social (Díaz del Río, 2001: 296), o una especialización eco- pacio de ocupación propio, abandonándose las terrazas y nómica. Respecto a ésta última, planteada en el bajo He- la cercanía a los principales cursos fluviales que buscaba nares (Dávila, 2007: 124), tenemos algunos datos, aunque Cogotas I observada en ámbitos muy distintos de la Me- no muy explícitos, del cerro del Ecce Homo (Ruiz et alii, seta, como el bajo Henares (Dávila, 2007: 123). Al respec- 1997) y a su pie los obtenidos en Las Matillas (Díaz del to son muchos los ejemplos, en Henares, Manzanares o Río et alii, 1997), para pensar en un mismo entorno y una Jarama en los que se reiteran en el mismo enclave yaci- economía igual de diversificada durante el Bronce Final. mientos Cogotas I y del Primer Hierro. Es el caso de la Es bastante especulativo, pero lo que hace estos enclaves Muela de Alarilla (Méndez y Velasco, 1986), Ecce Homo tan distintos es su aspecto actual, no sólo la altura, sino (Almagro y Dávila, 1989), Camino de las Cárcavas ( Ló- las deficiencias que observamos respecto a los poblados en pez et alii, 1999), Dehesa de Alcalá (Dávila, 2007: 100) o zonas bajas inmediatos a áreas productivas, y sobre todo Capanegra (Martín y Vírseda, 2005), El Colegio (Sanguino el agua. Quizás ese costo de mantenimiento de la pobla- et alii, 2007: 156) o El Baldío (Martín y Salid, 2007: 195). ción en alto que vemos hoy, no fuera mucho mayor que Podemos discutir su continuidad o interrupción, pero no en las zonas bajas, siendo cubierto, por ejemplo, en el caso que en muchas ocasiones se elige el mismo enclave, y con del agua, por pequeños cauces sin duda hoy desparecidos, ello las mismas tierras, luego su poblamiento no surge con y que la única explicación sea un paisaje ocupado y por una estrategia socioeconómica distinta a Cogotas I. Eso no tanto demarcado en sus distintas variedades topográficas. Por otro lado, la falta de interés defensivo, aún en poblados en altura, también tiene repercusiones más allá de la falta de delimitación del espacio y de construcciones de uso común, situándonos en comunidades que, como las de quita para que con su dispersión y aislamiento surja la ne- 32 cesidad creciente de nuevos espacios, ocupándose zonas muy distintas, incluso de escasa visibilidad, con un mayor número de asentamientos en los espacios interfluviales, ligados a tierras más fértiles. (Fig. 3) BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Fig. 3.- Situación de algunos de los yacimientos principales mencionados en el texto. Esta necesidad creciente de nuevas tierras es una cuestión interesante de manejar, junto al tamaño de los poblados, de cara a poder determinar algún día el número y la densidad que llegó a alcanzar el poblamiento de la Edad del Hierro, o su crecimiento demográfico. En general, se ha señalado una drástica disminución de tamaño con referencia a los amplios poblados de Cogotas I (Blasco, 2007a: 75), pero la idea de nuclearización derivada de ello debe ser matizada. Se trata de pequeñas agrupaciones sin esbozo de traza urbana, más allá de algunas alineaciones y orientaciones parejas de las viviendas, que en ocasiones tienen amplios espacios intermedios, sin actividad alguna, que podrían sugerir sectores diferenciados, o expresas áreas de paso. Encontramos viviendas exentas a las que se adosan, o entremezclan, dependientes estructuras de almacenaje, estabulación y de actividad, sustituyéndose progresivamente los espacios de almacenamiento comunes, por recursos propios, de lo que parecen unidades familiares un tanto independientes. Los valores comúnmente admitidos de cuatro o cinco personas por núcleo familiar vendrían a determinar agrupaciones de unas 15-25 personas. Un poblamiento disperso, escasamente estandarizado, y de economía igual de sencilla que Cogotas I, formado por los efectivos existentes en la Meseta Sur en el I milenio a.C. Dentro de lo que parecen ser construcciones sin orden, podría existir alguna delimitación perimetral argumentada por los tramos de empalizada localizados en La Deseada (Martín y Vírseda, 2005: 198). Podrían formar parte de cercados para ganado entre las propias viviendas, o ser verdaderos elementos de demarcación como se conocen en la Meseta Norte (Misiego et alii, 1999). Para determinar su grado de novedad en el poblamiento que nos ocupa, me parece que queda aún pendiente la asignación de recintos de fosos a yacimientos Cogotas I, aunque se han sugerido delimitaciones de matorrales espinosos (Blasco, 2007b: 14), y pequeños tramos de postes (Silva y Macarro, 1996: 138). Es una realidad, que las excavaciones amplias de estos yacimientos proporcionan automáticamente huellas de construcciones. Pueden ser de mayor o menor tamaño, mejor o peor conservadas, pero son estructuras más allá de los tan repetidos silos de almacenamiento. Es por tanto evidente que esas áreas de almacenamiento cambian, intercalándose más viviendas, o al menos, que predomina la concentración sobre la extensión de los poblados Cogotas I. Sus estructuras reúnen rasgos tradicionales y distintivos, siendo el cuerpo constructivo, la madera, junto al barro y los entramados vegetales, e incluso contando con algunos trazados nada ajenos a Cogotas I. Huellas de poste, 33 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR restos de adobe, tapial, y manteados, aparecen en la mayor parte de los yacimientos, estando también presente la piedra, como parte de los calzos de los postes, o en los zócalos de los muros. Conjugando estos distintos elementos se construyen estructuras muy diversas. Por un lado, una arquitectura de postes, entramados vegetales y barro, que configura cabañas circulares u ovales de pequeño tamaño y complejidad, como las del Cerro de San Antonio, o el Sector III de Getafe, y que forma también parte de estructuras de mayor dimensión, desarrollo y compartimentación, que conocíamos por la vivienda oval/trapezoidal de 13x4 m localizada en Ecce Homo, hecha a base de postes (Almagro y Dávila, 1989). En los últimos años tenemos más ejemplos, entre ellos El Colegio (Sanguino et alii, 2007), donde se produce además un ensayo de lo que podrían ser casas adosadas, y en las dos estructuras de gran tamaño, 200 y 144 m² localizadas en Las Camas (Urbina et alii, 2007), que reproducen 143), la doble hilada de bloques de sílex de La Capellana (Blasco y Baena, 1989), El Caracol (Oñate et al, 2007) o la cabaña de Pico Buitre. En esta, se coloca un zócalo de tapial manteado con cal de 20 cm de altura que aprovecha un rehundido natural de la vaguada, sobre el que levantarían las paredes de ramas y troncos. Un tramo de encachado y dos alineaciones de piedra, a modo de divisiones internas, completan los restos conservados de la construcción (Crespo, 1995: 171-172). Los tamaños de las estructuras aparentan gran variabilidad, destacando también la presencia de viviendas grandes, como los más de 160 m² que pudieron alcanzar las cabañas de adobe de Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007: 77). Por otro lado, contamos con una arquitectura de piedra, adobe o tapial que sin renunciar al uso de la madera y los entramados vegetales, así como al barro en sus paredes, La cabaña de postes de Ecce Homo y las dos cabañas localizadas al pie del mismo cerro, en el poblado de Los Pinos (Muñoz y Ortega, 1997) (Fig. 4), pero de planta circular, nos dan idea de la enorme versatilidad estructural. Si ambos tipos constructivos, o las distintas plantas que diseñan, responden a diferentes funcionalidades, experimentaciones técnicas, cronologías, o adaptaciones al entorno, está por determinar con precisión. En todo caso, parece que la diferencia de tamaño es un factor decisivo en la interpretación funcional de las estructuras. Las más pequeñas serían estructuras de almacenaje o pequeños graneros de las tradicionalmente consideradas viviendas (Martín y Vírseda, 2005: 193), pasando éstas, de no más de unos 20 m², a ser espacios anexos de usos suplementarios a las de mayor tamaño, por ejemplo, las grandes viviendas localizadas en Albareja (Consuegra y Díaz del Río, 2007), o Las Camas (Urbina et alii, 2007). eleva éstas sobre cimentaciones y zócalos. Es el caso de Es interesante la secuencia de El Colegio donde a las Puente Largo de Jarama, con un zócalo de 50 cm de ancho construcciones de postes de madera les siguen construcciones circulares con zócalos de piedra, paredes de adobe y suelos encachados (Sanguino et alii, 2007), que mues- un mismo de tipo de construcción longitudinal de cabeza semicircular a base de postes de madera. Una línea de postes centrales, igual que en El Colegio (Sanguino et alii, 2007: 158), divide de forma tripartita el espacio interior, separando lo que debieron ser áreas de descanso, preparación de alimentos y despensa. Su grado de arrasamiento no permite asegurar ni siquiera la presencia de hogares, como en aquella, que sin duda debieron de servir para caldear o iluminar una estructura tan grande. hecho con cantos rodados, sobre los que se elevarían paredes de madera y adobe revestido (Muñoz y Ortega, 1997: Fig. 4.- Planta de la cabaña del Ecce Homo (Almagro y Dávila, 1989) y Los Pinos (Muñoz y Ortega, 1977). 34 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR tran una estancia duradera, al menos hasta la II Edad del Hierro, igual que en La Dehesa (Dávila, 2007: 100), o en el Baldío. Aquí, con el interés añadido de mostrar el largo uso de las construcciones perecederas (Martín y Walid, 2007: 212). Una de las mejores secuencias la tenemos en la Dehesa de Ahín, uno de los pocos casos en los que podemos hablar de tell al estilo de Soto, y de la presencia, como aquí, de bancos corridos y enlucidos rojos (Delibes et alii, 1995). Las fases del poblado toledano (Rojas et alii, 2007) comienzan con varios niveles que sólo fue posible sondear documentándose cenizas, hogares y algunos pavimentos que podrían relacionarse con estructuras perecederas incendiadas. Prosigue con una sucesión de construcciones en adobe que modifican su planta y fortaleza muraria, pasando de recintos rectangulares a recintos longitudinales con cabeza absidal, que aumentan significativamente la superficie de habitación, aunque no la complejidad interna, con sólo algunos postes que dividen pequeñas áreas. Es posible que el tiempo entre las construcciones no sea muy grande, no sólo por la construcción en sí, sino también por el final brusco de algunas de ellas por los incendios. Por el momento no son muchos los yacimientos que muestran esta continuidad, pero la mayoría tiene indicios de permanencia. Esta se deduce de acondicionamientos de las viviendas con suelos preparados, pavimentos, encachados de piedra hechos de guijarros, como en Los Pinos (Muñoz y Ortega, 1997: 143), El Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1991: 23), Pico Buitre (Crespo, 1995: 171-172), o revestimientos interiores calizos (Crespo, 1995: 171-172), y enlucidos en rojo (Rojas et alii, 2007: 83) a los que hay que dar un valor estético más que funcional. En realidad, parte de la dificultad de delimitar estas construcciones viene precisamente de la superposición de elementos que muestran rehabilitaciones y reconstrucciones del espacio. En ocasiones dividen la superficie habitacional (Martín y Walid, 2007: 200) y, en otras, la aumentan con cabezas absidales o trazados más longitudinales, como ocurre en Ecce Homo, a cuya primera cabaña se añade un espacio en la entrada (Almagro y Dávila, 1989: 34-35). También se deduce de sus reparaciones, como muestran la presencia de suelos preparados con fragmentos cerámicos acumulados previamente en lugar, con sucesivas capas de enlucidos, o varias superficies de uso de los hogares. De éstos hay que señalar que la presencia de estructuras de combustión es algo más que casual, en todos estos contextos, y también va más allá de meros hogares relacionados con las viviendas. Hay un hogar doméstico, o varios, como en El Colegio (Sanguino et alii, 2007), o Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007), al interior de la estructuras, que pueden ser muy elaborados, a base de placas de arcilla endurecida sobre fragmentos cerámicos, o bien cantos de río. Pero también son frecuentes los hornos, estructuras para la realización de metal y cerámica, bien identificadas en el yacimiento de Las Camas (Urbina et alii, 2007: 50), con un conjunto de seis cubetas de las que se conservaba la base, e incluso en alguna el arranque del cierre de la cámara. Destacan también las trece superficies de barro rojo endurecido, más o menos circulares, localizadas en la pequeña excavación de Pico Buitre (Crespo, 1995), que pueden identificarse bien con las diferentes partes conservadas en los hornos de Las Camas. En ambos las estructuras se agrupan y ligan a fosas, en las Camas interpretadas como de obtención de arcillas (Urbina et alii, 2007: 50), formando pequeñas áreas de producción, casi a modo de pequeños talleres. Cambiando de sector, en la zona oriental de la Meseta Sur, se ha señalado una baja implantación de Cogotas I (Arenas, 1999: 168) que contrasta, claramente, con el núcleo madrileño, y que se hace extensible a prácticamente toda la Edad del Bronce en la zona, lo que sugiere un gran vacío de investigación más que un paisaje despoblado. Las construcciones de madera del área oriental vienen aquí expuestas por el poblado molinés de Fuente Estaca (Martínez, 1992). Su excavación localizó los restos de al menos dos cabañas ovales de hasta 16 m de longitud, delimitadas por huellas de poste, con suelos apisonados o empedrados, hogares, y estructuras anexas de hornos de cerámica, es decir, el mismo modelo expuesto para Pico Buitre o los yacimientos madrileños. Contamos además, algo más tarde, con un proceso de nuclearización bien configurado en varios poblados excavados, de los que sin duda el mejor ejemplo es El Ceremeño (Cerdeño y Juez, 2002). Se trata de poblados en altura, amurallados, y con viviendas rectangulares con zócalo de piedra y paredes de adobe, que se adosan entre sí y apoyan en la muralla, organizándose entorno a un espacio abierto. En el mismo conjunto podrían incluirse los restos constructivos encontrados en El Turmielo, con zócalo de piedra y recrecido de tapial (Arenas y Martínez, 1995), o las casas de La Coronilla (Cerdeño y García Huerta, 1992), todos ellos en el área de Molina de Aragón. Si las viviendas de éste último poblado llegan a unos 19 m², en el Ceremeño hay una cierta variabilidad, con ejemplos de unos 55 m² y divisiones bi y tripartitas. Se completan con pisos de tierra apisonada, hogares, postes para sujetar la techumbre, y bancos de piedra. Son escasos los silos, pero en la mayor parte de ellos son frecuentes las vasijas de almacenamiento, algunas clavadas 35 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR y calzadas en el propio suelo (Arenas y Martínez, 1995: 103) a modo de mobiliario de provisión de la casa. Las diferentes referencias demográficas utilizadas en El Ceremeño determinan un poblado de entre 51 o 75 habitantes, según las variables manejadas (Cerdeño y Juez, 2002: 59), es decir, con una mayor concentración demográfica que la que resulta de los restos constructivos descritos en Madrid y el Henares alcarreño. Que Fuente Estaca sea un poblado en zona baja, frente a las elevaciones de los castros molineses, no debe hacernos caer en la simplificación de arquitectura de madera en bajo, mampostería en alto, por mucho que la documentación en la zona sea escasa. Algo como lo que sucede en Cortes de Navarra, con quien El Ceremeño comparte muchas similitudes en su diseño urbano, parece bastante posible. Aquí, tras una fase de estructuras de madera, con plantas circulares que preceden a las rectangulares, le sigue el uso de materiales perdurables (Munilla et alii, 1996). El contraste marcado entre el área madrileña y el alto Tajo es evidente. Los tamaños de las viviendas de El Ceremeño se alejan de las grandes estructuras de madera descritas en Madrid. Ahora bien, si se da valor a una postura diferente (Arenas, 2007), que también hay que decir, cuenta ya con su correspondiente réplica (Cerdeño, 2008), y vemos las construcciones de El Ceremeño no sólo como viviendas, sino además como espacios dedicados a actividades de acumulación de leña, forraje, o labores diversas, la similitud con el modelo del resto del Tajo es más próxima, igual que la demograf ía de los núcleos familiares de ambos marcos. Sólo la cohesión que proporcionada la muralla del Ceremeño se echa en falta en los poblados de la capital. LA CUESTIÓN FUNERARIA Respecto al mundo funerario, paralelo al de habitación, la información en este periodo de transición es limitada (Ruiz Zapatero, 2007: 49), lo que no debe resultar raro, pues precisamente el Bronce Final se caracteriza por su parquedad funeraria en buena parte de nuestra Península Ibérica. De hecho, en el caso de Cogotas I, se plantea la escasez y el enrarecimiento de sus enterramientos finales como una diferencia clara de comportamiento entre sus comunidades del II y I milenio a.C. (Blasco et alii, 2004: 49). Tampoco podemos olvidar que un poblamiento de pequeñas comunidades, como el descrito, quizás perfila cementerios igual de pequeños, dispersos y poco sistematizados, en definitiva dif íciles de documentar. 36 En el área carpetana aún no conocemos los contextos de enterramiento de los primeros asentamientos, pero esto no impide que las pautas funerarias sean consideradas el elemento de más abrupta diferencia entre las comunidades del Bronce y del Hierro, por el contraste que supone la inhumación frente a la incineración (Blasco, 2007a: 82). Desde luego la sola idea de cementerio supone también permanencia. Conjuntos como los de varias necrópolis de Guadalajara, excavadas a comienzos de siglo, que tuvimos la oportunidad de revisar, el caso de las Horazas (Paz, 1980), igual que la incineración de La Torrecilla (Priego y Quero, 1978), en Madrid, parecían aproximar la incineración a estas comunidades, desde sus momentos más antiguos, pero lo cierto es que sus argumentos, únicamente materiales, eran endebles. Una aportación interesante a este vacío viene sin duda del Alto Tajo, con la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007a) que asegura, en su fase más antigua, la gran antigüedad del ritual de incineración en la zona. Más allá de la propia incineración, o de su ligazón con los Campos de Urnas, Herrería II, con la presencia de empedrados o túmulos, con incineración e inhumación, incineraciones en hoyo, o la presencia de estelas, ya presentes en la fase anterior, muestra una unión de tradición y novedad propia de un periodo de tránsito. Conviene no olvidar que esos comportamientos tan poco reglados, casi mezclados, de costumbres conocidas y nuevas que afectan al plano funerario, son comunes en varios contextos peninsulares de este momento (Barroso et alii, 2007). Destaca de Herrería su gran número de sepulturas (Cerdeño y Sagardoy, 2007a), casi 300, entre las continuas fase I y II, y otras 300 estimadas para la fase III, lo que muestra una comunidad bien consolidada. Cualquier comparación con las necrópolis del área carpetana que conocemos hasta el momento (Blasco en este mismo volumen) es endeble en valor demográfico, pues tanto Arroyo Culebro como el Arroyo de Butarque se han excavado parcialmente. En síntesis recientes se señala que en general están en consonancia con esas comunidades pequeñas descritas, mostrando también su misma ausencia de belicosidad y grandes diferencias sociales (Ruiz Zapatero, 2007: 53). Los restos incinerados se depositan directamente en un hoyo o en urna, sin faltar las tumbas vacías a modo de cenotafios (Penedo et alii, 2001: 51; Blasco et alii, 2007: 220), es decir, lo usual en este tipo de conjuntos que incluso muestra el habitual ambiguo comportamiento hacia los individuos infantiles según su edad. Algunos se incineran y BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR otros se inhuman, como en Arroyo Culebro (Gómez y Martín, 2001: 259-260), mientras los perinatales se entierran bajo las casas (Blasco, 2007a: 83), como también se documenta en el Alto Tajo (Cerdeño y García Huerta, 1983). Dos cuestiones que es interesante destacar en su contraste con las necrópolis del área oriental de la Meseta. Una primera, la falta de señalización de las tumbas (Blasco, 2007a: 83), que ciertamente choca con el inconveniente del grado de arrasamiento de los conjuntos y de la nula conservación de la materia orgánica pero que, hoy por hoy, es un elemento a destacar, por la planificación que supone. Las escasas piedras próximas a algunos hoyos de Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001: 51) contrastan, sin duda, con los empedrados y túmulos localizados en Herrería III, y con las estelas, mucho más presentes en sus fases antiguas. Entre ellas hay algún ejemplar excepcional de 1,52 m (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 112), que no sólo referencia tumbas sino también áreas destacadas del paisaje funerario de la necrópolis. La importancia de estas señalizaciones en la zona, se pone de manifiesto en las necrópolis celtibéricas, de estelas alineadas en calles, que documentó Cerralbo en Luzaga, o El Altillo. Junto a la novedosa incineración, puede verse la tradición anterior de estas piezas, recordando la asociación espacial de la última necrópolis mencionada, a un conjunto megalítico con varios menhires con decoración (Bueno et alii, 1994). Una segunda cuestión es la falta de armas de las necrópolis madrileñas (Blasco, 2007a: 83) mencionadas, cuyos ajuares cuentan exclusivamente con cuchillos de hoja curva, y el trasfondo de la reducida presencia de hierro que esto supone. Cuchillos, pero también puntas de lanza, regatones y espadas, están presentes en la fase III de Herrería, en la misma línea de lo documentado en la necrópolis de Sigüenza, en el Henares (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 134-135). 2007: 169; Ruiz et alii, 1997: 140; Ruiz y Gil, 1995) que, en algún momento, quizás pudiera influir en los distintos modos constructivos descritos que tanto uso parecen hacer de la madera. A ellos se unen análisis antracológicos, de esos repetidos niveles de incendio que afectan a vigas, techumbres y postes, que muestran, como en el Ceremeño (Cerdeño y Juez, 2002: 36), la selección de pino para la construcción. La abundante presencia de ruderales en el polen (Mariscal, 1996: 83-86), puede interpretarse en la línea de un importante aprovechamiento de las tierras del entorno, lo mismo que pone de manifiesto el análisis del territorio inmediato de explotación. Las buenas tierras parecen ser la única ventaja de la ubicación de poblados como Pico Buitre (Barroso, 2002), que en una vaguada, ni siquiera contarían con la mejor visibilidad. Como hemos señalado, la elección de los mismos enclaves de Cogotas I es algo más que casual, luego las directrices económicas no son tan distintas, al menos en un primer momento. La diversificación parece la base de la autonomía económica de las comunidades del Bronce Final–Hierro que, a falta de muralla y otro tipo de delimitación, no muestran una gran competencia por la tierra. La carpología, elementos materiales como los dientes de hoz, y una cierta lógica en la continuidad de cultivos anteriores, nos permiten reconstruir comunidades con siembras de trigo y cebada (Arenas y Martínez, 1995: 92) a las que, en momentos avanzados, se unen cereales de ciclo corto, en procesos algo más intensivos que podrían incluir la rotación de cultivos (Cerdeño y Juez, 2002: 92). Los restos faunísticos, generalizados en la mayor parte de los poblados excavados, muestran el valor de los ovicápridos sobre los bóvidos, que iría acompañado de un porcentaje variable de caza y recolección según biotopos específicos. Así, el reducido porcentaje de caza de Cerro de San Antonio (Blasco et alii, BREVE APUNTE ECONÓMICO 1988: 150), o Las Camas (Yravedra, 2007), tiene su contrapunto en una presencia elevada de ciervo en el Alto Tajo, Los registros económicos del Tajo son, hoy en día, más favorables en el área oriental, donde forman un bloque más compacto. De ahí la importancia de los que se recogen en este volumen, pues en el Tajo medio, en cuyo patrón económico vamos a insistir más en este apartado, la publicación de restos estructurales de los últimos años, junto con los restos materiales que les acompañan, no ha ido ligada siempre de una pareja información económica. La referencia que proporcionan los polínicos es un tanto escueta, en la mayor parte de los casos, y no va más allá de claros indicios de deforestación (Sanguino et alii, donde tenemos también muestras de recolección, bellotas carbonizadas (Cerdeño y Juez, 2002: 102), que son fáciles de recoger y procesar pudiendo hacer el papel de sustitutivo de los cereales en determinadas épocas del año. (Fig. 5) La aportación de los contextos funerarios nuevamente marca la relevancia de ovicápridos (Penedo et alii, 2001:51) y vacuno, cuya elevada edad de sacrificio va más allá de su etapa de mejor aprovechamiento cárnico (Arenas, 1999: 222). El uso del entorno inmediato no sólo se reduce a valores subsistenciales a los que habría que unir la sal (Muñoz y Ortega, 1997: 151), sino también mobiliarios, por cuanto 37 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Viviendas, almacén o áreas de estabulación, y áreas de actividad, determinan espacios exentos subsidiarios, o que forman parte de una misma unidad espacial, que garanti- Almacén sleeping/storage Cocina, trabajo y descanso Estabulación a activities activities b Fig. 5.- Modelos de uso de espacio doméstico: a) partir de Valdés, V. 2002: 161; b) según Pope, 2007: 221. se dispone de arcillas de buena calidad con la que realizar la cerámica, con ejemplos como el ya mencionado de Las Camas (Agustí et alii, 2007), sílex para la industria lítica, y metal. Este se está trabajando en los poblados, de ahí los restos de Las Camas o las escorias de Pico Buitre (Crespo, 1992: 65), aprovechándose afloramientos locales (Cerdeño y Juez, 2002: 106). Al paisaje, mayoritariamente de silos, ofrecido por los yacimientos de la prehistoria Reciente madrileña, se añaden ahora estructuras cuyo uso va más allá de la vivienda y el descanso. Es decir, esta economía diversificada y autónoma sobre sus tierras parece, además, menos colectiva de lo que lo era antes, pero necesitamos un buen registro de los restos interiores de las construcciones para poder determinar la verdadera entidad económica de sus agrupaciones. En este sentido es muy ilustrativo el ejemplo del castro de El Ceremeño. Su modélico análisis de sedimentos de varias viviendas ha ayudado a determinar sus divisiones internas y su funcionalidad. El ejemplo de la vivienda E, de unos 50 m², podría ser extrapolable a varias de las estructuras conocidas en el Tajo. Su pequeño vestíbulo fue utilizado para la estabulación de ganado, mientras en el interior se distinguen áreas de cocina y descanso, quedando el fondo como despensa (Cerdeño, 2008: 109). Estas mismas divisiones se plantean, incluso en viviendas circulares, en contextos ingleses (Pope, 2007), quedando la estabulación de la entrada ligada a animales con crías, y en buena parte como refugio nocturno e invernal. 38 zaría el mantenimiento de los que la habitan. El interés por abarcar dentro de la construcción de vivienda, diferentes actividades de trabajo que exigen de más espacio, se observa en Dehesa de Ahín cuando se añade una cerca, o a un área inicialmente abierta dedicada a labores artesanales, se le incluye dentro de una cabaña (Rojas et alii, 2007: 105). También de un cierto éxito económico podríamos calificar las frecuentes remodelaciones del espacio mencionadas. Suelen ser tendentes a un aumento del mismo, aunque nos falta por comprobar si estas ampliaciones vienen acompañadas de un mayor número de estructuras. En todo caso parece que esos almacenes nos permiten hablar de una producción excedentaria, o que si no lo es en gran manera, es por un cierto conservadurismo y mesura de sus comunidades. Esa apertura se observa también en cuanto que se trata de comunidades abiertas, permeables, a numerosos influjos e intercambios externos. De los primeros proceden distintos aspectos que se funden en las producciones materiales de este momento, así como en el aprendizaje de nuevas tecnologías, y de los segundos, auténticas importaciones cuyo valor económico no sólo está en el propio contenedor sino en el contenido, que en la mayor parte de las ocasiones desconocemos. LAS FECHAS. CRONOLOGÍA ABSOLUTA Y RELATIVA La falta de resueltas estratigraf ías, una cuestión presente en toda nuestra Prehistoria Reciente, permite tomar o dejar una siempre cómoda sucesión lineal entre las comunidades Cogotas I y aquellas que fabrican nuevos tipos vasculares. En el trabajo ya aludido usaba el título de “Otros Bronces f ínales” (Barroso, 2002: 131) ligado a este periodo de tránsito, y es que estos yacimientos que nos ocupan forman parte de un proceso de diversificación, todo apunta que, previo a la desaparición plena de las gentes de los típicos poblados de fondos Cogotas I (Fernández Posse, 1988: 138-139). La importante presencia de Cogotas I, en su solar originario, ha hecho dif ícil la observación de otras pequeñas comunidades que conviven con ella tomando su relevo, mientras en la periferia, donde Cogotas I suele englobarse en Bronce Tardío, se ha abordado el Bronce BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Final propio de cada zona sin tantas trabas. De esta manera, los mejores paralelos para los yacimientos que ahora nos ocupan, no sólo para sus viviendas, sino también para sus conjuntos materiales, están en Levante, en conjuntos como Peña Negra, en el Alto Ebro, en Soto o en la Beira, la mayor parte por cierto con la misma problemática comentada respecto a los patrones funerarios (Barroso, 2002: 133 y ss.), y con importante influencia de Cogotas I (Abarquero, 2005: 402). (Fig. 6) El trasfondo de contactos y dinamismo propio del Bronce Final, acrecentado en un marco geográfico central como es la Meseta, y la falta de fechas C-14, ha hecho de las influencias externas un elemento fundamental a la hora de identificar las comunidades del Bronce Final-Hierro de la zona, extrapolando para fechar, elementos y su problemática desde diferentes contextos (Urbina et alii, 2007: 65). La tendencia normalmente era retrasar la fecha desde el supuesto punto originario, y además aquí, se topaba con algunas de las referencias más tardías de Cogotas I en la Meseta, que aunque muy discutidas, siempre han estado ahí (Barroso, 2002: 103). Aunque hoy tenemos más fechas, y sabemos que el uso de la tipología tiene sus problemas, la situación temporal de estas comunidades no tiene absoluto quórum. Los problemas de la curva de calibración del C-14 en estos momentos, con márgenes muy amplios, se han intentado suplir por el uso de la TL, pero hay que reconocer que ambos, aunque cronología absoluta, pueden relativizarse por cuanto la interpretación de su contexto de procedencia se presta a versiones diversas. En los últimos años han sido varias las fechas antiguas obtenidas. Algunos autores son partidarios de valores intermedios entre C-14 y TL que ajusten con el marco cronológico obtenido para Cogotas I, admitiendo cronologías del VIII a.C. para el tránsito Bronce Final-Hierro (Blasco, 2007a: 71). Otros no encuentran tanto inconveniente en esas cronologías anteriores (Barroso, 2002; Agustí et alii, 2007; Cerdeño, 2008). Cuando abordamos hace años esta cuestión sólo teníamos las fechas radiocarbónicas de Pico Buitre, que sus autores llevaron sin problemas al siglo X a.C. (Crespo, 1992: 65), y cuya calibración obviamente envejece aún más. Ya en ese momento observábamos la existencia de valores semejantes en otras áreas peninsulares, sin encontrar motivo alguno para dejar fuera el área del Tajo. Ejemplos del Sureste, del Alto Ebro, como La Hoya, o el propio Cortes de Navarra, o los yacimientos Baioes-Santa Luzia en la Beira Alta, o los de la Beira Interior, en Portugal, completaban junto a Pico Buitre un amplio cuadro del Bronce Final cuyo grueso de fechas, entre el siglo XII-IX cal BC (Barroso, 2002: 165), tiene hoy nuevos datos de radiocarbono fuera (Misiego et alii, 2005: 218) o dentro del Tajo. Aquí los más relevantes son sin duda las fechas de la vivienda de Las Camas, entre los siglos XI y X cal BC (Agustí et alii, 2007: 69), y los de la mencionada necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007b), en el área oriental, para el comienzo de la cultura celtibérica. Tanto Herrería, como Pico Buitre, Fuente Estaca, y Las Camas, forman un conjunto de fechas entre 1250-800 cal BC, que se aborda con mayor (Cerdeño, 2008) o menor resolución (Agustí et alii, 2007: 79) según el peso que se dé a determinados elementos materiales, o el margen de las muestras, en muchas ocasiones madera de construcción sujeta a un largo uso. (Fig. 7) Al siglo VIII cal BC remiten las fechas de El Ceremeño, unidas a otra más de La Coronilla y de la Torre II, mostrando el cohesionado poblamiento ya descrito en el área oriental de la Meseta, en comunidades que siguen incinerando a sus muertos, como se pone de manifiesto en las fechas de Herrería III. Dos fechas del siglo XI cal BC obtenidas en El Ceremeño y La Coronilla, quizás fechan elementos constructivos procedentes de viviendas anteriores y reutilizados en cubiertas y vigas de sus fases de ocupación posteriores. Las fuertes nivelaciones necesarias en la construcción de muros y viviendas de piedra podrían haber borrado evidencias de un poblamiento anterior, seguramente con importante uso de la madera, que determinará la frecuentación tanto de zonas bajas como altas para vivir. La fecha obtenida en el madrileño yacimiento de Arroyo Butarque, pone de manifiesto el uso de necrópolis de incineración, en paralelo a las celtíberas. Otra cosa diferente es, dentro de ese grueso cronológico, establecer una secuencia temporal que permita precisar más los acontecimientos que se suceden, y que se echa en falta en un marco amplio como el que hemos definido. Para ello será necesario contar con más fechas absolutas que nos permitan relacionar datos constructivos y elementos materiales que, no tienen valor por sí mismos, de forma independiente. Los elementos materiales, en especial la cerámica, han sido repetido objeto de estudio por cuanto se presentan como uno de los rasgos más novedosos y renovadores de estas comunidades, y por lo tanto, uno de los que mejor caracterizan lo que “no es Cogotas I”. Su descripción ha sido suficientemente abordada (Barroso, 2002), por lo que sólo destacaremos su concreción de elementos característicos de Cogotas I, Campos de Urnas o el marco meridional, en de- 39 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR Fig. 6.- Otros contextos del Bronce Final peninsular mencionados en el texto. finitiva una auténtica mixtura. Su valor cronológico, lo que ahora nos ocupa, es realmente impreciso. Hoy sabemos que cerámicas como las grafitadas, más allá de las vinculaciones con el Ebro, se están fabricando en la Tajo (Barroso, 2002b: 137; Andrés et alii, 1989), y la importante presencia en la Meseta de algunos tipos de fíbulas convierte a esta zona en tan posible receptora como productora. Del mismo modo, tenemos varios casos, por ejemplo Pico Buitre (Crespo, 1995: 172-173) en los que las sucesivas remodelaciones de un mismo espacio no conllevan cambios materiales apreciables, pues se suceden en cortos espacios de tiempo. Todo indica que, hasta que nuestro volumen de información, precisado por fechas, no sea mayor, sólo podemos hablar de pautas cuyo respaldo temporal habrá que comprobar. Una pauta a comprobar sería sin duda el porcentaje de cerámica decorada significativa que existe en los diferentes conjuntos vasculares. Las acanaladas, en el caso de aquellos 40 ambientes más influenciados por el Ebro, o las incisiones y excisiones típicas de los conjuntos del Tajo medio. Un ejemplo, al respecto, lo tenemos en Dehesa de Ahín donde se observa un progresivo empobrecimiento formal y decorativo de los conjuntos vasculares (Rojas et alii, 2007). Otra pauta más estaría en la presencia de piezas hechas a torno entre la cerámica a mano. Piezas importadas, o de imitación, suelen ser un paso previo a la adopción de la nueva tecnología, y por lo tanto su porcentaje resulta expresivo de un proceso de transformación. El torno aparece en poblados del Henares como Los Pinos, y tiene una buena documentación en el área oriental de la meseta en conjuntos como El Turmielo (Arenas y Martínez, 1995), El Palomar (Arenas, 1999), o El Ceremeño (Cerdeño y Juez, 2002: 77-78) con porcentajes muy variables. En este último tenemos los porcentajes más altos, cercanos al 50% en algunas viviendas, con la referencia cronológica ya mencionada, y el testimonio de su funcionalidad, pues el porcentaje BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR disminuye notablemente en la necrópolis paralela a la fase de ocupación del castro (Cerdeño y Sagardoy, 2007b: 125). cia en el cementerio, en forma de armas, que en el poblado Su presencia en la necrópolis de Arroyo Butarque (Blasco et alii, 2007: 231) lo sitúa en un momento paralelo en los conjuntos madrileños. 106). Dado los recursos de hierro del Tajo, sería interesan- Respecto al hierro, tradicionalmente considerado tardío, como el torno, la remontada de fechas de los últimos años convierte a este material en un elemento de uso temporal inseguro. Su presencia funcional en Alarilla, con un escoplo, junto a cerámica Cogotas I (Méndez y Velasco, 1986: 28), alertaba de esa cuestión. Hoy tenemos fechas del siglo X cal BC, de la necrópolis de Palomar de Pintado, que se relacionan con la pieza encontrada junto a la tumba 32 de Arroyo Culebro (Pereira et alii, 2003: 164). También, de nuevo, en El Ceremeño y Herrería III, mostrando aquí su valor simbólico, pues es mucho más numerosa su presen- interiores antiguos de la Península, está llevando a revisar donde el registro es reducido (Cerdeño y Juez, 2002: 82 y te contar con nuevas analíticas pues la repetida presencia de este metal, en poblados y necrópolis de otros contextos la relación importación/fabricación propia (Vilaça, 2005). También desde el punto de vista cronológico los diferentes tipos de estructuras constructivas tientan a ser ordenadas en una secuencia temporal que existe en otros contextos (Delibes et alii, 1995). Sin embargo este campo, por si sólo, es tan inseguro como el de los restos materiales. Por mucho que las plantas rectangulares o la piedra nos parezcan mejores, las diferentes consecuciones técnicas y urbanísticas se relacionan con procesos socioeconómicos que se consolidan con ritmos propios. Fig. 7.- Fechas de C-14 calibradas de los contextos Bronce Final – Hierro del Tajo Superior. 41 BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR VIDA Y MUERTE DE LAS COMUNIDADES MESETEÑAS DEL I MILENIO A.C. pequeño núcleo básico de explotación rural. Se modifica así la economía de Cogotas I aunque la base sigue siendo igual de sencilla y diversificada. Tenemos pautas que muestran cambios en ese consolidado paisaje que arraiga en la Meseta al menos desde el Neolítico, pero las novedades se perfilan por el momento con pulsos muy distintos a lo largo del Tajo, verdaderamente opuestos a parámetros estrictamente lineales. Muchos de estos aspectos recuerdan el modelo establecido para las comunidades campesinas del noroeste cuyas construcciones se definen como unidades de ocupación que agrupan vivienda, almacén y áreas de trabajo, es decir, auténticas unidades independientes de producción y consumo destacando la importancia del grupo familiar (Fernández Posse y Sánchez Palencia, 1998). Contrasta, sin embargo, con el Tajo medio, que las construcciones son el único referente espacial de una agregación social que carece aún de verdaderos elementos de cohesión y trabajo colectivo, más allá de endebles empalizadas. Los cambios, por novedosos que sean, no tienen que ser súbitos, bruscos, ni convulsos (Blasco, 2007a: 72), sino que suponen solapamientos, convivencias, o prácticas comunes en comunidades que, pueden segmentarse o congregarse de distinta manera, e incluso recibir algún aporte externo como se ha sugerido en el Alto Tajo (Arenas, 1999: 170), pero no sustituirse totalmente como si de una aniquilación se tratara. Las excavaciones de los últimos años están dejando claro el importante volumen de población que concentra el entorno de Madrid durante la Prehistoria Como hemos visto, los muros/murallas están presentes en el Alto Tajo, y son una de las diferencias que se pueden establecer entre ambos tramos del río. Aún está por confirmar si estas diferencias son más aparentes que profun- Reciente (Blasco, 2007a: 65), una población que, lejos de das y, aunque tendrían sentido delimitando ya los solares perecer, se articula y comporta de distinta forma, integrándose como parte activa de los cambios, con una apropiación distinta de un entorno que conocen bien. Esto ayuda a comprender mejor el fin de Cogotas I, que es precisamente en su desenlace cuando se muestra menos impermeable a muchos de las influencias y aperturas que van a caracteri- de las futuras Carpetania y Celtiberia, también permiten zar las comunidades del Bronce Final–Hierro. sigue quedando abierta la posibilidad de núcleos de mayor Las novedades afectan fundamentalmente al plano funerario, la incineración, mientras los aspectos tradicionales proliferan en otros planos de la vida doméstica de los una valoración global como la que se recoge. El temprano urbanismo de tierras celtíberas se augura más lento en las tierras bajas del río, donde Cogotas I arraiga con más fuerza, siendo visible un paulatino proceso de cohesión de las comunidades surgidas de su fragmentación. Sin embargo, entidad en Madrid, quizás en zonas no urbanizables que han sido las más excavadas, del mismo modo que es evidente que son aún pocas las actuaciones en poblados de poblados madrileños lo que arroja un balance muy propio de contextos del Bronce Final, de contextos en formación. tierras bajas del área oriental. Inicialmente, no son tanto las viviendas, en muchas ocasiones de sólo madera y barro, las que suponen el verdadero cambio de estas comunidades, porque hay que reconocer que el aspecto de muchas de ellas podría verse con los mismos criterios de temporalidad que tradicionalmente se vienen usando en los poblados de fondos de cabaña. La diferencia, la estabilidad tantas veces aludida, es más de fondo que estructural, y reside sin duda en los cambios socioeconómicos que conlleva este poblamiento disperso. La progresiva sustitución de áreas de almacenaje comunal por dependencias de almacén más individualizados a nivel de silos, pequeños graneros o despensas, ligados a unidades residenciales, y espacios o estancias que aseguran actividades artesanales, relacionadas con la fabricación de cerámica y metal, así como un entorno de buenas tierras de explotación directa y propia, de las que también se obtienen materias primas para la producción, describen un las fechas, en toda una dispersa red de intercambios e in- 42 La precoz incorporación de la Meseta, como muestran fluencias, invita a no olvidar el protagonismo activo de sus comunidades. Es decir, los cambios deberán ser analizados más allá de los influjos o los intercambios que muestran los registros vasculares, con buenos datos socioeconómicos, e incluso debemos ver aquellos, los restos materiales, más allá de sus paralelos. Los materiales, igual que los modos constructivos por si solos, no son la mejor base para definir una etapa, y mucho menos para delimitar sus tramos temporales. Se necesita una información conjunta y bien fechada, siendo el C-14 definitivo para que hoy, sin duda, podamos hablar al menos de un Bronce Final meseteño o de un Hierro Antiguo, según la terminología que se quiera adoptar, del 1250800 cal BC. Los ritmos a los que se afianza, y sus comportamientos regionales, es algo que aún nos queda por determinar en toda su secuencia. BRONCE FINAL – HIERRO EN EL TAJO SUPERIOR BIBLIOGRAFIA del yacimiento de La Fábrica de Ladrillos (Getafe, Madrid). Estudios de Prehistoria y Arqueología madrileñas 13: 45-56. ABARQUERO, F.J. 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RESUMEN: En este artículo se estudia la aparición del ritual de incineración en torno al segundo cuarto del primer milenio a. C. en la Región de Madrid, a través de dos necrópolis localizadas en el curso bajo del valle del Manzanares. La presencia en uno de estos cementerios de uno de los ejemplares cerámicos, realizados a torno, más antiguos de la región, como la tipología de los conjuntos vasculares y las características de los ajuares metálicos nos llevan a considerar que la implantación de los nuevos ritos funerarios en territorios del centro peninsular no son ajenos a la existencia de relaciones con las tierras meridionales peninsulares afectadas por influjos orientalizantes. ABSTRACT: In this work presents two cremation cementeries of the first Iron Age in the river basin of thel Low Manzanares. All the ceramic material, with exception of one of the ballot boxes, is made by hand, which united to the characteristics of the metallix deposits takes their chronology to the s. VI B.C. and connect this cementeries with an orientalizante atmosphere and and warn of the influence that those circles could have in the introduction of the rites of cremation in these areas of the peninsular center. LAS PRIMERAS NECROPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Mª Concepción Blasco Jorge Chamón Joaquín Barrio Por los datos disponibles, las manifestaciones funerarias normalizadas en la región de Madrid debieron de ser poco habituales a lo largo de toda la Prehistoria y en especial durante el segundo milenio, pues todo parece indicar que a partir del Horizonte campaniforme se produce un proceso de enrarecimiento de los rituales funerarios convencionales que culmina en el Horizonte Cogotas I de plenitud, durante el último cuarto del segundo milenio, momento al que no podemos asignar ningún enterramiento, pese a que no faltan algunas excepciones en otras regiones geográficas como es el caso del Valle del Duero (Delibes, 1978). En contrapartida contamos con la presencia de restos humanos, a veces en forma de huesos aislados, localizados en silos integrados en espacios domésticos asociados a desechos de fauna y cerámicas amortizadas. Algo más raros son los hallazgos de miembros aislados en siguiendo la tradición de los grupos del Bronce Antiguo, se practican inhumaciones individuales o en pareja, dentro de “silos” distribuidos en el interior de los poblados, en general, en número reducido y progresivamente cada vez más raras de las que tenemos constancia en yacimientos como Caserío de Perales (Blasco et alii, 1991), La Dehesa (Macarro, 2000, 89-128), la pista de motos de Pinto (VVAA, 2007, 60-63) o la Fábrica de Ladrillos (Blasco et alii, 2006-2007, 58-64) entre otros. De manera que a lo largo de casi cinco centurias se podría decir que apenas contamos con registros relacionados con los enterramientos normalizados, pues desde el último tercio del segundo milenio desconocemos casi todo con lo relacionado con los ritos de la muerte cuya revitalización se asocia de manera muy directa con la introducción de la incineración en la zona una práctica que, como veremos, se produce ya conexiones anatómicas como el de una mano recuperada en el yacimiento del Arenero de Soto (Martínez Navarrete y Méndez, 1983) o incluso restos más completos como es el caso del cuerpo desmembrado localizado en uno de los silos de Caserío de Perales (Blasco et alii, 1991). dentro del I milenio a.C. Así pues, para encontrar las últimas inhumaciones en En efecto, el panorama cambia radicalmente con la introducción de los ritos incineradores una práctica que, en esta región del interior peninsular, empezamos a conocer mejor desde hace una década, ya que hace sólo 15 años apenas contábamos con datos para trazar una aproxima- completa conexión anatómica hay que retrotraerse a mediados del II milenio, al Horizonte Protocogotas en el que, ción a este fenómeno (Blasco y Barrio, 1992), sin embargo las excavaciones de los cementerios toledanos de Palomar LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 1. Urna realizada a mano y cazuela torneada procedentes de una tumba de incineración junto materiales de otros contextos recogidos en las proximidades, entre ellos un brazalete áureo: La Torrecilla (Getafe, Madrid) (según VVAA, 1987, 115). de Pintado (Ruiz Taboada et alii, 2004), Cerro Colorado (Urbina y Urquijo, 2007) o El Vado (Martín, 2007) y la localización y recuperación de parte de dos necrópolis madrileñas en el entorno del bajo Manzanares y relativa- Ciñéndonos al territorio madrileño, los datos conocidos hasta hace poco tiempo se reducían a la existencia de una serie de materiales, casi exclusivamente cerámicos, obtenidos por hallazgos casuales procedentes de la activi- mente próximas entre sí, entre otros hallazgos, nos permiten contar hoy con datos más esclarecedores y, sobre todo, acercarnos a las características, génesis y evolución de estas necrópolis en el Valle del Tajo. dad de extracción de áridos o por la acción de los furtivos, la mayoría de ellos pertenecientes ya a los siglos IV-III a. C., es decir a la segunda Edad del Hierro aunque intuíamos que su inicio podía haberse producido en torno a los siglos 50 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID VII a VI a. C. pese a no existir todavía datos contundentes para poder avalarlo. Sin embargo, como en tantos otros aspectos, era cuestión de tiempo que tal hecho se debiera más a una falta de investigación que a una ausencia de registro. Efectivamente, hoy podemos decir que se confirma plenamente la implantación de los ritos de incineración en un momento del Hierro Antiguo que, quizás pueda elevarse hasta el siglo VIII a. C. o inicios del VII a juzgar por la presencia en algunos ajuares de elementos enmarcados en este horizonte temporal, a los cuales vienen a sumarse los indicios que aportaban algunos hallazgos iniciales descontextualizados como las urnas de la Torrecilla (Priego y Quero, 1978). Estos datos más definitivos se han obtenido tras las intervenciones en las necrópolis de Arroyo Culebro (Penedo el al., 2001) y Arroyo Butarque (Blasco el al. 2007) que, como La Torrecilla, se encuentra en la cuenca baja del Manzanares donde se han podido documentar contextos tumbales cerrados muy coherentes De La Torrecilla conocemos únicamente una urna de tendencia troncocónica con decoración de mamelones y 5 pequeños vasitos de ofrenda, todo ello hecho a mano, además de una cazuela realizada a torno y cuyo color claro rojizo contrasta con las tonalidades oscuras de las producciones a mano (Figura 1). Desconocemos si también pertenece al mismo lote una cazuelita de paredes muy finas con mamelón perforado que figura como procedente de esta zona. Este conjunto apareció en un punto cercano al que entregó un brazalete áureo que definitivamente no está en relación directa con la incineración despejándose así los problemas que la posible sincronía de tal adscripción podían generar. De los pocos datos disponibles se deduce que la urna se encontraba sobre una costra de tierra endurecida de unos 10 milímetros de grosor, de color rojo al exterior y negro al interior, que posee un pequeño reborde de unos 80 milímetros de altura y cuya base presenta improntas de cestería muy evidentes. Tanto la urna como la cazuela contenían restos de cremación pero desconocemos si pertenecieron a más de una incineración. Del conjunto destacamos la cazuela torneada sin decoración con una morfología bastante próxima a producciones locales a mano del Bronce Final y muy diferente a las cerámicas a torno carpetanas la cual nos plantea la duda de si estamos ante un ejemplar importado o ante una de las primeras producciones locales a torno. Lo cierto es Fig 2. Situación de las tres necrópolis del Hierro I localizadas en la Cuenca Baja del Manzanares. 51 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID que, como veremos, tiene una tipología y, sobre todo, una pasta de aspecto similar al único recipiente a torno de la necrópolis del Arroyo Butarque. También es interesante la urna piriforme hecha a mano que se enmarca dentro de la tipología T2 de Gonzáles Prats para la necrópolis de Les Moreres de Crevillente (Alicante), donde los ejemplares representativos de esta morfología se asocian a recipientes torneados de importación como las urnas “Cruz del Negro” (González Prats, 2002, 236-246). La mayoría de estas urnas acogen los restos de cremaciones infantiles y algunas presentan en su base claras improntas de cestería (González Prats, 2002, 91 y 104) similares a las que se observan en la costra de tierra endurecida sobre la que estaban depositados los materiales de la incineración de La Torrecilla. La fase Les Moreres II en la que aparecen estas urnas se enmarca en un Bronce Final/Hierro I con una cronología entre el 750 y el 625 (González Prats, 2002, 400-401) y corresponde a la presencia, en algunos ajuares, de cerámicas torneadas de importación y f íbulas de doble resorte. Se trata de un horizonte que entendemos podría corresponder perfectamente a esta tumba. Muchos más datos nos ofrecen las dos necrópolis excavadas parcialmente en fechas recientes: las de Arroyo Culebro y Arroyo Butarque, situadas, como la Torrecilla, en la Cuenca baja del Manzanares a orillas de dos de los arroyos tributarios más importantes de su margen derecha que distan entre sí y a La Torrecilla algo más de 15 kilómetros (Figura 2 ). La necrópolis de Arroyo Culebro fue excavada por la empresa ARTRA SL, bajo la dirección de Eduardo Penedo, autor también de su publicación (Penedo et alii, 2001b). Se encuentra situada en la margen meridional del arroyo Culebro, en el mismo fondo del valle a solo unos 150 metros del cauce (Penedo et al, 2001b, 47). Desconocemos si pudo tener un hábitat cercano pues, aunque se han documentado en las proximidades restos de varios asentamientos, uno de ellos perteneciente a la Edad del Hierro, ninguno parece ser sincrónico al cementerio (Penedo, et alii, 2001a). Desgraciadamente todos estos yacimientos, incluida la necrópolis, en el momento de su localización y excavación se encontraban muy afectados por las labores agrícolas lo que impidió documentar el primitivo paisaje con las posibles señalizaciones de las tumbas y, especialmente, si existieron túmulos sellando algunas de ellas, pues incluso esta mala conservación ha afectado también al contenido y a la interpretación del significado de algunas de las fosas. Fig 3. Planimetría de la Necrópolis de Arroyo Culebro, según Penedo et alii, 2001, 52- 53. 52 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 4. Foto aérea de la Necróplis de Arroyo Culebro (Según Penedo et alii, 2001, 46 ). 53 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 5. Tipología de as urnas de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001). Fig 6. Tumba de la Necrópolis de Arroyo Culebro. a) urna. b) cazuela de ofrenda (Según Penedo et alii, 2001, 70). 54 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 7. Tipología de los vasos de ofrenda de los ajuares de a tumbas de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001). Además, dado el tipo de actuación, no tenemos noticia de de hierro. Otra pieza destacable es el fragmento de otro cual pudo ser la extensión total del yacimiento y, mucho broche de cinturón, al parecer de tres garfios, localizado menos, del número de tumbas que acogía. Sólo sabemos en la tumba 7. Pero el catálogo gráfico que se ofrece no es que el total de las tumbas excavadas, según el plano completo y, en consecuencia, el estudio definitivo ya que (Figuras 3 y 4) que se aporta, es de 32 las cuales se agrupan hay una mención a la tumba 13, de la que no se presenta en tres tipos: con los restos “Depositados directamente material gráfico, y de la que se dice que ofreció un ajuar “compuesto por un pequeño cuenco invertido depositado al lado de la urna. [y] En el interior de la urna destaca un recipiente con pie de copa” (Gómez y Martin, 2001, 261). en el suelo sin ajuar asociado; depositados en el suelo con un recipiente invertido a modo de tapadera o depositados en urna” (Penedo et al, 2001,b), 51), pero no se menciona el porcentaje de cada una de estas tres modalidades de depósitos. Así mismo se identificaron otros contextos, algunos de los cuales podrían ser restos de ustrina. Entre todas las incineraciones destaca la existencia de una inhumación infantil localizada en la fosa 4 (Gómez y Martín, 2001, 259). Como información complementaria podemos añadir que 23 de las 32 tumbas exhumadas contenían algún tipo de material cerámico como ajuar y de ellas 10 tenían también algo de metal, entre estas últimas destacan 3 por su abundancia o presencia de elementos metálicos más singulares: las correspondientes a los números: 9, con dos f íbulas de doble resorte y unas pinzas, 17 con 4 brazaletes, un broche de cinturón de un garfio y sin escotadura y una anilla y 32 con 23 brazaletes, una anilla y restos de una pieza Con respecto a las circunstancias en las que se encontraban los ajuares, se dice que tres de las tumbas (nº 1, 23 y 36) contenían únicamente las urnas con las cenizas; el resto de los enterramientos contenían recipientes de acompañamiento colocados indistintamente dentro o fuera de las urnas, pero rara vez constituían verdaderas tapaderas que cerraran totalmente su boca, únicamente de la urna 32 se dice que había “piedras y fragmentos de cerámica externos que tapaban la boca”. En las tumbas que había ajuares metálicos éstos se encontraba en el interior de las correspondientes urnas, únicamente cuando el número de piezas era importante (tumbas nº 17 y 32), algunas ellas se depositaron fuera (Gómez y Martin, 2001, 263). Desgraciadamente nos faltan datos para conocer algunos aspectos interesantes de los personajes enterrados, 55 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 8. Objetos de bonce procedentes de los ajuares de diversas tumbas de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001). 56 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 9. Fotograf ía de algunos de los ajuares metálicos más significativos de la necrópolis de Arroyo Culebro (a partir de Penedo et alii, 2001). tales como sexo o edad pues tan solo contamos con menciones poco precisas como: “según muestra el análisis de los restos óseos, existen individuos ancianos e infantiles” (Gómez y Martín, 2001, nota 7, p. 259). Respecto al rango social, podrían inferirse algunas conclusiones a partir de la presencia o ausencia de ajuar y de su mayor o menor riqueza, cuando éste está presente, pero estimamos que los datos no son del todo precisos y además el número de tumbas exhumadas resulta insuficiente para obtener conclusiones. Todas las urnas contenedoras de las cremaciones (Figura 5) están realizadas a mano y presentan morfologías 57 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID bastante variadas siendo particularmente significativas las de tendencia bicónica que revelan una inequívoca adscripción al Hierro antiguo. Especial interés ofrece la urna de la tumba 32 (Figura 6a), que ostenta una decoración de doble línea quebrada bruñida además de un acabado a la almagra muy intenso; posee un perfil carenado muy próximo a alguno de los ejemplares del tipo T1A de Crevillente (González Prats, 2002, 237), representativo de la fase más antigua de esta necrópolis que su excavador adscribe al Bronce Final II (900-750 AC) (Moreres I) por no encontrase asociadas a contenedores torneados de importación, si bien en un caso, tumba 123, uno de estos recipientes se vincula a un ajuar con cuchillo de hierro, un objeto que también está presente en una de las tumbas con urnas del tipo T2 de la fase Moreres II y que por la presencia, entre otros rasgos, de los cuchillos de hierro, se le asigna a una (Figura 7), que, en su mayoría, ostentan una morfología troncocónica de paredes muy abiertas con acabados de bruñidos, cepillados o a la almagra y frecuentemente con mamelones perforados. Entre todos los ejemplares resulta muy significativa la cazuelita de la tumba 32 (Figura 6b), con un perfil de carena bastante acusada en la que se ha colocado un mamelón de perforación horizontal; presenta superficie muy bruñida de color gris que, al igual que su tipología, nos remite a las producciones más clásicas del Hierro Antiguo. Piezas de esta morfología (tazas carenadas tipo B1) están presentes en los ajuares de algunas de las necrópolis del sureste (Lorrio, 2008, 228-230), entre ellas en la ya citada de Les Moreres, utilizadas indistintamente como urnas (Tipo IB) (González Prats, 2002, 238, fig 181) o como tapaderas de distintos tipos de urnas. cronología entre mediados del s. VIII y el primer tercio del siglo VII a. C.. Los elementos metálicos (Figura 8 y 9) resultan también muy coherentes con el referido horizonte de Les Moreres y, en general con la fase III de las necrópolis del sureste Con respecto a las ofrendas cerámicas cabe señalar que ninguna de las tumbas contiene más de tres recipientes y, como ya se ha apuntado, los enterramientos números 1, 23 y 36 no entregaron ninguno. En general estas donacio- (Lorrio 2008). La mayoría de ellos son adornos personales, a excepción de un fragmento de objeto no identificable de hierro presente en la singular tumba 32, el resto están realizados en bronce. Destacan, por su número -al menos nes corresponden a cuencos y platos de pequeño tamaño 34- los brazaletes de extremos abiertos, sección cuadrada Fig 10. Restos óseos recuperados en el interior de la urna de la tumba VIII de la necrópolis de Arroyo Butarque. 58 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 11. Tipología de las urnas de la necrópolis de Arroyo Butarque. 59 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID o circular y sin decoración, pero hay también dos anillas o +7 metros y no en el lecho de inundación. En este caso tam- aros, dos f íbulas de doble resorte, una de ellas de puente poco ha sido posible localizar un asentamiento vinculado ligeramente acintado, restos de espiras posiblemente de topográficamente aunque en el entorno se han producido otros imperdibles de similar morfología, dos fragmentos bastantes hallazgos tanto del Hierro I, como del Hierro II; de broche de cinturón, el más completo de un solo gar- en concreto se conocen materiales procedentes de una ne- fio sin escotaduras y unas pinzas de depilar. Se trata de crópolis, al parecer situada en las laderas del Cerro de la un elenco que encontramos en muchas de las necrópolis Gavia con cronología algo posterior (Blasco y Barrio, 1992: del territorio carpetano pero también están presentes en 285-287 y 306-312). Pero conviene indicar que el yacimien- prácticamente todas las necrópolis orientalizadas del me- to más próximo con materiales claramente compatibles cro- diodía peninsular donde estos objetos han sido datados a nológicamente con los que ha proporcionado este cemente- partir de inicios del s. VIII a. C., si bien nos inclinamos a rio es el de Las Camas (Urbina et alii, 2007), distante poco pensar que detalles como el puente acintado del ejemplar más de un kilómetro, aunque situado en la orilla opuesta de f íbula de doble resorte de la tumba 17 podrían llevar la del Arroyo Butarque. Sin embargo, la fuerte modificación cronología de algunas de las tumbas al s. VII a. C. antrópica de la zona hace muy difícil establecer supuestas El tercer tipo de ofrendas son los restos faunísticos, de los que se dice se encontraron en dos de las tumbas: en la fosa 4 perteneciente a la ya mencionada inhumación infantil y en el interior de la urna de la tumba nº 2, correspondiente también a un individuo infantil; en este caso las porciones óseas animales se encontraban sobre dos platos y una cazuela introducidos en la urna y colocados sobre los restos de la cremación. En ambos casos se habla de que pertenecen a “pequeños rumiantes” (Gómez y Martín, 2001, 264). ¿Estamos ante un tipo de ofrenda que, en esta necrópolis se entrega solo a los niños? Teniendo en cuenta los paralelos aducidos y las propias tipologías de las cerámicas y los metales, la mayoría de las tumbas exhumadas de este cementerio nos llevan a un marco temporal que podría elevarse a partir de mediados del s. VIII a. C., si bien la presencia del hierro nos inclina a llevarlas no más allá de inicios del s. VII a. C., una cronología que resulta algo más baja que el margen de las dos dataciones de TL obtenidas que han dado una edad de 2750 + 275 BP. Por último, a falta de datos estratigráficos y de otros registros más puntuales, no se puede asegurar que el cementerio haya tenido un uso prolongado y aunque tampoco hay argumentos para descartarlo parece que estamos ante un conjunto bastante homogéneo que podría ser indicio de una utilización relativamente corta. No menos interés ofrece la necrópolis del Arroyo Butarque, a pesar de que la información que hemos podido recabar de los trabajos de campo (Miranda y Pineda, 1998) es todavía más escasa que la proporcionada por la de Arroyo Culebro de la que distan entre sí unos 15 kilómetros. Se ubica a unos 100 metros del cauce del arroyo en una situación bastante similar a la descrita para el cementerio de Arroyo Culebro, si bien en este caso se asienta sobre la terraza de 60 relaciones entre los diferentes hallazgos y concretamente entre estos dos yacimientos, por lo que no podemos identificar con un mínimo de seguridad el asentamiento o asentamientos que pudieron utilizar el cementerio. En la memoria de la intervención se menciona que se excavaron 8 tumbas y 2 hoyos los cuales posiblemente corresponden también a otras tantas tumbas de la modalidad de depósito de los restos de la incineración colocados directamente en el suelo, tal como se reconoce en Arroyo Culebro. En este yacimiento también existen graves problemas para identificar algunas de las estructuras por la deficiente conservación del yacimiento al estar muy alterada su superficie, circunstancia que se detecta, entre otros indicios, por la rotura de la mayor parte de las urnas a la altura del cuello. Este problema no permite hacer una interpretación de cómo pudo ser el aspecto externo del cementerio y si existió o no algún tipo de señalización. Por otra parte, la escasa superficie de intervención en la excavación realizada resulta, a todas luces, muy parcial e impide obtener un panorama aproximado de las pautas de distribución de las tumbas y de la posible existencia de ustrina u otro tipo de evidencias. Lo que sí podemos deducir a la vista de los restos óseos conservados (Figura 10) es que la cremación fue bastante parcial ya que se conservan algunas porciones esqueléticas relativamente grandes. A diferencia de la necrópolis de Arroyo Culebro, donde toda la cerámica está realizada a mano, en la de Arroyo Butarque una de las urnas funerarias está confeccionada a torno y presenta una morfología y una textura bastante similar a la cazuela, también torneada, de la Torrecilla a la que hemos hecho mención, y que encuentra estrechos paralelos en ejemplares no torneados. El resto de las urnas cinerarias están hechas a mano y muestran perfiles bicónicos o de tendencia globular u ovoide (Figura 11), algunos LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Fig 12. Tipología de los vasos de ofrenda de la necrópolis de Arroyo Butarque. 61 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID I por la factura de su urna cineraria, la única que está realizada a torno, y particularmente por la presencia de un interesante torques (Figura 13a) de bronce plomado con colgantes amorcillados que tiene estrechos paralelos con los recuperados en otras necrópolis del oeste peninsular y, en especial, en el entorno de Alcocer do Sal donde aparecen asociados a f íbulas de doble resorte y tipo acebuchal, ánforas fenicias o escarabeos entre otros materiales de importación, unos contextos que se fechan entre mediados del siglo VII y la mitad del s. VI a.C.. (Arruda, 1999-2000, 77-78). A todo ello se suma un fragmento de un posible Fig 13. Materiales de bronce procedentes del ajuar de la tumba I de la necrópolis de Arroyo Butarque. a) Torques con detalle de los colgantes amorcillados. b) Fragmento de vástago de un espetón. espetón o asador de bronce perteneciente a una parte del vástago cuya tipología no es posible identificar (Almagro 1974 y Fernández Gómez, 1982 y 1992/93) y, por tanto, asignar su adscripción temporal, aunque la mayoría de ellos se adscriben al Bronce Final, algunos se llevan incluso al Bronce Antiguo (Silva, I., coord., 1995. 32-33). Este contexto nos indica que nos encontramos ante la de ellos bastante próximos a los de Arroyo Culebro. Igualmente todos los platos utilizados como tapaderas u ofrenda, están realizados a mano y presentan perfiles bastante homogéneos, con cuerpo en forma de casquete y labio plano bastante volado, únicamente las bases presentan mayores variantes al desarrollar fondos convexos, planos, umbilicados o incluso de pie anular. La excepción la constituyen algunas cazuelitas de paredes más finas y perfil en S bastante pronunciado pero sin carena y un ejemplar de tendencia troncocónica (Figura 12). Estos platos o cuencos de labio plano y amplio en forma de ala recuerdan a morfologías propias de producciones a torno con superficies de barniz rojo que comienzan a estar presentes en las necrópolis del sureste a mediados del s. VIII a. C. (Lorrio, 2008, 243), si bien en este caso están elaborados a mano y presentan superficie de color muy desigual, castaños o grises que son consecuencia de su cocción en hornos de tiro muy irregular. Los ajuares metálicos de bronce corresponden mayoritariamente a objetos de adorno personal (Figuras 13 a 15) y vuelven a estar dominados numéricamente por los brazaletes de extremos abiertos y junco liso de sección circular o cuadrangular o acintado con pequeñas molduras y extremos piriformes abultados (Figura 15), seguidos de las f íbulas de doble resorte (Figura 14), de las que solo contamos con un ejemplar completo, aunque hay restos de alguno más. A todo ello se suma un fragmento también de bronce de un posible espetón (Figura 13b) y un cuchillo de hierro de hoja ligeramente curva (Figura 16 ). Entre todos las tumbas recuperadas destaca la número 62 Fig 15. Brazaletes procedentes de los ajuares de las tumbas III y VII de la necrópolis de Arroyo Butarque con detalle de la decoración. LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID tintas tumbas, pero, salvo el torques y el posible asador que sí podemos calificarlos como objetos singulares, máxime si tenemos en cuenta su asociación a una urna torneada, el resto de las piezas son relativamente abundantes en los ajuares de los cementerios peninsulares pertenecientes al mismo marco temporal que, a juzgar por la presencia del ejemplar torneado y por el torques con colgantes amorcillados, habría que llevarlo al siglo VII a.C. En suma, las necrópolis de Arroyo Culebro y de Arroyo Butarque recientemente incorporadas a la bibliograf ía científica presentan, como ya se ha apuntado, muchos elementos comunes con los ajuares de la denominada fase III de las necrópolis del sureste (Lorrio, 2008, figura 188) que Fig 14. Fíbulas de doble resorte procedentes de los ajuares de las tumbas IV y VIII de la necrópolis de Arroyo Butarque. tumba de un personaje de alto status, posiblemente procedente de otra zona, al que se le entregan objetos ajenos a esta área: una urna hecha a torno cuya cronología es anterior a la introducción de esta tecnología en estas tierras del interior, y dos objetos broncíneos: un torques y un asador de clara procedencia occidental y generalmente vinculados a unas élites cuyos atrezos y costumbres se encuentran fuertemente influenciadas por modas arraigadas en círculos orientalizados (Lucas et alii, 2006, 64-65). se sitúa en la primera mitad del siglo VIII a.C., sin embargo la presencia en Arroyo Butarque de un ejemplar cerámico torneado, la morfología de los platos de casquete esférico con labio plano de ala y la presencia del fragmento de asador y del torques con colgantes amorcillados nos permite sospechar que esta necrópolis podría corresponder a un horizonte cronológico ya dentro del siglo VII a. C., pero no descartamos que el inicio de la necrópolis de Arroyo Culebro pudiera ser ligeramente anterior. Por otra parte, pensamos que el contenedor torneado, similar al de la Torrecilla, podría aproximar la cronología de ambos cementerios, convirtiéndose, de momento, en los yacimientos madrileños con la cerámica a torno más antigua, en torno al siglo VI, quizás el VII, a.C.. Se trata de unos recipientes cuya factura se aleja claramente de los ejemplares carpetanos, por lo que nos plantean la duda de si podemos estar ante unas piezas importadas, sobre todo teniendo en cuenta que el ejemplar de la tumba I de Arroyo Butarque es un contenedor reaprovechado pues la boca se encuentra rota pero con los planos de fractura muy desgastados indicando que su rotura es producto de un viejo accidente, bastante anterior a su uso como urna cineraria. Por otra parte, pensamos que las tipologías cerámicas y metalúrgicas, así como la presencia casi exclusiva, entre los objetos de metal, de elementos de adorno con la significativa ausencia de armas, nos invitan a dirigir la mirada a cementerios de ambiente orientalizante de la Baja Andalucía (Aubet, 1981), el Sureste (Lorrio, 2008 y González Prats, 2002) o Portugal y, en consecuencia, a apuntar que la causa fundamental de la definitiva implantación de los ritos incineradores en esta zona podría ser la interacción de las sociedades orientalizadas con los indígenas del centro peninsular, teniendo en cuenta que desde hace ya años, varios investigadores (Almagro et alii, López et. al., Blasco et. al.) habíamos llamado que la atención sobre el componente orientalizante de algunos aspectos de los equipos materiales domésticos. Los materiales del resto de las tumbas de Arroyo Butarque, particularmente los metales, nos llevan a similar horizonte cronológico, es el caso de las f íbulas o los brazaletes de sección cuadrada presentes en los ajuares de las tumbas IV y VIII. Así mismo el único objeto de hierro: un cuchillo de hoja ligeramente acodada recuperado en la tumba V es un elemento frecuente en las tumbas antiguas de la Meseta y su asociación con los mencionados objetos broncíneos de adorno es un hecho reiterado. Una vez más estos objetos metálicos son los que marcan con más claridad el diferente grado de riqueza/singularidad de las dis- Fig 16. Cuchillo de hierro y detalle de los remaches, procedente del ajuar de la tumba V de Arroyo Butarque. 63 ESTUDIO ARQUEOMETALÚRGICO DE OBJETOS DE BRONCE CORRESPONDIENTES A LA NECRÓPOLIS DE ARROYO BUTARQUE (VILLAVERDE BAJO, MADRID) SEPULTURA I. Torques de bronce con colgantes amorcillados (W8I003). Esta pieza aparece partida en dos fragmentos y conserva cuatro colgantes amorcillados muy similares entre sí. La composición del collar es un bronce ternario de plomo, teniendo unos valores de 5% de estaño y 5,5 % de plomo. El alto contenido en plomo distingue este objeto de otros bronces del bronce final y Hierro I de la Península. Si bien la mayoría de los datos utilizados para la comparación son objetos procedentes del sur de la Península (Lorrio, 2088, 508). (Fig. 1) Fig 1 Colgante amorcillado. Se trata de un fragmento de varilla maciza de un espetón de bronce levemente doblada. En este caso estamos ante un bronce con 15,2 % Sn y 0,8 % Pb. Este mismo objeto fue analizado con el equipo de fluorescencia del Museo Arqueológico Nacional obteniéndose unos valores de 15,5 % Sn y 2% Pb. Los valores de este objeto están dentro de los valores esperados para los objetos de Bronce Final – hierro I1. Sobre los análisis relacionados con espetones nos remitimos al trabajo Lucas Pellicer et alii, 2004 donde se expone en profundidad los instrumentos relacionados con el banquete. En este trabajo se pone de manifiesto que la mayoría de los espetones estudiados en el área meseteña son de hierro, encontrándose algunos ejemplares de cobre puro. De una forma más minoritaria entre los ejemplares estudiados del área de Molina de Aragón hay dos ejemplares de bronce, teniendo 3,64% Sn y 0,33 %Pb uno y 1,93 % Sn el otro. Fig 2. Varilla. LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Los altos valores de estaño y plomo encontrados en este objeto parece que se salen de lo común de esta tipología. (Fig. 2) Asociado a la sepultura I, junto con el espetón y el colgante amorcillado se encontró un goterón metálico, que preservaba un muy buen núcleo metálico, posiblemente el residuo de algún tipo de metalurgia. El análisis de este goterón reveló un bronce ternario de 11,9% Sn y 10,7% Pb. El goterón también fue analizado en el Museo Arqueológico Nacional obteniéndose unos valores de 12,9 % Sn y 12,2 Pb. En esta ocasión la cantidad de plomo vuelve a ser anómala con el corpus de datos comparados (Lorrio 2008). (Fig. 3) con una decoración de dos canales simétricos respecto al centro de la cinta, y están rematado en una bola, típica de estas piezas. El análisis del brazalete A revela un bronce con 8,6 % Sn y 1 % Pb, mientras que el brazalete B posee una composición concreta 14,5 % Sn y 1,7 % Pb. Conocidos estos resultados parece lógico pensar que se trata de dos brazaletes distintos, pero de manufactura idéntica, y quizás obra del mismo artesano. (Fig. 4- Fig. 5- Gráfico 2) Fig 3. Goterón. Como muestra de lo comentado anteriormente el gráfico I es una representación gráfica de la composición de los objetos de bronce de la sepultura I en relación con los Fig 4. Brazaletes. objetos analizados de Bronce Final y Hierro. (Gráfico I) Fig 5. Detalle de la decoración del torques A. Gráfico 1. SEPULTURA III Torques E1 1III004 Aunque inicialmente todo el grupo tenía la misma signatura de excavación arriba consignada, en realidad se trata de dos brazaletes distintos, ambos incompletos. Ambos están manufacturados en una pequeña cinta plana 66 Gráifco 2. LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID SEPULTURA IV Fragmento de f íbula de resorte E1 1IV006. En esta sepultura el objeto de bronce más destacable es un fragmento de f íbula de doble resorte de gran tamaño. El fragmento es un alambrón de bronce retorcido en un extremo cuya finalidad es actuar como si de un muelle se tratase. El análisis confirma esta cualidad dada al metal en este punto, pues tiene 6,56 % Sn y 1 % Pb. Esto quiere decir que no posee gran cantidad de plomo pero mantiene suficiente estaño para que el cobre no sea puro y se deforme plásticamente sin llegar a ser quebradizo (> 13% Sn). (Fig. 6) que el fragmento B presentaba una composición de 4% Sn y 1,3% Pb. El fragmento A posee unos valores de estaño en el límite de este tipo de objetos, así como un valor de plomo inusualmente alto. (Fig. 8) Fibula de doble resorte E12VIII008. Esta f íbula se encontró completa y es de menor tamaño que la encontrada en la tumba IV. Su composición es muy similar a la de dicha tumba, 4,1% Sn y 0,9 % Pb. SEPULTURA VII Brazalete de bronce en varilla de sección circular simple E12VII006 Fig 8. Fragmentos de pulseras. Fig 6. Fragmento de f íbula de doble resorte. Se trata de una brazalete sin decoración de sección circular, está fragmentada y su composición es de 14,9 % Sn y 0,9 % Pb. (Fig. 7) Se trata de un conjunto de fragmentos pequeños que pertenecen a dos pulseras o brazaletes distintos. Se analizaron dos fragmentos representativos de cada una de ellas, dando el fragmento A 19,2 % Sn y 23,7 % Pb, mientras Fig 7. Pulsera de sección circular. La gráfica 3 compara los valores de Sn y Pb de los paralelos analizados y encontrados en la bibliograf ía. En ella se aprecia que el conjunto de f íbulas pertenecientes a Bronce Final III poseen un porcentaje de estaño más elevado (>13 % Sn) y menor cantidad de plomo, esto las hace más quebradizas que las de Hierro I que poseen una cantidad más adecuadas de estaño y mayor cantidad de plomo para su función. Si bien el número de estas piezas analizadas es muy bajo, en el futuro con un mayor número de análisis se podría confirmar este hecho. (Fig. 9- Gráfico 3) Gráfica 3. 67 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID VII-, estos porcentajes tan elevados no se pueden deber a impurezas de la metalurgia extractiva o residuos de la metalogenia del mineral. Más bien debamos interpretarlo como una adición intencionada o casual de plomo, quizás por estar fabricadas por moldeo y necesitaran una colada muy fluidizada. Esta hipótesis relaciona la composición directamente con la intencionalidad del fundidor. La recopilación de la tabla anterior se presenta en la gráfica 4 para su mejor comprensión. (Gráfica 4). Fig 9. f íbula de doble resorte. COMENTARIO GENERAL Estamos antes un conjunto de bronces que siguen un patrón de aleación similar a los bronces de la Península pertenecientes a los últimos estadios del Bronce Final - principios de Hierro (< 20 % Sn; > 4% Pb). Existe una correlación entre los bronces de Butarque y los bronces del primer milenio analizados en el yacimiento de Castellar de la Muela, Guadalajara (Lucas et alii, 2003). La composición de una varilla pseudocircular de Catellar de la Muela presenta un porcentaje de estaño del 10,4 % y de plomo del 1 %. En dicho trabajo3 se estudia un lingote planoconvexo y se asigna la procedencia del lingote al metalotecto de Herrería-Prados llegando a la conclusión que los bronces estudiados bien pudieran proceder de dicho afloramiento. Esto nos lleva a pensar que no es raro encontrar porcentajes de hasta un 1 o 2% de plomo procedentes de la metalogenia en bronces de la Meseta. Otro ejemplo que apoya esta idea es el análisis de un brazalete de Bronce Final / Hierro I en la zona de Guadalajara (Miedes de Atienza) que nos proporciona una composición en buena correlación 10,8 % Sn y 0,9 %Pb (Lucas et. al., 2005- 2006) Otro ejemplo de bronces circundantes al área de Madrid son los encontrados en Arroyo Culebro (Leganés) (Penedo et alii, 2001, 306- 309) Del conjunto de bronces de Hierro I se analizaron una f íbula y unos fragmentos de pulsera de tipología idéntica a los estudiados aquí y presentaron una composición bien relacionada con la mayoría de los objetos de Butarque. La f íbula perteneciente a la tumba 9 del yacimiento D posee 5,9 % Sn, mientras que el fragmento de pulsera analizada presenta en el corte transversal 16,4 %Sn y 1 %Pb y en el corte longitudinal 12,1 % Sn y 0,28 % Pb.Si bien algunas de las piezas analizadas en Butarque son excepciones por tener una elevada cantidad de plomo -el collar amorcillado y el goterón encontrados en la sepultura I, el fragmento de brazalete de la sepultura 68 Gráfica 4. Como conclusión final podríamos decir a partir de la lectura de la gráfica adjunta, que los bronces analizados del sur de la P. Ibérica presentan unos bajos contenidos en Sn, por norma, mientras que los recopilados en el área meseteña, ofrecen unos contenidos de Sn bastante mayores. En este contexto metalúrgico es donde cabe integrar la mayor parte de las piezas analizadas de la necrópolis de Butarque, a excepción del collar con colgantes amorcillados, y el goterón, ambos de de la Sepultura I, y un pequeño fragmento de pulsera de la Sepultura VII, que poseen una cantidad inusualmente alta de Pb, que no sabemos si cabría valorar como un signo de procedencia externa. Cuando contemos con análisis de torques similares a éste se podrá ratificar esta opinión expresada. Respecto a la procedencia del mineral de cobre a partir del cual se obtuvieron estos metales recogidos en la tumbas de la N. de Arroyo Butarque, los datos analíticos compositivos apuntan a una clara relación con las piezas del entorno de Guadalajara, y con el metalotecno Herrerías-Prados. Todo hace pensar en una producción de carácter regional. Este planteamiento que ahora hacemos a partir de un corpus pequeño de análisis de metales, podría modificarse o ratificarse cuando contemos con una muestra mucho mayor. LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID Tabla Análisis de objetos base cobre de Hierro I. PROCEDENCIA OBJETO SIGLA Sn % Pb FRX CITA Butarque, Madrid Collar amorcillado W8I003 5 5,5 SECYR - Butarque, Madrid Espetón W8I004 15,2 0,8 SECYR - Butarque, Madrid Espetón W8I004 15,5 2 MAN - Butarque, Madrid Goterón Sep. I 11,9 10,7 SECYR - Butarque, Madrid Goterón Sep. I 12,9 12,2 SECYR - Butarque, Madrid Brazalete A E1 1III004 8,6 1 SECYR - Butarque, Madrid Brazalete B E1 1III004 14,5 1,7 SECYR - Butarque, Madrid Fíbula de resorte E1 1IV006 6,56 1 SECYR - Butarque, Madrid Pulsera E12VII006 14,9 0,9 SECYR - Butarque, Madrid Frag. pulsera A Sep. VII 19,2 23,7 SECYR - Butarque, Madrid Frag. pulsera B Sep. VII 4 1,3 SECYR - Butarque, Madrid Fíbula doble resorte E12VIII008 4,1 0,9 SECYR - Arroyo Culebro, Madrid Fíbula Inv. 1419 5,98 0 ARQUEOCAT 5 Arroyo Culebro, Madrid Varilla Inv. 1423 16,44 1,04 ARQUEOCAT 5 Castellar de la Muela, Guadalajara Varilla Frag. 2 10,4 1 MAN 3 Miedes de Atienza, Guadalajara Brazalete Inv. n6 10,8 0,92 MAN 4 Cerrada de los Santos, Guadalajara Espetón - 3,64 0,33 MAN 2 Chera, Guadalajara Espetón - 1,93 - MAN 2 Cuevas Almanzora, Loma del Boliche II Pinzas PA10661 1,02 0,29 MAN 1 Turre, Cañada del Palmar I Fibula doble resorte mortaja PA10093 2,98 0,14 MAN 1 Turre, Cañada del Palmar I Fibula doble resorte PA10094 1,48 0,81 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 12- Colgante PA10578 2,49 0,23 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 14- Anillo frag. PA6419 0,55 1,09 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 17- Brazalete frag. PA6300 13,1 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 19- Lámina PA6418 5,79 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 19- Varilla PA6417 12,2 1,18 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 26- Aro cerrado grande PA10663 8,91 1,12 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 26- Aro abierto PA10664 1,86 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 27- Varillas PA10662 1,81 0,3 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28- Anilla cerrada PA6420 4,67 0,7 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28- Anilla cerrada PA10659 3,48 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28- Aro cerrado PA10658 4,31 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 28- Anilla cerrada (dos unidades) PA10660 6,08 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 35- Brazalete acorazado PA10577 1,11 0,29 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 35- Arete amorcillado PA10665 6,04 0,81 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 40- Colgante astral PA10581 0 0,56 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 40- Adorno PA10740 0 1,51 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 43- Cuenta gallonada esf PA10583 5,4 6,32 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche 43- Cuenta gallnada PA10582 0,13 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche- Brazalete frag. PA10579 0,2 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche- Brazalete frag. s. circular PA6411 5,79 0,2 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche- Arete PA6410 2,85 0 MAN 1 Cuevas de Almanzora, Loma del Boliche- Anillo? frag. PA6414 9,8 0 MAN 1 69 LAS PRIMERAS NECRÓPOLIS DE INCINERACIÓN EN TIERRAS DE MADRID AGRADECIMIENTOS Quisiéramos agradecer al Prof. Salvador Rovira por dejarnos realizar desinteresadamente algunas medidas con el instrumento de fluorescencia de rayos X del Museo Arqueológico Nacional, así como por su apoyo y consejos en la técnica. NOTAS Los análisis han sido realizados con un instrumento de fluorescencia de rayos X de la marca Ampteck Eclipse III con cátodo de plata y spot de medida de 2mm. Se ha utilizado el software ADMCA. Para el cálculo del porcentaje de estaño y plomo se han utilizado los patrones de referencia de HMB 33xGM4, 33xGM5, 33xGM6, 32xLB11 y 32XLB15, calculándose las áreas L-alfa del estaño y L-beta del plomo. 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KEYS WORDS: Cogotas I, Late Bronze Age, Iron Age, Chronology, Iberian Peninsula. RESUMEN: En este trabajo trataremos de mostrar que en la mayor parte de la Península Ibérica existe un posible final de Cogotas I al terminar el Bronce Final IIB, 1225-1150 AC, con una posible prolongación hasta ca. 1100 AC. No existen, de momento, contextos claros de cerámicas de Cogotas I durante el Bronce Final IIC, 1150-1050 AC, de acuerdo con un análisis detallado de los contextos de todos los yacimientos con fechas entre los siglos XII-VIII AC. En la primera mitad del siglo XII AC podrían fecharse la Cueva de San Bartolomé en La Rioja y quizás La Requejada de San Román de la Hornija en Valladolid. Buena parte de las dataciones erróneas proceden de los laboratorios de Teledyne Isotopes y a veces UGRA. ABSTRACT: In this work we will try to show that in the main area of the Iberian Peninsula exists a possible final of Cogotas I ending the Late Bronze Age IIB, 1225-1150 BC, with a possible prolongation until ca. 1100 BC. They do not exist, at the moment, clear ceramics contexts of Cogotas I during the Late Bronze Age IIC, 1150-1050 BC, according to a detailed contexts analysis of all the deposits with dates between the 12-8th century BC. In first half of the 12th century BC could be dated the Cave of San Bartolomé in La Rioja and perhaps La Requejada of San Román de la Hornija in Valladolid. A good part of the wrong dates proceeds of the laboratories Teledyne Isotopes and sometimes UGRA. EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Alfredo Mederos Martín EL PROBLEMA DEL FINAL DE COGOTAS I Distintos autores plantean su continuidad hasta la primera mitad del siglo IX, 900-850 AC (Ruiz Zapatero y Teniendo como límite ante quem la serie del Soto de Medinilla de inicios de la Edad del Hierro, se ha planteado un final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Delibes et alii, 1995: 156 y 1999: 195), revisando opiniones previas que lo situaban a finales del siglo IX a.C. (Delibes y Romero, 1992: 236) y previamente en pleno siglo IX a.C. (Delibes, Fernández Manzano y Rodríguez Marcos, 1990: 65-66; Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 175). Este final del grupo Cogotas I en torno al 1000 AC ya había sido defendido por Castro, Micó y Sanahuja (1995: 95-97, 100) y después ha sido asumido por otros investigadores (Crespo y Arenas, 1998: 53; Barroso, 2002: 130). Propugnando la continuidad de las cerámicas características del Cogotas un siglo más, se ha planteado una fase Cogotas I Evolucionado entre el 1150/1100-950 AC (Abarquero, 2005: 65, 469-470) y apagamiento hacia finales del siglo X AC (Abarquero, 2005: 67). No faltan investigadores que propugnan que Cogotas I se desvanece a inicios del siglo IX AC, ca. 900 AC (Blasco, 1997: 92; Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 171), aunque estos últimos autores plantean cierta continuidad de estas cerámicas hasta pleno siglo VIII a.C. (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 170). Lorrio, 1988: 258; Ruiz Zapatero, 2007: 43), retrotrayendo ligeramente la fecha no calibrada del 850 a.C. (Ruiz Zapatero, 1984: 177, 179). La propuesta mayoritaria sigue planteando su continuidad hasta la transición del siglo IX al VIII, ca. 800 AC, definiéndose un Cogotas I Pleno 1300/1250-800 AC (Blasco, 2007a: 200 y 2007b: 71), finalizando hacia el 800 AC (Cerdeño y García Huerta, 1982: 286; Fernández-Posse, 1986: 484-485; Delibes y Romero, 1992: 236; FernándezPosse y Montero, 1998: 200; Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 171; Blasco y Blanco, 2007: 7-8; Herrán, 2008: 288). Para ello algunos investigadores han defendido la pervivencia de la tradición decorativa de Cogotas I en los entornos montañosos del Sistema Central y en zonas del Duero Medio, a partir de las secuencias de Cancho Enamorado de El Berrueco y el Castillejo de Sanchorreja (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 171). Ello serviría para explicar la coexistencia de Cogotas I tardío con cerámicas pintadas en Sanchorreja y Ecce Homo (Fernández-Posse, 1998: 138, 140). Esta fase final entre el 1000-800 a.C. estaría caracterizada por la presencia de fuentes troncocónicas y jarras con asa de cinta (Fernández-Posse, 1986: 484). EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Una continuidad hasta el 700 a.C. en la Meseta fue defendida por Delibes y Fernández-Miranda (1986-87: 27), aceptando parcialmente el valor de la fecha de La Fábrica de Ladrillos por ser demasiado reciente y sólo admitiendo como mucho un 700-650 a.C. encauzó el arroyo Añana, desapareciendo dos tercios del La mayor pervivencia ha sido planteada por Galán Saulnier (1998: 239, 242, 241 tabla 6), que propugna una tercera fase de Cogotas I entre el 1550-625 AC, marcando el límite inferior de su fase final la datación más reciente de La Fábrica de Ladrillos, al igual que unos orígenes mucho más antiguos, desde el 2050 AC, siguiendo una corriente que ha conectado la cerámica campaniforme de tipo Ciempozuelos con Cogotas defendida por FernándezPosse (1986) o Delibes y Fernández-Miranda (1986-87: 20), apoyándose en la discutible estratigraf ía de la Cueva del Arevalillo en Segovia, durante su fase IIa. -0.83 m. de profundidad, la mayor parte de la cerámica La idea de una continuidad de la cerámica de Cogotas va asociada al problema de su posible coexistencia con otros grupos cerámicos, caso de Cogotas I y Pico Buitre desde el 1000 a.C., con presencia conjunta de ambos tipos de cerámicas en poblados como San Juan del Viso y Ecce Homo, ambos en Alcalá de Henares (Madrid) o en La Muela en Alarilla (Valiente et alii, 1986: 68, 70; Crespo y Arenas, 1998: 55), problema que trataremos posteriormente al analizar las secuencias de Pico Buitre y Fuente Estaca. En este trabajo trataremos de mostrar que existe un posible final de Cogotas al terminar el Bronce Final IIB 1225-1150 AC, con prolongación posible hasta el 1100 AC, no existiendo de momento contextos claros de cerámicas de Cogotas durante el Bronce Final IIC 1150-1050. Se describirán los principales contextos datados de yacimientos del Bronce Final II y III con presencia de cerámicas de Cogotas I (Alava, La Rioja, Burgos, Palencia, Valladolid, Porto, Madrid y Córdoba) y los de yacimientos de inicios de la Edad del Hierro, en particular las facies cerámicas Soto de Medinilla, Pico Buitre, Riosalido y Campos de Urnas de la Meseta Oriental (Palencia, Valladolid, Zamora, Salamanca, Guadalajara, Madrid y Toledo), siguiendo un orden por provincias de Norte a Sur. mismo (Llanos, 1991: 223, 228 fig. 4), siendo descubierto en unas prospecciones en febrero de 1980. A partir de 0.65 m. de profundidad se aprecia abundante carbón y cerámica, localizándose en el nivel C, entre -0.73 m. y con decoración excisa de motivo ajedrezado e incisiones con motivos de espiga y boquique de punto y raya (Llanos, 1991: 229 fig. 5/1-4, 9-10). La datación se obtuvo de un conjunto de huesos, I-11.590 2900±85 B.P. (Llanos, 1991: 226) 1375 (1106-1050) 837 AC. Las muestras de varios huesos presentan el problema que tienden a ofrecer una media de cada uno de los huesos analizados, entre los más modernos y los más antiguos. Los animales presentes eran ciervo y cabra montés y en el nivel C se menciona que un recipiente tenía varios huesos en su interior (Llanos, 1991: 226), pero al menos cabe suponer que proceden del nivel C, el más interesante, puesto que en el nivel D, a partir de -0.83 m. de profundidad disminuían los hallazgos. La fecha resulta algo reciente, pero al presentar cerámica de Cogotas I avanzado podría aceptarse el límite superior de la media, ca. 1100 AC, o algo más antigua, coherente con la cazuela carenada con decoración excisa, si bien Abarquero (2005: 120) cree asumible un siglo X A.C. considerando “el depósito como una auténtica manifestación de Cogotas I”. Cueva de San Bartolomé (Nestares, La Rioja) La cueva funeraria de San Bartolomé o Sima del Maestro, situada en el río Iregua, fue estudiada por Ismael del Pan (1915) a inicios del siglo XX. Los enterramientos, con huesos inconexos de 12 individuos, 3 adultos masculinos, 3 adultos femeninos y 6 infantiles (Rodanes et alii, 1994: 16), se localizaban en una gran sala o Cámara III, a 25 m. de profundidad de la entrada, con unas dimensiones de 20 m. de longitud por 6 m. de ancho. De los huesos humanos se obtuvo GrN-16.315 2970±50 B.P. (Rodanes, 1990: 45 y 1996: 8; Rodanes et alii, 1994: 16) 1376 (1211-1133) 1011 AC. Las siguientes campañas se centraron en la entrada de la cueva, donde se documentó una secuencia de más de 2 m. de profundidad, que contaba LOS POBLADOS CON FECHAS DEL FINAL DE COGOTAS I con dos grandes estratos de ocupación, el nivel Ia, de 0.40-0.80 m. de profundidad, fue datado por GrN-21.008 3475±35 B.P. (Rodanes et alii, 1994: 17; Rodanes, 1996: 8) La Paul (Arbigano, Álava) 1884 (1856-1754) 1688 AC. El nivel I, que oscilaba entre 0.40 y 1.20 m. de profundidad, parece coetáneo con las El “silo” o fosa de La Paul, de 0.80 m. de diámetro en la inhumaciones de la Cámara III, obteniéndose en el cuadro boca y 1.16 m. de profundidad, fue seccionado cuando se 3A, las dataciones GrN-21.006 2970±25 B.P. (Rodanes et 76 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) alii, 1994: 18; Rodanes, 1996: 8) 1293 (1211-1133) 1055 AC y GrN-21.007 2950±50 B.P. (Rodanes et alii, 1994: 17; Rodanes, 1996: 8) 1370 (1207-1130) 1001 AC. Este nivel I presentó cerámicas con decoraciones excisas, junto con otras con impresiones circulares, incisiones triangulares rellenas de líneas paralelas o acanalados (Rodanes et alii, 1994: 18). Aunque no se publican dibujos de las cerámicas, la serie de la Cueva de San Bartolomé presenta coherencia interna y sugiere el inicio del final de las cerámicas tipo Cogotas I hacia mediados del siglo XII AC. fechas, aún presenta mínimas intrusiones 2 % de comunes romanas y 2 % sigillatas, frente al 96 % del Bronce (Mínguez, 2005: 85 fig. 5). Inicialmente se publicó un conjunto de fechas correspondientes a la excavación del sector 2. Del lecho 83, CSIC-611 3640±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263) 2141 (2018-1980) 1832 AC. I-9.880 3470±190 B.P. (Apellániz y Uribarri, 1976: 196) 2295 (1767-1751) 1322 AC. Del lecho 71-72, CSIC-532 3400±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263) 1876 (1726-1689) 1527 AC Ya con fechas que podrían ser coetáneas a la primera El Portalón de la Cueva Mayor de Atapuerca (Ibeas de Juarros, Burgos) presencia de cerámicas de tipo Cogeces y Cogotas I estarían del lecho 35, I-9.881 3340±160 B.P. (Apellániz y Uribarri, 1976: 196) 2030 (1677-1622) 1262 AC, y del lecho Esta cueva situada en la estremo sur de la Sierra de Atapuerca, conocida al menos desde el siglo XVII, fue dada a conocer por la publicación de los ingenieros Pedro Sampayo y Mariano Zuaznavar en 1868, y cuenta con pinturas rupestres estudiadas inicialmente por Breuil (Apellániz y Uribarri, 1976: 7-10). Se trata de un complejo kárstico que presenta un acceso, denominado El Portalón de la Cueva 30, I-9.879 3170±130 B.P. (Apellániz y Uribarri, 1976: 196; Apellániz y Domingo, 1987: 263) 1739 (1432) 1053 AC. Existe una fecha del lecho 10, que pertenece al sector 3, CSIC-531 2850±50 B.P. (Apellániz y Domingo, 1987: 263) 1208 (1002) 898 AC, la única que no aparece recogida por Mínguez (2005: 50). Mayor, desde el cual en dirección izquierda conecta con Respecto a la precisión estratigráfica, un recipiente la Cueva del Silo y en dirección derecha con la Galería del reconstruido del sector 2 es muy significativo, una cazuela Sílex, de 920 m. de longitud. Ésta contaba en el techo del con carena alta y decoración de una guirnalda de boquique tramo final con una explotación de nódulos de sílex. Esta e incisión en zig-zag al interior del borde, se distribuye por segunda galería, descubierta en 1972, presentó restos de un los lechos 4, 10, 23, 27, 36 y 47 (Mínguez, 2005: 84, 356 mínimo de 25 enterramientos, de los cuales un 48 % eran lám. 153). Esto implica que las fechas de los lechos 30 y 35, infantiles (Apellániz y Domingo, 1987: 7, 8 plano 1, 316). 1677-1622 y 1432 AC, habría que verlas en conjunto. El Portalón de la Cueva Mayor se trata de una zona Como puede observarse, las determinaciones del de paso, al que se accede por una rampa descendente y laboratorio de Teledyne Isotopes, procedentes de la en el cual la mitad de su superficie está ocupada por campaña de 1976, presentan desviaciones típicas muy una torrentera que vierte aguas desde el exterior por la elevadas ±130, ±160 o ±190 (Apellániz y Uribarri, 1976: rampa, lo que impide que se trate de una zona de hábitat 195-196; Apellániz y Domingo, 1987: 169), aunque parece permanente y sea un espacio ocupado ocasionalmente. haber una coherencia estratigráfica desde los niveles o Fue inicialmente sondeado por Jordá en 1965, y después lechos más antiguos hasta los más recientes. por Clark en 1972 (Clark, 1979), que abrió un corte de 3 Más recientemente se han dado a conocer otra serie x 0.50 m., pero que profundizó poco por la estrechez del procedente de la excavación por Apellániz del sector 1, sondeo y la humedad, siendo las excavaciones retomadas en la tesis doctoral de Mínguez (2004: 218 y 2005: 50, 58; desde el año siguiente, entre 1973-1983, por Apellaniz, que Apellániz com. pers.). Estas incluyen, del lecho 112 CSIC- excavó una superficie de 17 m2 en dos sectores anexos, 612, 3430±50 B.P., 1881 (1739-1695) 1617 A.C. Del lecho profundizando en el sector I, con las cuadrículas A4, A2, 64, CSIC-453 3240±50 B.P., 1678 (1517) 1410 A.C. Del B4, B2, C4, C2, D4 y D2 y en el sector II, con las cuadrículas lecho 38, CSIC-452 3060±60 B.P. 1427 (1371-1317) 1128 A6, A8, A10, Z6, Z8 y Z10 (Minguez, 2005: 20, 259-260). a. C. Del lecho 14, CSIC-451 2890 ±50 B.P., 1258 (1047) Los niveles I y II, de los que no hay dataciones, presentan 919 A.C. y del lecho 9, nuevamente 2890 B.P., ±40 A.C. que cerámica medieval, 14 % y 7 % respectivamente, cerámica figura en el texto pero no en la tabla y parece ser una errata común romana, 8 y 32 % y cerámica sigillata romana, 4 y al confundir el lecho. 3 %, dentro de un contexto mayoritario de cerámicas del Un recipiente reconstruido del sector 1, se distribuye Bronce, 69 y 58 %. El nivel III, del que proceden todas las por los lechos 9, 12, 14, 16, 17 y 18 (Mínguez, 2005: 84), 77 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) lo que explicaría la similar cronología de los lechos 9 y 14, 940 a.C., 1047 a.C. aunque también aparecen fragmentos en los lechos 28 y 33 del sector II, que en el lecho 30 sugiere una fecha mucho más antigua, 1432 AC. En general, las fechas del sector 2 van desde el Bronce Inicial 2018-1980 AC, al Bronce Medio 1767-1751 AC y el Bronce Final IB-IC, 1432 AC en el lecho 30. La serie del sector 1 arranca del Bronce Medio, 17391695 a.C. en el lecho 112, y se prolonga aparentemente a lo largo de todo el Bronce Final, tanto el Bronce Final IB-IC, 1517 a.C. y 1369-1316 AC, como una fecha en el lecho 14 del 1047 a.C. La distribución de cerámica de Cogotas I ayuda de encuadrar mejor estos contextos. Se trata de una serie relativamente antigua, con sólo dos fragmentos que combinan excisión con boquique, predominando este último y la incisión. El boquique aparece en el sector 2 desde el lecho 28 al lecho 14 (Mínguez, 2005: 114, 152). Si tenemos fechado el lecho 30 en el 1432 AC, nos marca un momento del Bronce Final IB-IC. En el caso del sector 1, la cerámica con decoración de boquique aparece en el nivel 38 y se mantiene hasta el nivel 4 (Mínguez, 2005: 113-114). Aquí la fecha del lecho 38, 1369-1316 AC, sigue indicándonos el periodo Bronce Final IB-IC. En cambio, los niveles más superficiales del sector 1, lechos del 14 al 9, parecen marcar un momento del 1047 A.C, pero la cerámica no parece corresponderse con una fase de Cogotas final, pues las cerámicas se adscriben a los tipos de Cogeces y Cogotas I Pleno, faltando la fase Cogotas I Evolucionado que ha situado entre el 1150/1100-950 AC (Abarquero, 2005: 76). de la que proceden las tres dataciones obtenidas. Las muestras por AMS se obtuvieron de tres posiciones del nivel 4. Del nivel de base, a -12.71 m., se obtuvo una muestra de carbón, Beta-153.366 3400±40 B.P. (Moral, 2002: 40, 41 fig. 9) 1863 (1726-1689) 1538 AC. Más antigua resulta en cambio la fecha de la tibia uno de los 6 enterramientos del nivel 4, parte de un conjunto de 200 huesos humanos pertenecientes a 2 niños, 2 jóvenes, 1 mujer senil y un individuo indeterminado, a -12.28 m., esto es 0.43 m. por encima, que proporcionó la fecha más antigua, Beta-153.365 3670±40 B.P. (Moral, 2002: 40, 42, 41 fig. 9) 2195 (2033) 1922 AC. Finalmente, de la parte superior del estrato, a -11.78 m., o 0.50 m. por encima de la muestra precedente, se tomó la muestra de carbón Beta-154.894 3040±40 B.P. (Moral, 2002: 40, 41 fig. 9) 1408 (1366-1308) 1131 AC. A pesar de la elevada fragmentación de la cerámica decorada, las piezas más representativas son franjas horizontales de triángulos excisos (Moral, 2002: 120-122, 96 fig. 22/88-90, 101 fig. 27/138) relacionables con una taza con carena medio-alta y franja horizontal excisa debajo de la carena de la Cueva del Asno en Los Rabanos (Soria) (Delibes et alii, 2000). Es interesante la no presencia de ocupaciones recientes de los siglos XII-X AC en esta cueva en contraste con lo que aparentemente sugieren algunas fechas discutibles de El Portalón de Cueva Mayor. Castillo de Burgos (Burgos) Este poblado está situado en el Cerro de San Miguel, actualmente ocupado por el Castillo de Burgos (Uribarri et Cueva del Mirador de Atapuerca (Ibeas de Juarros, Burgos) La cueva o abrigo de El Mirador, que presenta una entrada de 23 m. de ancho, 15 m. de profundidad y 4 m. de altura, fue inicialmente objeto de sondeos por grupos de espeleólogos burgaleses, primero por C. Liz Calleja y el Grupo Espeleológico Edelweisss en los años 70 y después por el Grupo Espeleológico Ramón y Cajal en 1980, hasta el último sondeo de 3 x 2 m., durante dos campañas, en el sector suroeste de la cueva. Se distinguieron 4 niveles, dos de ellos revueltos, el superficial o nivel 1 y el nivel 2 muy afectado por la presencia de madrigueras de conejos y zorros aunque se hallaron 11 huesos humanos de 2 individuos, un adulto y un joven de menos de 14 años. Un nivel 3 pequeño, que oscila entre 2 y 25 cm., con 5 huesos humanos de un niño de -8 años (Moral, 2002: 34-38, 41, fig. 2), y un nivel 4 78 alii, 1987: 50, 53 y 167). Presenta una muestra de carbón procedente de los niveles más profundos de la secuencia del sector I, UGRA-226, a - 2.08 m. del nivel 12, 2900±100 B.P. (González Gómez et alii, 1991: 369), 1394 (1106-1050) 830 AC. Según Uribarri et alii (1987: 167), el nivel 12 del Sector I corresponde al Hierro Inicial y esperaba una fecha en torno al 750 AC (González Gómez et alii, 1991: 369). Sí procede del sector I, de un nivel superior, a -1.96 m., del nivel 10, UGRA-339, 3230±70 B.P. (González Gómez et alii, 1992: 134), 1684 (1516) 1322 AC, notablemente más antigua. Correspondientes al sector II, se disponen de tres fechas asignables a la Edad del Hierro, de semillas del nivel I M1, a –1.52 m., UGRA-227 2710±80 B.P. (González Gómez et alii, 1991: 369) 1015 (832) 786 AC; del nivel V M3, UGRA333 2590±90 B.P. (González Gómez et alii, 1992: 134) 908 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) (796) 409 AC; y del nivel VI M4, UGRA-334 2400±100 B.P. (González Gómez et alii, 1992: 134) 801 (408) 202 AC. Cueva de los Espinos (Mave, Palencia) La Requejada (San Román de la Hornija, Valladolid) El poblado de La Requejada se sitúa en llano en la primera terraza del río Duero, a unos 2 km. actualmente, La Cueva de los Espinos se encuentra en el Cañón de la Horadada, con 3 m. de altura y un ancho de 9 m. de la entrada, que se amplían hasta 20 m. al entrar dos metros hacia el interior. La cueva presenta 3 niveles, el I por debajo de superficial de 0.15 m., el II con ca. 1 m. y el III con 0.600.70 m. (Santonja et alii, 1982: 358-362). De la cuadrícula G5, en el nivel III inferior, se localizó un hogar de 30 cm. de diámetro y 12 cm. de profundidad, fechado por I-11.115 4350±95 B.P. (Santonja et alii, 1982: 364, 381, 383) 3345 (2919) 2701 AC. Es interesante la presencia de una punta de flecha con pedúnculo y aletas calcolítica recogida en el nivel superficial (Santonja et alii, 1982: 377, 366 fig. 12/12). Ya en el nivel II, a 0.99 m., en el punto de confluencia de las cuadrículas I4-I5-J5, se localizó un gran hogar de 1.50 x 1.30 m. y 10 cm. de profundidad, que presentó asociado a 2 fragmentos cerámicos de Cogotas con ajedrezados excisos y zig-zag incisos, fechado por I-11.116 2830±95 B.P. (Santonja et alii, 1982: 364, 371, 381, 383, 380 fig. 19) 1290 (997-979) 803 AC. También en el nivel II se detectaron dos grandes fosas excavadas dentro del nivel III, una que fue excavada de 2.60 x 2.40 m. y 0.50 m. de profundidad, que ocupaba las cuadrículas D3, D4, D5, C3, C4, C5, B3, B4 y B5, en cuyo interior se recogió cerámica de Cogotas (Santonja et alii, 1982: 362-363 fig. 11). En el extremo norte de la cuadrícula B5 se observó el inicio de otra fosa, que no fue excavada, pero que al presentar una bolsada de carbón en el nivel superior se recogió para datarla, I-11.117 3120±95 B.P. (Santonja et alii, 1982: 364, 381, 383) 1603 (1407) 1127 AC. En general, resulta excesiva la separación entre los dos contextos datados con cerámicas de Cogotas. La cerámica con ajedrezado exciso es indicativa de un momento avanzado de Cogotas, pero la fecha de inicios del siglo X AC, nos parece demasiado moderna. En cambio resulta más aceptable una fecha de inicios del siglo XIV AC, para el otro contexto, si bien Abarquero (2005: 78) sitúa el conjunto de cerámicas de esta cueva dentro de Cogotas Pleno y hay dos fragmentos con decoración de espiga al interior del borde (Santonja et alii, 1982: 379, 384 fig. 21/14, 386 fig. 22/16). pero junto al lecho de un meandro fluvial del río hoy abandonado y con un manantial próximo que mantiene encharcados los pastos que la rodean, el cual fue objeto de excavaciones en 9 fondos durante dos campañas de 1973 y 1974 (Martín Valls y Delibes, 1972: 9; Delibes, 1978: 225226, 240; Delibes et alii, 1990: 69 fig. 2). Presenta un único nivel arqueológico que tiene una potencia media de 0.25 m., aunque llega a alcanzar en algunos puntos 0.40-0.80 m. de profundidad, descendiendo en potencia hacia el Sur y Oeste, nivel en el que se abren las fosas y hogares. Eso permitió realizar una excavación en extensión en 1978 que abarcó más de 250 m2 de superficie (Delibes, Fernández Manzano y Rodríguez Marcos, 1990: 67, 71). La fosa I-XI, de 1.50 m. de diámetro y 1.45 m. de profundidad, presentó bajo un enlosado de piedras un enterramiento colectivo de tres individuos adultos orientados al Noroeste, tomándose una muestra de los huesos del enterramiento nº 3, I-9.603 2820±150 B.P. (Delibes, 1978: 236-237) 1407 (973-941) 673 AC. Este tenía junto a su cabeza y manos un espiraliforme de bronce. El enterramiento nº 1 presentó un prisma-lingote de plata entre sus manos, un esqueleto de conejo sobre su cabeza y dos fragmentos cerámicos con decoración excisa. La fosa I-XI presentó en su relleno una f íbula de codo tipo Huelva, a -0.40 m., y cerámicas decoradas incisas, excisas, impresas y con boquique. Del hogar I-XI/J-XI, situado a 1 m. de la fosa I-XI, que documentó cerámicas que ensamblaban con otras del relleno de la fosa I-XI y con varios fragmentos impresos junto al enterramiento nº 3, se tomó una muestra de carbón, I-9.604 2960±95 B.P. (Delibes, 1978: 236-237) 1427 (1209-1131) 904 AC. En la sepultura, se optó inicialmente por conceder más valor a la datación más reciente (Delibes, 1978: 229, 236237), del 870 a.C. 973-941 AC, al contar con un ejemplar de f íbula de codo tipo Huelva y una fecha del 870 a.C. que se correspondía bien con las del 880-850 a.C. de la serie de la Ría de Huelva, a pesar de su mayor desviación estándar, 150 años, y de ser obtenida de una muestra de hueso, que no posee la misma fiabilidad que las actuales a partir del AMS. Por ello, se imponía la asociación HuelvaSan Román de la Hornija que aportaba una fecha ca. 875 a.C. Por otra parte, la fecha de mediados del siglo IX a.C. 79 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) se utilizó para proponer un final de Cogotas a finales del siglo IX a.C. (Delibes y Romero, 1992: 236). Esta visión diacrónica del yacimiento no es la defendida por Delibes et alii (1990: 68-69), quienes consideran que No obstante, con las dos campañas realizadas en Soto de Medinilla (Valladolid) entre 1989-90, y disponerse de las primeras dataciones de los niveles antiguos, que acabaron fijando el final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Delibes et alii, 1995: 156), se optó por admitir la datación más antigua, indicándose que la sepultura era “inexcusablemente” del inicio del siglo X a.C. (Delibes y Fernández Manzano, 1991: 208). el registro del yacimiento, por su breve estratigraf ía debe Desde nuestro punto de vista, la desviación estándar de la determinación 870±150 a.C. resulta más elevada que la datación más antigua, 1010±95 a.C., que a nosotros nos parece más fiable, ca. 1209-1131 AC. Tal vez influyó que la primera procede de los huesos del esqueleto 3 y la segunda de un hogar exterior a la sepultura. Pero la presencia en dicho hogar de fragmentos de cerámica decorada de un vaso, que se encuentran también en el relleno de la sepultura donde apareció la fíbula de codo, indica la potencial validez de esta segunda determinación. De esta forma, la fíbula de codo tipo Huelva de San Román de la Hornija permitiría fijar su presencia hacia ca. 1150 AC, en el inicio del Bronce Final IIC (Mederos, 1996b: 97-98, 108 tabla 7). Bouca do Frade (Porto, Portugal) En cambio, a partir del análisis de su evolución formal, Carrasco y Pachón (2006: 271, 277) fechan la fíbula de La Requejada entre el 1000-950 AC, aunque consideran que el tipo de fíbula de codo tipo Huelva surgió a inicios del siglo XI o incluso finales del XII AC, esto es, ca. 1110-1100 AC. Por otra parte, no debe olvidarse que está constatada una f íbula de arco multicurvilíneo del nivel 2 de Monte do Trigo, Idanha-a-Nova (Vilaça, 2003: 254 n. 7), que son las tradicionalmente denominadas en italiano ad occhio, con bucle y resorte de una sola vuelta, que también podrían denominarse f íbula de codo y bucle. Este nivel 2 está datado por tres muestras (Vilaça, 2003: 254 n. 8 y 2006: 89), Sac-1456 2990±50 BP 1390 (1258-1215) 1046 AC, Sac-1457 2960±45 BP 1370 (1209-1131) 1011 AC, Sac-1507 2960±45 BP 1370 (1209-1131) 1011 AC, que implican márgenes entre 1258-1131 AC (Mederos, 2008b: 280-281). Otros autores han defendido que el enterramiento de los tres individuos se produjo en el momento final de la ocupación hacia el 1000 AC, por lo que buena parte del corresponder a “un período de tiempo relativamente fugaz”. No obstante, reconocen pequeñas subfases como un posible pavimento de barro del suelo de una cabaña recubriendo la boca de un silo abierto previamente, o la reutilización de algunos pozos como el nº 2 que tiene dos bocas que se cortan. El poblado de Bouca do Frade, situado junto al río Ovil, afluente del río Duero, presenta del área F-7, del sector IIA, dos dataciones, CSIC-629 3970±50 B.P. 2617 (2470) 2310 AC, y una segunda medición CSIC-629R 3940±50 B.P. 2573 (2464) 2290 AC, procedentes del nivel 3, pero a muy poca profundidad, -0.30 m., que indican un momento del Calcolítico Final. Otras tres dataciones proceden del área K del sector IIA (Jorge, 1988: 14, fig. 15), sobre la que había caído un poste de madera en el nivel 3b, del que se tomó CSIC-632 2710±50 B.P. (Jorge, 1988: 64) 971 (832) 798 AC, y dos del nivel 3a, una misma muestra que fue partida en dos, CSIC-630 y 631, 2720±50 B.P. (Jorge, 1988: 64) 995 (887-834) 800 AC. La serie de fechas de Bouca do Frade ha sido una de las que más han contribuido a sugerir una pervivencia de las cerámicas de Cogotas en el siglo VIII a.C., cuando se da la paradójica situación que este tipo de cerámicas, sólo 6 fragmentos, incluyendo una cazuela carenada con excisión de dientes de lobo y boquique de punto y raya, proceden del sector IB (Jorge, 1988: fig. 37/1-2), el sector IA (Jorge, 1988: fig. 36/3-4) y el sector IIB, con un recipiente hemiesférico con decoración de boquique formando guirnaldas (Jorge, 1988: fig. 43/2-3), mientras que las dataciones son del sector IIA. Puesto que las cerámicas corresponden a un momento de Cogotas I avanzado, que Abarquero (2005: 205) sitúa en el siglo XI AC, pero que también podrían ir perfectamente en el siglo XII AC, las fechas no pueden utilizarse para proponer una perduración tardía de Cogotas, que han defendido algunos autores. registro cerámico sería más antiguo el cual se introduciría al hacer la fosa (Castro Martínez, Micó y Sanahuja, 1995: Ecce Homo (Alcalá de Henares, Madrid) 81; Galán Saulnier, 1998: 216), por lo que la f íbula de codo de tipo Huelva ha sido fechada entre el 1200-1000 AC o 1200-1050 AC, anterior al enterramiento y quizás sincrónico al hogar (Castro Martínez et alii, 1995: 81, 95). 80 El cerro de Ecce Homo se levanta 250 m. por encima de la cuenca del río Henares, en un cerro testigo de 836 m.s.n.m., a 1 km. de distancia del río. El poblado ocupa EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) toda la superficie del cerro de unos 400 m. de longitud por 200 m. de ancho, con una extensión de 6 hectáreas (Almagro Gorbea y Dávila, 1989: 30). Se han desarrollado una primera campaña en 1972, codirigida por Almagro Gorbea y Fernández Galiano (1980), continuadas por el primero con una campaña de prospección en 1984 del entorno, y nuevas campañas de excavación entre 1985-88, centradas desde 1986 en la excavación de una cabaña de la Edad del Hierro o fase Ecce Homo IIB, con un 14.5 % de cerámicas grafitadas y un fragmento de f íbula de doble de una ocupación posterior de la fase Ecce Homo II. Por esta homogeneidad de la serie de fechas de Ecce Homo I, resulta discutible la propuesta de Castro Martínez, Micó y Sanahuja (1995: 97-98; Valiente Malla, 1999: 83) de aceptar el siglo XIII AC como el inicio de la fase Ecce Homo II a partir de la fecha del fondo 2/4, que les ha servido para sugerir la coexistencia de las cerámicas tipo Cogotas I avanzado y de los grupos Ecce Homo II a partir del 1250 AC y Pico Buitre desde el 1100 AC, hasta producirse el final de Cogotas I hacia el 1000 AC. resorte (Almagro Gorbea y Dávila, 1988: 362, 364 fig. 1 y 1989: 30-32, 34). De este yacimiento proceden una serie de 4 muestras de carbón, una del fondo 2/6 que carecía de cerámica decorada, Fábrica de Ladrillos Prefabricados Resistentes, La Aldehuela, río Manzanares (Getafe, Madrid) a pesar de sus dimensiones de 1.30 m. de longitud máxima y 0.52 m. de profundidad (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 24, 94, 23 fig. 6), CSIC-163 3100±70 B.P. (Almagro Gorbea, 1977: 529; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 125) 1518 (1393-1324) 1131 AC. De un fondo 3/B, situado en el borde del cantil meridional, que incluía cerámicas Cogotas I (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 24, 25 lám. 6, 94, 80 fig. 26/1, 3 y 6), CSIC-165 3020±70 B.P. (Almagro Gorbea, 1977: 529; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 125) 1430 (1289-1262) 1020 AC. Ya con presencia de cerámicas más modernas en la parte superficial de la fase Ecce Homo II, se encuentra una datación obtenida de la mezcla de muestras procedentes de dos “silos”, los fondos 2/1 de 0.25 m. de profundidad y 1/1 de 1.20 m. de diámetro, muestras procedentes de dos cortes diferentes, los cortes 1 y 2 (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 21, 23, 22 fig. 4 y 23 fig. 6), este segundo fondo con cerámica más reciente, CSIC-164 3020±70 B.P. (Almagro Gorbea, 1977: 530; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 125) 1430 (1289-1262) 1020 AC. Finalmente, del fondo 1/4 (Almagro Gorbea, 1977: 530), o 2/4 (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 125, 23 fig. 6), de 0.44 m. de profundidad, donde había una presencia de cerámica Ecce Homo II, incluyendo una cerámica pintada, pero también cerámicas de Cogotas I (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 94, 77 fig. 23/16 y 21), CSIC-167 2990±70 B.P. (Almagro Gorbea, 1977: 530; Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980: 125) 1410 (1258-1215) 1002 AC. Resulta obvio que la fundación de todos estos fondos fue durante una fase relativamente homogénea de Cogotas I, presentando algunos en sus niveles superficiales evidencias El yacimiento de la Fábrica de Ladrillos Prefabricados Resistentes S.A., se localiza en la finca de La Aldehuela, en la terraza fluvial más baja de la margen derecha del Arroyo Culebro, a 500 m. de su punto de confluencia con el río Manzanares y a 5 km. de la confluencia del Manzanares en el río Jarama, ocupando una superficie llana de 1.2 Ha. (Blasco et alii, 2007: 13). El poblado fue objeto de una primera excavación arqueológica de urgencia en 1982 por C. Priego y S. Quero (1983: 301-302), después del descubrimiento del yacimiento por la extracción de arenas para la fabricación de ladrillos, ampliada con una nueva campaña en 1983 hasta abarcar una superficie de 864 m2 (Priego, 1984: 193). El primer análisis se realizó en el fondo 12, de 1.55 m. de diámetro y 0.47 m. de profundidad. En su interior se localizaron dos agrupaciones con recipientes cerámicos, la primera en el nivel 2, con dos vasos lisos invertidos, uno dentro de una cazuela troncocónica (Blanco et alii, 2007: 240-241, fig. 138/208.745 y 208.767). En el nivel 3, aparecieron otros tres recipientes completos, uno de ellos una cazuela bicónica de paredes convergentes decorada con puntos impresos insertos en una banda con forma guirnalda y con motivo de escalera vertical en dos bandas con forma guirnalda, ambas rellenas de pasta roja de Cogotas I avanzado (Priego y Quero, 1983: lám. 2/2; Blanco et alii, 2007: 241 fig. 137/208.748), una cazuela troncocónica de paredes rectas con decoración de punto y raya de boquique (Priego y Quero, 1983: lám. 2/1; Blanco et alii, 2007: 240 fig. 136/208.749, 241 fig. 139/208.749) y otro más pequeño con decoración excisa y de boquique, que se pensó parte de un ajuar (Priego y Quero, 1983: lám. 1/2; Blanco et alii, 2007: 240 fig. 140/208.753). Del interior de uno de estos recipientes, la tierra contenía cenizas en el fondo, de la que se obtuvo una muestra a -0.470.50 m. de profundidad, I-12.863 2490±95 B.P. (Priego y 81 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Quero, 1983: 302-303; Priego, 1984: 200 y 1986: 132; Blasco, 2007: 193-194 fig. 106), 827 (759-554) 389 AC, que resulta claramente muy reciente, quizás por la propia composición de cenizas de la muestra. Los propios arqueólogos, Priego y Quero (1983: 303), reconocían que una fecha del 540 a.C. resultaba muy reciente frente a la secuencia tradicional para Cogotas que situaban entre el 1100-800 a.C., pero al pensarse que se trataba de una incineración creyeron que sería más moderna (Priego y Quero, 1983: 302). Una segunda muestra de “tierra con materia orgánica”, procede del fondo 156-157, de 1.58 m. de diámetro y 1.15 m. de profundidad, donde se tomó a 0.60-0.70 m. de profundidad, que presentaba en su nivel 5 un borde con cerámica decorada de líneas cosidas y otro con impresión de media caña, I-13.748 2840±90 B.P. (Priego, 1986: 132; Blasco, 2007: 194-195 fig. 107; Blanco et alii, 2007: 367-368, fig. 348/1332 y 1334), 1290 (1000) 810 AC, la cual resulta también claramente reciente, pues no puede hablarse de un Cogotas I avanzado en la cerámica, nuevamente quizás por el tipo de muestra utilizada, tierra con materia orgánica. Para el estudio de los materiales se solicitaron dos proyectos de investigación en 2003 y 2004 a la Comunidad de Madrid, dirigidos por C. Blasco, que además de lograr publicar la memoria definitiva (Blasco et alii, 2007), han permitido obtener nuevas dataciones por carbono 14. Del fondo 76, de 1.50 m. de diámetro y 0.30 m. de profundidad, excavado en 1982, se localizó en el nivel 3 una importante concentración de 406 huesos de bóvido, pertenecientes al menos a 5 ejemplares, y se dató el colágeno de un fragmento de tibia de bóvido, en un fondo con dos fragmentos cerámicos amorfos con decoración impresa de media caña de tipo Cogeces en los niveles 4 y 1, Beta-184.835 3340±70 B.P. (Blasco, 2007: 195-197 fig. 109; Blanco et alii, 2007: 294, fig. 229/211.024 y 211.048), 1861 (1677-1622) 1449 AC que se ajusta bien a un Bronce Final IA Cogeces. También excavado en 1982, del nivel 5 del fondo 50, con 0.70 m. de diámetro y 0.94 m. de profundidad, junto con un fragmento cerámico con decoración impresa de media caña en zig-zag de tradición Cogeces (Blasco, 2007: 196197; Blanco et alii, 2007: 275 fig. 193/210.258) y otros de Cogotas I con múltiples incisiones dispuestas en horizontal y en guirnalda o espiguillas incisas en zig-zag junto al borde de los niveles 2 y 1 (Blanco et alii, 2007: 276 fig. 194/210.169 y 210.186). De ella procede la muestra de hueso Beta197.523 3040±40 B.P. 1408 (1366-1308) 1131 AC, que nos señala un momento de Cogotas I del Bronce Final IC. 82 Del nivel 5 del fondo 27, excavado en 1982, de 1.40 m. de diámetro y 0.81 m. de profundidad, que presentaba cerámica de Cogotas I decorada con cuencos carenados de base plana, cuencos hemiesféricos y una jarra con asa que presentan decoración excisa, boquique e impresa formando guirnaldas (Blasco, 2007: 197; Blanco et alii, 2007: 252-253 fig. 161-163). Procedente de hueso animal, Beta-197.524 3000±40 B.P. 1387 (1259-1220) 1125 AC, que marca un momento del Bronce Final IIA con Cogotas I avanzado. En cambio, resultó muy reciente un análisis sobre colágeno de hueso de bóvido procedente de la “tumba” 2, situado a 20 m. de la tumba 1. Realmente, un fondo con 1.80 m. de diámetro y 1.80 m. de profundidad, con tres recipientes con decoración de boquique propia de Cogotas I avanzado, Beta-184.836 1980±40 B.P. (Blasco, 2007: 196, 198 fig. 110/207.851; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352) 51 AC (25-47) 124 DC. Este fondo fue afectado por la extracción de las arcillas y estaba situado “fuera de la excavación y destruido a consecuencia del desmonte causado por la excavadora. Aunque desprendido de su emplazamiento originario, todavía pudimos recoger cuatro piezas: una vasija, una pequeña cazuela, un cuenco y un vaso”, que también pensaron que pertenecían a una urna de incineración con 3 vasos de ajuar (Priego, 1984: 194), siendo la urna una cazuela con asa fracturada y umbo en la base, con decoración de puntos impresos insertos en bandas verticales, otras con motivo de escalera vertical con punto y raya de boquique y bandas horizontales rellenas de puntos con pasta roja (Priego, 1984: 194, 196 fig. 1a-b; Blasco, 2007: 198 fig. 110; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.851). En su interior se recogieron una pequeña cazuela con umbo (Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/2; Blasco, 2007: 198 fig. 110; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.854) y un cuenco con umbo (Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/3; Blasco, 2007: 198 fig. 110; Blanco et alii, 2007: 370-371 fig. 352/207.853), mientras que un vaso troncocónico estaba situado en el borde de cazuela, aunque boca arriba, y no boca abajo, el cual quizás se pensó era la tapadera de la incineración (Priego, 1984: 194, 197 fig. 2/4; Blanco et alii, 2007: 370371 fig. 352/207.852). Dos de estas cerámicas fueron incluso relacionadas con la facies Riosalido por Valiente Malla (2001: 206) quien aceptó que se trataba de un enterramiento de incineración. Algunos autores no han descartado que en particular la datación del fondo 12, podría representar “una fase tardía de Cogotas I”, posterior al 900 AC (Castro Martínez et alii, 1995: 82 n. 69), otros la han considerado demasiado reciente EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) aunque aceptando un 700-650 a.C. (Delibes y FernándezMiranda, 1986-87: 27), mientras que Galán Saulnier (1998: 242) sugiere la pervivencia de estas cerámicas de la “tumba” 2 hasta el 625 AC, al asumir esta fecha. Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba) y Montes, 1986: 491), 1518 (1256-1134) 834 AC. Como puede observarse, hay un relativo solapamiento en las medias de ambas, aunque en teoría el estrato IIIb debería ser algo más reciente, por lo que de la fecha del estrato IIIb sólo podría aceptarse el margen inferior ca. 1150-1134 AC. Muy próximo al corte R.1, avanzando en dirección Este, el corte R.2, de 8 x 4 m., presentó una potencia máxima El poblado del Llanete de los Moros, cerro de 233 m.s.n.m., junto al cerro anexo de El Palomarejo de 245 m.s.n.m., controla un meandro del río Guadalquivir, desde la parte superior del actual casco urbano de Montoro, ocupando una superficie de unas 10 Ha. de extensión (Martín de la Cruz, 1987; Murillo, 1995: 221). Tras diversos hallazgos aislados y una prospección superficial a fines de los años setenta (Martín de la Cruz, 1978-79), se empezó a excavar de forma continuada desde 1980. En las campañas de 1980-81 se abrieron en la primera terraza o superior al este del edificio los cortes R-1, R-2, R-3 y R-6, y en el sector oeste se realizó un primer sondeo en los cortes A-1-3 y A-1-4, también de la primera terraza. Dos de estos cortes fueron estudiados en una memoria de excavaciones, R-1 y R-6 (Martín de la Cruz, 1987a). Ante el anuncio de construcción de un polideportivo, en actuaciones de urgencias entre 1982-83, se amplió la excavación en el lado oeste del edificio y se abrieron varios cortes en extensión, A.1.3, A.1.4, B.1.2, B.1.3 y B.1.4. La construcción de una nave de talleres en el extremo sur del sector oeste obligó a una nueva campaña de urgencias que permitió excavar el corte A-2-1 y finalizar el corte R-3, interrumpido desde 1981 (Martín de la Cruz, 1987b; Martín de la Cruz et alii, 2000: 1617). En 1987 se realizó otra excavación de urgencia (Martín de la Cruz et alii, 1990), mientras se denegaron permisos para excavaciones sistemáticas en 1986 y 1987, y ya sólo hubo una primera actuación sistemática en 1990 (Martín de la Cruz et alii, 1990), al autorizarse un nuevo proyecto en 1988, que tampoco consiguió continuidad al producirse la paralización de la mayor parte de las excavaciones sistemáticas en Andalucía desde el año 1992. El corte R.1, excavado entre 1980-81, de 8 x 4 m., con profundidad máxima de 4.5 m., presentó cerámicas tipo Cogotas I exclusivamente en los estratos IIIa y IIIb de ca. 1 m. de potencia entre ambos. Del estrato IIIa, infrapuesto al IIIb, a 4.4 m., se recogió la muestra UGRA-190 2930±110 B.P. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz et alii, 1987: 206), 1427 (1186-1128) 823 AC. El estrato IIIa cuenta con un fragmento importado a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17). En un estrato superior, IIIb, a 3.1 m. de profundidad, se obtuvo UGRA-159 2980±130 B.P. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz de -5.55 m., siendo excavado entre 1980-81 (Baquedano, 1987: 226; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987; Martín de la Cruz et alii, 2000: 47). Del nivel más antiguo datado, el VI, procede UGRA-187 2910±120 B.P. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 52, 54), 1427 (1112-1054) 818 AC. En este contexto se recuperaron 3 fragmentos cerámicos a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17). Del nivel VIII, se analizó una muestra de semillas, UGRA-186 2710±250 B.P. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 53-54, 56) 1494 (832) 209 AC, cuya desviación de ±250 años deriva de la escasez de muestra remitida al laboratorio, y no puede ser aceptada. Este estrato presenta 4 fragmentos cerámicos a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17). Finalmente, existen dos fosas realizadas en el nivel VIII, una ovoide, realizada cuando se estaba finalizando el nivel VIII o ya finalizado, y otra rectangular, de las cuales se tomaron a 4.1 m. de profundidad UGRA-183 3080±90 B.P. 1521 (1381-1321) 1050 AC y a 3.9 m. de profundidad UGRA-160 3000±100 B.P. 1491 (1259-1220) 924 AC, que se consideraron demasiado antiguas, pues superan la antigüedad del nivel VI, no debiendo sobrepasar ambas el 900 a.C. (González Gómez et alii, 1986: 1203; Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 53, 55). Esta fosa o estructura ovoide (Baquedano, 1987: 226-227, fig. 2), de la que probablemente proceden las muestras UGRA 183 y 160, perfora el corte R.2 desde el nivel VIII hasta el nivel III, atravesando claramente el nivel VI de acuerdo con el perfil aportado. Ello explica que la profundidad de UGRA-160 (nivel VIII-fosa) y UGRA-187 (nivel VI) posean la misma cota de 3.9 m., y que incluso UGRA 183 (nivel VIII-fosa) proceda de aún mayor profundidad, 4.1 m. y es coherente que UGRA-186 (nivel VIII), el más reciente, tenga una cota de 3.4 m. Si descartamos esta última, por su elevada desviación estadística, una posible ordenación de las determinaciones sería 1381-1321 AC, 1259-1220 AC y 1112-1054 AC, donde se incorporarían como intrusiones carbones y semillas de los estratos que fueron perforados por la fosa. En cualquier caso, ambas fechas del 1381-1321 AC y 12591220 AC, no pueden definir cronológicamente el nivel VIII 83 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) (Baquedano, 1987: 230), en el cual empieza a desaparecer niéndose la determinación CSIC-624 2900±50 B.P. (Mar- el boquique, aún con dos fragmentos y ya coexiste con un tín de la Cruz y Montes, 1986: 494), 1260 (1106-1050) 923 AC, donde se documentó una cazuela Cogotas I y un soporte liso (Martín de la Cruz y Baquedano, 1987: 52 fig. 2, 56 fig. 3). También proceden 8 fragmentos cerámicos a torno (Martín de la Cruz, 2008: fig. 17). Aunque es dif ícil valorar adecuadamente este corte, que permanece aún sin publicar, la fecha es ligeramente moderna, pero puede aceptarse el margen superior de la media, ca. 1100 AC. Por otra parte, el escaso grosor de este estrato pudo favorecer movimientos verticales de carbones más recientes procedentes de estratos superficiales. fragmento de retícula bruñida. El corte R-3 se abrió en 1980-81, retomándose su excavación en 1985. Su prolongación descendiendo la ladera fue el corte R-4, que presenta similar estratigraf ía, con unas dimensiones en conjunto de ambos de 13 x 4 m. y una profundidad máxima 7.56 m. (Martín de la Cruz et alii, 2000: 16, 49). En el Corte R-3 se documentó una fosa, que correspondería al nivel III, la cual corta el nivel II precedente. Dicha fosa se divide en 4 subniveles. El primero de los subniveles, III.1, muestra cerámicas con decoraciones excisas Finalmente, cabe reseñar una determinación UGRA175 2890±140 AC, 1432 (1047) 799 AC, obtenida a -3.9 m. de profundidad, de la cual carecemos de cualquier dato contextual sobre la misma. y de boquique. En III.2 un fragmento micénico acompaña a cerámica decorada con boquique. En III.3 continúa las cerámicas de boquique. Y finalmente en III.4, junto a esta cerámica decorada aparece el segundo fragmento micénico. Del nivel IV sólo disponemos de una pieza dibujada Estas dos últimas dataciones han servido para plantear la continuidad de Cogotas I en Llanete de los Moros hasta 1050-1000 AC (Castro Martínez et alii, 1995: 95), que creemos son fechas excesivamente recientes para los contextos publicados de cerámicas de Cogotas I de este poblado. decorada incisa, presumiblemente tipo Cogotas, sobre el que se dispone un derrumbe o nivel V. Las dataciones son CSIC-795 1437 (1371-1317) 1128 AC para “el nivel en el que aparecieron las cerámicas” o III.2 y CSIC-794 1413 (1289-1262) 1049 AC para el nivel “inmediatamente enci- En todo caso, aunque existen problemas de inversiones en algunas determinaciones, a veces resultado de dataciones del Laboratorio de la Universidad de Granada, que han llevado a varios autores a descartar el conjunto de dataciones del Llanete de los Moros (Pellicer, 1989: 173- 174; Belen et alii, 1992: 67; Murillo, 1995: 313), se trata de un planteamiento excesivo que desmerece esta importante estratigraf ía, como ya en su momento indicamos (Mederos, 1996a: 62-63). ma dentro del estrato III” o III.3 (Martín de la Cruz, 1988; Martín de la Cruz y Perlines, 1993: 337). Ambas cerámicas, el pie de una crátera y la pared de una taza, pertenecen al Heládico Final IIIA1, ca. 1390-1370/60 AC, sin descartar el Heládico Final IIIA2 o IIIB, ca. 1375-1225 AC. El corte B1.2, excavado entre 1982-83, de 4 x 4 m. y profundidad máxima de 2 m., presenta cerámicas tipo Cogotas I en el estrato I de 0.10-0.20 m. de potencia, obte- Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra La Paul, fosa, nivel C? Albigano, Álaba 2900 85 950 1375 1106 1104 1050 837 I-11.590/H Cueva de San Bartolomé, nivel Ia Nestares, La Rioja 3475 35 1525 1884 1856 1852 1769 1756 1754 1688 GrN-21.008/ MC 84 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 2, nivel III, lecho 83 Ibeas de Juarros, Burgos 3640 50 1690 2141 2018 1996 1980 1832 CSIC-611/C El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 2, nivel III, lecho 32, Cuadro A6 Ibeas de Juarros, Burgos 3470 190 1520 2295 1767 1761 1751 1322 I-9.880/C Campaña 1976 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 2, nivel III, lecho 71-72 Ibeas de Juarros, Burgos 3400 50 1450 1876 1726 1724 1689 1527 CSIC-532/C Campaña 1982 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 2, nivel III, lecho 35, cuadro A6 Ibeas de Juarros, Burgos 3340 160 1390 2030 1677 1673 1622 1262 I-9.881/C Campaña 1976 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 2, nivel III, lecho 30, cuadro A6 Ibeas de Juarros, Burgos 3170 130 1220 1739 1432 1053 I-9.879/C El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 1, nivel III, lecho 112 Ibeas de Juarros, Burgos 3430 50 1480 1881 1739 1706 1695 1617 CSIC-612/C Campaña 1982 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 1, nivel III, lecho 64 Ibeas de Juarros, Burgos 3240 50 1290 1678 1517 1410 CSIC-453/C Campaña 1976 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 1, nivel III, lecho 38 Ibeas de Juarros, Burgos 3060 60 1100 1437 1371 1357 1352 1341 1317 1128 CSIC-452/C Campaña 1976 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 1, nivel III, lecho 14 Ibeas de Juarros, Burgos 2890 50 940 1258 1047 919 CSIC-451/C Campaña 1975 El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, sector 3, nivel III, lecho 10 Ibeas de Juarros, Burgos 2850 50 900 1208 1002 898 CSIC-531/C Campaña 1979 Cueva de El Mirador, nivel 4 Ibeas de Juarros, Burgos 3670 40 1720 2195 2033 1922 Beta- 153.365/ AMS/H Cueva de El Mirador, nivel 4 base Ibeas de Juarros, Burgos 3400 40 1450 1863 1726 1724 1689 1538 Beta-153.366/ AMS/C Quercus caducifolio 85 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra Cueva de El Mirador, nivel 4 superior Ibeas de Juarros, Burgos 3040 40 1090 1408 1366 1363 1308 1131 Beta-153.366/ AMS/C Quercus perennifolio El Castillo, Burgos, nivel X Burgos 3230 70 1280 1684 1516 1322 UGRA-339/C El Castillo, Burgos, Sector I, nivel XII Burgos 2900 100 950 1394 1106 1104 1050 830 UGRA-226/C El Castillo, Burgos, Sector II, nivel I M1 Burgos 2710 80 760 1015 832 786 UGRA-227/S El Castillo, Burgos, Sector II, nivel V M3 Burgos 2590 90 640 908 796 409 UGRA-333/C El Castillo, Burgos, Sector II, nivel VI M4 Burgos 2400 110 450 801 408 202 UGRA-334/C Cueva de los Espinos, cuadrícula G5, nivel III, hogar Mave, Palencia 4350 95 2400 3345 2919 2701 I-11.115/C Cueva de los Espinos, cuadrícula B5, nivel II Mave, Palencia 3120 95 1170 1603 1407 1107 I-11.117 Cueva de los Espinos, cuadrículas I4-I5-J5, nivel Mave, Palencia 2830 95 880 1290 997 986 803 I-11.116 904 I-9.604/C II, hogar La Requejada, hogar I-XI/ J-XI 979 San Román de la 2960 95 1010 1427 Hornija, Valladolid 1209 1200 1191 1177 1163 1140 1131 La Requejada, fosa I-XI, enterramiento 3 San Román de la Hornija, Valladolid 2820 150 870 1407 973 956 941 673 I-9.603/H Bouça do Frade, sector IIA, F-7, nivel 3, -0.30 m. prof. Baiao, Porto, Douro Litoral 3970 50 2020 2617 2470 2310 CSIC-629/C Bouça do Frade, sector IIA, F-7, nivel 3, -0.30 m. prof. Baiao, Porto, Douro Litoral 3940 50 1990 2547 2464 2290 CSIC-629R/C Bouça do Frade, sector Baiao, 2720 50 770 995 887 800 CSIC-630/C IIA, área K, nivel 3a Porto, Douro Litoral 86 884 834 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra Bouça do Frade, sector IIA, área K, nivel 3a Baiao, Porto, Douro Litoral 2720 50 770 995 887 884 834 800 CSIC-631/C Bouça do Frade, sector IIA, área K, nivel 3b Baiao, Porto, Douro Litoral 2710 50 760 971 832 798 CSIC-632/M poste Ecce Homo, fondo 2/6 Alcalá de Henares, Madrid 3100 70 1150 1518 1393 1327 1324 1131 CSIC-163/C Ecce Homo, fondo 3/B en el cantil meridional Alcalá de Henares, Madrid 3020 70 1070 1430 1289 1281 1262 1020 CSIC-165/C Ecce Homo, fondos 1/1 y 2/1 Alcalá de Henares, Madrid 3020 70 1070 1430 1289 1281 1262 1020 CSIC-164/C procedente de dos fondos Ecce Homo, fondo 2/4 Alcalá de Henares, Madrid 2990 70 1040 1040 1258 1235 1215 1002 CSIC-167/C Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe, 76, nivel 3 Madrid 3340 70 1390 1861 1677 1673 1622 1449 Beta184.835/H bóvido Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe, 50, nivel 5 Madrid 3040 40 1090 1408 1366 1363 1308 1131 Beta197.523/H Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe, 27, nivel 5 Madrid 3000 40 1050 1387 1259 1230 1220 1125 Beta197.524/H Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe, 156-157 Madrid 2840 90 890 1290 1000 810 I-13.748 Fábrica de Ladrillos, fondo Getafe, Madrid 12-nivel 2-3 2490 95 540 827 759 682 665 636 590 579 554 389 I-12.863/CNZ Fábrica de Ladrillos, Tumba 2 1980 40 30 51 AC 25 45 47 DC 124 Beta184.836/H bóvido Getafe, Madrid 87 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra Llanete de los Moros, R-3, nivel III, subnivel III.2 Montoro, Córdoba 3060 60 1110 1437 1317 1357 1352 1341 1317 1128 CSIC- 795 Llanete de los Moros, R-3, nivel III, subnivel III.3 Montoro, Córdoba 3020 60 1070 1413 1289 1281 1262 1049 CSIC- 794 Llanete de los Moros, R-3, nivel IIIB Montoro, Córdoba 2980 130 1030 1518 1256 1240 1213 1196 1194 1137 1134 834 UGRA- 159 Llanete de los Moros, R-3, nivel IIIA Montoro, Córdoba 2930 110 980 1427 1186 1183 1128 823 UGRA- 190 Llanete de los Moros, R-2, nivel VIII, fosa Montoro, Córdoba 3080 90 1130 1521 1381 1334 1321 1050 UGRA- 183 Cueva de San Bartolomé, Cámara III Nestares, La Rioja 2970 50 1020 1376 1211 1198 1192 1138 1133 1011 GrN-16.315/H Cueva de San Bartolomé, Nestares, nivel I, cuadro 3A, sector 3 La Rioja 2970 25 1020 1293 1211 1198 1192 1138 1133 1055 GrN-21.006/C Cueva de San Bartolomé, Nestares, nivel I, cuadro 3A, sector 3 La Rioja 2950 50 1000 1370 1207 1202 1189 1179 1156 1142 1130 1001 GrN-21.007/C Tabla 1. Yacimientos con dataciones que pueden indicar la presencia de las fases avanzadas de Cogotas I. C= Carbón. CNZ= Cenizas. H= Hueso. M= Madera. S= Semillas. Calib. V.4.2. según STUIVER et alii (1998). Curva inicial 98. 88 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) LOS POBLADOS CON FECHAS DE INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO Los Baraones (Valdegama, Palencia) El poblado de Los Baraones se encuentra cerca del límite del Norte de Palencia con Burgos, donde confluyen los valles fluviales de los ríos Lucio y Monegro, afluentes del río Pisuerga, tributario del río Duero. El yacimiento se distribuye por una gran superficie sobre los Cintos de los Baraones, grandes terrazas que se levantan 100 m. sobre el cauce de ambos ríos, abarcando 10 Ha. en su ladera Sur y 2 Ha. en la ladera Norte, habiéndose realizado excavaciones en 5 sectores, durante 5 campañas, entre 1986-1990, apareciendo la roca a escasa profundidad en los sectores 3 y 4 (Barril, 1995: 399-400, 402). El sector 1 presenta una ocupación de Cogotas I, procediendo dos dataciones del silo 4, la más antigua del fondo y la otra junto a la boca (Barril, 1995: 401), GrN14.334 3220±50 B.P. 1617 (1500) 1406 AC y GrN-14.335 3190±30 B.P. 1520 (1486-1443) 1407 AC. Del sector 2, en una superficie de 8 x 7 m., se excavaron dos cabañas. En la cabaña 1, con zócalo de piedra arenisca, que presenta un hogar en su interior, se tomó una muestra junto a la cara interna del muro norte, en una zona quemada y otra más reciente de un pequeño poste junto al hogar (Barril, 1995: 401-402), GrN-16.320 2510±20 B.P. 788 (762-602) 524 AC y GrN-16.973 2385±35 B.P. 756 (405) 393 AC. La cabaña 2, también con zócalo de piedra arenisca, con revoco interior, presentaba un nivel de tierra quemada donde se tomó una muestra, mientras la más reciente procede de un poste de madera de un momento de reutilización de la cabaña que al enterrarlo aplastó varios recipientes cerámicos (Barril, 1995: 402), GrN-16.974 2540±45 B.P. 803 (779) 455 AC y GrN-16.968 2415±20 B.P. 757 (476-410) 403 AC. Este poste y el poste de la cabaña 1 responden a una reutilización posterior de la cabaña. El sector 5, en la ladera occidental, presenta la estratigraf ía más amplia del poblado, anexa a la muralla, de 1.50 m. de altura conservada y 4 m. de ancho, en la cata 7. En el nivel inferior o 5 fase, por debajo de la muralla, se localizaron 5 agujeros de poste de la cabaña 3 por delante del corte. En el corte, se documentó un muro de barro y un hogar que llega hasta el inicio de la cabaña 3, asociados a un vaso carenado de tipo Soto de Medinilla I. Por encima se superpone la fase 4, afectada por un nivel de incendio, y sobre esta, la fase 3, que presentó la cabaña 2, de 6.60 m. de diámetro con un hogar central, afectada por un nivel de incendio, donde se tomaron dos muestras (Barril, 1995: 405), GrN-16.319 2770±40 B.P. 1003 (904) 827 AC y GrN16.972 2740±50 B.P. 1001 (896-845) 803 AC. La fase 2 de la cata 7, en el sector 5, presentó la cabaña 1, de 7 m. de diámetro, con zócalo de piedras de arenisca, que contaba con dos bancos, uno de piedra y otro de greda de barro, un hogar central y un receptáculo de barro con dos piedras de molino adosado a la pared de la cabaña donde se tomó una muestra de carbono 14, GrN-16.138 2350±70 B.P. (Barril, 1995: 404), 760 (400) 209 AC. La modernidad de esta muestra es explicada por Barril (1995: 404 n. 9) por haberse tomado cerca de un sector que había sido excavado en la campaña precedente y quizás fue afectado por el agua de lluvia u otros factores. En la parte superior de la cata 7, del sector 5, correspondiente a la fase 1, se excavó un sector que presentaba un hogar y un delgado poste de madera del que se tomó una muestra 2485±35 B.P. (Barril, 1995: 403), GrN- 14.966 789 (759-544) 409 AC. La serie de Los Baraones es una de las más amplias e importantes para el Hierro Inicial del centro de la Península Ibérica. Aparte de dos fechas asociadas a Cogotas I, durante el Bronce Final IB, 1500-1443 AC, el poblado cuenta con una ocupación de Soto I, no de las más antiguas pues hay dos fases no datadas en el sector 5, las fases 5 y 4, mientras que la fase 3 marca un momento de fin del siglo IX y primera mitad del siglo VIII AC, 904 y 896-845 AC, fechas que son tan antiguas como las que conocemos en el propio Soto de Medinilla. El poblado presenta una ocupación de los siglos VIIIVII AC, en la fase 1 del sector 5, 759-544 AC, y con más claridad en el sector 2, 762-602 AC de la cabaña 1 y 779 AC de la cabaña 2, siendo las dos fechas más recientes resultado de una reutilización del sector excavándose nuevos hoyos de poste. San Pelayo (Castromocho, Palencia) El poblado de San Pelayo se sitúa en una elevación sobre el río Valdeginate, a 776 m.s.n.m., al Norte del núcleo de Castomocho. Conocido desde los años 30 del siglo XX (Barrientos, 1934-35: 411-413), fue objeto de una excavación de urgencia en 1988 por la explanación de la finca y como excavación sistemática a partir de 1989 (Lión, 1993: 111). La excavación documentó tres cabañas, una completa de 6 m. de diámetro, nº 1 al Oeste, otra el semicírculo 89 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) meridional, nº 2, al Norte y dos tercios occidentales de una tercera, nº 3, la situada más al Este del corte (Lión, 1993: 114 fig. 2). La cabaña nº 3, de la que se obtuvieron las determinaciones, presentaba cuatro niveles en su interior, uno superficial, un segundo de derrumbe con adobes, un tercero donde apareció una placa de arcilla de un hogar central y finalmente un nivel de base con tierra cenicienta y abundante cerámica. Del interior de la cabaña proceden las dos muestras de madera más recientes (Lión, 1993: 119-120), GrN-17.304 2365±50 B.P. 757 (402) 264 AC y GrN-13.305 2310±65 B.P. 518 (393) 202 AC. En el espacio abierto al Sur de la cabaña nº 3, también había 4 niveles, uno superficial, otro con alineaciones de adobes que fueron levantados, un tercero de tierra gris y finalmente un nivel de base con cerámica muy abundante. En este nivel inferior se pudo apreciar que la cabaña nº 3 estaba levantada sobre una cabaña de adobes previa y una estructura de madera con postes unidos con acanaladuras que sostenían maderos en posición horizontal sobre los que se disponían abundantes semillas carbonizadas, donde se obtuvo una tercera muestra de madera GrN17.306 2530±35 B.P. 798 (Lión, 1993: 113, 116-117, 120), (764) 522 AC, de la primera mitad del siglo VIII AC. Su excavador no deja de manifestar cierta sorpresa por la distancia cronológica entre los dos grupos de dataciones (Lión, 1993: 120) y es posible que el uso de un poste de madera para datar la más antigua indique un momento más antiguo de lo esperable. Soto de Medinilla (Valladolid) El yacimiento de Soto de Medinilla es el más importante del Hierro Inicial de la Meseta Norte. Situado a 2 km. al Norte del casco urbano de Valladolid, en una terraza fluvial junto al cauce del río Pisuerga, en el extremo de un meandro, unos 5 m. por encima de la llanura de inundación, ha formado un tell artificial de unos 5 m. de altura, con una superficie de 2 Ha. en su fase inicial, que llega a alcanzar 10 Ha. durante la fase Soto III (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 149-151). El poblado, cuyas primeros sondeos fueron realizados por C. de Mergelina a inicios de los años 30 del siglo XX, después de ganar la cátedra de Arqueología y Numismática de la Universidad de Valladolid en 1925, fue después objeto de 9 campañas de excavación por Pedro de Palol y Federico Wattenberg entre 1956 y 1965, y llegó a abarcar una superficie de 16 x 14 m, 224 m2 en extensión (Palol, 1961: 646 fig. 3; Palol y Wattenberg, 1974: 182, 90 183 fig. 61). Aunque no se publicó una memoria de las excavaciones, ya anunciada para inicios de 1961 (Palol, 1961: 648 n. 1), se identificaron tres grandes fases, “dos momentos célticos y otro celtibérico” (Palol y Wattenberg, 1974: 185), subdivididas internamente en 6 subfases, 2 correspondientes a Soto I, 3 a Soto II, para finalmente superponerse la etapa correspondiente a Soto III o Vaccea (Palol, 1966: 29-32; Palol y Wattenberg, 1974: 185-186). La fase de Soto I fue la peor documentada en estas primeras campañas, con apenas 0.40 m., y unos 0.20 m. para cada una de las dos subfases de Soto I, de las que presentaron las correspondientes plantas (Palol y Wattenberg, 1974: fig. Soto I-1 y I-2), conformando cabañas de planta circular, unas con hoyos de poste en Soto I-1 y otras con muros de adobes de arcilla en Soto I-1 y I-2, finalizando esta última etapa con un fuerte nivel de cenizas blanquecinas, en el que se destruyó también la muralla de adobes y empalizada de troncos de madera (Palol y Wattenberg, 1974: 184, 186-187, lám. 17/29). En la fase final de Soto II-3, se excavó la cabaña circular nº 1, que presentaba un banco de adobes interior en su lado Este, varios hogares cuadrados superpuestos y se excavaron en el interior de la cabaña agujeros donde se colocaron grandes vasijas ovoides rellenas de cereal de trigo y cebada. De este trigo se obtuvo la primera datación por carbono 14, recogida de muestras de la campaña de 1957 M-994 2175±200 B.P. (Crane y Griffin, 1961: 121; Palol, 1963), 793 (201 AC) 244 DC, y otra fecha de la misma muestra de semillas proporcionó 2165 B.P. 347 (200) 172 AC, resultados ambos que fueron considerados “un tanto modernos” (Palol y Wattenberg, 1974: 191-192, fig. Soto II-3). Las excavaciones se retomaron en 1989 y 1990, excavándose 36 m2 en el sector Suroeste del tell, con una estratigraf ía vertical de +4.5 m., identificándose 16 cabañas circulares superpuestas, primero de cañizo y barro desde la casa XVI del nivel 11 hasta la casa XII del nivel 9, para posteriormente aparecer los alzados con adobes desde la casa XI (Delibes et alii, 1995: 146-147, 172), obteniéndose una serie de 8 dataciones (Delibes et alii, 1995: 154; Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 156, 158, 160, 162, 165, 168), la mejor del Hierro Inicial en la Meseta, que han llevado a Delibes et alii (1995: 156 y 2001: 75) a situar los inicios del poblado de Soto de Medinilla a lo largo del siglo X AC, entre el 1000-900 AC. Del nivel 11, el más antiguo horizonte constructivo, proceden dos fechas, ambas de la casa XV, que cuenta con revestimientos en la pared de arcilla y pintura blanca EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 155 fig. 2; Delibes et alii, 1995: 146 fig., 147), una obtenida del poste central de madera, GrN-19.051 2795±50 B.P. 1105 (967-923) 828 AC y otra a partir de semillas de trigo recuperadas en el suelo de la cabaña, GrN-19.052 2765±35 B.P. 1000 (903) 828 AC, que parece más precisa. En el nivel 9, que ya presenta el primer fragmento de hierro (Delibes et alii, 1995: 153), se obtuvo en la Casa XII, de madera procedente del derrumbe de techumbre, GrN19.053 2675±110 B.P. 1049 (825) 521 AC. A partir del nivel 8, que carece de restos de cabaña, tenemos constancia la presencia de cerámica pintada en amarillo y rojo o en amarillo (Romero y Ramírez, 1996: 316). Entre los niveles 7-5, construido en el nivel 7, había un horno doméstico de pan (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 159-160 lám. II-III, 161 fig. 4), cuya temperatura no llegó a superar los 430º C (Misiego et alii, 1993: 104-105, 92 fig. 1a-b, lám. 2a), donde una astilla de madera de pino sirvió para fechar GrN-19.054 2640±50 B.P. 898 (804) 765 AC y en el nivel 4, de la base del muro de la Casa VII se obtuvo GrN-19.055 2620±50 B.P. 890 (801) 672 AC. Correspondientes al nivel 3, hay dos fechas asociadas al anejo al Este de la Casa V, con una concentración de granos de cereal (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 165 lám. V), GrN-19.056 2580±30 B.P. 805 (794) 670 AC y de semillas de trigo GrN-19.057 2455±50 B.P. 788 (742-522) 400 AC. Finalmente, del nivel 1, obtenida en un hoyo junto a Casa I (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 168), procede GrN-19.058 787 (536-520) 399 AC. La Mota (Medina del Campo, Valladolid) El poblado del Castillo de La Mota, se sitúa dentro del casco urbano de Medina del Campo, sobre un espolón de 740 m.s.n.m. que abarca unas 10 Ha. y se levanta unos 20 m. de altura sobre el entorno inmediato, donde confluyen el río Zapardiel al Suroeste y el arroyo Adajuela al Noreste, que actualmente está encauzado dentro del casco urbano, mientras varias lagunas rodeaban el entorno como las de Santa Clara, San Nicolás o El Hospital, alguna dedicada a la explotación de sal (García Alonso y Urteaga, 1985: 63, 65; Seco y Treceño, 1993: 133 y 1995: 219, 240). No se descarta una ocupación precedente durante Cogotas I, que aún no ha sido localizada, por el hallazgo de alguna cerámica de boquique en niveles alterados y la presencia de una muralla de la Edad del Hierro, reutilizada posteriormente por el trazado de la muralla medieval (Seco y Treceño, 1995: 223-224). Durante las obras de ampliación del cementerio de la localidad, que se sitúa junto al castillo, se apreció una importante estratigraf ía que fue objeto de una excavación de urgencia en marzo de 1982, aprovechando el corte producido por una gran fosa abierta por una pala excavadora, de 40 x 20 m., que había alcanzado una profundidad de 1.85 m. Allí se abrieron 5 cortes, A-1, A-3, B-1, B-3 y C-1, localizándose la mejor estratigraf ía en el corte A-1 (García Alonso y Urteaga, 1985: 63-65). La excavación documentó un nivel de base o II-3, de poca potencia estratigráfica, que sólo tenía estructuras de madera por la presencia de hoyos de poste, finalizado por un primer nivel de incendio o estrato 14, sobre el que se superponía el nivel II-2, con muros rectangulares de adobe y tapial, enlucidos pintados con franjas de color rojo en los muros, que terminaba en un segundo gran nivel de incendio asociado a la presencia de cuchillos de hierro (García Alonso y Urteaga, 1985: 130, 132-135; García Alonso, 1986-87: 105, 107, 106 fig. 1), que parece tratarse del estrato 9 (García Alonso, 1986-87: 105). De este momento se obtuvieron dos determinaciones (García Alonso y Urteaga, 1985: 133; García Alonso, 1986-87: 109), GrN-11.307 2580±30 B.P. 805 (794) 670 AC y GrN-11.308 2555±25 B.P. 799 (787) 562 AC, que marcan un momento de la primera mitad del siglo VIII AC. Aprovechando la realización de nuevas fosas dentro del cementerio se han realizado nuevas excavaciones de urgencia en 1988 y 1989, en las que se abrieron 3 nuevos cortes, A-C, estando muy alterados los niveles en los cortes A y B. En el corte C, en la ladera Norte del foso, se localizó una secuencia de casi 3 m. de potencia, con 8 fases, que en sus niveles intermedios, se documentó una casa con hogar en plataforma rectangular la cual presentaba un nivel de incendio sobre el pavimento de la casa que contenía cerámicas con pintura roja, cerámicas a torno y un posible aryballos, el cual fue sellado por un derrumbe de las vigas de madera de la techumbre (Seco y Treceño, 1993: 136-137), de donde se tomaron dos muestras, GrN-17.568 2525±35 B.P. (Seco y Treceño, 1993: 137 y 1995: 237) 797 (764) 520 AC y GrN-17.569 2370±35 B.P. 518 (403) 388 AC. En 1990 se abrió el corte D, en el cementerio infantil, de 3 x 3 m., a unos 50 m. del foso excavado en 1982, donde se documentó una secuencia de 3.50 m. de potencia, también con 8 fases, las seis más profundas de la Edad del Hierro. De ellas, el nivel más profundo u VIII, con 0.25-0.35 m. de potencia, presentaba una casa con muros rectos usando grandes adobes de 40 cm. de largo por 25 cm. de ancho. Al exterior de la casa había un estrato ceniciento sobre la 91 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) tierra virgen con cerámicas pintadas postcocción, otras con decoración incisa y 2 agujas de f íbula (Seco y Treceño, 1993: 137-139, 169, 140 fig. 3), nivel ceniciento del que se tomó una muestra, GrN-18.907 2560±70 B.P. (Seco y Treceño, 1993: 139 y 1995: 235) 831 (789) 411 AC. En el nivel VII aparece la cerámica a torno pintada al exterior con líneas de color rojo (Seco y Treceño, 1993: 142). En 1991 se realizaron 3 sondeos y hasta 1993 se realizaron hasta 12 nuevos cortes en puntos diferentes por la apertura de panteones en el interior del cementerio de La Mota (Seco y Treceño, 1995: 222). de carbono 14 que permanece inédita (Escribano, 1990: 217, 235, 258-259), y la estructura 4 que corresponde a un pavimento de arcilla y cantos de 3 x 1 m., que se superpone a la estructura 2 (Escribano, 1990: 235, 242 fig. 17). Cerro de San Pelayo (Martinamor, Salamanca) Cerro elevado sobre el cauce del río Tormes, afluente del río Duero. El yacimiento está afectado por el aterrazado para la construcción de una plaza de toros en el siglo XVIII y por la explotación de minas de wolframio. Se El Castillo, Manzanal de Abajo (Villardeciervos, Zamora) han realizado dos campañas de excavación en la cumbre aterrazada del cerro durante 1985 y 1986 (Benet, 1990: 77). Las tres muestras datadas proceden de los estratos El Castillo en Manzanal de Abajo fue excavado a inicios de 1988 antes de quedar sumergido por el embalse de Valparaiso en marzo de 1988. Se sitúa en un espolón a 820 m.s.n.m., con una superficie de -1 hectárea, en el punto de confluencia de los ríos Tera y Vallada, que le proporcionan defensas naturales por sus laderas noroeste y este, en una comarca relativamente próxima a la frontera portuguesa (Escribano, 1990: 213, 215). inferiores del corte B6, obtenidas en la campaña de 1985 La excavación se centró en el extremo del sector SW. para documentar un campo de piedras hincadas, foso y muralla, presentes desde la fase I del poblado. Este nivel se superponía a un estrato de tierra entre las grietas de la roca base donde se localizó una punta de aletas y pedúnculo de cobre y se tomó una muestra de carbón datada en Groningen que permanece inédita (Escribano, 1990: 215, 217, 258, 234 fig. 13/1). 1990: 81) Del nivel VI, proceden GrN-13.970 2715±30 B.P. La datación publicada se obtuvo en el corte J-4, donde se documentó el arranque del foso, la muralla y al interior cerámica pintada la conocemos en Soto de Medinilla ca. de la misma adosada la estructura 1 o pavimento de arcilla de una posible vivienda, que presentaba dos agujeros de poste calzados con piedras, de donde quizás se obtuvo la muestra, GrN-14.794 2580±60 B.P. (Escribano, 1990: 216217, 235, 258, 216 fig. 3, 238 fig. 15) 831 (794) 522 AC. sido asociado recientemente (López Jiménez, 2003: 137) Después de la fase I, la muralla fue desmantelada formándose una plataforma plana a modo de terraplén o fase II sobre la antigua estructura 1, sobre la cual se construirán cuatro estructuras pertenecientes a la fase III. Dos contemporáneas, las estructuras 2 y 3, un pavimento de arcilla o cantos asociado a unas cubetas de arcillas (Escribano, 1990: 217, 235, 240 fig. 16); la posible vivienda 5, un pavimento de arcilla que presentó dos fragmentos de años procedente del corte B5. enlucido de paredes pintados y numerosas vasijas aplastadas por un derrumbe de muro, de donde se tomó una muestra Pico Buitre, cerca de la margen izquierda del río Henares, 92 (Benet, 1990: 85) Del nivel V procede GrN-1369 2910±140 B.P. 1487 (1112-1054) 802 AC, que tiene una desviación típica muy elevada ±140 y se obtuvo de hueso, quizás con insuficiente colágeno, siendo más antigua que las del nivel inferior. Este nivel presentaba alguna intrusión de cerámicas a torno donde “son contados (...) si es que existe alguno” (Benet, 919 (833) 805 AC y GrN-13.971 2660±30 B.P. 891 (812) 797 AC, que apuntan a un momento de la segunda mitad del siglo IX AC. Ambas se tomaron del ángulo oriental del fondo de una cabaña, que presentaba en el centro, corte B5, un cuenco de borde divergente con decoración pintada geométrica al interior, un cuenco con umbo y un vaso troncocónico de borde convergente y base plana. La 825-800 AC (vide supra). Este nivel inferior en B6 y B5 ha a la presencia de un túmulo funerario, opinión también subscrita por Benet (com. pers; López Jiménez y Benet, 2004: 163) al localizarse en el estudio de la fauna un fragmento de mandíbula humana de adulto entre 35-40 Pico Buitre (Espinosa de Henares, Guadalajara) El yacimiento de Pico Buitre, localizado en 1981, se sitúa en un pequeña loma cultivada dentro de una vaguada entre el Cerro de Alcantarilla y el de Las Culebras, al pie de en su cauce superior. Fue objeto de un estudio del material EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) de superficie recuperado por la roturación del yacimiento es que las cerámicas grafitadas del Alto Ebro forman un (Valiente Malla, 1984: 9-10) y posteriormente se han grupo individualizado (Saenz de Urturi, 1983: 398-399), desarrollado 5 pequeñas campañas de excavación, 1986- utilizando el grafito sólo para obtener motivos ornamentales 88 y 1990-91, de las que se obtuvieron 3 dataciones por geométricos como grecas o triángulos, lo que separa a las carbono 14 sobre huesos de posiblemente ovicápridos, dos cerámicas del Castillo de Henayo, La Hoya de Laguardia o más recientes de las dos primeras campañas de 1986 y 1987 El Redal de las que conocemos en la Meseta. (Crespo y Cuadrado, 1990: 77; Crespo, 1992: 65; Crespo y También destacan los cuencos semiesféricos con carena alta y apéndice circular sobre la carena con perforación horizontal y pintura exterior e interior (Crespo, 1995: 178 fig. 4/1) o el muelle de una f íbula de doble resorte (Crespo, 1992: 64, 60 fig. 5/7). Arenas, 1998: 49 fig. 1), I-14.921 2990±90 B.P. 1432 (12581215) 935 AC, e I-15.259 2900±90 B.P. 1385 (1106-1050) 834 AC, y una más antigua de la campaña de 1988, I-15.887 3070±100 B.P. (Crespo y Arenas, 1998: 49 fig. 1; Valiente, 1999: 83 n. 18) 1522 (1374-1319) 1012 AC. La estratigraf ía principal se ha obtenido de la zona A, apareciendo estructuras de muros rectos y varias estructuras planas de arcilla con un diámetro entre 0.40 y 1 m., a partir de una profundidad de -0.90 m. o nivel superior (Crespo, 1995: 175 fig. 1), mientras el nivel inferior o I, que presenta los recipientes cerámicos más completos, comienza a partir de -1.45 m. alcanzando una profundidad de -2.25 m. (Crespo, 1995: 176 fig. 2), de donde proceden las tres dataciones (Crespo, com. pers.) Esta facies cerámica presente en la cuenca del río Henares con los yacimientos de kilómetro 98 (Crespo y Cuadrado, 1990: 67-69, 70-72), Pico Buitre (Valiente, 1984; Valiente et alii, 1986: 52-54), Peñalcuervo (Cerezo de Mohernando) (Valiente et alii, 1986: 50, 54-57), La Merced (Guadalajara) (Valiente et alii, 1986: 50-51, 5861), Los Manantiales (Crespo y Cuadrado, 1990: 69-70, 72-74), Casasola (Chiloeches) (Valiente et alii, 1986: 51, 60), Alovera (Espinosa y Crespo, 1988: 247-248, 254-255 fig. 1-2) y La Dehesa (Alovera) (Valiente et alii, 1986: 51, 60-63), controla las vegas aluviales de los afluentes que desembocan en el Henares. Las cerámicas más representativas son urnas bitroncocónicas con carena media y borde divergente (Crespo, 1995: 177 fig. 3/1), cazuelas bruñidas con decoración sobre la carena media y al interior del borde (Crespo, 1995: 178 fig. 4/3), y cazuelas bruñidas o grafitadas, con carena media-baja o media, que presentan apéndice circular sobre la carena con perforación horizontal, y en otras ocasiones presentan decoración pintada roja o amarilla formando zig-zag o retícula (Crespo, 1992: 49 fig. Estas tres fechas implicarían según Valiente Malla (1999: 83; Castro Martínez et alii, 1995: 97) que la ocupación del poblado de Pico Buitre se situaría hacia 1250/1200-1000 AC. A la vez, se ha defendido una coexistencia de las cerámicas tipo Cogotas I avanzado y de los grupos Ecce Homo II a partir del 1250 AC y Pico Buitre desde el 1100 AC hasta el final de Cogotas I hacia el 1000 AC (Castro Martínez et alii, 1995: 97-98; Valiente Malla, 1999: 83), sugiriéndose la adquisición en los poblados de Cogotas I, pastores de ovicaprinos, de la vajilla fina bruñida o grafitada de los poblados del grupo de Pico Buitre, agricultores de vega fluvial y ganaderos de cerdo y vacuno (Crespo, 1992: 63). Otros autores aún retrotraen más la coexistencia de Cogotas I con la facies Pico Buitre, que comenzaría hacia el 1200-1100 AC (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 172), suponiendo el inicio de lo que denominan Protoceltibérico (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 184 fig. 7). No resulta fácil valorar las dataciones del yacimiento de Pico Buitre porque desconocemos los contextos cerámicos de cada muestra. No pueden aceptarse las dos primeras fechas de los siglos XIV y XIII AC. La fecha de la primera mitad del siglo X AC, que sugiere incluso la fecha más reciente de esta serie, 2900±90 B.P. 1385 (1106-1050) 834 AC, ha servido para propugnar el inicio de esta facies desde el 950 a.C. o algo anterior (Valiente Malla, 1984: 38) y poco después un 1000 a.C. (Valiente Malla et alii, 1986: 68). No obstante, el contexto puede corresponder quizás a fines del siglo IX AC, en el límite inferior de la calibración 1385834 AC, por la presencia de una f íbula de doble resorte, pero la ocupación puede retrotraerse al menos al último cuarto del siglo X AC. 1/7, 50 fig. 2/2). La decoración grafitada aparece en la superficie interior Fuente Estaca (Embid, Guadalajara) y exterior, dándosele un brillo plateado al diluir el polvo de grafito en un engobe negro que se aplica después de la cocción y luego se frotaba para acentuar el brillo. Un aspecto importante, que a veces no se tiene en cuenta, El poblado, protegido de los vientos dominantes del Noroeste, es un pequeño cabezo, arado con tractores agrícolas, el cual fue localizado en unas prospecciones 93 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) en 1985 en la ladera sur del Alto del Enebral, en Embid, comarca de Molina de Aragón, perteneciente a la cuenca del río Piedra, orientada hacia Teruel. El yacimiento fue dividido en dos sectores, un sector A que presentó los hoyos de poste de una cabaña de planta oval de ca. 1416 m. de largo y 4-4.5 m. de ancho y un horno alfarero, mientras que el sector B, separado del anterior por unos 50 m., presentó restos de otra cabaña, con escasa potencia arqueológica y muy afectada por la acción del arado (Martínez Sastre, 1992: 70-73). Se localizaron urnas bitroncocónicas con borde divergente y decoraciones con incisión ancha o acanalada en zig-zag por encima de la carena, junto con apéndices con perforación horizontal en la línea de carenación (Martínez Sastre y Arenas, 1988: 275 fig. 1/1-2; Arenas, 1997: 119 fig. 5), cazuelas bruñidas con carena media-baja o media que presentan apéndice circular con perforación horizontal y decoración de líneas horizontales acanaladas sobre la carena (Crespo y Arenas, 1998: 57 fig. 4a), y una aguja de f íbula de pivotes procedente de la cabaña de la zona A (Martínez Sastre, 1992: 74-76), que indican un contexto de campos de urnas, relacionado con Cortes de Navarra III y IIA, a inicios del siglo IX AC, de acuerdo con una fecha sobre hueso de animal 2750±90 B.P. (Martínez Sastre, 1992: 77) 1187 (899) 791 AC. Estas cerámicas con decoraciones acanaladas, también presentes en Ecce Homo, han sido asociadas a la posible infiltración de pequeños grupos de población vinculados a los Campos de Urnas (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1988: 261). Similar propuesta ha sido planteada para las cerámicas de Fuente Estaca, consideradas fruto de la llegada de un reducido grupo de población alóctona (Martínez Sastre y Arenas, 1988: 272). La cabaña del sector B presentó una fase más moderna donde las decoraciones acanaladas en la línea de carena son sustituidas por triángulos excisos (Crespo y Arenas, 1998: 57 fig. 4b), relacionables con el yacimiento de El Redal en Logroño (Blasco, 1973: 107-110 fig. 1-4, 115 fig. 11; Álvarez y Pérez Arrondo, 1987: 68, 120), fechable a finales del siglo IX AC, CSIC-621 2630±50 B.P. 895 (802) 674 AC. Castro de la Coronilla (Prados Redondos, Guadalajara) En la comarca de Molina de Aragón, junto a la cuenca del río Gallo, afluente de la cabecera del río Tajo que nace en la Sierra de Albarracín de Teruel, se encuentra el Castro de la Coronilla en la localidad de Chera, un cerro testigo de 1150 94 m.s.n.m., con 62 m. de longitud, que ofrece con su pendiente natural una importante protección. La vega fluvial del río Gallo se abre junto al poblado alcanzando unas dimensiones de 1 km. de ancho a lo largo de 3 km. de longitud (Cerdeño y García Huerta, 1982: 257, 259 y 1992: 96 fig. 63). El poblado fue objeto de un sondeo en 1980 y de una campaña sistemática en 1981 en la que se abrieron 5 cortes, entre los que destacó el corte 2 donde se obtuvo una primera datación por carbono 14 en el nivel III (Cerdeño y García Huerta, 1982: 258-259, 261). En el corte 2, entre -1.20-1.30 y -1.85 m., se encuentra el nivel III asociado a un espacio de habitación y en la base de este nivel, a -1.85 m., aflora el nivel natural de conglomerado terciario en pendiente desde -1.20 hasta -1.85 -1.90 m. Desde el inicio del nivel, aparecieron dos lienzos de muro del extremo de la vivienda 4, los cuales se disponían uno perpendicular y otro paralelo al muro exterior. De un hoyo de poste de 18 cm. de diámetro, situado en el extremo noroeste de esta habitación, desde -1.53 m. hasta el nivel de conglomerado de base a -1.85 m., se obtuvo la fecha I-12.101 2900±90 B.P. (Cerdeño y García Huerta, 1982: 261, 275, 289 y 1992: 85, 97, 87 lám. 14/1; Cerdeño, 1986-87: 113) 1385 (1106-1050) 834 AC. En las campañas de 1982 y 1983 se abrió el corte 6 y se continuó excavando el corte 4, mientras que en 1984 se amplió en corte 2. Fue en las dos últimas campañas de 1985 y 1986 cuando se optó por una excavación en extensión abriéndose los cortes 7, 8, 8bis y 9 en el sector noreste y a partir del sondeo 2, los cortes 2bis, 2c, 11 y 12 en el sector noroeste, que permitieron observar para la fase III un trazado de 6 posibles viviendas con muros adosados junto a la ladera norte del cerro que formaban un muro corrido exterior a modo de defensa artificial que complementaba la propia del cerro creando al cerrar su perímetro una espacio central comunal (Cerdeño y García Huerta, 1992: 12-13 fig. 2). En este nivel III, el elemento más destacable es la presencia de cerámicas con decoración grafitada, algunas pertenecientes a cuencos (Cerdeño y García Huerta, 1982: 280, 281 fig. 15) y una cuenta de pasta vítrea verde (Cerdeño y García Huerta, 1982: 284, 278 fig. 14/10). Esta fecha sirvió para propugnar la presencia de cerámicas grafitadas asociadas a Campos de Urnas desde el siglo X a.C. (Cerdeño, 1986-87: 116-117; Valiente Malla, 1999: 90; Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 172) o el 1100 AC (Castro Martínez, Micó y Sanahuja, 1995: 98), mientras que al usar la fecha calibrada, en cambio Maya (2005: 527) la veía excesivamente elevada. EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Estas cerámicas grafitadas son incluidas dentro de la facies cerámica Riosalido por Valiente Malla (1999: 82, 90-91), propugnando su origen en el Alto Ebro desde el siglo XIII a.C. o XIV AC en fechas calibradas, propuesta dif ícilmente asumible, aunque reconoce que corresponden a una fase posterior a Pico Buitre, antigüedad que explica que defienda que la técnica del grafitado aparece desde las fases finales de Cogotas I (Valiente Malla y Velasco Colás, 1986: 89). Para otros autores supone el inicio de lo que denominan Celtibérico Antiguo (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999: 184 fig. 7). Un planteamiento de la cronología de las cerámicas grafitadas de la facies Riosalido completamente diferente es el defendido por Ruiz Zapatero y Lorrio (1988: 258), considerándolas posteriores al siglo VIII a.C., y por Crespo y Arenas (1998: 61-62) que sitúan la aparición de esta facies hacia el 710-700 a.C., perdurando hasta el 600 a.C. Este periodo supone el fin del hábitat abierto junto a los cauces fluviales para regresar al poblamiento en altura en cerros testigos que aportan una defensa natural. El yacimiento más representativo es el Alto del Castro de Riosalido, situado en el Norte de Guadalajara, próximo a la cabecera del río Henares. Este poblado, situado sobre un cerro testigo de 1.047 m.s.n.m., protección natural (Cerdeño y García Huerta, 1992: 84, 97-98, 147, 87 lám. 13/2) 798 (782) 944 DC. Esta fecha prácticamente se ha ignorado y sin embargo calibrada nos señala un momento de la primera mitad del siglo VIII AC, que tiene más sentido que la de la primera mitad del siglo XI AC. La última muestra del corte 12, nivel III, se recuperó en un hoyo de poste, de 0.28 m. de diámetro por 0.15 m. de profundidad, al interior del muro trasero corrido de la vivienda 1, I-14.810 1930±80 B.P. (Cerdeño y García Huerta, 1992: 84, 147, 87 lám. 13/1) 105 AC (75 DC) 316 DC, que puede estar relacionada con la reutilización de este espacio en época romana. A 20 km. del Castro de la Coronilla se encuentra el castro de El Ceremeño, en Herrería, dentro de la comarca de Molina de Aragón en Guadalajara, el cual presenta una fecha muy antigua, claramente anómala, obtenida de un poste de madera de la vivienda B durante la campaña de 1992, I-17.169 2920±90 B.P. (Vega Toscano, 2002: 127) 1394 (1126) 843 AC, pues de la misma unidad estratigráfica, la nº 13 y también de una viga quemada de la techumbre, aunque obtenida en la campaña precedente de 1991, se obtuvo I-16.770 2380±200 B.P. (Vega Toscano, 2002: 127) 918 (404 AC) 47 DC, ambas dentro de un contexto situable por Cerdeño y Juez (2002) hacia el siglo VI AC. reforzada por la presencia de una muralla de rodea el cerro, fue objeto de excavaciones por aficionados a inicios Las Camas, Villaverde Bajo (Madrid) del siglo XX, depositándose los materiales en la colección del párroco Justo Juberías, que acompañaba en ocasiones al Marqués de Cerralbo en sus prospecciones (Fernández Galiano, 1979: 23-24). Una segunda datación del Castro de la Coronilla procede de la parte superior del nivel III. Recuperada en la campaña de 1981, se remitió poco después, I-12.441 1280±80 B.P. (Cerdeño y García Huerta, 1982: 289 y 1992: 97; Cerdeño, El yacimiento de Las Camas se sitúa en una loma de 585 m.s.n.m., en la margen derecha del arroyo Butarque, poco antes que desemboque en el río Manzanares, teniendo en la margen de enfrente la confluencia del arroyo de La Gavia. Hoy en día es parte del barrio de Villaverde Bajo (Madrid), casi en el límite con Perales del Río (Getafe) (Agustí et alii, 2007: 11; Urbina et alii, 2007: 45-46). 2, la única de la que se obtuvo su planta completa de 4.75 Durante la limpieza de una superficie de 4.000 m2, la excavación de urgencia documentó en el sector A dos grandes cabañas rectangulares con planta absidal en la cabecera, a partir de la distribución de los hoyos de poste, 46 en la primera y 23 en la segunda. La cabaña 1 tiene unas dimensiones de 26.73 m. de longitud por 8.17 m. de ancho, que implica una superficie útil de 226.5 m2, mientras que la segunda es de 18.75 m. x 7.65 m. con 143.5 m2. Los agujeros de poste laterales son generalmente de 30 cm. de diámetro, aunque pueden alcanzar los 40 cm., mientras que los postes centrales alcanzan anchos de 1 a 1.40 m. de diámetro y profundidades de 0.70 a 1 m., que permitirían sostener cabañas de hasta 5 m. de altura (Agustí et alii, 2007: 14-15; m. de ancho por 4 m. de longitud, I-14.810 2330±80 B.P. Urbina et alii, 2007: 48, 51, 52 fig. 3-4, 53 fig. 5-7). 1986-87: 113) 621 (693-764) 959 DC. Esta fecha bien puede ser resultado de un problema de medición del laboratorio, pues como las autoras indican no hay evidencias de una reutilización del cerro después de época celtibérico-romana, o bien fruto de una contaminación, pues el nivel II presentaba cerámicas de revuelto procedentes del nivel I iberoromano, hasta prácticamente -1.30 m. (Cerdeño y García Huerta, 1982: 261), que era casi el inicio del nivel III. La tercera fecha obtenida en el corte 11, nivel III, procede de muestras de carbón obtenidas en un hogar adosado al exterior del muro trasero corrido de la vivienda 95 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) La cabaña 1 presenta una serie de 6 dataciones de la madera de hoyos de poste, de las cuales eliminando la fecha más reciente, se ha planteado como una datación conjunta de 2835±35 BP, 1114-909 AC (Urbina et alii, 2007: 67, 69). Tiro IV, 800-775 AC (Mederos y Ruiz Cabrero, 2006: tabla 1), implica hasta 100 años de diferencia con las dataciones de los postes de madera de fines del siglo X AC. Estas f íbulas también se conocen en La Meseta en La Este conjunto de fechas esta compuesto por Beta195.296 3070±70 B.P. 1495 (1374-1319) 1127 AC, Beta-195.294 2990±80 B.P. 1427 (1258-1215) 975 AC, Beta-195.292 2880±120 B.P. 1407 (1039-1023) 803 AC, Beta-195.295 2800±50 B.P. 1108 (968-925) 829 AC, Beta195.300 2770±70 B.P. 1125 (904) 802 AC y Beta-195.293 2480±100 B.P. 827 (785-543) 383 AC. Mota (García Alonso y Urteaga, 1985: 135), Ecce Homo La serie no es de fácil interpretación, pues oscila entre el 530-1120 a.C. en fechas no calibradas y el 543-1374 AC en fechas calibradas, y tienen una elevada desviación, salvo una, todas entre ±70 y 120, que incrementa el margen de error al calibrar las fechas. No cabe descartar fallos propios del laboratorio. Si fuera sólo un error por la antigüedad de los troncos de la madera, la tendencia general sería a una mayor antigüedad de todas las fechas, pero en este caso hay algunas que son con seguridad más recientes que la propia ocupación del poblado, caso de Beta-195.293 2480±100 B.P. 827 (785-543) 383 AC. La opción de combinar todas las fechas para obtener una general es interesante porque centra mejor las desviaciones estadísticas, pero esta solución tiene el problema que hace más antiguas o más recientes la media general si hay fechas anómalas hacia una mayor modernidad o antigüedad. primera mitad del siglo VIII AC, 900-750 AC. (Almagro Gorbea y Dávila, 1988: 362 y 1989: 32) o en Pico Buitre (Crespo, 1992: 64, 60 fig. 5/7), y está fechada en el 800 AC en el nivel 4 de Soto de Medinilla (Delibes et alii, 1995: 174). Estas discrepancias entre el registro y las dataciones las reconocen implícitamente Urbina et alii (2007: 79) quienes comentan que iría mejor en el siglo IX o La cuestión es si cabe retrotraer este tipo de ocupaciones al menos hasta el último cuarto del siglo X AC, cuando se produce la transición al hierro en el Valle Medio del Duero en contexto de Soto de Medinilla y eso nos parece perfectamente posible. Palomar del Pintado (Villafranca de los Caballeros, Toledo) La necrópolis carpetana de Palomar del Pintado se localizada en una loma que domina la confluencia de los ríos Amarguillo y Cigüela, junto a una antigua zona de inundación denominada la Laguna del Rincón (Pereira, Ruiz Taboada y Carrobles, 2003: 153). Correspondiente a la primera fase de la necrópolis, a Valorando las fechas calibradas, necesariamente dos de las fechas son erróneas por muy antiguas 3070±70 B.P. 1495 (1374-1319) 1127 AC y 2990±80 B.P. 1427 (12581215) 975 AC. Las tres restantes apuntan a un momento del último cuarto del siglo IX AC y a lo largo de todo el siglo X AC, 2880±120 B.P. 1407 (1039-1023) 803 AC, 2800±50 B.P. 1108 (968-925) 829 AC y 2770±70 B.P. 1125 (904) 802 AC. -1.50 m. de profundidad, se documentó la tumba 76, una Por el contexto material, una fecha de fines del siglo IX podría ser aceptable, 825-800 AC, lo que implicaría que incluso las tres fechas más recientes están afectadas por una mayor antigüedad por el uso de madera de los hoyos de poste. Esto haría paradójicamente más fiable a la más reciente, 2480±100 B.P. 827 (758-543) 383 AC, precisamente la descartada, pues el inicio de su media desde 758 AC, a mediados del siglo VIII AC, podría ser correcto. siglo X AC, del Bronce Final IIIA2, que resulta antigua, La presencia de 3 fragmentos de f íbulas de doble resorte (Urbina et alii, 2007: 70, 71 fig. 20, 72 fig. 21), aún relacionándolos con el contexto meridional más antiguo en la Península Ibérica, la fase B1 de Morro de Mezquitilla, interior de un vaso con carena media y un asa de cinta, como 96 urna a mano, de base plana, borde divergente y decoración impresa digital en el borde, que presentaba como ajuar un cuchillo de hierro y un brazalete de bronce, de la que existe una datación sobre hueso quemado procedente de los huesos cremados del interior, Beta-178.469 2820±40 B.P. (Pereira et alii, 2003: 162, 163 tabla 1), 1109 (973-941) 841 AC, que marca un momento de la primera mitad del pues responde a un patrón funerario meridional. Para la fase II, la tumba 62, también sobre huesos cremados del interior, Beta-178.469 2440±40 B.P. (Pereira et alii, 2003: 162, 163 tabla 1), 764 (517-415) 401 AC, podría marcar un momento de inicios del siglo V AC. Durante el Bronce Final IIIA2, 997-921 AC, en el valle del río Tajo, el grupo de Alpiarça practicaba la incineración (Mederos, 2008a: 83), y las cenizas se depositaban en el revela el estudio de la urna 27 de la necrópolis de Tanchoal dos Patudos, Alpiarça (Santarem, Ribatejo) (Vilaça, 1999), no obstante en Palomar del Pintado de momento sólo EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) contamos con una tumba. El brazalete de bronce e incluso la distancia de varios siglos que separa el contexto de esta el puñal de hierro podrían colocarse en un Bronce Final tumba de las restantes de la necrópolis, la fase II a partir IIIA (Mederos, 2008b) pero sería conveniente disponer de del siglo V AC, que no permite de momento sugerir su uso una muestra más amplia. El problema real de esta fecha es continuado. Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra Los Baraones, zona 1, silo 4, fondo Valdegama, Palencia 3220 50 1270 1617 1500 1406 GrN14.334/C Los Baraones, zona 1, silo 4, boca Valdegama, Palencia 3190 30 1240 1520 1486 1484 1443 1407 GrN14.335/C Los Baraones, zona 5, corte 7, fase 3, cabaña 2 Valdegama, Palencia 2770 40 820 1003 904 827 GrN16.319/C Los Baraones, zona 5, corte 7, fase 3, cabaña 2 Valdegama, Palencia 2740 50 790 1001 896 875 862 847 845 803 GrN16.972/C Los Baraones, zona 5, corte 7, fase 2, cabaña 1 Valdegama, Palencia 2350 70 400 760 400 209 GrN16.138/C Los Baraones, zona 2, cabaña 2 Valdegama, Palencia 2540 45 590 803 779 455 GrN16.974/C Los Baraones, zona 2, Valdegama, 2415 20 465 757 476 403 GrN- cabaña 2 Palencia Los Baraones, zona 2, cabaña 1 Valdegama, Palencia 2510 20 560 788 762 678 671 607 602 524 GrN16.320/C Los Baraones, zona 2, cabaña 1 Valdegama, Palencia 2385 35 435 756 405 393 GrN16.973/M poste Los Baraones, zona 5, corte 7, fase 1 Valdegama, Palencia 2485 35 535 789 759 683 663 641 588 544 409 GrN14.966/M poste San Pelayo, exterior cabaña 3 Castromocho, Palencia 2530 35 580 798 764 522 GrN17.306/M 473 410 14.968/M poste 97 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra San Pelayo, cabaña 3, nivel 4 Castromocho, Palencia 2365 50 415 757 402 264 GrN-17.304/ C-M San Pelayo, cabaña 3, nivel 4 Castromocho, Palencia 2310 65 360 518 393 202 GrN-17.305/ C-M Soto de la Medinilla, nivel 11, Casa XV, poste central Valladolid 2795 50 845 1105 967 963 923 828 GrN19.051/M pino Soto de la Medinilla, nivel 11, Casa XV, pavimento Valladolid 2765 35 815 1000 903 828 GrN-19.052/S trigo Soto de la Medinilla, nivel 9, Casa XII, derrumbe de techumbre Valladolid 2675 110 725 1049 825 521 GrN19.053/M Soto de la Medinilla, niveles 7-5, horno Valladolid 2640 50 690 898 804 765 GrN19.054/M pino Soto de la Medinilla, nivel 4, Casa VII, base muro Valladolid 2620 50 670 890 801 672 GrN-19.055/C Soto de la Medinilla, nivel 3, Casa V, anejo al Este de la casa Valladolid 2580 30 630 805 794 670 GrN-19.056/C Soto de la Medinilla, nivel 3, Casa V, anejo al Este de Valladolid 2450 50 505 788 742 724 400 GrN-19.057/S trigo la casa 538 530 522 Soto de la Medinilla, nivel 1, hoyo junto a Casa I Valladolid 2450 50 500 787 536 532 520 399 GrN-19.058/C Soto de la Medinilla, fase Soto II-3, cabaña 1 Valladolid 2175 200 225 793 201 AC 244 DC M-994/S trigo Soto de la Medinilla, fase Soto II-3, cabaña 1 Valladolid 2165 215 347 200 172 S trigo La Mota, corte A-1, nivel II-2, ¿estrato 9? Medina del Campo, Valladolid 2580 30 630 805 794 670 GrN-11.307 La Mota, corte A-1, nivel II-2, ¿estrato 9? Medina del Campo, Valladolid 2555 25 605 799 787 562 GrN-11.308 La Mota, corte D, nivel VIII Medina del Campo, Valladolid 2560 70 610 831 789 411 GrN-18.907 La Mota, corte C, casa 1 Medina del Campo, Valladolid 2525 35 575 797 764 520 GrN-17.568 98 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra La Mota, corte C, casa 1 Medina del Campo, Valladolid 2370 35 420 518 403 388 GrN-17.569 El Castillo, Manzanal de Abajo, corte J-4, fase I, estructura- vivienda 1 Villardeciervos, Zamora 2580 60 630 831 794 522 GrN-14.794 Cerro San Pelayo, corte B6, nivel V Martinamor, Salamanca 2910 140 960 1487 1112 1097 1088 1058 1054 802 GrN-13.969/H Cerro San Pelayo, corte B6, nivel VI Martinamor, Salamanca 2715 30 765 919 833 805 GrN-13.970/C Cerro San Pelayo, corte B6, nivel VI Martinamor, Salamanca 2660 30 710 891 812 797 GrN-13.971/C Pico Buitre, zona A, cata I, nivel inferior o I, -2.03 m. Espinosa de Henares, Guadalajara 3070 100 1120 1522 1374 1338 1319 1012 I-15.887/H Pico Buitre, zona A, nivel inferior o I, -1.69 m. Espinosa de Henares, Guadalajara 2990 90 1040 1432 1258 1235 1215 935 I-14.921/H Pico Buitre, zona A, nivel inferior o I, -1.54-1.69 m. Espinosa de Henares, Guadalajara 2900 90 950 1385 1106 1104 1050 834 I-15.259/H Fuente Estaca, sector ¿A? Embid, Guadalajara 2750 90 800 1187 899 791 /H El Redal Logroño 2630 50 680 895 802 674 CSIC-621 Castro de la Coronilla, corte 2, nivel III, vivienda 4, hoyo de poste Prados Redondos, Guadalajara 2900 90 950 1385 1106 1104 1050 834 I-12.101/M Castro de la Coronilla, , corte 11, nivel III, vivienda 2, hogar Prados Redondos, Guadalajara 2330 80 380 798 782 544 I-14.810/C Castro de la Coronilla, vivienda 1, corte 12, nivel III, hoyo de poste Prados Redondos, Guadalajara 1930 80 20 AC 105 AC 75 DC 316 DC I-14.809/M Castro de la Coronilla, corte 2, nivel III Prados Redondos, Guadalajara 1280 80 670 DC 621 DC 693 699 715 749 764 959 DC I-12.441/C El Ceremeño, vivienda B, unidad estratigráfica 13 Herrería, Guadalajara 2920 90 970 1394 1126 843 I-17.169/M viga techumbre Pinus silvestis 99 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimiento Municipio, Provincia B.P. + - A.C. máx. CAL CAL A.C. mín. CAL Nº Laboratorio y Muestra El Ceremeño, vivienda C, unidad estratigráfica 16 Herrería, Guadalajara 2480 80 530 804 758 684 660 645 586 584 543 395 I-16.771/M viga techumbre Pinus silvestis El Ceremeño, vivienda B, unidad estratigráfica 13 Herrería, Guadalajara 2380 200 430 918 404 47 DC I-16.770/M viga techumbre Pinus silvestis Las Camas, Villaverde Bajo, Cabaña 1 Madrid 3070 70 1120 1495 1374 1338 1319 1127 Beta195.296/M poste Las Camas, Villaverde Madrid 2990 80 1040 1427 1258 975 Beta- Bajo, Cabaña 1 1235 1215 195.294/M poste Las Camas, Villaverde Bajo, Cabaña 1 Madrid 2880 120 930 1407 1039 1030 1023 803 Beta195.292/M poste Las Camas, Villaverde Bajo, Cabaña 1 Madrid 2800 50 1108 968 961 829 Beta195.295/M 850 925 poste Las Camas, Villaverde Bajo, Cabaña 1 Madrid 2770 70 820 1125 904 802 Beta195.300/M poste Las Camas, Villaverde Bajo, Cabaña 1 Madrid 2480 100 530 827 758 684 660 645 586 584 543 383 Beta195.293/M poste Palomar del Pintado, fase I, tumba 76 Villafranca de los Caballeros, Toledo 2820 40 870 1109 973 956 941 841 Beta178.469/H Palomar del Pintado, fase II, tumba 62 Villafranca de los Caballeros, Toledo 2440 40 490 764 517 458 453 437 432 416 415 401 Beta178.472/H Tabla 2. Yacimientos con dataciones de los inicios de la Edad del Hierro. C= Carbón. CNZ= Cenizas. H= Hueso. M= Madera. S= Semillas. Calib V.4.2. STUIVER et alii (1998). 100 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) CONCLUSIONES El objetivo de este trabajo es abrir la discusión sobre el final de Cogotas I. Para ello hemos seleccionado todos los yacimientos de la Península Ibérica con dataciones tardías, en particular los siglos XI, X, IX y VIII AC, aunque para que se aprecie mejor nuestro razonamiento se incluyen también yacimientos con fechas de los siglos XIII y XII AC. Como puede observarse en la tabla adjunta, apenas existen contextos de Cogotas I que superan el siglo XII AC, siendo esta centuria el límite en yacimientos como San Bartolomé en La Rioja y quizás La Requejada en Valladolid. Ello sugiere que el final de Cogotas I en la mayor parte de la Península Ibérica es patente al terminar el Bronce Final IIB 1225-1150 AC, con una prolongación posible hasta el 1100 AC. Una pervivencia en el siglo XI AC sólo se apoya en fechas de una fosa cortada de La Paul en Álava del laboratorio de Teledyne Isotopes y en dos fechas del Llanete de los Moros en Córdoba. De éstas, el estrato VIII del corte R2, 1112-1054 AC, parece demasiado moderna, y en niveles superiores del corte R2, el estrato VIII, presenta fechas del 13811321 AC y 1259-1220 AC, ambas que parecen demasiado antiguas y 832 AC, en cambio demasiado reciente. Eso nos deja con la fecha del corte B1.2, 1106-1050, del CSIC, que está asociada a 8 fragmentos cerámicos a torno. En este caso, el principal elemento de prudencia es que procede del estrato I, pues en este corte no nos encontramos con una estratigraf ía potente presente en los cortes R1, R2, R3-R4 y Q3. En todo caso, su límite superior del 1100 AC podría aceptarse. De otra fecha de UGRA del 1047 AC no conocemos el contexto. Al siglo XI también pertenecen fechas que creemos erróneas del Castillo de Burgos, 1106-1050 AC de UGRA, con una fecha del siglo XVI AC en estratos superiores, y dos procedentes de contextos en Guadalajara posteriores a Cogotas I, ambas de Teledyne Isotopes, Pico Buitre y La Coronilla, ambas 1106-1050 AC. Otras dos fechas de Pico Buitre de este mismo laboratorio se remontan a los siglos XIV y XIII AC, siendo el límite inferior de mediados del siglo XI AC lo más aceptable para un momento antiguo de este yacimiento. Dos fechas del 1047 y 1002 AC del Portalón de Cueva Mayor en Atapuerca proceden una de un nivel más superficial, el lecho 14, y otra del sector 3, pero no existen cerámicas de Cogotas final en la cueva y las otras fechas marcan los siglos XV-XIV AC. En consecuencia no tenemos de momento contextos claros de cerámicas de Cogotas I durante el Bronce Final IIC 1150-1050, aunque no descartamos una pervivencia hasta ca. 1100 A.C. Del siglo X AC, las tres fechas erróneas en contextos de Cogotas I vuelven a coincidir con Teledyne Isotopes, 1000 AC en la Fábrica de Ladrillos en Madrid, 997-979 AC en la Cueva de los Espinos de Palencia, con otra fecha de finales del siglo XV AC y 973-941 AC en La Requejada de Valladolid. Ya desde la segunda mitad del siglo X AC, y quizás antes, tenemos constancia del desarrollo del grupo Soto de Medinilla en el Valle Medio del río Duero, 967-923 AC y 903 AC, lo que impide aceptar la fecha más reciente de La Requejada. Aparte de estos casos sólo quedan algunos casos anómalos ya en plena Edad del Hierro, como la ya clásica fecha, por la discusión que ha generado, de Teledyne Isotopes, 759-554 AC de la Fábrica de Ladrillos, claramente insostenible o de UGRA, el 832 AC en el nivel VIII del Llanete de Montoro, de donde proceden dos fechas ya mencionadas de los siglos XIV y XIII AC y el contexto cerámico presenta 2 boquiques, 1 retícula bruñida y 4 fragmentos a torno. Las etapas correspondientes al inicio de la Edad del Hierro son más complicadas de definir. La serie de Las Camas marcan con seguridad un 975-800 AC, que podría retrotraerse quizás hasta el 1050 AC. Pico Buitre y la presencia de cerámicas grafitadas en el valle del Henares están presentes hacia el 900 AC y quizás se retrotraigan al 950-1050 AC como sugiere el límite inferior de la fecha más aceptable. Hacia el 900 AC parecen desarrollarse los poblados en llano junto como la fase inicial de Fuente Estaca con presencia de decoraciones acanaladas con influencia del Valle del Ebro, mientras la segunda fase de Fuente Estaca, relacionada con El Redal, se situaría hacia el 800 AC. La fase de Riosalido con cerámicas grafitadas en el Castro de la Coronilla o Ecce Homo indica el inicio de una nueva etapa con la ocupación de cerros testigo en altura que ofrecen protección natural, desde el 750-700 AC 101 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) Yacimientos Lab. La Paul, Álava I San Bartolomé, La Rioja GrN El Portalón de Cueva Mayor, Atapuerca, Burgos I CSIC El Mirador, Atapuerca, Burgos Beta Castillo de Burgos UGRA XIII AC X AC IX AC VIII AC 832 796 1211-1133 1207-1130 1432 1371-1317 1047 1002 1366-1308 nivel 10 1516 I La Requejada, Valladolid I Bouca do Frade, Porto no contexto Cogotas CSIC Ecce Homo, Madrid CSIC 1289-1262 1258-1215 Fábrica de Ladrillos, Madrid I Beta 1259-1220 UGRA CSIC XI AC 1106-1050 Cueva de los Espinos, Palencia Llanete de los Moros, Montoro, Córdoba XII AC nivel 12 1106-1050 1407 997-979 1209-1131 973-941 887-834 832 R-2 VIII 1381-1321 R-3 III.2 1371-1317 R-2 VIII fosa 1259-1220 R-3 III.3 1289-1262 1000 R-1 III 6 R-2 VIII 1256-1134 1112-1054 R-1 IIIa B12 1186-1128 1106-1050 ? 1047 759-554 R-2 VIII 832 El Redal, Logroño CSIC San Pelayo, Palencia GrN 802 Los Baraones, Palencia GrN 904 896-845 779 762-602 Soto de la Medinilla, Valladolid GrN 967-923 903 825 804 801 793 742-522 La Mota, Valladolid GrN 794 787 764 El Castillo, Manzanal de Abajo, Zamora GrN 794 San Pelayo, Salamanca GrN Pico Buitre, Guadalajara I Fuente Estaca, Guadalajara ? La Coronilla, Guadalajara I El Ceremeño, Guadalajara I Las Camas, Madrid Beta Palomar del Pintado, sep. Fase I, Toledo Beta 764 805 1374-1319 1258-1215 797 1106-1050 899 1106-1050 782 1126 1374-1319 1258-1215 1039-1023 968-925 904 758-543 973-941 Tabla 3. Fechas en negrita dudosas o muy dudosas por problemas de contexto arqueológico, tipo de muestra, generalmente troncos de madera, o procesado por el laboratorio. 102 EL FINAL DE COGOTAS I Y LOS INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA (1200- 800 A.C.) AGRADECIMIENTOS Jorge Morin y Martín Almagro Gorbea tuvieron el detalle de invitarnos a participar como ponente al presente congreso sobre El primer milenio a.C. en la Meseta central. Este trabajo se adscribe al proyecto HUM2007-61499, Periferia y Centro. La implantación fenicia en Occidente y el Imperio Neoasirio durante el s. VII a.C. de la Subdirección General de Proyectos de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, dirigido por C.G. Wagner. Queremos agradecer la amabilidad de Mª. Torres en atender nuestras consultas, a C. Blasco el indicarnos la composición de dos muestras de la Fábrica de Ladrillos, a Ma L. Crespo los datos sobre los contextos de Pico Buitre, a M. Barril los códigos de las muestras de Los Baraones y a J. M. Apellániz las deviaciones y códigos de las muestras de El Portalón de Cueva Mayor en Atapuerca. BIBLIOGRAFÍA ABARQUERO MORAS, F.J. (2005): Cogotas I. La difusión de un tipo cerámico durante la Edad del Bronce. Arqueología en Castilla y León, Monograf ías, 4. Junta de Castilla-León. Valladolid. AGUSTÍ, E.; MORÍN, J.; URBINA, D.; LÓPEZ FRAILE, F.J.; SANABRIA, P.J.; LÓPEZ LÓPEZ, G.; LÓPEZ RECIO, M.; ILLÁN, J.M. e YRAVEDRA, J. (2007): “El yacimiento de la primera Edad del Hierro en Las Camas (Villaverde, Madrid). Los complejos habitacionales y productivos”. En A.F. Dávila (ed.): Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Zona Arqueológica, 10 (2): 10-25. ARENAS ESTEBAN, J.A. 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EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 01-04-2009 Aceptado:15-04-2009 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL THE ARCHAEOLOGICAL SETTLEMENT OF “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSE IN THE CENTRAL MESETA Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina Martínez, Francisco José López Fraile, Primitivo, J. Sanabria Marcos, Germán López López, Mario López Recio, José Manuel Illán Illán, José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero Área de Protohistoria del Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales de Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A. PALABRAS CLAVE: Las Camas, Bronce Final, Hierro I, Madrid KEYS WORDS: Las Camas, Final Bronze, first Iron Age, Madrid. RESUMEN: El yacimiento de Las Camas es un enclave arqueológico localizado en una elevación entre el antiguo camino de Villaverde a Perales del Río y la Vereda de Ganados del Solozabal del Mundillo. Su descubrimiento vino motivado por las obras necesarias para la ejecución de las obras de urbanización del sector U.Z.P. 1.05. Villaverde–Barrio de “Butarque”, entre la urbanización “Los Rosales”, las instalaciones de Renfe en Villaverde, el parque lineal del Manzanares, los terrenos reservados para la M-45 y la carretera M-301, en Madrid capital. Durante los trabajos arqueológicos previos, se pudo delimitar un yacimiento con una superficie de ocupación en torno a los 25.000 metros cuadrados, en el cual, una vez iniciada la fase de excavación en extensión del mismo, se han documentado hasta la fecha una serie de estructuras excavadas en el terreno, entre las que destacan dos cabañas de gran tamaño delimitadas por agujeros de poste, con materiales adscribibles a un momento de transición entre el Bronce Final (Cogotas I) y la primera Edad del Hierro. ABSTRACT: The archaeological settlement has been located in an elevation between the ancient Camino de Villaverde a Perales del Río, and Vereda de Ganados at Solozábal del Mundillo. It’s discovery came from the necessary works for the execution of sector U.Z.P. 1.05. Villaverde-Barrio de Butarque housing development, between Los Rosales urbanization, Renfe’s installations in Villaverde, Manzanares’s linear park, reserved lands for M-45 and M-301 road, in Madrid capital. During the archaeological previous works, it could be delimited a deposit fixed by three sectors in which was located an occupation surface of about 25.000 square meters. Once begun the phase of excavation in open area, they’ve found meanwhile several structures excavated in the ground, among the ones we emphasize two longhouses of great size delimited by postholes with materials attributed to a transitional moment among the Final Bronze (Cogotas I ) and the First Iron Age. EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Ernesto Agustí García, Jorge Morín de Pablos, Dionisio Urbina Martínez, Francisco José López Fraile, Primitivo, J. Sanabria Marcos, Germán López López, Mario López Recio, José Manuel Illán Illán, José Yravedra Sainz de los Terreros e Ignacio Montero El proyecto de edificación del UZP 1.05 ocupa la línea de terrazas próximas al río Manzanares, en su confluencia con el arroyo Butarque. Más allá del entorno del río, surge una extensa llanura enmarcada por cerros correspondientes a la antigua cobertera del páramo terciario, que constituye un paisaje de gran diversidad ecológica. No es extraño, por tanto, que el hombre ocupara y modelara este área a lo largo de los siglos, siendo muy abundantes los restos materiales desde la Prehistoria hasta época contemporánea. La cercanía de estas tierras a la ciudad de Madrid favoreció, sin duda, el temprano inicio de las investigaciones en su territorio. De hecho, los primeros trabajos se remontan a mediados del siglo XIX, aunque los estudios sistemáticos no comenzaron hasta el año 1919 a través de la labor desempeñada por H. Obermaier, P. Wernert y J. Pérez de Barradas. Estos investigadores recorrieron el valle del Manzanares localizando numerosos yacimientos. Los trabajos de estos pioneros de la arqueología madrileña se vieron interrumpidos durante la Guerra Civil. Posteriormente, entre los años de postguerra y la década de los sesenta, la investigación se limitó a la recogida de materiales bajo la dirección de Julio Martínez Santa Olalla. Ya en la década de los setenta, se inicia de nuevo la investigación arqueológica por parte del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid. A partir del año 1985, con el traspaso de competencias a la Comunidad de Madrid, se produce una revitalización de las labores investigadoras, gracias a la gestión de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, siendo fundamental a este respecto la declaración de la Zona de Protección Arqueológica y Paleontológica de las Terrazas del Manzanares en el término municipal de Madrid, que fue declarado bien de Interés Cultural, según Decreto 113/1993, de 25 de noviembre. El yacimiento arqueológico de Las Camas se encuentra situado en el barrio madrileño de Villaverde Bajo, localizado en la periferia más Suroriental de la capital. La zona que ocupa el asentamiento se inscribe actualmente en un área de plena expansión urbanística hacia el Sur-Sureste de la ciudad de Madrid. Sin embargo, a principios de siglo XX eran unos terrenos localizados a las afueras de Madrid, en el Antiguo Camino de Villaverde a Perales del Río, utilizados como tierras de labor en los que proliferaban numerosos huertos de explotación familiar, a lo largo y ancho del cauce del arroyo Butarque. El permanente crecimiento constructivo que en los últimos años lleva experimentando la ciudad de Madrid ha ocasionado que los terrenos en los que se ha desarrollado la intervención arqueológica estén ya prácticamente unidos al Caserío de Perales (Perales del Río), pedanía del término municipal de Getafe. EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL El enclave arqueológico ocupa una suave loma a una altitud entre los 584-586 m.s.n.m., sobre la margen derecha del arroyo Butarque, poco antes de su desembocadura en el río Manzanares. A la misma altura, pero por su margen izquierda, el arroyo de La Gavia confluye en el mismo río. Fig. 1. Vista aérea de la situación de UZP 1.05. 114 Se trata de una zona de ligera pendiente que paulatinamente va desapareciendo a medida que se desciende hacia la llanura aluvial del río Manzanares. Domina, por lo tanto, desde su posición todo el fondo de valle del arroyo Butarque en su descenso hacia las vegas EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL del río Manzanares, ejerciendo, igualmente, un perfecto La campaña de sondeos control visual del espacio circundante, ya que no parece casual la elección del lugar como demuestra también la Tras esta primera fase de prospección en la que se con- relación de proximidad espacial respecto al arroyo de La firmó la existencia de un importante enclave arqueológico, Gavia (Fig. 01). el siguiente paso fue la realización de sondeos arqueológicos mecánicos con el objetivo de localizar las estructuras LA METODOLOGÍA: LA EXCAVACIÓN DE UN YACIMIENTO EXTENSO arqueológicas, acotarlas y delimitar la extensión del yacimiento, caso de todavía permanecer intacto y no haber sufrido grandes daños por los trabajos agrícolas desarrollados en el terreno, como la dispersión de restos materiales La intervención arqueológica en el yacimiento de Las en superficie permitía suponer. Camas se desarrolló siguiendo la metodología habitual de La extensión total del proyecto de urbanización era de una intervención en extensión: prospección de cobertura 387.121m2, realizándose 197 sondeos de 2 x 10 m de lon- total, sondeos, desbroce de grandes superficies y excava- gitud, distribuidos de forma uniforme por todo el terreno, ción. Sin embargo, tenemos que señalar que las especiales concentrándose algún sondeo más en aquellas zonas de características de este tipo de enclaves precisa de la aper- especial interés por la acumulación de los materiales. tura de grandes extensiones de terreno, ya que en caso En este sentido, esta segunda fase de la actuación resul- contrario se convierten en “invisibles” para las técnicas de tó especialmente negativa, ya que tan sólo 13 de los son- prospección habituales de pequeños sondeos, ya sean és- deos realizados dieron resultado positivo. Estos positivos tos mecánicos o manuales. consistieron en la recuperación de materiales cerámicos, ya que en ningún momento se llegó a identificar estructura La prospección arqueológica de cobertura total Antes del inicio el trabajo de campo se solicitó a la arqueológica inmueble alguna (Fig. 2). La limpieza sistemática de grandes áreas Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Queremos insistir en un aspecto que ha resultado de- Madrid permiso para consultar la Carta Arqueológica de terminante para poder documentar un importante enclave Villaverde Bajo. En este sentido, en la última revisión de arqueológico como el de Las Camas. Se trata del cambio la Carta se mencionaba la aparición de fragmentos cerámi- de enfoque metodológico que se ha aplicado, y que viene cos aislados en superficie en el paraje denominado como aplicándose en la Comunidad de Madrid, en las interven- Las Camas, el cual coincidía exactamente con los terrenos ciones de arqueología ligadas a grandes extensiones de en los que estaba programado el proyecto urbanístico del terreno. Se trata en definitiva de abrir en área grandes su- UZP 1.05 Villaverde-Butarque. perficies, lo que permite localizar asentamientos que hasta La prospección que se efectuó fue intensiva con una distancia entre prospectores de cinco metros y marcándose los materiales encontrados en un plano de dispersión. ahora habían pasado prácticamente inadvertidos con el empleo de una metodología más tradicional. En este compromiso por desarrollar nuevas metodolo- Con estos precedentes, la prospección intensiva de co- gías en las intervenciones de arqueológicas realizadas en la bertura total que se desarrolló sobre el área en cuestión, se Comunidad de Madrid, creemos estar en la obligación de convirtió en una confirmación de los planteamientos inicia- reconocer la buena predisposición de la promotora, la Jun- les. La gran mayoría de los materiales, fundamentalmente ta de Compensación, y la confianza depositada en el equi- los cerámicos, presentaban un estado muy fragmentado y po de trabajo por parte de los técnicos de Patrimonio de la aparecían dispersos entorno a una extensa zona de suave Comunidad de Madrid, en especial de la técnica encarga- pendiente que coincidía con el área en la que desde un pun- da del seguimiento del proyecto Dña. Pilar Mena, ya que to de vista geológico conformaban las arenas fluviales. Tam- como se ha manifestado con anterioridad, los resultados, bién se recogieron materiales líticos, principalmente lascas tras la fase de sondeos, no fueron todo lo esperanzadores de primer orden, junto a varios molinos de granito, alguno que finalmente se confirmaron en la excavación. En este de ellos prácticamente completo de forma barquiforme. sentido, recordar que en la fase de sondeos mecánicos, a 115 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 2. Plano con ubicación de sondeos mecánicos. En verde aparecen los que dieron resultado positivo. pesar de la limpieza manual de los mismos y todos sus perfiles, no se localizó ninguna estructura inmueble a pesar del número de sondeos realizados y de que se abrió una superficie cercana a los 4.000 m2, que superaba con creces el tamaño de las intervenciones tradicionales. A pesar de que sólo se localizaron evidencias arqueológicas en 13 de los sondeos practicados, se presentó un proyecto de limpieza sistemática en extensión de todas las zonas que habían deparado restos muebles. Esta metodología permitió descubrir estructuras de gran tamaño en el subsuelo, que probablemente habrían pasado desapercibidas, o sólo se habrían documentado en parte haciendo dif ícil su interpretación, si se hubiera procedido tan sólo a ampliar los sondeos positivos como venía siendo usual hacer en estos casos. Afortunadamente, este tipo de actuaciones en extensión se va imponiendo poco a poco en las actuaciones arqueológicas de la Comunidad de Madrid (Díaz del Río, 2003). Así pues, se procedió nuevamente mediante medios mecánicos, a la explanación de las zonas que en un primer momento depararon material arqueológico. En definitiva, se pretendía reconocer la extensión del asentamiento, otor- 116 gando igualmente importancia a aquellos espacios vacíos que entre sondeo y sondeo habían quedado sin valorar en la primera etapa. Fue así como se pudo observar realmente la extensión e importancia del/los asentamiento/s, ya que en esta fase de la intervención arqueológica el equipo de investigación no tenía claro si se trataba de un solo asentamiento o, por el contrario, eran distintas ocupaciones con diferente cronología. Una vez realizada la limpieza, quedaron definidos tres sectores de tamaño diverso en los cuales sólo se reconocían grandes manchas negras de materia orgánica con abundante material arqueológico. Esta circunstancia era especialmente llamativa en el sector A, en la que proliferaban en gran número (Fig. 03). En estos momentos el equipo de investigación pensó que se encontraba ante un extenso campo de silos, por la forma circular que presentaban algunas manchas y por haber localizado alguno de ellos en ambos sectores. La excavación posterior demostró que este tipo de estructuras eran, cuanto menos, elementos aislados y de escasa significación en la concepción estructural del asentamiento. EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 3. Plano con la propuesta de excavación, una vez realizada la apertura en extensión de los sondeos positivos. La excavación en extensión y la incorporación de los procedimientos analíticos Sólo quedaba ya la última fase, la de la excavación. Para ello se realizó una propuesta de intervención arqueológica en todos los sectores. Era evidente que aparte de la complejidad que representaba la excavación de extensiones tan vastas, cada uno de los sectores tenía su propia problemática añadida. Finalmente, hay que señalar que en la excavación del yacimiento se incorporó el estudio de la geomorfología del enclave, muy afectado por la erosión; estudios de fauna y ácaros; estudios de macro-restos vegetales, adobes, columnas polínicas, fosfatos etc., junto con la utilización de diferentes técnicas de datación absoluta: C14 y TL. LAS ESTRUCTURAS: EL COMPLEJO HABITACIONAL Y EL COMPLEJO PRODUCTIVO Presentamos a continuación una valoración general de los complejos estructurales documentados en el yaci- miento de Las Camas. Por un lado, se describirá primero el complejo habitacional y, por otro, las estructuras correspondientes al complejo productivo. El complejo habitacional Durante los trabajos de excavación se detectó la presencia de dos grandes estructuras constructivas realizadas a base de postes de madera con posibles zócalos de adobes, y entramado vegetal, con paredes enlucidas, de forma rectangular y absidadas por la cabecera. En la primera de ellas, denominada “cabaña 1” se ha documentado los restos de una estructura constructiva compuesta por 46 hoyos de poste, así como restos de un derrumbe de adobes con restos de enlucido de parte de una de las paredes de la misma. No se ha podido documentar ningún resto del suelo original de la misma que nos diese algún dato sobre su funcionalidad, debido al arrasamiento y desmonte a que ha sido sometido el yacimiento, motivado principalmente por las labores agrícolas (Fig. 04). Presenta una planta alargada de 26,73 x 8,17 metros, con hoyos de poste perimetrales dispuestos de forma regular, a una distancia de 1,65 me- 117 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 4. Planta Cabaña 1. Fig. 5. Vista general Cabaña 1. 118 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL tros cada uno, formando una cabecera absidada de orientación noroeste sureste; una línea de postes centrales, más anchos que los perimetrales, que servirían para sujetar la techumbre, a dos aguas, y una superficie de aproximadamente 200 metros cuadrados. En el interior de los hoyos se han localizado restos de madera, cerámica, piedra y adobes. Tanto los adobes como las piedras y los restos de vasijas cerámicas de gran tamaño servirían de calzo a los postes de madera. En la parte sureste de la estructura, se ha documentado lo que probablemente fuese el acceso a la misma, y que tendría forma porticada (Fig. 05). La segunda estructura (“cabaña 2”) es de similares características que la anterior, presenta una planta alargada de 18,75 x 7,65 metros, con hoyos de poste perimetrales Fig. 6. Planta Cabaña 2. Fig. 7. Vista general Cabaña 2. 119 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 8. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile). Fig. 9. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile). Fig. 10. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile). 120 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 11. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile). Fig. 12. Reconstrucción del proceso constructivo de la cabaña 1 (según F.J. López Fraile). dispuestos de forma regular, formando una cabecera ab- sido utilizado por diferentes comunidades humanas a lo sidada de orientación este-oeste; una línea de postes cen- largo de todos lo tiempos y son bastenate habituales en la trales, más anchos que los perimetrales, que servirían para Prehistoria europeas (Fig. 8-12). sujetar la techumbre y una superficie de aproximadamente 144 metros cuadrados. En este ámbito hemos documen- El complejo productivo tado los restos de una estructura constructiva compuesta por 23 hoyos de poste (Fig. 6). No se ha podido documen- Dentro de las actividades productivas se han docu- tar ningún resto del suelo original de la misma, que nos mentado dos fosas de grandes dimensiones excavadas en diese algún dato sobre su funcionalidad, debido al arrasa- el terreno geológico, cuya utilización final ha sido como miento y desmonte a que ha sido sometido el yacimiento, basurero, donde han aparecido gran cantidad de material fundamentalmente debido a las labores agrícolas (Fig. 7). arqueológico: cerámica, industria lítica, restos de metal y Las excavación de estas dos estructuras “habitaciona- objetos adscribibles a la industria metalúrgica, gran canti- les” permite reconstruir de una manera bastante fidedigna dad de fauna, así como restos constructivos (adobes). En un tipo de arquitectura “casas largas” o longhouse, que ha cuanto a la finalidad inicial de estas grandes fosas, podría 121 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 13. Vista Fosa de extracción 1. Fig. 14. Vista Fosa de extracción 2. 122 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 15. Planta zona productiva (hornos). estar vinculada a la explotación de vetas de arcillas tanto para la fabricación de cerámicas, como de adobes (Fig. 1314). Junto a una de las fosas se localizó un conjunto de seis hornos para la fabricación de cerámicas (Fig. 15). En esta serie de hornos hemos podido constatar las distintas fases constructivas y de utilización de los mismos. Unos aparecían más arrasados y mostraban la última base constituida por fragmentos de cerámica, de forma circular y con una finalidad refractaria, bajo la cual aparece una base de arcilla rubefactada que indica la utilización del mismo a altas temperaturas. En otro nos aparece una base de cantos de forma circular con cerámicas sobre el mismo. En el horno que ha llegado en mejor estado, apareció una capa de arcilla de color anaranjado, endurecidas por la acción del fuego (UE 156), dispuesta de forma circular, que se correspondería con el arranque de la cúpula que formaría la cámara del horno. En su interior encontramos en primer lugar un estrato que se correspondería al derrumbe de la cúpula, formado por arcilla y restos de adobe muy fragmentados (UE 157). Bajo este, apareció un nivel de cenizas de color negro muy compactadas y endurecidas por una constante exposi- ción al fuego (UE 158). Presenta una potencia de entre 0,5 y 4 centímetros. Debajo de este estrato aparece un preparado o encachado formado por fragmentos de cerámica dispuestos de forma circular (UE 159), que alcanzas una potencia máxima de 10 centímetros. Este estrato estaría formando parte de la estructura de combustión y actuaría a modo de base refractaria. Se sitúa sobre un estrato de arena de grano medio de color marrón claro (UE 193) que se correspondería con una base de preparación bastante regular. Este horno, fue consolidado y extraído con ayuda de los restauradores del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, donde se ha depositado para su posterior exposición. El proceso de extracción consistió en primer lugar, en la excavación alrededor de la estructura, posteriormente se consolidó y engrasó toda la estructura, reforzándose la misma con una parrilla de aluminio fijado con espuma epóxica. Una vez endurecido, se levantó el horno con ayuda de una máquina excavadora y con un camión grúa, trasportándolo posteriormente al museo, donde se retiró el refuerzo, las gasas y se concluyó su excavación, consolidándose posteriormente para su conservación (Fig. 16). 123 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 16. Proceso extracción horno para su traslado al Museo Arqueológico Regional de Madrid. 124 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 17. Vista aérea de la Cabaña 1. LAS LONGHOUSES DE LAS CAMAS orientación noroeste sureste; una línea de postes centrales, más anchos que los perimetrales, que servirían para suje- No cabe duda de que uno de los elementos más extraordinarios descubiertos en las excavaciones de Las Camas, son las dos cabañas definidas por una serie de agujeros de poste. Tanto el tamaño de estos agujeros como la superficie que delimitan conforman dos unidades constructivas de tamaño singular, que prácticamente no tienen paralelos en la prehistoria española (Fig. 17). La primera de ellas, denominada Cabaña 1, está definida por 46 hoyos de poste y restos de un derrumbe de adobes de parte de una de las paredes. No se pudo documentar ningún resto del suelo original de la misma que aportase algún dato sobre su funcionalidad, debido al arrasamiento y desmonte a que ha sido sometido el yacimiento, motivado principalmente por las labores agrícolas. Presenta una planta alargada de 26,73 x 8,17 m, con hoyos de poste perimetrales dispuestos de forma regular, a una distancia de 1,65 m cada uno, formando una cabecera absidada de tar la techumbre, posiblemente a dos aguas. La superficie interior sobrepasa los 200 m2. En el interior de los hoyos se documentaron restos de madera, cerámica, piedra y adobes o arcilla apisonada. Tanto las piedras y los restos de vasijas cerámicas de gran tamaño servirían de calzo a los postes de madera. En la parte sureste de la estructura se localiza lo que interpretamos como el acceso a la misma, que tendría forma porticada (Figs. 18 y 19. Reconstrucción de la cabaña 1). La segunda estructura (cabaña 2), es de similares características, presenta una planta alargada de 18,75 x 7,65 m, con hoyos 23 de poste perimetrales dispuestos de forma regular, formando una cabecera absidada de orientación este oeste; una línea de postes centrales, más anchos que los perimetrales, que servirían para sujetar la techumbre y una superficie de aproximadamente 144 m2. Se encuentra a unos 50 m. de la anterior, y aunque su orientación no es 125 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 18. Reconstrucción de la Cabaña 1. Fig. 19. Reconstrucción de la Cabaña 1. 126 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL exacta a la de la Cabaña 1 y su tamaño es algo menor, la estructura arquitectónica y la división del espacio interior es idéntica. El tamaño de los hoyos en ambas estructuras ronda los 30 cm de diámetro, aunque en su mayoría son ovalados, con 40 cm en su anchura máxima, habiéndose documentado algunos ejemplares rectangulares que nos podrían estar indicando la existencia de trabajo de carpintería de los troncos antes de ser colocados en el agujero. Las profundidades varían de 20 a 30 cm, pero hay que tener en cuenta que se ha perdida parte del suelo en diversos lugares. Los agujeros centrales de ambas cabañas tienen unas dimensiones sensiblemente mayores, alcanzado profundidades de 70cm a 1 m y dimensiones que en algún caso de la Cabaña 1 alcanzan los 1 x 1,4 m de ancho. Las dimensiones de estos hoyos hacen pensar en grandes troncos o pies derechos que sujetarían una estructura elevada de gran tamaño, pudiendo alcanzar más de 5 m de altura. La búsqueda de paralelos para estos edificios singulares nos lleva inmediatamente a pensar en los llamados longhouses o casas largas que pertenecen a distintas culturas a lo largo del tiempo, entre las que podríamos citar a los iroqueses norteamericanos, los vikingos escandinavos o los actuales cultivadores de arroz de Borneo (Guidoni, 1989). Todas ellas tienen formas o plantas parecidas, aunque se construyen con diferentes materiales métodos disponibles en el lugar. Una de las características más importantes socialmente de este tipo de casas largas, es la de que sirvieron para alojar a una familia extensa, algo que está documentado entre diversas tribus de indios norteamericanos entre las cuales cada cabaña alojaba a un clan. Pero la diversidad cultural y la amplitud cronológica que manifiestan los longhouses, nos obliga a ceñir más nuestra búsqueda de paralelos para los edificios de Las Camas. En la tradición constructiva de la Edad Oscura y el Geométrico Griego, encontramos casas largas absidadas con fechas similares a las de Las Camas. Por ejemplo se encuentran casas largas rematadas en ábside de gran tamaño (90 m2) en Asine, de 128 m2 en Nichoria (Nevett, 1999:158) por no hablar del famoso Heroon de Lefkandi (Popham y Sackett, 1993). Ahora bien, estos edificios presentan zócalos de piedra o pequeñas distribuciones interiores realizadas también mediante tabiques de piedra, algo que no sucede en Las Camas. Estos edificios absidados, apenas tienen paralelos en la tradición arquitectónica griega de los siglos anteriores, al igual que ocurre en la Península Ibérica. De contextos aparentemente más próximos a Las Camas, son aquellas casas largas de las llanuras centro-sep- tentrionales europeas y escandinavas (Bourgeois et alii, 2003; Mordant y Richard eds., 1992, etc. Pautreau, 1989; Waterbolk, 1964). Estas estructuras presentan plantas rectangulares con terminaciones absidadas o pseudorectangulares y superficies en muchos casos similares a las de Las Camas, e incluso mayores, levantadas con cubiertas vegetales sobre una sustentación de postes de tamaños variados, muchas de ellas, de hecho constan de dobles y triples alineaciones perimetrales de postes (Waterbolk, 1964; Fokkens, 2003; Bourgeois y Arnoldussen, 2006) algo que no sucede en Las Camas. Al contrario de lo que ocurría en Grecia, en estos lugares la tradición de los longhouses es larga, ya que se remonta al Neolítico y el inicio de la agricultura y la ganadería en la Europa Central. De hecho, el origen de la casa comunal marca probablemente el principio de la agricultura mixta donde la cría de ganado y agricultura se utiliza conjuntamente como una estrategia de supervivencia que procuraba la proximidad de los campos y el refugio del ganado (Bourgeois y Arnoldussen, 2006). La época de apogeo de los longhouses en los Piases Bajos, corresponde al período de Montelius II (ca.1500-1200 a.C.), en el que alcanzan los mayores tamaños, y constituyen una forma de habitación típica de la Edad del Bronce. En Holanda se conocen las plantas de medio centenar de longhouses, distribuidos a lo largo de la Edad del Bronce, otros 5 en Bélgica y Alemania. (Fokkens, 2003; Bourgeois y Arnoldussen, 2006). Estos edificios tienen una función claramente residencial muy influenciada por las necesidad agrícolas y ganaderas que irán ganando espacio en el interior de los longhouses, por ejemplo, las casas largas de tipo Elp del Bronce Final, incorporan sistemáticamente los establos para el ganado dentro de la casa (Waterbolk, 1964; Harsema, 1992) y suelen formar parte de conjuntos de varios edificios alargados a menudo unidos por unas cercas, o que presentan estas cercas anexas a ellos (Audouze y Busenschutz, 1989; Harsema, 1992). Estas casas largas se interpretan como el símbolo de la unidad de la familia, entendiendo ésta como una familia extensa, y la casa como una casa comunal a la manera de los indios iroqueses. Al edificio residencial se le irán añadiendo otros con diversas funciones, entre los que destacan las “casas de los muertos” o casas cementerio en donde habitaban los ancestros (Fokkens, 2003; Bourgeois y Arnoldussen, 2006). En Francia la situación es sensiblemente diferente, ya que los ejemplos de casas largas son menores, aunque se conocen dos en los que sus dimensiones superan la media 127 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL de los longhouses de los Países Bajos: Antran en Vienne y Verberie en Oise (ver Audouze y Buschsenschutz, 1989:66 y ss.). En el caso de Antran se documentan varios edificios que se hallan rodeados de un pequeño foso y se interpretan como “casas de los muertos”: el nº 1 de 28,8 x 9,6 m (276 m2). El edificio nº 16 posee una superficie cubierta superior a los 500 m2, con cinco agujeros de poste centrales de 1 a 1,4 m. de diámetro. Se fecha desde comienzos del siglo VII a mediados del VI a.C. y se interpreta como un santuario colectivo (Pautreau, 1989). En el panorama español la existencia de longhouses o casas largas es prácticamente desconocida, predominando las pequeñas cabañas de planta oval o redonda. Uno de los primeros ejemplos documentados en el Centro Peninsular, es el del cercano yacimiento de Ecce Homo (Almagro, y Dávila, 1988), en donde se excavó una cabaña de 10,5 de largo por 2-4 m de ancho, delimitada por postes y un perímetro excavado. Pequeñas cabañas de tendencia oval se han hallado en el Sector III de Getafe (Blasco y Barrio, 1986), en el Cerro de San Antonio, Vallecas (Blasco, Lucas y Alonso, 1991), o en Los Pinos, Alcalá de Henares (Muñoz y Ortega, 1996), y recientemente en el yacimiento de Capanegra, Rivas-Vaciamdrid, donde la planta de la estructura es cuadrangular, de 6 a 8 postes, una sola nave y espacio interno en torno a 10 m2 (Martín y Vírseda, 2005 y más exhaustivo en Crespo, 1995). En la Meseta Norte son conocidas cabañas de planta circular u oval con agujeros de poste en los niveles conocidos como Soto de Medinilla, y recientemente se están documentando en otros lugares como el Poblado I de la Plaza del Castillo, Cuéllar, Segovia, en Simancas, Valladolid, en los Cuestos de la Estación de Benavente, Zamora, en La Mota , Medina del Campo, etc (ver un listado exhaustivo en Misiego et alii, 2005:202). La característica común a todas ellas son espacios habitables que oscilan de 10 a 40 m2, unas plantas tanto ovales como circulares o rectangulares, y la delimitación del espacio útil por medio de postes o rebajes en el terreno. Estas características pueden hacerse extensibles a la mayoría de las cabañas documentadas en otros lugares de la Península Ibérica (González Prats, 1983:82ss; Crespo, 1995, etc.), con excepción tal vez de alguna vivienda perteneciente al Bronce Final, como la casa oval de 11,5 x 7 m. del Cerro del Real de Galera, Granada, construida a base de grandes bloques de adobe (Harrison, 1989:47-8). Mención aparte merecen las cabañas de Guaya (Berrocalejo de Aragona) excavadas recientemente (Misiego et alii, 2005), ya que constituyen un paralelo muy próximo, 128 tanto estructural como espacialmente, para las cabañas de Las Camas. En este yacimiento avulense se han documentado una docena de cabañas delimitadas por postes cuyos agujeros de sustentación se excavaron en el subsuelo. La planta de tres de ellas (nº VIII, XI y XII) es rectangular con cabecera absidada y se diferencian en su interior dos áreas que debieron corresponder a las de vivienda y almacenaje. La superficie de estas tres cabañas ronda los 4-5 m de ancho por unos 20-25 m de largo, con superficies de 150 a 200 m2. Por su parte, en las cabañas V, VIII y XII se han documentado diferentes restos interpretados como hornos cerámicos y metalúrgicos (Misiego et alii, 2005). Más próximas aún a Las Camas son las estructuras descubiertas en La Albareja, Fuenlabrada, Madrid (Consuegra, y Díaz del Río, 2001). Al igual que en Las Camas y Guaya, la actuación arqueológica que propició su descubrimiento se desarrolló en una gran extensión, con el desbroce de 8.000 m2 de terreno. Junto a los tradicionales fondos, hoyos o silos, se documentó una secuencia de seis estructuras semienterradas y agujeros de poste interpretables como cabañas anejas a una gran estructura de planta circular con un área de acceso oval que alcanza los 23’50x15’20x2’50 m en sus dimensiones máximas. Interpretando el conjunto de estructuras excavadas, la visión del yacimiento desde el exterior de la vaguada se limitaría considerablemente a las pequeñas cabañas de materiales perecederos que, en realidad, debieron servir para actividades domésticas o artesanales subsidiarias de la cabaña principal. Comentamos en último lugar estos dos ejemplos, porque es fácil y tentador interpretar las cabañas de Las Camas ejemplos de lugares no comunes, es decir, como algún tipo de santuarios o templos en los que realizaban actividades no cotidianas, tal y cómo se han interpretado las casas largas francesas de Antran y Verberie (Pautreau, 1989), e incluso la del Cerro del Real de Galera (Harrison, 1989). Sin embargo, nada hay en el registro arqueológico de tales estructuras que nos induzca a pensarlo, antes bien, los datos obtenidos en Las Camas, al igual que en Guaya o La Albareja, sugieren que nos encontramos ante unas viviendas en torno a las cuales se realizaban lo que podríamos llamar tareas cotidianas, ligadas a la agricultura y la ganadería y complementadas con actividades industriales, o mejor artesanales, tales como metalurgia y la fabricación de cerámica. Tal vez habría que preguntarse hasta que punto el desconocimiento de este tipo de estructuras no se debe a deficiencias del registro, o al empleo e metodologías y técnicas que en el presente permiten la limpieza y excavación de EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL áreas infinitamente mayores que en el pasado. No hay que olvidar que la Prehistoria Reciente del Centro de la Península Ibérica (y especialmente en la región central del valle del Tajo) se ha venido configurando desde excavaciones que nos son en realidad más que sondeos de escasa extensión, cortes estratigráficos que apenas dejan ver una mínima porción de las secuencias de un yacimiento, y registros de superficie asistemáticos sobre los que se han elaborado incluso “horizontes culturales”. A este respecto es significativo que en actuaciones que sirven de referencia desde hace años, como es el caso, por ejemplo, del Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1991), se excavaran apenas 65m2, los cuales no representan más que 1/4 de la superficie de la cabaña mayor de Las Camas. Las excavaciones de grandes áreas propiciadas por las obras públicas y privadas de los últimos años, están sacando a luz nuevos registros, que en un breve lapsus de tiempo superan con mucho los de las últimas décadas. Panoramas antes totalmente desconocidos como la presencia de estructuras similares a los longhouses europeos en Guaya o Las Camas comienzan a ver la luz. Estamos convencidos de que el futuro próximo deparará nuevos y sorprendentes descubrimientos similares a los que aquí citamos. LOS REPERTORIOS CERÁMICOS DE LAS CAMAS Las cerámicas de “Las Camas” constituyen un conjunto de materiales de excepcional interés, no sólo por las variedad y riqueza de sus formas y decoraciones, sino porque ha sido posible documentar todo el proceso de su fabricación ya que, como decimos más arriba, junto a las dos cabañas aparecidas, se disponían unas fosas que se han interpretado como los lugares de extracción de arcillas para la fabricación de cerámica y también se documentaron los restos de varios hornos para la cocción de las vasijas, junto a los cuales aparecieron materiales con detalles de los procesos de fabricación, como el apéndice cilíndrico de un asa que incrustaba mediante la perforación de un agujero en la pared del recipiente, así como el empleo de una vasija-horno, para cocer dentro piezas más pequeñas (Fig. 20-29). Las cerámicas aparecieron en gran parte en deposición secundaria: en las fosas de extracción de arcillas colmatadas con materiales diversos, sirviendo de base a algunos de los hornos, etc. En su mayoría corresponden a fragmentos sin decoración con un alto grado de rotura debido a las labores Fig. 20. Cerámica de Las Camas. 129 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 21 y 22. Cerámica de Las Camas. 130 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 23 y 24. Cerámica de Las Camas. 131 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 25 y 26. Cerámica de Las Camas. 132 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 27. Cerámica de Las Camas. agrícolas que han destruido el suelo de ocupación del yacimiento. A pesar de todo, se pudieron recuperar numerosos fragmentos en buen estado de conservación con los que se han podido reconstruir varias formas cerámicas. Las decoraciones de las cerámicas de Las Camas pueden situarse en un momento de transición desde el Bronce Final a inicio del Hierro Antiguo, aunque los elementos decorativos propios de un momento avanzado de Cogotas I apenas están presentes. En el repertorio de las cerámicas con superficies decoradas destacan las incisiones, que se disponen por lo general sobre el hombro marcado de pequeñas ollitas o cuencos de cuello desarrollado acampanado, con las superficies de toda la pieza, muy alisadas o bruñidas y acabados cromáticos en negro o castaño, por efecto de la cocción. El tamaño de los recipientes es pequeño, sin superar los 20 cm. de alto, con bocas de unos 15 cm. de diámetro. El grosor de las paredes de las piezas es escaso, con apenas de 3 a 5 mm. en la mayor parte de los casos. Estas bandas decoradas contienen los elementos típicos de los primeros momentos de la Edad del Hierro en la zona, con paralelos muy significativos en yacimientos próximos como el Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1991) o más alejados como Pico Buitre (Valiente Malla, 1984 y 1999). En estas bandas se disponen series de espigas o trazados oblicuos de incisiones con punzón delgado pero profundo. A menudo de las series oblicuas se convierten en triángulos rayados o rombos rayados al interior. En ambos casos las incisiones se pueden combinar con otros elementos decorativos como los circulitos vaciados, o series de triángulos con círculos vaciados y metopas en zig-zag separando otros triángulos rellenos con trazos incisos. En otras ocasiones las incisiones se combinan rellenando rombos excisos, o dejando zig-zags más amplias entre series de espigas, con metopas verticales incisas, e incluso las diversas combinaciones de incisiones pueden aparecer en cerámicas pintadas post-cocción en donde los espacios sin incisiones se colorean con tonos rojos o se rellenan con ese color los huecos de los zig-zags. En otros casos las metopas con incisiones verticales alternan con retículas excisas que forman rombos vaciados a modo de nido de abeja. Estos recipientes son cazuelas con forma de casquete esférico y largos cuellos rectos con pronunciada línea de inflexión que no llega a la carena. A menudo se disponen uno, dos o cuatro mamelones perforados horizontalmente, sobre la línea de inflexión, como un elemento más de las bandas decoradas. 133 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 28. Cerámica de Las Camas. 134 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 29. Cerámica de Las Camas. 135 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Junto a los ejemplares con incisiones o excisiones, se documentan en Las Camas cuencos hemiesféricos o con forma de casquete y base puntiaguda de superficies negras EL BRONCE FINAL/HIERRO I EN EL VALLE DEL TAJO. PROBLEMAS DE DEFINICIÓN Y CRONOLOGÍA bruñidas, muy brillantes. Estos recipientes pueden tener bordes rectos biselados o vueltos sobre un hombro pronunciado. También algún ejemplar de borde biselado y cuello recto y engrosado que parte de una carena alta, que enlaza con los repertorios del Levante y Mediodía peninsular. Es frecuente que estas cazuelas posean dos o cuatro mamelones perforados horizontalmente aprovechando la pequeña inflexión que se produce entre el borde y el hombro, de modo que el mamelón continúa la línea de pared del vaso. Estos ejemplares bruñidos en negro manifiestan en su formas distintos influjos culturales o flujos comerciales, que podrían encuadrarse tanto en las tradiciones meridionales con en las septentrionales de los Campos de Urnas o facies locales tales como las de Pico Buitre o Riosalido. Como viene siendo común hallar en los repertorios cerámicos de este momento en el Centro de la Península (Blasco et alii, 1991 y Blasco y Lucas, 2000), se documentan en Las Camas altos porcentajes de cerámicas con engobe rojo dentro de las producciones decoradas. Aunque las cerámicas con engobe rojo presentan formas como los vasos troncocónicos de base plana, o las cazuelas con base puntiaguda, las formas predominantes son las de casquete esférico con bases planas, redondeadas o ligeramente umbilicadas, que presentan bordes similares a los descritos para otras producciones reductoras bruñidas, con pequeñas curvaturas bajo los bordes vueltos y redondeados, que marcan el hombre de la vasija. Este tipo de bordes son muy comunes en los cuencos de engobe rojo fenicio del Sur de la Península, que constituyen una de las primeras manifestaciones de las producciones cerámicas a torno, y se ha apuntado en alguna ocasión (Blasco y Lucas, 2000) que podrían estar reflejando unos primeros intentos de emular a estas producciones venidas del exterior. El repertorio cerámico no se agota aquí, ya que se completa con cazuelas de carena baja y cuello corto acampanado, pequeñas urnas con base umbilicada, urnitas con pies incipientes o desarrollados, bordes abiertos con decoraciones unguladas, digitadas o incisas, o tazas de base plana con grandes asas. Además existe algún carrete bruñido en negro o con engobe rojo, junto a una gran variedad de plaquitas planas de escaso grosor que presentan una diversos motivos incisos con punzones. 136 La falta de excavaciones en extensión a la que aludíamos anteriormente en prácticamente todo el valle medio del Tajo, ha propiciado que en el discurso arqueológico se otorgue un protagonismo casi absoluto a los tipos y decoraciones cerámicas a la hora de establecer una secuencia cronológica (y para algunos también cultural) para este dif ícil período. Es por ello que a menudo los discursos se centran en la medición de influencias y el tiempo que han tardado en llegar las mismas a la zona de estudio: del Noreste o aquellos en los que se manifiestan relaciones con los Campos de Urnas, o del llamado mediodía peninsular, cajón de sastre en el que, por lo general, se engloban todos aquellos aspectos que no encajan con lo anterior o recuerdan ligeramente elementos de carácter mediterráneo oriental (Blasco y Barrio, 1986; Blasco y Lucas, 2000; Muñoz y Ortega, 1996 y 1997). Desde esta perspectiva, lógicamente la cronología del objeto de estudio viene impuesta por la del objeto del cual se toman los influjos en su contexto original, lo que deja poco espacio para el análisis intrínseco y menos aún para el enfoque crítico. Cuando un autor se base en paralelos externos fechados hace unas décadas, las cronologías tienden a ser más bajas. Así, encontramos por ejemplo, en la obra de Muñoz (2003), una seriación de los inicios de la Edad del Hierro en la zona, que comenzaría por un período de transición desde el Brocen Final, en el cual aún se encontrarían elementos de Cogotas I tardíos, junto con otros provinentes de los Campos de Urnas. Esta fase se fecha en el siglo VIII e inicios del VII a.C. el período siguiente sería el de apogeo de los vasitos carenados lisos que se suelen interpretar como la cristalización de los influjos meridionales: cuencos hemisféricos o troncocónicos con base de talón y frecuentes mamelones de perforación horizontal, y las grandes vasijas escobilladas de labios y cuellos digitados” (2003:224), y abundancia de acabados a la almagra que vendrían también a recalcar esos influjos meridionales en los que ya serían conocidas las cerámicas de barniz rojo fenicias (también Blasco y Lucas, 2000). La desaparición de las decoraciones incisas y la llegada del grafitado, serían características del último momento antes de la llegada de los productos a torno, que se produciría a inicios del siglo V a.C. Mientras que aquellas otras que cuentan con alguna fecha de C14 son por lo general más elevadas, como ocurre en la zona del Alto Tajo, donde las facies Pico Buitre y Rio- EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL salido (transición desde el Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro), se fechan en el siglo X y IX a.C.(Valiente Malle, 1984, 1999 y Barroso, 2002:fig 19), elevando de hecho la cronología de elementos decorativos como el grafitado y la pintura postcocción, que en hallazgos como la tumba del Carpio, al occidente de Toledo, sin embargo, se fecharon hace casi 20 años en el siglo VII a.C. (Pereira, 1989). Estas posturas están más en consonancia con las propuestas para el valle medio del Duero, en donde los pequeños vasos carenados y bruñidos (a los que también se les supone un influjo meridional) se asignan al nivel I de Soto de Medinilla, fechado en torno al siglo X a.C. Allí, la aparición del torno en el horizonte Soto se fecha en el VI a.C., e incluso algo antes, en flagrante contradicción con las tesis de Muños y Blasco y sus colaboradores (2003 y Blasco y Lucas 2000), que lo rebajan al V a.C. en la Meseta Sur, aún a pesar de existir dataciones de C14 en el Alto Tajo e incluso en Cuenca, con fechas de hacia mediados del VII a.C (Barroso 2002). Una de las síntesis más recientes (Jimeno y Martínez Naranjo, 1999) lleva los finales de Cogotas I hasta el siglo X o incluso con perduraciones hasta el IX a.C., iniciando una fase de diversificiación cultural regional desde el siglo XII a.C. que será responsable de la aparición de horizontes como Pico Buitre en el X a.C. o Riosalido poco después, dando inicio a la Edad del Hierro a fines del siglo IX a.C., período en el que llegarían las primeras influencias mediterráneas al interior entre las que habría que incluir las cerámicas pintadas postcocción y algún ejemplar de f íbula de codo. La equivalencia cronológica de las cerámicas pintadas postcocción con las fases de Soto I o primera cultura de la edad del Hierro en el Duero Medio se da dentro del siglo IX a.C., llegando hasta el VIII a.C. (Cáceres, 1997; Delibes, G. et alii, 1995). Se ha señalado recientemente que hace su aparición en contextos del Sur peninsular en el siglo X-IX a.C. (cal.) o siglo IX finales del VIII a.C. (sin calibrar)(Jimeno y Martínez Naranjo, 1999:185), lo cual a su vez que habría que adelantar al siglo IX a.C. la llegada de los fenicios (Ibidem). En ese sentido se manifiestan otros autores que además de las fechas de C14 aducen pruebas filológicas que probarían la presencia fenicia en pleno siglo IX a.C.(Fernández Jurado, 2003:51). Otras pruebas indirectas que avalarían estas fechas antiguas, serían las cerámicas micénicas el Guadalquivir halladas en claro contexto de Cogotas I, que antecede a las cerámicas carenadas bruñidas del Bronce Final, las cuales habría que fechar a fines del II Milenio a.C. (Gómez Toscazo, F. 1999): Las fechas de C14 se han desmarcado desde antiguo de las cronologías asignadas por tipologías cerámicas, dando uno o dos siglos más de antigüedad. Tanto en Pico Buitre como en Ecce Homo se alcanzaron fechas del X y finales del XI a.C. (Almagro Gorbea y Fernández Galiano, 1980; Valiente Malla, 1999), para contextos finales de Cogotas I, mientras en el valle Medio del Duero se aceptan los valores del siglo IX para los niveles de Soto I o de comienzos del VI para la llegada de los primeros productos a torno (Delibes, et alii, 1995). En el yacimiento de Las Camas se recogieron varias muestras de C14 y dos de TL. Presentamos los resultados de las 6 muestras de C14 realizadas sobre maderas carbonizadas halladas en los agujeros de poste de la Cabaña 1 (Colocar el apartado dedicado al C14, sólo las gráficas). • 195300 R.Age 2770±70 Two Sigma: [1113 BC:1098 BC] [1090 BC:804 BC] • 195296 R.Age 3070±70 Two Sigma R [1493 BC:1474 BC] [1463 BC:1127 BC] • 195295 R.Age 2800±50 Two Sigma R.:[1112 BC:1101 BC] [1058 BC:831 BC] • 195294 R.Age 2990±80 Two Sigma R.: [1419 BC:1005 BC] • 195293 R.Age 2480±100 Two Sigma R.: [804 BC:395 BC] • 195292 R.Age 2880±120 Two Sigma R: [1384 BC:1332 BC] [1325 BC:822 BC] Como puede verse con claridad en los gráficos, salvo la muestra 195293, las 5 restantes se sitúan en un período relativamente homogéneo en torno al año 1000 a.C. Estos resultados serán considerados muy altos para las especies cerámicas documentadas, reseñadas más arriba, aunque hay indicadores como los análisis metalúrgicos que señalan la presencia de características arcaicas: En cuanto a los dos fragmentos de toberas son de sección circular y probablemente rectos. La sección circular es típica de los ejemplares conocidos durante toda la Edad del Bronce, ya sean toberas rectas o acodadas. Es a partir de la colonización fenicia en la Península Ibérica cuando se empiezan a documentar toberas con otro tipo de secciones (en “D”, rectangulares o cuadrangulares) que serán las predominantes en la Edad del Hierro. Uno de los fragmentos de Las Camas conserva el extremo de la boca de conexión con el fuelle, las paredes tienden a converger, pero el rasgo principal es el estrechamiento o estrangulamiento del diámetro del conducto a los pocos centímetros de desarrollo. Este tipo de tobera es desconocido en la Península Ibérica donde los escasos ejemplares documenta- 137 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 30. Fragmento de tobera y crisol. Sector A. 138 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 31. Fragmento de tobera y crisol. Sector A. 139 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL dos anteriores a la Edad del Hierro son de perforación recta, pero si es habitual en yacimientos europeos y mediterráneos de la Edad del Bronce 2(Figs. 30 y 31). El hecho de que los análisis se basen sobre fragmentos de madera quemada y que los depósitos en los que aparecieron se refieran a momentos en el que fueron amortizadas las estructuras de hoyos de las cabañas, podría indicarnos que las fechas de C14 se retrotraen a un período anterior al que reflejan los conjuntos cerámicos, que a su vez corresponderían al horizonte de abandono del lugar, pues no hay que olvidar que los restos materiales de Las Camas proceden de depósitos que están rellenando las fosas de extracción, silos y agujeros de poste de las cabañas, por lo que la cronología de estos materiales es posterior a la de las estructuras que rellenan, pero en todo caso en corto lapsus de tiempo, ya que los conjuntos cerámicos están formados por los desechos que se fueron produciendo a lo largo de la vida del yacimiento. De este modo, el C14 podría estar midiendo el momento en el que se levantan las cabañas y entre el conjunto de los materiales se encontrarían mayores porcentajes de fragmentos de los último momentos de ocupación del sitio. Fig. 32. Elemento metálicos del yacimiento de Las Camas. 140 Entre los elementos metálicos hallados en Las Camas, existen tres fragmentos (uno de cada Sector) correspondientes a puentes y espiras de f íbulas de doble resorte. Se trataría en los tres casos de modelos de los tipos más antiguos, con puentes sencillos de sección circular, que tienen escasos paralelos entre los ejemplares hallados en la Meseta, siendo uno de los más cercanos el del ejemplar de Torresaviñán, Guadalajara (García Huerta y Cerdeño, 2001). Fibulas de doble resorte se localizan en yacimientos cercanos, como es el caso del Yacimiento D de Arroyo Culebro, con un ejemplar del tipo 3 B en la tumba 9 (Penedo et alii, 2001:54 y ss.). Este yacimiento consiste en una necrópolis de incineración con vasijas exclusivamente a mano, algunos adornos de bronce como brazaletes y una pinza, y un fragmento de cuchillo afalcatado de hierro en la tumba 32 que cuenta con dos dataciones de TL 2750 +/275 BP. Estas fechas y este cuchillo, sirven a Pereira et alii, para aceptar la pronta llegada del hierro a las tierras del Centro peninsular, documentado en la necrópolis por ellos excavada en Villafranca de los Caballeros, Toledo, con fechas de C14 1060-880 a 2 sigma para la tumba 76 de Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2003:163-4). Otra f íbula de EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL Fig. 33. Elementos metálicos del yacimiento de Las Camas. 141 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL doble resorte se halló en el poblado de Arroyo Manzanas, en Toledo (Urbina et alii, 1990). Aunque se encontró fuera de contexto estratigráfico, esta f íbula es uno de los escasos ejemplos encontrados en poblados con casi total ausencia de de cerámicas a torno (Figs. 32 y 33). Sin embargo, la disparidad de criterios entre los distintos investigadores es notoria, ya que por otro lado, las f íbulas de doble resorte se asocian en general a las primeras necrópolis de incineración en la Meseta Sur con fechas del siglo VI a.C., por que se acepte que la temprana introducción del rito de incineración y la adopción de elementos de hierro en la zona (Blasco y Barrio, 2001-2). Y es que tal y cómo ocurre con la cerámica, los préstamos y pervi- (Penedo et alii, 2001). En la necrópolis de Las Esperillas se documentaron dos f íbulas de doble resorte, una de puente ovalado en la tumba 9, dentro de una urna ovoide a mano, junto a un cuchillo afalcatado de hierro, y otra de puente laminar en forma de cinta lanceolada, en la tumba 17, a la cual se le da una fecha del siglo VII a.C. por sus excavadores (García Carrillo y Encinas, 1987). En el siglo VII a.C. se fecha la f íbula de doble resorte encontrada en Pico Buitre, en contextos relacionados con cerámicas pintadas postcocción. (Valiente Malla, 1984), mientras que algunos ejemplares andaluces se llevan al siglo VIII a.C., como la del horizonte B1 del Morro de Mezquitilla, en Málaga (Mansel, 2000). vencias de estos objetos son abundantes, así por ejemplo, encontramos dos ejemplares de f íbula de doble resorte, Grafito fenicio sobre cerámica a mano uno con puente oval-circular y otro en cinta con sección cuadrangular, junto a cerámica a torno que rebajaría su fecha hasta el VI a.C., en el yacimiento A de Arroyo Culebro Fig. 34. Detalle de grafito y fragmento de pulsera elaborada en marfil. 142 La aparición de una serie de incisiones post-coctionem sobre el fragmento 04/1/A/72/3, supone un revulsivo en EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL cuanto al conocimiento de la escritura en la Península Ibérica. Indudablemente se trata de la ejecución de una letra por las siguientes razones: de Yehimilk (Yeh.), llegando hasta el siglo VIII a.n.e. en la - en primer lugar si se hubiera tratado de un signo, en la inscripción de Karatepe, también perteneciente a este sociedades ágrafas, se suele ejecutar aquellos cuyos trazos no suponen una excesiva complejidad como se trata de un signo en forma de aspa o cruz; - la propia ejecución parece indicar una corrección en su trazado atendiendo a aquel vertical de la parte derecha. No se debe dejar de recordar en todo momento que la ductibilidad sobre un material como la cerámica, al emplear un punzón, no aporta una caligraf ía perfecta; inscripción a Baal del Líbano, hallada en Chipre (B. Leb.) (CIS 15 – KAI 31) o, aunque con diversas graf ías, sobre mismo siglo. La explicación más sencilla a la aparición de una sola letra sobre un objeto, es aquella de marca de propiedad, y por tanto indicar la inicial del nombre del propietario del objeto [Benz, 1972, pp. 109-126, 306-319; Halff, Karthago 12 (1963-1964), pp. 109-114, en este último caso 35 de los antropónimos son portados por hombres, mientras 7 por mujeres en la ciudad de Cartago]. No es de extrañar que en lugares de transformación de materias para elaborar una - de lo anterior, igualmente, se puede deducir que la serie de productos y en los que se produce una concentra- persona que ejecuta esta letra, no tiene por qué conocer ción de varias personas, se intente, dentro de las costum- los mecanismos de la lengua, y simplemente tratarse de bres fenicias, identificar elementos de la vajilla que pueden un mero copista, pero, indudablemente tiene elementos o confundirse con otros símiles en el lugar. Así, se considera nociones rudimentarias para comprender que dicha letra fehacientemente demostrado para la factoría de Mogador identifica el objeto sobre la que está ejecutada (Fig. 34). o para la tripulación de un barco cono aquel que refleja el Sin embargo, esta hipótesis, plantea un problema en pecio de El Sec (Ruiz Cabrero – López Pardo, RSF). Ahora torno a la aparición de la escritura en la Península Ibérica. bien, ¿qué hipótesis de trabajo se puede plantear para la En diversas ocasiones, se ha considerado que la presencia cuestión de este hallazgo? de los fenicios en las costas fueron la consecuencia a largo Se debe considerar que si bien la paleograf ía, unida a plazo del establecimiento de sistemas de escritura entre las las fechas de C14, deben adscribir esta pieza entre los si- sociedades prerromanas, siendo la base para el desarrollo glos X y IX a.n.e., no tiene por qué extrañar la presencia de los mismos. Sin embargo, esta situación debió llevar un de un agente comercial en una zona de transformación y dilatado periodo de tiempo, dado que como la tecnología, producción. Es más, incluso esta presencia deba desdecir son fuente de poder y su traspaso de una sociedad a otra algunas de las cuestiones planteadas al inicio de la exposi- no es cuestión de simple regalo. ción, en el sentido de que la persona que utilizó esta pieza Por tanto, no debe sorprender el hallarnos ante una en su quehacer cotidiano, tendría conocimientos de es- graf ía de tipo fenicia, y por ende ante una letra del alfabeto critura y probablemente estas nociones le serían útiles en de esta sociedad. En concreto, es una ejecución arcaica de contabilidad e informes. un ™et. Generalmente, en el denominado phoenician stan- En definitiva, en el momento actual existe una clara dard la ejecución de esta letra corresponde a dos trazos descompensación cronológica entre las fechas aportadas verticales que comprenden tres trazos horizontales con por el C14 y las cronologías tradicionales que se apoyan cierta inclinación diagonal. Sin embargo, lo que se halla en la evolución de objetos cerámicos y metálicos. Habida representado en el fragmento que nos ocupa aumenta en cuenta de las dificultades que presentan estos últimos, in- uno el número de trazos horizontales. capaces de medir las perduraciones de modelos en unas Paleográficamente, uno de los primeros testimonios y otras zonas (se podrían citar entre muchos ejemplos el puede rastrearse sobre las puntas de flecha procedentes de de Pocito Chico, Cádiz, en donde conviven cerámicas de Byblos (E. Puech, 269), entorno al 1500 a.n.e., que portan Cogotas I con especies bruñidas carenadas y copas a tor- una escritura proto-cananea (F.M. Cross, Eretz-Isrtael, 8 no con decoración black on red (Gómez Toscazo, 1999)), (1967), p. 15). En los territorios fenicios del Mediterráneo parece que sólo las reticencias a abandonar los esquemas oriental, esta letra así representada oscila entre el siglo XI cronológicos largamente aceptados, impiden llevar dos si- e inicios del X a.n.e. como se observa sobre la Espátula I glos atrás ciertos contextos y sus materiales asociados, tal de Azarbaal (Azar. Cones Spat. i) o fines del siglo X en el y cómo las ya numerosas fechas de C14 sugieren. denominado graffito de Ahiram (Ahir. gr.) o la inscripción 143 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL CONCLUSIONES de estas intervenciones extensas plantea un nuevo reto de interpretación al enfrentarse a panoramas arqueológicos La investigación sobre los hallazgos realizados en el sitio de Las Camas, en Villaverde, no ha hecho más que comenzar, estando en el momento presente en proceso de elaboración la monograf ía sobre el yacimiento. A pesar de ello, son muchos los aspectos de este enclave que revisten especial interés para la Protohistoria no sólo del Valle Medio del Tajo, sino de toda la Península. El aspecto más llamativo son las dos cabañas de enormes dimensiones, delimitadas por agujeros de poste de gran tamaño. Estas cabañas no tienen al presente paralelos en el Península y nada similar se había siquiera sospechado para estos momentos de finales de la Edad del Bronce y comienzos de la Edad del Hierro en el Tajo, en un panorama dominado por los famosos “fondos de cabaña” y estructuras de escasa entidad que conforman poblados o asentamientos más o menos estables siempre de pequeño tamaño y con ocupaciones no muy prolongadas. Es por ello que la existencia las estructuras de Las Camas invita inmediatamente a pensar en un contexto excepcional, en un enclave no habitual cuya razón de ser no sea la estrictamente poblacional, tal y como ocurre con las cabañas francesas de Antran (Pautreau, 1989), por ejemplo. Las cabañas absidadas de la Edad Oscura Griega, que retoman modelos de megaron conocidos desde el Helénico Medio, serán, asimismo, el patrón de los heroon y templos arcaicos. Sin embargo, debemos ser cautos en este sentido ya que todos los materiales y estructuras asociadas a las cabañas de Las Camas, apuntan a las instalaciones típicas de un poblado, pudiendo interpretar las mimas como residencia de una comunidad, al tiempo que las estructuras accesorias situadas en los alrededores responden a sus necesidades industriales y/o artesanales. Por otro lado, el aspecto de exclusividad de estas estructuras puede no serlo tanto, ya que cómo hemos reseñado, se pueden rastrear ciertos paralelos en diversos lugares del Centro de la Península (p. ej. Guaya, Misiego, 2005), y otros que están apareciendo en este momento. Debemos ser conscientes de que esta etapa histórica se está construyendo en estos momentos. En los últimos 5 años se han llevado a cabo no menos de una decena de intervenciones con restos del Bronce Final-Hierro I en la región de Madrid, cada una de las cuales abarca extensiones de varias Has., y por tanto, cada una de ellas supera la extensión previamente excavada entre todas las intervenciones de las últimas décadas del siglo XX. Es por ello que cada una 144 que prácticamente no tienen paralelos, y cada vez cobra más sentido la interpretación de los famosos “fondos de cabaña” y pequeñas estructuras delimitadas por agujeros de poste, como aspectos secundarios de poblados formados por estructuras de gran tamaño como las de Las Camas, Guaya o La Albareja. Las dos cabañas o casas largas de Las Camas pudieron albergar en su día el número de habitantes suficiente como para conformar un poblado en sí mismas. Un poblado en cuyos alrededores se instalaron pequeños hornos metalúrgicos y hornos alfareros para satisfacer las necesidades de sus habitantes, que excavaron además pequeñas fosas para la extracción de arcilla en las proximidades, y hoyos para guardar los granos recogidos en los campos contiguos, y que contaban en las inmediaciones con árboles de gran tamaño con los que pudieron construir las cabañas, tierras de cultivo cercanas al arroyo y abundante fauna, domesticada y salvaje. Este tipo de hábitat, a su vez abre nuevas perspectivas para la interpretación de los grupos sociales que las habitaron. Entre el conjunto de cultura material de Las Camas se han hallado dos elementos que merecen un comentario destacado. De un lado un grafito con una letra probablemente fenicia, sobre un fragmento de cerámica a mano grosera. De otro, la mitad de un brazalete de marfil. Ambos elementos nos ponen inmediatamente en contacto con los ambientes meridionales en los que se está produciendo en este momento un continuo fluir de objetos e ideas traídos desde el Mediterráneo Oriental. Pequeños indicios de que este tráfico llega al Valle Medio del Tajo en fechas tempranas los teníamos ya anteriormente en hallazgos como las decoraciones con flor de loto en el Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997), o el enterramiento femenino de la Casa del Carpio (Pereira, 1989). Los hallazgos de Las Camas no hacen sino confirmar esta impresión. Pero no dejan de ser elementos aislados que irrumpen sobre comunidades que aún no saben utilizar la rueda del torno para fabricar sus cerámicas ni conocen el empleo de la metalurgia del hierro. A este respecto, no deja de llamar la atención la ausencia de hierro entre los hallazgos de Las Camas, máxime cuando aparecen tan pronto en contextos funerarios en los que aún no existen cerámicas a torno: Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001), Palomar de Pintado (Pereira et alii, 2003), etc., en forma principalmente de cuchillos afalcatados. Tal vez sea la excepcionalidad de estos objetos la que los hace aparecer en contextos simbólicos EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL funerarios y propicia su escasez en contextos habitacionales, o tal vez haya que buscar una razón cronológica para esta ausencia y situar el abandono de Las Camas antes de la llegada de los primeros objetos de hierro a la zona. Los distintos análisis de C14 realizados en Las Camas nos indican que este período habría que situarlo en torno a los siglos X-IX a.C., sin embargo, otros elementos de la cultura material nos invitan a rebajar algo esa fecha, habida cuenta de que fueron hallados colmatando ciertas estructuras relacionadas con las cabañas y que por tanto deben pertenecen en su mayoría al último período de su uso. De cualquier modo, estimamos que es dif ícil situar el fin de este yacimiento más allá del siglo IX o primera mitad del VIII a.C., si atendemos a las fechas de C14, y los aspectos paleográficos del grafito, algo que encaja bien dentro de las nuevas propuesta cronológicas para el Bronce Final en el occidente de Europa (Mederos, 2005). NOTAS 1 Área de Protohistoria del Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales de Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A. Avda. Alfonso XIII, 72 – 28016 Madrid Tel. 91 510 25 55; Fax. 91 415 09 08; e-mail: eagusti@audema.com & jmorin@audema.com 2 Ignacio Montero Ruiz. Dpto. de Prehistoria (CSIC). Metales y metalurgia en el yacimiento de Las Camas. Informe. 145 EL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) LONGHOUSES EN LA MESETA CENTRAL BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO, M. Y DÁVILA, A. (1988): Estructura y reconstrucción de la cabaña Ecce Homo 86/6. Espacio, Tiempo y Forma, I: 361-374. ALMAGRO, M. Y FERNÁNDEZ-GALIANO, D. (1980): Excavaciones en el cerro del Ecce- Homo (Alcalá de Henares, Madrid). Arqueología 2. Madrid. AGUSTÍ, E. et alii (e.p.): El yacimiento de Camino de Villaverde a Perales del Río. Nuevos datos para el conocimiento del Bronce Final y el Hierro I en el curso bajo del río Manzanares. IV Congresso de Arqueología Iberica. Faro, Sep. 2004. AUDOUZE, F. Y BUCHSENSCHUTZ, O, (1989): Villes, villages et campagnes de l’Europe celtique. ed Hachette, París. BARROSO, R. Mª. 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EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 01-09-2009 Aceptado: 15-09-2009 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): A UNIQUE HABITAT IN THE IRON AGE I Raúl Flores Fernández y Primitivo Javier Sanabria Marcos pjsanabriamarcos@hotmail.com raulfloresfernandez@gmail.com PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Primera Edad del Hierro, Meseta Central, Comunidad de Madrid, poblados, grandes cabañas. KEYS WORDS: Bronze Final, First Iron Age, Central Plateau, Madrid, villages, large bungalows. RESUMEN: En los últimos años, estamos asistiendo a un exponencial aumento de información procedente de nuevas excavaciones que están aportando datos fundamentales para el conocimiento de las formas de vida de los grupos que habitaban la Meseta Central en torno al cambio del primer milenio a.C.. Empieza a ser frecuente el atestiguamiento de poblados enteros construidos con materiales perecederos. Fiel reflejo de los cambios que debieron producirse en el tránsito del final de la Edad del Bronce a los inicios de la Primera Edad del Hierro, son la aparición de estructuras de grandes dimensiones longhouses que, con un marcado carácter comunal, están planteando interesantes interrogantes sobre la estructura económica y social de estos grupos. Uno de estos nuevos asentamientos es el enclave de La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid). ABSTRACT: The newest excavations that took place in the last years have provided an increasing of the archaeological data and contributed with fundamental information for the life forms knowledge of the human groups that inhabit the Iberian Central Plateau (Meseta Central) during the change to the first millennium B.C. One of the main aspects is that starts being frequent the existence of entire settlements constructed with perishable materials. The appearance of constructions with big dimensions and with a marked communal character, similar to the so called longhouses, can be seen as a reflex of the changes that should have taken place in the transition from the Bronze Age to the beginnings of the First Age of the Iron, and are nowadays raising interesting questions on the economic and social structure of these groups. One of these new settlements is La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid). LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Raúl Flores Fernández y Primitivo Javier Sanabria Marcos INTRODUCCIÓN La vegetación propia de la zona debería ser de retama supramesomediterránea y silicícola de la encina, pero ha La excavación en extensión de yacimientos de grandes dimensiones en los últimos años, como consecuencia del desarrollo urbanístico y de la construcción de infraestructuras, está aportando una gran cantidad de datos nuevos al conocimiento de la Prehistoria, algunos de ellos de excepcional importancia al complementar y redefinir aspectos concretos de los modos de vida que acaecieron en el pasado. Sirva como ejemplo de lo anterior, el mayor conocimiento que se está adquiriendo de los cambios que se produjeron entre el final de la Edad del Bronce y los inicios del Hierro I, donde el atestiguamiento de estructuras aéreas de dimensiones grandes, o muy grandes, con un marcado carácter comunal están planteando interesantes interrogantes sobre la estructura económica y social de estos grupos. El Sector 13 del P.G.O.U. se encuentra en el término municipal de Torrejón de Velasco (Madrid), localidad que se sitúa a 26 km al Sur de Madrid capital (Fig. 1). Ocupa una extensión de 281.608,48 m2, y se localiza al Oeste de la A-42 (antigua N-401). La totalidad del área objeto de la peritación arqueológica está dedicada a usos agrícolas, con la mayor parte de las explotaciones en régimen de secano alternando cultivos cerealistas. Otras áreas denotan la presencia en el pasado de cultivos aunque en el presente se encuentran en baldío, o bien ha cesado en ellas actividad productiva alguna. sido modificada por la actividad agrícola (cultivos de secano, trigo y cebada) y ganadera. La morfología de los terrenos es una suave inclinación hacia el arroyo de las Arboledas, situado en el Sur del P.G.O.U. 13. La cota más alta se sitúa en el límite Norte con 595 msnm, y la más baja en el extremo SE con 573 msnm. La gradación del relieve es abrupta en algunos puntos, con desniveles que alcanzan los dos metros. En el extremo Sur del P.G.O.U. 13 se sitúa el arroyo de las Arboledas o de las Peñuelas. La importancia de este curso de agua, que desemboca en el arroyo Guatén, queda reflejada por la gran concentración de yacimientos arqueológicos de distinta época que se dan en sus dos márgenes, situando este arroyo dentro de la dinámica descrita para algunos arroyos y cárcavas de la depresión del Tajo (Urbina Martínez et alii, 2007b). GEOLOGÍA1 El contexto geológico regional en el que se enmarca la provincia de Madrid está compuesto por dos grandes unidades morfo-estructurales: El sistema Central y la Depresión del Tajo. LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO La zona deprimida que ocupa la mayor parte de la provincia se ha denominado Cuenca de Madrid, enmarcándose dentro de la depresión del Tajo. Delimitada por los bloques elevados correspondientes al Sistema Central (Norte y Noroeste), Sierra de Altomira (Este) y Montes de Toledo (Sur). La Cuenca de Madrid está formada por depósitos sedimentarios del Terciario con unos espesores en zonas que alcanzan los 3.000 metros de potencia. La naturaleza de estos depósitos es muy variada dependiendo de la ubicación que presente en la cuenca, determinada por la tectónica y morfología en la etapa de sedimentación. Presenta un borde elevado activo (la sierra) que genera la aparición de importantes sistemas de abanicos aluviales, y una zona central de cuenca al Sur y Sureste donde se instala un ambiente sedimentario de tipo lacustre. Se han diferenciado tres facies características en los sedimentos terciarios, destacando cada una de ellas por el tipo de sedimentación, así pues, se destacan: • Facies Madrid (de borde), compuesta por arenas arcósicas de distintas granulometrías y arcillas pardas y marrones, predominando unas u otras en función de la proximidad del área fuente y de la posición en la columna estratigráfica. • Facies Intermedia (o de transición), compuesta por arcillas marrones y verdes de alta plasticidad con intercalaciones de niveles de arenas micáceas. • y Facies Central, de tipo químico, formada por yesos y margas yesíferas. Durante el Cuaternario, este complejo de abanicos aluviales ha dejado de formarse, tomando el mando los procesos erosivos y de sedimentación con predominio de los procesos fluviales y de vertientes, siendo los depósitos más importantes de esta época de tipo aluvial y coluvial. Las secuencias de sedimentos están formadas por cantos rodados, gravas, arenas, limos y arcillas. Los depósitos cuaternarios con yacimientos paleontológicos más abundantes en diversidad se encuentran, sobre todo, en terra- Fig. 1. Mapa de localización del sector 13 del P.G.O.U de Torrejón de Velasco (Madrid). 152 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO zas fluviales asociadas a procesos neotectónicos que originan procesos de subsidencia, produciendo una velocidad de sedimentación rápida que favorece la fosilización de la fauna acumulada (Pérez González 1971). En el Manzanares son típicos los yacimientos de La Aldehuela y Arriaga, y en el Jarama cerca de su confluencia con el río anterior el yacimiento de Áridos 1. podría pensarse en un delta donde existe una gradación El objeto de este trabajo es englobar la zona de los trabajos dentro del esquema general de la Cuenca de Madrid, con esquema clásico de sedimentación de una cuenca continental cerrada en condiciones subdesérticas: sedimentos detríticos en el borde y evaporíticos en el interior, con una zona intermedia en la que se produce la deposición mixta de materiales detríticos con intercalaciones de minerales de neoformación. gración lateral. Las características estratigráficas de estas formaciones permiten agruparlas, a grandes rasgos, en tres grandes conjuntos de edad terciaria: uno más occidental formado por sedimentos de origen detrítico, otro situado en una banda central constituido por materiales detríticos finos y, por último, un conjunto situado en el borde oriental compuesto casi exclusivamente por litofacies de origen químico. Estos tres grandes conjuntos representan las facies detríticas de borde, intermedias y químicas centrales respectivamente. Este esquema, en la realidad, es bastante más complicado analizado en detalle ya que intervienen muy diversos factores como son el clima, la naturaleza del área madre, alteraciones en el basamento, etc… que provoca alteraciones en la litología y composición mineralógica dando como resultado una columna estratigráfica compleja. depósitos más finos de los que les correspondería por leja- La zona de estudio atraviesa los tres grandes conjuntos diferenciados: los materiales miocenos presentan facies detríticas de borde entre Serranillos del Valle y Torrejón de Velasco, pasando lateralmente hacia el Este a facies arcilloso-calcáreas que cambian a facies arcilloso-yesíferas a partir de la localidad de Valdemoro. A continuación se describe, desde el punto de vista geológico, cada una de ellas: La facies detrítica representa una sedimentación de origen mecánico, se emplazarían en la zona de los trabajos, compuesta por lo que localmente se conoce como arenas (<25% de finos), arenas arcillosas (25-40%), arcillas arenosas (4060%) y arcillas (>60%). Estos materiales se generan a partir de la erosión de los relieves graníticos y metamórficos del Guadarrama y su distribución espacial forma una orla detrítica al Sur del Sistema Central sin solución de continuidad. La distribución de estos materiales se asemeja a la que tendría lugar durante la sedimentación de un abanico aluvial en una cuenca de sedimentación continental: de tamaños que disminuye hacia el borde sobre los que se emplazan depósitos de canal con granulometrías siempre más gruesas que las que les correspondería por distancia al área madre. La situación de estos canales cambia en el tiempo por lo que ahora localizamos, en la serie sedimentaria, lentejones más gruesos a diferentes alturas con miIgualmente debemos considerar a los materiales más finos como depósitos de aguas de inundación cuya velocidad es mucho menor y, por tanto, transportan menos y sedimentan arcillas, limos y/o arenas finas. Si además se tiene en cuenta la existencia de zonas deprimidas del terreno, donde el agua es capaz de acumularse con facilidad, podremos explicar la existencia de niveles o lentejones de nía al área madre. De la propia naturaleza petrogenética de estos materiales se desprende la imposibilidad de establecer conjuntos litoestratigráficos dentro de la formación arcósica. Los niveles no ofrecen continuidad al representar estructuras lentejonares de un medio de sedimentación enérgico configurado a partir de arroyadas y mantos difusos por lo que cualquier intento de correlación, tanto en planta como en profundidad, presentará inevitablemente un alto grado de incertidumbre. La facies intermedia, que se emplazarían en un entorno muy próximo a la zona donde se han realizado los trabajos, englobaría a la denominada transición entre las unidades detríticas y las químicas. Se sitúa en la zona terminal de los abanicos aluviales colindantes con la facies detrítica. Estos materiales de origen mixto afloran en una banda orientada NE-SO entre las formaciones arcósicas de borde y las formaciones químicas centrales. Genéticamente representan los depósitos formados en el cambio de modalidad de sedimentación de materiales transportados mecánicamente a materiales formados por precipitación. Un primer nivel constituido por arenas y arcillas micáceas gris-verdosas con ocasionales niveles de arcillas carbonatadas y arcillas verdes. Los niveles superiores constituidos por un conjunto de arcillas fuertemente litificadas por sobreconsolidación o cementaciones carbonatadas, de colores fundamentalmente gris verdoso-azulado con episodios marrones de alteración. De forma generalizada es frecuente la presencia de intercalaciones muy carbonatadas, de color blanquecino, 153 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO que reciben el nombre de cayuelas, junto a arcillas sepiolíticas y niveles o segregaciones nodulares de sílex. También destaca la existencia de arcillas sepiolíticas y sepiolitas en forma de estratos aislados cuyo espesor no suele superar el metro. Emplazados en zonas al Este del lugar de trabajo a varios kms bajo la denominación de facies central se engloban los materiales depositados en el centro de la cuenca y donde predomina la sedimentación química. Consiste en una alternancia de arcillas de tonos grises o verdosos y yesos, bien en forma de bancos de espesor variable, desde centimétricos hasta 2-3 metros, bien en forma de nódulos de tamaño variable (2-3 cm hasta 0,5 m) de aspecto alabastrino y color blanco. Las arcillas intercaladas entre los yesos muestran comúnmente laminación paralela milimétrica, en algunos casos definidos por niveles finos de magnesita microcristalina, y tonalidad verde en afloramiento. Las formaciones terciarias están parcialmente recubiertas por depósitos cuaternarios naturales y rellenos antrópicos recientes. Los rellenos antrópicos se encuentran dispersos a lo largo de la zona estudiada, principalmente ubicados en torno a los núcleos urbanos, alcanzando en algunos lugares espesores considerables. Los sedimentos cuaternarios más desarrollados corresponden a los suelos aluviales de terraza baja depositados a lo largo del río Jarama. Aparecen compuestos por gravas y arenas exceptuando la capa continua de limos arenoarcillosos que cubre, con espesor entre los 1-3 metros, los depósitos de grava subyacente. También se estiman espesores de suelos aluviales superiores a los 4 metros en los numerosos arroyos próximos, destacando el Arroyo del Guatén se reconocen depósitos formados esencialmente por materiales cohesivos a base de arcillas y limos, con posición del nivel freático cercano a la superficie, y espesores máximos investigados de 10 a 15 m. Los suelos eluviales y coluviales presentan, en general, poca entidad aunque puntualmente pueden llegar a superar los 5 metros de espesor, tal y como se reconocen en zonas próximas a la actual autovía A-4. Se trata de materiales que, en función de su procedencia, aparecen formados por arenas y arcillas (Facies Madrid), básicamente arcillas (Facies Intermedia) y arcillas ó limos yesíferos los procedentes de la Facies Central. Geomorfológicamente, la zona afectada por la actuación se sitúa en lo zona Sur de la Comunidad de Madrid. Esta zona está dentro de la Depresión Prados-Guatén, que conecta morfológicamente el valle inferior del río Manza- 154 nares con el Tajo siguiendo una dirección subparalela a la de los ríos Jarama y Guadarrama (NE-SW). El origen de esta depresión ha generado cierta controversia; el primero en explicar su origen fue Riba (1957) quien propuso la idea de un antiguo valle abandonado cuaternario del río Manzanares. Luego, Pérez Mateos y Vaudour (1972) y Vaudour (1977) lo asimilan a un antiguo valle plioceno, posteriormente exhumado durante el cuaternario, relacionándolo implícitamente también con un antiguo curso fluvial, predecesor al Manzanares. En las cartograf ías geológicas de Aranjuez (Carro y Capote 1969) y Getafe (Vegas et alii, 1975) explican su origen por erosión diferencial a lo largo del cambio lateral de facies entre los materiales arcósicos marginales y los yesíferos centrales del relleno del Neógeno de la Cuenca de Madrid. Estos autores consideran dicho corredor geomorfológico como una Depresión de cambio lateral de facies enteramente labrada por los arroyos Prados y Guatén durante el Cuaternario. Posteriormente Silva (1988) y Silva et alii (1988a) confirman la edad cuaternaria (Pleistoceno inferior) de estos depósitos mediante el hallazgo de restos de vertebrados (Mammutus meridionalis NESTI y Equus sp.). Así mismo, en función de datos sedimentológicos, geomorfológicos y paleontológicos, estos autores apoyan la idea propuesta por Riba (1957) indicando que los depósitos arcósicos fluviales fueron generados por el río Manzanares, el cual durante el Pleistoceno inferior recorría la Depresión desembocando directamente en el río Tajo (Silva et alii, 1988a; 1988b). Actualmente esta Depresión se encuentra recorrida por dos arroyos, el Prados y el Guatén, que con sentidos opuestos drenan hacia los ríos Manzanares y Tajo respectivamente, conectando morfológicamente ambos valles fluviales. El aspecto morfológico general de la Depresión Prados-Guatén es el de un valle asimétrico, con una vertiente occidental escalonada hasta en tres niveles de glacis que la articulan con la Superficie de Griñón-Las Rozas, mientras su vertiente oriental se encuentra dominada por escarpes en los materiales calcáreos y yesíferos miocenos. Al pie de dichos relieves se desarrollan dos sistemas de piedemonte solapados en offlap, de menor desarrollo longitudinal, cuyas superficies de morfología “tipo glacis” se nivelan en su zona distal con el más reciente de la otra vertiente (+15m). En la zona axial de la Depresión y encajándose en este nivel, se han distinguido dos niveles de terraza a +9m y +2m sobre el thalweg actual del arrollo Guatén (Silva et alii, 1988a), el cual se encuentra a unos 80-85 metros por encima de los del Guadarrama y Jarama en el sector central de la Depresión (Esquivias-Yeles). Este LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO valor altimétrico concuerda con las alturas relativas de los niveles fluviales más antiguos (+80m) del margen occidental del valle del Jarama en el mismo sector (Silva, Goy, Zazo et alii, 1988), sugiriendo la coincidencia de la cota no es aleatoria, sino que responde a una herencia morfológica de especial trascendencia paleogeográfica. Se pueden diferenciar tres niveles de terraza que muestran importantes contrastes litológicos y estructurales, en respuesta a la compleja evolución fluvial de la zona. Los niveles de terraza más recientes (+9m y +2m) poseen un carácter fundamentalmente areno-arcilloso, compuesto por arenas arcósicas muy impuras con numerosos cantos subangulares de caliza, sílex, e incluso yesos y algún canto retrabajado de cuarzo. Ambos niveles se encuentran relacionados con la evolución más reciente del arroyo Guatén (Silva et alii, 1988a). Por el contrario, los depósitos asociados al nivel de +15-40m están compuestos por arenas arcósicas con cantos rodados de cuarzo, calizas y sílex y niveles de arcillas verdes (Greda), alcanzando potencias superiores a los 17m. Éstos representan un nivel de terraza complejo, compuesto por al menos cinco episodios fluviales superpuestos y/o solapados y cuyas características sedimentológicas, litológicas y mineralógicas son muy similares a las de los depósitos del río Manzanares (Pérez Mateos y Vaudour 1972; Silva et alii, 1988a; Silva et alii, 1989; Palomares y Silva 1991). Los restos de Mammutus meridionalis y Equus sp. asociados a estos depósitos, indican una edad de Pleistoceno medio-superior para los mismos (Silva et alii, 1988a). Este hecho unido a la ausencia de depósitos fluviales de esta edad en el valle inferior del Manzanares, donde los más antiguos corresponden al Pleistoceno medio (Vegas et alii, 1975; Goy et alii, 1989), sugiere que este último tramo del Manzanares es de instalación más reciente y que anteriormente este río discurría por la Depresión Prados-Guatén desembocando directamente en el valle del Tajo a la altura de Añover (Silva et alii, 1988a; 1988b). Esta anomalía se ha explicado mediante un fenómeno de captura fluvial inducido tectónicamente (Silva et alii, 1988a) durante el cual el antiguo sistema Manzanares-Guatén que se dirigía directamente al Tajo, fue capturado por un antiguo tributario E-W del Jarama dando lugar al actual codo de captura que delinea el valle inferior del Manzanares aguas arriba de su actual desembocadura en el Jarama. El proceso de captura estuvo condicionado por la generación de los escarpes yesíferos que actualmente enmarcan a los valles del Manzanares, Jarama y Tajo en la zona centro-meridional de la Cuenca de Madrid. Su probable origen tectónico y el carácter abrupto de su génesis, quedan atestiguados por numerosos rasgos morfológicos tales como desarrollo de facetas triangulares y valles colgados, así como por numerosas deformaciones en los depósitos fluviales tanto anteriores como posteriores a su génesis (Silva 1988). Así, la mayoría de las evidencias paleosísmicas registradas en la zona indican que la actividad tectónica fue más intensa durante el tránsito Pleistoceno inferior-medio y Pleistoceno medio-superior (Giner et alii, 1996; Silva et alii, 1997). Más recientemente, en depósitos arcósicos similares a los del nivel de +15-40m de la Depresión, localizados en el nivel de terraza del Tajo a +28-30m frente a la antigua desembocadura del Sistema Manzanares-Guatén en Añover de Tajo se han encontrado restos de Elephas antiquus y abundante industria lítica acheliense (Rus et alii, 1993). Dado que en los niveles más antiguos situados en el sector del Tajo, por encima del indicado, los niveles arcósicos no se encuentran muy desarrollados, estos nuevos datos parecen sugerir que los episodios más importantes de erosión y vaciado de la Depresión Prados-Guatén comenzaron ya bien entrado el Pleistoceno medio (Rus et alii, 1993). Este proceso de vaciado tuvo que estar relacionado con el anómalo episodio de encajamiento (descenso del nivel de base), que en los valles del Jarama y Tajo, estuvo ligado al desarrollo de los mencionados escarpes yesíferos. La zona afectada por los trabajos esta muy próxima a esta Depresión, más acusadamente en el área entre los municipios de Torrejón de Velasco y Valdemoro, además en esta zona también está muy próxima el cerro testigo de Batallones el cual presenta antecedentes de gran importancia paleontológica. Los elementos más singulares desde un punto de vista geomorfológico han sido los descritos ya que la zona presenta materiales miocenos correspondientes a las facies detríticas de borde y detrítico-químicas intermedias del esquema clásico de relleno de una cuenca endorreica. LA CUESTA Aunque dentro del P.G.O.U. 13 se localizan dos yacimientos, uno prehistórico-protohistórico (La Cuesta) y otro romano (Camino de Seseña), sólo haremos referencia al más antiguo. A este respecto hay que señalar que la información que poseemos está incompleta debido a tres motivos. El primero es la extensión del sitio, que supera nuestro ámbito de actuación, ya que por lo que hemos detectado, el yacimiento supera nuestros límites al Norte, 155 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO al Oeste y al Este. El segundo motivo es que al Norte del sector se ha dejado una zona de reserva arqueológica, que coincide en el proyecto constructivo con una zona verde, de la que su única información es lo desbrozado, pero que nos ha permitido constatar la presencia de numerosas subestructuras y algunos muros, aunque debido a la mecánica interna de la intervención se excavaron algunas subestructuras que permitieran concretar algunos aspectos del sitio. El último motivo es que al Suroeste de La Cuesta se ha tenido que dejar una parte sin desbrozar, aunque su extensión no es muy grande, debido a la profundidad que había que alcanzar para llegar al nivel arqueológico, superior al metro ochenta, lo que obligó a dejar esta zona para una próxima intervención. Lo anterior implica que desconocemos que parte de información nos falta para la comprensión del lugar así como que las conclusiones a las que hemos llegado tengan un fuerte componente especulativo. Aun con las limitaciones arriba mencionadas, el yacimiento de La Cuesta ocupa una extensión de 15, 17 has. en el P.G.O.U. 13, de las cuales 4, 01 has. se corresponden con la reserva arqueológica. En total se han localizado en superficie 1813 subestructuras, de las cuales 391 se encuentran en la zona verde. De las situadas fuera de la zona verde hay que señalar que 25 no fueron excavadas ya que se encontraban en la parte Sur del sitio en una vaguada pronunciada, sin que se conozca la razón, junto a otras 27 que no dieron ningún tipo de material arqueológico, por lo que se supuso que las no excavadas darían el mismo resultado. Además, esta vaguada se vio totalmente colmatada tras dos días de intensa lluvia, lo que imposibilitó, a no ser que se volviera a desbrozar con máquina, su excavación. Hay que señalar que el número total de subestructuras excavadas es algo mayor a las 1397 subestructuras que se han mencionado. Esto es consecuencia que algunas de las manchas superficiales que parecían pertenecer a una sola subestructura resultaron ser dos o más subestructuras. Espacialmente, la mayor concentración de subestructuras se da en la parte Norte, apreciándose según se va hacia el Sur, la presencia de vacíos y zonas con pocas subestructuras junto a algunas concentraciones. De estas concentraciones destacan por su importancia, tres. La primera se sitúa en la parte Suroeste y está conformada por más de trescientas subestructuras, siendo la mayoría de ellas hoyos de postes. Las otras dos concentraciones se localizan en la parte Suroriental, a una distancia de 100 metros entre ambas, y están conformadas por un total de, aproximadamente, 120 subestructuras con una cronología del Cogotas, pudiendo algunas de ellas situarse en el Protocogotas y otras en el Cogotas Final. 156 Cronológicamente, todas las subestructuras se pueden situar con seguridad entre el Calcolítico y el Hierro II, con una presencia, en mayor o menor grado, de todos los periodos históricos. También hay un pequeño grupo de piezas cerámicas que podrían pertenecer al Neolítico Final, pero hasta que no se realice el estudio en profundidad es muy arriesgado aseverar esta presencia. Lo que sí se puede indicar es que no todos los periodos tienen la misma representación. Así, tanto el Campaniforme como el Calcolítico se presentan en menor medida que los periodos posteriores, sobre todo el primero, del cual se han excavado menos de diez subestructuras mientras que del segundo hay algo más de treinta. Hay que indicar que la zona del Calcolítico se muestra parcialmente afectada por subestructuras del Bronce Inicial. Esto es común, pues algunos de los materiales que definen el Calcolítico perduran en el tiempo. El Bronce Medio liso esta presente en la parte Norte y en el centro del yacimiento, aunque el posterior estudio en profundidad de las subestructuras de este periodo puede que modifique su número, ya que muchos de los materiales no permiten definir con exactitud el periodo al que pertenecen. Ya se ha señalado la presencia de una fase Protocogotas/Cogotas en la parte Suroriental del sitio y claramente diferenciada, a excepción de alguna subestructura, del resto de la ocupación. El periodo Bronce Final/Hierro I está poco representado y parece situarse en la parte más alta de la zona Norte. Sin duda lo más significativo es la presencia de una cabaña, de la que solamente quedan los hoyos de poste, de estas fechas y similar en su forma a las documentadas en el yacimiento de Las Camas en Villaverde (Madrid). El último periodo documentado es el Hierro II. De forma genérica se localiza en la parte superior del sitio, aunque su presencia se puede constatar de forma esporádica por otras zonas del yacimiento, especialmente hacia el Sureste. Principalmente este periodo está representado por subestructuras de grandes dimensiones, basureros, aunque también hay unas subestructuras, a las que hemos denominado provisionalmente, pozos-silos. Estos últimos consisten en unas subestructuras profundas, de más de 4,5 metros, y un diámetro de la boca entre 2 y 4 metros, que en su desarrollo en profundidad muestran en las paredes, a intervalos regulares, unos acondicionamientos para colocar maderos. Además de lo mencionado, hay que señalar la presencia de un horno y restos de muros. Estos últimos consisten en la última hilada de piedras sin ningún tipo de argamasa entre ellas. LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Aunque no son muy numerosas las subestructuras de este periodo han permitido apreciar al menos dos fases distintas. La más antigua, quizás en torno al IV-III a.C. estaría representada por abundantes cerámicas jaspeadas mientras que la fase posterior, aun por determinar sus fechas pero seguramente próxima al II-I a.C., está representada casi en exclusividad por las cerámicas indígenas y algún fragmento de Terra Sigillata, lo que muestra un aumento de los contactos con el mundo romano. Por lo que respecta a la función de estas subestructuras, hay que indicar que a parte de los hoyos de poste ya mencionados, hay silos de almacenamiento de grano y otras subestructuras que servirían para almacenar otros productos no agrícolas. También son abundantes las cubetas, cuya correcta interpretación es muy dificultosa debido a su gran variedad de usos, desde acondicionamientos para colocar vasijas, pasando por posibles agujeros para postes y hogares hasta simples lugares de donde se ha extraído tierra para construir. Junto a todo lo anterior hay fosas; zonas de extracción de arena posteriormente amortizadas; grandes subestructuras de dif ícil interpretación; fosas de enterramiento; acondicionamiento para hogares y otras subestructuras que aún no se han podido concretar debido a que permiten varias interpretaciones. La presencia de un gran número de hoyos de poste ha permitido localizar unas estructuras de hábitat en dos zonas. En la parte Norte del yacimiento una serie de más de cincuenta hoyos de poste han dado como resultado el contorno, y la parte interior, de una cabaña. En la parte Suroccidental del yacimiento se han localizado más de trescientos hoyos de postes que configuran un espacio, donde se han erigido estructuras de diversa forma y funcionalidad. CABAÑA NORTE A tenor de lo localizado se puede indicar que la planta es rectangular con la cabecera, situada al Norte, de forma circular. La estructura presenta una orientación Noroeste Sureste, lo que la permite tener una entrada al resguardo de los vien- Fig. 2. Fotograf ía aérea de la Cabaña Norte. 157 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 3. Panorámica general de detalle de la Cabaña Norte. tos dominantes de la zona, sobre una pequeña loma con un gran control visual sobre la vega del arroyo de las Arboledas, del que dista 450 metros en su margen izquierda (Fig. 2). Los hoyos de poste se muestran en el perímetro de dos en dos, lo que bien puede significar o bien que el grosor de los maderos hacía necesario poner dos muy cerca o bien que este espacio sufrió una remodelación, con una distancia entre ellos que se sitúa entre el metro y medio y los dos metros (Fig. 3). Estas subestructuras tienen una forma circular con unos diámetros entre 42 y 56 cm y una profundidad comprendida entre los 15 cm y 40 cm, aunque excepcionalmente alguno puede llegar a los 60 cm. Interiormente se muestran en la parte Norte unos hoyos de poste más anchos que los perimetrales, con unos diámetros entre 65 y 76 cm y una profundidad entre 20 y 40 cm que se pudieron usar para sujetar la techumbre a dos aguas, mientras que al Sur una serie de hoyos simples parecen cerrar el recinto dejando un porche delante. En su interior no se han documentado restos de suelos ni ho- 158 gares, lo cual puede bien deberse a las posteriores labores agrícolas que se han realizado en el lugar o bien a que nunca las tuvo, sea como fuere estas ausencias dificultan la interpretación funcional de la estructura. A lo anterior se une, que cómo ocurre en otros lugares con una amplia ocupación temporal, parte de esta estructura se encuentra afectada por subestructuras de cronología posterior, lo que parcialmente dificulta su correcta comprensión (Flores Fernández y Sanabria Marcos 2008). En total, la superficie ocupada por la estructura es de 70 m2, 14 metros de largo por 5 de ancho. Sin tener en cuenta el porche queda una estructura cubierta de 55 m2. Las dimensiones de la planta son menores a otras estructuras documentadas, como en los yacimientos de La Guaya (Ávila) o de Las Camas (Madrid), aunque no cabe duda de que presenta la misma morfología que las localizadas en Madrid (Urbina Martínez et alii, 2007b). La localización de la entrada, en nuestro caso, se encuentra situada al Sur tras haber cruzado un porche y a resguardo de los vientos LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO predominantes en la zona. Cronológicamente también se en las que existe una alta concentración de postes distri- sitúa en el mismo periodo, S. X-VIII a.C., aunque la escasa buidos sin un orden aparente, lo que no nos permitió individualizar alguna otra estructura. presencia de restos arqueológicos en el interior de los hoyos de poste pudiera hacer dudosa esta cronología, hay que señalar que algunos de los materiales se corresponden sin ninguna duda con la Edad del Hierro I. Además, alrededor de esta estructura se han localizado otras subestructuras de esta cronología, lo que delimita un espacio de ocupación claramente diferenciado del resto del yacimiento. Como anteriormente se ha mencionado, la búsqueda de paralelos para la correcta interpretación de este edificio singular nos lleva inmediatamente a pensar en los llamados longhouses o casas largas que pertenecen a distintas culturas a lo largo del tiempo. Creemos que el recinto de La Cuesta está dentro de ésta tradición, por lo que lo interpretamos como un recinto comunal, bien fuera para almacenar o bien para dormir, aunque la ausencia de restos de hogares sugiere que el tipo de actividad que se llevó a cabo en su interior no está directamente relacionada con la habitabilidad sino más bien con actividades colectivas cotidianas. Aunque, algunos autores defienden la posibilidad de que se trate de lugares cultuales, creemos que aceptar esta posibilidad con los pocos datos que actualmente poseemos es muy arriesgada, pues desconocemos absolutamente todo lo referente al mundo espiritual de las gentes de este periodo, siendo más correcto interpretarla como una estructura relacionada con la necesidad de tener espacios comunales para el desarrollo social del grupo, bien sea un almacén de los excedentes agrícolas y/o ganaderos o bien tenga relación con la necesidad de realizar actividades comunales, por ejemplo festividades, en las que participaba parte, o la totalidad, del grupo y en las que era necesario un espacio claramente diferenciado y aislado del resto de las estructuras. ZONA SUROESTE Una de las zonas que más interés deparó de toda el área intervenida del P.G.O.U. 13 se localizó en la zona Suroeste, donde se documentaron un gran número de agujeros de poste pertenecientes a una serie de estructuras que muestran, por el tamaño y distribución de las mismas, claras diferencias en cuanto a su funcionalidad y, consecuentemente, su interpretación. Durante el proceso de excavación se lograron identificar 17 espacios estructurales distintos, cifra que estamos seguros variará cuando se complete el estudio de todas las unidades identificadas, así como el de determinadas zonas Estamos convencidos de que, del estudio en profundidad de estas áreas, podrá diferenciarse algún espacio más no identificado en el transcurso de los trabajos de campo lo que por un lado, nos habla de la complejidad de este tipo de asentamientos en los que sólo se conservan las huellas negativas de las estructuras de hábitat y por otro lado, nos plantea la dif ícil tarea de saber si estas estructuras fueron realizadas mayoritariamente, de forma coetánea o no, pues su interpretación dependerá mucho de esta variable. A pesar de reconocer la dificultad del planteamiento anterior, creemos que las estructuras identificadas en esta zona del yacimiento responden a un mismo momento de ocupación; esto, no impide que alguna estructura sufriera remodelaciones, reparaciones o replanteamientos en su distribución inicial, lo cual podría dar explicación a alguna de esas áreas en las que la densidad de estructuras de poste es mayor. Un dato que valoramos en este sentido, es que las distintas estructuras se encuentran bastante distanciadas las unas de las otras con espacios de separación bastante amplios entre ellas, lo cual sería un argumento en favor de su coetaneidad. Una de las estructuras de mayor tamaño de cuantas se identificaron, es la correspondiente al denominado ámbito 2. De forma alargada, con tendencia elíptica, se define un espacio conformado por una doble línea de postes de los que, creemos, la línea exterior podría cumplir la función de para vientos, además de servir de elemento de sustentación para dar mayor consistencia y refuerzo al armazón central formado por la línea interior de postes. Con la misma orientación que la Cabaña Norte, Noroeste Sureste, la cabecera se localizaría al Norte y la entrada se hallaría al Sur. Esta disposición refleja claramente una doble intencionalidad en su alzado; por un lado, la cabecera orientada hacia el Norte serviría para frenar los predominantes vientos procedentes de esa latitud, y por otro lado, la puerta al Sur permitiría aprovechar durante el mayor tiempo posible la luz del día (Fig. 4a y 4b). Con una doble cabecera absidal, los postes parecen conformarse dos a dos en todo el perímetro de la estructura, creando un espacio en el interior completamente diáfano en el que sólo se levantó un poste central UE. 14730 ligeramente desplazado hacia un lado. La planta de la estructura presenta unas dimensiones totales de algo más de diez metros de longitud, y más de seis metros y medio de ancho. La entrada creemos situarla al Sureste, donde dos grandes 159 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 4a Fotograf ía del ámbito 2. Fig. 4b. Plano del ámbito 2. 160 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO agujeros de poste de 50 cm de diámetro por 51 cm de pro- subterráneas destinadas a esta función en toda esta área fundidad UE. 10520, y de 40 cm de diámetro y 31 cm de de estructuras levantadas sobre postes. Esta propuesta profundidad UE. 10500 respectivamente, dan paso a un es- permitiría interpretar este tipo de estructura como lugar pacio interior perfectamente transitable donde no se cons- de habitación. tataron suelos ni hogares. Estimamos en aproximadamente unos 36 m2 la superficie útil de este espacio interior. Sabemos que todas las actividades relacionadas con el fuego se realizaban en el exterior de las distintas estructu- Por otro lado, valoramos la posibilidad de que el espacio ras. Salvo un sólo caso, los restos de las diez estructuras comprendido entre las dos líneas de postes que configuran de hogares localizadas siempre aparecen en el exterior. La la estructura se hubiera empleado como lugar de almace- mayoría de las veces, los hogares aparecen asociados a una naje; el pasillo resultante con unas dimensiones bastante u otra estructura, son raros los ejemplos en los que se en- regulares de 1,30-1,40 metros de ancho así parece sugerir- cuentran aislados. Todos ellos parecen haberse destinado a lo. De esta manera, no sólo podría servir para almacenar actividades de carácter doméstico, puesto que, en ninguno alimento en los grandes recipientes cerámicos destinados de los casos documentados se recogieron pruebas de tra- a tal fin, sino también, para guardar los distintos utensilios bajos metalúrgicos. agrícolas utilizados en las labores del campo, el forraje de Siempre se repite el mismo patrón constructivo. Se ex- los animales,… incluso, sugiere la posibilidad de espacio cava una fosa de forma ovalada en torno a los 10-20 cm de para estabular ganado. El uso de estos espacios para el al- profundidad y un tamaño medio de 1,5 de largo por un 1 macenamiento, unido al hecho de haberse documentado metro de ancho, en cuya parte central se asienta el hogar; en otras áreas del poblado algunas estructuras formadas tal vez, el hecho de que se encuentren en el interior de una por tres postes dispuestos en forma triangular, que po- estructura excavada en el suelo es simplemente a modo de drían ser interpretados como lugares de almacenamiento protección. Por norma general, presentan una base o placa aéreo, tipo hórreo, explicaría la ausencia de estructuras de barro cocido endurecida por la propia acción del fuego, Fig. 5. Hogar UE. 12480: base de barro cocido endurecido. 161 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 6a. Fotograf ía del hogar UE. 9690 del ámbito 7. Fig. 6b. Plano del hogar UE. 9690 del ámbito 7. 162 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO aunque en ocasiones bajo ésta se extienden auténticas soleras realizadas con fragmentos de cerámica. En algunos casos, se conservaron alrededor de los hogares las piedras que evitarían la propagación del fuego hacia zonas colindantes. (Fig. 5). Existe un sólo caso en el que el hogar UE. 9690 (Fig. 6a y 6b) aparece en el interior de una estructura (localizado en el denominado ámbito 7), siendo ésta la de mayor dimensión de cuantas identificamos en toda esta zona Suroeste del P.G.O.U. De forma igualmente ovalada, su tamaño es superior a cualquiera de los hogares de similares características documentados, ya que alcanza unas dimensiones de 2,35 metros de largo por 1 metro de ancho, estando excavado a 25 cm de profundidad. Se trata de una estructura más compleja que el resto de las documentadas. Una de sus diferencias la encontramos en el material empleado en su construcción. La piedra constituye el elemento esencial, se utiliza predominantemente caliza, materia abundante y muy accesible en las proximidades, aunque también se reaprovechan los restos de varios fragmentos de molino de granito. No tenemos un sólo indicio que nos permita hablar sobre la interpretación de esta estructura como un horno de fundición de metal o de producción cerámica, no se encontraron evidencias de ninguna de ambas prácticas; por el contrario, creemos que su uso estuvo destinado a la preparación y elaboración de alimento. El espacio en el in- caliza trabajada en una de sus caras, que es la que termina de configurar los dos espacios antes mencionados. A partir de las dos piedras que hacen las veces de pared se van conformando las dos áreas de trabajo con otras piedras también de gran tamaño, en algún caso, trabajadas por la cara interna, que se adosan a las paredes de la fosa; todas ellas muestran signos evidentes de su contacto con el fuego. En una de estas dos zonas, aparecieron in situ tres cazuelas carenadas de cerámica completas. La pared conserva los restos de un revoco de arcilla finamente decantada por la rubefacción en algunas zonas. Alrededor de la fosa excavada, se documentaron varios agujeros de poste UE. 13320, 9640, 9680 y 8290 que probablemente se encuentren relacionados con el hogar. No son postes de sustentación de la techumbre, por el contrario creemos que pudieron formar parte de un sistema de cubrición destinado a preservar la estancia principal de cualquier accidente provocado por el fuego, o incluso, pudieran haberse utilizado en alguna actividad relacionada con el fuego, como por ejemplo, ahumar alimento. Mencionado anteriormente, son varios los ejemplos documentados en esta zona de un tipo de estructura de re- terior de la fosa parece presentar dos áreas claramente diferenciadas. Una zona de trabajo en la que se conservaron los restos de una estructura realizada en piedra que podría haber funcionado a modo de parrilla, y otra, más meridional, en la que consideramos se realizaron actividades de mantenimiento del hogar, ya fueran de limpieza retirando la ceniza generada en la combustión, o de acopio de la leña que posteriormente se emplearía para avivar el fuego, en definitiva, un espacio auxiliar directamente relacionado con la actividad principal. La parrilla funcionaría de la siguiente manera: sobre una base irregular de piedras de caliza de pequeño tamaño, quemadas por su exposición al fuego, probablemente debió de existir una capa no conservada de arcilla endurecida, sobre la que directamente se mantendría el fuego. Con piedras también de caliza, pero de un tamaño mayor a las que forman la base, se crearon dos espacios “cámaras” de trabajo casi simétricos (0,35 cm de ancho el de la izquierda y 0,31 cm el de la derecha). Sobre la pared de la fosa, se apoyan dos piedras, una caliza completamente irregular y una de granito reaprovechada perfectamente regularizada; a su vez, transversalmente a éstas, se dispone otra piedra Fig. 7. Cabazo de ramas de madera entretejidas (Taboada, Lugo) (extraído de la obra de Carlos Flores, 1973). 163 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 8. Ámbito 3: agujeros de poste de estructura de almacenamiento aéreo. ducidas dimensiones que se caracteriza por presentar exclusivamente tres postes. Ya planteamos su consideración como estructuras aéreas de almacenamiento o graneros; en este sentido, pudiera encontrar sus mejores paralelos en un tipo de construcción tradicional que todavía hoy se conserva en zonas de Galicia y del occidente de Asturias y que se conocen con el nombre de cabazo o cabaceiro; hórreos entretejidos de ramas o varas de madera con otras vegetales, de planta circular los cabazos, o rectangular, más típico de los cabaceiros, se levantan generalmente sobre cuatro postes de madera o bloques de piedra, pes dereitos, que los aíslan del suelo. Los cabazos se caracterizan por poseer una cámara cilíndrica o de forma troncocónica invertida, con unas dimensiones que pueden variar de 1,30 a 1,50 metros de diámetro, y altura también variable. Las cubiertas están hechas de paja de centeno y tienen forma cónica. El acceso al interior se realiza desde el tejado para dejar la cosecha, y se vacía por una portilla colocada en la parte baja del cuerpo (García Flórez 1993) (Fig. 7). Hasta el momento, tenemos identificadas con claridad seis estructuras que tipológicamente pudieran haber cumplido esta función. No se distribuyen aleatoriamente por 164 el poblado, sino que en la mayoría de los casos se encuentran asociadas a alguna estructura mayor. Es el caso del denominado ámbito 3, UE. 14310, 14320 y 14330 (Fig. 8), el cual se encuentra separado apenas 50 cm del ámbito 7, por lo que resulta coherente considerarlo la despensa de grano del grupo que ocupaba esa vivienda. Sus dimensiones suelen ser siempre bastante regulares: UE. 14310, 42 cm de diámetro y 31 cm de profundidad; UE. 14320, 42 cm de diámetro y 30 cm de profundidad; y UE. 14330, 38 cm de diámetro y 21 cm de profundidad, con una separación entre poste que oscila entre el 1,10 y 1,30 m. Igualmente, creemos que, no sólo podrían haberse empleado de esta manera, su uso en actividades relacionadas con el trabajo de la piel, la elaboración de alimento,, … nos parece perfectamente factible. Un tipo de estructura distinta es la que encontramos en el ámbito 1, un espacio de planta semicircular con un único agujero de poste central UE. 10220 y cinco perimetrales, UE. 10200, 10240, 10250, 10230 y 10210, que conforman un espacio interior de poco más de 6 m2 (Fig. 9a y 9b), en cuyo interior no se conservaron restos de hogares ni suelos de uso. La entrada parece situarse al Noroeste LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 9a. Fotograf ía del ámbito 1. Fig. 9b. Plano del ámbito 1. 165 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO UE. 10210 y 10200, y a pesar de no poseer evidencias en tal sentido, la estructura exterior de forma ovalada que se encuentra de frente a la puerta, pensamos pudiera ser el hogar de esta pequeña unidad por presentar idéntica forma y medidas a otros hogares documentados. Sus reducidas dimensiones, sobre todo si lo comparamos con la estructura que representa el ámbito 2, podría hacernos pensar en cualquier otra interpretación para la misma que no fuera la de habitación; pero sea más o menos acertada la anterior consideración, un espacio superior a los seis metros cuadrados es lo suficientemente amplio para albergar un pequeño grupo familiar en su interior. CONSIDERACIONES FINALES Dado el estado inicial en el que se encuentra el estudio del yacimiento de La Cuesta, juzgamos más oportuno realizar algunas reflexiones generales, a la espera de poder contar con más información de cara a la interpretación global del asentamiento. Son dos las zonas del P.G.O.U. 13 en las que creemos poder asignar ciertas estructuras a momentos cronológicos de finales de la Edad del Bronce e inicios del Hierro I. La más clara evidencia, la encontramos en una estructura de grandes dimensiones, de planta rectangular y cabecera absidal, levantada con postes de madera; se trata de un tipo de construcción cuya aparición en el registro arqueológico peninsular comienza a ser más frecuente de lo que en un principio podría sospecharse. Grandes edificios de estas características eran conocidos desde hace mucho tiempo en algunas zonas de Europa (Kristiansen 2001) (ver, Agustí García et alii, 2007b: 18-21; Blasco Bosqued 2007: 77; Urbina Martínez et alii, 2007b: 167-169), lo extraño era su completa ausencia en el panorama peninsular. Es cierto que en contextos vinculados con los campos de hoyos del mundo de Cogotas I en la Meseta, se conocía el caso del Teso del Cuerno, (La Forfoleda, Salamanca) (Martín Benito y Jiménez González 1988-1989), una cabaña de similares características a las aludidas, pero poco referenciada en la bibliograf ía. En los últimos años asistimos con enorme sorpresa a la aparición de “casas largas” en zonas geográficas tan distintas como las provincias de Ávila y Madrid, en unas fechas que parecen situarse en torno al cambio del primer milenio a.C.. Los casos de La Guaya, (Berrocalejo de Aragona, Ávila) (Misiego Tejada et alii, 2005) y Las Camas, (Villaverde, Madrid) (Agustí García et alii, 2005; 2007a; 2007b; 2007c; Urbina et alii, 2007a; 2007b), supo- 166 nen una ruptura radical con la concepción tradicional de análisis de los grupos asentados en el interior peninsular hacia el primer milenio a.C.. En el área madrileña, este tipo de estructuras han dejado de ser algo excepcional, la excavada en La Cuesta (Torrejón de Velasco, Madrid), representa la tercera de estas características que se localiza. Conocidas las dos del asentamiento de Las Camas, la excavada en Torrejón sería similar en cuanto a tipología a la de mayores dimensiones de aquéllas; compartiría con ella la planta rectangular de los laterales y la forma acabada en ábside de la cabecera; así como también un espacio interpretado como distribuidor o separador de espacios, o porche delantero de acceso al edificio. Por el contrario, la que nos ocupa, posee una doble línea de postes en ambos laterales que la hace más parecida a las documentadas en el poblado avileño de La Guaya (Flores Fernández y Sanabria Marcos 2008). Estamos a la espera de poder confirmar con dataciones radiocarbónicas nuestras primeras valoraciones. Por otro lado, la cerámica recuperada permite inicialmente situar sin demasiados problemas la denominada Cabaña Norte de La Cuesta, en ese momento de transición del Bronce Final al Hierro I (Fig. 10-11). Más dificultades de análisis, aunque los resultados son más espectaculares, ofrece la zona localizada al Suroeste del área intervenida. Las dimensiones de la zona excavada, algo más de 1ha., y los numerosos espacios identificados, permite plantear la hipótesis de encontrarnos ante un auténtico poblado de cabañas construidas con postes de madera, perfectamente articulado y organizado en espacios de mayor o menor tamaño que denotan la diferente funcionalidad de los distintos núcleos que conformaban un hábitat de estas características. Parece que entorno a tres grandes estructuras que a priori interpretamos de habitación, se configuran el resto de espacios. Las distintas estructuras parecen diseñar así un entramado de espacios vacíos transitables, que reflejan una cuidada organización interna del espacio. Todo ello, unido a la variabilidad tipológica de las distintas estructuras localizadas, nos hace pensar en su coetaneidad. En cuanto al momento en el que se realizaron, valoramos la idea de si no una cronología similar a la propuesta para la Cabaña Norte, o tal vez, una fecha un poco más elevada. A estas alturas de estudio, sin dataciones absolutas, son pocos más los datos que manejamos; a este respecto, un dato que sí ofrece algo de claridad, son los escasos restos cerámicos obtenidos, fundamentalmente, éstos proceden del hogar excavado en el interior de ámbito 2 (Fig. LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 10. Cerámicas de Bronce Final/ Hierro I (Dibujos, Miguel Ángel Díaz Moreno). 167 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO Fig. 11. Cerámicas de Bronce Final/Hierro I (Dibujos, Miguel Ángel Díaz Moreno). 168 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO 6b), donde se recuperaron in situ completas tres cazuelas carenadas, dos de perfil y carena alta de unos 20 cm de diámetro, y un pequeño vaso de unos 10 cms, que parecen situarnos en un momento no bien determinado de finales de la Edad del Bronce. Son muchas las interrogantes que aún nos quedan por resolver. En este sentido, es todavía prematuro aventurar interpretaciones de conjunto, mucho más, si tratamos de vincular la Cabaña Norte con el poblado de cabañas de la zona Suroeste. De lo que sí estamos convencidos, es de que estamos ante un excepcional asentamiento que, sin duda alguna, ofrecerá nuevos e interesantes datos para seguir avanzando en el conocimiento de las sociedades que poblaron suelo madrileño en el tránsito del II al I milenio a.C.. NOTAS 1 Informe Geológico de la Unidad de Ejecucicón U.E. 9 de Torrejón de Velasco (Madrid) (2008), realizado por Cristóbal Rubio Millán (Empresa Paleoymas). AGRADECIMIENTOS Quisiéramos expresar nuestro agradecimiento a los organizadores de este Simposio, Martín Almagro Gorbea, Dionisio Urbina Martínez y Jorge Morín de Pablos, por invitarnos a presentar los primeros avances de nuestra intervención. Dionisio Urbina y Catalina Urquijo, siempre generosos, compartieron con nosotros los resultados de sus trabajos. El duro trabajo de campo no hubiera sido posible sin la implicación de muchos compañeros, a todos ellos gracias. Por último, agradecer a Inmaculada Rus, técnico del Servicio de Arqueología de la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, su constante apoyo e interesantes indicaciones, estimulándonos a profundizar sobre muchos de los aspectos mencionados en este artículo. 169 LA CUESTA, TORREJÓN DE VELASCO (MADRID): UN HÁBITAT SINGULAR EN LA I EDAD DEL HIERRO BIBLIOGRAFÍA GARCÍA FLÓREZ, Mª.C. (1993): “”Cabaceiros” de la comarca de La Ulla”, Narria, 63-64: 6-9. AGUSTÍ GARCÍA. E., MORÍN de PABLOS, J., SANABRIA MARCOS, P.J., SÁNCHEZ GARCÍA-ARISTA, M., ESCOLÀ MARTÍNEZ, M., ILLÁN ILLÁN, J.M., GONZÁLEZ CARRASCO, L., LÓPEZ LÓPEZ, G., LÓPEZ RECIO, M., LÓPEZ FRAILE, F.J., SÁNCHEZ HIDALGO, F., YRAVEDRA SAÍNZ de los TERREROS, J. y FERNÁNDEZ CALVO, C. 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EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 15-03-2009 Aceptado: 25-03-2009 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS THE ARCHAEOLOGICAL SETTLEMENT OF “LAS LUNAS”, YUNCLER (TOLEDO): A HUT SETTLEMENT D. Urbina y C. Urquijo d.urbina@yahoo.com y c.urquijoalvarez@yahoo.es PALABRAS CLAVE: Bronce Final, Primera Edad del Hierro, Poblado de cabañas, Gestión arqueológica. KEYS WORDS: Late Bronze, First Iron Age, Hut settlement, Archaeological management. RESUMEN: El yacimiento de Las Lunas ha estado a punto de ser destruido por un equipo arqueológico escasamente formado que no fue capaz de detectar los restos del primer asentamiento en el lugar, y sólo una feliz circunstancia ha hecho que puedan salvarse en parte los restos del poblado. Las Lunas ofrece una nueva visión del Bronce Final y el comienzo de la Edad del Hierro totalmente desconocida hasta ahora, ya que avala la existencia de grandes poblados de hasta 10 Has de extensión con complejas arquitecturas de cabañas de diferentes tamaños. Las Lunas abre asimismo una puerta a la interpretación del complejo mundo simbólico de este periodo, a la par que confirma el gran desarrollo al que habían llegado la agricultura y la ganadería en estos momentos ABSTRACT: The settlement of Las Lunas has been close to being destroyed by an archaeological team scarcely formed that was not capable to detect the evidences of the first settlement, and only a happy circumstance has made possible that part of those archaeological evidences of settlement could be saved. Las Lunas offers a new vision of the Final Bronze and the beginning of the Iron Age completely unknown until now, since it confirms the existence of large populated areas till 10Has of extension with complex architectures of different sizes huts. Las Lunas likewise opens a door to the interpretation of the complex symbolic world of this period, and confirms the great development of the agriculture and the stockbreeding at this moment. EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS D. Urbina y C. Urquijo PRÓLOGO datos; algo que sin duda añade altas dosis de cientifismo a la disciplina (o aunque sólo fuera por el hecho de que A comienzos de abril del presente año (2008) dio comienzo la excavación que dirigimos en Las Lunas, cuyo objetivo (de acuerdo a los resultados obtenido por un equipo de arqueólogos que venía realizando distintas actuaciones en el lugar desde 2003, entre las que se encontraba una excavación de 6 meses en 2007), era el de finalizar la documentación arqueológica de un yacimiento rural romano de “escasa” entidad. La sorpresa llegó el segundo día de excavación al descubrir que parte de las estructuras de barro quemado que se habían dejado en resalte e interpretado como romanas, eran en realidad las capas superiores de hogares construidos con fragmentos de cerámicas a mano pertenecientes al Bronce Final/Hierro I. Naturalmente, este hecho nos llevó a replantearnos por completo la metodología y los objetivos de la excavación y a realizar unas valoraciones muy diferentes del enclave. cuatro ojos ven más que dos); no parte de ningún criterio metodológico, se trata lisa y llanamente de una práctica estrictamente comercial. Como tantas otras cosas, la arqueología se guía hoy por criterios de libre mercado; el arqueólogo ha entrado de lleno en las leyes de la oferta y la demanda, la maximización de los beneficios, la fidelidad a los clientes, las “ofertas económicas competitivas”, etc. Aunque no este el lugar para realizar una profunda reflexión sobre los derroteros por los que deriva hoy la arqueología, habría que encontrar pronto una ocasión para hacerlo, ya que las líneas que siguen son causa y un buen ejemplo de tales caminos. Al tratarse de una actividad eminentemente práctica, la arqueología de campo debería guiarse por la confrontación permanente de los métodos empleados y los resultados obtenidos, algo así como la medicina, por ejemplo; Hace unos años era impensable una situación como esta, sin embargo hoy es relativamente frecuente que más de un director o más de un equipo arqueológico excaven en el mismo yacimiento en un cortísimo período de tiempo. Esta circunstancia que podemos considerar como muy saludable ya que aporta unos baremos de contrastación del trabajo de campo, y por ende la posibilidad de realizar una sin embargo, nada hay más alejado de la realidad y en el crítica constructiva del propio proceso de obtención de y regulares futbolistas, pero se da por sentado que los ar- fondo pocas veces se ralizan, critical approach to fieldwork (Lucas, 2001). Estamos sin duda ante uno de los temas tabú de nuestra disciplina. Existe una especie de “pacto de caballeros” que impide la crítica del trabajo de campo realizado por cualquier otro colega. Todo el mundo sabe que hay buenos y menos buenos cirujanos, como hay buenos EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS queólogos de campo son todos buenos. El asunto es peor aún, ya que el buen arqueólogo sería aquel que y mejor documentara un yacimiento, lo cual en principio va en contra de los intereses del pagador de la intervención arqueológica que es quien realiza la obra civil y al cual el Patrimo- restos bajo los golpes del pico, la piqueta o el palustrín, sino bajo los dientes o la cuchilla de las máquinas mixtas de 1 o 1,5 m o las retros de 2 o 1,2 m. Nos enfrentamos, por tanto, a una disciplina en la que la habilidad de los excavadores de campo se presupone; nio en principio sólo le supone un perjuicio o gravamen, aunque no existan lugares en donde los arqueólogos se mayor en la medida en la que más restos arqueológicos se formen ni sea bien visto criticar (crítica positiva, crítica detecten, de modo que la contradicción se corta como el creativa, se entiende) el trabajo de nadie. No obstante, la nudo de Gordio negando explícitamente la existencia de arqueología de campo exige grandes dosis de destreza y difererencias entre arqueólogos de campo. responsabilidad. Desde los días en que éramos estudiantes La arqueología se ve así privada de un enjuiciamiento nos han repetido hasta la saciedad (y con razón) que un crítico de la base de la que derivan todos sus conocimien- yacimiento sólo puede excavarse una vez, que toda excava- tos: la práctica de campo. Paradójicamente o contradic- ción arqueológica es irreversible, que excavar mal es sinó- ción sobre contradicción, ésta, la práctica de campo, no nimo de destrucción: una excavación mal hecha destruye se enseña en las universidades españolas, y si se hace lo para siempre los restos enterrados, es como “...quemar las es a muy pequeña escala, y desde luego jamás se enseña la páginas del único ejemplar existente de un libro, inmedia- práctica de campo de la arqueología moderna que brega tamente después de su lectura”. (Carandini, 1997:18). constantemente con el desmonte de la cobertura vegetal Decíamos que este excursus no es gratuito, viene a co- de grandes superficies con excavadoras armadas de cazos lación de la triste experiencia sufrida en el yacimiento de de limpieza, sondeos mecánicos, seguimientos de movi- Las Lunas. El desarrollo del proyecto de construcción con- mientos de tierra, etc.; pues no se trata ya de descubrir los cebía la alteración de unas 6 ha de terreno sobre las que el Fig 1. Derecha, Área de actuación dejada en resalte. 176 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 1. Izquierda, destrucción parcial del yacimiento. equipo anterior realizó una prospección integral a fin de evaluar el impacto de la obra civil sobre los restos arqueológicos. De acuerdo a los resultados de esa prospección se propuso la liberación de casi 5 de las 6 Has afectadas por el proyecto constructivo, sujetas tan sólo al seguimiento arqueológico de los movimientos de tierra, dejando el resto de la superficie para excavar manualmente. Una vez rebajados en potencias medias de 3 m los terrenos liberados y realizados los viales del polígono industrial en cuestión, quedó una superficie en resalte sobre la que se realizó la actuación arqueológica. Cuando el equipo que dirigimos llegó al lugar, más de la mitad de esa superficie se hallaba parcialmente excavada, habiendo llegado a niveles estériles en distintos puntos de la misma, documentando tan sólo un asentamiento romano, y existía una propuesta de desmonte mecánico vigilado de la parte restante. (Fig. 1 Izq. y Dcha.) Existen numerosos indicios para considerar que el yacimiento se extendía también por las casi 5 Ha que se permitió destruir con excavadoras, pues los restos arqueológicos aparecían cortados sobre los taludes de la superficie dejada en resalte, además se documentaban asimismo restos arqueológicos romanos y del Bronce Final sobre un testigo dejado en medio de la superficie desmontada sobre el que se elevaba un torreta eléctrica, también se comprueba la existencia de restos arqueológicos similares al otro lado de los viales, en superficies no afectadas por el proyecto constructivo (afortunadamente) y, finalmente, en la fotograf ía aérea quedan reflejadas claramente las marcas que delimitan un yacimiento de unas 12-14 ha que confirman todos los indicios anteriores. Esto significa en la práctica que se han destruido 5 ha de un yacimiento cuya riqueza e interés arqueológico es inmensa. Sin el concurso de un segundo equipo arqueológico (nosotros en este caso), nada de lo que exponemos a continuación existiría, ni los más de 100 hogares excavados, ni el depósito excepcional de bronce del Bronce Final, ni los 2000 hoyos documentados que conforman un conjunto de estructuras casi sin igual en toda la Península, ni las cerámicas pintadas, incisas, a la almagra, decoradas con flor de loto, ni los enterramientos rituales de animales, etc., etc., etc. En definitiva no podríamos seguir escribiendo sobre este lugar. (Fig 2) Aquí han fallado todos los recursos de que disponemos para la protección del patrimonio arqueológico, han fallado los profesionales y han fallado los sistemas de vigilancia y control de la Administración. ¿Es este caso único?, ¿existía alguna duda sobre la calidad del trabajo de campo del equipo que lo realizó? ¡Obviamente no, pues en otro caso no se les habría dado permiso para excavar!, ¿no? ¿Entonces? ... 177 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 2. Vista del conjunto del yacimiento con las áreas destruidas y la zona de actuación sobre fotograf ía aérea de los años 90. SIG Oleícola. 178 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 3. Alrededores del yacimiento con hipótesis sobre las zonas encharcadas sobre fotograf ía aérea de los años 90. SIG Oleícola. 179 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS Cómo dejamos dicho, el yacimiento ha dejado una “huella” en el paisaje que se esparce por lo menos 12 ha de terreno, sin duda este hecho es ya en sí mismo de gran excepcionalidad, pues al presente la idea de la extensión de los yacimientos del Bronce Final/Hierro I en la comarca es la de pequeños asentamientos incluso de carácter estacional (Blasco 2007; Blasco et alii, 1991; López Covacho et alii, 2001; Martín y Vírseda, 2005 y Muñoz y Ortega, 1996), con algunas excepciones como la de Ecce Homo (Almagro y Fernández-Galiano, 1980) en donde la extensión del cerro se acerca a las 5 ha. Además de ello, el yacimiento de Las Lunas se halla muy próximo al menos a otros dos asentamientos de la misma época, como es el caso de San Antón, apenas 1 km al Sureste de Las Lunas, en donde se realizó una intervención aún no publicada, y Cerro Cuquillo a 2 km al oeste, en donde se continúan realizando excavaciones arqueológicas (ver comunicación en este volumen). Pero sin duda son los propios hallazgos de Las Lunas los que poseen un carácter excepcional en sí mismos, no el sentido que pongan de manifiesto una realidad que debió ser única o se trate de un yacimiento especial como tal, sino porque los hallazgos en él realizados son susceptibles de cambiar radicalmente nuestras concepciones sobre este período prehistórico. (Fig 3) El paisaje en los alrededores de los pueblos de Villaluenga y Yuncler de la Sagra, han sufrido unas tremendas alteraciones antrópicas en los últimos años, de modo que para reconstruirlo es necesario utilizar fotograf ías aéreas de hace más de una década. El yacimiento se sitúa sobre unos terrenos alomados. Al sur de Las Lunas debió existir una laguna alimentada por los cauces de los arroyos de Tocenaque y Solana de Valhondo. Debía tratarse de una laguna alargada en sentido este-oeste alimentada más al este por el arroyo de la Fuente de San Pedro. Topónimos como Lagunillas y Prado de Las Lunas hablan de los humedales existentes al mediodía del yacimiento, humedales que se pueden reconstruir parcialmente gracias a la vegetación actual, entre las que destaca como indicador de zonas encharcadas los restos de cañas y carrizos. Siguiendo estas marcas, la laguna se extendería al sur y el este-noreste del yacimiento de Las Lunas. Con estas indicaciones se puede comenzar a entender el lugar privilegiado en el que se emplazó el asentamiento: en un entorno lagunar con abundancia de agua y de recursos de pesca y caza de aves de los que han quedado indicios en el registro arqueológico, así como de abundantes pra- 180 dos para el ganado y a su vez próximo a tierras de cultivo, sin contar con la madera de los árboles que debieron crecer en abundancia en los alrededores. Los terrenos están formados por arenas mezcladas con arcillas marrones y gredas verdosas que afloran en lentejones, constituyendo suelos blandos2 . ENTRAMADO URBANO: CABAÑAS El yacimiento estuvo ocupado durante un largo período de tiempo a juzgar por los 40-50 cm de potencia de los sedimentos acumulados. Diversos materiales hablan asimismo de la larga pervivencia del sitio, como es el caso de las cerámicas, entre las que se encuentran ejemplares característicos del Bronce Final, como las cazuelitas bruñidas o las de frisos incisos sobre la carena, hasta los tipos que podemos considerar más modernos como las pintadas postcocción, especialmente aquellas de motivos en amarillo sobre fondo rojo (Werner Ellering, 1990), los cuencos troncocónicos con apéndice característicos de necrópolis del Primer Hierro (González Simancas, 1933; González Prats, 1983; Penedo et alii, 2001) o el fragmento decorado con flor de loto. Entre los elementos metálicos también puede establecerse una seriación cronológica similar, pues junto al depósito de hachas y las agujas de cabez abultada, característicos de momentos del bronce final, aparecen otros elementos más modernos como la pequeña pulsera del sector C5, con paralelos en necrópolis como la de Arroyo Culebro (Penedo et alii, 2001). (Fig 4 -Fig 5) Sin duda, el aspecto más impresionante del yacimiento es la abundancia y complejidad de las estructuras documentadas. A pesar de que el equipo arqueológico anterior y los propios restos romanos alteraron buena parte de la superficie excavada, impidiéndonos extraer una visión de conjunto de toda el área, los retos de estructuras de habitación documentados, conforman un denso y complejo entramado de huellas de agujeros de postes y pequeñas zanjas, de entre los cuales hemos podido diferenciar al menos una docena de cabañas cuyas superficies oscilan de los 20 a los 80 m2. Se han podido diferenciar dos momentos que se corresponde con dos sistemas constructivos diferentes. Estratigráficamente los más antiguos son cabañas o estructuras de habitación que se definen por pequeñas zanjas de apenas 10 cm de ancho y una profundidad de 5 a 15 cm La tendencia de las plantas es circular u ovalada, de tamaños entre 20 y 40 m2, aunque existe algún ejemplo mayor de cabaña larga absidada. EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 4. Primer estadio constructivo. Planta de cabaña en sector B5. Fig 5. Primer estadio constructivo. Cabaña absidada en sector I9. 181 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Características del otro momento constructivo son las estructuras definidas por agujeros de poste de los que se han hallado casi dos millares. Ha sido posible definir tres de estas cabañas con superficies entre 35 y 50 m2 con disposiciones similares. En estos casos, la cabaña se orienta al este, la entrada está formada por dos agujeros múltiples en cada uno de los cuales quedan las huellas de dos o tres postes redondos, separados por un espacio de 1-1,2 m de ancho. La planta es ovalada, con agujeros de poste de hasta 70 cm de profundidad y diámetros que oscilan de 25 a 40 cm. No es raro encontrar algún agujero doble, con la clara impronta de dos postes redondos juntos. También existe un ejemplo de agujero que en su parte superior tiene un diámetro de 45 cm y en la inferior se estrecha hasta los 20 cm de diámetro. La cabaña del sector B4 además de delimitarse por agujeros de poste triples en los dos hoyos que conforman la entrada y dobles en los laterales centrales, posee sendas pequeñas zanjas en las que se marcan numerosas huellas de agujeros de poste de pequeño tamaño a cortos intervalos al exterior de los bordes laterales de la estructura. Disposiciones similares se hallan en el mundo anglosajón en cabañas donde los agujeros de poste mayores son los que sujetan la estructura y los postes laterales más pequeños Fig 6. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector E8. 182 aparecen incluso a veces embutidos dentro de un pequeño tabique de tierra, sujetando al exterior la techumbre que llega casi hasta el suelo. (Fig 6 -Fig 7- Fig 8) El análisis de las numerosas zanjas y agujeros de poste no ha hecho aún más que comenzar, por ello sólo podemos adelantar que varias de las estructuras están relacionadas formando distintas dependencias de un mismo ámbito, tal vez familiar como la cabaña ovalada y la de sección cuadrangular de la fig 4. Del mismo modo se documentaron además estructuras tanto de postes como de zanjas que no pueden corresponder a cabañas en sentido estricto, como es el caso de la estancia circular en el sector B5 bajo la cabaña de agujeros de poste. Se trata de un círculo de 3,5 m de diámetro que se halla casi adosado a otra zanja que sugiere la forma de uno de los laterales de la cabaña larga absidada del sector I9. Asociaciones del mismo tipo parecen repetirse en los sectores A23 y B2 donde se documenta otra cabaña larga de fondo absidado (orientada como todas a la salida del sol, dato a tener en cuanta para análisis futuros) y en uno de sus laterales, cerca de la entrada otra circular, en este caso de unos 4,5 m de diámetro. (Fig 9) EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 7. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector B4. Fig 8. Segundo estadio constructivo. Cabaña en sector D2. 183 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 9. Estructuras de habitación en el sector N.W. Posible área de actividad metalúrgica. Hay muchísimas más evidencias que no conforman necesariamente cabañas, como agujeros de poste y zanjas de tendencia circular en torno a hogares que parecen delimitar. Especialmente curiosa es la concentración de agujeros en el sector A2, sin que haya podido delimitar una clara estructura de habitación, que sin duda debió haber, ya que en uno de los hoyos (si bien de forma sensiblemente diferente al resto pues es menos profundo y de planta alargada con un extremo más ancho que el otro) apareció el esqueleto de un bebé de pocos meses. (Fig 10) Sea como fuere estos hoyos estaban tapados por una capa de grosor variable de restos de barro quemado y escorias, la mayoría sin restos de fundición aunque entre ellas aparecieron fragmentos de un cono de fundición de bronce3. Ocupa esta superficie desigual con abundantes restos de escorias dos manchas de más de 60 m2, Junto a ellas se hallaron tres hogares en excelente estado de conservación y con idéntica forma: circular de 80 cm de diámetro, y con base recta recrecida en uno de los lados. A pesar de que la superficie de barro endurecido es bastante horizontal no descartamos la idea de que en realidad se trate de hornos metalúrgicos, ya que, como decimos, se hallan junto a un área con abundantes escorias. Por otro 184 lado, el realce recto de uno de sus lados podría servir para apoyar una tobera, mientras que el pellejo que hacía las veces de fuelle quedaría detrás. Se han hallado otros dos hogares similares, uno junto a la entrada de la cabaña en el sector B4 y uno más, este de forma cuadrada de 1x1 m en el sector E8. El primero de ellos se hallaba de nuevo próximo a una zona con abundancia de escorias, mientras que las evidencias de las mismas en el segundo caso son menores, a pesar de que hay algunas. En cualquier caso la técnica de fabricación de estos hogares es diferente a la del resto (y se han documentado cerca de 80 hogares), ya que no poseen base de piedras o cerámica como los demás, sino que presentan una capa de 2 a 4 cm de grosor de tierra quemada y endurecida sobre una superficie de tierra más o menos quemada. En el hogar del sector B4 se conservaba una incisión junto al borde del círculo, a modo de orla o remate. (Fig 11) Como decimos, el resto de los numerosos hogares descubiertos en Las Lunas suelen ser de forma más o menos circular, y presentan una capa superior de arcilla endurecida por el fuego de 2-3 cm de grosor. Como en los hogares anteriormente descritos, pueden existir dos o tres capas de arcilla quemada superpuestas, indicando una larga vida EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS del hogar. Bajo la arcilla se hallan capas horizontales de fragmentos cerámicos en la mayor parte de los casos. Esta capas oscilan en espesor pues las hay desde los 3-5 cm de una sola capa a los 30 cm de hogares que poseen hasta 4 capas de fragmentos cerámicos. Es significativo que aunque la mayoría de estos fragmentos pertenecen a vasijas toscas de almacenamiento y cocina, de vez en cuando aparecen restos de vajilla fina, incluso de las más delicadas pintadas postcocción, no estableciendo diferencias en la amortización de las distintas calidades de vasijas una vez rotas. Será de gran interés relacionar la frecuencia y disposición de los hogares de mayor potencia y el resto, a fin de establecer posibles diferencias funcionales. Hemos constatado numerosos hogares que se dispondrían al aire libre, fuera de las estructuras de habitación cuya función sería la típica de servir para hacer fuego. Por el contrario, los hogares de casi medio metro de potencia creemos que ponen claramente de manifiesto la voluntad de conseguir estructuras que guardasen largo tiempo el calor, se trataría por tanto de verdaderas estufas. Naturalmente que en ellos se podría cocinar tal y como lo hacían nuestros abuelos: “a fuego lento” por decirlo así, bien utilizando un combustible de bajo poder calorífico como la paja, bien usando carbones, el rescoldo de otros fuegos. En uno de ellos perteneciente al sector I9, precisamente de los de mayor potencia con 4 capas de fragmentos cerámicos, quedan las huellas de pequeños círculos incisos en el barro quemado. Estos circulitos aparecen con relativa frecuencia en hogares, como por ejemplo en la Dehesa de Ahín, en el valle del Tajo cerca de Toledo (Rojas et al, 2007:85 fig. 20), y pudieran corresponder a las marcas dejadas por la base de algún utensilio metálico de tipo parrilla o similar. (Fig 12) AGRICULTURA Y GANADERÍA A pesar de que en algunas zonas muy concretas del yacimiento se han detectado superficies parcialmente quemadas se deben al propio quehacer de la vida en el poblado, ya que no hay constancia de niveles de incendio, a no ser en la estancia rectangular del sector I9 que corresponde al nivel más moderno o nivel de abandono del sitio. Es por ello que a pesar de que hemos documentado un buen número de molinos con tan sólo una o dos excepciones, Fig 10. Agujero con enterramiento de recién nacido. 185 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 11. Hogares u hornos metalúrgicos del área N.W. 186 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 12. Varios tipos de hogares. todos estaban ya en desuso. Una de estas excepciones lo constituye el molino del sector I7 correspondiente a uno de los niveles superiores. Como la totalidad de los molinos documentados es de granito y barquiforme y presenta un abultamiento o falta de desgaste en uno de los lados. Junto a él apareció un cuenco troncocónico de base umbilicada con mamelón de perforación horizontal que debía servir bien como medida para la ración de trigo a moler o de harina a recoger. Alrededor del molino se disponían 4 guijarros redondeados que hacían las veces de piedra de moler o mano de molino. Estos guijarros son frecuentes en el yacimiento; algunos de ellos conservaran huellas del lugar en donde apoyaban los dedos. También aparecen con hoz de sílex hallados por doquier, hasta el punto de que estos dientes de hoz son casi las únicas evidencias de sílex encontradas en Las Lunas4. Destaca la acumulación de dientes de hoz hallados en el sector I8 que probablemente pertenezcan a una misma herramienta, algo que parce fuera de toda duda en los restos hallados en un agujero del sector B2. Allí enterrados se hallaron 11 láminas dentadas de las que no cabe ninguna duda conformaban una hoz completa. En el mismo agujero apareció un número aún mayor de lascas de sílex no dentadas que tal vez conformen otra herramienta relacionada con la recolección del grano que en un futuro podamos reconstruir. servir para machacar; en muchas de ellas la marca de los La abundancia de dientes de hoz en el yacimiento evidencia que la tecnología de siega del cereal se basa todavía con exclusividad en la piedra, el sílex en este caso, y no será hasta bien entrada ya la IIª Edad del Hierro cuando sea sustituida por el hierro, como bien notara ya hace años R. Harrison: “...las herramientas de uso cotidiano todavía dedos ha dejado uno pequeños huecos muy visibles. eran de piedra” (1989:45). profusión unas piedras redondeadas de sílex, material que debió haber en abundancia en los alrededores, ya que la mayoría de las piedras de los muros romanos son de este material; se adaptan perfectamente a la mano y debieron La existencia de tantas evidencias de molinos traídos desde lejos, ya que no hay granito en La Sagra toledana, es una prueba indirecta del desarrollo de los cultivos cerealísticos; otra lo constituyen los numerosos dientes de Podríamos considerar también una evidencia indirecta del desarrollo de la agricultura la gran cantidad de hogares documentada, ya que algunos de ellos podrían estar en relación con el tostado o malteado de los granos, si bien es 187 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 13. Molinos barquiformes de granito y guijarros o manos de Molino junto a dientes de hoz, entre ellos el conjunto del sector B2. 188 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 14. Distintos hallazgos de fauna, muchos de ellos depositados intencionadamente en agujeros, junto con algunos moluscos. 189 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 15. Varias pesas y fusayolas halladas en el yacimiento. 190 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 16. Algunos de los vasos cerámicos encontrados en Las Lunas. cierto que no se han hallado restos de esta actividad, aunque como ya dijimos, estos niveles fueron desmantelados por sucesivas reocupaciones del sitio. Quizá se hallen restos de granos calcinados entre los niveles de un pozo descubierto en el talud Este que contenía niveles estratificados con desechos de hogares: carbones y pequeños fragmentos de tierra quemada. (Fig 13) Los restos óseos son abundantísimos en el yacimiento, y por encima de todo destacan los restos depositados, creemos que intencionalmente, en hoyos. Por poner un ejemplo, en el suelo de la estancia rectangular del sector I9 se han documentado siete hoyos (de unos 20-25 de diámetro, con restos de ovicápridos, al parecer). Esta característica se debe sin duda a comidas o sacrificios rituales que una vez analizados tanto el contexto como los propios restos, podrán aportan alguna luz sobre el mundo simbólico del Bronce Final/Hierro I. Entre los distintos animales que se pueden identificar a simple vista hay un alta proporción de individuos muy jóvenes, tanto de vacuno, ovicápridos o equinos. Naturalmente, el estudio arqueozoológico no ha sido realizado todavía por lo que no podemos ofrecer datos más concretos, salvo la absoluta preponderancia de los animales domésticos en el registro óseo, algo normal por otra parte. El aprovechamiento de la lana o el lino se manifestaría en los restos de pesas de telar hallados en los sectores A5, B4, y especialmente I7 e I8, donde aparecieron sendos conjuntos de pesas, en ambos casos de forma ovalada, que debieron pertenecer a dos telares, aunque en el caso de la I8 los restos se hallaban muy rotos y fragmentados. Además de huesos se han hallado algunos ejemplares de moluscos de agua dulce consumidos en el yacimiento. (Fig 14- Fig 15) A CERCA DE LA CERÁMICA Naturalmente, los restos cerámicos son los más abundantes en el yacimiento, aunque el porcentaje de vasijas toscas de paredes gruesas es abrumador. De estas vasijas no contamos con ningún ejemplar completo, aunque será posible reconstruir una o dos de ellas. Los bordes documentados son redondeados salientes o casi rectos con inflexión en el cuello. Destaca el hecho de que los mayores porcentajes de galbos se encuentran escobillados, con incisiones profundas. La mayoría de estas vasijas no presentan efectos del fuego sobre sus paredes por lo que inferimos que debieron pertenecer a recipientes de almacenamiento, acorde con su 191 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS Fig 17. Ejemplos de cerámicas con decoraciones incisas (una excisa). gran tamaño. Dentro de la cabaña absidada del sector I9 se hallaron dos grandes agujeros contiguos, dentro de los cuales quedaban los restos de otras tantas vasijas. Suponemos que los recipientes se hallaban in situ y que los agujeros servirían para la sujeción de la base de las tinajas. fuerte coloración roja o acabado a la almagra. En menor Sobre la estructura rectangular que conforma el último nivel de ocupación del poblado, se documentaron ingentes cantidades de cerámica, entre las que destacan igualmente los grandes recipientes de almacenaje, aunque no faltaban fragmentos de cuencos carenados bruñidos, galbos incisos y con pintura postcocción. Cuando dispongamos del estudio pormenorizado de la cerámica de dicha estructura, podremos establecer porcentajes entre los distintos tipos de vasos sin duda de gran interés ya que se trata de un conjunto cerrado. presos y otros motivos geométricos. No queremos entrar Dentro de la tipología de la vajilla fina destacan los vasos bruñidos, cuyas formas son las de pequeñas cazuelas bitroncocónicas o troncocónicas rematas en largo cuello cilíndrico, ambas características de este momento. Junto a ellas los vasos abiertos troncocónicos con mamelón, y otros tipos menos frecuentes como cazuelas semiesféricas, cuenquitos de tendencia esférica e incluso embudos. También se han documentado algunos ejemplares bruñidos de 192 proporción se han hallado ejemplares incisos (con alguno exciso) con las consabidas series de triángulos y rombos rayados o sin rayar que a veces se combinan o pueden formas frisos sobre las carenas combinados con circulitos imen la descripción detalla de estas decoraciones y el establecimiento de subespecies, algo que se ha venido haciendo hasta la saciedad: (Barroso, 2002; Blasco et alii, 1991; Muños y Ortega, 1996), porque consideramos que se trata de una tendencia justificada hace 20 ó 30 años cuando el conocimiento de los yacimientos de esta época era muy escaso y sólo se tenía la cerámica, con cuyas decoraciones se intentaron establecer seriaciones a través de los consabidos “horizontes culturales”: Pico Buitre, Río Salido, etc. En definitiva este tipo de decoración hereda parte de los motivos ya presentes desde el Campaniforme hasta Cogotas I, motivos que son frecuentes en los ambientes de Campo Urnas motivos que derivan claramente de tradiciones de cestería y tejidos (Cáceres, 1997). Lo verdaderamente importante es que se dan sobre pequeñas cazuelas bitroncocónicas, bicónicas, troncocónicas o cónicas con cue- EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS llo cilíndrico, tipos que tanto reciben acabados bruñidos como incisos o excisos. Estos vasos apenas se diferencian unos de otros los hallados en Las Lunas, Las Camas, Cerro de San Antonio o Guaya, y son el exponente cerámico de las tradiciones del Bronce Final y Primer Hierro (período que, por otro lado, deberíamos considerar como uno, dadas las dificultades para separar uno de otro) sobre el que existe una fuerte discrepancia cronológica provocada por las altas fechas que aportan las muestras de C14 (Barroso, 2002:fig 19). (Fig 16- Fig 17) CONCLUSIONES La experiencia de las actuaciones arqueológicas habidas en el yacimiento de Las Lunas, nos obliga ha hacer una profunda reflexión sobre la práctica de la arqueología en la actualidad, y la eficacia de los mecanismos establecidos para el control y estudio del Patrimonio en general. Ni todos los equipos arqueológicos están capacitados para gestionar la excavación de yacimientos, ni la Administración cuenta con medios técnicos ni humanos cualificados para ejercer un control efectivo sobre las actuaciones arqueológicas que se realizan. Es urgente la necesidad de mejorar estos aspectos para evitar más destrucciones de yacimientos arqueológicos como el habido en Las Lunas, y de reflexionar sobre como la conveniencia de establecer otros modelos de gestión como es el caso de Francia (Demoule, 2002). En el plano de la investigación arqueológica creemos que Las Lunas termina de confirmar unas tendencias que se vienen apuntando en los últimos años con descubrimientos como los vecinos longhouses de Las Camas en Villarverde Bajo (Urbina et alii, 2008) o el yacimiento de Guaya (Misiego et alii, 2005) cerca de Ávila, en el sentido de que este período de la Prehistoria reciente en el centro de la Península es con mucho más rico y variado de lo que siquiera se había imaginado. Señalábamos hace un año (Urbina et alii, 2008) que la falta de costumbre y de aplicación de metodologías adecuadas para la exploración de agujeros de poste en grandes áreas, ha dificultado la documentación de yacimientos como los que comentamos. Pero una vez iniciado el proceso es irreversible, ya que las nuevas técnicas de desbroce mecánico de grandes superficies son una práctica corriente en las actuaciones arqueológicas, al mismo tiempo que la identificación de agujeros de poste va siendo cada vez más frecuente puesto que los conocimientos adquiridos en estos yacimientos se pondrán en práctica en los próximos en excavarse; (no deja de ser significativo a este respecto que debamos mirar al mundo anglosajón y del centro y norte de Europa en vez de a la Península Ibérica, en busca de paralelos para las estructuras de agujeros de poste descubiertas en estos últimos años (Audouze y Buschsenschutz, 1989; Kristiansen, 2001). Nos hallamos frente a un cambio de paradigma en la consideración del Bronce Final/Hierro I en el centro peninsular, impulsado por los nuevos descubrimientos. Yacimientos como Las Lunas o Guaya ponen de manifiesto la existencia de poblados cercanos a las 10 ha de gran complejidad estructural y desarrollo económico, muy alejados de aquel horizonte formado por pequeños poblados de carácter estacional (Barroso, 2002; Blasco, 2007; Blasco et alii, 1991; López Covacho et alii, 2001; Muñoz y Ortega, 1996; Pereira, 1994). Al tiempo, se verifica una enorme diversidad en las arquitecturas del momento, evidenciándose un perfecto desarrollo de la construcción en madera, con ejemplos de cabañas de tamaños medios o grandes longhouses. A ello aludimos con el subtítulo de esta comunicación, denominado “ciudad” a estas grandes aglomeraciones de cabañas con arquitecturas estables, a los que podemos suponer, en base a la secuencia tipológica de los materiales hallados y las secuencias estratigráficas de las ocupaciones, una vida de al menos uno o dos siglos. Estas comunidades explotan eficazmente el entorno y fueron capaces de establecer ciertas redes comerciales de largo alcance, como bien evidencian los objetos de bronce del depósito de Las Lunas. En el tiempo transcurrido desde que se escribieron estas líneas, salió a la luz una estudio del conjunto metálico hallado en el yacimiento así como de algunas fechas de C14 (Urbina y García Vuelta, 2010), al que remitimos al lector para ampliar los datos que aquí se contienen. 193 EL YACIMIENTO DE LAS LUNAS, YUNCLER (TOLEDO): UNA CIUDAD DE CABAÑAS NOTAS 1 Los gastos de la actuación arqueológica cuyos resultados se exponen en estas páginas, han sido sufragados por la empresa Gestión Proinmega S.L. que siempre nos dio los medios para que nuestro trabajo se realizara en la mejores condiciones posibles. 2 Se trata de una primera valoración ya que los estudios de los restos paleobotánicos, zooarqueológicos y del resto de materiales hallados en la excavación apenas se han comenzado a realizar en estos momentos. 3 Los metales hallados en Las Lunas están siendo analizados en el CSIC por D. Ignacio Montero, a quien debemos esta noticia. 4 Las análisis de fitolitos aportarán sin duda interesantes datos paleobotánicos. BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO, M. y FERNÁNDEZ-GALIANO, D. (1980): Excavaciones en el cerro del Ecce- Homo. Alcalá de Henares, Madrid. Madrid. AUDOUZE, F y BUSCHSENSCHUTZ, O. (1989): Villes, villages et campagnes de l’europe celtique. Paris. BARROSO, R. Mª. (2002): El Bronce Final y los comienzos de la Edad del Hierro en el Tajo superior. Alcalá de Henares. BLASCO Mª. C. (2007): “El tránsito del Bronce Final al Hierro Antiguo en la cuenca baja del Manzanares”. Zona arqueológica, Nº. 10, 1, Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania), 64-87. Madrid. BLASCO MªC. et alii (1991): “Excavaciones en el poblado de la I Edad del Hierro del Cerro de San Antonio (Madrid)”. Arqueología, Paleontología y Etnograf ía. 2, Madrid. CÁCERES, Y. (1997): “Cerámicas y tejidos: Sobre el significado de la decoración geométrica del Bronce Final en la Península Ibérica”. 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RESUMEN: El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín (Toledo) está integrado por cinco cabañas de adobe superpuestas. El material asociado a cada una de sus fases de ocupación, implica que puede ser un yacimiento clave para analizar la evolución de la I Edad del Hierro en el valle del Tajo durante los siglos VII y VI a.C. Junto a esta fase cultural, se han documentado elementos de otras fases culturales: Calcolítico Final Campaniforme y otras posteriores II Edad del Hierro, Romana (Alto imperial y Tardo romana) y Visigoda. ABSTRACT: The Iron Age Site Dehesa de Ahín (Toledo, Spain) is composed of five overlapping adobe huts. The material associated with each of the stages of occupation of this site indicates that this could be a key settlement to study the evolution of Iron Age in the Tagus Valley during 6th and 7th centuries B.C. The settlement also presents evidence of other cultural stages such as Final Bell-Beaker Laccolithic, and other later stages: Iron Age II, Roman Age, and Visigoth. LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Juan Manuel Rojas Rodríguez Malo Antonio J. Gómez Laguna INTRODUCCIÓN las Zonas 4, 5 y 6 (Fig. 4). Cada grupo humano que se asentó en el área de Dehesa de Ahín, parece que respon- Los trabajos desarrollados en el yacimiento de Dehesa de Ahín, se realizaron en el marco del Proyecto Global de Intervención sobre Patrimonio Histórico-Arqueológico del proyecto AVE Madrid-Toledo, Tramo Mocejón-Toledo. (P.K. +200,00 a 211+600)2. La intervención se desarrolló durante los meses de junio a septiembre del año 2003. Tras una Fase de Sondeos en la que se efectuaron 21 sondeos de 2 x 3 m entre los P.K. 201+700 a 202+2003, a continuación se realizó la Fase de Excavación . Esta consistió en la excavación de siete Zonas, con un total de 1.468 m2 abiertos (Figuras 1 y 2). El área a intervenir estaba circunscrita a la plataforma del AVE y los límites fijados por la expropiación. Este factor impidió excavar por completo las cabañas de la I Edad del Hierro. Toda la zona, presentaba grandes rellenos superficiales producidos por las labores agrícolas (plantación de pinos), que habían afectado a las estructuras conservadas en el subsuelo5 (Figura 3). El yacimiento detectado era muy complejo, con varias fases de ocupación superpuestas. La fase más antigua es un Calcolítico muy residual pero de cierta importancia localizados en la Zona 1. Las edificaciones de la I y II Edad del Hierro se detectaron en las Zonas 2, 3 y 7; mientras que una extensa ocupación de época romana, con una fase final de cronología visigoda, aparecieron en dió a patrones de asentamiento diferentes: factores económicos (agrícolas, ganaderos, productivos de elementos manufacturados, etc.), estratégicos (control del territorio y de vías de comunicación, etc.), religiosos, de prestigio, o muy probablemente, una combinación de varios factores. El resultado de este proceso de ocupación fue la presencia de estructuras de hábitat dispersas que, si bien, ocupaban puntualmente parte del área del asentamiento anterior, apenas se superponían entre sí. Tan sólo, la gran extensión de los niveles de ceniza adscritos a la I Edad del Hierro, detectados en las Zonas 1, 2, 3 y 4 y las grandes dimensiones que tiene el hábitat romano, provoca la aparición de fases superpuestas de ocupación en las Zonas 2 y 3, entre los niveles del Hierro I, Hierro II y la ocupación romana e hispano-visigoda. El sistema de registro y excavación empleado fue el Método Harris (Harris 1981 y Carandini, 1997), que permite la separación e identificación individualizada de los materiales contenidos en cada una de las UE para después poder reconstruirlos en una matriz cronológica. En cada zona se dio un número de U.E. independiente, Zona 1: 1000 a 1999; Zona 2: 2000 a 2999, Zona 3: 3000 a 3999, etc. Este sistema se combinó en cada zona con la realización de sondeos estratigráficos en el interior de las LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 1. Plano de situación de las zonas de excavación Dehesa de Ahín. Las estructuras de la Edad del Hierro están en las zonas 2 y 3. Fig 2. Vista aérea del yacimiento. 200 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 3. Vista aérea del yacimiento. Fig 4. Plano geomorfológico del Valle del Tajo y situación del yacimiento de Dehesa de Ahín. 201 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 5. Dehesa de Ahín. Fase A1. Cabaña 1. Fig 6. Dehesa de Ahín. Fase A2. Cabañas 1, 2 y estancia 1. 202 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 7. Dehesa de Ahín. Fase A3. Estancia 2, cabaña 3. Fig 8. Dehesa de Ahín. Zona 3. Fase C1, C2 y C3. 203 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) estructuras hasta alcanzar el nivel de la terraza (T2). Todo este proceso permitió determinar las fases de ocupación del yacimiento y, en concreto, detectar y aislar las fases de ocupación de cabañas superpuestas de la I Edad del Hierro en la Zona 2 (Fig. 5 a 7). Una vez finalizada la excavación se procedió a cubrir con geotextil las zonas excavadas antes de iniciarse los trabajos de construcción de la plataforma del AVE, con la finalidad de conseguir la máxima protección de los restos estructurales descubiertos Con este paso se dio por finalizado los trabajos de excavación. El material arqueológico recuperado fue ingente: 46.214 piezas. De las Cabañas de la I Edad del Hierro se recogieron 26.291 piezas6 (Fig 8 a 16). Como ya indicamos en anteriores publicaciones, las características generales de cada fase están bien definidas, pero el estudio y evolución de los tipos en cada una de las fases está aun por realizar. El material, se encuentra depositado en el Museo de Santa Cruz, en Toledo. Fig 9. Materiales fase A1. Cabaña 1. 204 LOCALIZACIÓN Y DESCRIPCIÓN El yacimiento de Dehesa de Ahín está situado dentro del término municipal de Toledo, a unos cinco kilómetros al noreste del casco urbano, aguas arriba del río Tajo, en la finca conocida como La Dehesa de Ahín, junto a las casas del mismo nombre, entre el río y la antigua línea de FFCC Madrid-Toledo. Coordenadas U.T.M. X: 422615; Y: 4417275 (Fig. 17). Está situado sobre la terraza T2 (Terraza Fluvial 2), en la confluencia entre el río Tajo y el arroyo de Valdecaba (Fig. 17). Es una zona accesible, con una cota máxima de 476 m, aunque defendida de forma natural por tres de sus lados, con un desnivel de 15 m sobre el actual cauce. Presenta un amplio control visual y estratégico del entorno, además de quedar muy por encima de los terrenos inundados por las avenidas periódicas del río7. LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Junto a él, el río discurre en la actualidad encajado en grandes meandros por un valle fluvial relativamente ancho, con amplias llanuras de inundación, muy fértiles, formadas por materiales detríticos, arenas y gravas y grandes depósitos de arcillas y limos. La variabilidad del sistema de meandros que presenta el río debido a los procesos de inundación periódicos que tiene, muestra, junto a Dehesa de Ahín, dos meandros estrangulados y abandonados en los siglos XIX y XX. La ausencia de estudios sobre la evolución del río en el I milenio adC impiden precisar cual era el tipo de cauce y la disposición real del río Tajo en el momento del asentamiento de la I Edad del Hiero (Uribelarrea, 2004: 88) (Fig. 17). Fig 9-1. Fase A1. Cabaña 1. La ocupación de la I Edad del Hierro, se concentraba en las Zonas 1, 2, 3 y 4, en un área de más de 3.200 m2 situada en el extremo oriental de la plataforma. En tan sólo 40 cm de potencia, entre las cotas 473,99 y 473,58 m se localizaron varios recintos de tipo cabaña-vivienda superpuestos o reaprovechados8 (Fig. 18, 19 y 20). Bajo ellas, gracias a las áreas de sondeo realizadas bajo el suelo de las cabañas, disponemos de evidencias que indican la existencia también de un hábitat con hogares y algún muro de adobe. Los escasos metros cuadrados analizados de esta fase, impiden que se pueda definir el tipo de vivienda en el que se desarrolla la ocupación (Fig. 21 y 22). Fig 9-4. Fase A1. Cabaña 1. 205 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 10-0: Fase A2. Materiales. 206 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 10-1: Fase A2. Cabaña 1. Fig 10-2: Fase A2. Cabaña 2. 207 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 10-2: Fase A-2. Estancia 1. Fig 10-4: Fase A2. Estancia 1. 208 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 10-5: Fase A2- Cabaña 2. LA OCUPACIÓN DE LA I EDAD DEL HIERRO El yacimiento está situado, como algunos poblados detectados de este período, en una terraza elevada sobre el río Tajo, en la confluencia con cauce menor (Arroyo de Valdecaba) junto a un camino o vía pecuaria antigua importante. En este caso concreto, la conocida como la Vereda Toledana que discurre frente al asentamiento por la margen norte del río y que conecta a través de valles accesorios como los del Jarama o Henares, al zona alcarreña con el área occidental del valle del Tajo (Muñoz, 1991: 115 y López et alii, 1996). En conjunto parece un hábitat abierto sin defensas. El poblado no parece presentar defensas artificiales, ni estar articulado mediante un entramado urbano9, las cabañas aparecen de forma superpuesta en el mismo punto por agregación. El sistema constructivo emplea materiales de escasa solidez, barro o adobe, sin zócalos de mampostería en la base, como se han detectado en Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997). En su interior se ha detectado al menos en las Estancias 1 y 2 un banco corrido con la cara exterior cubierta por un enlucido de color rojizo, mientras que en las Cabañas 2 y 3 (Fases 1 y 2) el espacio aparece divido mediante una tabiquería de postes de pequeño tamaño. Los suelos son de arcilla quemada y los hogares de gran tamaño son placas de arcilla con una base de cerámica (Cabañas 2 y 3) en las fases más antiguas y de simples cantos (Cabaña 1) como material refractario. Se disponen en el centro de las viviendas, e incluso en mismo punto de forma recurrente en diferentes fases constructivas (Cabañas 2 y 3). Los espacios habitacionales, por el material detectado en los niveles de abandono, se especializan en diferentes actividades en cada una de las Fases: almacenamiento, producción artesanal, espacios comunales, etc. Las tres fases de hábitat superpuestas detectadas son tres A, B y C. De cada una de ellas se han definido tres subfases: Fase A1, A2, A3, B1, B2, B3, C1, C2 y C3. Las tres primeras (Fase A) están relacionadas con recintos de tipo cabaña. Ninguna de estas estructuras se ha 209 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 11: Materiales fase A2. Cabaña 2. 210 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 11-3: Fase A2. Cabaña 2. Fig 11-9: Fase a2. Cabaña 2. 211 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 12: Materiales fase A3. Cabaña 3. 212 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 13-0: Fase A3. Materiales 213 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 13-3: Fase A3. Cabaña 3. Fig 13-10: Fase A. Cabaña 3. Fig 13-13: Fase A3. Cabaña 3. 214 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 14: Fase A3. Cabaña 3. 215 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 14-1: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-2: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-3: Fase A3. Cabaña 3. 216 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 14-4: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-9: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-5: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-13: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-7: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-A: Fase A3. Cabaña 3. 217 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 15-0: Fase B. Materiales. 218 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 14-B: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-E: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-C: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-F: Fase A3. Cabaña 3. Fig 14-D: Fase A3. Cabaña 3. 219 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 15-0: Fase B. Materiales. 220 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 15-1: Fase B1. Fig 15-2: Fase B1. Fig 15-3: Fase B2. 221 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 15-4 a 7: Fase B2. Fig 15-8: Fase B3. 222 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 16-0: Fase C. Materiales. 223 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 16-5 y 6: Fase C1. Fig 16-5 y 6: Fase C1. Fig 16-12: Fase C2. 224 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 16-15: Fase C2. Fig 16-18: Fase C3. podido excavar en su totalidad, al estar limitada el área de intervención a la zona definida por el trazado. Parece que finalizan de forma traumática, por los niveles de incendios localizados en los suelos de las Fases A3 y A2. En estos edificios, cada cambio de Fase, parece implicar un cambio de la distribución del espacio y tal vez de la función desarrollada en su interior. La permanencia en el mismo sitio supone la pervivencia y reutilización del mismo espacio de forma continua en un período de tiempo que abarca dos siglos (s. VII y VI adC), o lo que es lo mismo 10 generaciones. Las construcciones de las Fases B y C se asientan sobre los niveles de cenizas que se extienden sobre la T2 entre las Zonas 1 y 4. Sobre ellas se disponen las cabañas de la Fase A. Desde el punto de vista económico, la presencia de silos –almacenaje de productos- más numerosos en la Fase A2, gran cantidad de recipientes de almacenamiento, junto con el repertorio lítico detectado en la Fase B1-B2, parece indicar que el asentamiento tiene una finalidad agrícola. Una de las características de la I Edad del Hierro es la puesta en explotación de nuevas zonas agrícola, con parcelas de mayores dimensiones, mediante nuevas tecnologías agrícolas, cambios en el sistema de roturación, etc. Este aumento de los excedentes provoca un aumento demográfico, de los asentamientos y de las diferencias sociales dentro de los grupos (Blasco et alii, 1991). 225 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fases C, C, C, B, B y B. Inicios de la I Edad del Hierro Es el momento más antiguo detectado de la I Edad del Hierro y del que menos información hemos obtenido. Sólo se ha accedido a él mediante pequeñas áreas de sondeo realizadas en las Zonas 1, 2 y 3. El material se ha localizado asociado a unos niveles formados por una matriz de arcillas/arenas, con un alto contenido de cenizas de color gris, sobre los cantos y arenas de la T2. El material, al tratarse de pequeños áreas de sondeo, no ha podido ser aislado en cada una de las Unidades Estratigráficas. Además, la distancia entre los sondeos, ha impedido correlacionar entre si los niveles detectados. Todos estos factores, limitan la información obtenida, pero no impiden indicar algunas de sus características. Desde el punto de vista estratigráfico, no podemos indicar si se trata de rellenos redepositados o en posición primaria. Su gran extensión, aparecen a lo largo de todo el extremo oriental de la plataforma de Dehesa de Ahín, parecen indicar que podría ser el resultado de algún tipo de actividad económica-artesanal masiva y recurrente efectuada en el poblado. El hábitat de la Fase B parece de menor entidad que en la posterior Fase A3. Sólo se ha localizado un muro de barro bajo la Estancia 1, pero debido a la escasa extensión Fig 17. foto de situación del yacimiento de Dehesa de Ahín (Toledo). 226 excavada, no podemos precisar su funcionalidad. Las estructuras se reducen a hogares construidos mediante placas de arcillas y pavimentos de tierra apisonada. Esta ausencia de grandes estructuras de hábitat, parece estar más determinada por la escasa superficie analizada, aunque podría ser el indicativo de una ocupación temporal o menos desarrollada, relacionada con alguna actividad agrícola, como parecen mostrar los grandes dientes de sílex localizados en la Fase B2. El material que define las Fases B y C se ha situado en un momento anterior a la segunda mitad del siglo VII aC, pudiendo remontarse a principios del siglo VII. En el caso del material de las Fases B1 y B2, aparecen cubiertos por la Fase A3, en superposición directa con ella. La decoración y formas que presenta la cerámica muestran elementos procedentes de la fase inicial de la I Edad del Hierro o incluso de un momento anterior. Se han localizado elementos excisos (Fase B2), aunque escasos y alguna formas que parecen más relacionadas con el Bronce final (Fase C2 y tal vez C3). Fase C (,  y ). Zona . Niveles cenicientos sobre la T La Fase C se ha detectado en la Zona 3 en los cuatro sondeos desarrollados en los Recintos 8, 9 y 11, junto a LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 18. Vista general de la Zona 2. Recintos de la I Edad del Hierro. Fig 19. Vista general final de la cabaña 1. 227 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 20. Vista general final de las cabañas 2 y 3. una ocupación tardía de la II Edad del Hierro (S. III y I adC) y Romana (Alto imperial). No está en contacto con ninguna de las estructuras de las Fases A o B. La cerámica de la I Edad del Hierro se ha localizado, como en la Fase B, en un paquete de cenizas grises de 40 cm de potencia (Niveles IV, V y VI) existente sobre las arenas y cantos de techo de la Terraza fluvial (T2). No se ha podido aislar la cerámica por unidades estratigráficas, lo que implica que el conjunto analizado no se ha podido contextualizar por fases evolutivas como en la Fase A. Fase C. Recintos --Niveles IV y V. La Fase C1 se ha asignado al material procedente del Sondeo desarrollado en los Recintos 8 y 9, mientras que las Fases C2 y 3, detectadas en el Recinto 11, son las únicas en las que se ha podido establecer una superposiciónevolución cultural (Fig. 23). a estas cenizas no se han documentado elementos Respecto al material no se han detectado cerámicas decoradas con frisos metopados incisos y pintados característicos de la Fase A3, aunque algunos de las decoraciones de la Fase C1 podrían ser el origen de ellos. Esta ausencia, junto la posición estratigráfica que tiene, podría indicar que la Fase C es paralela o muy cercana en el tiempo a la Fase B. 228 Recinto  Niveles V y VI Los tres niveles documentados aparecen entre las cotas 473,50 y 473,10. En este paquete se han detectado tres Unidades Estratigráficas denominadas como 3063, 3074/3075 y 3076, aunque no se ha logrado aislar la cerámica procedente de cada una de ellas. Desconocemos el origen y funcionamiento interno de los diferentes niveles de cenizas en el que se ha recogido la cerámica. Asociadas estructurales, aunque sí algunos restos de hábitat, como una placa de hogar desmontada localizada a una cota de 473,22 m (Fig. 24). El conjunto recuperado tiene las siguientes características. • Formas. Se ha detectado una gran profusión de vasos carenados de hombro y cuerpo hemisférico y cuello recto, además de formas bicónicas marcadas y suaves de cuerpo hemisférico o troncocónico (fig. 16-1 a 7). También se han documentado cuencos troncocónicos, carenados de cuello corto, fuentes de cuello corto acampanado corto y alguna de cuello acampanado. Apenas hay pies elevados. LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 21. Dehesa de Ahín. Fase B1 y B2. Fig 22. Ocupación bajo la cabaña 1. Hogar U.E. 2236. 229 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 23. Zona 3. Recinto 11, niveL XI. Fig 24. Vista general del hogar U.E. 2236. 230 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 25. Zona 3. Recintos 8 y 9, nivel VI. 231 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Decoraciones. Aparecen tanto incisas como lisas, sin elementos decorados, creemos más por lo reducido pintadas. Aparecen frisos de líneas simples y dobles, del área sondeada, que por la fase cultural detectada. La Fase corridos y metopados (fig.16-1 a 7). Retículas, triángulos C2 parece situarse a un momento anterior a la fase inicial contrapuestos rellenos de diagonales paralelas, alternando de la I Edad del Hierro. No se han detectado elementos la incisión con áreas reservadas, o pintadas en rojo con decorados asociados a la muestra. • impresión de punto (punzón romo) (fig. 16-1 a 7, 16-5/6 y 16-7). Junto a ellas aparecen Impresiones en el borde. • Formas. Las formas parecen mostrar que existe una evolución de las formas cogotianas. Son cuencos care- La cerámica muestra una mezcla de materiales de finales nados de hombro y cuello recto de perfil cerrado, cazuelas de la etapa inicial de la I Edad del Hierro y el inicio de la plena. Se puede asignar a un momento clásico y evidencia la pervivencia de los cuencos carenados de hombro marcado y cuello desarrollado recto tanto en la fase inicial (creemos carenadas de cuerpo hemisférico y corto cuello (fig. 16-0 que se inician) como la de mediados o plena (que se desarrollan). El tipo de cerámica es similar a la recuperada en Cerro de San Antonio (Blasco et alii, 1991). de la muestra. Entre las líneas de interpretación, podemos y 16-12) y platos/fuentes planas con suspensión-mamelón perforado (tapaderas) (fig. 16-17). Su posición cronológica es muy dudosa, por lo escaso esbozar dos, aunque ambas situadas en el Siglo VII aC inicial. En la primera sería una fase antigua del periodo inicial de la I Edad del Hierro, paralelo a la etapa preclásica, por la Fase C. Recinto . Nivel VI presencia de cuencos carenados de hombro similares a los cogotianos y la presencia de platos/fuentes/escudillas. Otra Se ha detectado entre las cotas 473,20 y 473,10. Como en el caso de los Sondeos desarrollados en los Recintos 8 y 9, no se han detectado estructuras de hábitat. La muestra es reducida y de menor entidad que el conjunto cerámico recuperado en la Fase C1. Todo el conjunto son cerámicas Fig 26. Vista general de la Zona 3. 232 hipótesis, podría indicar que es un momento más avanzado dentro de la fase inicial de la I Edad del Hierro, pero cercano al periodo pleno o central, por tener debajo la C3 en la que sí aparecen motivos de líneas pareadas rellenas de diagonales e impresiones de punzón, que se han asociado al LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) período inicial de la I Edad del Hierro, que parecen reflejar una evolución de los puntos cogotianos, preámbulo de su utilización en momentos clásicos y posteriores. Lo escaso de la muestra, sólo permite determinar la existencia de esta decoración, tal vez posible origen y enlace con epicogotas, pero ya consolidada la fase inicial de la I Edad del Hierro, en un momento muy cercano al Fase C. Zona . Recinto . Nivel VIII siglo VIII adC, posiblemente inmerso en él. Se ha localizado entre las cotas 472,90 y 472,80. Asociado a el se ha detectado los restos de un hogar Fases B y B. Zona  similares a los localizados en la Fase C1 y B1/B2, además de un posible nivel de suelo de arcilla compactada (fig. 21 y Como Fases B1 y B2 se ha identificado el material recuperado en los niveles cenicientos detectados bajo el suelo 23). Como en el caso de la C-2, la muestra es muy reducida y poco representativa. de la Fase A3 en las tres Áreas de Sondeo (1, 2 y 3) realizadas Solo hay documentado dos fragmentos decorados, una decoración incisa y otra impresa de puntos. El fragmento inciso esta formado por Triángulos formados por líneas dobles paralelas que enmarcan líneas paralelas diagonales, parecen dientes de lobo evolucionados, mientras que la impresión son puntos alineados realizados con punzón romo. Es la fase más profunda de la I Edad del Hierro detectada en el yacimiento (fig. 25), por debajo se ha detectado una fase de ocupación campaniforme, sobre la T2. (arenas-cantos) de la T2. Las únicas estructuras de hábitat en la Zona 2. En la tres se ha alcanzado los niveles estériles detectadas asociadas a ambas fases son una cimentación de adobe (UE 2243) bajo la Estancia 2 (Fase B1) y una serie de hogares en el área de Sondeo 1 (Fase B2). El área de Sondeo 2, apenas ofreció material y ninguna estructura a excepción de un solitario agujero de poste. Ambas fases tienen en común que no están relacionadas con las estructuras de la Fase A, y por la morfología/composición de los niveles cenicientos en los que aparece el material, podrían ser la misma fase10. Fig 27. Estructuras de adobe bajo las estancias 1 y 2. 233 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) La Fase B1 esta definida por una estructura de adobe (UE 2243) orientada norte-sur y una anchura de 0,70 m. Aparece a una cota de 473,47 m, tiene una morfología de cuña y se asienta directamente sobre las arenas de la T2. Estratigráficamente, está cortada por suelo UE 2234 de la Fase A3-Estancia 2. Las escasas dimensiones que tiene el sondeo, impiden precisar algo más que la existencia de una ocupación previa a la Fase A3 (Fig. 26). Asociado a esta estructura de adobe, apenas se ha localizado material. Sólo destacan dos galbos decorados, el primero mediante un friso inciso-pintado de líneas dobles rellenas de paralelas enmarcando un reticulado de líneas paralelas diagonales. El segundo está decorado por un friso o metopa de doble línea paralela reservada con relleno de paralelas rectas (fig.15, 15-1 y 15-2). Ambas decoraciones parecen tener los componentes complejos desarrollados en la fase posterior (Fase A3), pero de manera inicial, sin que aparezca aún la cerámica pintada, presentando el dominio de la incisión en frisos compuestos. La Fase B2 se ha identificado con el nivel de hábitat detectado en el Área de Sondeo 1. Está formada por un hogar (UE 2236) localizado al retirar el relleno ceniciento U.E. 2209. Es una estructura formada por una base de arcilla rubefractada, sobre la que aparece una capa de arcilla decantada, cuarteada por el fuego. Tiene unas dimensiones de 1,10 m de diámetro y presenta restos de un posible cortaviento en su lado sureste. Aparece a una cota de 473,43 m, unos 25 cm por debajo del suelo UE 2208 de la Cabaña 1 (Fase A1). Junto a él se han localizado restos de otras tres posibles áreas de combustión de pequeñas dimensiones. Una situada al noreste y separada por una pequeña concentración de piedras y dos al sur. Lo limitado del área de excavación, impiden determinar el tipo de recinto de hábitat a la que se encuentran asociadas, aunque el tipo de estructura de combustión es muy similar a las detectadas en otros yacimientos como el de Cerro de San Antonio (Blasco et alii; 1991:17). El material asociado a estas estructuras es tambén muy escaso. Las formas son inexistentes, pero destaca la decoración de uno de los fragmentos y la industria lítica, cuatro dientes de hoz de gran tamaño (fig. 15-3 a 7). El galbo está decorado por un doble friso inciso/exciso sobre la carena (fig. 15-3). El Friso corrido inferior está inciso en forma de zig-zag en líneas paralelas diagonales que enmarcan una impresión de un punto (punzón romo), mientras que el friso superior zig-zag aparece en triángulos excisos (fig. 15 y 15-3). Una decoración similar se ha localizado en el Cerro del Castillo (Mora, Toledo) 234 (Abarquero, 2005, fig. 46: 2). Es una decoración rara, similar a algunos ejemplos existentes en la I Edad del Hierro de los Valles del Járama y Henares, y muy abundantes en la zona alcarreña en la etapa clásica. Los cuatro dientes de hoz son muy característicos de este período e implican una actividad agrícola (siega de herbáceos). Son espesos, fabricados sobre semi-tabletas o quizás lascas. Presentan el típico lustre o pátina de cereal. Aparecen en numerosos yacimientos de la I Edad del Hierro en la cuenca del Tajo (Blasco et alii, 1991:145; Muñoz, 1999: 99) (fig.15 y 15-4 a 7). La escasa superficie abierta y elementos recuperados, tanto de hábitat como de cerámica-lítica, apenas permiten determinar las características de esta fase. Aparentemente, parece una ocupación de menor importancia que la detectada en la Fase A, tal vez una ocupación temporal, aunque no es posible determinar con exactitud sus características. Son estructuras de hábitat parecidas a las localizadas en el yacimiento de Cerro de San Antonio, en especial los hogares (Blasco et alii 1991:17). El material recuperado asociado a ambas estructuras, se pueden situar en un momento previo al desarrollo del período central clásico del I Edad del Hierro (Fase A), pero con claras relaciones con el mundo anterior (Bronce Final) por la presencia aún de la escisión y motivos incisos compuestos. Desde el punto de vista cronológico el material identificado en la Fase B1 parece, ligeramente, más moderno que la Fase B2, aunque ambas se puedan situar en a mediados del siglo VII a.C o quizá en el segundo cuarto de siglo. Fase B. Zona  Se ha denominado como Fase B3 al material de la I Edad del Hierro localizado en la Zona 1 (Fig. 2 y 17). Como en las Fases B1 y B2, el material recuperado es muy escaso y poco significativo. Se ha documentado en el Nivel II de la excavación, entre las cotas 473,66 y 473,34, en la denominada como UU.EE.12. Esta formada por una matriz de cenizas de color grisáceo y textura poco compacta que contiene, además de la cerámica a mano, algunos ladrillos de adobe en la base. Estratigráficamente, se encuentra situado a techo de las arenas que forman la terraza. Los elementos más destacados son dos fragmentos decorados, pertenecientes a dos recipientes de formas bicónicas suaves o troncocónicas. El primero es fragmento pintado con una línea simple de la que penden un zig-zag que conforman triángulos rellenos de diagonales paralelas (dientes de lobo). El segundo presenta un esquema más LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) complejo formado por un reticulado relleno alterno de líneas diagonales e impresiones de punto (punzón romo) (fig. 15 y 15-8). La escasez de la muestra detectada y analizada, junto con la separación que hay entre los sondeos, impide y su posterior reutilización, aunque el reaprovechamiento de ciertos elementos constructivos en el mismo lugar y en fases diferentes, como los hogares de la Cabañas 2 y 3 y ciertos muros, parecen mostrar que el lapso de tiempo no debió ser excesivo. correlacionar de forma precisa los rellenos (cenizas) detectados entre las dos Zonas 1 y 2. Sólo la cerámica Fase A. Cabaña  y Estancia  parece establecer que la Fase B3 puede ser paralela a las Fases B1 y B2. Los motivos decorativos de temática muy simple (dientes de lobo o reticulados), junto con la presencia de motivos incisos compuestos, parecen situar la UE 12, en un momento anterior al desarrollo de la Fase Clásica (Fase A) en pleno siglo VII a.C. Cabañas de la I Edad del Hierro (Zona ) Fase A Se han identificado superpuestas cuatro estructuras de tipo cabaña, agrupadas en tres fases constructivas diferentes: Cabaña 1-Fase A1, Cabaña 1-Fase A2, Cabaña 2-Fase A2, Estancia 1-Fase A2 Cabaña 3-Fase A3 y Estancia 2-Fase A3 . Los datos que disponemos no permiten determinar el espacio de tiempo existente entre el colapso de las cabañas Es el momento constructivo más antiguo y completo detectado en la intervención, adscrito a la I Edad del Hierro. Su aparición parece mostrar un salto cualitativo respecto a las fases precedentes. Por el material recuperado (vajilla fina-Cabaña 3) y el tipo de recinto (banco corrido elucidoEstancia 2) parecen dos estructuras de cierta importancia. Pudieron estar reservadas sólo a una parte del grupo o, estar destinadas alguna actividad restringida a una minoría. Otro elemento diferenciador respecto a la Fase posterior (A2) es que sólo se ha detectado asociado a este momento en la Cabaña 3 un silo-almacenaje (Fig. 28A y 28B). Los dos recintos incluidos en esta fase son la Cabaña 3 y la Estancia 2, dos cabañas de adobe de planta rectangular con la misma orientación (NE-SW) y planta rectangular (fig. 29 y 30). Fig 28. Superposición de los hogares 57 y 59. 235 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 29 A. Vista de la cabaña 3. Fig. 29 B. Silo de la cabaña 3. 236 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 30. Nivel final del suelo de la estancia 2. Fig 31. Fases localizadas en la estancia 2. 237 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) La Cabaña 3 es de mayores dimensiones y su espacio interior está compartimentado. La Estancia 2 es una estructura que conserva un banco corrido a lo largo de las paredes norte, sur y este, enlucido de color rojo en su cara de cenizas de la Fase B y sirven de base a las estructuras de la Fase A2 (fig. 31 y 32), aunque presentan unas características diferentes a la fase posterior A2. una cierta ordenación regular del espacio del poblado en Además del cambio de planta que es rectangular en esta Fase A3, en esta fase disminuye, aparentemente, la anchura de los muros. El espacio interior de la Cabaña 3 presenta este momento. Se asientan directamente sobre los niveles evidencias de estar compartimentada, por los postes interior. La ordenación que tienen ambas, podría indicar Fig 32 A. Cabañas 2 y 3. Superposición de los muros 2114 y 2114ª. Fig 32 B. Cabañas 2 y 3. 238 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 32 C. Cabañas 2 y 3. detectados y la ya citada estructura de tipo silo (UE 2322Cabaña 3). El cambio más evidente es el conjunto cerámico asociado a esta fase, que, en general, presenta una gran calidad, tanto en los acabados como en la decoración y que ha servido para situar esta fase en el período clásico de la I Edad del Hierro (Siglo VII) (fig. 12 a 14) Se han recuperado casi 5.000 fragmentos sobre el suelo de la Cabaña 3 de una vajilla de cerámica paredes finas y acabados bruñidos de las que se han recuperado Hay decoraciones incisas, pintadas y mixtas, estas últimas integradas dentro de frisos metopados de líneas, triglifos, triángulos, puntos, paralelas oblicuas diagonales rellenando triángulos o ajedrezados romboidales con pintura. Estancia 2. En esta fase es un recinto exento/aislado situado al oeste de la Cabaña 3. La escasa superficie excavada impide precisar la función o funciones que tiene este recinto. Es una estructura de hábitat de planta cuadrangular/rectangular que tiene las mismas dimensiones documentadas y distribución (banco corrido) que en la fase posterior A2. Está construida mediante muros de barro/ adobe y conserva un banco corrido interior en los lados norte, este y oeste, decorado con restos de un enlucido de color rojizo. Este tipo de enlucido ya se ha detectado en otras estructuras de la I Edad del Hierro asociadas al horizonte de Soto de Medinilla (García-Alonso y Arteaga Artigas,1985:128). Tiene unas dimensiones de 5,45 m de anchura por 0,45 m de grosor, con una longitud documentada de 3 m. El alzado conservado se limita a, tan sólo, 0,25 m. En el interior dispone de un banco corrido de 0,60 m de anchura (473,76). El suelo es de arcilla compactada denominado UE 2234 (Fig. 28 y 34). Adosada a ella, aparece una pequeña estructura semicircular de adobe rellena de cenizas (U.E. 2225), si bien, la escasa superficie excavada sólo nos ha permitido constatar su existencia. En esta fase la estancia tiene como suelo la U.E. 2234 (fig. 33 y 34), situado 10 cm por debajo del nivel de uso anterior (UE 2219) y localizado a una cota de 473,63 (fig. 6). Es un suelo de arcilla compacta, similar a los pavimentos detectados en todos los recintos, y muy parecido por su 239 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) textura compacta al localizado en la Cabaña 3 (fig. 38). El material asociado a esta fase es muy escaso. No han aportado formas (bordes, bases o elementos decorados) pero la calidad de los acabados del escaso material atípico es similar al recuperado en la Cabaña 3. Estratigráficamente, está construido sobre un edificio de adobe de la Fase B1 (Muro UE 2243), del que sólo podemos indicar que tiene una orientación divergente respecto a la Estancia 2. Cabaña 3. Del perímetro original de este edificio de posible planta rectangular o cuadrangular, sólo se han documentado/conservado los muros cierre norte (UE 2110) de tan sólo 0,30 m de anchura y oeste (2114a) que sobresale y sirve de cimentación/apoyo al muro 2114 de la Cabaña 2 (fig.33 y 34). Las dimensiones documentadas que tiene esta estructura son de 10 por 6,5 m, aunque todo el lado oriental está destruido por construcciones de la II Edad del Hierro y los surcos de arado. El sistema constructivo de esta Cabaña son muros de adobe o barro sin zócalo de mampostería apoyados directamente sobre los niveles de cenizas de la Fase B. La potencia que conservan es de tan sólo 0,10 m, entre las cotas 473,72 y 473,62. La presencia de arenas de base de la T2 al norte del muro UE 2110, implica que el recinto no se extendía hacia el norte. Fig 33. Superposición de fases en las cabañas 2 y 3. 240 El suelo asociado a esta cabaña es la UE 2313. Tiene una morfología muy horizontal y aparece entre las cotas 473,58 y 473,60. Es una gruesa placa de barro similar al resto de los pavimentos documentados, aunque es de mayor grosor –supera los 10 cm de espesor- como se aprecia en el perfil sur. Asociado a él se han localizado otras estructuras de hábitat, un área de combustión, un silo y una serie de agujeros de poste. Los agujeros de postes son de menores dimensiones que los localizados en las fases posteriores (Fase A1). Estos postes indican la existencia de una compartimentación interior del espacio situado entre la zona de combustión al sur y el muro norte. Sólo se aprecia una línea perpendicular al muro 2214 integrada por cuatro agujeros y otra paralela al mismo muro, de la que solamente se conservan tres. La construcción de un silo de la II Edad del Hierro en la zona impide precisar la planta y la entidad de esta habitación interior. La estructura de tipo silo UE 2322 está situada junto al muro de cierre norte del recinto y dispuesta en el centro del recinto. Es de planta circular, paredes rectas y fondo plano. Tiene un diámetro de 1 m y aparece entre las cotas 473,58 y 472,98 (0,50 m de potencia). En su interior se localizó un gran recipiente de cerámica a mano envuelto en una matriz de cenizas. LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) El hogar de es de planta rectangular, presenta dos momentos de uso, denominados nº inventario 57 y 59. Aparecen a una cota de entre 473,59 el primero y 473,55 el segundo. En ambos casos el material refractario que se utilizan son fragmentos de cerámica a mano gruesa, de recipientes tipo olla destinados al almacenamiento (Fig. 6 y 37). La sección final que presentan es la de una cubeta, un esquema cuidado y elaborado, del periodo central de la 473,61 y 473,58. Junto a cerámicas de almacenamiento, como se aprecia en el perfil sur. Sobre el se construirá en similares a las de la fase posterior, localizadas en especial la Fase A2 el hogar de la Cabaña 2, aunque de menores en el lado este del recinto, destaca la vajilla de cerámicas de dimensiones. mesa fina con un grosor de entre 2 y 4 mm, desgrasantes I Edad del Hierro. Aunque hay concentraciones en otras zonas del suelo, destaca la concentración situada en el rincón noroeste de la cabaña en la que se han recuperado en apenas cuatro metros cuadrados 4.615 fragmentos de cerámica11, entre las cotas El cambio más evidente que presenta esta fase respecto a finos o medios y arcillas muy decantadas. Los acabados las Fases A1 y A2, es el repertorio cerámico (UE 2103-2312) de este grupo están muy cuidados con bruñidos de alta asociado al suelo UE 2313. En comparación con ambas calidad, en las predominan los cuencos carenados, fuentes/ fases más evolucionadas (A1 y A2) y las fases precedentes platos y cazuelitas de las cuales el 4% (189 fragmentos) (B y C), no se han documentado hombros marcados ni aparece decorada por pintura y bandas incisas metopadas, cuellos rectos. Sólo hay evolución de éstos por los cuencos, tan características del Hierro I Antiguo del valle del Tajo cazuelas y fuentes carenadas de cuello cóncavo. Es la única (Blasco et alii, 1991; Blasco et alii, 1988; Muñoz, 1999; Fase en la que se ha detectado la decoración de metopas López et alii; 1996) (Fig. 12, 13 y 14). Presenta las siguientes y frisos clásicos, fundamentalmente incisos y pintados, en características: Fig 34. Concentración de cerámica en la cabaña 3. 241 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 35. Concentración de cerámica en la cabaña 3. • Formas. Se reduce, básicamente, a dos tipos de formas: almacenaje o contenedoras y vajilla de mesa y fina. Las primeras están integradas por recipientes de cortos cuellos de borde exvasado y cuerpos ovoides desarrollados verticalmente (fig. 12.1-2). También aparecen cuencos y cazuelas troncocónicas de corto cuello cóncavo y borde ligeramente exvasados (fig. 12-9-10, 12-12). El segundo grupo está formado por cuencos carenados y fuentes/platos de cortos cuellos cóncavos acampanados o ligeramente exvasados, de carena alta e inferior hemisféricos o casi planos (fig. 13-5, 6, 7, 8), así como algún cuenco de ala (fig. 12-7) Presentes las bases indiferenciadas al interior, de talón y umbos poco pronunciados (fig. 12, 13 y 14) • Decoración. Las formas decoradas son, relativamente, abundantes dentro de una tónica general lisa. En el grupo de formas de almacenajes predominan las impresiones en el labio y digitaciones / ungulaciones en el hombro (Fig. 12-1, 2 y 3), así como algunos ángulos, espigas y flechas impresas, incisos / acanalados de grupos de líneas (Fig. 12-4 y 5). Las impresiones aparecen en el borde y las ungulaciones en el cuello y la carena. 242 El grupo de vajillas finas presenta una decoración incisa, pintadas y mixtas abundantes, integrados además de algunas decoraciones en retícula conformada por oblicuas, o triangular con paralelas y dientes de lobo, por frisos de líneas dobles o simples, normalmente con paralelas oblicuas diagonales (fig. 14). En todas ellas, la profundidad de la incisión es apenas apreciable. Las decoraciones más complejas, son frisos y metopas, de líneas, triglifos, triángulos, puntos, paralelas oblicuas diagonales rellenando triángulos o ajedrezados romboidales con pintura (fig. 14-1 a 6). También aparece el motivo del aspa de la cruz de San Andrés. El color más habitual es el rojo, apareciendo el amarillo de forma esporádica. En algunas piezas, las presencia de tonos anaranjados u ocres, hay que considerarlos, más como una pérdida de pigmento rojo, que como un color aplicado de forma intencional. Las pintadas se disponen tanto al interior como al exterior, únicas o asociada a incisas, como también presencia de almagra (fig. 14-7 a 13). En todos los casos se aplica el color en un momento posterior a la cocción y sólo en dos fragmentos pueden tener un carácter figurativo, siempre en el interior (fig. 14-2 y 14-3) LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) • Elementos de prensión. Aparecen mamelones de perforación horizontal tanto en las cercanías del borde como en la línea de carena, con tendencia a trapezoidales (fig. 13-9 a 12) y fig. 14-4, 6 y 9). Están muy presentes en las fuentes abiertas planas (quizá tapaderas de suspensión) (Fig. 14-1 a 4). • Thymiaterion. Una de las piezas que se ha recuperado dentro del conjunto, es una caja hueca, con aperturas cuadradas o rectangulares, decorada con grupos de líneas incisas/cepilladas, al exterior (fig. 14-14). La vajilla fina integrada por recipientes con superficies tan bien cuidadas, excepcional acabado, motivos decorativos tan elaborados y complejos, muestran una importante vertiente simbólica y un innegable valor de prestigio personal. Su pequeño formato y decoración individualizada ha sido asociado a un uso individual, no colectivo, dentro de algún tipo de ceremonial, al que sólo tienen acceso una parte del grupo (Muñoz, 1999). En el caso concreto del conjunto localizado en la Cabaña 3, no disponemos de datos suficientes, sólo hipótesis, que permitan determinar las causas de su ubicación sobre el suelo de este recinto, estado de fragmentación y origen del nivel de incendio, intencionado o accidental que destruye el edificio y su contenido. Puede ser sólo el lugar de almacenamiento de la vajilla ritual de una familia o grupo determinado en una vivienda, o estar asociado a un espacio simbólico-religioso, hasta ser sólo el área de trabajo de un artesano. Posiblemente la localización nuevas cabañas que tengan un espacio similar podrá aclarar y determinar con mayor precisión estas interrogantes. Esta fase, por el tipo de vivienda-cabaña detectada y la serie de materiales que tiene asociada, hay que situarla en el momento de esplendor del periodo clásico o central de la I Edad del Hierro, situada en los momentos centrales y avanzados del siglo VII que se puede prolongar hasta los inicios del siglo VI a. d. C. Respecto a otros yacimientos, un repertorio similar se ha localizado en asentamientos del entorno de Madrid como Cerro de San Antonio, Camino de las Cárcavas, Puente Largo y San Antón, no se prolongan más allá del S. VII adC. (Blasco et alii, 1991; Blasco et alii, 1988; Muñoz, 1999; López et alii; 1996). Comparados con estos yacimientos Dehesa de Ahín presentan un desarrollo completo de la I Edad del Hierro, con materiales/contextos de hábitat, desde una ocupación clásica (A3) S. VII, hasta el final del periodo con dos Fases superpuestas en el siglo VI adC (A2 y A1). La presencia de estas vajillas finas tan cuidadas y decoradas con bandas metopadas incisas sólo en yacimientos de la I Edad del Hierro en los Valles del Tajo central y río Henares, es interpretada como el símbolo o evidencia de una identidad grupal, a la que se superpondrá en la II Edad del Hierro los Carpetanos (Almagro y Ruiz, cit. por Muñoz,1999:108). Esta fase, finaliza de forma traumática mediante un incendio que arrasa la Cabaña 3. Este nivel de incendio no se ha documentado en la vivienda-Estancia 2, lo que parece indicar un final diferente para ambos recintos. Se ha documentado un potente nivel de cenizas sobre el suelo del edificio. Sobre estas cenizas se construye en la fase posterior la Cabaña 2 (A2), lo que implica que toda la Cabaña 3 fue desmantela y derriba para construir la nueva Cabaña 2-Fase A2. Es muy probable que parte de los materiales constructivos se reutilizasen para la nueva construcción, ya que no se han detectado adobes o derrumbes asociados al incendio. Fase A. Cabaña , Cabaña-Estancia  La Fase 2 parece ser el mayor momento constructivo detectado. Las dos estructuras nuevas, Cabañas 1 y 2, amplían de forma considerable la superficie de hábitat respecto a la fase anterior. Se debió realizar en un período de tiempo muy corto y, probablemente, por el mismo grupo, de la fase anterior A3. Para ello se reaprovecharon las estructuras ya existentes de la Fase A3: Cabaña 3 y Estancia 2, con la finalidad de construir nuevos recintos de hábitat. El punto más conflictivo de esta fase es, si de forma sincrónica se construye la cerca en torno a la Estancia 2. Algunos datos estratigráficos y el material recuperado asociado a los suelos, parece indicar que los tres recintos llegan a funcionar de forma simultánea en algún momento de esta Fase A2. En concreto, por el tipo y disposición similar de la cerámica, no tenemos dudas de la convivencia de forma sincrónica de la Cabaña 2 y la Estancia 1. Tenemos más dudas sobre la convivencia de la Estancia 1 con la cerca construida en torno a ella (Cabaña 1-Fase A2) debido a la discordancia que muestran los dos recintos. Los datos estratigráficos, muestran que llegan a funcionar de forma sincrónica, pero el escaso número de cerámica recuperada en el espacio libre de la Cabaña 1 en esta Fase A2, impide precisar con claridad este aspecto. La Cabaña 2 se construye tras derruir-arrasar la Cabaña 3. Se asienta sobre los muros perimetrales de la anterior, que sirven de cimentación a la Cabaña 2. En la reforma se amplia el edificio hacia el norte y se transforma la planta de la vivienda, que pasa de ser, aparentemente, rectangular a una terminación absidiada-circular. Los muros de la 243 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) nueva cabaña son más anchos que la anterior y superan el 1,00 m de espesor. Esta reforma del edificio, ampliación y subida del nivel de suelo y parece llevar aparejado un cambio de funcionalidad del espacio, tal vez destinado a almacenamiento de algún tipo de producto. En torno a la Estancia 2, además de reutilizarla con un nuevo suelo, se construye una cerca (UE 2209), que será el muro de cierre de la Cabaña 1 en la Fase A1. Esta nueva construcción que hemos denominado como Cabaña 1 parece tener dos espacios bien diferenciados, la Estancia 1 al sur, reformada sobre la Estancia 2 al subir el nivel de suelo y el espacio libre dispuesto al norte. La potencia de los muros es menor que la Cabaña 3, apenas supera los 0,60 m. Este sistema constructivo, tal vez ha y que relacionarlo con un intento de dar una mayor protección de las reservas acumuladas, o al menos un intento de aislar de forma más efectiva del exterior, el interior de determinados recintos. El material en esta fase aparece en grandes concentraciones de cerámica sobre los suelos de las Cabaña 2 y la Estancia 1, y en menor medida, en la Fase A2 de la Cabaña 1. Esto podría deberse a la existencia de áreas de actividades diferentes, en un proceso ya destacado en otros recintos de la misma época (MUÑOZ, 1999: 103). Fig 36. Vista general de la Fase A2. 244 Su presencia masiva en la Estancia 1 y en la Cabaña 2 podría indicar que están destinados al almacenaje de algún producto, que, aparentemente, merece la pena aislar del entorno, mientras que la estructura de adobe y los pequeños silos localizados en el espacio abierto de la Cabaña 1-Fase 2-, podría responder a que se trata de una actividad productiva (fig. 35, 36 y 37). Cabaña  La planta de la Cabaña 1 en la Fase A2 está definida por la construcción de una cerca / muro (UC 2209) alrededor de la Estancia 1. El espacio interior resultante, aparece dividido en dos zonas bien diferenciadas, el extremo sur ocupado por la Estancia 1 y el lado norte ocupado, aparentemente, por un espacio abierto y diáfano . Estancia 1 (Lado sur). Su construcción y origen está en la Estancia 2. Mantiene las mismas dimensiones de la fase anterior (A3) (fig 38). El muro de cierre norte, aparece a una cota de 473,83. El suelo de esta Fase es de arcilla compactada denominado UE 2219. Sobre el que se localizó una acumulación de grandes fragmentos de cerámica. No se han localizado restos óseos de fauna. Toda la estructura LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 37. Cabaña 1. Masa de adobe quemado, U.E. 2213. Fig 38. Agujeros de poste asociados a la estructura U.E. 2213. 245 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) aparece arrasada y regularizada por la construcción nivelada del suelo U.E. 2401 de la Fase A1, entre las cotas 473,82 y 473,89. Respecto a la cerca que lo rodea, está unida por el lado occidental a ella mediante una masa de barro (U.E. 2.220) encajada entre la Estancia y el muro de cierre oeste de la Cabaña 1. La escasa superficie que se ha podido excavar de la Estancia 1, impiden precisar la función o funcionalidades que pudo tener en la Fase A2. Es evidente el cambio respecto a la Fase anterior. De estar reservaba para personas o actos de cierto rango-prestigio, en el final de la Fase A2 por el material recuperado sobre el suelo parece transformarse en una zona de almacenaje. Este aparente proceso de decadencia, parece confirmarlo la diferencia de material, de menor calidad que en la Fase original A3. Espacio abierto (Lado norte). Es el espacio de mayores dimensiones de la Cabaña 1-Fase A2. En su interior se localizó un suelo de barro regularizado (UE 2208), que buzaba ligeramente hacia el sur, entre la cotas 473,71 y 473,62. Asociado a él se localizaron cinco estructuras de Fig 39. Estancia 1. Acumulación de cerámica. 246 tipo “silo”. denominadas U.E. 2228, 2229, 2230, 2231 y 2239, además de una de planta rectangular-alargada U.E. 2223 (2,10 x 0,90 m). Esta última se localizó junto a una estructura de adobe situada en el centro del recinto. Toda la superficie apareció cubierta por un potente nivel de cenizas denominado U.E. 2212, que cubría tanto al muro norte de la Estancia, como a la cara interna del muro construido para cercarla. Esto parece mostrar una convivencia de la cerca y de la estancia dentro de un espacio común. Toda el área presentaba evidencias de una exposición directa al fuego, en especial la zona delimitada por las cenizas. Esta ceniza, además de cubrir las estructuras de tipo silo, envolvía la estructura rectangular de ladrillos de adobes (473,80) (UE 2213), dispuesta, directamente, sobre el suelo 2208 (473,66). Entorno y/o cubierto por los adobes se localizaron 5 agujeros de poste. Las estructuras de tipo “silo” eran de pequeño tamaño, planta circular, paredes rectas y fondo plano, con una profundidad de unos 40 cm, que llega alcanzar el nivel de la T2. Se concentran en el lado oeste del espacio abierto y LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) la única diferencia apreciable entre ellas es el diámetro, que varía entre los 0,40 m de la UE 2229 y los 1,30 m de la UE 2232. El material arqueológico localizado en el interior de los silos, a excepción del aportado por el 2232, es poco significativo y prácticamente inexistente. Los datos parecen indicar que estaban amortizados en el momento de producirse el nivel de cenizas (U.E. 2212), ya que ninguno contenía unas cenizas similares a las documentadas en el nivel de incendio (U.E. 2212). Aparecen colmatados con una matriz arenosa de color marrón y textura compacta, con abundantes cantos de cuarcita y muy poco material arqueológico. La interpretación de esta zona abierta presenta muchas dudas, debido a que los escasos elementos cerámicos asociados al nivel de cenizas son poco significativos. Con los datos recogidos, creemos que se podrían plantear, entre otras, dos líneas de interpretación. En la primera, se puede comprender este espacio en relación con algún tipo de actividad económica por la configuración que presenta. Aparece una estructura rectangular de adobes en el centro del espacio, definida por cinco agujeros de postes, acompañada por estructuras de almacenamiento de tipo silo. Esta disposición de las estructuras parece destinada a la manipulación, almacenamiento y producción artesanal de algún producto que requiera en su elaboración, una combustión reiterada. En la segunda, se podría plantear como un espacio de carácter simbólico, en el que la estructura de adobe quemada (UE 2213) dispuesta en el centro, tendría una función ritual. Tampoco disponemos de muchos datos, sobre la cubierta de esta fase. Sólo podemos indicar la presencia de agujeros de postes en el centro del espacio abierto asociados a la estructura de adobes. De forma hipotética, si consideramos la Fase A2 como el momento constructivo de cercado de la Estancia 1, se puede plantear que en esta fase convivieron dos cubiertas diferentes. La que conservaría la Estancia 1 de la Fase anterior A3 y la nueva asociada al espacio abierto localizado en el extremo norte. En él, por la presencia sobre el suelo de un área de combustión (UE 2213) debía tener una amplia zona a cielo abierto en el centro. Sin poder aportar ningún dato más, sólo podemos comentar que la cubierta debía ser una techumbre de tipo vegetal y que los niveles de ceniza documentados podrían ser la consecuencia del incendio y derrumbe de la misma. Cabaña  Por el grosor de los muros y sus dimensiones es la mayor estructura de hábitat localizada de la I Edad del Hierro. Tiene una planta parecida a la Cabaña 1, pero difiere de ella en cuanto a su orientación, que es similar a la Estancia 1. Aparece situada al este de ambas estructuras y está separada de ellas por un pequeño pasillo de entre 0,60 m y 1,45 m de anchura. Como ocurre con los demás recintos, sólo se ha excavado una parte de la estructura, en concreto, el extremo norte, al estar la zona meridional fuera de los límites del área de intervención marcada por la traza12 (Fig. 39). Tiene una morfología rectangular/ovalada, con el extremo septentrional redondeado y unas dimensiones documentadas de 11,5 m de longitud por 7 m de anchura13. Se construye o reconstruye sobre los muros de la Cabaña 3. Está levantada sobre un muro de barro/adobe continuo (UC 2214) de 1,25 m de anchura, claramente más potente que la cerca perimetral de la Cabaña 1 y el muro de la Cabaña 3. Como en ella, no presenta zócalo de mampostería y en la parte excavada no se ha logrado localizar ningún tipo de vano o puerta de acceso (fig. 5). Después de su colapso, parece producirse el abandono definitivo de la vivienda. La configuración que presenta el espacio interior en la Cabaña 2 es un único ambiente abierto y diáfano. Sólo la presencia de pequeños agujeros de postes sobre el suelo (UE 2101) podría indicar la presencia de tabiquería interna y espacios separados. El suelo está construido mediante placas de arcilla endurecida por calor. Buza, ligeramente, de oeste a este entre las cotas 473,82 a 473,74. Asociado a este suelo se ha localizado en el centro del recinto, junto al perfil sur, la reutilización del hogar de la fase anterior A3. Presenta dos niveles de uso: Números de inventario 33 y 46. Los dos hogares están construidos de forma similar, el material refractario que se utiliza en ambos, son fragmentos de cerámica, de mediano y pequeño tamaño, que en algunos casos parecen del mismo recipiente. Sobre esta base se extiende una placa de arcilla bien decantada. El segundo de ellos (Nº inventario 46) presentaba en la placa de arcilla doce impresiones circulares realizadas cuando el barro estaba todavía fresco14 (fig. 40 y 41). No disponemos de datos que permitan determinar que tipo de cubierta tenía. A modo de hipótesis y basándonos sólo en la ausencia de una alineación de postes en el centro del recinto y la mayor anchura de los muros, podríamos indicar que tuviera una cubierta con una sola vertiente hacia cualquiera de los lados. Respecto a las concentraciones de material que se han localizado en los tres recintos, en especial en la Cabaña 2 y en la Estancia 1 podemos indicar que presenta las siguientes características: 247 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 40. Cabaña 2. Vista general. • Formas. Predominan las formas abiertas, fuentes o platos y cazuelas. Las cazuelas son acampanadas de suave carena o carenadas al exterior (fig. 11- 6 y 7), mientras que los platos, fuentes o escudillas son troncónicas con mamelones trapezoidales perforados y cercanos a la base (tal vez se trate de tapaderas) (fig. 10-1, 11-8, 9 y 10). Los cuellos están medianamente desarrollados con tendencia a ser exvasados, acampanados y ligeramente cóncavos. Las bases son de talón y umbos pronunciados (fig. 10-5 y 11-2). También se dan abundantes ejemplos de cuencos de ala (fig. 10-3). • Decoraciones: Son característicos y exclusivos de la fase A2. Casi desaparecen en la Fase A1 y no aparecen en la Fase A3. Se trata de amplias retículas incisas diagonales limitadas por frisos corridos de impresiones de punzón (pseudo-estampilladas) en paredes no asociadas a carenas (fig. 10-1, 2 y 5; fig. 11-3 y 8). El acabado a cepillo o peinado es, relativamente, abundante. En las de almacenaje aparecen de forma más escasa grupos de líneas Incisas/acanaladas al interior (profundas o superficiales). En el cuello se han detectado ungulaciones. 248 • Elementos de prensión. Los mamelones presentan una perforación horizontal cercana de borde (Fig.11-9). También se ha detectado algún asa (fig.11-4). En esta Fase A2 los materiales de la fase clásica (A3) están en claro retroceso y evolución. Se puede observar por la escasa presencia de la incisión, las nuevas formas de interpretación preludiando las estampilladas y los grupos de líneas dispersos al interior que se generalizan, aunque ya estaban en el período anterior. No aparecen las carenas de hombro ni los cuellos rectos, aunque pueden existir las bitroncocónicas o quizá bicónicas, en relación con el área oriental del Tajo y la Meseta. También están presentes los cuencos de ala característicos de la última fase del Hierro I que se relacionarían con el área manchega. Esta Fase A2 parece mostrar una progresiva simplificaciónempobrecimiento del material desde la Fase A3 hasta llegar a la última fase del poblado (Fase A1). Respecto a la Fase A1 y A3, no se han documentado hombros marcados, solo hay uno en la serie analizada en la Fase A1. Tampoco hay frisos metopados clásicos, aunque la decoración en frisos es atípicamente evolucionada, por LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 41. Placa de arcilla con impresiones, hogar 46. Fig 42. Cabaña 2. Superposición de hogares U.E. 33 y 46. 249 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 43. Cabaña 2. Detalle del conjunto de cerámica. el reticulado más amplio y con impresiones de punzón. Presentan una decoración de forma más escasa y sobre todo, un esquema más descuidado en la realización. En ella se reinterpretan los motivos clásicos con desarrollo de decoraciones específicas del yacimiento, como las retículas diagonales limitadas con las originales impresas pseudoestampilladas de punzón romo (fig. 10 y 11). Aun así, los datos obtenidos parecen indicar que la Fase A2 es la fase más compleja y con un mayor desarrollo de las estructuras de hábitat. Desde el punto de vista constructivo este proceso se observaría en el reaprovechamiento/ reconstrucción de las estructuras de la Fase A3 (Estancia y primera ocupación de la Cabaña 3-Período Clásico). Se produce un cambio de la morfología de los recintos de hábitat, que pasan de ser rectangulares (Cabaña 3) a ovalados (Cabaña 2). Este cambio, por el tipo diferente de materiales que presentan las Fases A2 y A3, podría deberse sólo a un cambio de la funcionalidad de los recintos. La aparente especialización del espacio que muestran los diferentes recintos en esta Fase A2 parece indicar que cada uno de ellos está destinado a albergar actividades diferentes, en una planificación de los procesos productivos 250 dentro del grupo: almacenaje en la Cabaña 2 y almacén (Estancia 1), tal vez producción en el espacio abierto de la Cabaña 1. A este proceso, además parece sumarse una protección de las reservas acumuladas, o al menos un intento de aislar de forma más efectiva del exterior el interior de determinados recintos. En el caso de la Cabaña 1 se cerca una vivienda que en la Fase anterior (A3) estaba exenta y se amplía la anchura y potencia de los muros que superan el 1 m de espesor en el caso de la Cabaña 2. Esta especialización de los espacios y probable acumulación de reservas (silos y recipientes de cerámica) como consecuencia de las mejoras agrícolas y tecnológicas, es una de las características que se han destacado para la I Edad del Hierro (Muñoz, 1999: 97). La cronología de esta Fase A2, por el material recuperado, habría que situarla en un momento final de la I Edad del Hierro, posiblemente en la segunda mitad del siglo VI. Esta Fase A2 finaliza de forma traumática con un nivel de incendio y el posterior colapso simultáneo de la Cabaña 1 y la Estancia 1. Este incendio no se percibe de forma tan clara en la Cabaña 2, debido a que en ella sólo se ha documentado un nivel de cenizas sobre las agrupaciones de cerámicas, LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) pero sin las evidencias de una gran combustión. Sobre las cenizas, esta vez si se ha detectado un potente derrumbe de adobe, que parece indicar el colapso del edificio. Por encima de este derrumbe no se han conservado evidencias que impliquen una reutilización posterior del recinto, como si parece ocurrir en la Cabaña 1. Fase A. Cabaña . La Cabaña 1 es el último recinto de hábitat detectado de la I Edad del Hierro. Esta fase sólo se ha documentado en la Cabaña 1, debido a que los surcos de la plantación de pinos no permiten determinar y correlacionar qué se conservaba en el área de la Cabaña 2. Aparentemente, es la más sencilla de las Cabañas documentadas. Para su construcción se arrasa por completo la Estancia 1 que desaparece y es amortizada por completo en esta fase (fig. 3, 4; 23 y 25) y se reutiliza la cerca construida en la Fase anterior. La desaparición de la Estancia, implica un aumento sustancial del espacio libre de hábitat disponible en la Cabaña 1 respecto a la Fase A2. El resultado es un espacio abierto y diáfano, con una gran cantidad de hogares en el centro del recinto (Fig. 43). La Cabaña 1 está construida mediante un muro de barro continuo (UC 2209) de 0,55 m en el lado este y 0,77 en el lado oeste, sin zócalo de mampostería en la base. No se han localizado puertas o vanos15. Presenta dos lados paralelos unidos por un tramo de muro curvo en el extremo norte. El espacio interior aparece diáfano sin compartimentaciones. Los datos parecen indicar que su construcción se realiza en la Fase anterior A2, para cerrar un espacio en torno a la Estancia 1. Las dimensiones documentadas son de 9,5 m de ancho por 10,30 m de largo con una potencia de 24 cm sobre el nivel de suelo UE 2201 y 2401, de barro quemado y muy endurecido. Un análisis espacial de los restos hallados, parece mostrar que existen dos áreas diferentes de uso, ambas utilizadas de forma intensiva. Una zona a cielo abierto en el centro del recinto y otra, posiblemente, techada mediante un pórtico corrido en los laterales. La zona abierta estaría situada en el centro de la Cabaña 1 en ella se concentran las áreas de suelo quemado y la mayor parte de los hogares dispuestos, alejados de las paredes, que suman una superficie de combustión de más de 5,40 m². Alrededor de esta zona abierta, parece existir una pórtico, identificado por una alineación de postes doble en el lado Fig 44. Cabaña 1. Nivel de suelos y hogares. 251 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) oeste y simple en el este dispuestos de forma paralela al muro perimetral del recinto y situados a unos 2 metros de él. Esta disposición podría indicar que la techumbre, vegetal, tendría una sola vertiente hacia el exterior. El suelo es de arcilla compactada (UE 2201 y 2401) tiene una potencia de entre 2 y 3 cm se localizó bajo un nivel de derrumbe de adobes (UE 2400). En general, se encontraba en mal estado y arrasado por labores agrícolas. Presenta una gran horizontalidad con tan sólo 4 cm de desnivel entre el extremo SE (473,89) y el NW (473,85). En él destaca la presencia de cinco hogares (UE 2203, 2205, 2206, nº inventario 28 y 30) con una tipología similar, pero diferente de los detectados en las Cabañas 2 y 3. En este caso se trata de cubetas rellenas de cantos de cuarcita y arenas sobre las que se dispone una placa de arcilla decantada. Son de planta circular/ovalada, con unas dimensiones que varían desde los 2,20 m² del Nº 28 (Fig. 24) a sólo 0,90 x 0,66 m de la UC 2206, el hogar de menores dimensiones localizado (Fig. 44). Además de los hogares se han localizado superficies quemadas de diferente tamaño, destacando la que se halla alrededor del hogar Nº 28. Respecto a las otras fases, destaca la ausencia de “silos” asociado a este suelo. Es probable que el almacenamiento de los diferentes productos se produjera en este momento en otro tipo de recipientes. Puede ser cerámicos, de los que no hemos localizado un número excesivo o, probablemente, en recipientes no cerámicos (madera, fibras vegetales, etc.Fig 24bis), como se ha planteado para otros asentamientos de la misma época (Muñoz, 1999: 99). La cerámica respecto a las fases precedentes muestra, tanto en el número, como en la calidad, una cierta pobreza. No se ha documentado ningún recipiente completo. En general, todo el material aparece muy fragmentado y disperso, sin las concentraciones que se han observado en los niveles de suelo de las Fases (A2 y A3), tal vez debido a una funcionalidad diferente respecto a las fases precedentes. No se han detectado elementos a torno. La cerámica recuperada sobre el suelo presenta unas características que muestran rasgos contrapuestos, diferenciadores y similares, respecto a las Fases anteriores (A2 y A3) (Fig. 10). La cronología de esta fase habría que situarla en un momento avanzado del VI o principios del V a.C16 . • Formas. Presenta formas abiertas, como platos y fuentes, con algún mamelón perforado cercano a borde; cuencos evolucionados y similares a los cuencos troncocónicos de las fases anteriores de los que queda alguno, al igual que algún cuenco de carena marcada interior y exterior (fig. 9-1 a 4). Puede ser por escasez de la 252 muestra, pero no hay cuencos de ala. Las formas presentan, en general, bordes labiados, algún cuello escasamente desarrollado, generalmente cóncavos, acampanados, que muestran una continuidad desde las fases anteriores plenas (A2 y A3), junto con alguno recto (con tendencia a cóncavo) con carena (hombro marcado) donde, como novedad, el mamelón vertical perforado se desarrolla desde la carena hasta el borde (2208). Las bases son de umbos pronunciados, entre otras similares a las fases anteriores. • Decoración. El rasgo más significativo es que las decoraciones son muy escasas. No hay retículas incisas limitadas por frisos corridos rellenos de impresiones de punzón (pseudoestampilladas) característicos y exclusivos de la fase A2. La decoración se limita a alguna línea de digitaciones y ungulaciones en cuello, alguna moldura y grupos de líneas incisas al interior (fig. 9-4). El cepillado aparece como acabado exterior (fig. 9-1). El material es escaso encontrándose muy disperso por toda la superficie y muestra una tendencia clara a un empobrecimiento formal respecto a las fases anteriores. Evolucionan las formas abiertas troncocónicas y menores hemisféricas, abundan también los cuellos cortos, labiados. Existen las formas cóncavas y acampanadas, aunque hay una cierta escasez de carenadas con pervivencia de algún hombro. No hay cuencos de ala. La decoración es la que muestra de forma más clara este empobrecimiento y cierta decadencia. Son elementos simples, característicos grupos de líneas al interior, sin presencia de frisos, ni metopas, ni esquemas decorativos complejos como los observados en la Fase A3. Sí hay continuidad, respecto a la Fase A2, de mamelones perforados horizontalmente, aunque más desarrollados, aunque en el cuello y no en carena. En esta Fase A1, la funcionalidad parece cambiar respecto a la fase anterior. El nuevo espacio funciona de manera residual y parece tener un mayor componente social (área de reunión), debido a que no presenta elementos de compartimentación interior, al menos dentro del área excavada. Las dimensiones y la ausencia de silos y el gran número de hogares, parece indicar que se trata de un espacio para desarrollar actividades colectivas del grupo, como ya se ha indicado en otros poblados de la misma época: La Dehesa y Perales del Río (Muñoz: 1999: 103; Blasco et alii, 1991: 148). La cronología de esta fase hay que situarla, por el material recogido, en un momento avanzado del VI o principios del V a.C. Tras el derrumbe de adobe de la estructura no se han detectado evidencias de una nueva ocupación. Aparentemente, es la única fase que no finaliza mediante un proceso traumático (incendio). LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) Fig 45. Cabaña 1. Hogar nº 28. CONCLUSIONES-VALORACIÓN FINAL Como en el anterior trabajo se indicó,17 somos conscientes de las limitaciones que tiene la intervención. Sólo se ha logrado estudiar una muestra del repertorio cerámico recuperado en cada fase y debido a las limitaciones del espacio, no se ha desarrollado de forma completa la excavación del perímetro de los recintos. Además, apenas se ha podido acceder a los momentos iniciales de la ocupación sobre la T2, limitada a pequeñas áreas de sondeo separadas entre si. Sin embargo, en esta ocasión, gracias al soporte digital que permite esta publicación, hemos querido añadir un mayor número de elementos gráficos. En especial relacionados con el material arqueológico de la Fase A3. El poblado de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín parece cumplir cada uno de los parámetros que los especialistas indican para los asentamientos de este periodo, tan rico y complejo (Blasco et alii, 1991; López et alii, 1996; Muñoz, 1991). Se trata de un asentamiento que se encuentra incluido dentro del proceso de crecimiento demográfico experimentado en este periodo, debido, entre otros factores, al aumento de la producción de alimentos, por el empleo de nuevas tecnologías agrarias y la puesta en producción de nuevas áreas. Este proceso productivo, tiene unas consecuencias sociales al propiciar una mayor complejidad social por el control de los excedentes y reservas de alimentos (jerarquización y estratificación social) y la creación de un sistema de roles e intercambio sociales más complejos. El aumento de asentamientos y la expansión de los grupos parece suponer un mayor contacto entre ellos y con la periferia mediante el –intercambio de bienes e ideas- a partir de vías de comunicación pecuarias de larga permanencia. La secuencia de estructuras, el porte y tipo de las cabañas, no tiene precedente en esta zona de la cuenca del Tajo. Con anterioridad a su descubrimiento se consideraban la existencia de edificios como los localizados en Dehasa de Ahín como excepcionales, vinculados a una elite social y determinados ritos religiosos (Muñoz y Ortega, 1.997: 145). Tal vez, el motivo no sea este, sino la falta de excavaciones sistemáticas lo que provoca que se consideren de esta manera. 253 LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) NOTAS 1 Juan Manuel Rojas Arqueología S.L. C/ Taller del Moro, nº 7.Esc 3. Bajo Derecha. Tf. (925) 25 73 05. Email: jmrojasarqueologia@telefonica.net 2 Nuestro agradecimiento a D. Luis de la Rubia, Gerente de Obras del GIF, y a D. Alfonso Ranninger, jefe de obra de la empresa constructora NECSO, por los medios humanos y técnicos puestos a disposición de la intervención arqueológica realizada durante la construcción de la plataforma del Nuevo Acceso de Alta Velocidad a Toledo. 3 Las fases de sondeo y desbroce de las zonas habían permitido determinar que la plataforma del AVE que atraviesa la T2 en la Dehesa de Ahín se encontraba ocupada en su totalidad, por estructuras arqueológicas de diferentes épocas. El problema planteado, no era tanto la localización de estructuras, que el desbroce se encargó de localizar en gran número, si no, determinar cual de ellas ofrecía las mejores perspectivas, a priori, de tener contextos estratificados que permitieran obtener una evolución diacrónica completa de cada una de las fases de la ocupación del yacimiento. 4 El equipo de arqueólogos estuvo formado por los técnicos Antonio Guío Gómez, Jaime Perera Rodríguez, Javier Pérez López-Triviño y Eva Redondo Gómez. 5 En el momento de producirse la intervención arqueológica, se encontraba en baldío aunque, entre los años 1999 y 2000, se había realizado una plantación de pinos que no habían llegado a enraizar (Fig. 3 a 7 y 18). En esta plantación forestal se emplearon medios mecánicos para arar la plataforma de la terraza de este a oeste y alcanzaron los 0,70 m de profundidad en algunas zonas. Esta acción produjo la destrucción de algunas de las estructuras arqueológicas conservadas en el subsuelo, en el caso de la Zona 2, como se verá, provocó que la última fase de ocupación de las Cabañas de la I Edad del Hierro se encontrase muy afectada e impidiese la correlación con otros niveles de ocupación, a la vez que generó un potente nivel de tierra vegetal de entre 40 y 60 cm de potencia y propició la presencia de una gran cantidad de material arqueológico en superficie. A causa de todo ello, en cada una de las zonas, como primer paso, se hizo imprescindible limpiar todos los surcos, con la finalidad de evitar la mezcla de los materiales revueltos con los que se hallaban en posición original (Fig. 23 y 24). 6 Queremos agradecer a los arqueólogos José Ramón Ortiz y Antonio Madrigal su colaboración por el análisis del material de la I y II Edad del Hierro procedente de la Dehesa de Ahín. 7 Su posición no difiere de otros asentamientos de esta misma época, localizados en la vegas bajas de los ríos Manzanares, Jarama, Henares y Tajo, como el Cerro San Antonio, situado en un punto elevado, aunque accesible, en la confluencia del arroyo de la Gavia y el río Manzanares (Blasco et alii, 1991:1), el de Camino de las Cárcavas en la confluencia de los ríos Jarama y Tajo (López; 2006) o Puente Largo del Jarama (MUÑOZ, 1999: 94). 8 Los numerosos niveles de hábitat, junto con la complejidad de los rellenos que presentan los recintos, implica que dispongamos de múltiples opciones para ordenar la evolución constructiva de las Cabañas. A este factor hay que añadir que la destrucción provocada por la plantación de pinos (surcos), junto con las estructuras de tipo hoya o “silos” de la II Edad del Hierro, han alterado algunos de los rellenos e incluso eliminado el contacto 254 entre niveles de suelo. Tampoco se han excavado de forma completa ninguna de las estructuras, lo que limita y condiciona cualquier análisis espacial. 9 Sólo se han localizado estas estructuras de tipo cabaña, pero es muy probable que el poblado esté formado por un número mayor diseminadas por la plataforma elevada de la T2. 10 La única diferencia que hay entre las Fases B1 y B2 es la procedencia del material. La primera está relacionada con el Sondeo bajo la Estancia 2 –estructura de adobe- y la segunda con los hogares del Área de Sondeo 1 (fig. 7). 11 El elevado índice de fragmentación que presentan las piezas (la mayoría no sobrepasa los tres centímetros), hace plantearse la posibilidad de que hayan sido destruidos de forma intencionada. Para tratar de resolver esta cuestión, se dividió parte de la superficie en cuadrículas de 50 x 50 cm, fotografiándose cada cuadrícula. Posteriormente, se realizó una recogida individualizada de cada fragmento, asignando un número a cada pieza que, a su vez, se localizó con respecto al conjunto. En este estudio espacial se recuperaron un total de 572 fragmentos 12 La fase de asentamiento de la II Edad del Hierro (foto 82) parece destruir y alterar por completo el lateral este del muro. Sólo conservándose alguna evidencia de su posición en el perfil sur. El suelo de ocupación 2101 también está muy alterado en su parte central por la ocupación Carpetana, en concreto por la estructura UE 2306 y UE 2702. 13 El sistema constructivo empleado en todas las estructuras de la I Edad del Hierro documentadas es similar. Muros de adobe/ barro, asentados directamente sobre el terreno, sin ningún tipo de sócalo de mampostería, acompañada de postes de madera bien situados. Todas las fases de hábitat, presentan pavimentos de arcilla bien decantada. 14 Todos los hogares localizados en las dos fases de utilización de las Cabañas 2 y 3 (Fases A2 y A3), se superponen de forma reiterada en el mismo punto. Esto nos hace pensar que las dos fases documentadas se producen en un lapso de tiempo muy breve y por un grupo que mantiene la misma disposición espacial de los recintos. 15 La puerta de acceso debe estar en el extremo sur, en la zona que no se ha excavado al estar fuera del proyecto. 16 Los elementos de la II Edad del Hierro excavados en Dehesa de Ahín muestra que se trata de una ocupación final, tardía, en torno a los siglos II a I aC. Es posible que en otras zonas de Dehesa de Ahín, fuera de la zona afectada por el trazado, existan estructuras más antiguos de la II Edad del Hierro (Siglos IV y III adC). 17 Las Cabañas de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín fueron publicadas en 2007 en la serie Zona Arqueológica. Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. Registro Arqueológico, Secuencia y Territorio. Volumen II, número 10, del Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares, con el título de: El yacimiento de la I Edad del Hierro de Dehesa de Ahín (Toledo). Desde entonces no se ha vuelto a analizar ninguno de los materiales localizados en la intervención, adscritos a contextos de habitación entre los siglos VII al VI adC. Por este motivo la referencia única que hay sobre este yacimiento es y debe ser el artículo citado anteriormente. Es en este apartado en el que se puede observar un aporte de información sobre la anterior publicación. LAS CABAÑAS. LA I EDAD DEL HIERRO DEL YACIMIENTO DE DEHESA DE AHÍN (TOLEDO) BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO GORBEA, A. y FERNÁNDEZ GALIANO, D. (1980): Excavaciones en el Cerro Ecce Homo (Alcalá de Henares, Madrid), Arqueología 2, Diputación Provincial de Madrid. ALMAGRO GORBERA, M. Y DÁVILA, A. 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Pp 83-124. 255 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO): TERRITORIALIZACIÓN Y SOCIEDADES DEL PRIMER HIERRO EN LA MANCHA TOLEDANA Jesús Carrobles Santos Juan Pereira Sieso EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 01-12-2008 Aceptado: 20-12-2008 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO): TERRITORIALIZACIÓN Y SOCIEDADES DEL PRIMER HIERRO EN LA MANCHA TOLEDANA PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO): TERRITORIALISATION AND COMPANIES IN THE FIRST IRON IN LA MANCHA TOLEDANA Jesús Carrobles Santos Diputación de Toledo Juan Pereira Sieso Universidad de Castilla-La Mancha PALABRAS CLAVE: Meseta, necrópolis, incineración, territorio, revisión KEYS WORDS: Plateau, burial, incineration, territory, review RESUMEN: En este artículo se presentan los datos del nivel fundacional del yacimiento de Palomar de Pintado fechado en los siglos X-IX a.C. En él destaca la aparición de una casa con materiales característicos del Bronce Final – Hierro I y unos enterramientos de incineración que constituyen el inicio de una necrópolis en uso hasta el siglo II a.C. El estudio de las estructuras y materiales hace necesaria la revisión de la cronología aceptada para el inicio de las incineraciones en la Meseta Sur, así como la de la definición de distintas facies que, desde nuestro punto de vista, dificultan la comprensión de una realidad cultural que parece mucho más sencilla y homogénea. La implantación de las novedades que se dan a conocer está directamente ligada al proceso de territorialización que experimentan los grupos humanos del interior de la Península Ibérica al final de la Edad del Bronce. En su desarrollo destaca el papel jugado por las necrópolis que parecen convertirse en los verdaderos núcleos articuladores del territorio. Además, se realizan diferentes reflexiones sobre la aparición en la Meseta de objetos procedentes del comercio protocolonial, algunos de hierro, así como de determinadas cerámicas y se plantea la necesidad de revisar algunas de las propuestas realizadas sobre la pronta diferenciación étnica de los pueblos prerromanos en la zona de estudio. ABSTRACT: This article presents the foundational level data from the site of Palomar de Pintado dated in the X-IX centuries BC It highlights the emergence of a house with materials characteristic of the Late Bronze - Iron I burials and a cremation that constitute the beginning of a cemetery in use until the second century BC. The study of structures and materials makes it necessary to revise the accepted chronology for the start of incineration on the southern plateau and the definition of different facies, from our point of view, ease of understanding of a cultural reality that seems much more simple and homogeneous. The implementation of the innovations that are released directly linked to the territorialization process experienced by human groups inside the Iberian Peninsula at the end of the Bronze Age. Its development emphasizes the role played by the necropolis that seem to become the real core of the territory articulators. Furthermore, there are different thoughts on the appearance of objects in the Plateau protocolonial from trade, some iron, as well as certain ceramics and there is a need to revise some of the proposals made regarding the ethnic differentiation of early pre-Roman peoples in the study area. PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO): TERRITORIALIZACIÓN Y SOCIEDADES DEL PRIMER HIERRO EN LA MANCHA TOLEDANA Jesús Carrobles Santos Juan Pereira Sieso INTRODUCCIÓN que fomenta la aparición de lagunas y humedales que también están presentes en las inmediaciones del yacimiento Localización geográfica El yacimiento de Palomar de Pintado se localiza al sur de la actual población de Villafranca de los Caballeros, muy cerca del límite con el término municipal de Las Herencias, que también sirve de línea de separación entre las provincias de Toledo y Ciudad Real (fig. 1). Desde el punto de vista geográfico nos encontramos ante un lugar ubicado en el centro geográfico de la Meseta Sur, en el extremo occidental de la comarca natural de La Mancha. Esta situación periférica en relación con la gran llanura manchega tiene su reflejo en el protagonismo que aún alcanzan algunos relieves montañosos que constituyen las últimas estribaciones de Los Montes de Toledo hacia el Este. En ellos y como muestra del valor como marcador territorial del que siempre han disfrutado, destaca la localización de distintas estaciones de arte rupestre esquemático (Almodóvar, J. y otros, 1994). En cuanto a la ubicación concreta del yacimiento de Palomar de Pintado, destaca su localización junto al cauce del río Amarguillo en plena llanura aluvial, muy poco antes de su desembocadura en el Cigüela, dentro por lo tanto de la cuenca del Guadiana (fig. 2). A pesar de la existencia de tanto cauce, en realidad estamos ante una zona endorreica objeto de estudio. De hecho, éste se ubica en una pequeña elevación artificial, fruto tan sólo de los aportes humanos relacionados con el uso de este espacio en el último milenio a.C., dentro de un espacio comprendido entre el cauce actual del río Amarguillo y la denominada Laguna del Rincón que todavía no hace muchos años, en temporadas especialmente lluviosas, llegaba a inundar el yacimiento. Los restos de este pequeño humedal, solamente reconocible en nuestros días por la residual vegetación de carrizo que se conserva, sirven aún de separación entre la necrópolis y el principal poblado que conocemos en la zona y que, al menos desde el siglo VI a.C., parece haberse constituido en el centro articulador del espacio en el que se encuentra nuestro yacimiento. Su papel será importante hasta épocas históricas al pervivir gracias a la construcción de una importante villae romana sobre los restos de la Edad del Hierro. Toda esta variedad geológica y orográfica de la que venimos hablando dio como resultado la formación de diferentes suelos que surgen de la combinación de los materiales cristalinos procedentes del macizo montañoso, con los calizos propios de la meseta manchega y con los de aluvión aportados por los irregulares ríos que surcan la zona. Su acumulación, en un ámbito relativamente reducido, se con- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 1.- Situación geográfica del yacimiento de Palomar de Pintado. virtió en un importante atractivo para las sociedades que poblaban el entorno, que basaban su éxito en la diversificación de sus producciones agrícolas, ganaderas e, incluso, mineras, que todavía con cierta importancia se han venido desarrollando en estas zonas hasta los comienzos del siglo XX. Es el caso de las formaciones salinas relacionadas con los humedales característicos de este sector y, sobre todo, de los filones metálicos, fundamentalmente de minerales de cobre, que fueron objeto de explotación industrial en puntos muy cercanos al yacimiento de Palomar de Pintado (Montero, Rodríguez y Rojas, 1990 ; Montero, 2001). Unas explotaciones poco conocidas pero de indudable interés que siempre habrá que tener en cuenta antes de proceder al estudio de las gentes que habitaban la zona en la Prehistoria reciente, al no localizarse nuevos yacimientos con estas características hasta las ricas zonas mineras de la Alta Andalucía o de la zona de Cartagena y Almería. Pero además, los crestones de cuarcitas de la cercana Sierra de Herencia cumplen con otro papel delimitador al servir de referencia visual del tránsito que se produce entre los grandes valles fluviales del centro peninsular y la 260 gran llanura manchega, anunciando con ello el fin del denominado corredor del Sudeste. Un conjunto de caminos que podía sufrir cambios en función de situaciones muy concretas que unía a estas tierras del interior con las zonas costeras del litoral murciano y andaluz. Su protagonismo como referencia geográfica se vio potenciado por el valor de los Montes de Toledo como relieve separador entre las cuencas del Guadiana y el Tajo, ya que en sus inmediaciones se producía la bifurcación definitiva entre algunos de los principales caminos que desde el citado corredor se dirigían a cada uno de esos grandes valles. Todas estas posibilidades hicieron que en las cercanías del yacimiento de Palomar de Pintado existiera un poblamiento humano de cierta importancia desde momentos muy antiguos, tal y como ponen de manifiesto los hallazgos que se vienen fechando desde el Paleolítico Medio (López, Baena y Vázquez: 2001) o la variedad de yacimientos que se conocen desde el Calcolítico y que tienen continuidad en la Edad del Bronce, según han demostrado las prospecciones que hemos realizado en el tramo final del río Amarguillo (Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004: 119-120). PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 2.- Ubicación del yacimiento de Palomar de Pintado (nº 1). Esta posición abierta a todo tipo de caminos y a las posibles influencias que pudieran llegar por ellos ha provocado que algunos investigadores hayan valorado la zona más como lugar de paso que como espacio dotado de su propia personalidad, en el que también se pudieron desarrollar ciertas innovaciones y elementos culturales desde fechas muy antiguas. El predominio de esta manera de entender la mayor parte de la Meseta Sur, unido a la carencia de unos límites naturales claramente definidos, viene provocando un problema en la interpretación de las gentes que poblaban la zona que, según los intereses o formación de cada investigador, acaban siendo incluidas en uno u otro grupo étnico o cultural, con los problemas de interpretación que esa situación provoca. Es el caso concreto de lo que ocurre con el estudio de las sociedades de la Edad del Hierro en la zona que aparecen vinculadas indistintamente al mundo celtibérico o ibérico, o de lo que también sucede a otra escala a la hora de atribuir la zona a carpetanos, celtíberos, olcades u oretanos, cuyos límites comunes, al menos en una época posterior a la conquista romana, también deben situarse en este estratégico sector. 261 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 3.- Zócalo conservado entre los enterramientos. 262 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Sin embargo, esta situación de marginalidad, entendida como no pertenencia a ningún territorio nuclear, lejos de constituir un problema, se convierte en una de las principales potencialidades del yacimiento que ahora nos ocupa al permitirnos entrar directamente en el estudio de las comunidades del pasado sin la necesidad de reconocer los elementos definidores de uno u otro grupo étnico, que son los que en muchas ocasiones han centrado el interés de los investigadores de las sociedades de la Edad del Hierro. Una situación especialmente evidente en todo lo que se refiere al conocimiento de la evolución de estas gentes y de los cambios o reajustes territoriales que pudieron sufrir, muy dif íciles de conocer desde los que podemos considerar como puntos centrales de cada grupo étnico. Historia de la investigación Aunque en este Congreso sobre la Edad del Hierro en la Meseta Sur el yacimiento de Palomar de Pintado esté incluido en la sesión dedicada a los denominados “nuevos yacimientos”, su investigación no es nada reciente al datar el inicio de los trabajos de excavación hace casi dos décadas. Desde entonces, en función de los tiempos y de la disponi- Fig. 5.- Cerámicas lisas bilidad de cada uno de los que hemos ido colaborando en su estudio, se ha llevado a cabo un proyecto de investigación que ha conocido etapas muy distintas, siempre en función de las posibilidades reales de intervención, restauración y realización de las analíticas necesarias que, por la complejidad de los materiales y contextos que iban apareciendo, eran las que marcaban el ritmo de los trabajos. Gracias a la labor desarrollada en todos estos años podemos ofrecer tanto tiempo después una completa visión del importante registro arqueológico conservado en este yacimiento, especialmente de los datos que hacen referencia a las fases iniciales, que son las que luego trataremos de forma más detallada. Fig. 4.- Pieza de almacenamiento realizada en cerámica. 263 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 6.- Cerámicas con impresiones. El descubrimiento se produjo de forma casual a mediados de los años 80 del pasado siglo con motivo de los trabajos emprendidos para hacer un pozo destinado al riego de las huertas que existen en la zona. Durante su ejecución se localizaron diferentes estructuras funerarias y destacadas piezas procedentes de los ajuares que, a pesar de provocar la pérdida de una parte puntual del yacimiento, propicia- 264 ron su descubrimiento científico por parte del equipo que en esos años nos encontrábamos realizando el Inventario de Yacimientos Arqueológicos de la Provincia de Toledo (Pereira y Carrobles, 1988). La calidad y el buen estado de conservación de algunas de las piezas que entonces pudimos conocer, así como la novedad que parecían mostrar algunas de las estructuras que quedaron al descubierto, PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 7.- Fragmento de cerámica con impresiones. motivaron la realización de una primera excavación de urgencia que tuvo lugar en el verano de 1986 bajo la dirección de Gonzalo Ruiz Zapatero y uno de nosotros. Los trabajos se llevaron a cabo en un pequeño corte dispuesto junto al pozo que permitió la localización del yacimiento (Ruiz Zapatero y Carrobles, 1986 ; Carrobles y Ruiz Zapatero, 1990). En él se descubrieron diferentes enterramientos dotados de estructuras variadas y complejas que, además, se disponían aprovechando el mismo espacio, dando lugar a la existencia de numerosas superposiciones que permitían establecer relaciones cronológicas. Este hecho, unido a la aparente antigüedad de las piezas descubiertas, nos llevó a plantear un proyecto mucho más ambicioso de excavación y estudio del yacimiento que sirvió para comenzar una nueva fase en las intervenciones. Ésta se inició con la adquisición de una de las fincas en las que se encuentra la necrópolis por parte de la Diputación Provincial de Toledo, una vez que se empezaban a producir diferentes actuaciones de expolio. Los trabajos se centraron en un nuevo corte dispuesto a escasa distancia del anterior. En él se pudo realizar con mayor detalle el estudio de las diferentes fases de enterramientos existentes en la necrópolis y la definitiva documentación de algunas estructuras funerarias que siguen siendo únicas en el panorama arqueológico de los cementerios de incineración de nuestra Edad del Hierro. La actuación fue dirigida por uno de nosotros (Carrobles, 1995) y dado el cúmulo de materiales y el coste que representaba la intervención, tomamos la decisión de paralizar los trabajos hasta el momento en el que un nuevo proyecto de mayor envergadura garantizara no sólo la excavación, sino, sobre todo, la restauración, estudio y posterior difusión de todos los hallazgos que se producían en cada campaña. Las condiciones que íbamos buscando empezaron a darse unos años después gracias al diseño de un nuevo proyecto de investigación en el que se implicaron instituciones como el Ayuntamiento de Villafranca de los Caballeros, la Universidad de Castilla-La Mancha y la Diputación Provincial de Toledo. Gracias a estas posibilidades, se realizaron nuevas y más amplias campañas de excavación, al mismo tiempo que una interesante labor paralela de divulgación y aprovechamiento de las posibilidades didácticas que ofrecía el yacimiento. Así mientras avanzaban los trabajos de campo, la excavación sirvió de campo de prácticas para la primera promoción de arqueólogos formados en la Facultad de Humanidades de Toledo, para los profesores de enseñanza media de la zona y para los propios habitantes de Villafranca de los Caballeros, que pudieron contar con un pequeño centro de interpretación en el que conocer los hallazgos que se iban produciendo en cada momento (Palomero y Carrobles, 1999 ; Carrobles, Pereira y Ruiz, 2000). Los trabajos de esta tercera y última fase finalizaron en el año 2002 y fueron dirigidos por los firmantes de este trabajo y por Arturo Ruiz Taboada que durante esta última fase colaboró activamente en el proyecto (Pereira, Carrobles y Ruiz, 2001 ; Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004). 265 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Desde entonces hemos centrado nuestros esfuerzos en la realización de diferentes analíticas así como en el tratamiento de los materiales encontrados, especialmente de los metálicos que son muy abundantes y presentan un deplorable estado de conservación por la naturaleza salina del terreno en el que se depositaron. EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO En los distintos cortes realizados hasta este momento se han encontrado estructuras de naturaleza muy diversa que han servido para mostrar la enorme complejidad del yacimiento, mucho más de la prevista hace pocos años, debido a la antigüedad de algunos de los hallazgos y a su asociación con materiales que pueden servir para realizar algunas precisiones sobre una de las etapas más oscuras de la Prehistoria del interior de la Península Ibérica. A pesar del interés de los enterramientos estudiados en las fases más recientes que permiten comprender los cambios que fue experimentando el grupo humano ligado a este cementerio, vamos a centrarnos tan solo en los hallazgos más antiguos que, por su menor monumentalidad, son los que habían pasado más desapercibidos hasta este momento. Se trata en realidad de dos conjuntos de materiales de naturaleza muy distinta aunque de cronología similar. Por un lado nos encontramos ante una serie de restos pertenecientes a un asentamiento del final de la Edad del Bronce que se sitúa sobre un espacio concreto de la llanura aluvial del río Amarguillo y, por otro, con algunos enterramientos con unas características perfectamente definidas, que marcan el inicio de la utilización de ese mismo lugar como necrópolis muy poco tiempo después de que se produjera el abandono del poblado. Un uso que se va a mantener al menos hasta el siglo II a.C. dando lugar a uno de los cementerios de vida más larga de todos los que la destrucción de un zócalo que aún puede intuirse entre los restos de los enterramientos que se localizan en este espacio (fig. 3). A pesar del grado de destrucción al que se ha visto sometida la estructura, todavía es posible apreciar que las piedras formaban parte de una construcción de planta rectangular con esquinas posiblemente redondeadas, de la que sólo conservamos restos de la última de las hiladas en el extremo noroeste del corte 3. La confirmación de que nos encontramos ante una edificación de cierta entidad viene dada por la aparición de fragmentos de barro endurecidos con improntas de ramajes, pertenecientes al recrecimiento de barro y madera con el que se realizó la construcción. Su aspecto, tanto por lo poco que conocemos de la planta como por el material constructivo utilizado, sería muy similar al que se ha sugerido para la reconstrucción de la cabaña del Puente Largo del Jarama, que como luego veremos y de acuerdo con los hallazgos que se vienen produciendo, parece constituir un tipo de edificación de uso residencial relativamente frecuente en la zona. Una funcionalidad que también parece deducirse de otros hallazgos como son los grandes fragmentos de piezas de almacenamiento realizadas en cerámica (fig. 4), que se relacionan con la aparición de estas primeras casas complejas que permitían la realización en su interior de actividades cada vez más variadas. La aparición de estas grandes vasijas está ligada al almacenamiento de determinados productos que hasta esos momentos se realizaba en los grandes campos de silos excavados en el subsuelo que, por la competencia de los nuevos contenedores, van a sufrir la progresiva pérdida de importancia de la que antes disfrutaban. Asociados a esta estructura se documentó un pequeño conjunto de cerámicas realizadas exclusivamente a mano que, a pesar de su escaso número, son plenamente significativas de un momento muy concreto que se viene situando en el tránsito entre las edades del Bronce y del Hierro. se conocen en la Edad del Hierro en la Meseta Sur. El conjunto más importante, como suele ser habitual en otros hallazgos de esta misma época, es el formado por El poblado de Palomar de Pintado las cerámicas lisas, caracterizadas por presentar una amplia variedad de tamaños y acabados. Junto a la base de la gran vasija de almacenamiento antes citada, destaca la aparición de algunas carenas muy marcadas, así como de diferentes galbos y bordes que muestran la importancia alcanzada por las pequeñas piezas y por determinados tipos plenamente característicos del final de la Edad del Bronce o del Primer Hierro. Es el caso de las pequeñas ollas de cuello marcado y de los platos o tapaderas de paredes especialmente cuidadas, que en ambos casos pueden recibir En la zona norte del Corte 3, el único de los realizados hasta el momento que se extiende hasta los límites exteriores de la pequeña elevación artificial que identifica el yacimiento, se localizó un nivel arqueológico dispuesto sobre las arenas aluviales en el que la principal novedad era la abundante presencia de piedras de pequeño tamaño. En su mayor parte e independientemente de su posterior aprovechamiento en algunos túmulos funerarios, procedían de 266 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 8.- Cerámicas decoradas. un tratamiento a la almagra plenamente característico de las cerámicas localizadas en muchos de los yacimientos que se conocen en la zona y que se vienen adscribiendo a algunos de los horizontes o círculos culturales propios de estos momentos (fig. 5). En la totalidad de los casos en los que aún es posible reconocer este engobe parece tratarse de una técnica poco cuidada. Un hecho que ha sido interpretado como muestra de antigüedad al proponer una cro- 267 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 9.- Cerámicas lisas e incisas. nología más antigua para estas piezas en relación con las que presentan un acabado mucho más cuidado que habría que datar poco antes de la generalización de las cerámicas a torno (Blasco y otros, 1991:114). Esta técnica de engobe rojo o almagra aplicada sobre cerámicas del Bronce Final–Hierro I, se documenta en la mayor parte de los yacimientos de esos momentos en la zona centro (Muñoz, 2003: 386). También se localizan piezas similares en diferentes yacimientos del Sudeste o en los valles del Guadalquivir o del Guadiana, como en Cástulo (Blázquez y Valiente, 1981:225-227) o Alarcos (García y Rodríguez, 2000: 54), dando muestras de la enorme extensión alcanzada por este tipo de producciones. Sin embargo, el conjunto más significativo es el de las cerámicas con decoración incisa en el que habría que incluir algunos tratamientos realizados a cepillo o incluso acanalados, hasta ahora muy poco representados en esta zona central de la Península Ibérica (fig. 8 y 9). En todos los casos nos encontramos ante motivos geométricos, más o menos cuidados, dispuestos sobre piezas de pequeño tamaño y superficies bien tratadas. 268 La primera de ellas es un borde de olla globular y de cuello marcado que presenta bajo el mismo una serie de bandas paralelas. Sobre ellas aparece una serie de impresiones en zig zag que limitan la zona decorada (fig. 6-4 y 7). Ejemplares similares se han localizado en yacimientos cercanos como Ecce Homo (Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: fig. 23, 2/4/12) y la necrópolis de Herrería (Cerdeño y Sagardoy, 2007: Tumba 29, fig. 76-77) o en otros más alejados pero tan significativos como Roa en la provincia de Burgos, en relación con el nivel formativo de Soto I (Sacristán, 1986: lam. X, 2-4). Otro de los fragmentos más destacados de este conjunto de cerámicas incisas pertenece a una pieza globular que presenta en su zona de mayor diámetro una pestaña modelada y perforada en horizontal que, como consecuencia de la decoración plástica que presenta, adquiere el aspecto de un mamelón triple (fig. 8-5 y 10). Junto a este elemento de suspensión y rodeándolo en su totalidad, aparece una decoración geométrica poco cuidada en su trazado aunque no en la ejecución, que parece formar parte de un friso metopado. Se trata de un tipo de decoración documentada en otros muchos yacimientos del sector central de la Me- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) seta Sur, tal y como lo demuestran los hallazgos realizados en Camino de las Cárcavas (Muñoz, 2003: fig. 126-17) o en Arroyo de la Cárcava Chica (Muñoz, 2003: fig. 124-25 y 29), en ambos casos en la provincia de Madrid. Sin embargo los paralelos más directos los encontramos con otras piezas procedentes de lugares más alejados, caso de las que se conocen en Las Ramblas de Ayora en la provincia de Albacete (Soria y Mata, 2002: fig. 2), así como en el poblado del Peñón de la Reina en Alboloduy (Martínez y Botella, 1980: fig. 99-15) en la provincia de Almería. De este último proceden algunos fragmentos con el mismo tipo de pestaña y aspecto de mamelón triple, muy similares al ejemplar documentado en el yacimiento toledano (Martínez y Botella, 1980: fig. 99-6). Quizá la pieza más representativas de las localizadas hasta este momento es el fragmento de galbo correspondiente a otra vasija de cuerpo globular y cuello marcado, que fue decorado con una serie de bandas incisas que delimitan otra de rombos de traza muy sencilla (fig. 8-8 y 11). Sobre ellas se documenta un motivo mucho más complejo que hay que identificar con una flor de loto que recuerda a alguna de las que se conocen en otros yacimientos del Bronce Final – Hierro I en estas mismas zonas del interior peninsular. Es el caso de la representación aparecida en los yacimientos madrileños de Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997: fig. 5-3), de Ecce Homo (Dávila, 2007: fig. 2-4), de la que parece haberse querido representar en una pieza procedente del Cerro de las Nieves en Pedro Muñoz en la provincia de Ciudad Real (Fernández, Hornero y Pérez, 1994: fig. 4) y de las que han aparecido en el yacimiento de Las Lunas en Yuncler, Toledo, que hemos podido conocer en las sesiones de este mismo Simposio. De acuerdo con lo que muestran todos estos hallazgos, nos encontramos ante un elemento relacionado con el mundo oriental que parece haber alcanzado un notable éxito en éstas y otras zonas de la Península, tal y como lo demuestra el protagonismo que alcanzó en diferentes manifestaciones del área tartésica. En este caso el alto número de representaciones que conocemos se debe a su asociación con una divinidad femenina identificada con la Astarté de origen semítico (Almagro-Gorbea, 2005), con la que también parecen vincularse algunas de las cerámicas pintadas localizadas en La Mesa de Setefilla (Aubet y otros, 1983: 335-336, fig. 48) o los pithos localizados en las excavaciones realizadas en la Casa Palacio del Marqués de Saltillo de Carmona (Belén y otros, 2004: fig. 2 a 4) o en la Plaza del Higueral de la misma localidad (Belén y otros, 2004: fig. 4-1). La flor de loto documentada en Palomar de Pintado al igual de lo que ocurre con el resto de las representaciones de la Meseta Sur, aparece realizada con una técnica muy distinta a la utilizada para las representaciones meridionales y, además, en compañía de motivos que nada tienen que ver con las producciones típicamente orientalizantes. En nuestro caso las bandas horizontales y la línea de rombos nos remiten a decoraciones documentadas en yacimientos cercanos como Herrería en Guadalajara (Cerdeño y Sagardoy, 2007: fig. 76-77), Ecce Homo en Madrid (Davila, 2007: fig. 2-4) o La Rambla de Ayora en Albacete (Soria y Mata, 2002: fig.2), demostrando que nos encontramos ante representaciones muy diferentes de las aparecidas en zonas andaluzas y extremeñas que podrían fecharse, aunque en principio pueda parecer extraño, en momentos algo más recientes. La importancia que van adquiriendo estas flores de loto sobre cerámica en los yacimientos del interior de la Península hace que se tengan que poner en duda las primeras valoraciones realizadas para tratar de explicar su aparición. Nos referimos a aquellas que las vinculan con edificios singulares relacionados a su vez con la práctica de actividades religiosas por parte de una aristocracia que empezaba a diferenciarse del resto de la sociedad (Muñoz y Ortega, 1997:151). Su documentación en buena parte de los yacimientos con una cronología similar a la fase inicial de Palomar de Pintado, en los que se vienen realizando trabajos de cierta entidad, muestra que nos encontramos ante lo que parece ser un tipo de pieza frecuente y cotidiana de amplia difusión. Un hecho que demuestra el nivel de contactos mantenido desde fechas antiguas con el Mediterráneo y que obedecería a la imitación de algún producto especialmente demandado por las comunidades locales a partir del cual se popularizarían estas representaciones en sus repertorios decorativos. Este tipo de razonamiento es el que ha llevado a vincular la aparición de las representaciones flores de loto de la Meseta con la dudosa llegada de huevos de avestruz similares a los conocidos en determinados yacimientos del Sudeste (Muñoz y Ortega, 1997). Sin embargo, la nula aparición de este tipo de piezas en ninguno de los cada vez más numerosos yacimientos que vamos conociendo y la aparición de otros muchos elementos culturales igual de significativos procedentes del mismo foco mediterráneo, que no aparecen en ese tipo de delicadas piezas, han llevado a otros autores a vincular su aparición con la difusión de determinadas telas que, por lo que parece, se habrían convertido en un producto especialmente demandado por las comunidades del interior (Barroso, 2002a). 269 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 10.- Fragmento de cerámica con decoración incisa. Otra pieza también significativa es un pequeño fragmento perteneciente a un vaso bicónico de paredes muy delgadas y superficies cuidadas. Sobre la carena y mediante incisiones finas y bien ejecutadas, se realizó un motivo escaleriforme inclinado que muy posiblemente se repetiría formando un friso continuo a lo largo de toda la pieza (fig. 9-1 y 12). Se trata de un motivo muy frecuente en este tipo de pequeñas piezas que encontramos en yacimientos próximos como Soto del Hinojar (Muñoz, 2003: fig. 15421), Las Esperillas (Muñoz, 2003: fig. 142-10), Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 39-1 y 6 ) o Las Cárcavas en la provincia de Madrid, Alovera en Guadalajara (Espinosa y Crespo, 1988: fig. 1-1) y también en yacimientos algo más alejados como La Rambla de Ayora en Albacete (Soria y Mata, 2002: fig. 2 y 3) o Vinarragell en la provincia de Castellón (Mesado, 1974: lam. LXX-2). La última de las piezas con decoración incisa con motivos identificables representativos es un nuevo fragmento de una olla globular en cuyo hombro aparece una nueva banda decorativa realizada en este caso mediante la técnica del acanalado (fig. 8-9 y 13). Un tipo de ornamentación 270 que, en casos similares al nuestro pero en otras zonas geográficas, permitiría su rápida vinculación con las cerámicas más características de los Campos de Urnas. El motivo representado consiste en una banda de grupos de trazos perpendiculares entre sí que dan lugar a figuras próximas a triángulos en los que aparecen puntos impresos. Un motivo muy parecido se documenta en Castillo de Henayo (Llanos y otros, 1975: lam. VIII nº 27) en la provincia de Álava, en el que sólo destaca la sustitución del punto por pequeñas excisiones. Otros hallazgos con decoraciones similares se localizan en yacimientos igualmente alejados del nuestro como son Puig Perdiguer en el valle del Segre (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 103-4), Cabezo de Monleón en la provincia de Zaragoza (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 128), Cueva Garrufet (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 40-3 y 4) o Bóvila Roca (Ruiz Zapatero, 1985: fig. 54-10), todos ellos dentro de lo que se ha venido considerando como típicos Campos de Urnas. Menos significativas cuantitativa y cualitativamente son las decoraciones realizadas a cepillo que, en realidad, parecen incluir técnicas y acabados muy distintos que van desde las cerámicas incisas de trazo descuidado a las realizadas PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 11.- Fragmento de cerámica decorada con flor de loto incisa. mediante un escobillado que da lugar a motivos con poco relieve. Al primero de estos casos hay que vincular un fragmento de borde exvasado perteneciente a una cazuela que presenta restos de profundos trazos completamente irregulares dispuestos tan sólo sobre la superficie interna de la pieza (fig. 6-2). Se trata de un acabado frecuente de nuevo en yacimientos del Bronce Final-Hierro I del interior peninsular, documentándose en numerosos lugares del sector central del Tajo caso, una vez más, del Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 35-13), Ecce Homo (Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: fig. 7-0/1/2 y fig. 23-2/4/22), Camino de las Cárcavas (Muñoz, 2003: fig. 128-15) o La Casa de Enmedio (Muñoz, 2003: Fig. 165-5), todos ellos en la provincia de Madrid. Su dispersión no obstante es mucho más amplia y se documenta en lugares tan dispares como Cástulo en Jaén (Blázquez y Valiente, 1981: 307, 345 y 1124) o Los Husos en Álava (Apellániz, 1984: Fig. 35-1 y 2), así como en buena parte de los yacimientos más característicos considerados Campos de Urnas (Ruiz Zapatero, 1985), mostrando de esta manera el éxito alcanzado por este tipo de acabados y la dificultad de vincularlos con un foco de origen mínimamente definido. Otro tipo de decoración que también se documenta en esta fase en Palomar de Pintado es el realizado mediante la aplicación de cordones o de digitaciones y ungulaciones que solemos incluir dentro de las decoraciones plásticas. Es el caso de un borde exvasado con digitaciones en el labio que sigue una de las tradiciones cerámicas más características de la Edad del Bronce en la zona (fig. 6-1). A este mismo tipo pertenece un pequeño fragmento que muestra restos de una decoración mucho más compleja realizada a partir de la utilización de diferentes cordones que se unen mediante mamelones (fig. 8-6). El resultado es un tipo de cerámica habitual en muchos de los yacimientos vinculados al mundo de los Campos de Urnas recientes en el Alto y Medio Ebro (Castiella, 1977: fig. 222 y 235 ; Royo, 2005: fig- 33-35). De acuerdo con los hallazgos que acabamos de exponer, el conjunto de cerámicas más significativo de esta pri- 271 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) mera fase de Palomar de Pintado es el de las decoradas con incisiones que, desde nuestro punto de vista, habría que vincular con un grupo cada vez más amplio que empieza a dibujarse en amplias zonas de la Península Ibérica. Su delimitación se puede realizar gracias a hallazgos como el nuestro, que vienen a unir focos y yacimientos considerados hasta ahora como evidencias de comportamientos o situaciones muy distintas. Sin embargo y a pesar de la importancia cuantitativa e incluso simbólica de estas piezas, son muy pocos los estudios realizados sobre el origen y evolución de estas cerámicas al haberse preferido ahondar en otros tipos menos difundidos y aparentemente más locales, caso de las cerámicas con decoración a la almagra o las grafitadas (Barroso, 2002b). Un hecho directamente ligado a su utilización para definir unos espacios culturales reducidos que, en muchas ocasiones, podrían ser el resultado de las carencias de la investigación y no de la existencia de tradiciones diferenciadas. Pero además y para acabar de complicar la situación, la aparición de cerámicas incisas en lugares muy distantes comprendidos desde la zona alavesa, pasando por la cabecera del Duero, Tajo y Guadiana, hasta el Sudeste, ha provocado que desde el inicio de la investigación sobre este tipo de materiales, algunas de sus principales manifestaciones hayan sido utilizadas para mostrar influencias y vinculaciones con focos y yacimientos muy distintos, al otorgarlas en muchos casos una interpretación completamente dispar. Por todo ello y por considerar que nos encontramos ante unas piezas que, junto con algunas Fig. 12.- Fragmento de cerámica con decoración incisa. 272 formas lisas, son las que mejor definen a las comunidades de un amplio sector de la Península del que forman parte las poblaciones de amplias zonas de la Meseta Sur, vamos a realizar un breve estudio de las mismas y de las diferentes interpretaciones que han recibido en los últimos años. Su asociación a un horizonte propio de las poblaciones ubicadas en la cabecera del Tajo se produjo con la publicación de los primeros resultados obtenidos en el yacimiento de Pico Buitre en Guadalajara (Valiente, 1984). En el estudio de los materiales aportados por este interesante yacimiento se planteó que su origen había que buscarlo tanto en la herencia de los motivos de las cerámicas de Cogotas I, como en la llegada de influencias procedentes del Alto Ebro y las zonas levantinas, que parecían constituir realidades muy distintas. La importancia real de estos focos que siempre se han utilizado como referencia para cualquier tipo de cambios que pudieran apreciarse en la Meseta, se inicio unos años antes a través de los estudios realizados en la zona levantina que permitieron diferenciar la existencia de distintas tradiciones (Gil-Mascarell y Aranegui, 1981:28), básicamente los tipos Agrés y Los Villares, vinculados con los focos del Ebro y del sudeste respectivamente, o del que se realizó en el yacimiento de Roquizal del Rullo (Ruiz Zapatero, 1979). Gracias a este último trabajo se empezó a establecer la vinculación de este tipo de manifestaciones con los Campos de Urnas del Bajo Aragón. Poco tiempo después se dio a conocer el primer intento serio de poner orden en todas estas producciones por parte de uno de los investigadores antes citados (Ruiz Zapate- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) ro, 1985). En su Tesis doctoral sobre los Campos de Urnas en el Noreste de la Península Ibérica definió la existencia de una serie de grupos de cerámicas incisas entre los que figuraban nuevamente los yacimientos del valle del Ebro y del Levante peninsular. Para los primeros propuso que el origen de las cerámicas incisas allí aparecidas había que buscarlo en la tradición local y en los motivos acanalados característicos de los Campos de Urnas del Segre, Bajo Aragón y Medio-Alto Ebro, que darían lugar a conjuntos dotados de cierta personalidad como serían los de Roquizal del Rullo o El Redal. Este mismo modelo de vinculación de los motivos más clásicos con los Campos de Urnas fue el utilizado para explicar la aparición de las cerámicas incisas en las comarcas levantinas que, al menos a mediados de los años 80, eran consideradas las más características de estas gentes en la zona valenciana. Volviendo a la Meseta, poco después de la publicación de estos trabajos se dieron a conocer diferentes estudios que mostraban la presencia de cerámicas incisas con decoración geométrica fuera del área que se consideraba propia del horizonte Pico Buitre (Almagro-Gorbea, 1987). Así, por primera vez se habló de su aparición como consecuencia de la llegada de influencias directas del mundo meridional vinculadas a la aparición de las representaciones de flores de loto. Además, se señaló su relación con algunas poblaciones establecidas en torno al Sistema Ibérico que serían las responsables, por la práctica de la trashumancia, de expandir sus producciones hacia puntos del Ebro y de amplias zonas del interior. Un fenómeno directamente relacionado con el expansionismo celtíbero que tanto éxito ha cosechado en la investigación arqueológica realizada en los últimos años. Todas estas aportaciones permitieron dar a conocer estas cerámicas a la mayor parte de los investigadores que trabajaban en la Meseta, marcando de esta manera el inicio de un periodo caracterizado por su reconocimiento en nuevos yacimientos que, a pesar de presentar unos materiales bastante homogéneos, sufrieron diferentes interpretaciones. El ejemplo más emblemático de esta situación lo tenemos en la zona de Guadalajara donde muchos de estos nuevos hallazgos fueron relacionados con distintas facies consideradas propias de grupos étnicos muy diferentes, por la simple detección de tipos cerámicos menos representativos, al menos cuantitativamente, tal y como ocurrió con los acanalados de Fuente Estaca (Martínez y Arenas, 1988). A pesar de los hallazgos que se iban produciendo, el estudio de estas cerámicas se siguió realizando desde la óptica de diferenciar grupos muy reducidos que debían Fig. 13.- Fragmento de cerámica con decoración acanalada. 273 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) sus diferencias a la distinta intensidad de las influencias producidas sobre un sustrato que, en ese caso sí, se consideraba homogéneo. Es el caso de la interpretación dada a conocer en el estudio de hallazgos como los realizados en el yacimiento de El Testero en Numancia de la Sagra, en la zona Norte de la provincia de Toledo. En él, y a pesar de aparecer junto con cerámicas acanaladas, las cerámicas incisas fueron interpretadas como el elemento más evidente de la relación con las tradiciones de Cogotas I (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1988), sirviendo para definir lo que empezó a denominarse como Epicogotas que sirvió para llenar este extraño periodo de nuestra Prehistoria. Esta misma idea es la que también encontramos en la importante publicación de los resultados de las excavaciones realizadas en el Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991), que se convirtió en un referente para los estudios en la zona central del Tajo. En ella se señala la relación de alguno de los motivos más característicos de estas producciones con las cerámicas campaniformes localizadas en la misma zona algunos siglos antes, aunque también se reconoce su vinculación con hallazgos similares procedentes de la propia Meseta, del valle del Ebro, del Sudeste o de la Alta Andalucía que, de nuevo, se presentan como focos dotados de su correspondiente personalidad. En este contexto destacan las aportaciones realizadas en el estudio de algunas piezas procedentes del Arroyo de las Cárcavas en la provincia de Madrid. En él, las cerámicas incisas se interpretaron como muestra de la existencia de un sustrato común sobre el que habrían actuado, tanto las influencias de los Campos de Urnas como las procedentes del mundo tartésico, que serían las responsables de su evolución diferencial en las zonas septentrionales y meridionales de la Meseta Sur (Almagro-Gorbea y otros, 1996). Sin embargo y a pesar de proponer este tipo de divisiones dif íciles de confirmar en el registro arqueológico se apuntó, por primera vez, la posibilidad de que este tipo de manifestaciones formarían parte de las tradiciones decorativas vinculadas a la expansión del estilo geométrico que en fechas parecidas a las que venimos señalando, afectó a buena parte de Europa Central y el Mediterráneo. Su origen habría que buscarlo por lo tanto no sólo en la tradición local sino, también, en el inicio de los contactos que tanta importancia alcanzaron en estas zonas del centro peninsular que ahora nos ocupan a comienzos del primer milenio a.C. Desde entonces tan sólo se han señalado algunos argumentos más o menos novedosos en favor de la mayor vinculación de los principales motivos decorativos a un foco u otro en los que parecía resumirse el debate de sus 274 orígenes. Es el caso de las propuestas que relacionan las cerámicas aparecidas en el sector central del Tajo central con el mundo tartésico, especialmente tras la aparición de las ya citadas flores de loto (Muñoz y Ortega, 1997; Muñoz, 1998; Muñoz, 2003), al margen de que en todos los estudios se señalara que en los yacimientos más representativos de este foco, esta técnica decorativa no apareciese más que puntualmente y con un aspecto muy diferente. A pesar de estas carencias, la importancia de estas influencias meridionales fue utilizada para diferenciar un grupo cultural que daría origen al mundo carpetano en oposición al alcarreño más vinculado con los Campos de Urnas. La vinculación con los yacimientos del Sudeste empezó a tomar importancia a partir de la publicación de una serie de hallazgos procedentes de la provincia de Albacete, en un sector hasta entonces inexplorado (Soria y Mata, 2002). Se trata de piezas procedentes de diferentes yacimientos en los que aparecen distintas piezas con decoración incisa similar a las conocidas en otras zonas de las que venimos hablando, que se vincularon con los tradicionales focos de los valles del Ebro, Tajo, Meseta Norte, Sudeste y Este peninsular. Unos grupos a los que se empezaba a reconocer no tanto por los motivos decorativos utilizados como, sobre todo, por su disposición sobre formas cerámicas muy distintas que serían las que servían para poner de manifiesto las tradiciones locales. Por primera vez se planteó la unidad de todas estas producciones y se realizó un estudio de la dispersión de los hallazgos conocidos. El resultado fue una propuesta de ampliación del número de focos de base geográfica tantas veces citados al añadir uno nuevo en La Manchuela que, sin embargo, en la misma medida que se han ido publicando nuevos hallazgos, han dejado de tener el carácter aislado que se había utilizado para definirlos. El valor de estas cerámicas como indicador cultural de la existencia de un área más o menos definida, dotada de cierta amplitud, que incluiría buena parte de los pequeños focos y facies propuestos hasta entonces, empezó a destacarse aunque de manera aún muy tímida en algunos estudios dados a conocer en esas mismas fechas (Barroso, 2002a). Por primera vez se planteó la diferencia existente entre estas producciones y las que tienen su origen en la zona andaluza, pero no se renunció a valorar el establecimiento de contactos e influencias de cierta entidad con el mundo tartésico, al necesitar aún del foco del suroeste para explicar la aparición de determinadas piezas en las zonas centrales del Tajo. Los hallazgos de Palomar de Pintado, dentro de este panorama, vienen a llenar un nuevo vacío y a unir, de al- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) guna manera, los focos definidos hasta ahora en el Sudeste y en las tierras de Albacete con los propuestos en la zona central de la Meseta Sur, demostrando la dificultad de poner límites entre ellos y la existencia de una clara afinidad entre las producciones más características de unos y otros. El estudio de las diferentes tradiciones de cerámicas incisas documentadas en los comienzos del primer milenio a.C. muestra que, a pesar de las peculiaridades que puedan existir en cada yacimiento por la lógica evolución de las formas y motivos decorativos más utilizados en un periodo que cada vez adquiere mayor duración y complejidad, nos encontramos ante un tipo de producciones que tiene un indudable aire de unidad. Todas ellas independientemente de que hayan sido consideradas como pertenecientes o sólo influenciadas por los Campos de Urnas (Ruiz Zapatero, 1985), se localizan en un amplio sector comprendido entre el foco del Noreste y el hinterland tartésico, dando lugar a un espacio propio dotado de su correspondiente personalidad. Así, la totalidad de los yacimientos en los que aparecen este tipo de cerámicas, se ubican en las tierras más orientales de la Meseta Norte, la cabecera del Ebro, el Sistema Ibérico, las zonas altas y medias de la cuenca del Tajo, a la vez que en amplias zonas de La Mancha, el Levante y el Sudeste. Un ámbito cultural que también puede rastrearse a través del estudio de otras tradiciones comunes en el registro arqueológico documentado en esas mismas zonas, caso de las cabañas circulares de adobe que son sustituidas por otras rectangulares de esquinas redondeadas y que, desde su descubrimiento en Peña Negra, han servido para apuntar la existencia de ciertas relaciones entre sus poblaciones (González Prats, 2005). La existencia de un espacio más homogéneo de lo que pudiera parecer a simple vista, dispuesto en la periferia de los considerados hasta ahora como Campos de Urnas propiamente dichos y en contacto directo por lo tanto con el Mediterráneo, mucho antes de que tomara fuerza el foco tartésico del Suroeste, podría servir para explicar la aparición de algunos motivos como las flores de loto que se conocen en el interior desde fechas muy antiguas. Una posibilidad que permitiría entender la importancia que adquieren los intercambios de origen precolonial documentados en el interior gracias al establecimiento de contactos con las poblaciones costeras dotadas de un bagaje cultural parecido, que ayudarían a crear la base comercial que aprovecharon con posterioridad las primeras factorías fenicias establecidas en el litoral levantino (González Prats, 2005). Además de todas estas conclusiones, las cerámicas incisas de Palomar de Pintado permiten marcar por ahora un punto límite en la dispersión de estas cerámicas en el inte- rior de la Península al no estar presentes en otros muchos yacimientos cercanos y bien conocidos como son los de Alarcos (García y Rodríguez, 2000), La Bienvenida (Zarzalejos y López, 2005) o El Cerro de las Cabezas (Esteban y otros, 2003) en la cercana provincia de Ciudad Real. Todos ellos marcan a su vez el límite del mundo meridional que se pone de manifiesto a través de hallazgos tan característicos como son las cerámicas decoradas con retículas bruñidas que, sin embargo, no aparecen más allá de alguna extraña excepción en nuestros yacimientos. Con este mismo hinterland habría que vincular las zonas del occidente de Toledo y, a partir de él, las tierras más occidentales de la Meseta Norte, en las que a pesar de contar con hallazgos tan significativos como la tumba de El Carpio (Pereira, 1989), no aparecen tampoco las cerámicas incisas de las que venimos hablando. Por todo ello y de acuerdo con lo que hemos expuesto hasta ahora, creemos que estas cerámicas pueden servir como punto de partida para diferenciar un ámbito cultural amplio en un sector igualmente extenso de la Península Ibérica, sin que ello suponga renunciar a la existencia de algunas diferencias provocadas por la existencia de ciertas innovaciones o evoluciones regionales. Su origen habría que buscarlo tanto en las tradiciones propias de Cogotas I, como en las que proceden de los primeros contactos precoloniales que llegan desde el Mediterráneo y, sobre todo, en el cada vez más heterogéneo mundo de los Campos de Urnas, en el que parecen alcanzar un alto grado de protagonismo, muy superior al que normalmente se viene aceptando en estas zonas del interior. Una relación que se deduce del estudio de las cerámicas incisas en el que se incluyen piezas y grupos de yacimientos que han sido considerados plenamente representativos de los Campos de Urnas recientes en el levante o el Alto y Medio Ebro y que, sin embargo, al aparecer en la Meseta, han sido fruto de explicaciones muy distintas. El comienzo de la necrópolis Sobre el nivel relacionado con la construcción antes descrita, se documenta el inicio del uso funerario del mismo espacio a través de la aparición de una serie de enterramientos que presentan unas características formales muy concretas, que se repiten en los conjuntos atribuidos al nivel fundacional de la necrópolis y de los que sólo hemos excavado hasta el momento una pequeña parte. Se trata de hoyos simples excavados directamente en la tierra que poseen las medidas justas para albergar la única 275 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 14.- Tumba 30/1999 urna en la que se depositaron los restos incinerados y los escasos elementos de ajuar destinados a acompañar al difunto. Al exterior se señalizan mediante la construcción de pequeños encachados tumulares de piedra que adquieren una planta circular y que, en un buen número de casos, han debido desaparecer o se encuentran conservados muy parcialmente, por el intenso uso al que se ha visto sometido el espacio que ocuparon (fig. 3). En algún caso la estructura de señalización parece delimitarse mediante un anillo de pequeñas piedras hincadas que recuerdan a alguna de las soluciones aplicadas a los enterramientos documentados en las necrópolis tumulares que se conocen en los valles de los ríos Ebro, Segre y Cinca (López Cachero, 2008). A este primer momento pertenecen dos de las tumbas localizadas hasta ahora y en ambos casos los enterramientos aparecen asociados a cubiertas de piedra conservadas muy parcialmente, de las que se conocen otros ejemplos en sectores aún no excavados que esperamos estudiar en los próximos años. La primera en ser descubierta es la tumba 30/1999 (fig. 14). Como el resto de las sepulturas pertenecientes a esta primera fase, consta de un hoyo de pequeño tamaño y planta circular en el que se depositó una urna cineraria realizada en cerámica a mano que cuenta con un perfil troncocóni- 276 co y fondo plano. En la zona superior de la pieza aparecen dos pestañas de yeso dispuestas junto al borde que podrían haber servido para sellar el recipiente utilizando algún tipo de tela o material orgánico que, lógicamente, no se ha conservado. En el interior de la urna aparecieron los restos de dos individuos cremados1 y junto a ellos un pendiente de plata, restos de una posible fíbula de bronce y un colgante de piedra que podría ser el extremo de un brazal de arquero reaprovechado (fig. 16). El análisis radiocarbónico de los restos antropológicos cremados ofreció un resultado claramente aberrante, al fechar el conjunto en el siglo IV d.C., como consecuencia de la reutilización del espacio inmediato al enterramiento como basurero en época tardorromana. La urna de esta tumba es similar a la que conocemos en el enterramiento descrito en el yacimiento madrileño de La Torrecilla (Priego y Quero, 1978; Almagro-Gorbea, 1987: 115), así como a las que también aparecen en algunas fases antiguas de las necrópolis del Alto Tajo, caso de la documentada en una de las sepulturas de la necrópolis de Sigüenza (Cerdeño, 1979: Fig. 4). La simplicidad de sus formas tampoco permite realizar mayores precisiones y tan sólo cabe señalar la presencia de piezas similares en las necrópolis del Valle del Ebro relacionadas en este caso con el mundo de los Campos de Urnas (fig. 16). PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 15.- Pendiente de plata perteneciente a la tumba 30/1999. La pieza más representativa de este conjunto es el 2 pendiente de plata (fig. 15) cuya analítica muestra la presencia de plomo y otros elementos que parecen indicar que la obtención de la materia prima se realizó mediante la copelación de sulfuros. Un hecho nada original si no fuera porque entre los elementos detectados no aparecen rastros de oro que suelen estar presentes en las producciones elaboradas en las factorías fenicias del mediodía peninsular (Hunt, 2005). La composición y la tecnología utilizada para realizar esta pieza podrían indicar que nos encontramos ante un elemento precolonial, de cronología por lo tanto bastante antigua, introducida en la Meseta por el comercio con gentes que empezaban a generar un tráfico comercial en el Mediterráneo occidental, antes de que la colonización fenicia permitiera el aprovechamiento de determinados minerales de los principales yacimientos hispanos. El otro enterramiento documentado de este primer momento de uso del espacio como necrópolis es el 72/2001, localizado en un pequeño sondeo que se planteó en el extremo suroeste del corte 3, en pleno centro del yacimiento. Se trata de una nueva tumba realizada mediante la exca- vación de una pequeña fosa que, en este caso, presenta la peculiaridad de adoptar una forma rectangular (fig. 17). En su interior se localizó una urna de cuerpo globular, base plana, cuello marcado y decoración de digitaciones en el labio que, como ocurre con el resto de los enterramientos de este primer momento, contenía la totalidad de los restos incinerados y los elementos que componían el ajuar (fig. 18-1 y 19). Éste estaba formado por un cuchillo de hierro (fig. 18-2 y 20), dos brazaletes de bronce finos de sección circular (fig. 21) y restos de cuentas de collar realizadas en pasta vítrea. El análisis radiocarbónico de los restos cremados proporcionó una fecha comprendida entre los siglos X-IX a.C. que, por lo que supone de novedad, luego estudiaremos con más detalle. La urna es un tipo cerámico frecuente en diferentes tradiciones de la Edad del Bronce, incluida la decoración digitada del borde, característica de numerosos ejemplares relacionados, tanto con el denominado Bronce de la Mancha como con Cogotas I. La pieza más destacada del ajuar es el pequeño cuchillo de hierro que, de acuerdo con la fecha antes comentada, lo convierte en uno de los útiles realizados en este metal 277 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 16.- Urna y ajuar . Tumba 30/1999. 278 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 17.- Tumba 72/2001. más antiguo de los que se conocen en el interior de la Península Ibérica. Una situación excepcional pero no única, tal y como lo demuestra el hallazgo de piezas tan antiguas como ésta realizadas con el mismo metal en yacimientos cercanos como son La Muela de Alarilla en Guadalajara (Méndez y Velasco, 1986: 28) o poco posteriores en la tumba 32 de la necrópolis de Arroyo Culebro (Leganés, Madrid) (Penedo y otros, 2001). Todos estos ejemplos pueden La discusión científica sobre la llegada de los primeros elementos de hierro a la Meseta Sur contempla hasta tres posibles vías de penetración. La primera estaría relacionada con la llegada de las influencias que tienen su origen en lo que se ha venido considerando como Campos de Urnas del valle medio del Ebro (Ruiz Zapatero, 1992). A través de ella llegarían piezas como el escoplo de Alarilla al documentarse en este yacimiento una serie de materiales que, considerarse como precedentes de los cuchillos localizados en el enterramiento de Casa del Carpio en el occidente toledano (Pereira, 1989). En su totalidad nos encontramos ante importaciones que nada tienen que ver con el inicio de la metalurgia del hierro por parte de las sociedades establecidas en la zona central de la Península, que tardaron aún siglos en dominar las técnicas necesarias para la utilización de este metal a gran escala. En este sentido sigue siendo clarificadora la propuesta de Ruiz Zapatero que establece tres etapas en el desarrollo de la fabricación de útiles de hierro, caracterizándose la primera de ellas por un uso limitado del hierro, sobre todo en elementos de prestigio más que auténticamente funcionales, sin que las sociedades de la zona tuvieran aún los conocimientos y medios necesarios para beneficiarse de los minerales de hierro que tanto abundan en nuestro entorno (Ruiz Zapatero, 1985). junto a las características cerámicas heredadas de Cogotas I, se vinculan con las gentes del valle del Ebro (Méndez y Velasco, 1988: 187). Una segunda plantea una posible relación de estos objetos con los territorios centrales del Levante peninsular (Arenas, 1999) y una tercera y última, que concede mayor protagonismo a las influencias procedentes del sur en relación con la implantación del horizonte colonial fenicio. En esta tercera vía el eje principal de penetración de los primeros objetos de hierro se identifica con la llamada Vía de la Plata (Blasco, 2007) llegando a través de ella a la Meseta Norte de acuerdo con lo que se deduce de la presencia de objetos realizados con este metal en Soto de Medinilla en la provincia de Valladolid o en El Berrueco en Salamanca, con cronologías en torno al siglo VII a.C., dentro de un ambiente similar al que hizo posible la aparición de los hallazgos toledanos de Casa del Carpio, 279 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 18.-Urna y cuchillo de hierro. 72/2001. 280 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Fig. 19.- Urna tumba 72/2001. 281 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) en el extremo occidental de la provincia que servirían para marcar una de las etapas de dicha penetración (Ruiz Zapatero, 2007). En el momento actual de la investigación asistimos por un lado a una progresiva matización de la interpretación del desarrollo y características en la colonización fenicia en el cuadrante suroeste de la Península. Como consecuencia directa de todo ello se está produciendo la revisión de la funcionalidad de la denominada Vía de la Plata como eje de penetración exclusivo de las influencias del horizonte colonial en los territorios occidentales peninsulares (Pellicer, 2000). Por otro, se va admitiendo un mayor protagonismo de los enclaves fenicios portugueses (Arruda, 2000; Pereira, 2005) que serían los responsables de la presencia de determinadas manifestaciones orientalizantes localizadas en territorios meseteños, cuyos vectores de intercambio se ordenarían en relación con los ejes de las cuencas del Tajo y Duero, coincidiendo y superponiéndose en ocasiones al eje de la Vía de la Plata. En la discusión científica sobre la temprana presencia de elementos de hierro tanto en la periferia como en los territorios del interior de la Península (Almagro-Gorbea, 1993), cabe destacar en la fachada occidental las nuevas evidencias que están aportando algunos yacimientos portugueses. Es el caso del cuchillo de hierro afalcatado pro- Fig. 20.- Cuchillo de hierro. Tumba 72/2001. 282 cedente de Castelo de Beijós en Viseu que cuenta con una fecha calibrada comprendida entre los años 1310 y 1009 a.C. (Senna-Martínez, 2000: 56). A este ejemplar habría que unir 27 evidencias más localizadas en otra serie de yacimientos de la misma zona, especialmente en la localidad de Beiras, cuyas dataciones radiocarbónicas son siempre anteriores al siglo IX a.C., dentro de un horizonte del Bronce Final anterior al inicio de los asentamientos coloniales fenicios (Vilaça, 2006). Este conjunto de piezas de hierro demuestra un temprano conocimiento y circulación del hierro entre las poblaciones autóctonas del Bronce Final en el occidente y en menor medida en las del centro de la Península, que parecen haber desempeñado un cierto papel estratégico en el desarrollo de los intercambios entre el Mediterráneo y el Atlántico (Lo Schiavo, 1991; RuizGálvez, 1993, 1998; Vilaça, 2006). La fecha del siglo X a.C. del cuchillo encontrado en Palomar de Pintado permite considerarlo como uno de los hierros más antiguos de la Meseta Sur y, a tenor del escenario que parecen dibujar los hallazgos portugueses citados, en una manifestación de un fenómeno similar al que allí se conoce pero vinculado con los territorios orientales de la Península al que pertenece nuestro yacimiento. La llegada de los primeros objetos de hierro al interior se produciría dentro de un modelo de intercambio basado en el PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) establecimiento de contactos entre pequeños comerciantes nunca vinculados a proyectos a gran escala y siempre en relación con redes integradas por comunidades autóctonas en las que existía un cierto equilibrio entre las partes implicadas (Ruiz-Gálvez, 1998: 296-304; Vilaça, 2006). Un modelo muy diferente del posterior de época colonial que se consolida a partir de la implantación definitiva de los asentamientos fenicios, en el que los agentes foráneos serán los que pasen a tener la iniciativa y a intervenir en un grado desconocido hasta entonces en la dirección y objetivos de los contactos comerciales, con todo lo que la nueva situación llegó a suponer en el cambio del número y tipo de piezas que empezaron a estar presentes en las comunidades indígenas. Como última matización, habría que añadir que el análisis realizado a las piezas portuguesas muestra que se trata de manufacturas rudimentarias, hierros blandos que no ofrecen ventaja alguna sobre los productos de la metalurgia del bronce, por lo que buena parte de su atractivo habría que vincularlo con factores simbólicos y con la capacidad de mostrar el status privilegiado de sus poseedores. La importancia que alcanzaron estas piezas ha llevado a diversos autores a considerar que su pronta generalización en las comunidades indígenas estaría en función del auge experimentado por determinados productos relacionados con el vino, que adquirirían un importante desarrollo como consecuencia de los contactos precoloniales a los que venimos aludiendo. La utilización de estas piezas en la vendimia podría servir para explicar tanto éxito, sin que ello implique desvincularlas de otros usos relacionados con ceremonias ligadas a sacrificios rituales o a otras manifestaciones importantes dentro del grupo aún desconocidas. CRONOLOGÍA La totalidad de las evidencias dadas a conocer hasta ahora pertenecen a las fases relacionadas con el uso de la cabaña de planta rectangular y con el inicio de la utilización del mismo lugar como espacio funerario. Dos momentos Fig. 21.- Brazalete de bronce de sección circular. Tumba 72/2001. 283 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) distintos pero presumiblemente ligados entre si, dado que no se aprecia ningún tipo de ruptura entre ambos desde el punto de vista estratigráfico. El principal dato que disponemos para ordenar todos nuestros datos es la fecha radiocarbónica obtenida en la tumba 76 a partir de los restos cremados localizados en el interior de la urna (Beta-178469). La fecha con probabilidad asociada 2 sigmas (95 %) es de 1060-880 a.C. y calibrada dendrocronológicamente del 970 a.C. (Pereira, Ruiz y Carrobles, 2003: 162). Se trata por el momento de la única fecha válida para estas primeras incineraciones ya que la obtenida en la tumba 30 del siglo IV d.C., hay que relacionarla con las alteraciones que sufrió el yacimiento como consecuencia de las actividades realizadas en él durante la Antigüedad tardía. Sin embargo, la aparición del pendiente de plata al que hemos hecho referencia con anterioridad en el interior de la urna de la sepultura con esa datación tan tardía, muestra que el conjunto pertenece a un momento similar al establecido en la otra muestra, al relacionarse dicha pieza con un comercio desarrollado antes de la consolidación de las factorías fenicias y, por lo tanto, con anterioridad a los inicios del siglo VIII a. C. De acuerdo con estos datos, la primera fase de poblamiento habría que fecharla en los momentos inmediatamente anteriores a la utilización del espacio como necrópolis y, por lo tanto, en las primeras décadas del último milenio a.C. Sin embargo y debido a los datos disponibles, no podemos descartar la posibilidad de que los primeros enterramientos se realizaran cuando todavía estuviese en uso la cabaña de la que venimos hablando, lo que supondría una clara continuidad con algunas de las tradiciones funerarias más características de la Edad del Bronce en esta misma zona. Se trata de dataciones antiguas, en el caso de los enterramientos del siglo X a.C. que, en el peor de los casos y teniendo en cuenta la oscilación planteada por la muestra de la tumba 72 podría llevarnos a los inicios del siglo IX a.C. En cualquier caso, esta datación contrasta con algunas de las propuestas en otros yacimientos en los que también se documenta el tránsito de las sociedades de la Edad del Bronce a las de la Edad del Hierro en el interior de la Península Ibérica, cuya estimación se ha venido realizando a partir del uso de paralelos y el predominio de las visiones teóricas que convertían a la Meseta en un espacio retardatario o atávico. Dentro de este panorama nuestra propuesta se une a todas aquellas que vienen planteando fechas igual o más antiguas que las que proponemos, en yacimientos situados en la misma cuenca del Tajo y que, 284 en muchas ocasiones, venían considerándose como fruto del error del método utilizado o incluso, de la mala interpretación de los registros en los que pudieron aparecer los restos (Blasco y Lucas, 2000; Muñoz, 2003; Blasco, 2007). La publicación de todos estos datos está provocando una situación compleja que ha llevado a algunos autores a dudar de dataciones como las que propusimos para las principales fases de nuestro yacimiento hace algunos años (Pereira, Ruiz y Carrobles, 2003), al interpretarlas como resultado de un intento dirigido a presentar un hallazgo excepcional (Urbina y Urquijo, 2007: 252). Frente a críticas como ésta sólo cabe apuntar que muy poco después, los mismos autores, han dado a conocer otros hallazgos tan antiguos como los que originaron el debate, asociados a materiales, ahora sí excepcionales, caso de un grafito para el que se ha supuesto un origen fenicio. La presencia de incineraciones con útiles de hierro en fechas tan antiguas en plena Meseta Sur debe dejar de sorprender si valoramos las fechas calibradas que se vienen acumulando en yacimientos como Pico Buitre (1238-1112 a.C.) (Crespo y Arenas, 1998: 49), Fuente Estaca (919 a. C.) (Martínez, 1992: 77; Castro y otros, 1996: nº 1033), Ecce Homo (1040 CSIC-167) (Almagro-Gorbea y FernándezGaliano, 1980: 125) o en el recientemente estudiado de Las Camas, en el que se ha obtenido una serie de seis fechas que sitúan al yacimiento en un momento muy próximo al que proponemos para Palomar de Pintado en torno al año 1000 a.C. (Urbina y otros, 2007: 66-71). Una cronología antigua que también se documenta en yacimientos tan destacados como la necrópolis de Herrería en Molina de Aragón, en la que se ha obtenido otra amplia serie de fechas para las incineraciones de la primera fase que quedan comprendidas en su totalidad entre los años 1473 y 1209 a.C. (Cerdeño y otros, 2002; Cerdeño y Sagardoy, 2007). Todos estos datos son el reflejo en la Meseta Sur de una situación que parece ser más general de lo que se suponía hasta hace poco, de acuerdo con la valoración que podemos hacer de otros datos más lejanos pero de alguna manera también relacionados. Nos referimos a las fechas obtenidas en las numerosas necrópolis portuguesas de incineración antes citadas, en las que aparecen objetos de hierro que, en la actualidad, suman cerca de treinta dataciones absolutas siempre anteriores al siglo IX a.C. (Vilaça, 2006). La existencia de tantas evidencias en una misma dirección plantea la necesidad de replantear la cronología más aceptada hasta ahora para buena parte de las manifestaciones de esta etapa comprendida entre el final de Cogotas I y el inicio de la Edad del Hierro, que por muy diferentes mo- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) tivos sigue siendo una de las más oscuras de la arqueología de la Meseta Sur. Esta situación supone la reivindicación de un tiempo propio para este horizonte cultural que hasta ahora era ocupado por el alargamiento en el tiempo de las tradiciones de la Edad del Bronce ligadas a Cogotas I hasta fechas muy recientes y la tendencia a considerar el ámbito territorial en el que nos encontramos como un área marginal y en alguna medida aislada, rodeada de un entorno mucho más dinámico, en la que toda innovación llegaba hecha y era fruto de procesos externos. Una situación que curiosamente sólo afectaba a estas zonas del Tajo, al haberse propuesto en la Meseta Norte una secuencia completamente distinta como consecuencia de la aparición del grupo Soto desde fechas antiguas (Delibes y Romero, 1992), dentro de un modelo plenamente aceptado que, con sus lógicas diferencias, parece ser similar al que también pudo existir en las zonas más meridionales de las que venimos hablando. vasos de ofrenda de pequeño tamaño que formaban parte La fecha de inicios del siglo X a.C. para situar la implantación de poblados y necrópolis como los documentados en Palomar de Pintado hay que relacionarla también con los nuevos datos que se están dando a conocer y que sitúan el final de Cogotas I en fechas que nunca superan los mo- pudieron estar en relación con una serie de enterramientos mentos finales del segundo milenio a.C. (Abarquero, 2005) y, por lo tanto, con el inicio de un momento de cambios relacionados aún con el final de la Edad del Bronce. 291), aunque se desconoce si la muestra analizada estaba La principal consecuencia de todas estas innovaciones es que por primera vez empieza a dibujarse un panorama general en buena parte de la Meseta Sur en el que una serie de yacimientos, cada vez mejor conocidos, muestran la existencia de una realidad cultural que hay que situar entre Cogotas I y las sociedades de la plena Edad del Hierro, impidiendo contactos directos entre unos y otros como a veces se ha querido señalar. cedentes de las necrópolis de Arroyo Culebro y Arroyo del ajuar. La urna contenía restos de una incineración, un punzón, dos fragmentos de aro y una lámina de metal muy alterada (Priego y Quero, 1978; Almagro-Gorbea, 1987: 115). Las piezas halladas en La Torrecilla tienen paralelos en las necrópolis del valle del Ebro como ocurre con algunas de las documentadas en La Atalaya (Maluquer, 1957: fig. 4-6), aunque también se ha señalado su vinculación con elementos del sustrato del Bronce Final. La cronología atribuida a este conjunto está centrada en el siglo VII a.C. en función de los paralelos establecidos en momentos previos a la revisión cronológica que está provocando la calibración de las fechas radiocarbónicas. Esta misma cronología es la que se ha planteado para el problemático yacimiento de La Fábrica, en el término municipal de Getafe. En él se excavaron una serie de “fondos de cabaña” con materiales característicos de Cogotas I, que tanto de inhumación como de incineración. Para terminar de complicar las cosas, se obtuvo una fecha extraña del 540 + 95, a partir de las cenizas procedentes del interior de una vasija hallada en uno de los fondos (Priego y Quero, 1983: vinculada a algún conjunto funerario. De ese mismo entorno conocemos las evidencias proButarque. De la primera proceden 32 conjuntos funerarios (Penedo, y otros, 2001), algunos nuevamente con problemas de identificación. Se trata de una pequeña necrópolis formada por sepulturas muy simples, sin señalización exterior aparente, en la que junto a una única inhumación infantil encontramos diferentes incineraciones conservadas en urnas, que obedecen a diferentes tipologías. Junto a ellas también se depositaron algunas piezas de ajuar como EL INICIO DE LAS INCINERACIONES EN LA MESETA SUR pequeños vasos de ofrendas y distintas piezas metálicas. De este importante conjunto destaca la tumba 32 que contenía un total de 23 brazaletes de bronce y los restos de una pieza de hierro de la que fue imposible apreciar su ti- Hasta no hace muchos años, la primera evidencia de la pología. La cronología de estos conjuntos funerarios se ha práctica de incineraciones en la Meseta Sur se encontraba establecido a partir de fechas obtenidas por termoluminis- en la necrópolis madrileña de La Torrecilla, ubicada en las cencia que apuntan al siglo VIII a.C. Una fecha discutida inmediaciones de los yacimientos del Cerro de San Anto- que es rebajada en algunas ocasiones para hacerla coinci- nio y La Aldehuela. El hallazgo en ese lugar de un brazalete dir con las propuestas que plantean una cronología tardía de oro con paralelos en el tesoro de Villena y en el de Abía para el inicio de estos yacimientos de la Edad del Hierro en de la Obispalía (Blasco y Alonso, 1983: 122-123) propició el valle del Tajo (Blasco, 2007: 71-72 y 82-84). el hallazgo no controlado de una urna intacta que al pare- En el caso de la necrópolis de Arroyo Butarque nos cer estaba cubierta por una cazuela carenada que servía encontramos ante una necrópolis de aspecto similar a la de tapadera. Junto a ellos aparecieron dos ollas y varios que acabamos de describir, en la que se estudiaron un total 285 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) de 11 enterramientos (Blasco y otros, 2007). En su mayor parte los restos se conservaban en urnas realizadas a mano y en un único caso a torno, aunque también hay alguna excepción en la que éstos se depositaron directamente sobre el hoyo. Los cuencos que formaban parte del ajuar se caracterizan por no presentar ningún tipo de decoración y por contar con formas tan características como los grandes bordes planos, bien documentados en algunas necrópolis del Primer Hierro de la zona. Es el caso de las Esperillas en Santa Cruz de la Zarza (García y Encinas, 1987: 61) o del Mazacote en Ocaña, de la que sólo conservamos noticias antiguas (Martínez Simancas, 1934). Su cronología se ha fijado gracias a la obtención de diferentes fechas radiocarbónicas entre finales del siglo VII a.C y los inicios del VI a.C., aunque para ello se hayan dejado de valorar otras dataciones mucho más altas que, para todos aquellos que defienden unas cronologías más modernas presentan claros problemas de interpretación. problemas de interpretación ya que sólo se conocen algunas Fechas similares se han propuesto para los primeros enterramientos de la necrópolis toledana de Las Esperillas en la que destacan una serie de conjuntos funerarios que presentan elementos de ajuar de aspecto bastante antiguo los materiales localizados destacan varias urnas carenadas (García y Encinas, 1987: 47 y Lam. 1). Una situación que llevó a sus descubridores a plantear en los últimos estudios publicados, que la datación de las primeras incineraciones allí documentadas podría retrasarse significativamente (García y Encinas, 1990). Es el caso de la tumba 9 que contenía una urna globular realizada a mano, similar a la localizada en la tumba 72 de Palomar de Pintado. En su interior se localizó una f íbula de doble resorte y un cuchillo de hierro afalcatado también parecido al localizado en el enterramiento que estamos estudiando. Como ocurre con las necrópolis madrileñas, tampoco se ha apuntado la existencia de estructuras de señalización mínimamente complejas y, a lo sumo, se habla del aprovechamiento de huecos en la roca y de entibados de las urnas mediante la utilización de pequeñas piedras. las urnas (Belda, 1963). Dos de las urnas de cuello subcilín- A esta misma fase, que las dataciones más tradicionales sitúan entre los siglos VII y VI a.C., se vinculan algunos de los hallazgos más antiguos que proceden de la recientemente descubierta necrópolis del Cerro Colorado en la cercana localidad de Villatobas, de la que tan sólo conocemos un primer avance (Urbina y Urquijo, 2007). de conjuntos funerarios que se pueden adscribir por el ri- Otras evidencias del uso del ritual de incineración en fechas antiguas en el sector central de la Meseta Sur proceden del yacimiento de la Vega en Arenas de San Juan (Ciudad Real), ubicado en las cercanías del yacimiento de Palomar de Pintado. Una vez más los datos plantean serios recipiente cerámico de perfil piriforme emparentado con 286 piezas, tres fuentes de carena alta y borde exvasado y un pequeño vaso carenado, que aparecieron en el interior de pequeñas fosas “con posible carácter de necrópolis, quizás de incineración” (Nájera y Molina, 1977: 279). La cronología propuesta está comprendida entre el 900 y el 700 a.C. Unas fechas altas si atendemos a la semejanza de los recipientes cerámicos con algunas de las fuentes que aparecieron en el nivel de base de la necrópolis de Castellones de Ceal, con una cronología bien establecida en la segunda mitad del siglo VII a.C. gracias a la aparición de f íbulas de doble resorte con placa. Su presencia podría indicar la existencia de contactos con la Alta Andalucía en sintonía con otras muchas manifestaciones de las que luego hablaremos. Algo más al Sureste de la Meseta Sur destacan los antiguos hallazgos realizados en Munera en la provincia de Albacete, que proceden de una serie de conjuntos funerarios con características propias de los Campos de Urnas. Entre o subcarenadas de cuello vertical con sus correspondientes tapaderas y vasos de ofrendas de carena alta, así como un brazalete de piedra que apareció en el interior de una de drico encuentran paralelos en ejemplares de la necrópolis de Agullana (Palol, 1958: tumbas 12, 16, 47, 63, 68, 111, 115, 133, 160, 184 y 223), en los aparecidos en el nivel PIB de Cortes de Navarra (Maluquer, 1958) o en la urna de incineración B de la necrópolis de Les Moreres de Crevillente (González Prats, 1983: fig. 24B). Todos estos hallazgos parecen apuntar para las piezas aparecidas en Munera una fecha en la primera mitad del siglo VII a.C. De la misma provincia de Albacete proceden otras evidencias de incineraciones antiguas (Zarzalejos y López Precioso, 2005). Es el caso del enterramiento de Tiriez en cuyo ajuar se identificó un broche de cinturón tartésico, o de los localizados en la necrópolis de Hoya de Santa Ana en la que una reciente revisión ha identificado una serie tual y los ajuares al periodo orientalizante y, por lo tanto, a un momento comprendido entre los siglos VII y VI a.C. Entre los materiales que se localizaron en estos ajuares funerarios hay que señalar la presencia de f íbulas de dos piezas y de doble resorte con placa, así como un pequeño los alabastrones de barniz rojo del mundo fenicio y con las imitaciones aparecidas en otros puntos tan alejados de la misma Meseta Sur como es Casa del Carpio en la comarca de La Jara (Pereira, 1989). PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Por último y aunque en los límites más orientales de la Meseta, hay que destacar los enterramientos documentados en las necrópolis de incineración del Llano de los Ceperos (Ramonet-Lorca) y El Pinar de Santa Ana (Jumilla) en ambos casos en la provincia de Murcia. En la primera de ellas destaca la aparición de urnas de incineración de perfil ovalado y mamelones en el borde, asociadas a cuencos carenados que tendrían la función de tapaderas para los que se ha propuesto una fecha de mediados del siglo VIII a.C. (Ros, 1985). En la segunda, destaca la documentación de urnas bajo encachados de piedra de distinta tipología que obedecen a estructuras de complejidad muy diferente. De todos los conjuntos documentados destaca uno, el identificado como tumba 5, en el que se localizaron diversas urnas entibadas con piedras que se cubrían con losas de piedra y presentaban algunos elementos de ajuar entre los que destacaba un nuevo cuchillo afalcatado de hierro (Hernández Carrión, 1993). La fecha propuesta para este yacimiento oscila entre mediados del siglo VIII y principios del siglo VII a.C. (Hernández Carrión, 1999; González Prats, 2002). En este panorama destaca la publicación de los resultados obtenidos en la necrópolis de Herrería en el área de Molina de Aragón en Guadalajara, que ha abierto nuevas posibilidades para la interpretación de algunos de los hallazgos pertenecientes a las fases más antiguas de los yacimientos que hemos descrito. En este cementerio han podido estudiarse un buen número de enterramientos dispuestos en fases sucesivas de utilización, que permiten obtener una visión bastante completa de la evolución de las gentes de esta zona en el límite noreste de la Meseta Sur a lo largo de cerca de un milenio. En total se han documentado cuatro momentos de utilización del espacio funerario dentro de un periodo comprendido entre los siglos XII-XI a.C. y el V a.C. La primera fase de incineraciones incluidas en la denominada Herrería I se caracteriza por la ausencia de ajuares y la utilización de estelas para la señalización de cada enterramiento. La siguiente fase, Herrería II, se caracteriza por la utilización de túmulos o empedrados para señalizar los depósitos que contenían los restos cremados y algunas cerámicas lisas o decoradas con acanalados e incisiones, en ambos casos con motivos parecidos a los que encontramos en el resto de los yacimientos de la zona ya descritos. La cronología de estas tumbas de la fase II se ha establecido de forma fiable, gracias a la existencia de una serie amplia de dataciones, entre los años 961 y el 831 a.C. Con posterioridad la necrópolis permanecería en uso durante un periodo bastante amplio en el que todavía se diferencian otras dos fases más datadas en los siglos VIIVI y V a.C. (Cerdeño y Sagardoy, 2007). La valoración de todos estos hallazgos parece indicar que al menos en el siglo VIII a.C. la utilización del ritual incinerador se encuentra plenamente consolidado y que esta situación es fruto de una serie de iniciativas previas que recuerdan a las situaciones documentadas en el valle del Ebro o en otras zonas del Noreste peninsular. Nos referimos al amplio periodo que pasa entre la documentación de las primeras incineraciones y la generalización de este rito en la totalidad de los enterramientos en esas zonas consideradas dentro del ámbito de los Campos de Urnas (López Cachero, 2007). Una transición de larga duración que permite entender la existencia de cronologías muy antiguas como son las dataciones de Herrería y en menor grado de Palomar de Pintado, que parecen obedecer a un mismo modelo tal y como podría deducirse de la similitud apreciada en las estructuras y ajuares documentados en la fase II del yacimiento alcarreño y los que aparecen en los inicios del toledano. La existencia de cementerios de incineración desde fechas tan antiguas abre nuevas expectativas a la interpretación del origen de las sociedades del Hierro de la Meseta, que parecen haber sufrido el mismo proceso de evolución diferencial y errático que parece documentarse en las supuestas zonas nucleares de los Campos de Urnas hispanos, dando nuevas muestras de su pronta vinculación con ese mundo. La necrópolis de Palomar de Pintado permite plantear, además, otra serie de novedades en el registro arqueológico de la Meseta. Nos referimos a la asociación de los enterramientos con la cabaña y el conjunto de materiales que encontramos en ella, que pertenecen claramente a lo que se ha venido considerando como horizontes Pico Buitre o Cerro de San Antonio. Desde los años 80 en que se definieron estos grupos culturales, han sido muchas las referencias a la falta de datos sobre las tradiciones funerarias de sus gentes. En la actualidad podemos empezar a plantear que nos encontramos ante grupos que empezaron a practicar los mismos rituales funerarios reconocidos para la facies Fuente Estaca, con lo que eso supone de pérdida de las señas de identidad utilizadas para definirlos. Las gentes consideradas hasta ahora representativas de unas u otras habitaban el mismo espacio geográfico, se enterraban utilizando los mismos procedimientos y se rodeaban de cerámicas dotadas de parecidas formas y decoraciones en las que, como mucho, tan sólo se podrían encontrar las diferencias habituales entre comunidades vecinas. Un hecho que no puede servir para plantear la existencia de diferenciaciones incluso étnicas, de la misma manera que no se podría atribuir a poblaciones o a formaciones políticas diferentes las producciones de cerámicas de Puente del 287 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) Arzobispo o de Talavera de la Reina en el siglo XVIII que, partiendo de tipologías parecidas, basaban sus tradiciones artesanales en la representación de motivos diferentes. EL PROCESO DE TERRITORIALIZACIÓN Los hallazgos de Palomar de Pintado también permiten realizar otras aportaciones a uno de los temas que más interés viene despertando en la investigación arqueológica de la Prehistoria más reciente. Nos referimos al proceso de territorialización que parece ir ligado al desarrollo de estos grupos representativos de la transición entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, resultado del cambio en la relación establecida entre estas poblaciones y el entorno en el que vivían, muy distinta de la que mostraron sus antepasados tan sólo unos pocos años antes. Frente al auge que experimentaron en amplias zonas de la Meseta Sur los asentamientos del tipo “fondos de cabaña” (López y Morín, 2007) plenamente representativos del horizonte Cogotas I, vamos a encontrarnos a partir de ahora con nuevas tendencias que van a hacer su aparición a lo largo de este periodo que podemos considerar como formativo de las sociedades del Primer Hierro (Ruiz Zapatero, 2007: 44). Su definitiva implantación está ligada al desarrollo de nuevos sistemas económicos mucho más productivos que fueron los que, en definitiva, hicieron posible la permanencia mínimamente estable de las distintas comunidades que habitaban las zonas con más recursos. Sólo en ellas se empezarían a generar las estrategias de dominio del espacio en el que habitaban y que, como tantas veces se ha dicho, acabaría dejando su reflejo en la formación de las nuevas necrópolis. En el caso de Palomar de Pintado las evidencias relacionadas con este proceso de territorialización las encontramos tanto en la fase de uso residencial del espacio en el que venimos trabajando, como en la posterior de carácter funerario. A la primera pertenecen elementos tan destacados como la cabaña ya estudiada, realizada a partir de la utilización de un zócalo de pequeñas piedras pertenecientes a una posible planta rectangular. De acuerdo con lo poco que hemos podido documentar de esta estructura, nos encontramos ante un tipo de construcción que encuentra paralelos en otros yacimientos de la Meseta Sur como Pico Buitre (Valiente, 1984; Crespo y Espinosa, 1986) o Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega, 1997). La ejecución de estas nuevas casas mediante el uso de materiales perdurables, muestra la existencia de una clara voluntad de permanencia de las gentes responsables de su 288 construcción en determinados espacios durante periodos de tiempo cada vez más amplios. Un marco temporal completamente nuevo cada vez más alejado de la estacionalidad con la que parecen relacionarse algunos de los sistemas de poblamiento más antiguos. Estas construcciones, que en principio se consideraban excepcionales (Muñoz y Ortega, 1997) y que cada día parecen ser más frecuentes, están relacionadas con otra serie de cambios que también se documentan en Palomar de Pintado. Nos referimos a la menor utilización de los sistemas de almacenamiento tradicionales basados en el uso de silos subterráneos y a la aparición de nuevos procedimientos surgidos de la utilización de grandes contenedores de cerámica que encontrarían acomodo en el interior de las nuevas y más capaces cabañas, caso del que hemos descrito. Una situación relacionada con la mayor amplitud de los nuevos espacios pero también, con la especialización de la funcionalidad de algunas zonas concretas de los nuevos inmuebles, dentro de un fenómeno ligado a la aparición de un nuevo tipo de familia nuclear y de nuevas formas de acceso a la propiedad. Todas estas evidencias parecen indicar que nos encontramos ante una situación que terminará por unir a las poblaciones a un territorio cada vez más concreto, iniciando con ello otras importantes transformaciones. Es el caso de las que pueden deducirse del cambio de las formas y de las decoraciones de las cerámicas más frecuentes, que se convierten en un nuevo documento indicador del proceso emprendido hacia la individualización relacionado con la disolución de las sociedades comunitarias que parecían predominar en Cogotas I (Ruiz Zapatero, 2007:55). Esta nueva realidad necesitó del desarrollo y utilización de toda una serie de símbolos de propiedad entre los que hay que incluir el uso de los antepasados como legitimadores de la posesión de los espacios más productivos. Así, a partir del inicio de la presión demográfica, en algunas zonas se pudo dar comienzo a la práctica de los primeros enterramientos que se convertían en expresión del mismo deseo de permanencia que mostraban las casas, adquiriendo de esta manera un protagonismo creciente en el paisaje cultural que empezaba a formarse en los primeros años del último milenio a.C. En Palomar de Pintado las primeras incineraciones podrían relacionarse, tal y como dijimos en su momento, con la fase de uso residencial del espacio, para pasar a adquirir desde entonces un peso propio y mayor importancia en la articulación del espacio habitado. Las tumbas, señalizadas a través de los pequeños encachados tumulares que hemos descrito y que pueden ser la base de estructuras mucho más visibles realizadas con materiales perecederos de dif í- PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) cil conservación, se convertirían en la principal referencia simbólica y f ísica con la que indicar la pertenencia del territorio al grupo que enterraba allí a algunos de sus miembros. Gracias a esta situación y al igual que parece ocurrir con algún yacimiento cercano (Ruiz Zapatero, 2007:53-54), la necrópolis que venimos estudiando se convertiría desde fechas tan antiguas como las que hemos propuesto, en el único centro estable de un grupo que, a pesar del carácter más duradero de su arquitectura doméstica y del desarrollo de nuevos sistemas de explotación del suelo mucho más intensivos, todavía practicaba el desplazamiento del hábitat por un determinado territorio. Una situación cada vez menos frecuente que acabaría con la formación de los poblados estables bastante tiempo después de que lo hubieran hecho las necrópolis. La constatación de que el asentamiento de Palomar de Pintado no es el único que existía en la zona se desprende del número de yacimientos pertenecientes a diferentes momentos de la Edad del Hierro que hemos documentado en la llanura aluvial del río Amarguillo (Ruiz, Carrobles y Pereira, 2004:119-120). De todos ellos sólo la necrópolis que venimos estudiando parece haber permanecido en uso en el largo periodo comprendido entre los siglos X y II a.C., constituyendo una referencia simbólica y espacial que sólo se agotó con los cambios promovidos por la romanización, que provocaron una evidente ruptura con el pasado y el desarrollo de un modelo territorial completamente nuevo. dos de los años 80. Nos referimos a la dificultad de situar a las gentes de ese mundo de transición al que venimos haciendo referencia, en relación con las edades del Bronce o del Hierro. Desde el punto de vista cronológico, todo parece indicar que, dadas las altas fechas que empezamos a obtener y en línea con lo apuntado desde el inicio del estudio de yacimientos como Pico Buitre (Valiente, 1984), nos encontramos ante gentes representativas de lo que hace algunos años se denominó como “otros Bronces Finales” (Fernández-Posse, 1998). Una clasificación lógica dentro de las divisiones de ese periodo de nuestra historia (Mederos, 1997), independientemente de que nos encontremos ante gentes que disfrutaron de los primeros objetos de hierro o que pueda reconocerse en ellas el inicio de un proceso que terminará en la formación de las sociedades del Primer Hierro algún tiempo después. Por otra parte, la documentación de incineraciones con altas cronologías en esta zona de la cabecera del Guadiana plantea diferentes cuestiones derivadas, a su vez, de la atribución de nuestro yacimiento al horizonte Pico Buitre en su sentido más amplio. De confirmarse esta relación estaríamos ante la evidencia de que, en realidad, bajo esta denominación nos enfrentamos a un horizonte que alcanzó una expansión geográfica bastante notable y al que nos hemos acercado en muchas ocasiones a través de visiones muy reducidas, casi siempre en función de la potenciación de todo lo que significara la más mínima diferencia. Una tradición que, a pesar de todo, siempre ha chocado con el aire de unidad que manifiestan los hallazgos del conjun- EL CONTEXTO CULTURAL Y ÉTNICO DE PALOMAR DE PINTADO to de yacimientos que conocemos en amplias zonas de la Meseta Sur. Esta nueva situación vendría a matizar la existencia de tantas facies como las que se han propuesto en algunas zo- Una vez realizado el estudio de los principales hallazgos producidos y algunas valoraciones que de ellos hemos podido obtener, vamos a proceder a plantear muy brevemente diferentes hipótesis de trabajo que tienen que ver con la adscripción cultural y étnica de las poblaciones vinculadas a nuestro yacimiento. No se trata en ningún caso de conclusiones definitivas, ya que somos plenamente conscientes de las limitaciones que tenemos al trabajar con un registro tan escaso como es el que hemos dado a conocer. Aún así y como tampoco es posible ignorar los datos, vamos a plantear una serie de cuestiones que esperamos puedan confirmarse en la medida que avance la investigación en un futuro próximo. nas de Madrid y sobre todo en Guadalajara, en ocasiones Para iniciar estas propuestas nada mejor que tratar uno de los problemas que venimos arrastrando desde media- hemos hecho referencia, al aportarles el factor diferencial a partir del estudio parcial de un único yacimiento, y a las que ya se vienen poniendo otra serie de reparos (Barroso, 2002). La existencia de un horizonte común antiguo, distinto de Cogotas I y perteneciente al Bronce Final, implica un cierto cambio en algunas de las visiones más difundidas que se conocen acerca de la pronta aparición de los principales grupos étnicos de la Meseta. El inicio de la publicación de un buen número de importantes trabajos sobre los celtíberos desde los años 80 del pasado siglo (Burillo, 1998, 2007; Lorrio, 1997), se ha centrado en la búsqueda de una pronta separación de este importante grupo étnico a partir de su identificación con alguna de las facies a las que que se iba buscando. 289 PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) en su sentido más amplio, con necrópolis de incineración do céltico por parte de algunos historiadores ocupados en el estudio de yacimientos tan importantes como Cástulo en la Alta Andalucía (Blázquez y García-Gelabert, 1992; como la nuestra en la que también están presentes las ce- Blázquez y Valiente, 1981) o de las cuestiones que plantea rámicas acanaladas y algunos otros elementos que han la definición de un grupo cultural aislado en el Sudeste, de- servido para definir lo que comúnmente conocemos como finido a partir del hallazgo de una serie de incineraciones Protoceltibérico (Cerdeño, 2008), nos encontraríamos que eran consideradas como resultado de un fenómeno de ante una realidad sensiblemente diferente de la supuesta hasta ahora. Una situación que venía pasando desapercibida debido a la escasa investigación efectuada en determinadas zonas, que tiene su mejor reflejo en el desconocimiento que tenemos de las necrópolis de estos momentos en amplias zonas del valle del Tajo en las que, por ejemplo, se conocen menos enterramientos que en una sola fase de cualquiera de los grandes cementerios alcarreños. evolución autóctona, al margen del resto de las tradicio- Todos estos razonamientos nos llevan a plantear la posibilidad de que el origen de celtíberos, carpetanos u olcades, puede encontrarse en estas mismas gentes. Una relación que ayudaría a explicar la aparición de un buen número de topónimos, antropónimos y materiales de origen indoeuropeo en estas zonas meridionales de la Meseta, que siempre hemos vinculado a una celtiberización tardía y que, quizás, son el reflejo de una situación muy distinta. Palomar de Pintado, se convierten en el “eslabón perdido” Estas posibilidades nos llevan a rastrear la existencia de un grupo cultural ubicado en un sector geográfico tan amplio como es el comprendido entre el Alto Ebro y el Sudeste, que ayuda a dar respuestas a algunos de los problemas planteados en la historiograf ía del final de la Prehistoria, no sólo en la Meseta, sino también en la Alta Andalucía o el Sudeste. Es el caso de las relaciones buscadas con el mun- después de que se hubiera generado una respuesta cultural Por lo tanto, de confirmarse la definitiva relación de lo que vamos a seguir denominando Pico Buitre, insistimos 290 nes incineradoras de la Península (González Prats, 1992, 2002). Se trata en este caso de una propuesta que surgía de la dificultad para unir estas manifestaciones con la del foco del Noreste, al quedar ambos separados por una zona en la que se presumía que la generalización del nuevo rito funerario había sido mucho más tardío. Los enterramientos de Herrerías y aún más por su posición geográfica, los de entre estos dos focos, dando muestras, una vez más, de la existencia de un ámbito extendido y relativamente homogéneo, que llega a documentarse en lugares tan alejados como son el Peñón de la Reina o Villaricos en la provincia de Almería. Un horizonte en el que empezarían a actuar los procesos de diferenciación que darían lugar a los pueblos prerromanos que surgen en toda esta zona, pero sólo común como consecuencia de los cambios que supone la inclusión de amplias zonas de la Península Ibérica en el circuito comercial internacional establecido entre el Atlántico y el Mediterráneo, en un momento caracterizado por los cambios protagonizados por la irrupción de los denominados Campos de Urnas. PALOMAR DE PINTADO, VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS (TOLEDO) NOTAS AL PIE BARROSO, R., 2002a: El Bronce Final y los comienzos de la Edad del Hierro en el Tajo Superior, Universidad de Alcalá de Henares, Madrid. 1 Los análisis forenses de los restos antropológicos de Palomar de Pintado han sido realizados por el DR. Francisco Gómez Bellard. BARROSO, R., 2002b: “Cuestiones sobre las cerámicas grafitadas del Bronce Final y I Edad del Hierro en la Península Ibérica”, en Trabajos de Prehistoria, 59.1, Madrid, pp. 127-142. 2 El estudio tecnológico de la pieza ha sido realizado por los Dres. Alicia Perea e Ignacio Montero (CSIC). BIBLIOGRAFÍA ABARQUERO, F.J., 2005: Cogotas I. La difusión de un tipo cerámico durante la Edad del Bronce, Valladolid. ALMAGRO-GORBEA, M., 1969: “La Necrópolis de las Madrigueras. Carrascosa del Campo (Cuenca)”, Biblioteca Praehistórica Hispana, Vol. X, Madrid. 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XXXV, Vol. II, Mérida, pp. 809-842. 293 LA CULTURA MATERIAL I EDAD DEL HIERRO LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO (850/800- 500/400 a.C.) Juan Francisco Blanco García EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 23-02-2009 Aceptado: 08-03-2009 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO (850/800–500/400 a. C.) THE CERAMICS OF THE TRANSITION FROM BRONZE TO IRON AND IRON IN THE AREA OF OLD AND NORTH TOLEDO MADRID (850/800-500/400 BC) Juan Francisco Blanco García Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Universidad Autónoma de Madrid. paco.blanco@uam.es PALABRAS CLAVE: Cerámica, Transición Bronce Final / Edad del Hierro, Primera Edad del Hierro, Iberia central, Madrid y Tajo medio. Influencias culturales. KEYS WORDS: Pottery, Late Bronze Age / Iron Age transition, Early Iron Age, Central Spain, Madrid and Middle Tajo valley, Cultural influences. RESUMEN: La Primera Edad del Hierro en el área de Madrid aún es muy deficitaria en informaciones detalladas relativas a aspectos tales como la ocupación y explotación del territorio, la organización espacial interna de los asentamientos, las prácticas económicas, vías de comunicación, la estructura social de estas comunidades, el mundo funerario anterior a la aparición de las primeras necrópolis de incineración (Arroyo Butarque, Arroyo Culebro), etc. Sin embargo, los trabajos arqueológicos desarrollados en los últimos años han permitido avances cualitativos importantes en varios de estos aspectos. Uno de los campos de investigación que más ha salido beneficiado es el relativo a los equipos cerámicos fabricados y usados por estas comunidades, de manera que a través de un análisis detallado de los mismos se puede deducir que, lejos de ser entidades cerradas y autosuficientes, estuvieron bastante más abiertas a influencias externas de lo que hasta hace unos años se suponía. Las influencias culturales del sureste peninsular y del suroeste fueron intensas y crecientes hasta la crisis del mundo tartésico. Las procedentes del valle alto y medio del Ebro, de los ambientes de Campos de Urnas, se están manifestando también con una intensidad casi tan destacable. El estudio de la evolución de la cerámica nos ha permitido estructurar la Primera Edad del Hierro madrileña en dos fases, una inicial que abarcaría desde mediados/finales del siglo IX a. C. hasta finales del VII o inicios del VI a. C., y otra avanzada que se situaría entre este último momento y mediados del V a. C. en que ya se empiezan a fabricar las cerámicas a torno carpetanas. ABSTRACT: The Early Iron Age is no well known in the central Tajo valley and Madrid region about aspects like territory, density of occupation, settlement patterns, spatial organization of the villages, artisanal spaces, natural resources control, communications, social organization, funerary customs and practices before the first cemeteries (Arroyo Butarque, Arroyo Culebro), and so on. But the archaeological intensive surface prospecting with full coverage and recent excavations in the last years had made a substantial increase of the archaeological information. The pottery equipment is one of the most remarkable evidences that had received a new impulse. The influences from the South-East and South-West Iberia (tartesian territory), high and middle Ebro valley (Urnfields) and South Duero valley (Soto de Medinilla culture), we can said now that were really more intensives that we believed. By the other hand, the evolution of the pottery had been important to see that the Early Iron Age in Madrid and the middle Tagus can be organized in two periods: an initial phase from the middle or end of ninth century BC to the end of seventh century, and a late phase from this last moment to middle of fifth century. LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO (850/800–500/400 a. C.) Juan Francisco Blanco García Los siglos que median entre la desintegración, más o menos rápida, de la cultura de Cogotas I y la eclosión de las entidades étnicas de la Segunda Edad del Hierro, esto es, desde, grosso modo, el 850/750 a. C. y el 500/400 a. C., según qué zonas y en cronologías sin calibrar, que son las que utilizaremos en adelante, en las tierras del centro peninsular se identifican una serie de grupos arqueológicos diferenciados territorialmente, varios de los cuales abarcan todo el ámbito cronológico referido, otros únicamente marcan la transición del Bronce Final al Hierro Antiguo y alguno sólo representa la plenitud de este último. En el centro del valle del Duero toda esta etapa se identifica con la cultura del Soto de Medinilla; el suroeste de la submeseta norte y las tierras del otro lado del macizo de Gredos, pertenecientes ya a la cuenca del Tajo, constituyen el ámbito del denominado hasta no hace mucho Grupo Sanchorreja, antesala del mundo vettón y muy permeable a las influencias del área tartésica, pero cuya cerámica de uso cotidiano muestra muchos elementos de conexión con la soteña; la homogénea cultura de los castros sorianos, que fragua hacia mediados del siglo VII a. C. tras una fase aún deficientemente conocida, representa la plenitud del Hierro Antiguo en la sierra norte de Soria; en las comarcas llanas del centro de esta provincia y el alto Jalón son los contextos Protoceltibérico y Celtibérico Antiguo los que se desarrollan en esta etapa; al sur de esta zona, las cuencas altas del Henares, Tajuña y Tajo, esto es, las tierras alcarreñas y comarca de Molina de Aragón, así como las cabeceras de los ríos Piedra y Mesa, tributarios ya del Ebro, el Grupo Fuente Estaca aquí localizado, de nuevo los contextos Protoceltibérico y Celtibérico Antiguo así como la discutida facies Riosalido, considerada protoceltibérica por algún autor, dan contenido arqueológico a estos siglos; una zona geográfica más restringida como es el Henares medio constituye el ámbito espacial del denominado horizonte Pico Buitre, tras el que se identifican los primeros compases de un mundo celtibérico en formación muy próximo al carpetano; y ya para finalizar el periplo por el centro meseteño, en las comarcas surcadas por el Manzanares, Jarama, Henares y Tajuña en sus tramos bajos, hasta el propio cauce del Tajo, así como en los territorios inmediatos del otro lado de éste, ya en Toledo, el panorama cultural que surge tras la disolución de Cogotas I tradicionalmente se identifica con el horizonte San Antonio, pero con las aportaciones de los últimos años dicho panorama se ha enriquecido enormemente y completado en sus fases constitutivas. Se puede decir que de estos siete espacios culturales es este último el que en la actualidad resulta más dinámico, rico en novedades e interesante para la investigación, y ahora ya sí es posible empezar a explicarlo de una forma un poco más completa que antes, sin significativas lagunas. Por estas razones, y porque los materiales cerámicos siguen ocupando una posición privilegiada en la mejora de nuestros conocimientos porque permiten afinar en muchos aspectos, en él nos vamos a centrar en esta ocasión. LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO El primer problema que se nos presenta y que, en general, más está demandando soluciones la investigación de esta etapa del primer milenio antes de Cristo, es el de la cronología. Y es que no se puede detallar con la precisión que nos gustaría debido a que estamos en un periodo de la prehistoria reciente en el cual los métodos de datación que habitualmente se emplean (sobre todo el C14, pero también la TL) muestran unas desviaciones importantes que impiden hilar tan fino como quisiéramos. Esto es especialmente gravoso en los yacimientos del área madrileña, donde el elevado grado de contaminación que afecta a los terrenos en los que se encuentran muchos de los yacimientos en ocasiones son el origen de no pocas fechas estériles, aberrantes o, lo que es peor aún, consideradas admisibles por el contexto material pero igualmente erróneas. Problema no menos importante, aunque referido especialmente al conocimiento de la producción y uso de la cerámica, es la falta en esta zona de yacimientos de cierta entidad en los que se conserven secuencias estratigráficas poco alteradas que permitan ver cómo ha evolucionado a lo largo de estos tres siglos: cómo se forma lo que podríamos denominar el “tronco cerámico básico”, qué pervivencias del sustrato en él son identificables, cómo y cuándo se incorporan nuevos elementos a ese tronco básico, cómo caen en desuso otros, cómo van cambiando las tendencias de intercambio, cómo los locales imitan producciones foráneas, etc. En la base de este problema se encuentra la singularidad del poblamiento que muestra la zona de Madrid, pues los poblados permanentes de larga duración, de tipo “tell”, son inexistentes. No hay aquí núcleos protourbanos equiparables con los de Soto de Medinilla, La Mota o Cuéllar, por poner unos ejemplos bien conocidos del otro lado del Sistema Central. Con este telón de fondo, hemos de decir que las producciones cerámicas que van a centrar nuestra atención son las destinadas a usos de mesa, cocina y almacenamiento. No nos ocuparemos, por tanto, de las denominadas producciones singulares (“fichas” o tapones, morillos, toberas, alguna figurilla, etc.) más que, si acaso, circunstancialmente, para apoyar o precisar ideas relativas a los recipientes de uso cotidiano. Como tampoco entraremos en un análisis detallado de los procedimientos técnicos y motivos decorativos que comparecen en los recipientes porque esto alargaría en exceso el texto. Queda fuera del ámbito de este trabajo, igualmente, lo relacionado con la funcionalidad de los recipientes, con los usos alimentarios, sociales o rituales que pudieran haber tenido en su tiempo sencillamente por falta de información al respecto. Ya nos 300 gustaría poder aportar datos seguros relativos a estos aspectos, obtenidos mediante análisis de residuos, pero estos estudios son prácticamente inexistentes y está demostrado que el sentido común que habitualmente aplicamos a algunos tipos de recipientes para establecer relaciones entre forma y función a veces resulta engañoso o simplemente aventurado. Ya para ir dando por terminados estos aspectos introductorios, y si se nos permite, nos parece esta una buena ocasión para hacer una llamada de atención de carácter técnico-profesional: reclamar que en las memorias de excavación y, con más motivo aún, en las publicaciones, se cuide lo más exquisitamente posible la documentación gráfica de los materiales cerámicos. Resulta bastante descorazonador ver cómo las carencias en muchas figuras son tan importantes que los convierten en casi inútiles para la investigación: cuando no falta la escala o se olvidan las secciones, se inventa literalmente la línea diametral o se parte dicha línea por cualquier sitio, no se han eliminado líneas auxiliares que lo único que hacen es equivocar, faltan secciones y proyecciones que son muy necesarias sobre todo en piezas singulares, los vasos a veces carecen de número de orden en las figuras, eso si estas últimas cuentan con él y no se ha olvidado también, etc., a lo que cabría añadir, aunque a veces ya no es responsabilidad del investigador firmante, la excesiva pequeñez de muchas reproducciones. El estudioso no siempre puede consultar directamente la materia prima sobre la que investiga, por lo que depende de la recogida en las publicaciones y en las memorias depositadas en las administraciones. Por desgracia, todas estas carencias y descuidos no hacen más que dar la espalda a esa idea tan cierta como a veces olvidada de que en arqueología los textos tienen fecha de caducidad pero la documentación gráfica, si es de calidad, tiene vigencia ilimitada. Los territorios del Manzanares, Jarama, Henares y Tajuña en sus tramos bajos, hasta el propio cauce del Tajo, así como los inmediatos del otro lado de este gran colector estuvieron densamente poblados en la fase de plenitud de Cogotas I, entre aproximadamente el 1.300/1.250 a. C. y finales del siglo IX/inicios del VIII, lo que les vale ser considerados como parte integrante del área nuclear de dicha cultura (Delibes, 1995: 113; Abarquero, 1999: 114; Id., 2005: 69, 84-85, 97-102, figs. 14 y 16; Blasco, 1997: 90; Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 176; Barroso Bermejo, 2002a: 85-130; Ruiz Zapatero, 2007: 41, fig. 4). De la misma conocemos relativamente bien cómo se distribuyeron por el territorio sus aldeas, las preferencias que se tienen en LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO cuanto a los emplazamientos, las dimensiones aproxima- Ead., 2007: 72-74; Blasco y Lucas, 2000a: 178; Blanco Gar- ya empieza a resultar más completa y mejor explicable. Y es que las etapas de transición del Bronce al Hierro y el Hierro Antiguo están experimentando actualmente un avance considerable gracias, por un lado, a recientes excavaciones en yacimientos tanto nuevos como conocidos de antiguo pero realizadas con metodologías novedosas (vid., p. ej., Oñate, Sanguino y Morín, 2001; Urbina et alii, 2007a y 2007b; Flores y Sanabria, e. p., etc.), y por otro, a la celebración de reuniones científicas en las que con cierta celeridad se están dando a conocer los resultados preliminares de muchas de esas intervenciones (p. ej., Castillo y Sáez, 2005; Jiménez, Bermúdez y Sáez, 2007; Dávila, 2007; Morín, 2007; Almagro-Gorbea y Morín, e.p., etc.). El resultado final es, como decimos, que ya sí empieza a vislumbrarse un panorama secuencial más completo y coherente que, dicho sea de paso, se va perfilando en muchos aspectos semejante al de territorios vecinos como el celtibérico o el soteño, y sobre el que ya es posible detallar en cuestiones cía, e. p.), y que algunos investigadores hacen extensible a hasta ahora muy superficialmente conocidas. los demás aspectos al considerar que las gentes del Hierro Tanto está cambiando el panorama, que están comenzando a producirse algunos intentos de estructuración secuencial, el último de los cuales debido a K. Muñoz López- das y arquitectura de muchos de sus poblados, sus orientaciones económicas, prácticas funerarias y equipos cerámicos, estos últimos los que aquí más nos interesan por cuanto de influyentes pudieron haber sido en la formación de los conjuntos de transición al Hierro Antiguo y los de la plenitud de éste. Los de Cogotas I y el Hierro Antiguo fueron dos mundos que se secuenciaron en el tiempo -quizá entre unas zonas y otras se produjera un solapamiento parcial-, pero muy diferentes entre sí en cuanto a los equipos materiales que fabricaron y usaron y seguramente también en cuanto a las mentalidades, a pesar de que a medida que profundizamos en ellos más elementos de conexión vamos encontrando, sobre todo en lo que se refiere a aspectos relacionados con la explotación económica del territorio, circunstancia esta en la que cada vez con más frecuencia se viene insistiendo (Fabián, 1993: 172; Blasco, 2001: 205-206; Antiguo no son más que los descendientes de los cogoteños pero que han desarrollado unas nuevas estrategias de subsistencia y adquirido nuevos elementos culturales (p. ej., Quintana López y Cruz Sánchez, 1996: 62-63; Martín Bañón, 2007: 40; Almagro-Gorbea, 2008: 47), algo nada fácil de probar en la actualidad, máxime cuando, sobre todo en la zona madrileña, se conoce aún de forma deficiente el mundo del Hierro Antiguo y pese a que en estos últimos años estamos asistiendo a un considerable aumento cuantitativo y cualitativo de la información relativa al mismo. Durante más de dos décadas, desde mediados de los años setenta del pasado siglo hasta el cambio de milenio, el conocimiento el Hierro Antiguo en el territorio madrileño fue creciendo de manera lenta debido en gran parte a que la información se iba generando con cuentagotas por la escasa inversión en materia de arqueología y al reducido número de investigadores implicados en el tema, pero que en esas circunstancias desarrollaron una meritoria labor. En esos años se fue configurando un panorama -sobre todo impulsado desde la Universidad Autónoma de Madrid, pero también gracias a estudiosos ligados a otros centros de la región- que en gran medida sigue aún vigente pero al cual recientemente se ha incorporado un volumen considerable de información novedosa, de manera que en la actualidad estamos asistiendo a una auténtica renovación de los estudios sobre la Edad del Hierro en esta zona, con nuevos contenidos y planteamientos que de la mano están trayendo una reestructuración de la misma, de forma que Astilleros (1999), quien cree contar con suficientes datos como para distinguir tres etapas: una inicial (siglo VIII e inicios del VII a. C.), otra intermedia o de plenitud (siglo VII y principios del VI a. C.) y una final (siglo VI y comienzos del V a. C.). Dentro de la artificiosidad que, inevitablemente, conlleva todo intento de compartimentar un continuum histórico, pero que por necesidades analíticas necesariamente hemos de llevar a cabo, la propuesta resulta atractiva y útil porque la realidad arqueológica ahora sí permite hacer cierta diferenciación interna en los siglos que abarca este periodo, pero quizá sea un poco cuadriculada en el sentido de que parece que se ha tratado que fueran etapas equilibradas en lo referente a su duración. Sin rechazar esta propuesta porque, insistimos, tiene su utilidad y con el tiempo puede que se pueda dotar de contenidos claramente diferenciables cada subfase, nosotros en estos momentos de la investigación somos más partidarios de estructurar esta etapa en dos fases, de las que la primera es más dilatada que la segunda pero cada una de ellas homogénea internamente: • Una inicial, o Fase I, de transición del Bronce al Hierro Antiguo y momentos iniciales y plenos de este último que resulta bastante homogénea en lo que se refiere a su equipo material y discurriría, en fechas tradicionales, entre mediados/finales del siglo IX a. C. y finales del VII/ inicios del VI, y que a raíz de las más recientes aportacio- 301 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO nes vendría representada arqueológicamente por una especie de horizonte Las Camas/San Antonio, (Fig. 1- Fig. 2) pues parece evidente que la etapa cultural que marca el yacimiento de Las Camas -y a la que pertenecerían también poblados como el de La Cuesta, en Torrejón de Velasco, o, ya en Toledo, el de Las Lunas- se inicia antes de lo que se hace comenzar el conocido como horizonte de San Antonio, pero aquél se solapa y prolonga de manera natural en éste. Gran parte del siglo VIII a. C. constituiría el solapamiento entre ambos, pues a pesar de que los investigadores de Las Camas hayan considerado, guiándose por fechas de C14, que “…es dif ícil situar el fin de este yacimiento más allá del siglo IX o primera mitad del VIII a. C….” (Urbina et alii, 2007b: 79), en él hacen acto de presencia las incisas y excisas de tipo Redal/Cortes de Navarra (Id., 2007b: fig. 12) y se cuenta con un posible grafito fenicio (Id., 2007b: 75-77, fig. 24, arriba), elementos que nos obligan a llevar el final de este yacimiento a momentos postreros de dicho siglo o incluso entrado ya el siguiente, pues aunque las excisas del alto y medio Ebro comienzan a fabricarse en la plenitud del VIII y su mayor apogeo se produce en torno al Fig. 1.- Vista aérea de la cabaña de las Camas (Foto: Audema) 302 700 (Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987: 120-121), seguramente fue en estos finales de siglo cuando empezarían a llegar a la zona madrileña. (Fig. 3) Sobre el grafito luego volveremos. • Y otra ya avanzada, o Fase II, que cabría situar entre finales del VII / inicios del VI y mediados del V, en la que ya se puede identificar un contexto material calificable como Protocarpetano, o mejor, Carpetano Antiguo, dado que se corresponde bastante bien con los contextos del Celtibérico Antiguo: mejor estructuración del espacio y explotación más intensiva del medio (vid. Dávila, 2007 para el Henares), primeras necrópolis de incineración (Arroyo Butarque, Arroyo Culebro, Las Esperillas), presencia del hierro, también de ciertas cerámicas a mano cuyas formas son similares a las del Celtibérico Antiguo, primeros recipientes a torno importados del área ibérica, etc. En comparación con ámbitos culturales vecinos, el único elemento que aquí se produce más tardíamente es el de la tendencia a la concentración demográfica, ya en el Hierro II (Blasco, 2001: 210). Con todos estos elementos, esta fase que en buena medida es prolongación natural de LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Fig. 2 Vista aérea de Las Camas (Foto: Audema) la anterior, puede ser considerada ya como la antesala de la los datos hoy no permiten hacer diferencias internas sus- Segunda Edad del Hierro. tanciales. El catálogo de yacimientos que se pueden adscri- Comparando las producciones cerámicas de una y otra bir a la misma, bien en todo su periodo de vida o bien sólo fase, se puede decir que aun siendo muchos los elementos en una parte del mismo, es relativamente numeroso, pero de conexión, pues, por una parte, no deja de ser un hecho atendiendo, por un lado, a las indicaciones cronológicas que aunque la que hemos denominado Fase I hunde sus -más o menos aceptables- que se han ido obteniendo en raíces en las décadas en las cuales se está desintegrando algunos de ellos y, por otro, a los materiales metálicos y a Cogotas I y de esta cultura en ella se reconoce una clara los paralelismos formales y decorativos que sus cerámicas herencia material, y por otra, es notorio que la Fase II re- permiten establecer con otras áreas peninsulares en las que coge gran parte de los modos de hacer de la anterior, son las cronologías están bien definidas, creemos que es posi- los de distinción los que, unidos a otros criterios extra- ble hacer cierta diferenciación entre ellos, de manera que cerámicos, nos permiten deslindarlas. hay una serie de yacimientos cuyas fechas y colecciones cerámicas se remontan a momentos iniciales de esta fase, de la transición del Bronce al Hierro, y otros en los que las LA FASE I suyas corresponden ya a los comienzos del Hierro Antiguo y su plenitud. Yacimientos en los que se encuentra repre- Como acabamos de señalar, esta fase tiene un desarro- sentada esa etapa transicional, pero que también penetran llo cronológico de algo más de dos siglos y representa la de lleno en el Hierro I, son, entre otros, los de Las Camas, transición del Bronce al Hierro Antiguo así como los ini- en Villaverde (Agustí et alii, 2007a, 2007b y 2007c; López cios y la plenitud de este último, formando un todo porque López, 2006; Urbina et alii, 2007a: 159-171; Id., 2007b), La 303 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Fig. 3. Cerámica excisa, de tipo Redal/Cortes de Navarra, de Las Camas (Foto: Audema) Cuesta, en Torrejón de Velasco (Flores y Sanabria, e. p.), San Juan del Viso (Dávila, 2007b: 96-97, fig. 2, 1), Barranco de la Zarza Norte (Dávila, 2007b: 104) o el toledano de Las Lunas, en Yuncler (Urbina, e. p.). Yacimientos representativos de las etapas inicial y plena del Hierro I serían el Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991; Rubio y Blasco, 2000: 228-229), la Zona B del Sector III de Getafe (Blasco y Barrio, 1986: 106-128, 135-138, figs. 1, 2 y 21- en la norte (Guaya, por ejemplo: Misiego et alii, 2005), son coetáneos en gran medida de ese horizonte fundacional del Soto de Medinilla caracterizado por una arquitectura doméstica de postes de madera y ramajes con manteados de barro que marca la antesala de la arquitectura “en duro”, de adobe, tapial, refuerzos y techumbres de madera (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 154-156, fig. 2 y lám. I; Delibes et alii, 1995a: 146; Romero Carnicero, Sanz Mínguez 36, láms. II-IV), Camino de las Cárcavas (Muñoz LópezAstilleros, 1999; López Covacho et alii, 1999; Ortiz et alii, 2007), la fase inicial de La Deseada (Martín Bañón, 2007: 32-40), Capanegra (Martín Bañón, 2007: 29-32 y 37-40) o la Dehesa de Ahín en su etapa más antigua (Rojas et alii, 2007), entre los más destacados. Cuantitativamente, los enclaves en los que comparecen materiales de la transición del Bronce al Hierro son menos numerosos que aquellos en los que se registran las fases inicial y plena del Hierro Antiguo, pero gracias a los primeros hoy ya podemos decir que queda solventado en parte un problema cuya existencia no siempre sabíamos reconocer: la situación de cierto vacío que existía entre una vieja cultura que periclitaba, la de Cogotas I, y otra que no se sabía muy bien cómo fraguaba, la del Hierro I. Y es que el contexto material de yacimientos como el de Las Camas supone para el área madrileña y norte de Toledo lo que el Soto de Medinilla en su fase formativa e inicios de la plena para el centro del Duero. Da la impresión de que todos esos poblados en los que se han documentado longhouses, tanto en la submeseta sur como y Álvarez-Sanchís, 2008: 661-662). Es más, seguramente si se pudiera abrir en extensión ese nivel fundacional del poblado epónimo vallisoletano no nos extrañaría que apareciese alguna longhouse. Y del mismo modo que en los poblados soteños más importantes esas cabañas leñosas posteriormente se convierten en auténticas viviendas de adobe, tapial y troncos de madera, en la zona madrileña las longhouses de gruesos postes y ramas -aunque tienen una prolongación temporal algo mayor, como parece observarse en El Colegio de Valdemoro en su Fase 1ª (Sanguino et alii, 2007: 158-163, figs. 2-8)- pronto derivan en construcciones casi idénticas pero realizadas ahora en barro y hasta fechas avanzadas del Hierro I, como queda demostrado en el excepcional yacimiento toledano de La Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007). En consecuencia, se puede decir que en este interesante periodo del último milenio a.n.e. no son tantas las diferencias que existieron a uno y otro lado del Sistema Central: la evolución es muy similar aunque los ritmos no sean coincidentes del todo y se adviertan peculiaridades que se podrían tildar de regionales. 304 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Con este esquema marco como fondo y centrándonos ya en la evolución del equipo cerámico, es necesario comenzar diciendo que debido al cierto retraso con el que parece ser que se produjo el declinar del mundo de Cogotas I en la zona madrileña, el peso de sus tradiciones alcalleras en contextos pertenecientes a esta Fase I se reconoce mejor que en otros ámbitos a través de algunas formas y sistemas decorativos presentes en no pocos yacimientos (Blasco, 1992: 290; Ead., 2007: 72; Blasco y Lucas, 2000a: 181; Ead., 2001: 228; Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 132, fig. 63, 1-6; Pereira, 1994: 47; Fernández-Posse, 1998: 139140; Barroso Bermejo, 2002a : 152; Ruiz Zapatero, 2007: 47). Esto se observa de manera muy significativa en, por ejemplo, el Camino de las Cárcavas, un enclave para cuyos quizá como consecuencia de la aceptación de influencias foráneas, procedentes tanto de ambientes de Campos de Urnas del valle del Ebro como de sur peninsular. Pero por encima de las similitudes identificables, es notorio que tomados en conjunto los equipos cerámicos de las comunidades de la plenitud de Cogotas I y los pertenecientes a las de la transición al Hierro Antiguo y la época plena de éste muestran diferencias muy acusadas. Diferencias que sumadas a otros indicativos culturales nos permiten advertir que en toda esta zona hemos entrado en un nuevo periodo de su Prehistoria reciente. Por lo que se refiere a las producciones cerámicas finas, de mesa, ahora se imponen las formas generalmente lisas, con las superficies estima una proyección cronológica desde mediados del en unos casos simplemente alisadas a espátula y en otros cuidadosamente bruñidas o incluso pulimentadas. El repertorio de formas básicas no se puede decir que sea muy extenso, ciertamente, pero dentro de cada una de ellas las variantes, eso sí, son muchas, lo que en definitiva se tradu- siglo VIII hasta comienzos nada menos que del VI a. C. ce en un catálogo de tipos y subtipos bastante amplio que, (Muñoz López-Astilleros, 1999: 222; López Covacho et dicho sea de paso, aún está por ser sistematizado de una manera rigurosa: cuencos de formas derivadas de la esfera, del óvalo, troncocónicos en sus diversas modalidades, caliciformes, de perfil en “S”, carenados; cazuelas sencillas y también carenadas; vasos de tipo olla con el cuerpo globular u ovoide y los cuellos cilíndricos, abocinados y en “S”; algunos tipos, siempre muy escasos, de platos/fuentes, y poco más. Las bases son predominantemente planas materiales etiquetados como pertenecientes al hace unos años denominado por Ruiz Zapatero y Lorrio (1988: 261) “horizonte de disgregación de Cogotas I o Epi-cogotas” se alii, 1999: 143 y ss.; Ortiz et alii, 2007: passim). Esas tradiciones cogoteñas se advierten en la existencia de fuentes y cuencos troncocónicos profundos de carena alta pero ya por lo general escasos en decoración, algunos frisos metopados, pervivencia de la técnica de incrustación de pastas coloreadas para crear un efecto de bicromía con la tonalidad de la superficie, decoraciones incisas en la cara interna de algunos bordes, algunos frisos realizados con pseudoespiguilla incisa, etc., aunque siempre estos elementos están presentes en proporciones muy bajas frente a lo que ya es propio de los nuevos tiempos que de forma rápida se están gestando. La cerámica de cocina y almacenaje que fabricaron y usaron las comunidades cogoteñas también muestran estrechas concomitancias con sus análogas de esta Fase I, pero esta vez por razones obvias. Son de similares características técnicas y formales porque al fin y al cabo se trata de recipientes muy funcionales, estandarizados y de secular tradición, imperando en ambos conjuntos las decoraciones impresas (digitaciones, ungulaciones, instrumento recto…) en labios, hombros y cordones aplicados al cuerpo del vaso, los mamelones para facilitar su manipulación y transporte, etc. A pesar de esto, hay que reconocer que existen ciertas diferencias, pues los recipientes de almacenaje del Hierro Antiguo además de ser más numerosos en proporción con la cerámica de mesa y de mayor capacidad que los cogoteños, muchos de ellos suelen tener bocas abocinadas y cilíndricas a veces de gran desarrollo vertical pero muy corrientes son también, sobre todo en formas de mediano y pequeño tamaño, las que tienen un pequeño umbo que sirve para dar estabilidad al vaso y, en algunos cuencos, para poderlos sujetar mejor con la mano. Menos habituales son las bases simplemente redondeadas, algo que tiene evidentes connotaciones arcaizantes. En ocasiones, al igual que ocurre en la cultura del Soto de Medinilla, se registra la presencia de pies realzados, aunque aquí son proporcionalmente más escasos que en el Duero, como escasas son las tapaderas. Durante mucho tiempo, en el ámbito soteño, y por así creerlo también en la zona de Madrid, se estuvo sosteniendo la idea de que los pies realzados correspondían únicamente a las fases plenas y avanzadas del Hierro Antiguo, pero a raíz de las últimas excavaciones en el propio Soto de Medinilla hoy sabemos que están presentes desde los mismos inicios de este periodo. Eso sí, sus momentos de mayor proliferación siguen siendo los plenos y tardíos. Los dispositivos de prensión suelen ser mamelones algo aplanados y orejetas perforadas horizontalmente que a su vez sirven para poder colgar los vasos de un cordel, como 305 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO evidencian las marcas de desgaste que muchos muestran. Pestañas sobresalientes del mismo labio, y ya más raramente, asas de sección circular, perforaciones junto al borde o mamelones macizos completan el repertorio de soluciones que facilitan la manipulación y el traslado de los recipientes. Más que abordar un análisis pormenorizado de cada una de las formas cerámicas arriba relacionadas, que nos parece no tendría cabida en este trabajo por la extensión que podría alcanzar y es más propio de una monograf ía, vamos a centrarnos en cómo el equipo cerámico de quienes ocuparon el área madrileña durante esta fase es en parte consecuencia de una tradición y dinámica propias, pero también, y de manera determinante, de influencias procedentes de círculos culturales periféricos peninsulares: del sureste, del suroeste y de los ambientes Campos de Urnas del valle del Ebro, las cuales ponen de relieve el grado de interacción existente entre esas comunidades y dichos círculos. En la actualidad la información de la que se dispone sobre este aspecto de la investigación ya es muy considerable, pero está atomizada en multitud de publicaciones e informes inéditos guardados en las administraciones, por no hablar de los materiales inéditos que se acumulan en los fondos de los museos y de los que ni siquiera en dichos informes se deja constancia gráfica. Esto hace que cada vez sea más necesario su estudio de forma monográfica, con la amplitud que requiere y en profundidad. Desde los mismos inicios de la formación de estos conjuntos, las influencias de los equipos cerámicos del Bronce Final y Hierro Antiguo del sur peninsular se dejan sentir con rotundidad, sobre todo influencias del sureste, de las zonas de Alicante, Murcia y Andalucía oriental (González Prats, 1992; Lorrio Alvarado, 2008), donde enclaves como Peña Negra en Crevillente (González Prats, 1990), Tabayá en Aspe (Navarro Mederos, 1982; Hernández y López, 1992), Los Saladares de Orihuela (Arteaga y Serna, 1974: 110-111, fig. 2; Id., 1975a, 1975b y 1979-80) o Cástulo (Blázquez y Valiente, 1981), por citar unos ejemplos, tienen una especial relevancia. Es en las cazuelas y cuencos carenados de superficies finamente bruñidas hasta conseguir a veces un tacto céreo y un efecto visual acharolado, casi metálico, donde mejor se manifiestan esas influencias, y no sólo en lo que se refiere a las formas, sino también en cuanto a las técnicas y sintaxis compositivas de sus decoraciones incisas. La diversidad de tipos es enorme: con carenas medias y bajas, aristadas unas veces y redondeadas otras (“pseudo-carenas”), en muchas ocasiones con el hombro desarrollado a modo de repisa que 306 en algunos ejemplares ha servido como campo decorativo, con las bocas abocinadas más o menos abiertas, las paredes interior y exterior marchando en paralelo o bien engrosadas en su zona media, los labios redondeados, apuntados o biselados, bases redondeadas en unos casos y ligeramente umbilicadas en otros, de tamaños casi miniaturizados algunas veces pero auténticas cazuelas otras, etc. Muchos de estos cuencos poseen elementos de prensión, que al tiempo lo fueron de suspensión, tales como mamelones y orejetas perforados horizontalmente, por lo común en la línea de carena o sobre ella. Aunque se constatan en los yacimientos de esta zona desde la segunda mitad del siglo IX a. C. hasta prácticamente la antesala de la Segunda Edad del Hierro, esto es, hasta inicios del siglo V a. C. -siempre en cronologías sin calibrar-, porcentualmente el grueso de estas cazuelas y cuencos carenados se sitúa en fechas antiguas, en idéntica correspondencia con la situación que se observa al otro lado del Sistema Central, en el ámbito cultural soteño (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 171; Delibes et alii, 1995b: 67; Blanco García, 2003: 65, 66 y 71; Blanco García, Gozalo y Gonzalo, 2007: 17). La conjunción entre diversidad tipológica y amplitud cronológica podría dar pie a pensar que el investigador lo tiene fácil en cuanto a la construcción de una buena secuencia que sirviera de marco referencial para la región, pero este es un trabajo que aún no ha sido abordado porque, en primer lugar, y como más arriba hemos indicado, carecemos de un poblado con ocupación ininterrumpida durante estos siglos, de tipo tell, del que se pueda obtener una colección secuenciada de cierta amplitud y, en segundo lugar, es necesario hilar más fino de lo que lo estamos haciendo en materia de datación de niveles y yacimientos. A pesar de estos dos impedimentos y comparando unos yacimientos con otros en orden a las cronologías obtenidas, grosso modo parece que los carenados de perfiles más quebrados, angulosos, de formas más “duras”, van a momentos antiguos del periodo, mientras que los de perfiles suaves, redondeados, con “pseudo-carenas” muchas veces, y un menor desarrollo de los cuellos, mayoritariamente basculan hacia fechas avanzadas. Este panorama general no quita, evidentemente, para que algunos ejemplares característicos de uno de esos momentos comparezcan en el otro, pero tomados en conjunto, estadísticamente, la tendencia general es esa, y esto se observa tanto en la zona madrileña como en el valle del Duero. La mayor parte de las cazuelas y cuencos carenados son lisos, pero no pocos han sido decorados bien con pintura, bien con técnica incisa y en ocasiones con ambos procedi- LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO mientos, pues no es raro encontrar vasos en los que conviven pintura e incisión o incluso pintura incrustada en las incisiones (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 121-122, fig. 59, 3, 4, 9 y 23), como más abajo tendremos ocasión de ver. La zona del hombro es la que, por ser la más visible, aparece más comúnmente engalanada, pero algunos ejemplares lo han sido en el cuello y más raramente a lo largo del borde interno. En cualquier caso, la composición adopta la forma de friso continuo de diseño geométrico -excepcionalmente figurativo- en el que las representaciones habituales son los reticulados, las puntas de sierra, los triángulos rellenos de paralelas, los rombos en losange también rellenos de líneas, los desarrollos metopados, etc., un repertorio, en definitiva, bien conocido en el Bronce Final e inicios del Hierro del sureste peninsular y con mayor presencia en poblados que en necrópolis (Lorrio Alvarado, 2008: 236- la decoración geométrica que les acompaña con un peso importante de lo cogotiano, constituye un documento más que refuerza la idea de que en la formación de los equipos del Hierro Antiguo debieron de tener un peso importante tanto las tradiciones cerámicas de Cogotas I como la llegada de componentes foráneos. Los trazos que aparecen bajo el torso del antropomorfo más completo han sido interpretados como parte de un posible équido, con lo que estaríamos ante una imagen ecuestre, o de la cornamenta de un cérvido, lo cual entra dentro de lo posible también porque las defensas de los ciervos machos a lo largo de la prehistoria reciente generalmente se han representado de esta forma tan esquemática en pinturas y grabados rupestres así como en los vasos cerámicos3 , pero no nos 243, fig. 145). Todo esto es más común hallarlo realizado con técnica incisa que pintada, con incisiones siempre muy finas, equidistantes y relativamente profundas. En las sintaxis compositivas incisas, por otra parte, se advierten pervivencias cogoteñas, influencias del sur peninsular y sur levantino así como del área del Ebro que, en cada caso concreto, resulta dif ícil concretar con que ámbito/s hemos de relacionarla porque estamos ante unos esquemas geométricos muy básicos y de amplia dispersión geográfica. resistimos a ofrecer otra posibilidad: que estemos ante un convencionalismo gráfico; que pudiera tratarse de las propias piernas del personaje ligeramente vueltas hacia arriba, persiguiendo captar al individuo inmerso en una danza o realizando saltos4 , lo que unido al tocado triangular de la cabeza ¿quién sabe si no estamos ante una especie de brujo o chamán y que la vasija en la que aparece, o mejor, los contenidos que en ella se depositaban, no tuvieran que ver con prácticas mágico-religiosas?. Desde luego, es un recipiente excepcional, quizá sacro, y de alguna forma su ornamentación y su función debieron de estar muy ligadas. Estas características decorativas no son exclusivas de cazuelas y cuencos carenados, sino que también comparecen en otros recipientes de calidad como las ollitas, los vasos de perfil en “S”, algunas urnas y platos, etc. (vid., p. ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 49, 22; Jiménez Ávila y Muñoz López-Astilleros, 1997: 122, fig. 2, 1 y 3; Rojas et alii, 2007: 92, fig. 35, 4; Urbina et alii, 2007b: fig. 12; Dávila, 2007b: fig. 2, 4, inf.). En todos ellos de nuevo son las composiciones geométricas las que imperan, pero en casos excepcionales, como vemos en Ecce Homo IIB o Puente Largo del Jarama -este último ya a caballo entre esta Fase I y la II- hallamos motivos figurados (flores de loto) que remiten al mundo tartésico y sus periferias (resp., Dávila, 2007b: 105, fig. 2, 4, sup. dcha.; Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 144-145, fig. 5, A3). Desde luego, la más exclusiva realización figurativa de estos momentos en la zona de estudio son los antropomorfos esquemáticos de Camino de las Cárcavas, conservados uno casi completo y el brazo derecho de otro (Almagro-Gorbea et alii, 1996; López Covacho et alii, 1999: 145, fig. 3, 1; Ortiz et alii, 2007: 50, fig. 4, 1). Fechado el vaso en el que comparecen en el siglo VIII a. C. y, como ya han señalado algunos autores, con un perfil muy de Campos de Urnas2 pero en En el área de Madrid y norte de Toledo las pinturas postcocción hoy se tienen constatadas en casi dos docenas de yacimientos del Hierro Antiguo. Constituyen un elemento muy estrechamente asociado a la alcallería fina de superficies bruñidas y alisadas que acabamos de referir, sobre todo a los cuencos y cazuelas en sus diversas modalidades, pero también a los cuencos de formas derivadas de la esfera y las ollitas globulares, lo que, en conjunto, de nuevo nos obliga a dirigir la vista de manera genérica al sureste peninsular y la alta Andalucía, así como a esos ambientes tartésicos de los que proceden ciertos rasgos iconográficos y combinaciones pictóricas. En muchas ocasiones no resulta nada fácil establecer la fuente de inspiración concreta de la cual proceden algunos elementos. Y es que la familia cerámica de las pintadas del entorno del Tajo medio está cada vez más necesitada de un estudio monográfico a fondo en el que se establezcan claramente los distintos grupos existentes, las formas que se priorizan en cada uno de ellos, las influencias observables en cada caso y las vías a través de las que éstas han llegado, las funciones para las que pudieron haber servido (mediante análisis de fitolitos) y las connotaciones sociales y religiosas que pudieran existir tras ellas. El intento de sistematización llevado a cabo 307 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO para el conjunto de la península Ibérica hace veinte años por parte de S. Werner Ellering (1990) hoy ya resulta de utilidad limitada tanto en los aspectos conceptuales como en lo que se refiere a las implicaciones culturales así como en lo cronológico y, desde luego, poco aprovechable para la zona que aquí consideramos debido al importante volumen de información de excavación generado en los últimos años. Tomadas en conjunto estas producciones pintadas, su presencia en la zona es relativamente antigua, pues ya en pleno siglo VIII a. C., si no en el IX, comparecen en yacimientos muy de inicios del Hierro Antiguo como el de Las Camas (Urbina et alii, 20007b: 62) o el toledano de Las Lunas (Urbina, e. p.), pero serán sobre todo los siglos VII y VI a. C. en los que mayor difusión alcancen, por lo que hemos de considerarlas tanto en esta Fase I como a la II. Según el efecto cromático perseguido por los alfareros y el procedimiento de aplicación utilizado, hemos de distinguir varios subgrupos: 1) pintura homogéneamente extendida por amplias superficies, exteriores y/o interiores, a veces confundible con los baños “a la almagra”. Esta especialidad se encuentra muy bien representada en la geograf ía del Hierro Antiguo madrileño dentro de las fechas que abarca esta Fase I. No obstante, y a pesar de los pocos datos que aún tenemos, las diferencias entre unos yacimientos y otros en términos porcentuales respecto al volumen total de fragmentos recuperados son acusadas, lo que en el futuro habría que tratar de explicar. Fig. 4. Fragmento de cerámica con decoración incisa y pintada (Foto: Audema) gún caso con trazos pictóricos se ha definido un supuesto antropomorfo esquemático (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 124-125, fig. 60, 2aA). En Dehesa de Ahín, yacimiento especialmente interesante en cuanto a esta variedad pictórica, el interior de un cuenco y de un plato pertenecientes a la Fase A3 (de finales del siglo VII a. C.) han sido decorados con sendas representaciones fitomorfas de cuidadosa ejecución en pintura roja que añaden un punto de diversi- 2) pintura complementando composiciones incisas pero aplicada en campos decorativos diferenciados, como se ha documentado, por ejemplo, en Las Camas (Urbina et alii, 2007b: 62). Son pocos, por ahora, los yacimientos en los que esta variante está presente, pues al citado únicamente hemos de añadir el cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 122, fig. 59, 23). El mayor problema que presenta este grupo es que, salvo que hayan existido unas buenas condiciones de conservación, la pintura se ha dad y riqueza ornamental a lo hasta ahora conocido (Rojas extendido por todo el fragmento por efecto de la humedad y ya resulta imposible identificar los vasos que en origen tuvieron estas características decorativas. (Fig. 4) un aspecto policromo (Ead., 1991: fig. 54, 12). 3) pintura (roja, blanca o, más raramente, amarilla) aplicada en trazos para formar composiciones geométricas dispuestas generalmente en frisos a veces delimitados por bandas. Los motivos más habituales son las series de líneas paralelas trazadas en diagonal, los rombos en losange, los triángulos rellenos de paralelas alineadas a uno de sus lados, los zigzags sencillos o múltiples, las puntas de sierra, series de triglifos y metopas o los escaleriformes, y en al- blanco, se constatan en el cerro de San Antonio (Blasco, Lu- 308 et alii, 2007: 92, fig. 35, 12 y 13), al tiempo que ponen de manifiesto influencias del mundo orientalizante del bajo Guadalquivir. 4) pintura incrustada en incisiones se constata, por ejemplo, en el cerro de San Antonio, generalmente roja (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 121-122, fig. 18, 10 y 14, fig. 59, 3, 4, 9…), pero en un fragmento aparece pintura roja y blanca, lo que con el fondo negro de la pasta da al cuenco 5) pinturas bicromas y policromas. Los vasos con restos de bicromía, generalmente rojo/amarillo y rojo/ cas y Alonso, 1991: fig. 17, 1, fig. 29, 15, etc.), La Aldehuela (Valiente Cánovas, 1973; Almagro-Gorbea, 1987: 108, abajo; Werner Ellering, 1990: 56-57, fig. 9C y fig. 10A) y Los Bordales de Villalbilla (Dávila, 2007b: 107). La conjunción de dos colores con la tonalidad de la pasta, generalmente negra o gris, realmente produce un efecto de policromía, y esta es seguramente la razón por la que la auténtica po- LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO licromía es considerablemente rara. El empleo de más de dos colores resulta tan excepcional en esta zona que sólo se constata en un cuenco con pseudocarena alta de Perales de Tajuña, fechado en el siglo VII a. C., en el que se han aplicado pinturas blanca, roja y beige (Casas y Valbuena, 1985; Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 161, fig. 9, 1; Werner Ellering, 1990: 58-59, fig. 16). Extraña ver cómo el área madrileña es considerablemente más pobre en recipientes bicromos y policromos que el centro-oeste de la cuenca del Duero, a pesar de que aquélla se encuentra más cerca de los escenarios en los que ambas se inspiran, el sur colonial y orientalizante, si bien al Duero tales influencias le llegan a través de la zona abulense y de lo que andando el tiempo sería la Vía de la Plata (Álvarez-Sanchís, 2000: fig. 3). La explicación de esta situación podría estar, como más abajo veremos, en la existencia de cierto “desequili- nuestra zona de estudio. Las almagras se aplicaron sobre todo en recipientes finos, alisados y bruñidos, mayoritariamente cocidos en atmósferas reductoras, de mediano y pequeño tamaño, pero también se constatan en algunas vasijas de cocina y almacén, en estas últimas bastante mal conservadas (p. ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 32, 13). Se puede decir que estamos ante una especialidad decorativa de muy amplia proyección temporal, al estar en uso desde momentos iniciales del Hierro Antiguo hasta los mismos comienzos de la Segunda Edad del Hierro, pues en un horizonte tan antiguo como el representado por Las Camas ya está presente, además en porcentajes elevados según sus excavadores (Urbina et alii, 2007b: 65), y en los comienzos del siglo V a. C. aún se seguía haciendo, como puede verse, por ejemplo, en La Capellana o en Los Llanos (Sánchez-Capilla y Calle, 1996; Rubio y Blasco, 2000: 230; brio” socio-económico entre quienes ocupaban una y otra zonas. Este panorama es inversamente proporcional al que presentan las pinturas rojas postcocción y “almagras”, ampliamente extendidas por el Tajo medio pero más escasas en el ámbito cultural soteño. Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 1766-1767). Faltan trabajos Todas estas decoraciones pictóricas en la zona de es- que, de ser así, significaría que alcanzó su floruit en la que tudio se desarrollan sobre superficies bruñidas o alisadas mayoritariamente oscuras, es decir, sobre vasos cocidos en atmósferas reductoras bastante homogéneas, pero en alguna ocasión comparecen pinturas rojas en vasos que se podrían considerar comunes. hemos denominado Fase II, o bien hemos de retrotraerla A veces no resulta fácil distinguir las pinturas rojas del primer grupo al que nos hemos referido de las “almagras” debido a que en muchas ocasiones son escasos y parciales los restos conservados y es dif ícil advertir el procedimiento de aplicación. Las almagras meseteñas constituyen un pálido reflejo de las del sur peninsular cuyo sentido es imitar en productos locales los engobes rojos que ya desde los horizontes precoloniales se constatan en el Bronce Final andaluz (Buero, 1987-88; González Prats, 1990; Lorrio Alvarado, 2008). Los yacimientos de la zona madrileña y lución este procedimiento decorativo. Por citar un par de central del Tajo son especialmente ricos en recipientes decorados con estos baños rojos que algunos prefieren denominar engobe y sabemos se consiguen mayoritariamente a partir de hematites, pero más allá de este dato poco es lo que se puede decir de ellos por la falta de análisis químicos sobre evidencias de diferentes sitios y diferentes momentos. En algunos poblados del valle del Duero, como Cuéllar o Coca, por ejemplo, cierto es que se han recuperado pequeños bloques de esta materia y gruesas capas de la misma en el fondo interno de algunos vasos, pero tampoco contamos con análisis que nos sirvan de orientación para estadísticos, yacimiento por yacimiento, para comprobar si, como algunos investigadores han propuesto, la época de apogeo de la almagra hemos de situarla a caballo entre los siglos VI y V a. C. (Rubio y Blasco, 2000: 230 y 233), lo algo, pues en Cástulo el mayor apogeo parece que acaeció en la segunda mitad del siglo VII y comienzos del VI a. C. (Blázquez, García-Gelabert y López, 1985: 75). Este es sólo uno de los problemas que tiene aún pendientes de resoellos más, otra incógnita aún por despejar hace referencia a si la almagra llegó al área madrileña en el mismo “paquete cultural” originario del sureste peninsular formado por los vasitos carenados bruñidos y las composiciones incisas que les decoran de forma habitual, como elementos más destacados, o bien se incorporan al equipo material de estas comunidades en momentos un poco más avanzados. De nuevo es la falta de secuencias estratigráficas bien fechadas las que impiden hacer este tipo de precisiones. En este sentido, y relacionando unos yacimientos con otros, da la impresión de que la almagra es en momentos avanzados del siglo VIII a. C. o incluso a inicios del VII cuando hace acto de presencia en el Tajo central, pero, insistimos, no es más que una apreciación considerando los contextos y las fechas que se proponen. También está por explicar a qué se debe que la almagra tenga una presencia tan destacada en toda esta zona y se rarifique tanto en las cuencas medias y altas del Henares, Jarama, Tajuña y Tajo, donde impera el grafitado, además desde tiempos más antiguos. Quizá sea una cuestión puramente técnica: como la alma- 309 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO gra y el grafitado eran técnicas de recubrimiento de las paredes tan similares en cuanto a su función práctica, el uso arraigado de una pudo impedir la expansión de la otra, pero lo más probable es que detrás existan implicaciones etno-culturales. Entre Alcalá de Henares y Guadalajara capital habría que situar esa especie de “frontera” entre el ámbito de las grafitadas y el de la almagras, de forma laxa, evidentemente, que es donde, además, encontramos un caso excepcional de mixtificación, aunque no único: en La Dehesa de Alovera (Guadalajara) se recuperó un cuenco en el que se han combinado grafito y almagra (Espinosa Gimeno y Crespo Cano, 1988: 249, fig. 2, 20). cias, Caserío de Perales, etc.( resp., Baquedano et alii, 2000: El suroeste peninsular constituye el segundo foco gene- tiempo. Las relaciones con el suroeste tartésico, primero rador de influencias culturales que, a través de Extremadura y la zona centro-occidental de la submeseta sur, llegan al área madrileña desde los mismos inicios del Hierro Antiguo y estarán presentes a lo largo de todo el periodo. Pero este proceso no es más que continuación de una secular dinámica de relaciones en la que, ya desde el Calcolítico y a lo largo de la Edad del Bronce, muchos de los elementos materiales de las adelantadas culturas del suroeste fueron imitados por los grupos del Tajo medio -recuérdense, por precolonial y luego orientalizante, son detectables a través 51-53, fig. 15 forma B, fig. 18, 7 y 8, fig. 21, 5 y 6; Valiente Cánovas y Rubio de Miguel, 1982: fig. 5, 45; Priego y Quero, 1992: 220, fig. 105; De Álvaro et alii, 1988; Blasco, 1987; vid., asimismo, Garrido Pena y Muñoz López-Astilleros, 1997). En el Hierro Antiguo estas influencias son más acusadas que en el Bronce Medio y Final debido a que se está produciendo un proceso de cambio en el sistema de relaciones, de manera que las que tradicionalmente sostuvieron con las áreas atlánticas peninsulares, sin que decaigan del todo, poco a poco van declinando y siendo reemplazadas por las mediterráneas, aunque se solaparon durante cierto de la presencia de un conjunto de elementos cada vez más numeroso en los yacimientos del área madrileña (AlmagroGorbea, 1996: 272). Cuencos, cazuelas carenadas y platos o fuentes con perfiles característicos del suroeste, a veces con los bordes engrosados, se constatan en Camino de las Cárcavas (Ortiz et alii, 2007: fig. 3, 13-15 y 19; López Covacho et alii, 1999: fig. 2, 1 y 5), el cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 38, 2, fig. 39, 11, 14 y 19, fig. 44, citar unos ejemplos, las evidencias recuperadas en El Es- 20, etc.), Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros pinillo, La Aldehuela-Salmedina, El Ventorro, Las Heren- y Ortega Blanco, 1997: 145-146, fig. 4, 1) o en Soto del Hi- Fig. 5. Carrete de Las Camas (Foto: Audema) 310 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO nojar-Las Esperillas (Jiménez Ávila y Muñoz López-Astilleros, 1997: 122, fig. 3, 3-7, 17, etc.), entre otros. Formas tan ampliamente difundidas por el bajo Guadalquivir como los soportes carrete con resalte en el cuello a modo de baquetón (Gassul, 1982; Ruiz Mata, 1995; González, Serrano y Llompart, 2004: 116-117, lám. XXVIII, 1-13) también comparecen en yacimientos del área madrileña, como se puede comprobar en Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 145-146, fig. 5 A 1; Madrigal Belinchón y Muñoz López-Astilleros, 2007: 265, fig. 4, 13) o en Las Camas (Urbina et alii, 2007b: fig. 10, segundo de la primera fila y fig. 18, segundo de la segunda fila) (Fig. 5 ) , y todo ello arropado por un conjunto de objetos metálicos de la misma procedencia. La retícula bruñida, tan característica del Bronce Final e inicios del Hierro en la baja Andalucía, sur de Portugal y Extremadura (López Roa, 1977; Ruiz Mata, 1979: 8-9; Ruiz Mata y Fernández Jurado, 1986: 197-207, figs. 37 y 38; Alarcón Rubio, 1983; Pavón Soldevilla, Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués, 1998: 134; Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués, 2001: 95 y 159; Torres Ortiz, 2002: 125-130, figs. VII.1 y VII.2; González, Serrano y Llompart, 2004: 109-116, láms. XXIII-XXVII) la imitaron los ceramistas locales del Tajo central pero lo hicieron de una manera bastante desordenada en cuanto a la disposición de los trazos y a veces con tal tosquedad que realmente lo conseguido es un nervioso pseudo-reticulado. Por ahora no se tiene constancia de la existencia de auténticas importaciones en el área madrileña que hubieran servido de modelos a los alfareros de la zona y si bien no faltan imitaciones realizadas con técnica bruñida, por lo general la técnica empleada es la incisa, e incluso en ocasiones se han realizado con suaves acanaladuras. Aún está por explicar a qué se debe tal transformación pues, a diferencia de otras técnicas foráneas que por la dificultad de ser reproducidas se imitan usando otros procedimientos, la bruñida era una técnica que dominaban desde antiguo estos grupos meseteños y gran parte de las producciones de mesa que están realizando tienen unos bruñidos de calidad extraordinaria. Además, la ornamentación realizada mediante entramados bruñidos hechos a punta de espátula sobre superficies bien alisadas y mates para que se produzca cierto efecto de bicromía no pone en riesgo las condiciones de salubridad del recipiente pero las retículas incisas sí constituyen un peligro: de una superficie rayada es más dif ícil arrancar los restos de comida durante el lavado y en las incisiones siempre pueden anidar bacterias que acarreen enfermedades. Pero si en el centro del Tajo -y en la submeseta norte también- lo hacen así, alguna explicación debe tener. Al igual que en el sur, las formas en las que suelen comparecer estas decoraciones imitadoras de la retícula bruñida son las cazuelas, los platos y los cuencos, carenados por lo general, y prioritariamente sobre las superficies interiores de los mismos. En las exteriores son más raras, quizá porque al ser éste un rasgo más propio del sur portugués (vid. Schubart, 1971: 164-167, figs. 7 y 8), al centro del Tajo las influencias de esa zona lusa llegaron de una forma más matizada, aunque no hemos de olvidar que en Extremadura las hallamos en ambas superficies. La imitación de retícula bruñida en el área madrileña parece ser un fenómeno que se produce a partir de comienzos del siglo VII a. C. pero que se prolonga hasta mediados del siglo V a. C., modernidad ésta que queda demostrada, por ejemplo, en La Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220, fig. 5, 6 y 7) o en las Fases A1 y A2 de Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007: 81, fig. 12, 4 y 85, fig. 22, 1, 2 y 5, fig. 23, 8). En las fases más antiguas de este último yacimiento, y de otros coetáneos de las mismas, no están presentes. Tampoco parecen estarlo en Las Camas o, por lo menos, no han sido dadas a conocer. Incluso en el cerro de San Antonio los fragmentos con estas decoraciones, puestos en relación con el sureste más que con el suroeste, se obtuvieron en los estratos superiores del yacimiento (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 28, 1 y 8), y en la Zona B del Sector III de Getafe sólo se pudo recuperar un fragmento de cuenco con un reticulado más que inciso, acanalado (Blasco y Barrio, 1986: 111 y 117, fig. 27, S-34 y lám. IV, d). Un aspecto importante aún por aclarar sobre los vasos así decorados se refiere a si estuvieron destinados a usos cotidianos o bien pudieron haber servido para funciones específicas. Si en el sur peninsular no sabemos bien qué usos y significados pudieron haber tenido -pues en ocasiones se han interpretado como marcadores de alto status social para quienes los poseían y a veces se ponen en relación con posibles acuerdos sociales a diferentes niveles o con el consumo de bebidas y alimentos en contextos ceremoniales-, en la zona centro, donde las asociaciones son menos expresivas, más dif ícil resulta interpretarlos, siendo posible que aquí hubieran perdido cualquier connotación ideológica y no estemos más que ante la simple adquisición de una moda llegada desde uno de los ámbitos culturales al cual los meseteños dirigían sus miradas. Conectadas igualmente con el suroeste, donde la técnica habitualmente empleada es la pintura pero en la zona madrileña de nuevo se hace con incisiones de forma generalizada, están las esquemáticas representaciones de flores de loto de Ecce Homo IIB (Almagro-Gorbea, 1987: 114; Dávila, 2007b: 105, fig. 2, 4 sup. dcha.) y Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 311 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO 1997: 144-145, fig. 5, A3), o la composición del espléndido cuenco carenado de Camino de las Cárcavas (Muñoz López-Astilleros, 1993: 325, fig. 6, 8), cuyo friso metopado reproduce, aunque de una forma bastante desarticulada, esquemas propios de la cerámica pintada de estilo Carambolo (Ruiz Mata, 1984-85: 228-236, figs. 4-7; Buero, 1987; Torres Ortiz, 2002: 130-135, figs. VII.3 y VII.4). Aunque son raros, en pintura también se imitaron algunos motivos característicos de este estilo andaluz (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 125, fig.60, 2; Blasco, 2007: 79, fig. 8, a). seguramente en ambas direcciones y con viaje de retorno por lo general, que es lo que hace que se trasladen ideas y técnicas de unos escenarios a otros. Finalmente, botones de bronce incrustados como los aparecidos en un recipiente de Camino de los Pucheros 1, yacimiento fechado en el siglo VII a. C. (Muñoz López- El tercer gran foco cultural que influyó en la cultura material de las comunidades del Hierro Antiguo del Tajo central, aunque parece que con menos intensidad que el meridional, es el valle del Ebro, cuyo ambiente Campos de Urnas se manifiesta, en lo que a la cerámica se refiere, a través de ciertas formas (troncocónicas, bitroncocónicas…), determinadas técnicas decorativas (acanalada, excisa…) y características composiciones realizadas con ellas, así como con técnica incisa, todo ampliamente representado en los yacimientos de esta zona de la submeseta sur. Parece Astilleros, 1993: 330, fig. 7, 12; Ead., 1999: 224, fig. 2.A 18), constituyen uno de los elementos más característicos del Bronce Final tartésico (Torres Ortiz, 2001; Id., 2002: 135137, figs. VII.5 y VII.6), que también está presente en el sureste peninsular en momentos igualmente prefenicios y fenicios (Molina Fajardo, 1978: 217 y 219; Mendoza et alii, 1981: 189, fig. 12, c y e; González Prats, 1992: 142; Lorrio Alvarado, 2008: 304-305), e incluso en algún otro yacimiento en cronología más antigua, como Llanete de los lógico pensar que tales influencias debieron de penetrar prioritariamente a través del Jalón y sus afluentes meridionales (Mesa y Piedra) y también del alto Tajo, donde se encuentra el foco cultural de Fuente Estaca/Herrerías, una especie de avanzadilla de grupos Campos de Urnas hacia las tierras altas del interior (Martínez Sastre y Arenas Esteban, 1988; Martínez Sastre, 1992). Las cuencas altas del Henares, Tajuña, Jarama y el propio Tajo actuarían como vías de transmisión. Moros (Baquedano, 1987: 236 y 242-243). Más próximos geográfica y cronológicamente que éstos del sur, aunque derivados de esos ambientes (Lucas, 1995), son los constatados en Alarcos, en un recipiente completo y varios fragmentos (García Huerta y Rodríguez, 2000: 59-62, fig. 9) o en la jarra de Casa del Carpio (Pereira, 2008: 120, fig. 2; vid infra). Este sistema de decoración de algunos vasos a mano, aunque siempre fue excepcional, se estuvo realizando a lo largo de todo el Hierro Antiguo meseteño e incluso penetra en pleno Hierro II, como lo demuestra un cuenco de Cogotas II decorado con peine inciso procedente del alfar vacceo de Coca (Blanco García, 1992: 40, fot. sup; Id., 1998: 125, fig. 9, 3). Sin duda los materiales que más claramente ponen de relieve la presencia e intensidad de las mismas son las incisas y excisas del círculo Redal/Cortes, que en los yacimientos del alto y medio Ebro se fechan a partir de mediados En resumen, todos estos elementos suroccidentales no hacen más que evidenciar un Hierro Antiguo madrileño en el que, especialmente las personas mejor situadas económicamente en cada comunidad, se siente atraído económica y culturalmente por la forma de vida del área tartésica y su periferia extremeña. Pero la transmisión cultural suroeste-centro meseteño no parece que debamos explicarla únicamente como un simple fenómeno de ósmosis encadenada entre pueblos vecinos, sino que, como evidencia el excepcional enterramiento de la Casa del Carpio (Pereira, 1989, 1990, 1994, 2006: 149-152, fig. 23; Id., 2008; Pereira y De Álvaro, 1988 y 1990), cierto protagonismo debieron de tener los desplazamientos f ísicos de personas o grupos 312 del siglo VIII, con su floruit hacia el 700 a. C. (Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987: 120-121), pero que en la zona madrileña se constatan sólo desde finales de ese siglo hasta entrado el siglo VI a. C., ya en la que hemos denominado Fase II. Hasta comienzos de los años noventa del pasado siglo extrañaba ver cómo en los yacimientos madrileños del Hierro Antiguo comparecían composiciones incisas que recordaban a las del valle del Ebro pero estaban por completo ausentes las excisas (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 161). Colecciones tan amplias como las recuperadas, por ejemplo, en el Cerro de San Antonio o en la Zona B del Sector III de Getafe mostraban esta característica, y de ahí la razonable extrañeza que suscitaba. Pues bien, el panorama actual ha cambiado tanto que son ya casi una docena los yacimientos en los que se tienen constatadas a lo largo de todo el Hierro I, y seguro que irán apareciendo en otros más, lo cual indica que las conexiones culturales con el área del Ebro son más fuertes de lo que se pensaba. Esta misma circunstancia se está produciendo también en los contextos soteños del Duero medio, donde la nómina de enclaves con vasos excisos de filiación Redal es cada vez más extensa, razón por la cual no descartamos LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO que, además de las rutas arriba referidas, una de las vías de penetración de estas influencias al área de Tajo central discurriera atravesando de norte a sur la cuenca del Duero, sobre todo su zona oriental. Comparando la calidad técnica y ornamental de los vasos del Ebro con los del Tajo, parece claro que estos últimos son imitaciones locales de aquéllos, pero algunos en concreto son de tal calidad que verdaderamente, y a falta de análisis de pastas que pudieran confirmarlo, no nos extrañaría fueran auténticas importaciones. Los yacimientos en los que se han recuperado recipientes cuyas formas y/o decoraciones nos obligan a mirar hacia el alto y medio Ebro son, como decimos, cada vez más numerosos: Las Camas (Agustí et alii, 2007a: fig. 24, tercero de la tercera fila y primero de las filas cinco y seis; Urbina et alii, 2007b: 62, fig. 12, segundo, tercero y cuarto) -lo que nos permite sugerir para el final de este yacimiento momentos finales del siglo VIII o iniciales del VII a. C.-, Capanegra (Martín Bañón, 2007: 31-32, varios de fig. 4), Camino de las Cárcavas (Almagro-Gorbea et alii, 1996; López Covacho, et alii, 1999: 143-145, fig. 1, 14, fig. 3, 1, 9 y 10; Ortiz et alii, 2007: 50, fig. 4, 1, 2, 14, 16, 24-26, etc.), La Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007: 92 y 97, fig. 35, 1, 5 y fig. 40, 3 y 8), la Zona B del Sector III de Getafe (Blasco y Barrio, 1986: 117-118, fig. 26, S-9, fig. 27, S-20 y S-29, etc.), Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: fig. 4, 6), Soto del Hinojar (Jiménez y Muñoz, 1997: 122, fig. 2, 1, 2, 6, 11 y 12, fig. 4, 10), la denominada Vertiente Sur de Ecce Homo (Dávila, 2007b: 104-105, fig. 2, 4) o algunos situados en el valle del Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito, 2007: fig. 6, 2), como más destacados. En el caso del Cerro de San Antonio extraña la ausencia de claras evidencias de estas especies, si bien algunas composiciones incisas sí que nos las recuerdan (p. ej., Blasco, Lucas y Alonso, 1991: fig. 18, 7 y 17, fig. 42, 19 y 20). Y lo mismo ocurre en Puente de la Aldehuela (Priego, 1987: 100, fig. 5, 29 y 31 a), a pesar de que aquí la colección recuperada es menos numerosa. En la mayor parte de los yacimientos arriba citados está presente la técnica excisa, por lo general combinada con la incisa y a veces con impresiones de puntos también, ocupando éstas campos decorativos dejados en reserva. Las composiciones son tan clásicas que no extrañarían si se hubiesen descubierto en yacimientos del alto y medio Ebro. Incluso realizaciones tan poco frecuentes en el propio Ebro como son los platos cuya pared interna ha sido engalanada con un ancho friso geométrico inciso-exciso (Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987: 106, figs. 37, 43 y 44, 1 y 3), aquí no falta (Ortiz et alii, 2007: 50-52, fig. 4, 26), aunque es excep- cional, como lo es al otro lado del Sistema Central (Blanco García, Gozalo Viejo y Gonzalo González, 2007: 21-22, fig. 9, 1 y 2, lám. I, 4 y 5). Las cerámicas con decoración acanalada formando diseños relacionados con los Campos de Urnas o sobre formas típicas de ese grupo cultural son más escasas que las que acabamos de ver en el territorio madrileño, pues únicamente se conocen varios fragmentos en el Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 116, fig. 17, lám. III, 8 y fig. 58, 5-7) -alguno de ellos con una composición que recuerda ciertos esquemas de Agullana (p. ej., Pons i Bru, 1984: fot. 11) y de yacimientos del Ebro (Montón Broto, 1994-96)-, en Camino de las Cárcavas (Muñoz López-Astilleros, 1999: 223, fig. 2.A 14), y en Puente de la Aldehuela (Priego, 1987: 99, fig. 5, 26-28), si obviamos fragmentos recuperados en otros yacimientos que resultan dudosos, son de la fase siguiente o están realizados sobre formas muy diferentes a las del citado círculo cultural. Es muy significativo que en este último yacimiento convivan estas especies y decoraciones de tipo Redal con una pieza posiblemente simbólica cual es un morillo miniaturizado cuya tipología igualmente nos remite a tradiciones materiales Campos de Urnas del valle del Ebro (Priego, 1987: 103, fig. 3, 19; Blasco, 2007: 79, fig. 8, e). Seguramente estos elementos no sean más que indicativos f ísicos de algo de mayor calado pero que nos resulta más dif ícil de conocer: la llegada desde el Ebro de prácticas culinarias nuevas así como de ideas y costumbres también novedosas. Viendo conjuntos excisos como el recuperado en Capanegra (Martín Bañón, 2007: 29-32 y 37-40), quién sabe si además de los mecanismos propios de la transmisión cultural no se hubiera producido la migración de algún grupo de gentes del Ebro al área madrileña o de familias individuales. En general, las decoraciones acanaladas de esta zona son de ejecución bastante menos cuidada que las que se realizan en el Ebro, asociadas o no a excisión e incisión (Blasco, 1974; Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo, 1987). Respecto a las especies grafitadas, en estas comarcas madrileñas y del norte toledano son igualmente muy escasas, a pesar de su cercanía al foco peninsular que con mayor número de yacimientos nos las muestran, esto es, el de la zona alcarreña y el alto Tajo (Barroso Bermejo, 2002b: 132 y 137), donde sin duda hay que ir a buscar los referentes madrileños, más que al círculo de Cástulo. Hasta 1988 únicamente se conocían en dos yacimientos (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 157), pero en la actualidad, y por lo que se refiere a esta Fase I, han sido constatadas en el Cerro de San Antonio (una cazuela y quizá varios frag- 313 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO mentos más; Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 114-115, fig. 17.3), la Dehesa de la Oliva (cinco fragmentos; Montero, et alii, 2007: 130), Camino de las Cárcavas (restos muy escasos; Ortiz et alii, 2007: 86), los lugares alcalaínos de Ecce Homo, Dehesa de la Barca en sus dos espacios y Arroyo de las Colmenas (Dávila, 2007b: 103, 105, 106, resp.), así como en algún que otro yacimiento más, si bien con ciertas dudas. Los fragmentos de Arroyo Culebro entrarían dentro ya de la que hemos denominado Fase II y pertenecerían, por tanto, a los momentos más recientes que S. Werner reconoció en estas producciones y cuyo auge sitúa en el siglo VI a. C. (Werner Ellering, 1987-88: 191; Ead., 1990: 97-98). En Las Camas por ahora no tenemos constancia de que comparezcan pero no nos extrañaría que estuvieran presentes, pues en la zona alcarreña se quieren fechar desde el siglo IX a. C. y en un yacimiento tan cercano cronológicamente al de Villaverde, aunque en el Duero, como es el Soto de Medinilla se documentan desde la misma base de la secuencia estratigráfica, en fechas de finales del IX y VIII a. C. (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 172). Los recipientes cuyas superficies han recibido un tratamiento escobillado o “a cepillo”, mayoritariamente pertenecientes al grupo de los de cocina y almacenaje, estén asociados o no a impresiones de dedos y uñas, tienen una menor presencia en los yacimientos madrileños de esta Fase I que en los de la Fase II. Constituyen uno de los elementos materiales que mejor ejemplifican esa convergencia de influencias diversas que aquí se dan cita, pues lo más probable es que sea un procedimiento que ha utilizado como modelos vasos similares tanto de ambientes Campos de Urnas del alto y medio Ebro (Castiella, 1977 y 1996) como del suroeste peninsular, que no fuera un único escenario el referente de inspiración como a veces se ha tratado de concretar. En ciertos momentos de la investigación del Hierro Antiguo en Madrid los datos han llevado a pensar que de estos dos ambientes había sido más influyente el meridional, habida cuenta el arraigo que en la zona de Extremadura tuvieron estas decoraciones entre los siglos VII-V a. C., durante el Orientalizante Pleno-Reciente, y la escasez con la que se manifiestan en el sector nororiental castellano-manchego. Pero considerando la cada vez más importante presencia en el centro-norte del Tajo medio de excisas e incisas relacionadas con el círculo Redal/Cortes, como hemos visto, el ámbito del Ebro está claro que debió de tener tanto protagonismo como el suroeste en lo que a esta especialidad decorativa se refiere. La posibilidad de que los “cepillados” del Hierro Antiguo pudieran proceder de los cogoteños, como parte de esos elementos que perduraron y a los que más arriba nos 314 hemos referido, es bastante remota, pues, por una parte, en la plenitud de Cogotas I se puede decir que son muy excepcionales, como puede comprobarse, por ejemplo, en el yacimiento de La Fábrica de Ladrillos (Blanco García, Blasco Bosqued y Sanz Toledo, 2007: 76) o en Ecce Homo (Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano, 1980: 35, fig. 9, 1/01/188), y por otra, este tratamiento tiene una escasísima incidencia en los equipos cerámicos de inicios del Hierro, como se puede ver en el tantas veces citado yacimiento de Las Camas o en Dehesa de Ahín en sus fases más antiguas. En esto último, el área de Madrid muestra un comportamiento similar al observado en las comarcas situadas al otro lado del Sistema Central, en tierras segovianas (Blanco García, 2006: 422), donde el “escobillado” es muy raro en contextos de inicios del Soto, de lo cual cabe inferir que existe un cierto paréntesis entre los poco frecuentes cogoteños y los del Hierro Antiguo en ambos espacios. En estos dos territorios además se ve cómo son los siglos VII y VI a. C. los de mayor apogeo de esta especialidad de tratamiento de la superficie. Por ejemplo, en el madrileño cerro de San Antonio, de 33 fragmentos “a cepillo” inventariados, 22 proceden de los niveles más modernos (I y II), 11 del intermedio (III) y ninguno del más profundo (IV), lo cual avala cuanto decimos (Blasco, Lucas y Alonso, 1991). Las incisiones en las que se materializan estos escobillados suelen ser en la región de Madrid algo más profundas que en el valle del Duero, disponiéndose cada uno de los grupos (“manos”) con cierto orden. Es decir, en muchos casos no parece que la aplicación del instrumento con el que se han realizado cuando el barro no estaba del todo duro haya sido indiscriminada y anárquica, sino que, por el contrario, da la impresión de que se ha puesto especial empeño en que se cruzaran lo menos posible tales “manos”, como si de una decoración “peinada” se tratara aunque menos esmerada y persiguiendo crear un efecto jaspeado. En resumen, el equipo cerámico de las gentes que ocuparon esta zona madrileña y espacios colindantes de Toledo entre finales del IX y finales del VII /inicios del VI a. C. refleja cómo estamos ante unas comunidades que, dentro de su forma de vida autónoma generadora de elementos culturales propios, estuvieron abiertas a influencias materiales e ideológicas tanto del sur peninsular como del valle del Ebro, hecho que, como es lógico, también reflejan otros indicadores tales como los metálicos. Resultaría muy interesante abrir una línea de investigación para ver si aquellos poblados que tienen un más rico y variado repertorio de cerámicas decoradas -inspiradas en los tres escenarios a los que nos hemos referido- al mismo tiempo son los de mayores dimensiones, cuentan con arquitecturas más LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO evolucionadas y sólidas que el resto, poseen un contexto de materiales metálicos también de cierta consideración, disponen de áreas de producción especializadas, etc., para de este modo tratar de hacer una aproximación a la cuestión de en qué puntos de la geograf ía madrileña del Hierro Antiguo se localizan los grupos humanos con mayor poder adquisitivo de bienes foráneos e imitaciones realizadas por alfareros/as locales y, por tanto, mejor situados económicamente e influyentes en sus respectivas comunidades. En este sentido, y como botón de muestra de lo mucho que puede aportar esta vía al conocimiento de tales sociedades, no hay más que fijarse en el extraordinario poblado de Dehesa de Ahín, donde se dan cita una serie de elementos (inmuebles y muebles) que claramente traducen la existencia de una élite rectora con cierta riqueza. LA FASE II Buena parte de los elementos materiales que estaban presentes en la fase anterior se proyectan en ésta de forma natural, ya que prima la continuidad, y de hecho algunos de los poblados que estuvieron ocupados en esta fase nacen en aquélla, como por ejemplo los citados de La Deseada, El Colegio de Valdemoro (finales de la Fase 1ª y toda la 2ª) o La Dehesa de Ahín (vid. supra). Son, sin embargo, los elementos novedosos, tanto cerámicos como de otra índole -una arquitectura más sólida, aparición de las primeras necrópolis de incineración, mayor presencia de los útiles de hierro, cerámicas a mano similares a las del Celtibérico Antiguo, primeros recipientes a torno importados del área ibérica, etc.-, y las cronologías a ellos asociadas, lo que nos obliga a considerar que estamos ante un periodo distinguible del anterior y que quizá debiéramos denominar Carpetano Antiguo en atención a la existencia de numerosas concomitancias con el vecino territorio celtibérico y también por equiparar el esquema crono-cultural del área madrileña con el consolidado en aquél. Bien es cierto que si la cultura material permite hacer uso de tal denominación, no sabemos muy bien si calificar ya como carpetanos a quienes la originaron y usaron entre finales del siglo VII/ inicios del VI y mediados del V a. C., que es el arco cronológico que abarca esta fase. Desde luego, no nos cabe la menor duda de que son los antepasados directos de los carpetanos históricos, del mismo modo que en el Duero medio los soteños de los siglos VI y V a. C. cada vez tenemos más claro que son los antepasados inmediatos de los vacceos, por más que recientemente a algún investigador le parezca que los soteños en alguna zona concreta de la cuenca coexistieron con los vacceos hasta la romanización y, por tanto, fueron gentes distintas, éstas evolucionadas y aquéllas poco menos que reliquias del pasado. Entre los yacimientos más representativos de esta nueva etapa, abarcando bien sus momentos iniciales sólo, toda ella o los finales, caben ser destacados los poblados de La Capellana (Blasco y Baena, 1989; Id., 1996; Blasco et alii, 1993; Rubio y Blasco, 2000: 230-231), El Caracol en su ocupación inicial (Oñate et alii, 2007), Puente Largo del Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996), El Baldío (Martín Bañón y Walid, 2007), el poblado de Arroyo Culebro en su fase más antigua (Blasco, Carrión y Planas, 1998; Liesau, 1998) así como su necrópolis (Penedo et alii, 2001 y 2007; Ruiz Zapatero, 2007: 49-54; Blasco, e. p.) (Fig. 6) y la de Arroyo Butarque (Blasco, Barrio y Pineda, 2007; Ruiz Zapatero, 2007: 49-54; Blasco, e. p.), además de los tres arriba mencionados en sus fases más recientes porque, según sus excavadores, parece ser que se desocuparon hacia el tránsito del siglo sexto al quinto, siglo este último en el que también se deshabitan otros asentamientos como, recordemos, el getafense de Los Llanos (Sánchez-Capilla y Calle, 1996; Rubio y Blasco, 2000: 229-230; Blasco, Sánchez y Calle, 2000: 1767). Varios de estos poblados, a los que habría que sumar el de Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996; Muñoz López-Astilleros, 1999: fig. 5, B), al mismo tiempo constituyen un referente para aproximarse al conocimiento de la transición a la Segunda Edad del Hierro. Como han señalado varios autores, el catálogo de yacimientos de esta nueva fase es considerablemente más corto que el de la anterior, lo cual no tendría nada de extraño si viéramos cómo en ella se estuviesen formando grandes poblados y de tal guisa dedujéramos la existencia de un importante proceso de concentración demográfica, pero de esto no hay claras e indiscutibles evidencias como se tienen, por ejemplo, en la zona sedimentaria del Duero. Por otro lado, esta disminución de enclaves tiene consecuencias en lo que se refiere al conocimiento amplio y en profundidad del equipo cerámico en uso y cómo éste fue evolucionando. Desde el punto de vista de las formas, y si comenzamos por las modeladas con masas arcillosas decantadas, es decir, con los recipientes finos, algunos de los rasgos que mejor definen el panorama de la cerámica a mano de esta nueva fase son, por un lado, el enrarecimiento de los carenados; por otro, la proliferación de los cuencos troncocónicos -a pesar de que en algunos yacimientos de la fase anterior, como Ecce Homo IIB, ya tienen cierta presencia-, generalmente de paredes bastante tendidas, a veces algo curvadas hacia el exterior y muy bien alisadas o bruñidas; en tercer lugar, el considerable desarrollo que también ad- 315 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO quieren los de casquete esférico con el borde vuelto en ala, tura y muy sencillos, nada que ver ni con la frecuencia con las de la fase anterior, lo que quiere decir que mayoritariamente son de carácter geométrico. Tan raramente como antes comparece la figuración, si consideramos el friso de flores de loto encadenadas de Puente Largo del Jarama de esta fase más que de la anterior (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 144-145, fig. 5, A3), pues este es un yacimiento que se ha fechado a caballo entre los siglos VII y VI a. C. (Id., 1997: 144) pero las referidas flores son idénticas a la que nos muestra el fragmento de Ecce Homo al que más arriba hemos aludido, por lo que los vasos en los que comparecen estas decoraciones deben de estar muy cercanas en el tiempo. la que se documentan al otro lado del Sistema Central, en La presencia de la pintura vascular en esta fase sigue el ámbito soteño, ni con la esbeltez que allí muchos de ellos siendo destacada pero el abanico de variedades que hemos distinguido al hablar de la Fase I es ahora bastante más restringido y monótono. Falta, por ejemplo, la pintura usada como complemento de composiciones incisas pero aplicada en campos decorativos diferenciados, en paneles distintos, lo cual nada tiene de extraño porque en la fase anterior únicamente comparecía en un par de yacimientos: Las Camas y San Antonio. Tampoco están presentes, al menos por ahora, las pinturas rojas incrustadas dentro habitualmente ancha, sobre todo en contextos funerarios (p. ej., en la necrópolis de Arroyo Butarque: Blasco, Barrio y Pineda, 2007), algo que también se observa en el valle del Duero (García Alonso y Arteaga, 1985: fig. 14, 10; Blanco García, 2006: 204 y 397-399, fig. 47, 4-7 y fig. 94, E), y es que los conjuntos cerámicos de función funeraria en ambas submesetas se encuentran muy estandarizados; finalmente, la proliferación de urnas bitroncocónicas lisas. Menos significativa es la comparecencia, si bien ahora lo hace más que antes, de los pies realzados, que suelen ser de escasa al- poseen, ni con el barroquismo que imprime al vaso el haber sido decorados con varias molduras o sucesivas acanaladuras creando un efecto rizado (p. ej., Santos Villaseñor, 1990; fig. 2; Quintana López, 1993: fig. 13, 10; Seco y Treceño, 1993: fig. 3, 17; Martín Valls, Benet y Macarro, 1991: fig. 2, sup. dcha.; Ramos Fraile, 2005: 299, fig. 2, 15). Como acabamos de decir, al menos en los inicios de esta segunda fase siguen estando presentes las cazuelas y vasitos carenados, pero a medida que transcurre el tiempo son cada vez menos frecuentes, lo que conlleva que su tipología sea considerablemente más restringida; además de esto, desaparecen casi por completo los cuencos profundos de elevados cuellos -circunscribibles en un cuadrado (a título de ejemplo, Urbina et alii, 2007b: fig. 11, primero y segundo de fila superior)- para dominar ahora los bajos, -de proyección horizontal y circunscribibles en un rectángulo-, que eran, por otra parte, los más corrientes en la fase anterior; y, en tercer lugar, por lo general las carenas se redondean, de manera que sus perfiles son mucho más suaves que antes. Como siempre suele ocurrir porque las cosas no son tajantes, hay excepciones, como se puede comprobar, por ejemplo, en la necrópolis de Arroyo Culebro, en la que, acertadamente a nuestro entender, los dos cuencos de aristadas carenas son interpretados por sus investigadores como arcaizantes (Penedo et alii, 2001: 54, 58, T21-2 y T32-2). (Fig. 7) A estos tres cambios sustanciales hemos de añadir que se vuelven más raras en ellos las decoraciones incisas, si bien no faltan algunos ejemplos sobresalientes, pues no hay más que echar un vistazo al propio yacimiento de La Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220) o al de El Baldío (Martín Bañón y Walid, 2007: 197, fig. 3, 42) para cerciorarse de ello. A pesar de esto último, en líneas generales sí se puede decir que esta es una fase más parca en composiciones incisas, si bien son fieles continuadoras de 316 de esquemas incisos, pues lo único que se le podría parecer lo encontramos en un cuenco carenado de La Capellana en el que más que pintura debe de tratarse de almagra o engobe (Blasco y Baena, 1989: fig. 8, 1). La tercera ausencia son esas finas composiciones realizadas mediante líneas rectas en pintura roja, blanca o amarilla aplicada a pincel que veíamos en algunos vasos de calidad y que en unos casos nos recordaban a los entramados textiles, en otros lo pintado eran representaciones vegetales, etc. Las pinturas rojas postcocción extendidas homogéneamente por la superficie son, por lo contrario, bastante más comunes ahora. Más en el siglo VI a. C. que en el V, en cuya primera mitad aún se pueden ver ejemplos pero ya inmersas en una dinámica regresiva, en vías de desaparición. No obstante esto, su presencia en un menor número de yacimientos que en la fase anterior puede hacernos creer que para ellas han pasado sus momentos de apogeo, pero no es así, pues no hemos de perder de vista, como se ha señalado, que la nómina de yacimientos de esta fase es más corta que la de aquélla. En La Capellana, Los Llanos, el poblado y la necrópolis de Arroyo Culebro, la necrópolis de Las Esperillas o Pinto, entre otros, se pueden ver algunos de los mejores ejemplos. Respecto a las especies bicromas y policromas en esta fase son igualmente escasas pero están centradas sobre todo en el siglo VI a. C., como consecuencia de que esta- LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO mos en unos momentos en los que las influencias orientalizantes alcanzan su mayor apogeo. Como se recordará, los testimonios de la fase anterior se situaban en momentos avanzados de la misma, en el siglo VII a. C., por lo que se puede decir que estas producciones se sitúan a caballo entre ambas fases. Salvando las considerables diferencias de extensión geográfica, esta zona del Tajo central es considerablemente más pobre en este tipo de cerámicas que los territorios centro-occidentales del valle del Duero. Quizá tenga esto que ver con que las comunidades asentadas en tales territorios desarrollaron unos sistemas de vida más evolucionados desde momentos más tempranos que en la zona madrileña, con unas bases económicas más estables y sólidas que generaron la rápida formación de élites locales, a la postre adquiridoras de estos productos que, no olvidemos, son de lujo. En este sentido, da la impresión de que en el entorno de Madrid a lo largo del Hierro Antiguo siempre se fue un paso por detrás respecto a la zona sedimentaria del Duero. Esta idea, evidentemente, no sólo deriva de la comparación de ambos espacios en lo que a este grupo cerámico se refiere, sino que, como no podía ser de otro modo, también se cimenta en la consideración de elementos tales como densidad de ocupación, dimensiones de los poblados más relevantes, solidez de las arquitecturas y dinámica de renovación de las mismas, presencia o ausencia de sistemas de protección urbana (murallas, fosos), etc., además de en todo un conjunto de materiales arqueológicos. Recipientes bicromos y policromos similares a los recuperados en La Plaza de San Martín de Ledesma, Los Cuestos de la Estación de Benavente, La Aldehuela de Zamora, el castro de Sacaojos, el propio Soto de Medinilla, La Mota de Medina del Campo, Cuéllar, etc., fechados entre finales del siglo VIII a. C. y finales del VI (Delibes et alii, 1995b: 67-68; Romero Carnicero y Ramírez, 1996: 315-317; Id., 2001: 64-65; Santos Villaseñor, 2005), en la zona de Madrid tienen una más escasa representación: La Capellana (Blasco y Baena, 1989: 220; Rubio y Blasco, 2000: 230), Los Llanos (Ead., 2000: 230, fig. 3, 5) y algún que otro fragmento que resulta dudoso procedente de otros yacimientos recientemente excavados. Los baños a la almagra se admite que es en esta fase en los vasos finos y algunas son de tal calidad que más que almagras podrían ser auténticos barnices (Blasco y Baena, 1989: 220 y 228; Rubio y Blasco, 2000: 230), hecho que sólo análisis químicos podrían demostrar. Almagra, barniz o engobe, en este yacimiento puede convivir con decoraciones incisas, impregnándolas (Blasco y Baena, 1989: fig. 8, 1). La importancia que adquieren en esta fase podría ser indicativa de dos hechos no excluyentes entre sí, sino seguramente complementarios. Por un lado, de una interacción más fluida con los grupos arqueológicos del sur de la Península, como demuestran otros muchos elementos de la cultura material, y por otro, de que el gusto por este tipo de ornamentación está totalmente arraigado, circunstancia esta que no podemos hacer extensible a otras técnicas decorativas igualmente meridionales como, por ejemplo, la pseudo-retícula incisa que sigue en valores casi tan bajos como en la fase anterior. Esta cerámica, que trataba de imitar a la retícula bruñida del suroeste y hacía acto de presencia en el área madrileña durante la fase anterior, sigue compareciendo en ésta. No se observa evolución alguna, de manera que mayoritariamente los entramados siguen siendo realizados con la misma falta de simetría y equilibrio en la distribución de las líneas, localizándose sobre todo en las superficies interiores de los vasos y en algunos casos también en las exteriores. La única diferencia estriba en que ahora es un poco más abundante, a pesar de que, insistimos, el catálogo de yacimientos de esta fase es más corto que el de la anterior. La Capellana es, una vez más, donde se encuentran los mejores ejemplos (Blasco y Baena, 1989: 220, fig. 5, 2 y 6-8, lám. I). También en las fase A1 y A2 de Dehesa de Ahín (Rojas et alii, 2007: 85, fig. 12, 4, fig. 22, 1, 2 y 5, fig. 23, 3 y 8), para las que se estima una cronología de la segunda mitad del siglo VI a. C. e inicios del V. Algunos ejemplos más pueden verse en el poblado de Arroyo Culebro (Blasco, Carrión y Planas, 1998: lám. 4, 4) y El Caracol (Oñate et alii, 2007: 184, fig. 12, 9 y 13, 8). De todas formas, las imitaciones de retícula bruñida en el área madrileña nunca fueron tan abundantes como otros elementos que también se imitaron de los grupos periféricos de la península. 54, 55, T2-4, 62 inf., 56 T5-2 y 3, 63, centro e inf.). En el Las influencias de los Campos de Urnas tardíos del valle del Ebro, más que en un conjunto de decoraciones, que no faltan, se manifiestan en la presencia de ciertas formas y objetos. La proliferación de urnas bitroncocónicas con los bordes vueltos abocinados, de los cuencos troncocónicos y ciertos morillos, por ejemplo, indican que los contactos con esa zona no se han perdido. Los cuen- caso concreto de La Capellana se constatan en el 16 % de cos de casquete esférico y ala, tan numerosos como vasos la que adquieren especial difusión por el valle medio del Tajo, ya que se tienen constatados en la mayor parte de los yacimientos que a ella pertenecen, tanto poblados (La Capellana, Los Llanos, El Baldío, El Colegio de Valdemoro en su 2ª fase, etc.) como necrópolis (Penedo et alii, 2001: 317 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO de acompañamiento en la necrópolis de Arroyo Butarque vaso en Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blan- (Blasco, Barrio y Pineda, 2007), son igualmente numerosos en los niveles PII b y PI a de Cortes de Navarra, fechados entre 650 y 440 a. C. (Maluquer, Gracia y Munilla, 1990: 52 y 53, forma 2C2), cronología que se podría ajustar un poco más en el caso concreto de la referida necrópolis si consideramos la presencia del cuchillo de hierro de hoja curva de la sepultura V, pues en esta zona hace acto de presencia no antes de finales del siglo VII e inicios del VI a. C. (Mancebo, 2000:1829). Al menos en los primeros momentos de esta nueva fase sigue estando presente la cerámica excisa e incisa del círculo Redal/Cortes, si bien se va rarificando cada vez más. Del poblado de Arroyo Culebro, por ejemplo, procede un magnífico ejemplo inciso-impreso que así lo testifica (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: fig. 10, 6; Blasco, Carrión y Planas, 1998: 253, lám. 3, 4), y del que existen buenos paralelos en Cabezo de la Cisterna (Martín Bueno, 1989: fot. de p. 49). Este fragmento, unido al koyilixkos hallado en este mismo yacimiento, de características tan parecidas a los del Cabezo de Monleón y Cueva de Olvena (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 168-169, fig. 10, 5; Blasco, 2007: 79-80, fig. 8, c), y la presencia de ciertas formas de uso cotidiano, refuerzan la idea de que la interacción del Tajo central con el valle del Ebro sigue siendo fluida. En El Caracol de Valdemoro, un yacimiento cuyos momentos iniciales quizá sean algo más antiguos de lo que se ha propuesto, pues podría perfectamente remontarse a los inicios del siglo VI a. C., en cerámica excisa se siguen realizando composiciones muy clásicas (Oñate et alii, 2007: 184, fig. 12, 5-7). co, 1996; Dávila, 2007b: 100-102, fig. 2, 2, vaso bitroncocónico) y algún que otro fragmento más que dudoso citado recientemente, lo cual contrasta con la situación que se produce en otros ámbitos culturales meseteños, donde el siglo VI a. C. y parte del V constituyen la época de mayor apogeo de esta técnica de recubrimiento de las paredes de los vasos (Werner Ellering, 1987-88: 191; Ead., 1990: 9798; Delibes et alii, 1995b: 67). En la zona alcarreña y alto Tajo estas especies se concentran, como hemos visto, en momentos antiguos, pero varios yacimientos se salen de la norma, como por ejemplo el de El Turmielo en su fase II, que nos las presenta en el Celtibérico Antiguo (Arenas Esteban y Martínez Naranjo, 1993-95: 112; Arenas Esteban, 1999: 63 y 228, varias de figs. 45 y 46, fig. 159) o El Ceremeño, donde están en uso a finales de esa sexta centuria y gran parte de la siguiente (Cerdeño, Pérez y Cabanes, 1993-95: 74-76; Cerdeño y Juez, 2002: 69 y Anexo II, de Vega Toscano; Barroso Bermejo, 2002b: 133). Los recipientes fabricados con masas arcillosas poco tratadas, para usos de cocina y almacenaje, en poco se diferencian de los de la etapa anterior. Sigue compareciendo en ellos la técnica impresa como solución ornamental más habitual (digitaciones, ungulaciones, instrumento, etc.), pero también, y con mayor frecuencia que antes, los escobillados o “cepillados” en hombros y cuellos. Recordemos cómo en el Cerro de San Antonio es en los niveles más modernos en los que son más numerosos, y la tendencia alcista continuó en esta Fase II. Se puede decir que en la zona estudiada la época de mayor apogeo de los escobillados de la Edad del Las decoraciones acanaladas de raigambre Campos de Urnas sobre formas de esta misma filiación siguen siendo en esta fase tan escasas como en la anterior. No hay más que echar una ojeada a los materiales de un yacimiento tan representativo como La Capellana para cerciorarse. Puesto que Puente de la Aldehuela es un yacimiento que perduró hasta mediados del siglo VI a. C., cabe la posibilidad de que alguno de los fragmentos cerámicos con acanaladuras recuperados en él corresponda a esta fase avanzada. No obstante, la mayoría lo más probable es que sean de la anterior, que es el contexto imperante en el yacimiento, y por eso en ella los hemos mencionado. Y en estas mismas circunstancias se encuentra algún que otro yacimiento madrileño más. Hierro hemos de situarla en las últimas décadas del siglo VII Dentro de lo escasísima que es la cerámica grafitada en la zona madrileña, como hemos visto, sigue estando presente en esta Fase II, aunque aún resulta más rara que en la anterior, pues sólo se conoce un fragmento de Arroyo Culebro (Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 157), un muy avanzado el siglo II a. C. aquélla se seguirá fabrican- 318 a. C. y el VI, seguramente debido a que en el suroeste es la fase orientalizante la más rica en este tipo de decoraciones. En todos los yacimientos de esta fase están presentes, y en aquellos en los que las colecciones cerámicas recuperadas son de cierto volumen representan un porcentaje significativo. En La Capellana, por ejemplo, los fragmentos con escobillado constituyen casi el 3% de toda la común (Blasco y Baena, 1989: 217; Blasco et alii, 1993: 56). A partir de las primeras décadas del V no es que desaparezcan de forma brusca en el área madrileña, sino que cada vez se tornan menos frecuentes, sencillamente porque la cerámica a mano comienza a ser reemplazada por la torneada, aunque hasta do (sobre todo recipientes de mediano y pequeño tamaño), tal como ocurrió en el valle del Duero, donde yacimientos como el Soto en su fase vaccea, Pintia, Rauda o Cauca, entre otros, así lo demuestran. LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Si reparamos en el hecho de que a comienzos del siglo V unos yacimientos muestran aún importantes volúmenes de cerámica con escobillados y otros apenas unos pocos fragmentos, es posible que esta técnica declinara en la región de una manera diferencial, no homogénea, de modo que en unos enclaves hubo de primar el peso de la tradición y en otros ésta sería algo cada vez más ajeno a sus gentes. El Colegio de Valdemoro en su 2ª fase (de inicios del V a. C.) vendría a ser un ejemplo de los primeros (Sanguino et alii, 2007: 163), mientras Dehesa de Ahín en su última fase de ocupación, la A1, de finales del VI o inicios del V a. C., sería un ejemplo de los segundos (Rojas et alii, 2007: 181). No obstante, esto que sólo es una impresión inicial derivada de los resultados de excavaciones recientes, habría que tratar de confirmar en futuros trabajos porque, en general, no podemos ocultar que hay sensibles diferencias entre unos yacimientos y otros de la misma época, e incluso dentro de un mismo yacimiento entre unas zonas de excavación y otras. Una de las innovaciones que mejor marca el nacimiento de esta Fase II es la aparición de los primeros vasos hechos a torno, importados básicamente del sureste peninsular. Aunque no faltan los cuencos y platos, son sobre todo urnas y ollas las formas más habituales, siempre de pastas amarillentas y blanquecinas, a veces rosadas muy claras, con bordes vueltos algo caídos que pueden presentar uñada, cuellos abocinados en ángulos muy vivos respecto a la inclinación del borde y del hombro y decoradas con pintura roja vinosa pero a veces negro-marronácea muy espesa: bandas no muy anchas, series de líneas finas paralelas, semicírculos concéntricos y más raramente círculos concéntricos, helicoides y aspas. Para un arqueólogo experimentado resultan inconfundibles con las producciones propiamente carpetanas. Durante mucho tiempo, la escasez con la que se manifiestan en la zona de Madrid, unido a la dificultad existente para identificar estos productos por parte de no pocos, la irrelevancia de las asociaciones y la falta de fechas que ofrecieran cierta seguridad para los contextos en los que se encuentran, han hecho que, por prudencia, se hayan situado hasta fechas recientes entre inicios del siglo V y comienzos del IV a. C. (Blasco, Carrión y Planas, 1998: 258; Muñoz López-Astilleros, 2000: 252). Sin embargo, y como no podía ser de otro modo, pues en el Duero medio desde hace dos décadas se vienen fechando entre inicios del siglo VI a. C. y finales del V (Sacristán, 1986; Blanco García, 1994: 53, fig. 11; Id., 2003: 77-80, fig. 13; Seco y Treceño, 1993: 163-166, fig. 7 y fig. 10, 15 y 16; Id.,1995: 224; Delibes et alii, 1995b: 87; Escudero y Sanz, 1999), y en la comarca molinesa desde finales del VII a. C. (Arenas y Martínez, 1993-95: 112-114, fig. 23), en el entorno de Madrid y norte de Toledo ya se empieza a advertir su presencia en esos mismos momentos antiguos. Para varios yacimientos de la Mesa de Ocaña, por ejemplo, así se están proponiendo, desde finales del VII a. C. pero sobre todo entrado el VI (Urbina, 2000: 210, Id., 2007: 197-199, fig. 5, varios del grupo del centro dcha.). En nuestra zona de estudio el catálogo de enclaves en los que de forma aparentemente segura se constatan estas producciones es aún corto. A los citados por Urbina en la Mesa de Ocaña, varios del entorno de Aranjuez, como el de Los Pinos (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1996; Madrigal Belinchón y Muñoz López-Astilleros, 2007: 263), y otros más del valle del Tajuña, como Carabaña, por ejemplo (Almagro-Gorbea y Benito, 2007: 166, fig. 8, 3), hemos de añadir algunos más. En las excavaciones practicadas en El Colegio (Valdemoro) se han recuperado cerámicas que podrían responder a estas importaciones, pues aunque no se dibujan sus excavadores dicen de ellas que comparecen en la segunda fase del Hierro I, en un contexto general de cerámicas a mano, que son de tipo “ibérico”, poseen pinturas rojas vinosas y son fechables en la primera mitad del V a. C. (Sanguino et alii, 2007: 163 y 165). Menos problemas nos plantean las obtenidas, también en Valdemoro, en el yacimiento de El Caracol, pues el contexto y las referencias que se dan de las mismas unido a los detalles de las ilustraciones no dejan lugar a duda (Oñate et alii, 2007: 188 y 192, fig. 16, 1-3). La cronología estimada para estas últimas es de finales del VI a. C. o, con más seguridad, siglo V, similar a la que se propone para los fragmentos, igualmente escasos, recuperados en el Área 5000 de El Baldío (Martín Bañón y Walid, 2007: 212, fig. 7, claramente 13, 14, 18, 19, 28, 34 y seguramente algunos más). En un contexto de transición de la Primera a la Segunda Edad del Hierro dominado por las cerámicas a mano se fechan varios fragmentos hallados en el Yacimiento A de Arroyo Culebro, muy clásicos tanto en el tipo de pasta como en la decoración pictórica (Penedo, Caballero y Sánchez-Hidalgo, 2001: 87, fig. de p. 85, 228, 533 y 521, fig. de p. 86, al menos 418, 475 y 495). De estas características producciones originarias del sureste peninsular se apartan varios recipientes también hechos a torno, importados casi con toda seguridad, pero que entrañan ciertas dificultades explicarlos en los contextos en los que aparecen. Dos de ellos, de los que sólo tenemos sendos fragmentos, proceden de La Albareja (Fuenlabrada), un yacimiento que sus excavadores sitúan en el siglo VII y comienzos del VI a. C. Son de las mismas características fisicas que el resto de producciones a mano 319 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Fig. 6. Arroyo Culebro. Tumba 2 (Penedo et. alii) pero tienen claras huellas de torneado (Consuegra y Díazdel-Río, 2007: 142), por lo que es posible que más que a esa séptima centuria pertenezcan a la sexta o, si acaso, a finales de aquélla. En cualquier caso, es un contexto en el que no extraña nada este tipo de innovaciones, a diferencia de las posibles huellas de torno lento existentes en cerámica de Las Camas, a las que más abajo dedicaremos unos párrafos. El segundo es la urna hecha a torno que se recuperó en la Tumba I de Arroyo Butarque (Blasco, Barrio y Pineda, 2007: 220, fig. 3, 1 y fig. 15, 1). Ni el tipo de pasta, ni la forma, ni los restos de pigmento rojo permiten adscribirla al grupo de las importaciones del sureste que acabamos de ver, pero esto tiene su interés, pues de haberlo sido, no sería más que un vaso más de aquéllos, sin la mayor trascendencia. Lo interesante de esta urna es que al ser diferente nos obliga a mirar a otros escenarios que surtieron a los 320 grupos del área de Madrid de sus primeros vasos a torno, y quizá más que a las zonas atlánticas, referente indiscutible para el ajuar metálico recuperado en esta tumba, debamos fijar nuestra atención en el bajo Ebro, una zona en la que comienza a usarse el torno hacia el 600 a. C. (Villalbí, 1999: 149) pero en la que el peso de las tradiciones Campos de Urnas siguió siendo fuerte, y en el perfil del vaso madrileño aún se pueden reconocer éstas. El tercero es el vaso a torno que cubría una posible urna procedente del arenero de La Torrecilla (Priego y Quero, 1978; Almagro-Gorbea, 1987: 115, 1, arriba; Blasco, Sánchez-Capilla y Calle, 1988: 171, fig. 4, 7, arriba; Blasco y Lucas, 2000b: 25, fig. 9, 7, arriba) (Fig. 8). Si consideramos que la urna a mano que estaba cubierta por este vaso tiene magníficos paralelos formales en yacimientos de la facies Riosalido (Valiente Malla, 1999: 85, fig. 2, 4), en conjuntos del Cel- LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Fig. 7. Arroyo Culbero. Tumba 21. (Foto: Penedo et alii) tibérico Antiguo de las tierras molinesas (Arenas, 1999: fig. 160, Cib. Ant. A, I), la necrópolis de Carratiermes (Argente, Díaz y Bescós, 2001: 140-143, fig. 59, formas VII-IX) o la segoviana de La Dehesa de Ayllón (Barrio Martín, 2006: 109110), así como en el castro soriano de Zarranzano (Romero Carnicero, 1991: 277, Forma 16, fig. 74, 16), hemos de situar la amortización del vaso a torno en pleno siglo VI a. C., pero su fabricación, seguramente en el sureste peninsular, puede remontar algo más en el tiempo y situarse en los inicios de dicho siglo. Proponemos el sureste como ámbito de posible procedencia del mismo por dos razones. Primero, porque de allí proceden los vasos torneados con pinturas rojas vinosa, como hemos visto, y éste vaso, que también parece tener restos de pintura roja vinosa aunque su pasta es algo distinta, podría haber hecho el mismo camino. Además, en la cremación 56 de Les Moreres el vaso utilizado como urna es prácticamente idéntico (González Prats, 2002: 123, fig. 104), y aunque es antiguo y está hecho a mano, pertenece a un tipo que se empieza a fabricar a torno a partir de finales del siglo VIII a. C. o inicios del VII (Lorrio Alvarado, 2008: 227). Y en segundo lugar, porque en varios poblados y necrópolis de esa zona la urna cineraria hecha a mano más corriente se corresponde con la de La Torrecilla (vid., p. ej., el cementerio de Les Moreres en su fase II: González Prats, 2002: 239-241, Tipo T2, figs. 185 y 186), siendo especialmente abundante en el horizonte Peña Negra II (700-550 a. C.), lo cual nada tiene de extraño. De esta manera, en las urnas meseteñas que hemos citado como paralelos de la de La Torrecilla y en las de Les Moreres y otros yacimientos del sureste parecen manifestarse unas mismas influencias: las de Campos de Urnas, como señalan González Prats (2002: passim) y A. Lorrio (2008: 48, 466-468, 471, fig. 235), y pocos discuten para la zona centro-oriental de ambas mesetas. Por otra parte, el tipo de vaso más común con el que se cubren las urnas de la referida necrópolis alicantina, aunque no exactamente igual, se encuentra formalmente próximo al de La Torrecilla, si bien aquél está fabricado a mano y es menos evolucionado. (Fig. 8) Indistintamente de la procedencia de estos recipientes torneados que llegan al centro de la Meseta, hay tres aspectos que en el futuro habrá que abordar y tratar de clarificar: el primero, para el que intuimos una solución aún lejana, es el de las mercancías que vendrían al menos en los vasos cerrados, en urnas y ollas, no en cuencos y platos, evidentemente, y con independencia de los usos que después les dieran los meseteños así como del carácter 321 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO de vasos de lujo en sí mismos que para ellos seguramente tuvieron; el segundo, los bienes que como contrapartida darían esos meseteños; finalmente, las vías a través de las cuales discurren estos intercambios. De esto último algo ya sabemos, sobre todo de estaciones intermedias situadas entre el sureste y el centro del Tajo, en tierras de Albacete, Cuenca, zona este de Ciudad Real y Toledo oriental, como Villar II del Cerro de los Encaños (Gómez Ruiz, 1986: 314 y ss.), Cabeza Moya (Navarro Simarro y Sandoval Ródenas, 1984), Pedro Muñoz (Almagro-Gorbea, 1976-78: 137, fig. 20), etc. Por último, hemos de referirnos a las producciones manuales peinadas de tipo Cogotas II. Originarias del suroeste de la submeseta norte, de los territorios que median entre Sanchorreja y La Mota-Cuéllar, se fabrican desde avanzado el VII a. C. (González-Tablas, 1990: 72; Delibes et alii, 1995b: 69; Seco y Treceño, 1995: 224 y 241; ÁlvarezSanchís, 1999: 83-85; Romero, Sanz y Álvarez-Sanchís, 2008: 672) hasta finales del siglo II a. C5. Durante décadas han constituido para la investigación de la submeseta norte y territorios vettones del sur de Gredos un grupo cerámico de considerable significación cultural por marcar tiempos, influencias, peculiaridades regionales, etc. (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 2002; Sanz Mínguez, 1997: 245-272), pero en la zona madrileña no tuvieron mucho éxito. En pocos yacimientos han podido ser constatadas y, por lo que al ámbito cronológico del presente trabajo se refiere, únicamente en tres o cuatro hasta ahora. Para empezar, su presencia aquí no parece ser anterior a mediados del siglo V a. C. o, como mucho, se podrían remontar a la primera mitad del mismo. En segundo lugar, lo que conocemos como “peine simple antiguo”, que se encuentra inciso tanto en el interior como en el exterior de catinos y otras formas abiertas, y tan buenos referentes tiene en Sanchorreja (GonzálezTablas, 1989 y 1990; Armendáriz, 1989), La Mota (Seco y Treceño, 1993: 142-143, fig. 5, 1 y 2, fig. 10, 1-11) o Cuéllar (Poblados II y III: Barrio Martín, 1993: 184-201, figs. 8 y 13), por ejemplo, aquí no está presente. Comparece sólo el “peine barroco”. En tercer lugar, no parece que aquí haya calado el peine impreso, tan característico de la zona sur de Valladolid y noroeste de Segovia (Pintia, Cauca, Cuesta del Mercado, Olivares de Duero, etc.). En estas cuestiones cronológicas y estilísticas, la necrópolis de Las Esperillas es buena muestra de cuanto decimos, pues de la misma procede un lote de recipientes peinados cuya cronología con precisión no ha sido posible establecer, pero que, dentro de su longevidad, los excavadores han estimado que podrían pertenecer al primer momento de uso del cementerio (ss. VII-V a. C.), o ya a la transición a la Segunda Edad 322 del Hierro (García y Encinas, 1990a: 270; Id., 1990b: 325). Sin embargo, el barroquismo de las composiciones y lo evolucionadas que parecen algunas formas nos inducen a pensar que dif ícilmente pueden fecharse más allá de mediados del siglo V a. C., coincidiendo de este modo con las apreciaciones hechas por otros autores (Blasco y Barrio, 1992: 301). A esa misma cronología es posible que también se remonten los fragmentos de Cogotas II recogidos en las laderas del Cerro de la Gavia (Id., 1992: 301, fig. 2, 6-8), y más tardío aún sería, quizá, el fragmento procedente de Puente de la Aldehuela II (Priego, 1987: 102, fig. 8, 45). Con todo, no será hasta el Segundo Hierro cuando, siempre de manera testimonial, veamos las peinadas comparecer en algunos lugares más como Cerro Redondo (Blasco y Alonso, 1985: 74 y 80, fig. 28, 10 y fig. 30, 1), Camino de Pucheros 2 (Madrigal Belinchón y Muñoz López-Astilleros, 2007: 259), La Ribera en Alcobendas (Galindo y Sánchez, 2007: fig. 12, hilera superior) o, ya en la Mesa de Ocaña, en Hoyo de la Serna (Urbina, 2000: 83; Id., 2007: fig. 5, arriba dcha.), entre otros. Si exceptuamos las de las Esperillas, tanto las del Primer Hierro como las del Segundo son vasijas de bastante peor calidad técnica que las de la zona abulense y campiñas meridionales del Duero, al tiempo que las composiciones suelen ser más descuidadas. De la misma filiación que estas cerámicas a peine, ciertos tipos de estampillas sobre vasos fabricados a torno de algunos yacimientos también derivan del círculo vettón6 , o las denominadas “cazoletas” y líneas rehundidas rodeadas de puntos impresos como las que aparecen en un vaso del citado yacimiento de La Ribera que constituye un magnífico ejemplo de cómo en la zona madrileña son interpretadas ciertas composiciones del círculo vettón de una manera sui generis (Galindo y Sánchez, 2007: fig. 12, superior izq.). UNAS NOTAS SOBRE ASPECTOS RELACIONADOS CON LA PRODUCCIÓN A pesar de que los conjuntos cerámicos de los yacimientos meseteños del Hierro Antiguo, y por extensión los madrileños, son de la fabricación local -influidos en mayor o menor medida por diversas áreas peninsulares-, y si dejamos aparte los recipientes a torno de importación, muy poco es lo que sabemos de los aspectos relacionados con la producción: áreas de trabajo que hubieron de existir en las inmediaciones de los poblados, características f ísicas de los dispositivos, cadenas productivas, organización del trabajo (supuestamente en el marco familiar), si éste recaía predominantemente más en la mujer que en el LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO hombre como se suele suponer, si se producía sólo para gra de Crevillente, dentro del horizonte I (González Prats, reponer los vasos rotos o también para mantener un stock 1990: 85). Con tal precedente, el uso de este procedimiento entra dentro de lo posible en la cronología del yacimiento madrileño y no sería un caso único en el Hierro Antiguo meseteño, pues con una cronología posterior al mismo, del siglo VI a. C., en una de las sepulturas de la necrópolis de Los Azafranales-Coca se recuperó hace unos años un ancho cuenco de perfil sinuoso y bruñido de extraordinaria calidad cuyas paredes en la zona media y alta tenían un grosor que apenas sobrepasaba los 1,5 mm para el que también pensamos en la posibilidad del uso de un molde en su fabricación ya que resulta dif ícil imaginarlo modelado mediante el procedimiento de adelgazar las paredes con los dedos manteniendo una perfecta simetría como la que tiene y sin que se resquebrajen (Blanco García, 2006: 333 y 390-392, fig. 47, 3, fig. 94, C y lám. III, 2, sup. izq.). en previsión, repertorio de herramientas utilizadas y medios auxiliares, etc. La carencia de análisis mineralógicos -salvo los realizados en su día sobre cerámicas del Cerro de San Antonio (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 112; Arribas, Millán y Calderón, 1991)-, nos impide conocer diferencias entre unos yacimientos y otros en cuanto a cómo se preparaban las masas arcillosas, si los ceramistas las extraían en las inmediaciones de los mismos o bien a cierta distancia de los poblados buscando las de mayor calidad, etc. Un simple vistazo a las cerámicas de cualquier yacimiento es suficiente para comprobar cómo los alfareros trabajaban con tres tipos de masas arcillosas: unas magras, ricas en cuarzo y feldespato pero que a veces tienen mica dorada o negra; otras de calidad media, tamizadas pero con desgrasantes medios y finos con las que se obtienen recipientes de paredes de grosor medio; y una tercera ya basta, con intrusiones de granos gruesos, adecuadas para fabricar recipientes de cocina y almacenaje. Los componentes de todas ellas son los propios de las zonas geológicas en las que se están produciendo fenómenos de descomposición granítica, en nuestro caso claramente relacionados con el Tampoco es mucho lo que se puede decir de los métodos de acabado de las superficies previos a la recepción de las decoraciones. Simplemente observando con una lupa de cincuenta aumentos las paredes de los vasos se pueden ver huellas de haber usado, en el caso de las cerámicas finas, espátulas o alisadores (que serían de madera, hueso, se puede decir porque el tratamiento de las superficies cantos de río), quizá algún tipo de fibra de origen vegetal o animal (lana, cuero, etc.) para conseguir el bruñido, pues a veces se identifican finísimas huellas incisas (tanto horizontales como en diagonal) más por el interior que por el exterior de cuencos, cazuelas, etc. Las superficies cuidadosamente bruñidas hasta conseguir un efecto acharolado que vemos en las características cazuelas y vasitos carenados es posible que previamente hubiesen recibido un baño limoso teñido de negro porque en muchos de estos vasos a veces se puede observar cómo la superficie se ha cuarteado o se han desprendido pequeños trozos de la fina lámina que forma. En ocasiones incluso se puede fácilmente le- ha eliminado las huellas. Huellas que en vasos de la fase vantar con un bisturí esa fina lámina. inmediatamente anterior, la de Cogotas I, son claramente En general, hay una predilección por las cocciones en atmósferas reductoras, con las que se obtienen recipientes de coloración negra y gris. Este es un rasgo común a la mayor parte de los grupos arqueológicos meseteños del Hierro Antiguo. Puesto que, sobre todo en la cerámica fina, Sistema Central. Por los referidos análisis del Cerro de San Antonio sabemos que la mineralogía de las arcillas usadas para los recipientes finos, de mesa, y la de los de almacenaje y cocina es la misma, pero la diferencia estriba en el tratamiento diferencial que se ha hecho de la materia prima. Esto probablemente se pueda hacer extensible, uno por uno, al resto de los yacimientos de la época. De los procedimientos de modelado, mediante tiras o cilindros de barro superpuestos o adelgazamiento progresivo de una pella de barro con los dedos, poco es lo que perceptibles (Blanco, Blasco y Sanz, 2007: 75). Lo probable es que se emplearan ambos procedimientos pero lo interesante sería saber si uno predominaba sobre el otro en cada yacimiento. Por otra parte, se ha planteado la posibilidad de que en el Cerro de San Antonio algún vaso bruñido de paredes muy delgadas -referido como de cáscara de huevo, en terminología que habitualmente se aplica a los vasos romanos de paredes finas- y carena aristada pudiera haber esa coloración es muy homogénea, sin zonas anaranjadas o sido fabricado con la ayuda de un molde o matriz (Blasco, Lucas y Alonso, 1991: 112), que podría haber sido de madera, arcilla o incluso de yeso, pues en esta última materia se halló uno en la campaña de julio de 1987 en Peña Ne- y grandes son con los que el control debió de ser menor, pardo-marronáceas que indicarían oxigenación, hemos de pensar que el control que tienen sobre este tipo de cocciones es muy efectivo. Con los vasos de dimensiones medias pues resulta habitual que la coloración varíe de unas zonas a otras del vaso, que sean irregulares. Parece que lo más probable es que las cocciones se hicieran en horneras, en 323 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO las diversas modalidades que se conocen: mezclando los pacios exteriores de las estructuras fragmentos cerámicos vasos y el combustible directamente sobre el suelo; ha- 166, figs. 4 y 5; Urbina et alii, 2007b: 49-50 y 58). En uno con defectos de horno tales como deformaciones, escorificaciones, agrietamientos, burbujas, abizcochados, etc., y los únicos que de estas características se han recuperado proceden de la propia base de la estructura, hicieron de cama por tanto, con lo que es lógico que se encuentren con dichas alteraciones; tampoco aparecen en las inmediaciones pellas de barro con las características huellas de dedos (dermatoglifos), pertenecientes a los/las ceramistas; no ha sido documentado en la zona vertedero alguno, de cenizas y materiales de desecho, casi siempre asociado a las instalaciones alfareras fijas como se propone para éstas, y a pesar de que el área de excavación abierto es muy extenso; no se han hallado utensilios propios de las tareas de modelado y decoración tales como espátulas, alisadores, cortadores, punzones, etc., que, lógicamente, deberían de estar fabricados tanto en madera como en hueso, asta o piedra pero de los que generalmente suelen aparecer algunos restos; no han sido halladas en las inmediaciones fragmentos de materias colorantes (hematites) con las que se pintaron y embadurnaron muchos de los recipientes cerámicos recuperados en este yacimiento (Agustí et alii, 2007a: 237; Urbina et alii, 2007b: 65); tampoco hay elementos auxiliares asociados a la cocción tales como soportes o carretes, pues el único que se ha recuperado es de tal calidad, además con restos de engobe rojo, que no se puede decir que sea un útil de alfarero, sino de mesa, para sobre él posar vasos (Fig. 5), perteneciente a un tipo de origen meridional (Ruiz Mata, 1995; Mendoza et alii, 1981: 189, fig. 11, l y fig. 13, l y m; Baquedano, 1987: 241; González, Serrano y Llompart, 2004: 116-117, lám. XXVIII, 1-13), y similar al ejemplar recuperado en Puente Largo de Jarama (Muñoz López-Astilleros y Ortega Blanco, 1997: 144, fig. 5A1). de éstos se interpreta como “…arranque de la cúpula que Naturalmente, no es necesario que comparezca todo este formaría la cámara del horno” una capa de arcilla circular, repertorio de evidencias para poder hablar de la existen- y varios fragmentos de adobe en su interior como parte cia de una instalación alfarera de la Edad del Hierro, pues de esa cúpula desplomada. Estas estructuras de combus- sería mucho pedir por parte del excavador, pero sí varias tión, qué duda cabe, son de un enorme interés porque no de ellas. El arrasamiento sufrido por el yacimiento no es se conoce nada similar en la zona de estudio, pero resulta motivo suficiente que explique la significativa ausencia extraño que no comparezcan -o, al menos no se han dado a conocer hasta ahora- importantes evidencias que demostrarían sin atisbo de duda la interpretación propuesta, por más que se cuente, como documento de refuerzo de esa interpretación, con un asita con apéndice cilíndrico que se de materiales asociados a un área de producción alfarera. En Los Cuestos de la Estación, por ejemplo, al exterior de una estructura de combustión circular de adobe y barro similar a ésta se documentaron bolsadas de ceniza, abundante cerámica fragmentada (también presente en el interior) y pellas de barro con dermatoglifos, lo que unido a la existencia de un enfoscado de parrilla en la base y un útil de hierro puede resultar suficiente para ser interpretada como horno de alfar (Celis Sánchez y Gutiérrez González, ciendo un pequeño rebaje en el mismo para concentrar el calor, a veces complementado con un murete perimetral; en “hoyo”, que puede superar el metro de profundidad, etc. La misma coloración homogéneamente gris y negra de la mayor parte de los vasos finos de tamaños pequeño y mediano a la que hemos hecho referencia hace pensar que una vez colocados los vasos y el combustible se debieron de cubrir con musgo húmedo, estiércol, paja mojada, etc., a modo de cúpula para concentrar el calor y al mismo tiempo retener el humo e impedir la oxigenación que pudieran provocar las corrientes de aire. De cualquier forma, con estos procedimientos dif ícilmente se podrían superar los 750/800 grados de temperatura. Tampoco las características de las pastas, al ser menos densas y sólidas que las que se obtienen mediante el empleo del torno, podrían haber aguantado más. Son vasos que, golpeado uno con otro, dan sonidos opacos propios de pastas poco duras y consistentes. Nada que ver con los sonidos metálicos de los hechos a torno de época posterior. A propósito de las cocciones, no podemos por menos que dedicar unos párrafos a la documentación obtenida en el yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid). En este poblado, interesante en tantos aspectos, se han creído reconocer estructuras vinculadas con las labores de cocción de la cerámica. En él han sido interpretados algunos hoyos como arcilleras para la obtención de barro con el que fabricar tanto recipientes cerámicos como adobes, y seis estructuras de combustión como restos pertenecientes a otros tantos hornos (Agustí et alii, 2007c: 16, figs. 13-16; Agustí et alii, 2007a: 235-236, fig. 26; Urbina et alii, 2007a: 164- ha desprendido del cuerpo del vaso que, en todo caso, nos muestra cómo se instalaban estos elementos de prensión, pero nada más (Urbina et alii, 2007b: 58, fig. 13, primero de la primera fila). Y es que no han aparecido en los es- 324 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Fig. 8. La Torrecilla (Getafe) (Foto: Almagro- Gorbea, 1987) 1989; Celis Sánchez, 1993: 102-103 y 112 fig. 6 y lám. V). Junto a los hornos excavados en El Castillar de Mendavia se recuperaron 21 pesas de telar, mangos de herramientas, punzones en asta, una lezna, una matriz en hueso para hacer impresiones, abundantes cenizas y varios molinos, por lo que se ha defendido para algunos de ellos una función alfarera y para otros un destino relacionado con la cocción de alimentos, aunque no hemos de olvidar que en las proximidades se halló un molde para fundir varillas de metal (Castiella, 1983, 1985 y 1986-87). Por todo lo dicho, es posible que esas estructuras de combustión de Las Camas más que con la producción de cerámica tuvieran que ver quizá con la preparación de alimentos o con la fabricación de pan, tal como parecen haber sido el horno zamorano de La Aldehuela (Santos Villaseñor, 1988: 102, lám. I; Id., 1989: 175, láms. I y II.1; Id., 2005: 1026), fechado a finales del siglo VII a. C. o inicios del VI; los dos documentados en el séptimo nivel de habitación del sondeo practicado en 1989-90 en el Soto de Medinilla, uno de los cuales aún conservaba la bóveda hasta el mismo óculo y, por tanto, se puede decir que estaba casi completo (Misiego et alii, 1993; Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 159-160, fig. 4, láms. II y III; Romero Carnicero y Sanz Mínguez, 2007: fot. de p. 24), ambos fechados, además, en torno al 700 a. C.; o el de La Mota de Medina del Campo (García Alonso y Urteaga, 1985: 129, figs. 41 y 42, lám. I; García Alonso, 1986-87: 108, fig. 2 y lám. I, 1). Estas estructuras de Las Camas son, por otra parte, muy similares 325 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO también a las documentadas en La Moleta del Remei (Alcanar), dentro de algunas viviendas del área suroeste del yacimiento (U.H. 7, 62 y 64), fechadas a finales del siglo VII a. C. o inicios del VI (Gracia Alonso et alii, 1999: 103-104). Quizá también debamos relacionarlas con el hogar de Aliseda II, pues los restos f ísicos son prácticamente idénticos aunque la cronología del extremeño es más moderna, ya que se fechan hacia esos mismos siglos VII-VI a. C. (Pavón Soldevilla, Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués, 1998: 139; Pavón Soldevilla y Rodríguez Díaz, 1999: 175; Rodríguez Díaz y Enríquez de Navascués, 2001: 148). Con los que nada tienen que ver, y hubiera sido de esperar por los muchos paralelismos urbanísticos y arquitectónicos que presenta con él Las Camas, es con los posibles hornos del yacimiento abulense de Guaya, puestos en relación con actividades metalúrgicas y alfareras realizadas dentro de las propias casas (Misiego et alii, 2005: 211-212, lám. I, 7), pues aquí se trata de “hoyos” con función de horno que tie- que podría haber servido como horno-vasija para cocer nen una larga tradición en la prehistoria reciente meseteña (Bellido Blanco, 1996: 60-64), y al que seguramente habría que adscribir el excavado en el yacimiento madrileño de Capanegra, posiblemente doméstico, si bien parece ser que tuvo bóveda de barro (Martín Bañón, 2007: 31). ducción cerámica de la Meseta en los siglos IX-VIII a. C., Un aspecto que parece estar bastante claro es que estas estructuras de combustión serían de cámara única, pues sabido es cómo las de doble cámara se tienen documentadas en la península Ibérica sólo a partir de finales del siglo VII e inicios del VI a. C. (Pinos Puente en Granada, Las Calañas de Marmolejo en Jaén, etc.), y las madrileñas son más antiguas. Aunque no necesariamente, como seguidamente veremos, puede que tuvieran un óculo más o menos amplio en la parte superior que se abriría o cerraría según las necesidades, si bien esto no es más que una suposición basada en paralelismos arqueológicos y etnográficos. Lo que también extraña es que teniendo en cuenta que una cúpula de barro de estas dimensiones debío de tener un peso considerable, para que no se desplomara tendría que haber contado con pilares adosados similares a los identificados en La Moleta del Remei, pero aquí no hay indicios de su existencia. Una explicación que podría darse ante esta carencia es que no hubiera existido tal cúpula y el murete de barro del que se identifica su arranque sólo se proyectara en la vertical unos decímetros, aunque incurvados hacia el interior a medida que se eleva para concentrar el calor pero no tanto como para que se produzca su hundimiento. que teóricamente entra dentro de lo posible en esta zona Otra evidencia que en este yacimiento madrileño sus excavadores también han puesto en relación con la producción de la cerámica es un recipiente de gran tamaño te asentados, nadie puede negar que tiene un gran interés 326 piezas cerámicas de pequeñas dimensiones (Urbina et alii, 2007b: 58), equiparando de este modo el dispositivo con el usado en el Calcolítico y la Edad del Bronce para fundir metales, lo que de confirmarse tendría un enorme interés para el conocimiento de la alfarería meseteña de los siglos a los que se remonta. Insólitos en esa cronología tan antigua, por otra parte, serían la existencia de marcas de alfarero, que es así como se interpreta un dibujo esquemático (una especie de escaleriforme), interpretado como graf ía fenicia, que aparece en un fragmento cerámico bastante burdo (Urbina et alii, 2007b: 76-77, fig. 24, arriba; Agustí et alii, 2007a: 237) así como el uso del torno lento (Agustí et alii, 2007a: 239). Sobre la posible marca, hemos de convenir que las marcas en vasos cerámicos históricamente se realizan bien para certificar la calidad de un producto por parte de su hacedor (como ocurre, por ejemplo, con la sigillata), lo cual es impensable en el contexto de promáxime si reparamos en la pésima calidad del fragmento en cuestión; bien para hacer referencia al contenido al que va destinada la vasija; bien para señalar la pertenencia del recipiente, y/o de su contenido, a un individuo o grupo, lo y cronología, máxime teniendo en cuenta las influencias meridionales que aquí se registran, pero de ser así ¿por qué no hay marcas parecidas en los conjuntos cerámicos recuperados en yacimientos meseteños de la submeseta sur coetáneos de Las Camas, teóricamente intermedios entre las áreas de influencia fenicia y la zona centro? En el sur fenicio las marcas más antiguas que se conocen se están fechando a finales del siglo VIII a. C. y, sobre todo, en el VII, en yacimientos como Huelva (Mederos y Ruiz, 2001: 103105), Morro de Mezquitilla (Röllig, 1983: fig. 1, k; MaaβLindemann, 1995 y 2008) o Peña Negra de Crevillente en su fase II (González Prats, 1990: 102-103, fig. 12, 11434), en este último caso sobre cerámica importada, lo que indica su rareza. Por otro lado, el documento de Las Camas, de ser una graf ía fenicia como se propone, más que una marca de alfarero sería, en todo caso, un grafito, pues ha sido realizado post-cocción, y los alfareros cuando marcan sus cerámicas lo hacen antes de cocerlas, no después. Pero por encima de dudas razonables y puntualizaciones que, si se nos permite, no tienen otra intención más que contribuir a la formación de unos conocimientos lo más firmemenpara la investigación de las relaciones centro-meridionales durante los primeros compases del Hierro Antiguo y ade- LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO más, de confirmarse, creemos que podría constituir un indicio añadido que reforzaría la idea de que el final del yacimiento de Las Camas habría que situarlo en los últimos compases del siglo VIII a. C., si no ya dentro del VII. Respecto al empleo del torno lento en estos territorios del centro peninsular, resulta dif ícil aceptar en un contexto tan antiguo como el propuesto para el citado yacimiento, incluso con la “modernización” que para él proponemos en este trabajo. Si consideramos que las primeras cerámicas fenicias a torno en el sur y sureste peninsular, procedentes de colonias mediterráneas, parecen ser de la primera mitad del siglo VIII a. C. (Fernández Jurado, 1987: 154; Maaβ-Lindemann: 2000: 1595; Molina Fajardo y Bannour, 2000: 1645 y 1649; González Prats, 1992: 148; Id., 2002: 376; Celestino, 2008: 275), aunque no hemos de ocultar que hay quienes están proponiendo el IX (Aubet, 1994: 323; Alvar, 2008: 27; Delgado, 2008: 350) e incluso finales del X (González, Serrano y Llompart, 2004: 199), lo cual es una propuesta bastante arriesgada; que las primeras producciones ya locales a torno en esos territorios meridionales se fechan a partir de mediados del siglo VIII a. C. y en algunos yacimientos iniciado ya el VII (Ruiz y Molinos, 1995: 73; Neville, 2007: 174; Lorrio Alvarado, 2008: 468); que los primeros recipientes a torno que conocen los grupos del centro de la meseta, y a los que más arriba nos hemos referido, son los de pastas blanquecinas y amarillentas decorados con pinturas rojas vinosas o negromarronáceas importados del sureste peninsular a partir de comienzos del VI a. C. o, como mucho, finales del VII; y que las primeras producciones torneadas de fabricación local en la zona de Madrid corresponden ya a entrado el siglo V a. C., dif ícilmente pudo existir torno lento en un yacimiento cuya época de plenitud sus excavadores sitúan en el siglo IX y su final, como muy tarde, en la primera mitad del siglo VIII a. C., si bien, insistimos, es posible que este final haya que llevarlo hasta aproximadamente el 700 a. C. o incluso iniciado el siglo VII a. C. Por todo esto, las únicas alternativas que quedan para explicar el posible fragmento o fragmentos en los que se ha identificado la utilización del torno lento, si es que la identificación de las huellas es correcta y no se trata más que de las marcas dejadas por un alisado horizontal realizado con fibra textil o cuero (Calvo, 1992: 42), son dos: que sea material importado pero de una cronología más avanzada de la que se le supone, o bien que sea material intrusito, de época bastante más moderna, pues yacimientos del Hierro II no faltan en las cercanías, aunque esto último parece poco probable porque debería ir acompañada de algunos materiales más también intrusivos. Lo único parecido a estas posibles evidencias de torneta en esta zona lo encontramos en el anteriormente citado yacimiento de la Albareja (Fuenlabrada), donde, como recordaremos, se recuperaron dos fragmentos de las mismas características f ísicas que las producciones a mano con las que compartían contexto si bien mostraban huellas de “…uso de algún tipo de elemento rotatorio durante su fabricación” (Consuegra y Díaz-del-Río, 2007: 142), pero entre estas evidencias, que seguramente serán de inicios del VI a. C. más que del VII, y las de Las Camas median bastantes décadas, a no ser que ambos yacimientos estén más cercanos en el tiempo de lo que ahora estamos suponiendo. Quizá las dudas que nos plantean estas evidencias que, por descartado, contribuyen a enriquecer el conocimiento de la Edad del Hierro madrileña, no sean más que el fruto de las someras referencias publicadas y lo que necesitamos es una información más amplia y detallada como la que sin duda tendremos en la prometida monograf ía sobre el yacimiento. En cualquier caso, lo que es indiscutible es que Las Camas, al igual que Dehesa de Ahín, viene a marcar un hito en el conocimiento del tránsito del Bronce al Hierro I madrileño y de la fase más antigua de este último. 327 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO 1000 900 800 700 600 Yacimiento Las Camas Ecce Homo II Cerro San Antonio Sector III B Getafe Pte. la Aldehuela I Cº de las Cárcavas Soto del Hinojar Dehesa de Ahín La Deseada Capanegra La Cantueña Cº de Pucheros 1 Dehesa de la Oliva La Albareja El Colegio Sta. María El Baldío Pte. L. del Jarama La Capellada Necr. Aº Butarque Necr. Aº Cuelbro El Caracol Los Llanos Los Pinos Tabla 1. Cronología estimada de los más destacados yacimientos de la transición del Bronce al Hierro y del Hierro Antiguo. 328 500 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO Cronología (a. C.) B.F. Cogotas I 1000 Cerámica transición B.F. /Hierro y Hierrro Antiguo Importación o Hzte. Las Camas/ San Antonio Influencia y Carpetano Antig. Tronco genérico 900 Carenados 800 Almagra Pints. Postcocción Infl. CC.UU. (Tipo Redal) Trad. Grafitada 700 600 500 & ! 3 % ) Infls. del suroeste Tipo Cogotas II A torno ibérica de importación & ! 3 % II 400 Carpetana a torno Tabla 2. Proyección temporal de las principales especialidades e influencias cerámicas (con independencia de que en cada momento la intensidad pueda ser elevada o baja). 329 LA CERÁMICA DE LA TRANSICIÓN DEL BRONCE AL HIERRO Y DEL HIERRO ANTIGUO EN EL ÁREA DE MADRID Y NORTE DE TOLEDO NOTAS AL PIE BIBLIOGRAFÍA 1 Este trabajo que ahora ve su final comenzó a fraguarse en el marco de dos proyectos de investigación. Por un lado, el que con referencia 06/HSE/0059/2004, dirigido por M. C. Blasco Bosqued, llevaba por título El tránsito del Bronce Final a la Edad del Hierro. El yacimiento de Cogotas I de la Fábrica de Ladrillos (Getafe Madrid). Por otro, el que con referencia HUM2006-06527/ HIST, dirigido por C. Sanz Mínguez, tiene el título Vacceos: identidad y arqueología de una etnia prerromana del valle del Duero. Esta es una buena ocasión para expresar mi agradecimiento a ambos directores. ABARQUERO, F. J., 1999: “Rasgos de identificación de la cerámica de tipo Cogotas I fuera de la meseta”, en R. de Balbín y P. Bueno (eds.) II Congreso de Arqueología Peninsular. T. III, Primer Milenio y Metodología, pp. 113-127. Madrid. 2 Seguramente se trataba de una urna bitroncocónica. 3 Desde el Neolítico más antiguo (recuérdese uno de los famosos fragmentos cardiales de Cova de L´Or) hasta el Bronce avanzado, pasando por el Campaniforme (Garrido Pena, 2000: 125-126; Garrido Pena y Muñoz López-Astilleros, 2000; Delibes y Guerra, 2004). 4 Salvando las distancias cronológicas, las posibles piernas son de similares características que las extremidades ramiformes que vemos en muchos antropomorfos como, por ejemplo, los que aparecen en el abrigo de Nuestra Señora del Castillo, de Ciudad Real (Sanchidrián, 2001: 470, fig. 195, 3), en la cueva malagueña de La Pileta (Id., 2001: 497, fig. 204, 1, 11 c y d), en un fragmento cerámico del yacimiento calcolítico abulense de Cantera de las Hálagas (Fabián, 2006: 108, fig. 32, 4) o en la Galería del Sílex de Atapuerca, lugar este último en el que, además, podrían pertenecer al final de la Edad del Bronce (Gómez Barrera, 1993: 114-119, fig. 58 y fig. 59, E), lo que, en caso de que se confirmara, nos lo situaría casi en tiempos del vaso arancetano. 5 Esto nada tiene de extraño, pues en muchas zonas del mundo ibérico los vasos a mano también se siguen fabricando hasta fechas muy avanzadas (Mayoral Herrera y Chapa Brunet, 2007: 84). 6 Aunque a veces resulta dif ícil deslindar algunos tipos de estampillas geométricas descendientes de las manuales de Cogotas II de aquellas otras que son de filiación ibérica y suelen ser habituales en yacimientos como Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), Alarcos o Calatrava la Vieja, entre otros, ciertos tipos de aspas y “sigmas”, los círculos cuatripartitos o los anillos simples, por ejemplo, son más propios de ambientes de la submeseta norte que de estos otros del sur, como puede comprobarse en Cerro Redondo (Blasco y Alonso 1985: 102-104, fig. 36, 4, 5, 15-26). Las estampaciones que no son de filiación meseteña y tampoco ibérica son las que aparecen en el hombro de un vaso procedente de Descanso de Perales que se conserva en el MAC de Barcelona (Blasco, Rubio y Carrión, 2002: 259, fig. 10.16, c 37601), pues corresponden a época tardoantigua, y han sido realizadas con un tipo de punzón en arco cuartelado muy característico de la segunda mitad del siglo V y siglo VI d. C. (Juan Tovar y Blanco García, 1997: 194, fig. 10, 1-29; Blanco García, 2003: 159, fig. 41, 1-29). ABARQUERO, F. J., 2005: Cogotas I. La difusión de un tipo cerámico durante la Edad del Bronce. (Arqueología en Castilla y León. Monograf ías, 4). Valladolid. AGUSTÍ, E., ESCOLÁ, M., FERNÁNDEZ, C., GONZÁLEZ, L., ILLÁN, J. M., LÓPEZ, F. J., LÓPEZ, G., LÓPEZ, M., MORÍN, J., SANABRIA, P., SÁNCHEZ, M., SÁNCHEZ, F., YRAVEDRA, J. y MONTERO, I., 2007a: “El yacimiento de Las Camas. 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CCHS, CSIC cehm123@ih.csic.es PALABRAS CLAVE: Arqueometalurgia, aleación, cobre, plata, hierro, isótopos de plomo KEYS WORDS: Archaeometallurgy, alloy, copper, silver, iron, lead isotopes RESUMEN: Se presenta una breve síntesis sobre el estado de conocimiento de la producción metalúrgica de hierro, plomo, cobre y plata en la Meseta Sur. Destaca la escasez de datos sobre actividades de taller y el estudio analítico de materiales. Solo disponemos de información suficiente sobre la composición de metales de base cobre en la II Edad del Hierro, en la que hay una presencia significativa (30 %) de aleaciones ternarias plomadas. Se presentan los primeros análisis de isótopos de plomo de materiales de la región. ABSTRACT: In this paper we present a short synthesis about iron, lead, copper and silver metallurgical activities in the Southern Meseta. At present, analytical researches in this area are quite scarce and there are little data from metallurgical workshops. More detailed information has been obtained about the pattern of alloys in copper-based metals since the 2nd Iron Age, standing out the relevant presence of leaded bronze objects (approximately 30%). The first lead isotopes analyses from this region have been already published. METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO AC.1 Ignacio Montero Ruiz Martina Renzi INTRODUCCIÓN Hace algunos años, en la síntesis sobre las investigaciones realizadas por el Proyecto de Arqueometalurgia en la provincia de Toledo (Montero Ruiz, 2001), se apreciaba el vacío informativo que existía sobre la metalurgia en el Bronce Final y la primera Edad del Hierro. Esta situación hoy día sigue siendo aún similar, haciéndose extensiva al resto de las provincias que se encuadran en la Mese- • Introducción del hierro • Introducción de la técnica de copelación para obtención de plata • Explotación y aprovechamiento del plomo como metal independiente • Aleaciones ternarias Cu+Sn+Pb • Cambio en la tecnología pirometalúrgica • Técnicas orfebres (refinado del oro, soldaduras, granulado y filigrana) ta Sur (Castilla-La Mancha y Madrid). Solo algunos des- A la hora de realizar una valoración crítica de nuestros cubrimientos e intervenciones arqueológicas puntuales conocimientos conviene tener en cuenta que el panorama han proporcionado datos de interés y de ellos muy pocos informativo disponible esta condicionado por la ausencia han podido ser estudiados desde una perspectiva arqueo- de una planificación de la investigación, y obedece a im- metalúrgica con la aplicación de técnicas de análisis. En pulsos y estrategias particulares o aleatorias. Queda pen- este sentido, la metalurgia de base cobre de la II Edad del diente una investigación sistemática en cada uno de los Hierro, que en la provincia de Toledo en aquel momento aspectos mencionados, pero para ello es también necesa- contaba con datos suficientes para abordar una visión de rio contar con contextos de excavación que proporcionen conjunto, cuenta con información suficiente para toda el material adecuado para realizar el estudio. área bajo estudio. Curiosamente es en este momento, sobre todo en la primera mitad del I milenio a.C., cuando se producen una INTRODUCCIÓN DEL HIERRO serie de avances tecnológicos que cambian de manera radical la práctica metalúrgica en la Península Ibérica. Pode- La aparición de objetos de hierro en cronologías antiguas mos enumerar algunos de estos elementos, y a lo largo del parece ser cada vez más frecuente como atestiguan los traba- presente trabajo sintetizaremos el estado de conocimiento jos de síntesis como el realizado por Vilaça (2006) en los que disponible en la Meseta Sur: se recopilan hallazgos en contextos fiables y con apoyo de da- METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. taciones radiocarbónicas. Entre estos materiales antiguos se En el caso del Cerro de las Nieves se estudiaron e iden- encuentra el cuchillo de hierro de la tumba 76 de Palomar de tificaron 7 escorias procedentes de tres recintos diferen- Pintado (Villafranca de los Caballeros, Toledo) con fecha de tes, aunque predominan en la capa 8 del recinto 20. Los 2820 +/- 40 (Beta-178469) (Pereira et alii, 2003: 162). datos publicados por Gómez Ramos (1999: 174) apuntan Sin embargo, poco más sabemos sobre la introducción a una tecnología con estructuras de combustión poco de la tecnología metalúrgica vinculada al hierro y carece- evolucionadas, con formación heterogénea de escorias de mos de argumentos para justificar si la presencia de obje- reducción, sin que contemos con información sobre las tos es debida a la importación de los mismos, la comercialización de materia prima en bruto (lingotes) o la adopción de los conocimientos para obtener y trabajar el hierro que difieren sustancialmente de los empleados en la metalurgia de base cobre. Aunque el proceso de introducción del hierro se produce a lo largo de este primer milenio a.C., es realmente sorprendente la falta de datos sobre sus primeros testimonios, incluso en periodos como la segunda Edad del Hierro en la que la siderurgia ya esta consolidada. Apenas disponemos de referencias a la presencia de escorias (Gómez Ramos, 1999: 142-143), y menos aún de estudios que proporcionen elementos diagnósticos para distinguir las escorias de forja de las escorias de reducción de hierro. Solo contamos con dos excepciones, El Cerro de las Nieves (Ciudad Real) y El Ceremeño (Guadalajara). características de las propias estructuras empleadas en tales tareas, ya que las descripciones del recinto 31 parecen corresponder a actividad vinculada a la metalurgia de base cobre (Fernández Martínez et alii, 1994: 117). En El Ceremeño, aunque se han estudiado una escoria y un lingote de hierro (Rovira et alii, 2002), tampoco tenemos datos sobre la estructura y disposición del taller o forja ya que ambos aparecieron formando parte de muros de construcción de casas. Su presencia nos señala el conocimiento de esta actividad pero probablemente el trabajo se realizaba fuera de las áreas domesticas. No obstante, el lingote (Fig. 1) ha suministrado datos de interés sobre el tipo de hierro acerado que se pudo fabricar. En cuanto a las técnicas de manufactura de los objetos de hierro tampoco contamos con materiales de la Meseta Sur analizados. En muchos casos el propio estado de con- Figura 1.- Sección del lingote de hierro de El Ceremeño, imagen SEM (según Rovira et alii,, 2002: fig. 7). 342 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. servación de los objetos, completamente mineralizados o corroídos, impide un posible estudio. COPELACIÓN: PLATA Y PLOMO Uno de los elementos clave en la metalurgia de este periodo es la aparición y aplicación generalizada de la técnica de copelación, proceso metalúrgico que emplea el plomo como colector para extraer plata, tanto de galenas argentíferas como de otros minerales argentíferos, como jarositas o cobres. La copelación de plata, bien documentada en bastantes yacimientos del periodo orientalizante (Hunt, 2003), genera varias consecuencias sobre el modo de aprovechamiento de plomo. La extracción de plata por copelación genera un stock de plomo en distintas modalidades que pone a disposición una materia prima que puede ser reutilizada en diversas funciones. Se necesita o utiliza el plomo: B.- Para manufacturar objetos metálicos en plomo. El exceso de plomo generado en la copelación empieza a ser usado en diversos tipos de objetos, especialmente en el primer momento como pesos de red. De momento no conocemos ningún objeto de plomo fechado en el II milenio a.C. en la Península Ibérica, solamente las cuentas bicónicas de algunos ajuares de enterramiento en la isla de Menorca podrían situarse en los momento de transito entre el II/I milenio a.C. (Lull et alii, 1999: 234). En la Meseta Sur tampoco abundan las referencias a objetos de plomo. Destacan por su singularidad una pieza definida como pasador, procedente de El Ceremeño, aunque su posición superficial no permite asignarlo con fiabilidad a alguna de las fases del yacimiento, y un pequeño simpulum en la necrópolis de Palomar de Pintado (Toledo) (Carrobles y Ruiz Zapatero, 1990: 242). C.- Para alearlo en la metalurgia de base cobre formando aleaciones plomadas. A.- Para copelar compuestos argentíferos deficitarios en plomo. Es decir, se necesita añadir plomo a esos minerales para conseguir extraer plata. El plomo puede comercializarse tanto como litargirio (óxido de plomo, subproducto obtenido en el propio proceso de copelación), como mineral en bruto o como lingote metálico. El comercio y almacenamiento de litargirio esta atestiguado en los casos del pecio de Mazarrón “Barco fenicio II” (Negueruela et alii, 2004) y en el depósito encontrado en Torre de Doña Blanca (Hunt, 2003: 369). La presencia de galenas con escaso contenido argentífero y en consecuencia no aprovechables para extracción de plata con la tecnología de la época, se han documentado en yacimientos alejados de los recursos minerales como Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (Renzi et alii, 2007) o Ampurias (Girona) (Montero et alii, 2008). El plomo metálico en lingote solamente está atestiguado a partir de época romana republicana. En las excavaciones recientes del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo) se ha recuperado un fragmento de galena, del que luego hablaremos sobre su posible procedencia. Este fragmento es el único elemento concreto que contamos sobre el aprovechamiento de este tipo de mineral metálico. El contenido en plata en esta muestra es prácticamente nulo (análisis PA12731), ya que apenas se detectan trazas, es decir, que la cantidad estaría entorno a 10 ppm. En consecuencia no puede relacionarse con un aprovechamiento directo de plata, sino para producción de plomo u otros usos no metalúrgicos, como pigmento o cosmético. La presencia intencional del plomo en las aleaciones de base cobre se empieza a detectar de manera esporádica en la metalurgia de los momentos finales del Bronce Final, haciéndose habitual a partir de la Edad del Hierro. Como señalaba Rovira (1993), el fenómeno se produce con diferente intensidad según las regiones peninsulares, detectándose variaciones también en los valores medios de estaño aleado. La Meseta Sur quedaba englobada en las zonas con tasas más bajas de estaño, junto al Levante y Andalucía. Los datos actuales matizan las proporciones medias calculadas hace 15 años. Así frente a un 16,6 % de bronces plomados en etapas del Bronce Final y transición a la Edad del Hierro, tenemos que el 30,9 % de los objetos de la I y II Edad del Hierro se manufacturan con plomo en cantidades superiores al 2%. Esta proporción aumentaría si incluyésemos los exvotos ibéricos analizados de Alarcos, la mayoría de ellos con contenidos en plomo muy elevados. Hemos preferido dejar al margen estos análisis de exvotos ya que en la manufactura de figurillas y estatuaria es habitual el empleo de aleaciones plomadas que mejoran la calidad de la manufactura. Por tanto hay un factor tecnológico establecido que en otro tipo de manufacturas no esta tan claramente definido, como en el caso de f íbulas o adornos (Montero, 2001), quedando el porcentaje supeditado al número mayor o menor de exvotos o estatuaria analizados. La cantidad media de plomo añadida, considerando todos los metales de la Edad del Hierro, es del 4,1 % mientras que en los objetos de Bronce Final apenas alcanza el 1,5 % Pb. Sin 343 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. Contenido medio de estaño (%) 16 14 12 10 % 8 6 4 2 0 Total Binarios BF Plomados H 12 10 8 % 6 4 2 0 Total Binarios BF Plomados H Figura 2.- Composiciones medias de las aleaciones empleadas en el Bronce Final y Edad del Hierro en la Meseta Sur, diferenciando los bronces binarios de los bronces plomados. 344 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. embargo, estos porcentajes varían si diferenciamos los contenidos en función del tipo de aleación: en los bronces plomados de la Edad del Hierro la media es de 11,4 % Pb y 11, 6 % Sn, frente al 7,2 % Pb y 13,2 % Sn en el Bronce Final (Fig. 2) el anillo del Cerro de las Nieves, el arete de Ecce Homo (Madrid) o la cinta de Plaza de Moros (Toledo) señalan que el metal esta en circulación, pero llama la atención su Se detecta en general que el contenido medio de estaño en los bronces de la Edad del Hierro es menor que en el Bronce Final, ya que el valor medio desciende del 14,1 % al 10,6 % Sn, mientras que, además de haber más materiales plomados en la Edad del Hierro, se emplea mayor cantidad de plomo en la aleación. Este descenso en los valores medios de estaño se detecta también en otras áreas peninsulares (Rovira, 1993; Montero Ruiz, 2008). En cuanto a la utilización de plata, salvo en la etapa celtibérica e ibérica final con la presencia de los depósitos y tesorillos -como el de Driebes en Guadalajara, Salvacañete en Cuenca o de Torre de Juan Abad en Ciudad Real- son pocos los objetos que han aparecido en poblados y necrópolis. Por su antigüedad destacan el brazalete y el vaso de la Tumba de El del Proyecto de Arqueometalurgia de la Península Ibérica, Carpio (Toledo) (Pereira, 1990) y en la etapa final, el anillo con decoración de caballo del Cerro de la Mesa (Toledo) (Almagro et alii, 1999). Hallazgos individuales como escasez en los ajuares de las necrópolis analizadas dentro de las que solo hemos analizado un anillo procedente de Palomar de Pintado. TECNOLOGÍA DE REDUCCIÓN Y FUNDICIÓN EN LA METALURGIA DE BASE COBRE Una de las características de la metalurgia en la Península Ibérica desde sus inicios es el empleo de vasijas para la reducción del mineral de cobre, que en algunas zonas se siguen utilizando hasta casi época romana (Gómez Ramos, 1996: 138-140). De nuevo la escasez de información en la Meseta Sur es la tónica habitual, ya que salvo en la Comunidad de Madrid durante el Calcolítico y Edad del Bronce (Rovira y Ambert, 2002), no tenemos identificadas vasijas Figura 3. Cerro de las Nieves. Escoria de baja calidad mostrando un sistema en no equilibrio. En realidad hay pocas zonas de verdadero fundido del material, representadas en la imagen por pequeñas áreas de color gris claro, que corresponden a un vidrio silicatado. Algunas de estas áreas están surcadas por bastones blancos de fayalita. Aunque por los análisis es una escoria bastante rica en hierro (por comparación con el cobre), no se ha formado más fayalita porque no se alcanzaron temperaturas suficientemente elevadas para lograr un buen fundido. La imagen muestra sulfuros de cobre cristalizados (cristales azules), sin duda relictos del mineral original de cobre que probablemente era una mezcla natural de menas oxídicas y sulfuradas. Las masas redondeadas blancas son óxidos de cobre. Imagen a 200x 345 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. de reducción en ningún periodo. Ni en el Ceremeño ni en este caso como se ve en el estudio metalográfico (Fig. 3) el Cerro de las Nieves, en los que se han registrado restos con presencia de minerales sulfurados junto a los oxídicos. de fundición hay constancia de su utilización. Tampoco Entre el material recogido figuran también fragmentos de aparecen en uno de los yacimientos que ha proporcionado mineral, que una vez más demuestran el transporte de la los hallazgos más significativos de los últimos años como es materia prima desde las minas. Las características de estos el de Las Camas (Madrid), en el que, sin embargo, además minerales sin arsénico y con impurezas bajas de antimonio de fragmentos de toberas, hay un fragmento de crisol con y plomo, coinciden con los restos de fundición y con los mango en el que se realizó una co-reducción conjunta de mi- datos de las escorias analizadas. nerales de cobre y estaño (Urbina et alii, 2007: 71-75; Rovira, Por su parte en el Ceremeño solo podemos confirmar 2007). La documentación de la co-reducción de minerales una fundición de metal, pero no una reducción de minera- en un yacimiento como Las Camas, ubicado en una zona ale- les (Rovira et alii, 2002: 171). Además, las características de jada de los recursos minerales de ambos metales (cobre y es- las impurezas de los objetos y restos de fundición analizados taño), incide en la importancia que el transporte de materia permiten suponer que se realizaron prácticas de reciclado de prima tuvo en estas etapas y acota el volumen de producción metal (Lorrio et alii, 1991: 176-177). Fragmentos de mineral metalúrgica, aún desvinculado del comercio de lingotes. han aparecido únicamente en el cercano yacimiento de Los En el caso del Cerro de las Nieves, las escorias estudiadas apuntan hacia la reducción de mineral de cobre, en Villares (Tartanedo, Guadalajara) (Lorrio et alii, 1999: 174), sin que tengamos otros datos de actividad metalúrgica. Figura 4.- Localización de recursos minerales de plomo en el entorno del Cerro de la Mesa a partir del mapa previsor de mineralizaciones de Pb-Zn (E. 1:1.500.000), IGME 1972. 346 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. Figura 5.- Ratios de isótopos del fragmento de galena del Cerro de la Mesa en relación a los minerales del Valle de la Alcudia y de la mina La Económica de Mazarambroz. 347 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. Figura 6.- Ratios de isótopos del plomo de relleno del Cerro de la Mesa en relación a los minerales del Sureste Peninsular y de Sierra Almagrera en particular. 348 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. PRIMERAS APLICACIONES DE ANÁLISIS DE ISÓTOPOS DE PLOMO En las últimas dos décadas se ha generalizado la realización de análisis de isótopos de plomo para determinar la procedencia de metales y elementos vinculados a la producción metalúrgica, aunque en España su utilización es todavía escasa (Montero y Hunt 2006). Los principios en los que se basa el análisis y las limitaciones interpretativas están bien determinados, siendo básico el conocimiento de las ratios isotópicas de los recursos geológicos de un área geográfica para dotar de sentido a los resultados. En el caso de la Meseta Sur empiezan a estar disponibles algunos datos geológicos como los procedentes del Valle de la Alcudia en Ciudad Real (Santos Zalduegui et alii, 2004) o los publicados de la mina La Económica en Mazarambroz (Toledo) (Villaseca et alii, 2005). Evidentemente, aún faltan por caracterizar isotópicamente diversos recursos en los montes de Toledo o en los Sistemas Central e Ibérico. Los primeros análisis sobre material arqueológico se han realizado en dos muestras del Cerro de la Mesa. Se trata de un fragmento de galena y de plomo que rellena un disco de bronce. Aún con las limitaciones de la información geológica de referencia -puesto que desconocemos las características de las mineralizaciones más próximas al yacimiento que nos ocupa y que se localizan en la comar- ca de la Jara, especialmente las minas de Sevilleja de la Jara (Montero et alii, 1990) (Fig. 4)- estos resultados nos ofrecen una perspectiva interesante. Por un lado, el fragmento de galena se diferencia claramente de la mina de Mazarambroz y encaja con bastante probabilidad con las minas del sector más occidental del Valle de la Alcudia (Fig. 5), aunque no hay una coincidencia completa con ninguna de las mineralizaciones estudiadas. Cualquier otra procedencia más lejana (Los Pedroches, regiones del SE, Ossa Morena, Faja Pirítica o Linares-La Carolina) puede descartarse con certeza. Sin embargo el plomo de relleno presenta unas ratios isotópicas completamente distintas a la galena y su probable lugar de procedencia se relaciona con las minas del Sureste de la Península Ibérica, y más en concreto, con los datos disponibles, con las minas de Sierra Almagrera, en Almería (Fig. 6). Al margen de la asignación concreta que pueda realizarse en estos momentos, los datos más interesantes que pueden extraerse son la posible procedencia de la galena de recursos localizados al sur del yacimiento, en distancias no superiores a los 100 km, y la importación de plomo del área mediterránea. En este último caso con una cronología tardía, ya en el siglo II a.C., que es la asignada al contexto donde apareció el disco relleno de plomo. Tabla 1. Análisis de isótopos de plomo realizados en el Departamento de Geocronología de la Universidad del País Vasco. Yacimiento Provincia Objeto Cronología Inventario 208Pb/ 206Pb 207Pb/ 206Pb 206Pb/ 204Pb Cerro de la Mesa (Toledo) TO Galena H PA 12731 2,1036 0,8564 18,235 Cerro de la Mesa (Toledo) TO Plomo relleno base H PA 12819 2,0779 0,8362 18,735 349 METALURGIA EN LA MESETA SUR: SÍNTESIS SOBRE EL PRIMER MILENIO A.C. NOTAS AL PIE MONTERO RUIZ, I. y HUNT ORTIZ, M. (2006): “Aplicació d´anàlisis d´isotops en la investigació arqueometal.lúrgica”. Cota Zero, 21: 87-95. 1 AGRADECIMIENTOS Este trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigación del Plan Nacional de I+D+I “Tecnología y procedencia: plomo y plata en el I milenio AC” (Ref: HUM2007-65725-C0302) y del Programa Consolider de “Investigación en Tecnologías para la valoración y conservación del Patrimonio Cultural – TCP” (ref: CSD2007-00058), dentro del Programa Ingenio 2010. Agradecemos a Teresa Chapa y Juan Pereira las facilidades dadas para el estudio de los materiales del Cerro de la Mesa.” BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO GORBEA, M., CANO, J .J. y ORTEGA, J. (1999): “El anillo argénteo del Cerro de la Mesa (Toledo) y los anillos con caballito de la Hispania Prerromana”. Complutum, 10 157-165. CARROBLES, J. y RUIZ ZAPATERO, G. (1990): “La necrópolis de la Edad del Hierro de Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballeros, Toledo). En Actas del Primer Congreso de Arqueología de la Provincia de Toledo. Diputación provincial de Toledo: 235-258. FERNÁNDEZ MARTÍNEZ, V., HORNERO, E. y PÉREZ MUGA, J.A. (1994): “El poblado ibérico del Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz). Excavaciones 1984-1991”. En Jornadas de Arqueología de Ciudad Real en la Universidad Autónoma de Madrid. Junta de Comunidades de Castilla La Mancha. Patrimonio Histórico- Arqueología Castilla-La Mancha, 8: 111-129. GÓMEZ RAMOS, P. 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EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 01-12-2009 Aceptado: 20-12-2009 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL LYTIC COMPLEXES IN THE IRON AGE AT THE INNER PLATEAU Germán López López gloplop@et.mde.es PALABRAS CLAVE: producción lítica, estudio diacrónico, Edad del Hierro. KEYS WORDS: lytic production, diachronic study, Iron Age. RESUMEN: Pese a que la producción lítica, aunque en menor medida, continúa siendo un elemento material relativamente frecuente en la ocupaciones de la Edad del Hierro, ha sido tradicionalmente relegada en el mejor de los casos a un segundo plano en las referencias bibliográficas, desechando así un elemento más a la hora de valorar las pautas económicas o productivas de dichas comunidades. En estas páginas abordaremos un análisis diacrónico de las producciones líticas de la Edad del Hierro a través de tres yacimientos que han aportado un volumen de restos lo suficientemente significativo como para poder establecer unas pautas generales para este tipo de manufacturas y su evolución durante ese periodo, así como su contextualización en su entorno regional. ABSTRACT: Although lytic production continued to some extent throughout the Iron Age occupation, usually it has been relegated in a secondary role in the bibliographic references, ignoring a significant element of these communities’ economic and productive patterns. In this work we will address a diachronic analysis of the lytic production in the Iron Age through three archaeological digs that have contributed with a number of remains which have provided information significant enough to establish some general patterns for these types of manufacturing and its evolution during that period as well as its local environment context. CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL Germán López López ESTADO DE LA CUESTIÓN Pese a que la manufactura de elementos líticos experimenta un descenso generalizado a partir de momentos finales de la Edad del Bronce, resulta cada vez más evidente que este tipo de producciones perduran en mayor o menor medida en la cultura material de las poblaciones no solo protohistóricas, sino también en fases de ocupación romana o altomedievales (Baena, J.; Carrión, E. 2000), teniendo constancia de su pervivencia incluso en el mundo rural del siglo XX, como lo atestiguan diversos trabajos etnográficos (Benito del Rey; Benito Álvarez, 1994), como sería el caso de las manufacturas de elementos de trillo, desempeñando funciones específicas en los modos de producción de dichas comunidades. Tradicionalmente, el conocimiento de este tipo de producciones se ha visto relegado a un segundo plano, centrándose la atención en aspectos más vistosos como pueden ser las cerámicas o los elementos metálicos, haciendo igualmente más hincapié en aspectos relativos al poblamiento, las técnicas constructivas, así como en aspectos sociales o económicos, unido esto a los problemas generales de indefinición del tránsito Bronce Final-Hierro I (Blasco, C.; Sáchez Capilla, Mª. L. y Calle, J. 1988), concernientes tanto a sus límites cronológicos o a determinados aspectos de la cultura material. Por otro lado, la escasez de datos para este tipo de manufacturas en los primeros compases de la Edad del Hierro hace que frecuentemente tengamos que rastrear los modos operativos desde momentos plenos de la Edad del Bronce, apreciándose en términos generales una evolución coherente con las pautas observadas ya desde momentos finales de las Prehistoria Reciente (Carrión, E. et alii, 2004 ). En este contexto, profundizar en el conocimiento de los repertorios líticos no resulta sencillo dada la falta de tradición investigadora para esta parte de la cultura material en el periodo que nos ocupa, lo que se traduce en una ausencia casi total de referencias bibliográficas que hace sumamente dif ícil que podamos establecer un marco comparativo mínimamente fiable o poder establecer pautas o afirmaciones de carácter general, dado lo disperso y minoritario de los conjuntos de referencia con que contamos, como podrían ser los 181 restos del Cerro san Antonio (Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, A. 1991) o los 25 procedentes del Arroyo Culebro (Blasco, C.; Carrión, E.; Planas, M. 1998), unido esto a la variabilidad metodológica y la lógica falta de homogeneidad que en ocasiones podemos apreciar en las publicaciones. Junto a esto, la mera descripción tipológica no es método válido por sí mismo dado que, por un lado, no refleja los procesos económicos o productivos que concurren en la CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL manufactura y uso de estos productos, empleándose además por regla general listados tipológicos de repertorios paleolíticos tanto para conjuntos de la Prehistoria Reciente como Protohistóricos, haciendo referencias demasiado vagas como “productos de morfología atípica”, “útiles de tradición arcaizante” etc. Sin embargo, el aumento exponencial de las intervenciones experimentado en los últimos años ha contribuido a completar la visión tradicional que para el origen y desarrollo de la Edad del Hierro se tenía en el área central de la meseta, lo que ha redundado en un mejor conocimiento de estas producciones, como demuestran las cada vez mas frecuentes referencias en la bibliograf ía (Ortiz, J. R. et alii. 2007; Sanguino, J. et alii 2007, Montero, I. et alii. 2007, Consuegra, S. y Díaz del Río, P 2007). Partiendo de estas premisas, trataremos de sintetizar a lo largo de las siguientes páginas un análisis diacrónico de las producciones líticas durante la Edad del Hierro en el interior peninsular a través de los conjuntos materiales obtenidos en las intervenciones de algunos de los yacimientos que han aportado un repertorio más significativo, como son el yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid), La Guirnalda (Quer, Guadalajara) y el Cerro de la Gavia (Vallecas, Madrid) poniendo en relación los datos obtenidos con los conocidos hasta el momento en el entorno más inmediato. EL MARCO GEOGRÁFICO El yacimiento de La Guirnala se localiza en el término municipal de Quer, situado en el límite oeste de la provincia de Guadalajara, en la campiña baja, frente al borde noroeste de la Alcarria que se une con la Vega del Henares, enclavada en terrenos sedimentarios detríticos (de edades Cuaternaria y Miocena) próximos al borde Norte de la extensa cuenca terciaria del Tajo. Los materiales detríticos existentes en la zona proceden de la erosión de las rocas del extremo oriental del Sistema Central, estando constituidos por cantos de granito, gneis, pizarra, cuarcitas, etc., y siendo predominante la fracción arcillosa sobre las arenas y cantos. Por debajo de estos depósitos cuaternarios se localizan los sedimentos arcilloso-arenosos de edad terciaria, en los cuales predomina ampliamente la fracción arcillosa sobre la fracción arenosa. La topograf ía de la zona está caracterizada por las altiplanicies que proporcionan los materiales terciarios, y por la incisión de la red fluvial cuaternaria sobre estos materia- 356 les del río Henares y sus afluentes. Los materiales terciarios se pueden dividir en dos altiplanicies; el Páramo calizo de La Alcarria y la Raña, mientras que los depósitos cuaternarios, emplazados sobre los anteriormente descritos, se caracterizan por dos aspectos fundamentales: la disimetría de sus vertientes y un elevado número de terrazas fluviales. Los yacimientos de Las Camas y La Gavia se encuentran próximos entre sí, en la Cuenca Terciaria de Madrid, extensa unidad geológica cuyos sedimentos se depositaron en condiciones subdesérticas durante el Mioceno. Se sitúa en la margen derecha del Manzanares el primero, donde se observa una alternancia de limos, arcillas, arenas, margas y dolomías con sílex de espesores variables, y en la margen derecha, sobre una zona de escarpes yesíferos, el segundo. El valle del río Manzanares se caracteriza por ser una superficie plana y escalonada, en donde se desarrollan hasta 12 terrazas en un continuo proceso de erosión y relleno. La erosión fluvial en las litologías de yesos masivos y tableados ha esculpido los característicos farallones que pueden observarse en la margen izquierda del Manzanares. En las zonas ocupadas por los yesos terciarios, la morfología es algo más abrupta; en cambio, la erosión de las litologías arcillosas ha dado como resultado suaves laderas y depresiones muy abiertas. La zona de estudio se sitúa en las facies central e intermedia de la cuenca y sus materiales pertenecen a las unidades inferior y media, de edad miocena. Las litologías del Terciario varían entre arcillas, arcillas margosas, margas yesíferas y yesos tableados y masivos. Sobre los terrenos miocenos, existen gran variedad de depósitos superficiales, Plio-Cuaternarios y Cuaternarios, formando los depósitos aluviales y terrazas de este río. En el resto de la zona, los materiales de esta edad se limitan a pequeños espesores de suelos de naturaleza mixta aluvialcoluvial desarrollados en laderas y vaguadas, y depósitos de tipo glacis. LOS YACIMIENTOS La intervención arqueológica del yacimiento de Las Camas estuvo motivada por el proyecto de urbanización del UZP 1.05 Villaverde-Butarque, en donde, tras las fases iniciales de prospección y realización de sondeos mecánicos, se procedió a la excavación en área, delimitándose 3 sectores (sector A de 23.084 m2, sector B de 3.363 m2 y sector C de 352 m2). En ellos se pudo documentar la existencia de diversas estructuras negativas de distinta morfo- CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL logía y funcionalidad, destinadas tanto al almacenamiento de productos agrícolas como a la obtención de materias primas para la elaboración de cerámicas o adobes, y amortizadas posteriormente como basureros. Sin embrago, los hallazgos más significativos provienen del sector A, en donde se documentó un área de producción compuesta por 6 hornos de planta circular con soleras de cantos de cuarcita, fragmentos cerámicos y arcilla y una cúpula de adobe y arcilla. En las inmediaciones de los hornos se localizó una estructura constructiva compuesta por 46 hoyos de poste y restos de un derrumbe de adobes de parte de una de las paredes de la misma. Presenta una planta alargada de 26,73 x 8,17 m., que define un área aproximada de 200 m2, con hoyos de poste perimetrales dispuestos de forma regular, formando una cabecera absidada de orientación noroeste sureste, así como una línea de postes centrales, más anchos que los perimetrales, que servirían para sujetar la techumbre, documentándose en la parte sureste de la estructura lo que probablemente fuese el acceso a la misma, y que tendría forma porticada. (Fig. 1) Algo más alejada de ésta se documenta una segunda cabaña de similar morfología, compuesta por 18 hoyos de poste perimetrales dispuestos de forma regular, formando una cabecera absidada de orientación este oeste y una línea de 5 postes centrales, más anchos que los perimetrales, con unas dimensiones de 18,75 x 7,65 m. que generarían un espacio útil de aproximadamente 144 m2. A partir de los restos cerámicos, metálicos o epigráficos documentados podemos establecer una fase de ocupación en los últimos compases del Bronce Final y durante la Primera Edad del Hierro, remitiéndonos las analíticas de C14 al siglo IX a. C. La excavación del yacimiento de La Guirnalda estuvo vinculada al programa de actuación urbanizadora de los sectores IV y V del P.O.M. del término municipal de Quer (Guadalajara), procediéndose a la excavación sistemática del yacimiento en un área de 8.500 m2 tras una primera fase de prospección y la realización de sondeos mecánicos y manuales. De este modo se pudieron identificar una serie de estructuras negativas de distinta funcionalidad, un Figura 1.- Las Camas: vista aérea del yacimiento, restos y reconstrucción de las estructuras de habitación y hornos. 357 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL primer tipo correspondiente a fosas de mayores dimensiones con bastante profundidad, con formas muy irregulares en planta y siluetas de perfiles curvos o polilobulados relacionadas posiblemente con labores extractivas para la fabricación de cerámicas, o el acopio de tierra para la fabricación de manteados, tapiales y adobes. que se iniciaría con una fase residual del Bronce Final, un momento de transición Bronce Final-Hierro I, otra fase correspondiente a la Primera Edad del Hiero, un momento de transición Hierro I-Hierro II y una última fase correspondiente a la Segunda Edad del Hierro. El segundo grupo, representado por un conjunto menos numeroso de cubetas simples de planta circular, de tamaño variado, con paredes rectas o con una ligera apertura hacia el exterior. Estas estructuras pueden estar vinculadas con silos destinados al almacenaje, habiéndose recuperado grano en uno de ellos. Un tercer grupo, también reducido, sería el de estructuras de planta circular de escasa profun- en el Cerro de La Gavia tiene su origen en los trabajos de impacto ambiental desarrollados con motivo de la ejecución del tramo Madrid-Zaragoza, salida de Madrid-Subtramo 0 del trazado de la Línea de Alta Velocidad MadridBarcelona-Frontera Francesa. didad y paredes perpendiculares a la base y con un alto contenido en componentes de origen orgánico. Por último, encontramos un tipo de estructuras con tendencia rectangular, excavadas sobre las fosas más antiguas. Presentan restos de zócalos realizados en cantos de cuarcita, y restos de derrumbe de las paredes, compuestas por adobes y tapial, con abundante material arqueológico fracturado in situ. Pueden interpretarse como cabañas o casas de una sola estancia, o retazos de cabañas mayores de las que no se han conservados otras habitaciones. (Fig. 2) Se trata por tanto de un hábitat disperso, compuesto por varias cabañas y fosas de distinta morfología en el que se han podido distinguir a partir principalmente del material cerámico, 5 horizontes o momentos en la ocupación, Para finalizar este punto, la intervención arqueológica Tras una primera fase de prospección sistemática y otra de realización de sondeos, se procedió a la excavación arqueológica sobre una superficie de unos 4000 m2, excavándose el núcleo central del poblado ubicado en un cerro algo destacado (Sector A), y sus zonas de expansión, en la segunda línea del reborde del páramo (Sectores B y C). Se han podido distinguir tres fases correspondientes a la Edad del Hierro, sin que del primer momento se conserven apenas restos de sus estructuras. La segunda fase se levanta sobre las estructuras de la anterior ocupación, correspondiendo a un poblado articulado a partir de dos calles, cuya entrada se ubicaría en la zona Norte del cerro. Probablemente esta entrada iría amurallada y protegida por dos bastiones. Las excavaciones han puesto al descubierto la calle Este, compuesta por una hilera de casas que cerraba el poblado por su parte oriental, y la manzana Figura 2.- La Guirnalda: vista aérea del yacimiento y distintos tipos de estructuras negativas. 358 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL central del caserío. Las viviendas que dan a la parte septentrional del yacimiento se levantaban sobre una terraza artificial y sus traseras servirían a modo de muro de fortificación. La manzana central, por su parte, cuenta con dos filas de casas en su parte media que debían tener acceso por las dos calles que la delimitaban. Provisionalmente esta fase debería fecharse entre finales del siglo III y comienzos del siglo II a.C. La tercera fase se levanta prácticamente sobre la planta de la fase anterior, estando el poblado habitado hasta finales del siglo I d.C., como atestigua la presencia de Terra sigillata hispánica, Terra sigillata hispánica brillante, cerámica pintada tipo Meseta Sur, etc., producciones cerámicas que se fechan en ese momento final de la Edad del Hierro y comienzos de la ocupación romana. (Fig. 3) LA PRODUCCIÓN LÍTICA: EL SUMINISTRO DE MATERIAS PRIMAS En el registro arqueológico se han identificado rocas tanto de carácter local como de origen alóctono, ejemplarizados en granitos y esquistos. Aunque en términos generales predominan las primeras, la importancia de las segundas en aspectos económicos o subsistenciales es innegable. En términos generales el registro pétreo explotado es relativamente similar en las tres ocupaciones, con la salvedad de algunos tipos minoritarios que pueden registrarse de forma exclusiva en una u otra ocupación, de manera que la cuarcita y el sílex aparecen como los recursos más frecuentemente empleados por delante del granito, ópalo, cuarzo, calizas, pizarra o silimanita. Esta amplia representatividad de materias primas se ve drásticamente disminuida si tenemos en cuenta únicamente la producción lítica tallada, de modo que pese a documentarse lascas manufacturadas en ópalo, cuarcita o caliza, aparecen en unos porcentajes mínimos, empleándose de forma casi exclusiva el sílex para el utillaje lascado en las ocupaciones de La Gavia y Las Camas, mientras que en el La adquisición de los recursos pétreos representa el primer paso dentro de las cadenas operativas líticas. En el caso de los yacimientos aquí presentados, el repertorio es relativamente abundante, dando la sensación, en el caso concreto del conjunto pulimentado, de multiplicarse los recursos explotados en función de la actividad a realizar. caso de La Guirnalda, el peso de la cuarcita respecto al resto de materias primas es abrumador, de manera que en las tres cuartas partes de la producción se emplea esta roca, siendo en este caso el sílex la segunda roca más empleada con algo más del 23.5% del total de los productos, mientras que el cuarzo aparece de forma testimonial (0.63% del total). Figura 3.- La Gavia: planimetría, vista aérea y estructuras del yacimiento. 359 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL No debemos entender estas diferencias en las litologías explotadas como un reflejo de la existencia de distintas estrategias de captación o gestión de los recursos líticos, sino como una explotación intensa del recurso más inmediato, de manera que en La Guirnalda predominan los soportes manufacturados en cantos de cuarcita que se localizan en el sustrato geológico en el que se encuentra el yacimiento, mientras que el sílex, pese a no provenir de fuentes muy lejanas, puesto que se localizan afloramientos de carácter secundario en las terrazas del Henares, requiere desplazamientos más largos y una más alta inversión en tiempo y esfuerzo en su adquisición, mientras que en Las Camas, los nódulos de sílex son relativamente frecuentes en los niveles de terraza próximos, y en La Gavia, situado en una zona de escarpes yesíferos, el sílex procedente de las terrazas del Manzanares o de cursos secundarios como el arroyo de La Gavia, representaría el recurso lítico más inmediato. Se trata por lo tanto de una adquisición poco selectiva en la que prima la inmediatez antes que la calidad de la roca explotada, circunscrita al entorno más próximo del yacimiento, con una escasa planificación y un alto grado de oportunismo y que implicaría desplazamientos cortos, con una inversión energética y en tiempo relativamente baja, captando los recursos más cercanos, pudiéndose observar en algunos casos un alto componente de reciclaje de piezas de origen paleolítico procedentes de niveles de terrazas próximas que en ocasiones son retalladas o reavivadas documentándose casos frecuentes de piezas que muestran rotura de pátina tras una larga exposición a la intemperie y a intensos rodamientos siendo posteriormente reaprovechadas. Únicamente las rocas metamórficas destinadas a labores principalmente de molienda indicarían una adquisición de materias primas a larga distancia, probablemente en el entrono de la sierra, aunque actualmente no es posible determinar si se trata de una captación directa o indirecta, dado que el peso económico de estos elementos no parece que justifique por sí solos la existencia de circuitos comerciales a larga distancia que unan los ambientes serranos con las cuencas medias/bajas del Manzanares o el Jarama, máxime si como en el caso de los molinos, se documentan otros realizados en areniscas o rocas calizas de más fácil adquisición. Podría tratarse por lo tanto de materias primas que circularían asociadas a otros elementos económicos de primer orden y se beneficiarían de la existencia de vías de comunicación y comercio previamente establecidas como parece ocurrir en contextos del Ibérico Pleno en la Alta Andalucía (Ceprián, B.; Beatriz, M. 2004), o bien se explote en los desplazamientos estacionales vinculados a la actividad ganadera. 360 LA MANUFACTURA DE SOPORTES El primer aspecto que tendremos en cuenta dentro de los modos de producción será el grado de corticalidad de los anversos de los productos de lascado. Se trata de un índice con carácter general bastante elevado aunque se puedan establecer diferencias por fases, que tienen más que ver con los modos de adquisición que con criterios cronológicos, pudiéndose establecer también diferencias en función de la roca lascada, con grados de corticalidad mucho más elevados en el caso de las lascas de cuarcita. En el caso de La Guirnalda son precisamente las lascas de cuarcita las más comunes, resultando minoritarios los soportes de tercer orden o totalmente internos, con valores que apenas alcanzan el 25% del total de los productos de lascado, mientras que las lascas de semidescortezado son claramente las más comunes alcanzando el 70.63% del total de los soportes obtenidos, mientras que las lascas enteramente corticales aparecen con valores del 4.59%. En el caso de las lascas de sílex este aspecto cambia radicalmente, mostrando un índice de corticalidad mucho más reducido, que podría ser similar al documentado en determinadas fases de la Edad del Bronce. En este caso las lascas de tercer orden son las más comunes con el 57.69% de los productos lascados, mientras que las lascas de semidescortezado aparecen en el 38.46 % de los casos, quedando el 3.85% restante para las lascas corticales. Estos valores podrían ser reflejo de un inicio de la secuencia de reducción en los lugares de aprovisionamiento de materia prima, en donde se procedería a un primer “pelado” de los núcleos, terminando la secuencia de talla en el entorno doméstico. (Fig. 4) En el yacimiento de Las Camas podemos documentar un patrón de explotación similar, en donde en el caso de la cuarcita las lascas semicorticales y corticales son las más comunes, mientras que los soportes de sílex muestran valores algo más equilibrados pese a ser las semicorticales las más frecuentes (en torno al 50% del total) por delante de las de tercer orden (en torno al 40% de los productos de lascado) o las totalmente corticales, que representan cerca del 10% de las lascas (López, G. 2004). Para finalizar, en el caso de La Gavia, donde la cuarcita apenas tiene representación en la industria tallada, encontramos un índice cortical elevado pero no tan acusado como en los casos anteriores, con algo más del 50% de los productos correspondientes a lascas de tercer orden, mientras que las enteramente corticales muestran valores en torno al 3% del conjunto tallado. CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL En cuánto a la situación del córtex, podemos observar rasgos similares en términos generales en las tres ocupaciones, sin que puedan asimilarse con claridad a fases más o menos recientes de la Edad del Hierro, de forma que se localiza preferentemente en extremos distales o laterodistales. Estas localizaciones estarían originadas por direcciones de trabajo preferentemente paralelas al eje de lascado, de manera que las lascas en las que predominan direcciones transversales son más escasas mientras que las direcciones perpendiculares resultan prácticamente ausentes. Se trata por lo general de soportes unidireccionales o bidireccionales, mientras que los productos unidireccionales o bidireccionales bipolares son minoritarios al igual que los multidireccionales, si bien tanto la multidireccionalidad como el trabajo bipolar es algo más acusado en las fases más antiguas. Continuando con la secuencia de reducción, analizaremos las relaciones existentes entre los grados de talón1 y de anverso, o el número de extracciones que éste presenta. En el caso de las lascas de sílex de Las Camas predominan las relaciones de grados medios de talón con grados medios/ bajos de anverso, de manera que las más frecuentes son las relaciones 1-1, 1-2 y 1-3, si bien pueden observarse secuencias de lascado algo más largas aunque sin mostrar valores porcentuales muy elevados, de manera que podemos encontrar soportes que presentan 5, 6 y hasta 7 extrac- ciones en su anverso. Los grados bajos de talón son más frecuentes que los grados altos y se relacionan con grados medios o medios/bajos de anverso. Los grados altos de talón, si bien son muy escasos se asocian mayoritariamente a grados de anverso medios (grados 2 y 3) siendo escasas las asociaciones a grados 0 y 1 e inexistentes las asociaciones a grados altos, de 4 extracciones en adelante. (Fig. 5) En lo referente a las lascas de cuarcita, si bien también son frecuentes las relaciones entre grados medios de talón y de anverso, son casi igual de frecuentes las asociaciones entre grados bajos de talón y anverso y grados bajos de talón con grados bajos de anverso, permaneciendo ausentes los grados altos de anverso siendo igualmente inexistentes los talones de grado alto. Respecto al yacimiento de La Guirnalda, los grados de anverso son por regla general bajos, independientemente de la fase de ocupación en que nos encontremos, sin que se documenten lascas con más de 3 negativos. En el caso los niveles del Hierro I así como los de transición Hierro I/ Hierro II, las lascas de grado 1 son las más comunes, con valores en torno al 45% de los casos, mientras que las de grado 2 son más comunes durante el Bronce Final, la fase de transición Bronce Final/Hierro I y el Hierro II, con valores que oscilan desde el 41.67% al 61.90%. Finalmente, la mayor presencia de lascas de grado 3 y por lo tanto de secuencias de reducción más intensas, se corresponden con Grado de corticalidad 80 70 60 50 Cortical 40 Semicortical Interna 30 20 10 0 Sílex Cuarcita Las Camas Sílex Cuarcita La Guirnalda Sílex La Gavia Figura 4.- Análisis comparativo del grado de corticalidad de las lascas en los yacimientos considerados, discriminando la materia prima explotada 361 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL los niveles del Bronce Final, la transición Hierro I/Hierro II y la Segunda Edad del Hierro, mostrando valores entre el 25% y el 33.33% del total. de talón y bajos de anverso (0-0, 0-1) también están ausen- En el caso de la cuarcita, auque predominan los soportes con grados medios de anverso (2 ó 3 extracciones), los grados bajos aparecen bien representados, de modo que las lascas con una única extracción representan algo más de un tercio de los casos, siendo las de grado 2 las más comunes (44.04% del total) para caer drásticamente en el caso de las lascas con tres negativos (14.68%) llegando ser prácticamente testimoniales los casos de lascas de grado alto (4 ó 5 extracciones). bajos de anverso (2-1, 2-2 y 2-3) siendo aún más extraños En los soportes de sílex, las secuencias de lascado parecen ser algo más intensas, con valores reducidos en las lascas de grado bajo (0 y 1) que presentan valores del 3.85% y del 11.54% respectivamente, resultando más comunes los soportes de grado medio, siendo en este caso las lascas con tres negativos las mejor representadas (38.46%) frente presencia de grados bajos tanto de talón como de anverso, a las de grado 2 (30.77%) los soportes de grado alto resultan minoritarios, con valores que oscilan entre el 3.85% y el 11.54% del total. el caso de la cuarcita si discriminamos la materia prima de En el caso de La Gavia, predominan las relaciones de talones no transformados con grados medios de anverso, estando los grados altos totalmente ausentes, apareciendo únicamente una lasca que muestra hasta cuatro negativos de extracciones anteriores. Las relaciones de grados bajos las diferencias no son significativas en cuanto a su repre- tes, resultando también muy escasos los soportes con grados medios de talón, asociados siempre a grados medios o los grados altos de talón, dándose un único caso relacionado con grados medios de anverso (3-2). De este modo, el grueso de la producción vendría definida por las relaciones de grados bajos de talón (no transformados) con grados medios o medios bajos de anverso (1-1, 1-2, ó 1-3). Como podemos deducir a partir de estos dos parámetros (grado de corticalidad y grado de anverso), dada la escasez de lascas con grados altos de anversos y la buena así como la buena presencia general de anversos corticales, podemos afirmar que nos encontramos ante secuencias de reducción generalmente cortas y poco intensas, especialmente en las fases más recientes, que tienen su origen en el propio yacimiento, aspecto que se agudiza aún más en los soportes. En lo tocante a los extremos proximales, en general sentatividad entre las distintas ocupaciones consideradas, de manera que predominan de forma clara los talones no transformados, siendo los lisos los más numerosos independientemente de la materia prima empleada en el so- Grados de anverso 60 50 40 Las Camas 30 La Guirnalda La Gavia 20 10 0 0 1 2 3 4 5 6 Figura 5.- Análisis comparativo de los grados de anverso de las lascas en los yacimientos considerados. 362 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL porte, alcanzando valores en torno al 43% de los casos en el yacimiento de La Guirnalda o ligeramente superiores (cerca del 45 %) en el conjunto tallado de Las Camas, mientras que en La Gavia, los talones lisos aparecen en valores cercanos al 38% de los casos. Dentro de los reconocibles, los corticales serían los más comunes tras los lisos, si bien los valores que muestran son en ocasiones bastante reducidos, como podría ser el caso de La Gavia, en donde representan algo menos del 7% del total, o en el caso de La Guirnalda, donde este tipo de talones en las lascas de sílex descienden drásticamente hasta el 7.69%, mostrando valores similares o incluso inferiores a determinados talones elaborados o suprimidos por retoque, mientras que los talones corticales en lascas de cuarcita continúan mostrando valores considerablemente elevados (36.9%). En el caso de Las Camas, los corticales también son el segundo tipo más común, de forma más clara en el caso de la explotación del sílex, con algo mas de 22% del total. Del resto de los talones no transformados, ya sean filiformes o puntiformes, su presencia es meramente testimonial, de lo que puede deducirse un escaso empleo de técnicas de lascado por percusión indirecta o mediante percutores de alta elasticidad, algo que podría estar relacionado con la buena presencia en todas las ocupaciones de talones rotos o las lascas sin talón. Este alto grado de fracturas en el extremo proximal podría estar relacionado con el empleo masivo de percutores duros, como demuestra el alto número de lascas que presentan bulbos claramente destacados. Para finalizar con los productos de lascado, hablaremos brevemente de la manufactura de los soportes laminares. Como hemos señalado, en las últimas fases de la Prehistoria Reciente y los comienzos de la Protohistoria asistimos a un descenso de estas producciones tanto a nivel cuantitativo como, especialmente, cualitativo, aportando entre el 1.5% en el caso de La Guirnalda o el 1.8% de La Gavia al cómputo total de la producción tallada. Desde un punto de vista morfológico, señalar que se trata de soportes sumamente irregulares, correspondientes a fases iniciales de laminación, con filos y aristas de tendencia divergente y que en ocasiones presentan restos corticales, variando desde el 10% de Las Camas hasta el 33% que se documenta en La Gavia. Estas morfologías denotan un escaso o nulo trabajo de conformación de los núcleos de los que proceden, aprovechando de forma oportunista aristas generadas de forma fortuita o procediendo en el mejor de los casos al acondicionamiento de los extremos distales para regularizar la curvatura de los soportes resultantes. Esos aspectos se ven refrendados por la práctica ausencia de subproductos o desechos de talla vinculados a secuencias de explotación intensivas en la producción laminar, como serían los flancos de núcleo o las tabletas de reavivado. (Fig. 6) Estos soportes presentan en general secciones prismáticas o trapezoidales, pero no obstante las secciones triangulares también aparecen muy bien representadas, secciones que suelen estar vinculadas a fases iniciales de explotación ya que no requieren una regularización o conformación del núcleo tan elaborada Los talones transformados resultan también minoritarios, especialmente en las lascas de cuarcita. Tanto en Son pocas las apreciaciones que podemos hacer respecto a los talones, debido por un lado al alto grado de el caso de Las Camas como en cualquiera de las fases de fracturación y a lo reducido de la muestra en el caso de La La Guirnalda aparecen únicamente talones diedros, algo Gavia y La Guirnalda. En general y al igual que sucede con las lascas, son los no elaborados los más frecuentes, seguido de las hojas sin talón, que en algunos casos son tan frecuentes como los talones lisos. Los talones corticales son los terceros mejor documentados, con valores similares a los que aparecen los talones rotos o puntiformes, mientras más frecuentes en los soportes de sílex de modo que en La Guirnalda representan el 0.92% de las lascas de cuarcita mientras que en el caso del sílex suponen el 11.54 %, valores superiores a los de Las Camas, en donde los talones diedros de las lascas de sílex no superan el 5% del total, sin que aparezcan en las lascas de cuarcita talones elaborados. En el caso de La Gavia son también los diedros los más comunes, en torno al 3.5 % del total, mientras que los facetados apenas alcanzan el 1% de los talones reconocibles, porcentaje que resulta lógico si consideramos su práctica desaparición de los repertorios líticos a partir del Bronce Final, aunque continúan documentándose de forma minoritaria durante los primeros compases de la Edad del Hierro (Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, Mª A. 1991). que los filiformes aparecen únicamente en Las Camas y de forma marginal. Los únicos talones transformados, al igual que sucedía en el caso de las lascas, son los diedros, sin que en ningún momento se documenten talones facetados coincidiendo con la tónica general de las distintas ocupaciones de momentos finales de la Prehistoria Reciente. En el caso de Las Camas aparece un significativo número de fragmentos proximales, que en algunos casos parecen fracturados intencionalmente, sin que se documente 363 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL un número significativo de fragmentos mesiales resultantes de dicha fracturación, por lo que podría darse el caso de que se esté produciendo la exportación de dichos productos a otros ámbitos de utilización y consumo, como ya parece intuirse en ciertas ocupaciones del Bronce Final (Carrión E. et alii 2004) Para finalizar con este punto, señalar que tampoco parece que en su manufactura se cuide de manera especial las materias primas empleadas, no parece que exista ninguna correlación entre ciertos tipos de sílex y el proceso de laminación de manera que los tipos de sílex que se emplean son los que también aparecen de manera más común en el des o poliédricos, salvo en el caso de La Guirnalda, en que los dos primeros aparecen en proporciones similares. Por regla general muestran un reducido número de superficies de golpeo, preferentemente 2, aunque en La Guirnalda son más comunes los que cuentan con una única superficie, siendo en todos los casos de origen cortical o plana tras un reavivado previo. En cuanto a los núcleos, el volumen de restos recuperados no desentona con el conjunto tallado, habiéndose Dentro del grupo de los prismáticos podríamos establecer una serie de subdivisiones en función de la organización de los negativos respecto a las plataformas de golpeo, la relación entre las distintas extracciones y el número de éstas (Santonja, M. 1984), pudiendo distinguir una serie de soportes con un reducido número de extracciones no adyacentes, independientemente de que se trate de negativos de extracciones o planos de percusión, y que producen preferentemente lascas total o parcialmente corticales en talones y anversos. Se trata del grupo más reducido docu- recuperado 5 ejemplares en el yacimiento de La Gavia, 10 mentado preferentemente en Las Camas y en menor me- en el de La Guirnalda y 290 en la ocupación de Las Camas. Desde un punto de vista morfológico, predominan en todos los casos los núcleos prismáticos por delante de discoi- dida en La Guirnalda, generalmente en bases de cuarcita. cómputo global de la industria tanto en Las Camas como en La Gavia, mientras que de los 3 soportes recuperados en La Guirnalda, 2 están elaborados en cuarcita. Figura 6.- Soportes laminares correspondientes a diversas fases de explotación. 364 Algo más frecuentes resultan los núcleos que muestran extracciones sucesivas y adyacentes, partiendo siempre de CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL un mismo plano de percusión no preparado previamente y que genera superficies de trabajo con direcciones subparalelas y de escasa longitud. Un grupo similar al anterior lo formarían los núcleos que muestran también extracciones paralelas unidireccionales, pero en este caso la superficie de golpeo está conformada por un plano de reavivado previo, por lo que los productos obtenidos presentan talones lisos tanto corticales como no corticales dependiendo de la intensidad de la secuencia de reducción. Se trata junto al anterior del tipo más común en todas las fases de las ocupaciones consideradas. (Fig. 7) Una evolución lógica de los tipos anteriores generaría núcleos poliédricos, con una reducción progresiva de masa, de menor tamaño y con varias superficies de percusión, fruto de constantes giros perpendiculares al eje del núcleo, articulándose dichas superficies sin un orden claro y entrecortándose entre sí, produciendo lascas de morfología variable, escasa presencia cortical y talones lisos y diedros. Son los más escasos en Las Camas y La Guirnalda y no se documenta su presencia en La Gavia. Finalmente contaríamos con los núcleos que presentan extracciones alternas de carácter bifacial que se articulan en torno a una o varias aristas, con negativos que cubren parcialmente las caras dorsales. Estos núcleos aparecen preferentemente en el caso de La Guirnalda, en menor medida en Las Camas y permanecen ausentes en La Gavia. En el caso de la reducción discoide, las primeras fases presentarían una explotación volumétrica sumamente expeditiva que consistiría en el aprovechamiento de facetas naturales del nódulo, produciendo un alto número de lascas corticales y lascas de dorso natural o pequeñas lascas laminares. Todos los núcleos muestran en general un reducido número de superficies de trabajo y un grado de agotamiento bastante bajo, produciéndose su abandono tras pocas extracciones, sobre todo en el caso de la explotación de la cuarcita. De este modo, las superficies de trabajo con una sola extracción son las más frecuentes en todas las ocupaciones y fases consideradas, seguidas por las de grado 2 y las que muestran 3 negativos, mientras que las superficies de trabajo que muestran más de 4 extracciones aparecen en muy escasa medida. De este modo, el número total de extracciones es igualmente reducido, predominando los núcleos que presentan entre 3 y 5 extracciones siendo escasos los que muestran un número mayor de negativos, salvo en el caso de Las Camas en donde puede entreverse una intensidad ligeramente mayor en los procesos de lascado. Este grado bajo en las superficies de trabajo está directamente relacionado con la escasa presencia de giros paralelos al eje de más de 90 grados, y que implicarían grados altos de trabajo. Los más comunes son por tanto los giros perpendiculares al eje, cortos preferentemente, siendo los giros perpendiculares de 90 grados los más comunes, lo que nos estaría indicando cambios relativamente frecuentes en las superficies de golpeo. De este modo, los núcleos con tres giros son claramente los más comunes, nuevamente con la excepción de los núcleos de sílex de Las Camas, con secuencias de reducción algo más largas. Respecto a los productos obtenidos, en su inmensa mayoría han sido lascas, aunque resulta llamativo, en el caso de La Gavia, que de los cinco núcleos que se documentan, tres hayan producido en algún momento soportes laminares, si bien no de forma exclusiva, lo que choca con el escaso número de ejemplares procedentes de contextos habitacionales, por lo que es posible que la manufactura se realice en el propio poblado exportándose los productos a otros ámbitos de consumo distintos. Se trata de núcleos con un nulo trabajo de configuración o regularización para una explotación laminar mínimamente planificada y normalizada, sino que por el contrario aprovecha de forma oportunista aristas más o menos casuales sobre las que golpear, cambiando de plano de trabajo cada pocas extracciones y sin acondicionar flancos o cornisas para optimizar la producción, obteniendo productos tremendamente irregulares en la mayoría de los casos. En el caso de Las Camas tampoco resulta coherente el número de estos núcleos recuperados con el exiguo registro laminar, pudiéndose tratar en muchos casos de núcleos reciclados y que presentan fuertes pátinas que son posteriormente rotas por extracciones frescas destinadas a la obtención de lascas. Se trata además en muchos casos de núcleos que apuntan a la obtención de soportes bastante estandarizados, muy homogéneos en cuanto a la rectitud de sus filos, con grosores muy regulares y de buen tamaño, dando la apariencia en muchos de los casos de haber sido obtenidos mediante presión, rasgos morfotécnicos que no casan con los observados en el grueso de la producción laminar de Las Camas. EL REPERTORIO TIPOLÓGICO Los tipos mejor representados resultan comunes en general en las tres ocupaciones consideradas así como en sus distintas fases, de manera que son las lascas retocadas el tipo más habitual, apareciendo también con valores muy significativos las piezas tradicionalmente consideradas 365 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL Figura 7.- Elementos de hoz procedentes de Las Camas y La Guirnalda. 366 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL como “arcaizantes” o útiles de sustrato y que nunca faltan en las ocupaciones postpaleolíticas, dado que continúan siendo efectivos para dar soluciones a determinadas actividades artesanales o subsistenciales. Este repertorio tipológico estaría compuesto en su inmensa mayoría por muescas, denticulados y raspadores, apareciendo también de forma minoritaria, con valores entre el 1 y el 4 %, perforadores, piezas astilladas, lascas de dorso abatido y hojas retocadas. Junto a estas piezas aparece un porcentaje bastante significativo de dientes de hoz de distintas morfologías, que perviven de forma clara durante el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro, y que únicamente se registran en Las Camas y en La Guirnalda, desapareciendo del repertorio tipológico de La Gavia, tal vez ya sustituidos por elementos metálicos más abundantes y totalmente funcionales. (Fig. 8) En el caso de los yacimientos que cuentan con una industria tallada en la que predomina el uso del sílex como son Las Camas y La Gavia, parece darse una escasa se- En general son pocas las apreciaciones de carácter cronológico que podemos hacer al respecto. Por un lado, se trata de elementos en unos casos con una dispersión cronológica muy dilatada que los anula como elementos definidores de una determinada fase, salvo el caso de los elementos de hoz, por lo que tan solo los modos en la manufactura de algunos soportes pueden remitirnos a fases muy evolucionadas de la Edad del Bronce o a los comienzos de la Protohistoria. Podemos decir que se trata de un momento de cierta “regresión” tipológica, con predominio de un utillaje poco específico, de manufactura, uso y abandono inmediato. EL CONJUNTO PULIMENTADO El conjunto pulimentado resulta también relativamente diversificado, mostrando además una mayor variabilidad y una mayor presencia de rocas de origen foráneo, dando lección de la materia prima como demuestra el elevado número de tipos distintos de sílex o de cuarcita empleados, siendo además los tipos explotados para el conjunto retocado los mismos que se emplean para el resto de los la sensación de que en esta producción se tiene más en productos de lascado. Por el contrario, en el caso de la industria de La Guirnalda sí parece existir cierta correlación entre material retocado y materias primas de mejor calidad, empleándose para su manufactura preferentemente el sílex, con más del 66 % de los productos elaborados en esta roca, frente a la cuarcita, por lo que da la sensación de que se seleccionan mejores materias primas para piezas de mayor especificidad. acaparado la escasa atención que se ha venido dedicando a cuenta la relación existente entre la materia prima, el elemento a manufacturar y la función que debe desempeñar o realizar. Este grupo es además, el que tradicionalmente ha las producciones líticas de estos momentos, llegando a ser en muchas ocasiones las únicas referencias que aparecen en las monograf ías. El grupo más numeroso en todas las fases consideradas sería el de los cantos2, estando en la mayoría de los casos sin transformar mínimamente, empleándose por regla general como calentadores o en alguna actividad de La incidencia más común del retoque tanto en La Gavia como en La Guirnalda es la simple, entre el 40 y el 50 % de las ocasiones, siendo el retoque oblicuo el segundo más común por delante del retoque abrupto, que sin embargo en el caso de La Gavia es el más frecuente junto al sobreelevado, quedando la incidencia plana prácticamente desaparecida, sobre todo en las fases más recientes. transformación en la que interviene la acción del fuego, La dirección es fundamentalmente directa, muy por delante del retoque inverso que se mantiene entre el 23 y el 27 % de los casos dependiendo del yacimiento de que se trate. El resto de las direcciones, tanto alterno como mixto de posteriores acciones de destrucción de las estructuras y en menor medida bifacial, se documentan en muy escasa materiales similares tanto en ocupaciones del norte penin- medida, entre el 4 y el 10 % del total. Pese a la buena pre- sular (Peñalver, X.; Uribarri, E. 2002) como en el mundo sencia de piezas denticuladas, la dirección predominante ibérico levantino (Bonet, H.; Mata, C. 2002), donde, junto del retoque es la continua con casi el 70 % del total tanto a cantos, afiladores y molederas aparece también un con- en Las Camas como en La Guirnalda, mientras que en La junto relativamente amplio de tapaderas talladas en piedra Gavia las delineaciones continuas y denticuladas parecen o cantos empleados como percutores, mostrando huellas más equilibradas aunque a favor de las primeras. de machacamientos y repiqueteados en sus extremos. dado que en su práctica totalidad presentan alteraciones o fracturas térmicas, sin que esto responda a un hecho fortuito, dado que dichas piezas aparecen amortizadas junto a otros materiales que no presentan estas alteraciones, por lo que su contacto con el fuego debe ser necesariamente anterior a su momento de abandono y no como fruto donde se amortizan. Esta industria sobre cantos con transformaciones muy someras parece ser una práctica común durante toda la Edad del Hierro, apareciendo conjuntos 367 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL lares en el Vilot Montagut, en una de las cabañas de Los Pinos o en yacimientos como La Capellana o Venta de La Victoria, aunque no siempre existe un criterio unívoco en torno a una funcionalidad efectiva o respondan más bien a un carácter simbólico. Otro conjunto controvertido y que se documenta en las tres ocupaciones lo constituyen una serie de cantos sin apenas transformación o mínimamente pulimentados a modo de “preformas” en fibrolita, sin que sea posible atribuirles una funcionalidad clara, pudiendo corresponder a fases iniciales de configuración de azuelas. Figura 8.- Distintos esquemas de explotación observados en los núcleos de los yacimientos considerados. El segundo grupo en importancia numérica sería el de los molinos, aunque se trata de uno de los grupos más determinantes tanto por las implicaciones económicas en los modos de producción domésticos como por los modos de adquisición que implica (Risch, R, 1998, Alonso, I. y Martínez, N. 1999). Realizados preferentemente en rocas graníticas, el alto grado de fragmentación de estas piezas hace imposible asegurar a ciencia cierta su tipología. En el caso de Las Camas, los escasos ejemplares completos o fragmentos de mayores dimensiones apunta a que se trate mayoritariamente de molinos barquiformes, mientras que en La Guirnalda esos tipos serían exclusivos de las fases más antiguas para posteriormente convivir con molinos de morfología circular, con una parte inferior fija o “meta” y una parte superior o “catilus” que giraría sobre la primera. En el caso de La Gavia conviven ambas morfologías en todas sus fases. Estas tipologías barquiformes, pese a corresponder a fases más antiguas, perduran en reutilizaciones posteriores como queda de manifiesto en los yacimientos de Venta de la Victoria, en las cabañas del yacimiento de Los Pinos o en las de Los Llanos II (Sánchez-Capilla, Mª L. Calle, J. 1996), donde representan prácticamente la única evidencia de material lítico. (Fig. 9) En las tres ocupaciones se han recuperado, aunque en menor medida, hachas y azuelas pulimentadas elaboradas tanto en basalto como en fibrolita y con diferentes calidades en los acabados, documentándose desde piezas con toda la superficie abrasionada o pulimentada hasta piezas con repiqueteados muy someros presentando únicamente pulimentada la zona activa del útil. Esta perduración de hachas de piedra en momentos plenamente metalúrgicos no resulta un hecho aislado, recuperándose piezas simi- 368 Para finalizar con este apartado, señalar la existencia, en el caso exclusivamente de La Gavia, de una serie de bolas o cantos de forma esférica, elaborados en cuarcita o en granito, sin apenas transformación en el caso de los primeros, y con un trabajo más intenso de conformación mediante el repiqueteado y abrasionado de las caras en el caso de las esferas de granito. Su peso y tamaño resultan bastante homogéneos, pudiendo establecer tres módulos tipométricos. Esta estandarización en cuanto a dimensiones y pesos podría indicar que estamos, más que ante elementos de carácter lúdico, ante determinados elementos contables o ponderales, tratándose por otro lado de elementos que se documentan prácticamente en todo el territorio peninsular en este momento cronológico, junto a tipos similares realizados en barro que presentarían decoración generalmente puntillada y que también se documentan en el caso de La Gavia. EL CONTEXTO DE LA PRODUCCIÓN LÍTICA EN EL INTERIOR DE LA MESETA Pese a que pueden señalarse determinadas diferencias en los conjuntos líticos correspondientes a las distintas fases documentadas durante la ocupación de La Guirnalda, Las Camas o La Gavia, los escasos datos con que contamos resultan coherentes con los obtenidos en otras ocupaciones, tanto en lo relativo a los distintos modos operativos en los procesos de lascado (González, J. 2001), como a la coincidencia en los repertorios materiales y los tipos más significativos (Blasco, C. Carrión, E. y Planas, M. 1998), constatándose un utillaje similar formal y porcentualmente ya desde los inicios de la Edad del Hierro (Blasco, C. et alii. 1991) con independencia de la entidad y el tipo de asentamiento (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996). Se trata por regla general de cadenas operativas cortas y expeditivas, aunque las secuencias de lascado parecen resultar más intensas en los primeros compases de la Edad CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL del Hierro, y que parecen realizarse en su totalidad en el Finalmente, los útiles más comúnmente documenta- ámbito del poblado dada la buena presencia de elementos dos también son coincidentes en las distintas ocupaciones, corticales y el escaso grado de agotamiento de los núcleos, compuestos básicamente por lascas simples, denticulados obteniendo productos de mayor formato y trabajo prefe- y raspadores, con la paulatina desaparición de los elemen- rentemente unidireccional (González, J. 2001) que pre- tos de hoz a partir del Bronce Final, perdurando de manera sentan de forma casi exclusiva talones no elaborados, así relativamente frecuente en las ocupaciones de la Primera como un aumento generalizado en el tamaño de las piezas Edad del Hierro (Blasco, C.; Carrión, E.; Planas, M.: 1998, respecto a etapas anteriores, como también se constata en Olaetxea, C.: 1997), documentándose su presencia en ocu- el yacimiento de Las Camas o en el yacimiento getafense paciones como la de Arroyo Culebro, el Camino de las Cár- de Venta de la Victoria. cavas (López, L. et alii 1999), el Vilot Montagut (Alonso, N. Los repertorios materiales conocidos suelen ser bas- et alii, 2002), la Venta de la Victoria (Blasco, C.; Sánchez tante similares en cuanto a su representatividad porcen- Capilla, Mª L.; Calle, J. 1988) o en una de las cabañas de Los tual, resultando una tónica común el descenso en la pro- Pinos (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996). Sin embargo, siendo ducción leptolítica (Blasco, C.; Lucas, R. 2001), de manera este el útil más característico de este periodo son las lascas que el índice laminar no llega a superar el 2% del total en la retocadas las que cuentan con mayor representación por- mayoría de los casos, unido a su escasa planificación, con centual, como sucede en la Capellana (Blasco, C.; Baena, productos de morfologías poco estandarizadas, resultando J.: 1989), apareciendo también entre los más frecuentes las un caso extraño y significativo la relativa buena presencia muescas y denticulados y en menor medida raspadores, en determinadas ocupaciones de la II Edad del Hierro, perforadores y elementos de dorso. como el caso de La Gavia (Morín, J. et alii 2003), donde se Esta similitud en cuanto a los repertorios se constata documenta una significativa presencia de soportes lami- también en los útiles pulimentados, documentándose uti- nares correspondientes a fases de explotación plenamente llaje formal y funcionalmente similar en contextos alejados estandarizadas. de la geograf ía peninsular, predominando de forma clara Figura 9.- Material pulimentado: molinos, azuelas y utillaje sobre canto. 369 CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL los cantos sin apenas transformación y los molinos de morfologías variadas, junto a piezas de menor representatividad porcentual pero que son comunes a buen número de ocupaciones de este periodo como serían los pulidores o afiladores, molederas o hachas pulimentadas. La actividad de talla podría responder a acciones individualizadas y circunscritas al entorno doméstico, resultando algo común a la mayoría de los espacios habitacionales, aunque tampoco puede desecharse la posibilidad de que, pese a documentarse una significativa presencia de soportes corticales en las estructuras domésticas, el proceso de talla se realice en otros ámbitos dado el reducido número de restos así como la casi total ausencia de desechos de talla o fragmentos informes o percutores en algunos de estos contextos, aprovechando los soportes resultantes de las primeras extracciones, como útiles de menor especificidad. Por su parte los elementos relacionados con actividades de molienda se localizan tanto en las distintas unidades habitacionales como formado parte de los desechos que se acumulan en los distintos basureros, de manera que no podemos hablar de espacios comunales destinados a la elaboración o transformación de alimentos, sino que parece estar ligado a modos de producción vinculados al marco de la economía doméstica o familiar. Podríamos concluir en definitiva que, pese a su carácter minoritario, la industria lítica continuaría desempeñando determinadas funciones en los modos de producción de las comunidades de la Edad del Hierro, pese a que en estos momentos los recursos pétreos ya han perdido su preeminencia a la hora de interactuar en el medio o realizar determinadas actividades productivas, adquiriendo en el caso de la industria tallada un carácter eminentemente minoritario, pero que sin embargo permanece de forma más o menos residual circunscrito al núcleo productivo 370 fundamental que representaría la unidad familiar, manteniendo en el caso de las manufacturas pulimentadas un peso mucho mayor en las actividades subsistenciales, especialmente en las actividades de molienda, y mostrando un conjunto material relativamente variado y una selección de materias primas más cuidada que en ocasiones alcanzaría el marco supradoméstico. La perduración en el caso de la industria tallada podría explicarse tal vez por el hecho de resultar un material barato y de accesibilidad relativamente fácil, estando circunscrito a actividades sencillas que pueden requerir de la obtención poco costosa y rápida de piezas de uso y desecho casi inmediato, de escasa especificidad y generalmente polifuncionales, en un momento de cierta especialización o reconversión tecnológica que estaría orientada hacia la manufactura de soportes en los que prima fundamentalmente la inmediatez en la ejecución, presentándose como una alternativa productiva válida en un momento en que ya contamos con un metal plenamente operativo y funcional y que puede dar una respuesta óptima para actividades como el trillado del cereal, en donde el metal no se muestra igualmente eficiente o como ocasionales herramientas de corte. NOTAS AL PIE 1 Para ésto, asignaremos el 0 a los talones corticales, 1 a cualquier tipo de talón no transformado, 2 para los talones diedros y 3 para los talones facetados. 2 Dentro del conjunto pulimentado englobamos el material pulimentado en sentido estricto, como molinos o azuelas así como todo utillaje “pesado” como cantos o molederas que muestran escasas o nulas huellas de transformación por pulimento, pero que sin duda su localización en el yacimiento es de origen antrópico, interviniendo en diversas actividades productivas. CONJUNTOS LÍTICOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN LA MESETA CENTRAL BIBLIOGRAFÍA to disperso en la Primera Edad del Hierro”. Zona Arqueológica 10. Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania. ALONSO I MARTÍNEZ, N. (1999): De la llavor a la farina: els processos agrícolas protohistòrics a la Catalunya occidental. Monographies d´archéologie méditerranéenne. GONZÁLEZ ALCALDE, J. (2001): Villamejor (Aranjuez). 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RESUMEN: La producción lítica del yacimiento de Las Camas representa uno de los mayores conjuntos a nivel peninsular, poniendo de manifiesto la pervivencia e importancia de las manufacturas líticas en los modos productivos de sociedades plenamente integradas en los ámbitos metalúrgicos de la Primera Edad del Hierro. ABSTRACT: The lithic production of Las Camas’ site represents one of the biggest sets within The Peninsula, showing up the prevalence and importance of the lithic manufactures in the productive ways of fully integrated societies in the metalurgical fields of the First Iron Age. 374 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) Germán López López En el transcurso de la excavación se han recuperado Respecto a la distribución del material por áreas (Fi- un total de 4161 restos líticos, tanto tallados como puli- gura 15) no parece que podamos señalar diferencias sig- mentados, representando el mayor conjunto de industria nificativas, salvo en el caso del área C, que con tan solo 66 lítica correspondiente a la Primera Edad del Hierro de la restos hace que los datos observados deban ser tenidos en Comunidad de Madrid. Hasta el momento, y dada la re- cuenta con tremenda cautela. ducida extensión excavada en otros yacimientos del área Las lascas son el producto mayoritario representando madrileña de similar cronología, los datos con los que el 34.65 % del conjunto lítico del área A y el 51.69 % del contamos para establecer un marco comparativo son real- área B, mientras que en al área C suponen el 61.19 % del mente escasos, como podrían representar los 181 restos material recuperado. La producción laminar es realmente del Cerro san Antonio (Blasco, C.; Lucas, R.; Alonso, A. exigua, como parece apreciarse en la evolución de este tipo 1991) o los 25 procedentes del Arroyo Culebro (Blasco, C.; de soportes a lo largo de la Prehistoria Reciente, de manera Carrión, E.; Planas, M. 1998), unido esto a un tradicional que los 25 restos del área A suponen el 1 % del conjunto lí- desinterés por estos productos, relegándolos a espacios tico, siendo ligeramente superior el índice laminar del área marginales de las publicaciones, constituyendo el caso del B con el 1.51 % de la industria. El único fragmento de hoja Vilot Montagut (Alonso, N. et alii, 2002) con sus 159 restos del área C aporta el 1.49 % del conjunto. líticos, uno de los mejores trabajos desde el punto de vista Del resto de categorías de la industria los fragmentos tecnológico para las manufacturas líticas de este periodo a informes son los más comunes, con el 32.21 % de los casos nivel peninsular. en el área A, el 21.42 % en el área B y el 16.42 % en el área Esta escasez de datos para los primeros compases de la C. Los núcleos representan con 137 ejemplares el 5.47 % del Edad del Hierro hace que tengamos que rastrear los modos área A, mientras que en el área B los 138 núcleos recupe- operativos desde momentos plenos de la Edad del Bronce, rados representan el 8.67 % del conjunto lítico. Se han re- apreciándose en el caso de las Camas una evolución cohe- cuperado también un número significativo de cantos, 406 rente con las pautas observadas ya desde momentos finales en el área A y 85 en el área B que representan el 16.23 % y de las Prehistoria Reciente (Carrión, E. Baena, J. Iniesta, J. el 5.34 % respectivamente, mientras que los fragmentos de Blasco, C. 2004 ). molino aportan el 7.27 % del computo global de la produc- INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) Area A Num. Restos Area B % Num. Restos Area C % Num. Restos % Total % Lascas 867 34,65 823 51,69 41 61,19 1731 41,6 Hojas 25 1 24 1,51 1 1,49 50 1,2 Nódulos 64 2,56 40 2,51 0 0 104 2,5 Núcleos 137 5,47 138 8,67 12 17,91 287 6,9 Informes 806 32,21 341 21,42 11 16,42 1158 27,82 Retocado 93 3,72 72 4,52 2 2,98 167 4,01 Canto 406 16,23 85 5,34 1 1,49 492 11,82 Moledera 2 0,08 14 0,88 1 1,49 17 0,41 Molino 182 7,27 102 6,41 0 0 284 6,82 Percutor 9 0,36 10 0,63 0 0 19 0,46 Alisador 3 0,12 8 0,5 0 0 11 0,26 Hacha 0 0 5 0,31 0 0 5 0,12 Otros 1 0,04 2 0,12 0 0 3 0,07 Total 2502 100 1592 100 67 100 4161 100 Tabla 1.- Representatividad porcentual del material lítico, tanto tallado como pulimentado en las distintas áreas de “Las Camas”. ción lítica del área A y el 6.41 % del área B. Se han recupe- EL SUMINISTRO DE MATERIAS PRIMAS rado también aunque en menor número nódulos en bruto, molederas, percutores, alisadores o fragmentos de hacha, si bien con valores muy reducidos en el total del conjunto lítico. La distribución de la industria de las Camas en las distintas categorías es bastante coincidente con lo observado en yacimientos próximos, como puede ser el caso del Cerro San Antonio, donde las lascas son también el producto mayoritario, con porcentajes algo superiores a nuestro yacimiento (70.82%) y un drástico descenso en la producción de soportes laminares con valores muy similares (1.66 %), algo que también se observa en yacimientos como el Vilot Montagut. Así mismo los fragmentos informes son también tremendamente frecuentes, superando el 25 % de los conjuntos. Sin embargo en el caso de Cerro San Antonio, los productos configurados por retoque superan de manera significativa, con un 13.26 % de material retocado, a los útiles recuperados en las Camas, con 93 piezas en el Respecto a la captación de materias primas, es en general bastante variada, en especial en lo que respecta a las áreas A y B si bien es cierto que dado lo reducido del repertorio material del área C hace que debamos tomar con cautela lo exiguo de su registro pétreo. Se documentan materias primas tanto de origen local como alóctono, si bien las primeras son las más comunes en el registro arqueológico. En todos los casos el sílex es la roca mejor representada (Figura 1), con valores comprendidos entre el 70 y el 80 % seguida de la cuarcita y el granito mostrando ambas valores en torno al 9 % del registro lítico. El resto de materiales aparecen de forma minoritaria, salvo el caso del cuarzo, que se concentra preferentemente en el área A (9.59 %), de manera que calizas, fibrolita, ópalos, pizarras, silimanita o basalto no superen en 1 % del cómputo global. área A (3.72 %) y 72 en el área B (4.52 %) mientras que los La totalidad del sílex es aparentemente de origen local dos restos retocados del área C representan el 2.98 % de la (Tabla 1), abundando los tipos de calidad baja, con grano industria. medio o grueso, presentando en ocasiones alto grado de alteración, por lo que es frecuente encontrar materiales patinados o rodados. Se trata de una captación poco selec- 376 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) Área A- Materias Primas- Arenisca Cuarcita Cuarzo Caliza Fibrolita Granito Opalo Pizarra empleados no superan en términos generales el 16 % del total de las materias primas empleadas, apareciendo una amplia representatividad de rocas talladas pero en porcentajes realmente bajos, de manera que tan solo 6 tipos concretos de sílex superen el 5% del material tallado. Sílex Silimanita Basalto Otros Área B- Materias Primas- Arenisca Cuarcita Cuarzo Caliza Área C- Materias Primas- LA PRODUCCION DE SOPORTES Si analizamos la presencia de córtex en los productos Fibrolita Granito Opalo de lascado mayoritarios, es decir, las lascas, lo primero que Pizarra Sílex tan restos de córtex en mayor o menor medida (Figura 3). Silimanita Basalto Si bien las lascas totalmente internas o de grado 3 son las llama la atención es el alto grado de soportes que presen- Otros mayoritarias en términos generales en las tres áreas, su pre- Arenisca sencia es bastante reducida en términos generales, sin llegar Cuarcita Cuarzo Caliza Fibrolita Granito Opalo Pizarra Sílex Silimanita Basalto Otros Figura 1.- Distribución de las distintas materias primas por áreas. a superar el 40 % del total de los soportes, de manera que las lascas de categoría 2C (las que presentan menos de un tercio del anverso con restos corticales) suponen prácticamente un tercio del total de los productos lascados seguido por las de categoría 2B (entre uno y dos tercios de superficie cortical), mientras que los soportes enteramente corticales se concentran en torno al 10% del total salvo en el caso del área C donde alcanzan porcentajes que superan el 17 % siendo esta categoría mejor representada tras las lascas totalmente internas, por delante de las de grado 2A, 2B y 2 C. tiva, con desplazamientos cortos y baja inversión energética, con un alto grado de reciclaje de materiales procedentes de momentos anteriores captados en niveles próximos de terrazas. Si discriminamos la presencia cortical en función de las principales materias primas, el panorama no cambia radicalmente en lo tocante a las lascas de sílex, es decir, predominio matizado de soportes de grado 3 seguido por los Centrándonos exclusivamente en el material tallado, el de categoría 2C y 2B con valores bastante parejos en las de sílex continúa siendo como es lógico el material más em- grado 2C y las totalmente corticales, mientras que en los pleado (Figura 2), dado el alto grado de accesibilidad a esta soportes de cuarcita las lascas de primer grado se dispa- roca en el entorno inmediato, aunque también se emplean ran en todas las áreas, siendo las mejor representadas con de forma minoritaria productos como la cuarcita, la caliza valores que rondan el 30 % de los casos, mientras que las o el ópalo, si bien de manera minoritaria, sin llegar a repre- de tercer orden aparecen siempre en menor medida que sentar el 2 % de la producción tallada. las de grado 2C y con valores muy próximos a las de grado No parece que varíe sustancialmente la representatividad del sílex si lo desglosamos por áreas o si lo valoramos 2B, siendo tan solo más frecuentes de formas clara que las lascas de categoría 2C. en términos generales, de manera que los más empleados A partir de estos datos podemos apuntar dos rasgos son siempre los mismos tipos (tipos 5 y 7) y no precisa- fundamentales, en primer lugar, estaríamos ante secuen- mente por la buena calidad de alguno de ellos, por lo que cias de lascado bastante cortas, sobre todo en el caso de las parece primar más la inmediatez y la fácil accesibilidad lascas de cuarcita, en las que la poca intensidad en los pro- que la calidad de la materia prima. cesos de reducción generarían un escaso número de lascas Por otro lado, no parece que el grueso de la producción totalmente desprovistas de córtex. se concentre de forma clara en uno o dos tipos concretos Por otro lado, dicha secuencia parece tener origen en como parece suceder en etapas anteriores en las que prima el propio lugar de ocupación, sin que se produzca un más la calidad de las rocas captadas, sino que los tipos más descortezado previo de los nódulos, abandonándose los 377 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) TIPO COLOR TRANSPARENCIA S1 Blanco Opaco Fino S2 Blanco Traslúcido Fino S3 Blanco Opaco Grueso S4 Blanco Traslúcido Grueso S5 Gris Opaco Fino Puede tener motas TT S6 Gris Traslúcido Fino Puede tener motas blancas S7 Gris Opaco S8 Negro Opaco Fino S9 Gris claro Traslúcido Fino Motas gruesas gris oscuro S10 Gris verdoso Traslúcido/opaco Fino Alguna blanca S11 Gris oscuro Traslúcido Fino/medio Motas blancas de tendencia gruesa S12 Verde claro Traslúcido Fino Motas blancas de tendencia gruesa S13 Marrón claro melado Traslúcido Fino Motas blancas S14 Marrón oscuro Traslúcido Fino Motas blancas S15 Marrón oscuro Opaco Fino Motas blancas S16 Granate Opaco Fino Motas blancas S17 Marrón claro Opaco Fino Escasas motas S18 Amarillo Opaco Fino S19 Marrón oscuro Opaco G r u e s o / mu y grueso S20 Marrón claro terroso Opaco Medio/grueso S21 Rosa Opaco Fino/medio C1 Marrón Opaco Medio/grueso C2 Blanco Opaco Medio/grueso INCLUSIONES OBSERVACIONES Puede tener inclusiones blancas Medio/Grueso C3 Rosa/anaranjado Opaco Medio/grueso C4 Grisáceo Opaco Medio/grueso Tabla 2.- Descripción de los distintos tipos de sílex y cuarcita. 378 GRANO Tipo Corneja motita Perales Aspecto grumoso Pocas motas gruesas Arenoso INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) remos más claramente analizando las relaciones que se dan entre los grados de anverso, o número de negativos de extracciones que presentan, y los grados de talón, atribuyendo un cero a los talones corticales, 1 al resto de los talones no elaborados, 2 para los talones diedros y 3 para Materias primas: Industria tallada 25 20 15 Área A los facetados (Figura 4). Área B Área C 10 5 Córtex.-Categoría por áreas60 0 C1 C2 C3 C4 CU S1 S2 S3 S4 S5 S6 S7 S8 S9 S10 S11 S12 S13 S14 S15 S16 S17 S18 S19 S20 S21 SI OP 50 Otros 40 Materias primas: Industria tallada. 18 30 16 20 14 Área A Área B Área C Total 10 12 0 10 1 8 2A 2B 2C 3 6 4 Área A: Categoría del cortex por materias primas 2 0 C1 C2 C3 C4 CU S1 S2 S3 S4 S5 S6 S7 S8 S9 S10 S11 S12 S13 S14 S15 S16 S17 S18 S19 S20 S21 SI OP Otros Figura 2.- Industria lítica tallada: materias primas por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior). 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0 entorno inmediato con desplazamientos muy cortos para En cuánto a la situación del córtex, se localiza preferentemente en extremos distales tanto en los productos del área A como en los del área B, mientras que en el área C los soportes conservan restos corticales preferentemente en la zona proximal, si bien el alto grado de presencia de Cuarcita 1 desechos corticales en el entorno habitacional, lo que resulta lógico si asumimos que la captación se realiza en un el aprovisionamiento. Sílex 2A 2B 2C 3 Área B: Categoría del cortex por materias primas 40 35 30 25 20 15 10 5 0 Sílex Cuarcita 1 córtex o pátinas en general en las tres áreas hace que las 2A 2B 2C 3 diferencias porcentuales en la dispersión en el anverso de Total ascas: Categoría del córtex por materias primas la pieza no sean realmente significativas. 40 Dichas localizaciones están originadas por direcciones 35 de trabajo preferentemente paralelas al eje de lascado, de 30 manera que las lascas en las que predominan direcciones 25 20 Sílex transversales son más escasas mientras que las direccio- 15 Cuarcita nes perpendiculares resultan prácticamente ausentes. Se 10 trata por lo general de soportes unidireccionales o bidireccionales, mientras que los productos unidireccionales o 5 0 1 2A 2B 2C 3 bidireccionales bipolares son minoritarios al igual que los multidireccionales. Como hemos señalado anteriormente, estamos ante secuencias de reducción relativamente cortas, como ve- Figura 3.- Categoría de córtex. total, por áreas y por materias primas y áreas. 379 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) AREA A RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE SÍLEX 0 1 2 3 4 5 6 7 0 3,68 7,7 10,68 4,73 0,87 0 0 0 1 2,8 13,31 26,97 19,09 5,43 0,87 0 0 2 0,17 0,52 1,75 1,05 0,35 0 0 0 AREA A RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE CUARCITA 0 1 2 3 4 5 6 7 0 8,33 16,67 16,67 0 0 0 0 0 1 8,33 16,67 16,67 16,67 0 0 0 0 2 0 0 0 0 0 0 0 0 AREA B RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE SÍLEX 0 1 2 3 4 5 6 7 0 3,92 9,8 9,8 5,35 0,53 0,36 0 0 1 3,74 10,69 24,78 15,51 6,42 1,6 0,89 0,53 2 0,36 0,71 3,03 1,78 0 1,78 0 0 AREA B RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS DE CUARCITA 0 1 2 3 4 5 6 7 0 18,18 4,54 9,09 4,54 4,54 0 0 0 1 18,18 4,54 22,73 9,09 4,54 0 0 0 2 0 0 0 0 0 0 0 0 AREA C RELACIÓN DE GRADOS TALÓN/ANVERSO EN LASCAS 0 1 2 3 4 5 6 7 0 12,5 12,5 0 0 0 0 0 0 1 0 9,37 31,25 12,5 12,5 3,12 0 0 2 0 3,12 0 3,12 0 0 0 0 Figura 4.- Relación existente entre los grados de talón y de anverso, desglosado por áreas y por el tipo de materia prima en que se manufactura el soporte. En el caso de las lascas de sílex, en todas las áreas predominan las relaciones de grados medios de talón con grados medios/bajos de anverso, de manera que las más frecuentes son las relaciones 1-1, 1-2 y 1-3, si bien en el caso del área B y en cierta medida en el área C aunque no de forma tan clara, pueden observarse secuencias de lascado algo más largas aunque sin mostrar valores porcentuales muy elevados, de manera que podemos encontrar soportes que presenta 5, 6 y hasta 7 extracciones en su anverso. Los grados bajos de talón son más frecuentes que los grados altos y se relacionan con grados medios o medios/ bajos de anverso en el caso de las áreas A y B, mientras 380 que en el área C únicamente aparecen asociados a anversos con grado bajo. Los grados altos de talón si bien son muy escasos se asocian mayoritariamente a grados de anverso medios (grados 2 y 3) siendo escasas las asociaciones a grados 0 y 1 e inexistentes las asociaciones a grados altos, de 4 extracciones en adelante, salvo en el caso del área B, que como habíamos señalado parece mostrar secuencias de lascado algo más largas, aunque la presencia de coincidencias de grados altos de anverso y talón sea prácticamente testimonial con un 1.78 % de casos. En lo referente a las lascas de cuarcita, si bien también son frecuentes las relaciones entre grados medios de talón INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) en ningún caso lleguen a superar el 5% del cómputo general de talones, mientras que los facetados no aparecen en ningún caso, tendencia que empieza a ser una constante en los yacimientos del área madrileña desde el Bronce Final. En el caso de las lascas de cuarcita, tan solo contamos con talones no elaborados, reduciéndose además los tipos representados, de forma que desaparecen los talones diedros y puntiformes, mientras que los filiformes únicamente se documentan en el área A. Respecto al resto, los lisos son los mejor representados en el área B, superando ligeramente el 35 % seguido por los corticales y las lascas sin talón con el 25 % de los casos de forma que los talones rotos son los menos frecuentes sin alcanzar el 15 % los talones recuperados. En el caso del área A son sin embargo las lascas sin talón las más frecuentes con casi el 35 % de los soportes mientras que los talones lisos serían los peor documentados a excepción de la reducidísima muestra de talones filiformes con algo más del 16 % de los casos, por detrás de los talones rotos (algo menos del 25 %) y los corticales (algo más del 20 %). En cuánto al ángulo de lascado, la curva que presenta el gráfico resulta homogénea y coherente con lo que so r ifo nt Pu e m o Li id e rm fo Su pr im li Fi Ro to dr o D Co ie rt ic al Sílex Cuarcita Total n Si ló Ta n Área B- Tipos de Talón por Materias Primas50 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0 Li so e m or tif n Pu o e m id r fo Su pr im dr o ie D li Fi Ro to Sílex Cuarcita Total ic al En lo tocante a los extremos proximales (Figura 5), las diferencias no son significativas en cuánto a su representatividad en términos generales entre las distintas áreas. En todos los casos predominan los talones no elaborados con un predominio abrumador de los talones lisos, estando en las tres áreas entre el 40 y el 50 %, siendo los corticales los segundos más frecuentes entre los reconocibles, con valores entre el 20 y el 25 %, valores bastante similares a los que se aprecian en lascas con talones rotos o sin talón. Del resto de los talones no transformados, ya sean filiformes o puntiformes, su presencia es meramente testimonial, de lo que puede deducirse un escaso empleo de técnicas de lascado por percusión indirecta o mediante percutores de alta elasticidad. Otro tanto sucede con los talones elaborados, representados exclusivamente por talones diedros sin que 50 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0 rt Esta escasez de lascas con grados altos de anversos y la buena presencia de grados bajos tanto de talón como de anverso apuntan nuevamente al igual que la presencia de córtex, a secuencias poco intensas y que tienen su origen en el propio yacimiento, sobre todo en el caso de las producciones en cuarcita. Córtex.-Categoría por áreas- Co y de anverso, son casi igual de frecuentes las asociaciones entre grados bajos de talón y anverso y grados bajos de talón con grados bajos de anverso, permaneciendo ausentes los grados altos de anverso siendo igualmente inexistentes los talones de grado alto. n Si ló Ta n Área C- Tipos de Talón60 50 40 30 20 10 0 Cortical Diedro Filiforme Liso Puntiforme Roto Suprimido Sin Talón Figura 5.- Tipos de talones en las lascas, por áreas y por tipos de materias primas de los soportes. se aprecia en las producciones de la Prehistoria Reciente (Figura 6), con relaciones angulares comprendidas entre los 70 y 90 grados pero especialmente entre el intervalo 86-90 grados, diagrama que resulta bastante coincidente con lo que se aprecia si desglosamos los ángulos de despegue por áreas, en el caso de la A y la B, mientras que en el área C predominan relaciones angulares algo más bajas, predominando el intervalo comprendido entre los 71-75 grados. Respecto a la producción de soportes laminares (Láminas 8, 9 y 10), una de las principales característica, como indicamos anteriormente, es la escasez de dichos productos que en el mejor de los casos apenas supera el 1.5 % del total de la industria. Se trata de una explotación somera y expeditiva con una nula planificación y una configuración mínima de las bases explotadas. Da la sensación de que la totalidad del proceso de laminado se realice en el interior del yacimiento, como se desprendería del buen número de hojas que 381 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) Ángulo de lascado- Lascas30 25 20 Área A Área B Área C 15 10 5 20 3 0 -1 6- 1 6 11 12 11 0 0 -9 86 6- 0 10 -8 76 96 -1 00 0 0 -6 56 -7 0 -5 46 66 M en o s4 0 0 Ángulo de lascado- Lascas18 16 14 12 10 8 6 4 2 11 5 5 0 11 12 12 1- 16- 211 1 12 613 0 611 0 5 5 0 5 0 5 0 5 0 5 0 -5 -6 -6 -7 -7 -8 -8 -9 -9 10 10 51 56 61 66 71 76 81 86 91 96- 011 10 46 -5 0 0 40 -45 os 41 en M Figura 6.- Ángulo de lascado por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior). Lámina 1.- SOportes laminares correspondientes a las primeras fases de producción. Lámina 3- Soportes laminares procedentes de las áreas A y B. presentan restos corticales, principalmente en el área B, dónde los productos totalmente internos solamente representan el 50 % de la industria laminada, mientras que en área A, si bien hay un buen porcentaje de restos corticales, las hojas de tercer orden superan ligerísimamente el 70 % Lámina 2.- Soportes laminares procedentes de las áreas A y B. 382 de los productos laminares. INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) El desglose de estos productos en función de las determinadas fases de explotación, parece denotar secuencias cortas de laminado, sin que se aprecien diferencias significativas en la intensidad de dichas fases en las distintas áreas, de tal modo que la fase de captación, representada por soportes con alto grado de presencia de córtex en sus anversos, aportaría en torno al 10 % de los productos en ambas áreas, mientras que las fases de explotación iniciales, que mostraría filos irregulares y aristas divergentes, compondrían el grueso de la explotación laminar con entre un 60 y un 67 % aproximadamente, de modo que los productos plenamente regularizados y estandarizados correspondientes a fases plenas de explotación, no alcanzaría en el mejor de los casos el 30 % del total de soportes laminares. Otro factor que apuntaría a una producción poco planificada y estandarizada sería la práctica ausencia de subproductos o desechos de talla vinculados a secuencias de explotación intensivas en la producción laminar, como serían los flancos de núcleo o las tabletas de reavivado, de las que tan solo se han recuperado dos ejemplares en el área B, de dónde también procede la única semiarista o lámina en cresta recuperada, producto éste relacionado con la primera configuración de los núcleos previa a la explotación sistemática, lo que reforzaría la visión de una cadena operativa laminar realizada íntegramente en el interior del poblado. Se trataría en general de soportes de secciones prismáticas o trapezoidales en todas las áreas, especialmente en el área B, pero no obstante, las secciones triangulares también aparecen muy bien representadas, sobre todo en el caso del área A en la que superan el 40 % de este tipo de productos. Estas secciones triangulares suelen estar vinculadas a fases iniciales de explotación ya que no requieren una regularización o conformación del núcleo tan elaborada que permita la extracción de soportes con morfologías más estandarizadas, de forma que podemos obtener hojas de sección triangular de manera más oportunista aprovechando aristas naturales de nos nódulos con unas configuraciones mínimas para adaptar la curvatura y rectitud de los productos. mm. no apareciendo sin embargo productos con anchuras inferiores a los 11 mm. que si se documentan en el área B. En el caso del área B, las dispersiones de las anchuras de los soportes no resulta tan homogénea, concentrándose principalmente en los intervalos 16-20 mm. con algo más del 30 % de los casos y en el de 26-30 mm. con algo más del 20 % de los soportes, apareciendo hojas con mayor anchura con relativa mayor frecuencia que en el área A, sin que en ninguno de los dos casos los productos laminares lleguen a superar los 40 mm. de anchura máxima. En el caso de grosor de estos soportes, en el área A se concentran prioritariamente en el intervalo 5-6 mm. con más del 35 % de los casos apareciendo también bien representados los intervalos 7-8 mm. y 9-10 mm. mientras que las hojas de mayor grosor están prácticamente ausentes de forma que no aparecen soportes de más de 18 mm. de espesor. En el caso del área B es aún más clara la concentración de productos en el margen de los 5-6 mm. en torno al 38 % de los casos y muy por encima del resto de intervalos, y a diferencia de lo que sucede en el área A, los soportes espesos se encuentran bien representados de forma que el intervalo 13-14 mm. es el segundo más frecuente en torno al 17 % del total, apareciendo hojas con una anchura máxima de 24 mm. A partir de estos datos, podríamos inferir Anchura soportes laminares 60 50 40 Área A Área B 30 20 10 0 6-10 11-15 16-20 21-25 26-30 31-35 36-40 Espesor soportes laminares 40 35 30 25 Área A Área B 20 15 10 5 -2 4 2 -2 21 23 8 -1 16 19 -2 0 17 -1 4 -1 2 15 - 13 11 910 78 56 0 34 Resulta dif ícil establecer generalidades de carácter tipométrico respecto a este tipo de productos dado el alto grado de fracturación que presenta la muestra (Figura 7), siendo muy escasos los ejemplares que se conservan completos. En cuanto a sus anchuras, en el caso del área A parece darse una mayor concentración en unos valores concretos, de manera que más de la mitad de los soportes se localizarían en el intervalo comprendido entre 16 y 20 Figura 7.- Tipometría de los soportes laminares. Anchura (gráfico superior) y grosor (gráfico inferior). 383 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) 20 Área A Área B 15 Total 10 5 -1 05 10 1 -1 00 96 91 -9 5 5 90 86 - -8 5 -7 81 71 76 -8 0 61 - 66 -7 0 65 0 Figura 8.- Ángulo de lascado en soportes laminares desglosado por áreas. Hojas: Ángulo de lascado 70 60 50 40 Área A 30 Área B 20 10 ángulos altos como los bajos, que si aparecen con mayor frecuencia en el área B, mostrando una curva más irregular siendo el ángulo de lascado prioritario el comprendido entre los 86 y 90 grados. Si n Ta ló n Ro to Pu nt ifo rm e so m or Li ro lif Fi e 0 D ie d Los ángulos de lascado de este tipo de soportes son sensiblemente más bajos en el caso del área A (Figura 8), con relaciones angulares concentradas preferentemente entre los 76 y 85 grados, siendo menos frecuentes tanto los 25 al rotos o puntiformes, que se documentan exclusivamente en este área, mientras que los filiformes únicamente aparecen en el área B (en torno al 9 % del total). Los únicos talones transformados, al igual que sucedía en el caso de las lascas son los diedros, estando en ambas áreas en torno al 5 % del total de los casos, sin que en ningún momento se documenten talones facetados coincidiendo con la tónica general de las distintas ocupaciones de momentos finales de la Prehistoria Reciente. 30 ic Respecto a los talones, al igual que sucede con las lascas, son los no elaborados los más frecuentes (Figura 9), sobre todo en el caso del área A donde supera el 60 % del total de los talones, seguido de las hojas sin talón, que en el caso del área B aparecen tan bien representados como los talones lisos, superando ambos ligeramente el 33 % del total. Los talones corticales son los terceros mejor documentados en el área B, con valores en torno al 18 % mientras que este mismo tipo de talones rondan el 5 % en el área A, valores similares en los que aparecen los talones Hojas: Ángulo de lascado Co rt la producción en el área B de productos de mayor tamaño, dado que en términos generales se localizan fragmentos de hoja de mayor anchura y espesor. Hojas: Tipos de talón 60 ya parece intuirse en ciertas ocupaciones del Bronce Final. En lo tocante a las materias primas no parece que exista ninguna correlación entre ciertos tipos de sílex y el proceso de laminación, si bien lo reducido de la muestra hace que estas afirmaciones deban tomarse con ciertas reservas. 384 50 40 30 20 10 Ta ló n n Si Ro to e e so m or Pu nt ifo rm lif Fi Li ro D ie d ic al 0 Co rt Es también interesante destacar la abundancia de talones recuperados, de forma que, a diferencia de lo que parece ocurrir en otros periodos en los que resulta abrumadora la presencia de fragmentos mesiales, en el caso de Las Camas aparece un significativo número de fragmentos proximales, que en algunos casos parecen fracturados intencionalmente, sin que se documente un número significativo de fragmentos mesiales resultantes de dicha fracturación, si bien es cierto que se recuperan en cierta medida, pero en un número mucho menor del que le correspondería a partir de los talones conservados, por lo que podría darse el caso de que se este produciendo la exportación de dichos productos a otros ámbitos de utilización y consumo, como Figura 9.- Tipos de talón en los soprtes laminares, desglose por áreas (gráfico superior) y cómputo global (gráfico inferior). En primer lugar habría que destacar la escasa selección en lo referente a las rocas talladas, ya que prácticamente la totalidad de los tipos de sílex empleados en la producción general se emplean en la elaboración de soportes laminares, llegándose a emplear la cuarcita para la manufactura de dichos productos. INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) Las materias primas empleadas de forma mayoritaria en la laminación son también las más comunes en la elaboración de lascas, es decir, los tipos 5, 7 y 11, por lo que no parece que se busque expresamente un tipo concreto con mejor calidad y aptitud para la laminación, empleándose también tipos como el caso del número 7, de muy baja calidad. Lo que si parece observarse es la mayor frecuencia en la aparición de materias primas en según que áreas, de forma que en el área A es el tipo 11 con el 20 % del total de hojas el sílex más empleado, mientras que en el área B no tiene una representatividad significativa, siendo el tipo 5 el más frecuente, en torno al 17 % del total de soportes seguido por los tipos 7 y 11 con valores en torno al 13 % de los casos. Así mismo hay una serie de materias primas que se documentan en un área y no en la otra, de modo que hasta seis tipos distintos de sílex (tipos 3, 6, 9, 13, 20 y 21) se emplean en la producción leptolítica del área A mientras que otros tantos (tipos 7, 12, 15, 18, 19 y cuarcita) se emplean de forma exclusiva en el área B en mayor o menor medida. Núcleos- Morfología50 45 40 35 30 Área A Área B Área C 25 20 15 10 5 0 Discoide Prismático 1 Prismático 2 Prismático 3 Prismático 4 Poliédrico Tipos de núcleo 120 100 80 Lascas 60 Mixtos Hojas 40 20 0 Área A Área B Área C NÚCLEOS Respecto a la morfología de los núcleos recuperados, en las tres áreas predominan de forma abrumadora las bases prismáticas (figura 10), siendo de entre estas las que presentan dos planos de golpeo las mayoritarias con valores comprendidos entre el casi 40 % del área A y en torno al 45 % del área B, seguidas por las que presentan una única superficie de golpeo en el caso de las áreas A y B, mientras que en área C son las que cuentan con tres superficies de golpeo las que ocupan el segundo lugar. Los núcleos prismáticos con cuatro plataformas son prácticamente inexistentes, no documentándose de hecho ninguno en el área C y sin alcanzar el 4 % en el mejor de los casos en las dos áreas restantes. Los núcleos discoides son el cuarto tipo más frecuente, con valores entre el 10 y el 13 % del total y por delante de los núcleos poliédricos, entre el 5 y el 8 %, salvo en el caso del área C en donde ambos tipos muestran valores similares próximos al 16 % del total de núcleos recuperados. Respecto a los productos obtenidos, en su inmensa mayoría han sido lascas, sobre todo en el área A, donde aparecen de manera testimonial núcleos mixtos y de hojas, y en el área B, donde los de hojas permanecen ausentes y tan solo aparece un ínfimo porcentaje de núcleos mixtos. Es el área C la que aporta un mayor número de núcleos destinados a la producción de hojas así como soportes mixtos. Sin Figura 10.- Morfología de los distintos núcleos (gráfico superior) y tipo en función del soporte producido (gráfico inferior). embargo las características de dichos núcleos hacen dudar de su empleo en la producción laminar en momentos de la Primera Edad del Hierro. Por un lado, se trata en muchos casos de núcleos que presentan fuertes pátinas que son posteriormente rotas por extracciones frescas destinadas a la obtención de lascas, por lo que muy probablemente sean núcleos reciclados de niveles de terrazas o de un entorno próximo como cualquier otro nódulo destinados a la producción de lascas. Tampoco resulta coherente el número de estos núcleos recuperados con el exiguo registro laminar documentado en cualquiera de las tres áreas. Así mismo, a partir de lo observado en los negativos de los núcleos documentados, no resulta coincidente la morfología de las láminas recuperadas. Como señalamos anteriormente, los productos laminares de las Camas son principalmente fruto de las primeras fases de explotación, con aristas y filos divergentes, así como grosores más irregulares, mientras que los negativos apuntan a la obtención de soportes bastante estandarizados, muy homogéneos en cuanto a la rectitud de sus filos, con grosores muy regulares y de buen tamaño, 385 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) dando la apariencia en muchos de los casos de haber sido obtenidos mediante presión. Junto a esto, la mayoría de los núcleos de láminas presentan en sus plataformas de percusión pequeñas extracciones perpendiculares a la cara de lascado, con la intención de modificar la relación angular Grado de las superficies de trabajo 30 25 20 entre ambas superficies. Estas extracciones generarían talones facetados que no se documentan en ninguno de los soportes laminares de las Camas y en muy escasa medida en los del Bronce Final en general, siendo más frecuentes en momentos calcolíticos, por lo que su incorporación al registro material de las Camas parece más relacionado con 15 10 5 0 Gr o ad 1 ad Gr o2 ad Gr o3 ad Gr o4 Gr ad o5 ad Gr o6 ad Gr o7 ad Gr o8 ad Gr o9 0 Gr ad o1 el reciclaje de este tipo de bases. En lo referente a las materias primas el empleo del sílex resulta abrumador, mostrando la misma escasa selección Número total de extracciones que en el resto de productos, de manera que todos los nú20 cleos del área C aparecen manufacturados en esta materia prima, mientras que en las áreas A y B los núcleos en cuarcita no alcanzan el 3 y el 7 % respectivamente. Tipométricamente se trata de núcleos de grandes proporciones, sobre todo en el caso de los núcleos en cuarcita, de forma que los escasísimos núcleos que no alcanzan los 50 mm. de largo están todos realizados en sílex. Las superficies de golpeo son en su inmensa mayoría 18 16 14 12 10 8 6 4 2 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 planas con más del 80 % de los casos, preferentemente monoplano con algo más del 60 % de las superficies de golpeo planas. Del resto de superficies, su representatividad es muy reducida, siendo las convexas poliplano las más frecuentes Figura 12.- Grados o número total de extracciones en las superficies de golpeo (gráfico superior) y número total de extracciones en las ditintas bases (gráfico inferior). sin llegar al 10 % mientras que las ecuatoriales poliplano, generalmente asociadas a núcleos discoides, apenas supe- Este grado bajo en las superficies de trabajo esta direc- ran el 5 % siendo testimonial la presencia de superficies tamente relacionado con la escasa presencia de giros para- convexas monoplano o cóncavas monoplano, sumando en- lelos al eje de más de 90 grados, que no alcanzan el 25 % de tre ambas el 3 % del total de superficies de golpeo. los giros (Figura 11). El resto de giros paralelos se mueve Muestran en general un grado de agotamiento bastante entre los márgenes del 15 % para los giros próximos a 180 bajo (Figura 12), produciéndose su abandono tras pocas grados y los menos frecuentes, en torno a los 360 grados, extracciones, sobre todo en el caso de la cuarcita. De este que estarían relacionados con grados altos de trabajo y re- modo, las superficies de trabajo con una sola extracción presentan algo más del 6 % del total de los giros. Los más son las mas frecuentes con más de un cuarto del total, se- comunes son por tanto los giros perpendiculares al eje, guidas por las de de grado 2 y las que muestran 3 negati- cortos preferentemente, siendo los giros perpendiculares vos, en torno al 21 % de los casos. Las superficies de tra- de 90 grados los más comunes con casi el 35 % del total de bajo que muestran más de 5 extracciones no alcanzan en casos, lo que nos estaría indicando cambios relativamente ningún caso del 10 % del total estando las superficies con frecuentes en las superficies de golpeo. De este modo, los más de 6 negativos por debajo del 4 % de los casos. De este núcleos con tres giros son claramente los más comunes modo, el número total de extracciones es igualmente redu- con más del 36 % del total muy por delante de los núcleos cido, predominando los núcleos con un total de 6, que no con uno y 2 giros con algo más del 20 % en ambos casos, alcanzan el 18 % seguido de las que muestran un total de 7, de forma que los núcleos con más giros no sumarían ni el 5 y 4 extracciones, de manera que los grados altos, por en- 10 % del total, y estarían vinculados a bases en sílex con cima de los 8 negativos no supera el 11 % de los núcleos. secuencias de reducción algo más largas. 386 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) del total, salvo en el caso del retoque alterno en el área A, que alcanza casi el 13 %, por delante del mixto y el bifacial. Amplitud de los giros Pese a la buena presencia de piezas denticuladas, la dirección predominante del retoque es la continua con casi el 70 % del total. 40 35 30 25 20 15 10 5 0 PP-180 PP-90 PRL-180 PRL-270 PRL-360 PRL-90 Los tipos mejor representados, junto a las lascas retocadas que en el caso del área A es el tipo más común, son los tradicionalmente considerados como “arcaizantes” o útiles de sustrato (Figura 14) y que nunca faltan en las ocupaciones postpaleolíticas. La industria de las Camas esta compuesta en su inmensa mayoría por muescas, denticulados y raspadores, apareciendo también de forma minoritaria, con valores entre el 1 y el 4 % perforadores, piezas astilladas, lascas de dorso abatido y hojas retocadas. Junto a estas piezas aparece un porcentaje bastante significativo de dientes de hoz de distintas morfologías, que sin embargo únicamente se registran en el área A. Número de giros por núcleo 40 35 30 25 20 15 10 5 0 0 Giros 1 Giro 2 Giros 3 Giros 4 Giros 5 Giros Se trata en general de un repertorio tipológico relativamente reducido, con una escasa selección de la materia prima como demuestra el elevado número de tipos distintos de sílex o de cuarcita empleados, si bien es cierto que un buen número de piezas se manufactura en rocas de relativa buena calidad. 6 Giros 7 Giros Figura 11.- Amplitud de los giros en las bases negativas (gráfico superior) y número de giros por núcleo (gráfico inferior). EL MATERIAL RETOCADO La representación porcentual del material retocado es relativamente importante si bien en términos generales es algo menor que en momentos previos, confirmando el paulatino descenso durante el transcurso de la Prehistoria Reciente. La incidencia del retoque (Figura 13) es en la mayoría de los casos simple, entre el 40 y el 50 % de las ocasiones según las distintas áreas, el retoque oblicuo es el segundo más común por delante del retoque abrupto, que se encuentra situado tanto en el área A como en la B en torno al 20 % quedando la incidencia plana prácticamente desaparecida, documentada únicamente en el área B con el 1.39 % de las ocasiones. La dirección es fundamentalmente directa, de forma más clara en el área B muy por delante del inverso que se mantiene entre el 23 y el 27 %. El resto de las direcciones se documentan en muy escasa medida, entre el 4 y el 10 % En general podemos decir que se trata de un momento de cierta “regresión” tipológica, con predominio de un utillaje poco específico, de manufactura uso y abandono inmediato. EL MATERIAL PULIMENTADO La industria pulimentada no difiere sustancialmente de la recuperada en yacimientos próximos de similar cronología, la mayoría esta compuesta por molinos realizados en su práctica totalidad en granito, salvo muy escasas excepciones en que se emplea arenisca. El alto grado de fracturación hace que sea prácticamente imposible reconstruir su morfología, si bien en función de los paralelos documentados y de los escasos ejemplares completos o de mayores dimensiones, apunta a que se trate mayoritariamente de molinos barquiformes, similares a los recuperados en la Venta de la Victoria, en las cabañas del yacimiento de Los Pinos o en las de Los Llanos II (Sánchez-Capilla, Mª L. Calle, J. 1996), donde representa prácticamente la única evidencia de material lítico, a diferencia de los que se observan en momentos avanzados de la Edad del Hierro, como en el caso de la Gavia, donde se documentan molinos circulares con una parte inferior fija y otra superior que giraría sobre la primera. 387 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) En lo que a la distribución del material respecta, no Incidencia del retoque parece que existan diferencias significativas entre los dis- 60 tintos rellenos. Como es lógico la mayoría del material 50 se concentra en los niveles superficiales así como en las 40 Área A Área B 30 20 distintas estructuras excavadas de grandes dimensiones que independientemente de su funcionalidad originaria, terminan sirviendo de basureros, sin que puedan deter- 10 minarse áreas funcionales específicas, resultando bastante 0 Abrupto Oblicuo Plano homogéneos los contenidos de los distintos ámbitos y los Simple procesos técnicos inferidos de ellos. Tan solo podría señalarse una acumulación de material Dirección del retoque 60 relativamente significativa en el caso de los silos próximos 50 a la cabaña II, de donde proceden 5 de los 8 dientes de hoz recuperados, elementos estos que únicamente se docu- 40 Área A 30 Área B mentan en el área A, pero que sin embargo no introducen 20 ningún elemento diferenciador en las cadenas operativas 10 de una u otra área, resultando en lo esencial totalmente coincidentes. También se ha recuperado material retocado 0 Alterno Bifacial Directo Inverso Mixto tanto en los encachados de los hornos como en el relleno de ciertos agujeros de postes, sin que aparentemente su deposición responda a un acto intencionado. Delineación del retoque 80 70 60 Área A 50 Área B 40 30 VALORACIÓN GENERAL DE LA INDUSTRIA 20 10 Como hemos señalado anteriormente, la ausencia de un 0 Contínuo Denticulado marco comparativo amplio hace dif ícil contextualizar de forma genérica las producciones líticas de la Primera Edad Figura 13.- incidencia o modo del retoque (superior). dirección (centro) y delineación (inferior), desglosado por áreas. del Hierro. Contamos en general con escasos restos debido principalmente a que hasta hace relativamente poco tiempo, eran muy escasas las ocupaciones conocidas de este pe- También aparecen en muy escasa medida fragmentos riodo, siendo además pocos los yacimientos en los que se de hachas manufacturadas en basalto, tanto de sección circular como rectangular junto a una serie de cantos pulimentados o “preformas” tanto en silimanita como en fiTipos útiles por áreas brolita, sin que sea posible atribuirles una funcionalidad clara. Esta perduración de hachas de piedra en momentos 35 30 plenamente metalúrgicos no es un hecho aislado, recupe- 25 rándose piezas similares en el Vilot Montagut, en una de 20 las cabañas de Los Pinos o en yacimientos como La Cape- 15 llana o Venta de La Victoria. 10 Área A ad or sp Ra ad or Pe r fo r ca M ue s ca da da sc aR eto ca La rs o Do Ho ja Re to o ul ad Di en te de Ho z o De nt ic que en muchos casos muestran trazas de combustión o 0 l ad se documentan también percutores, molederas o cantos 5 As til Junto a esta material pulimentado en sentido estricto, Área B alteración térmica tal vez vinculado a su intervención en determinadas labores de transformación en las que interviene la acción del fuego. 388 Figura 14.- Representatividad de los distintos útiles en las áreas donde principalmente se concentra el material retocado. INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) ha intervenido de forma sistemática unido a la poca exten- a etapas anteriores, al igual que sucede en el yacimiento sión excavada de los mismos. Junto a esto, otra buena parte getafense de Venta de la Victoria. del repertorio material procede de recogidas superficiales de yacimientos documentados en prospección. Los repertorios materiales suelen ser bastante similares en cuánto a su representatividad porcentual en la región Ante estas dificultades, las referencias con que conta- madrileña, resultando una tónica común el descenso en la mos hasta la fecha han sido en general demasiado vagas, producción leptolítica (Blasco, C.; Lucas, R. 2001), de ma- haciendo alusión a su carácter minoritario y poco signifi- nera que el índice laminar no llega a superar el 2% del total cativo, cediendo protagonismo a otros aspectos como los en la mayoría de los casos, unido a su escasa planificación, patrones de asentamiento, las producciones cerámicas o el con productos de morfologías poco estandarizadas, re- análisis de los utensilios metálicos. sultando un caso extraño y significativo la relativa buena De este modo, en ocasiones se hace necesario rastrear presencia en determinadas ocupaciones de la II Edad del los modos operativos tomando como hilo conductor los Hierro, como el caso de La Gavia (Morín, J. Agustí, E.; Es- últimos compases de la Prehistoria Reciente, donde ya em- colà, M.; Barroso, R.; López, M.; Navarro, E.; Pérez-Juez, pezamos a observar patrones en la captación de materias A.; Sánchez, F. 2003), donde se documenta una significa- primas similares al caso de Las Camas o de Arroyo Cule- tiva presencia de soportes laminares correspondientes a bro, con escasa selección de las rocas silíceas, valorando fases de explotación plenamente estandarizadas. más la inmediatez que la calidad de las distintas rocas. Tan Finalmente, los tipos más comúnmente documentados solo en el caso del Vilot Montagut parece que se pueda ha- también son coincidentes en las distintas ocupaciones, blar de una selección algo más cuidada, con empleo de sí- siendo el diente de hoz el útil más significativo y autén- lex de buena calidad en casi todas sus fases de ocupación. tico fósil guía desde el Bronce Final, documentándose su Se trata por regla general de cadenas operativas cortas presencia en ocupaciones como la de Arroyo Culebro, el y tremendamente expeditivas, que parecen realizarse en su Camino de las Cárcavas (López, L. et alii, 1999), el Vilot totalidad en el ámbito del poblado dada la buena presencia Montagut, la Venta de la Victoria (Blasco, C.; Sánchez Ca- de elementos corticales en el repertorio lascado y el escaso pilla, Mª L.; Calle, J. 1988) o en una de las cabañas de Los grado de agotamiento de los núcleos documentados, junto Pinos (Muñoz, K.; Ortega, J. 1996). Sin embargo, siendo a la buena presencia de percutores fragmentos informes este el útil más característico de este periodo son las lascas o restos de talla. En este punto, también el caso del Vilot retocadas las que cuentan con mayor representación por- Montagut resulta un caso discordante, ya que parece que centual, como sucede en la Capellana (Blasco, C.; Baena, no se documenta actividad de talla en el poblado, donde J. 1989), apareciendo también entre los más frecuentes las las lascas con restos corticales son muy escasas, al igual muescas y denticulados y en menor medida raspadores, que sucede con los percutores o restos de talla, que tan perforadores y elementos de dorso. solo adquieren algo más de peso en la fase Vilot III. Parece clara pues la pervivencia del utillaje lítico como Como ya hemos visto, los productos obtenidos pre- alternativa productiva en un momento en que ya conta- sentan de forma casi exclusiva talones no elaborados, lo mos con un metal plenamente operativo y funcional, tal que resulta una tónica general en el entorno con la única vez por tratarse de un material más accesible y asequible salvedad del Cerro San Antonio, donde pese a ser minori- que ciertos elementos metálicos, por lo que se hace más tarios, hay una significativa presencia de talones facetados evidente la necesidad de prestar más atención a los reper- que suponen el 3.12 % del total de talones documentados. torios líticos de estas sociedades como un modo válido de Tipométricamente, también podemos encontrar pautas si- aproximarnos a determinados procesos económicos. milares en ocupaciones tan alejadas como el Arroyo Cule- De este modo, la industria lítica estaría circunscrita a bro o el ya citado yacimiento leridano del Vilot Montagut, una serie de actividades más sencillas, en un momento de apreciándose cierta estandarización en lo referente al ta- cierta especialización o reconversión tecnológica que es- maño de los productos obtenidos, recurriéndose frecuen- taría orientada hacia la obtención poco costosa y rápida de temente a la fracturación sistemática e intencionada de las piezas de uso inmediato, donde prima más la escasa espe- piezas para lograr las dimensiones y la morfología desea- cificidad y la funcionalidad en un proceso de reunificación da. En el caso de Las Camas parece que se puede intuir de las distintas cadenas operativas. un aumento en el tamaño medio de las piezas en relación 389 INDUSTRIA LÍTICA DEL YACIMIENTO DE “LAS CAMAS” (VILLAVERDE, MADRID) BIBLIOGRAFÍA ALONSO, N. et alii (2002) - L’assenament protohistòric, medieval i d’època moderna El Vilot Montagut (Alcarràs, Lleida). Universitat de Lleida. BLASCO C.; SANCHEZ CAPILLA, Mª L.; CALLE, J. (1988) Madrid en el marco de la Primera Edad del Hierro de la Península Ibérica. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, 15. pp. 139-182. BLASCO, C.; BAENA, J. (1989) - El yacimiento de la Capellana (Pinto, Madrid). Nuevos datos sobre las relaciones entre las costas meridionales y la submeseta sur durante la Primera Edad del Hierro. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, 16. pp. 211-231. BLASCO, C.; LUCAS, R.; ALONSO, Mª A. 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UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) Thomas X. Schuhmacher EL PRIMER MILENIO A.C. EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 15-01-2009 Aceptado: 30-01-2009 UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) AN ARM-RING OF IVORY FROM THE SETTLEMENT OF LAS CAMAS (VILLEVERDE, MADRID) Thomas X. Schuhmacher schuhmacher@madrid.dainst.org PALABRAS CLAVE: marfil; Bronce Final; procedencia de la materia prima; contactos pre-coloniales. KEYS WORDS: ivory; Final Bronze Age; origin of the raw material; pre-colonial contacts. RESUMEN: Describimos un brazalete de marfil del poblado de Las Camas. Se trata de un hallazgo singular para el Bronce Final del Centro de la Península Ibérica. Los únicos paralelos que podemos mencionar proceden del Bronce Antiguo del Sureste de la Península. Aunque la cantidad de objetos y de talleres de marfil del Bronce Final son todavía muy escasos, pensamos que el brazalete fue fabricado en el Sur de la Península Ibérica a base de marfil importado en el marco de los contactos precoloniales. ABSTRACT: We describe an arm-ring of ivory from the settlement of Las Camas. It builds a singular piece in the context of the Final Bronze Age of the Centre of the Iberian Peninsula. The only parallels we can mention belong to the Early Bronze Age of the Southeast. Although the quantity of known contemporary ivory objects and workshops is still very small, we think that the arm-ring was manufactured in the Southern Iberian Peninsula from ivory imported in the margin of pre-colonial contacts. UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) Thomas X. Schuhmacher EL HALLAZGO Y SU CONTEXTO ta de investigación pormenorizada y sistemática en cuanto a objetos de marfil, reduciendose el número de trabajos al En la U.E. 30 del Sector A de la excavación de Las Camas de B. Pastor del año 1994. (Villaverde, Madrid) se encontró una mitad de un brazale- En cambio en la parte meridional de la Península Ibéri- te de marfil1. Medidas: altura: 1,6 cm. grosor: 0,9 cm. diá- ca el número de hallazgos en marfil aumenta considerable- metro: 9 cm.Presenta una sección semi-circular. Mientras mente. Así que podemos citar los brazaletes con sección en la superficie exterior está pulida, la parte interna muestra D, fabricados en marfil5. En la Meseta Sur encontramos tres todavía las trazas derivadas del proceso tecnológico de pro- ejemplares en el Cerro de la Encantada (Granátula de Cala- ducción . También se observan pequeñas huellas paralelas trava, Ciudad Real), una magnífica pieza entera en un rico de extracción de materia. Estas estrías van de arriba abajo enterramiento en El Quintanar y otro fragmento del Cerro y probablemente proceden del proceso de extracción de la del Cuco (Quintanar del Rey, Cuenca). A estos habría que matriz curva ó incluso circular, base para la fabricación del añadir varios ejemplares del Sureste, así tres fragmentos de brazalete, a partir de una rodaja de comillo. la Covacha de la Presa (Loja, Granada), varios fragmentos 2 de Fuente Álamo (Cuevas del Almanzora, Almería), uno de la Cova dels Pilars (Agres, Alicante) y dos de la Mola LOS PARALELOS d´Agres (Alicante). Entre las piezas que tienen un contexto bien datado, el El yacimiento de Las Camas pertenece según las cerá- más antiguo es un brazalete del comienzo del horizonte II micas allí recuperadas a un momento de transición entre de Fuente Álamo, es decir perteneciente a un Argar A ó 3 el Bronce Final y el Hierro Antiguo . No resulta fácil men- una primera fase de un Bronce Antiguo, a nuestro entender. cionar paralelos para este brazalete a pesar de tratarse de Otros ejemplares de Fuente Álamo proceden del horizonte un tipo bastante sencillo. La cantidad de objetos de marfil III (Argar B) y uno probablemente de una fase del Bronce conocidos para este periodo en la mitad norte penínsular Tardío (Fase 15 de Fuente Álamo). La presencia de plata tal 4 es todavía muy pequeña . Entre estos no figura ningún bra- vez permite datar el enterramiento en El Quintanar igual- zalete. Esto se debe probablemente en primer lugar a la fal- mente en una fase tardía del Bronce Antiguo según nuestra UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) clasificación (Bronce Pleno ó Medio según otros) al igual que la pieza del Cerro del Cuco. La datación de las dos piezas de la Mola d´Agres no puede ser más precisa que el Bronce Valenciano. Por lo tanto ninguno de los brazeletes mencionados parece llegar más allá del Bronce Tardío. Otros brazaletes de marfil procedentes de los sectores V y VII de la Mola d Ágres y las tumbas de incineración 12 y 34 de Les Moreres (Crevillente, Alicante), ambos contex- elefante africano de estepas (Loxodonta africana africana), seguido de Elephas antiquus y del elefante asiático (Elephas maximus). En cantidades pequeñas también se utilizó marfil de hipopótamo (Hippopotamus amphibius) y de cachalote (Physeter macrocephalus L.). Además parece interesante mencionar que los porcentajes de marfil africano parecen aumentar hacía el final del Bronce Antiguo con casi un 80% de casos entre el material analizado. fabricando brazaletes de marfil durante el Bronce Final en En lo que se refiere a análisis de este tipo para materiales del Bronce Final y Edad del Hierro hasta ahora tán sólo podemos mencionar los resultados de un análisis sobre una placa de marfil procedente de la necrópolis de Medellín (Badajoz)11. En este caso los resultados también los talleres del Sureste y que estos seguían circulando aun- reflejan una procedencia africana. tos datados en el Bronce Final, parecen tener una sección diferente6. Y para los brazaletes de Peña Negra I (Crevillente, Alicante) y del Torrelló del Boverot d´Almassora desconocemos su sección7. Pero queda manifiesto que se seguía que en menor medida que en tiempos anteriores8. Aunque nuestros estudios desvelaron cierta participa- Por otro lado tenemos el gran conjunto de marfiles lla- ción de marfil local fósil de Elephas antiquus sobre todo mados tartésicos ó hispano-fenicios fechados entre fina- en el Calcolítico reciente, excluimos esta posibilidad para les del siglo VIII a. C. y finales del VI a. C.9. Pero hay que la pieza de Las Camas12. La pieza es demasiado compacta y resaltar que estos consisten mayoritariamente en placas y no muestra ningun trazo de deterioro o exfioliación, muy peines decorados y no se mencionan brazaletes. característico para la mayoría de las piezas hechas en marfil de Elephas antiquus. Además dada la mala calidad de este tipo de marfil se solía fabricar tán sólo piezas peque- PROCEDENCIA DE LA MATERIA PRIMA ñas, sobre todo cuentas, pero en principio no parece apto para un brazalete. En el marco de un proyecto de investigación sobre los marfiles del Calcolítico y el Bronce Antiguo pudimos efectuar una serie de análisis por espectroscopía de infrarojos según la transformación de Fourier (FTIR)10. Se demostró la procedencia de la materia prima, en primer lugar, del Fig 1. Fragmento de brazalete de marfil. Sector A. 396 Por otro lado resulta bastante claro que la materia prima para el brazalete de marfil tuvo que ser importada en la Península Ibérica. Dado la falta de piezas de marfil en la parte septentrional de la Meseta Sur pensamos que tampoco fue fabricado allí. Aunque la ausencia de paralelos difi- UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) Fig 2. Villaverde- Butarque Sector A U.E. 30 N. Inventario 04/1 Marfil culta enormemente encontrar un origen para el brazalete, como todo el yacimiento no parece traspasar el cambio del seguramente habría que buscarlo en uno de los talleres del milenio, otros yacimientos como la Mola d´ Agres y Peña mediodía peninsular o en una importación directa desde Negra han suministrado un lote de marfiles contemporá- Oriente. Los desechos de un taller de estas características neo. Aunque es prematuro profundizar más, otros elemen- y en unas fechas contemporáneas a Las Camas, del siglo tos presentes en Las Camas como las cerámicas con engo- X al inicio del VIII a. C., parecen haberse encontrado en be rojo y un grafito con una letra probablemente fenicia la zona de Huelva13. Aunque en lo que se refiere al Sureste igualmente aluden a este ambiente precolonial y colonial peninsular, el taller de Cabezo Redondo (Villena, Alicante) del Sur de la Península. 397 UN BRAZALETE DE MARFIL DEL YACIMIENTO DE LAS CAMAS (VILLAVERDE, MADRID) NOTAS AL PIE 1 Urbina et alii, 2007, 78s fig. 24. N°. de Inv. 04/1. 2 Compara Barciela (en prensa). 3 Urbina et alii, 2007. 4 Pastor 1994. 5 Schuhmacher (en prensa); Fonseca 1988, 165; Carrasco et alii, 1977, 119f. 153 fig. 20,86-88 lám. 4,2; Liesau- Schuhmacher (en prensa); Pascual 1995, 20; Martín et alii, 1993, 36s fig. 12b.c; Romero- Sánchez Meseguer 1988, 336 fig. p. 342; Fonseca 1984/85, 49s lám. 1; Pascual (en prensa) fig. 12,5.9. 6 Peña Sánchez et alii, 1996, 172s; Pascual (en prensa); González Prats 2002, 74s. 94s. 337 fig. 64. 81-82. 7 Pascual (en prensa). 8 López Padilla (en prensa). 9 Torres 2002, 249-260; Almagro-Gorbea 2008; Almagro-Gorbea (en prensa). 10 Schuhmacher (en prensa); Schuhmacher- Cardoso 2007; Schuhmacher et alii, 2009; Vargas et alii, (en prensa); LiesauSchuhmacher (en prensa), Liesau- Moreno (en prensa). 11 Chamón et alii, 2008. 12 Schuhmacher- Cardoso 2007; Liesau- Moreno (en prensa). 13 González de Canales et alii, 2004. BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO-GORBEA 2008 M. 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EN LA MESETA CENTRAL De la longhouse al oppidum Madrid 2012 ISBN: 84-616-0349-4 Depósito Legal: M-29884-2012 Recibido: 15-01-2009 Aceptado: 30-01-2009 GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA PHOENICIANS GRAPHITE IN THE CENTER OF THE IBERIAN PENINSULA Luis Alberto Ruiz Cabrero CEFYP- Historia Antigua- UCM goroshotort@yahoo.com PALABRAS CLAVE: graffiti, escritura fenicia, epigrafía fenicia, Península Ibérica KEYS WORDS: graffiti, Phoenician writing, Phoenician epigraphy, Iberian Peninsula RESUMEN: El conocimiento de la presencia de elementos orientales, sobre todo fenicios, en la Península Ibérica es día a día modificado por los materiales hallados en excavaciones arqueológicos. Estos nos permiten apuntar la llegada de fenicios en torno al paso del siglo X al IX a.n.e, y observar como en los primeros momentos comienzan a tener contacto a través de las vías de comunicación autóctonas con las poblaciones del interior. Un dato a favor de esta hipótesis puede observarse en la presencia de graffiti fenicios en la Comunidad de Madrid. ABSTRACT: The knowledge of the presence of Eastern elements, mainly Phoenician, in the Iberian Peninsula is day to day modified by the materials found in archaeological excavations. These they allow us to point the arrival of Phoenicians around the passage of century X at IX a.n.e, and to observe as at the first moments begin to have contact through the native communication channels with the internal populations. A data in favor of this hypothesis can be observed in the presence of Phoenician graffitti in the Community of Madrid. GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Luis Alberto Ruiz Cabrero La introducción de la escritura en la Península Ibérica viene dada por la presencia de elementos orientales, sobre todo fenicios, en medio de sociedades ágrafas de tipo preestatal. Se debe recordar necesariamente, que el origen de los diversos sistemas de escritura en el mundo mesopotámico fueron debidos a las necesidades de registro y contabilidad, así como del traslado de mercancías de centros productores a centros rectores administrativos. Por lo que el proceso se inserta directamente en la formación de las sociedades urbanas y por ende del desarrollo de un aparato estatal. Hasta hace pocos años, la presencia fenicia en el territorio peninsular no remontaba arqueológicamente más allá del s. VIII a.n.e., a pesar de las noticias de las fuentes clásicas las cuales recogen que la fundación de colonias más allá de las columnas de Hércules había sido realizada al término de la guerra de Troya, cuya fecha se establece en el 1184 a.n.e.: Se habla machaconamente de la talasocracia de Minos y de la vocación marinera de los fenicios, que alcanzaron a llegar más allá de las Columnas de Heracles y fundaron ciudades tanto allí como en el territorio a mitad del camino del litoral de Libia, poco después de la guerra de Troya (Str. I, 3, 2),o que la fundación de la ciudad de Gadir tuvo lugar 80 años tras la caída de Troya: Entonces habiendo pasado poco menos de ochenta años desde la destrucción de Troya ...; y en aquella Era los de Tyro, poderosísimos por la mar, edificaron á Gades, poco apartada de la tierra firme, en la última parte de España, y término último de nuestro orbe (Veleio Paterculo, Hist. Rom. I, 2, 3). La destrucción sistemática llevada a cabo en la ciudad de Huelva, propició la salida a la luz de una serie de materiales que amplían en el tiempo la presencia oriental a caballo entre los siglos X y IX a.n.e. (González de Canales – Serrano – Llompart 2004). Sin embargo, las inscripciones halladas, un total de 11 sobre 10 soportes diferentes, analizadas por M. Heltzer, abarcan un periodo más reciente (Ibidem: 131-136, láms. XXXV y LXI): 1.- Inscripción sobre la superficie interna de un plato tipo 8 de Tiro. Tanto la lectura dl como la cronología aportada ca. 800 ofrecidas son correctas (Ibidem: 133, lám. XXXV.1, foto LX.1). 2.- Inscripción sobre la superficie externa del cuerpo de un ánfora ZitA. Se observan dos signos inscritos y la parte inferior izquierda de un tercero (Ibidem: 133, lám. XXXV.2, foto LV.2). Lectura lb[-, su cronología paleográficamente puede establecerse a partir del s. XI-X, con una pervivencia en las formas hasta el s. VIII. GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA 3.- Inscripción sobre la superficie externa de la base de un plato tipo 7 de Tiro (Ibidem: 134, lám. XXXV.3, foto LX.3). Una sola letra, yod, cuya graf ía puede adscribirse hasta el s. VIII. 4.- Inscripción sobre la superficie externa del hombro de un ánfora (Ibidem: 134, lám. XXXV.4, foto LX.4). La lectura propuesta ]™#>y[ y su cronología ca. 800, son correctas. 5.- Inscripción sobre la superficie externa de un quemaperfumes (Ibidem: 134, lám. XXXV.5, foto LX.5). Lectura l<[†#, con una datación entorno al 800. 6.- Se trata de dos graffiti en distintas partes de la superficie externa de un jarro (Ibidem: 134, lám. XXXV.6 y 7, foto LX.6 y 7). La lectura ]t[ | ]>#/≈#g<#[, la cronología, si atendemos a la lectura ≈ en lugar de >, como propone Heltzer, estaríamos en torno al siglo VII, de ahí Cebel Iresh Dagi ca. 625 (resulta curiosa la ejecución angulosa de la letra †e†), o Ipsambul, CIS I 112, del 591. 7.- Inscripción sobre la superficie externa de un jarro (Ibidem: 134, lám. XXXV.8, foto LX.8). Se puede considerar la lectura]l#g#y[, aunque la única letra cierta es la yod, siendo anterior al s. VIII. 8.- Inscripción realizada mediante líneas bruñidas en la superficie interna del borde de un cuenco carenado a mano con decoración geométrica bruñida (Ibidem: 134, lám. XXXV.9). Curiosamente, este ejemplar se inserta en la línea del anteriormente expuesto líneas arriba, hallado sobre la parte exterior del labio de un cuenco de retícula bruñida como mínimo del s. VIII. 10.- Inscripción sobre una pieza de marfil (Ibidem: 135, lám. XXXV.11, foto LX.10). La lectura puede ser ≈lk#t. Cronológicamente, por el tipo de shim su ejecución se mantiene hasta mitad del s. VII. En este marco cronológico, cerca de la costa mediterránea, se hallan testimonios tempranos de escritura en el yacimiento de Castillejos de Alcorrín (Manilva, Málaga). Curiosamente, a pesar del escaso material cerámico que se ha hallado en las campañas de excavación, dos graffiti se han podido documentar hasta el momento. El más antiguo, se trata de una inscripción fragmentada ante coctionem sobre un recipiente a mano, cuya lectura se propone ]tnm • -/g#[. Resalta la utilización de un pequeño trazo vertical como elemento de separación de las palabras, elemento no ajeno a la península Ibérica, concretamente sobre dos graffiti bajo el cuello de sendas ánforas procedentes del Cerro del Villar, Málaga (Aubet – Sader 1999: 144-146), uno perteneciente a la colección de M. Muñoz Gambero (Solá Solé 1976: 191-195; Fuentes Estañol 1986: 33; Lipin- 404 ski 1986: 85-88; Teixidor 1990: 263-263; Sznycer 199: 144146; Amadasi Guzzo 1992: 101, fig. 1c; 1994: 202-203) con la lectura ]-r/d • bn • <bd>≈[, siendo paleográficamente datada por J. Teixidor (1990: 263) en el s. VII; el otro del horizonte púnico del corte 5 perteneciente a la colección de M. Peinado Sánchez (García Alonso 1997: 326-327) con la lectura ]t#m • grml[, la utilización de un trazo para separar palabras, llevaría al planteamiento de una datación similar en relación al fragmento anterior, que se ve confirmada por la datación en base a la tipología del soporte que sirve para la ejecución de la escritura que según E. García Alonso (1997: 322) “puede situarse a priori entre el segundo cuarto del siglo VII y mediados del siglo VI”. No obstante, este pequeño trazo de separación inclinado fuera del ámbito peninsular, se detecta sobre las inscripciones de dos copas metálicas procedentes de Olimpia y Palestrina, fechadas a mediados del s. VIII en el primer caso y a fines del VIII o inicios del VII en el segundo ejemplar (Amadasi Guzzo 1987: 20-21, nº 4 20-21 y 26-27, nº 12). Respecto al resto de las letras, en relación a la pieza procedente de Castillejos de Alcorrín: - El primer signo, tau en forma de equis, trazado bastante arcaico, hallando paralelo en la inscripción de Yehimilk, Biblos, KAI 4, ca. 950 a.n.e. o de la misma procedencia, la inscripción de Elibaal, KAI 6, ca. 900 a.n.e. Este mismo tipo de ejecución se halla en la inscripción de Nora, Cerdeña, KAI 46, ca. 900 a.n.e. - El segundo signo visible se trata de nun. Respecto a su trazado, con la parte superior bastante desarrollada, siendo su trazado no anguloso, lo que denota su inserción en la pasta fresca, siendo su eje obtuso en la parte superior y agudo en la parte inferior, concuerda con una de las formas ejecutadas en la inscripción de Ahirom, procedente también de Biblos, KAI 1, ca. 1000 a.n.e. igualmente en la inscripción de Nora. - El tercer signo, mem, con un trazado serpentiforme casi una línea vertical se asemeja a los realizados en el ostracon de Isbet Sartahm cerca de Apheq, Palestina, datado entre los siglos XII-XI a.n.e., o al de la punta de flecha del Rey de Amurrum, procedente del Líbano, datada en el siglo XI a.n.e., o al del cono A de Biblos, también de la misma fecha, llegando hasta la inscripción de Shiptiba<l de finales del siglo X, o con mayor grado de inclinación en la citada inscripción de Nora o en la inscripción procedente de Chipre (Honeyman 1939: 104-108) de mediados del siglo IX. - El último trazo visible se trata solo de un asta vertical, sin poder definir el remate superior debido a la rotura de la pieza, pudiendo tratarse de un gimmel símil al eje- GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA cutado en la inscripción de Ahirom, aunque dicho trazado llega hasta el siglo VII como demuestra la inscripción de Arslan Tash II. Ciertamente destaca, atendiendo a la ejecución paleográfica, la arcaicidad de los trazos, que se encuadran en torno al periodo entre ca.1000 al ca. 850 a.n.e, suponiendo el primer vestigio de escritura en la Península Ibérica aparecido en contexto arqueológico, cuyo estudio arqueológico corrobora esta datación (Marzoli – Wagner – Suárez, –Mielke – López – León – Thiemeyer – Torres 2009). En la segunda inscripción procedente de este yacimiento, incisa post coctionem, se evidencia el trazado de dos signos, con una lectura: ]ß 1. - El primer signo parece corresponder a un Sade, si se atiende a lo que resta de la ejecución debido a la rotura de la pieza, que por su inclinación y el ángulo formado por las dos líneas responden a este tipo de letra. Paleográficamente, es dif ícil de datar, pero los restos de la letra que se observa tienen un primer paralelo en la inscripción del pendiente de oro de Cartago ca. 700 a.n.e. (Peckham 1968: 104-105, plate VII, 4; Friedrich – Röllig 1999: tav. III, 3), siendo característica la inclinación a partir del 500 a.n.e., como se observa en la inscripción se Shiptibaal de Biblos (Peckham 1968: pp. 44-45, plate IV, 1; Friedrich-Röllig 1999: tav. II, 1), alargándose el asta en proporción mayor al signo que se está analizando. - El segundo signo, una línea diagonal, se corresponde perfectamente a la ejecución del numeral 1 como se advierte en la escritura de tipo cursivo de la tarifa chipriota KAI 37 A. Si se admite esta interpretación, el hallarnos frente a un numeral, estaríamos ante un texto de tipo administrativo lo cual indica la presencia de agentes comerciales y escribas en el asentamiento, que a pesar de su distancia a la costa, funcionaria como centro de almacenamiento y redistribución. Recientes hallazgos en Cádiz, en el solar denominado Calle Ancha (Diario de Cádiz 30/03/2004: 2-3), vienen a corroborar estas fechas, en concreto el s. IX a.n.e., aportando uno de los primeros vestigios de escritura fenicia en suelo peninsular. Se trata de un graffiti ejecutado postcoctionem la cara externa sobre un plato de engobe rojo hallado, con cuatro letras cuya lectura es: ]l<zr. La ejecución de los signos, según se deduce de la fotograf ía corresponde a una escritura cuidada con trazos son profundos y gruesos. A pesar de tratarse de un fragmento, se puede deducir que nos hallamos ante una marca de pro- piedad, ya que tras resh final no se observan trazas de otro signo, si bien pudiera haber una línea inferior perdida. La datación de tipo paleográfico se puede establecer a través del análisis de cada signo: - El primer signo, que a pesar de no estar completo debido a la rotura de la pieza, se trata con toda probabilidad de un lamed. Su ejecución tiene un marcado ángulo agudo con el trazo vertical en posición diagonal, cuya graf ía podemos empezar a dilucidar en las puntas de flecha (Puech 2000: nº 22). - El segundo signo, <ayin, de tamaño símil al resto de las letras ejecutadas, por lo que su ejecución es de un trazado mayor al habitual. Lo que puede indicar o bien que el signo ha sido ejecutado de esta manera debido a la dificultad de realizar la escritura y por tanto un tamaño acorde a los registros paleográficos, o bien aún teniendo las nociones y conocimiento de la escritura, ésta no se trata de una caligraf ía de escriba. - El tercer signo corresponde a zayn. Su trazado pondría la pieza en una datación diferente a la del conjunto arqueológico, siendo su datación paleográfica en torno al siglo VII a,n.e., con un claro referente en la estela de Amrit, RES 234 de la primera mitad del s. VI a.n.e. Sin embargo, debe hacerse una reflexión en torno a los procesos de colonización y por ende al origen de las poblaciones exógenas que llegan a la Península Ibérica. De ahí que, no se debe obviar la más que probable presencia de elementos no solo pertenecientes a las ciudades fenicias del levante oriental, sino a otros pueblos semitas próximos, cuyos sistemas de escritura proporcionarían un contexto de datación paleográfica acorde con el resto de los hallazgos arqueológicos. Así, entre las inscripciones aramaicas, vemos como la ejecución de zayn, símil al grafito que nos ocupa, se detecta en la estela de Zakir, rey de Hamath, perfectamente datada en el s. IX a.n.e., ya que se trata de uno de los reyes, junto a los de Zenjirli, que se oponen a la intervención Asiria que acaba con la destrucción de Damasco en el 802 a.n.e. Curiosamente ejemplos cercanos se hallan en el dialecto de Zenjirli, como en la inscripción que realiza Barrakkab en el monumento erigido a su padre Panammu II, quien era rey de y<dy, o la del propio Barrakkab, rey de Sam>al, en aramaico oficial. Además debe hacerse notar la representación sobre la flecha nº 5 procedente de El-Khadr, Palestina, datada en el s. XI, o sobre un marfil de Sarepta ca. 725 a.n.e. - El último signo, que como el primero no está completo por rotura de la pieza, dado que su asta vertical se halla perdida en la parte inferior. A pesar de poder tratarse de dale- 405 GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA th, por la forma alargada del asta vertical, se debe proponer un resh. Un paralelo bastante próximo lo hallamos en la inscripción hallada en el Castillo de Doña Blanca (Cádiz), TDB 89001, sobre los fragmentos de una patera fenicia de engobe rojo, procedente de la muralla Norte, de un estrato datado hacia la primera mitad del siglo VIII a.n.e. de la escritura en la Península Ibérica que viene acompañado de nuevas propuestas de revisión a partir de los hallazgos de dos piezas con graffiti en la Comunidad de Madrid. En primer lugar se puede decir que el fenómeno de la escritura no estaría simplemente ligado a los primeros asentamientos fenicios del sur y sureste peninsular, sino En conclusión, todas las formas representadas, pueden adscribirse al mundo de las inscripciones arameas mencionadas para el tercer signo que nos ocupa, lo que nuevamente nos pondría en conexión con poblaciones cuyo origen no radica en las ciudades fenicias de la costa del levante oriental, en este caso concreto procederían de la zona de Zenjirli, cuya conexión con el mundo fenicio viene lingüísticamente hablando, de la mano de las inscripciones mágicas halladas en Arslan Tash. La interpretación más pausible es que se trate de un antropónimo compuesto con el final <zr (Benz 1972: 375-376): bl<zr o b<l<zr. Ello lleva a plantear o bien una marca de propiedad que puede ser ejecutada sobre un utensilio de uso diario, o bien caracterizar el mismo ante una dádiva. que la utilización de las rutas comerciales existentes, en Este nuevo planteamiento en el análisis lingüístico de las poblaciones colonizadoras procedentes del levante oriental, marca un punto de inflexión en el conocimiento anteriormente se expuso (Urbina – Morín – Ruiz – Agustí Fig.1.- Vista aérea del yacimiento de Las Camas, Villaverde Bajo, Madrid. 406 ocasiones deja algún rastro de este sistema de escritura como se ha planteado en las provincias de Alicante (Mederos – Ruiz Cabrero, 2000-01), Murcia (Mederos – Ruiz Cabrero, 2004), Granada (Mederos – Ruiz Cabrero, 2002), Málaga (Mederos – Ruiz Cabrero, 2006), Sevilla y Huelva (Mederos – Ruiz Cabrero, 2001 y 2006), Portugal (Mederos – Ruiz Cabrero, 2004-05) o Cádiz (Mederos – Ruiz e.p.). La primera de las piezas se trata de un fragmento de cerámica a mano 04/1/A/72/3 hallado en el yacimiento de Las Camas (Villaverde, Madrid), en la confluencia del arroyo Butarque con el río Manzanares. En él se ejecutan una serie de trazos gruesos incisos post-coctionem que como - Montero 2007: 75-77), consideramos que se trata de una letra debido a los siguientes factores: GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA - Si se tratase de una marca incisa al azar, en el contexto que nos hallamos, aquel de las sociedades ágrafas, no tendría una excesiva complejidad, habiéndose ejecutado un signo en forma de aspa o cruz; ninsular, cuya forma derivaría directamente del ™et fenicio (Hoz 1986: 77; 1991). La graf ía de esta letra fenicia, en el denominado phoenician standard, corresponde a dos trazos verticales que comprenden tres trazos horizontales - la propia ejecución parece indicar cierto cuidado ya que puede atisbarse una corrección en su trazado atendiendo a aquel vertical de la parte derecha. No debe dejarse de recordar en todo momento que la ductibilidad sobre un material como la cerámica, al emplear un punzón, no aporta una caligraf ía perfecta; con cierta inclinación diagonal. Sin embargo, lo que se ha- - sin embargo, se puede deducir que la persona que realiza este signo que creemos se trata de una letra, no tiene por qué conocer los mecanismos de la lengua, y simplemente tratarse de un mero copista, pero, indudablemente tiene elementos o nociones rudimentarias para comprender que dicha letra identifica el objeto sobre la que está ejecutada. la parte superior si se atiende a una corrección del trazado Si se acepta esta hipótesis, aquella de hallarnos ante la ejecución de una letra, nos vemos abocados a buscar su paralelo dentro del mundo fenicio o próximo oriental, única sociedad que en ese momento utiliza un sistema de escritura en la Península Ibérica. De forma escaleriforme, recuerda a posteriores signos utilizados en el sudoeste pe- lla representado en el fragmento que nos ocupa aumenta en uno el número de trazos horizontales correspondiendo por tanto, como se verá, a una ejecución arcaica. La altura del signo que nos ocupa es de 2 cm. con una anchura que oscila entre 1,5 cm. en la parte inferior y 0,2 y 0,5 cm. en hacia la derecha o no. Claramente no se trata de una mano experta, por lo que el signo no es de una buena graf ía, pero se pueden dar ciertas indicaciones de tipo paleográfico. En los territorios fenicios del Mediterráneo oriental, esta letra así representada oscila entre el siglo XI e inicios del X a.n.e. como se observa sobre la Espátula I de Azarbaal (Gibson 1982: 12) o fines del siglo X en el denominado grafito de Ahiram (Gibson 1982: 17) o la inscripción de Yehimilk (KAI 4), llegando hasta el siglo VIII a.n.e. en la inscripción a Baal del Líbano, hallada en Chipre (CIS I 15 – KAI 31) o, aunque con diversas graf ías, sobre la inscripción de Karatepe, también perteneciente a este mismo siglo. Fig.2.- Fragmento de cerámica con grafito de origen fenicio (Sector A) localizado en el yacimiento de Las Camas. 407 GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Con toda probabilidad, la explicación más sencilla a la aparición de una sola letra sobre un objeto, es aquella de marca de propiedad, por lo que indicaría la inicial del nombre del propietario del objeto (en relacíon a antropónimos que comienzan por esta letra: Benz 1972: 109-126, 306-319; Halff 1963-1964: 109-114, en este último caso 35 de los antropónimos son portados por hombres, mientras 7 por mujeres en la ciudad de Cartago). No es de extrañar que en lugares de transformación de materias para elaborar ciertos productos, que el registro arqueológico nos proporciona a través de una serie de hornos de producción cerámica y dos restos de fundición, un crisol con mango y dos fragmentos de tobera que indican actividades metalúrgicas, y en los que se produce una concentración de varias personas, como se deduce de las estructura que nos ocupan dos long-houses, se intente, dentro de las costumbres fenicias, identificar elementos de la vajilla que pueden confundirse con otros símiles en el lugar. Así, se considera fehacientemente demostrado para la factoría de Mogador o para la tripulación de un barco como aquel que refleja el pecio de El Sec (Ruiz Cabrero – López Pardo 1996: 153-179). Evidentemente si atendemos al registro arqueológico, la recogida y análisis de se varias muestras de C14 y dos de TL, permiten precisar el marco cronológico en el que se halló la pieza. Así, de las 6 muestras de C14 realizadas sobre maderas carbonizadas halladas en los agujeros de poste de la Cabaña, salvo la muestra 195293, las 5 restantes se sitúan en un período relativamente homogéneo en torno al año 1000 a.n.e. (Urbina – Morín – Ruiz – Agustí - Montero 2007: 67-70), momento que concuerda con la datación paleográfica. Ahora bien, ¿qué hipótesis de trabajo se puede plantear para la cuestión de este hallazgo?. No debe extrañar que desde los primeros momentos de la colonización del territorio peninsular, agentes comerciales se internaran utilizando las rutas de comunicación autóctonas con el fin de conocer los recursos que deparaban las nuevas tierras. La zona que nos ocupa, lugar de transformación y producción, debe haber sido objeto de interés por parte de estos “aventureros” que tendrían conocimientos de escritura necesarios para elaborar informes y poder llevar una simple contabilidad. Sin embargo, esta hipótesis, plantea un problema en torno a la aparición de la escritura en la Península Ibérica. En diversas ocasiones, se ha considerado que la presencia de los fenicios en las costas fueron la consecuencia a largo plazo del establecimiento de sistemas de escritura entre las sociedades prerromanas, siendo la base para el desarrollo 408 de los mismos. No obstante, esta situación debió llevar un dilatado periodo de tiempo, dado que como la tecnología, son fuente de poder y su traspaso de una sociedad a otra no es cuestión de simple regalo. La segunda pieza que nos ocupa se trata de un fragmento de base de cerámica a mano, E 23, hallado en Torrejón de Velasco. La incisión ha sido realizada post-coctionem no exenta de dificultad debido a la calidad de la pasta cerámica con un desgrasante bastante grueso. A diferencia con el fragmento anterior, en esta ocasión el número de signos ejecutados es mayor, por lo que se debe descartar que estamos ante una casuística de tentativa de una mera marca o signo en el recipiente. En actual proceso de estudio, tal vez se puede indicar que estamos ante varias líneas de escritura o ante una serie de letras que rodean a dos letras centrales que pueden ser nun y mem. - Paleográficamente la primera de ellas presenta una grafía bastante regular, no angulosa, por lo que su datación oscila aproximadamente entre el s. XI a.n.e. hasta el s. II a.n.e. - Por contra, la segunda de ellas presenta un trazo bastante arcaico como el llevado a cabo sobre la Espátula II de Azarbaal del s. X a.n.e. (Gibson 1982: 12), pudiéndose rastrear uno de los primeros testimonios de esta letra en el universo semítico-noroccidental sobre las puntas de flecha procedentes de Byblos (Puech 2000 : 269), entorno al 1500 a.n.e., que portan una escritura proto-cananea (Cross 1967: 15). - Encima de estos dos signos, puede observarse una shim con forma de W cuya forma arcaica se puede datar paeográficamente desde el s. XI, la denominada espátula de Azarbaal, a la segunda mitad del s. VII a.n.e., sobre la estela de Malta CIS I 123, o la inscripción de Paleocastro RES 1214. El lugar concreto del hallazgo donde apareció la pieza se trata de un conjunto cerrado consistente en una fosa cuyos materiales arqueológicos no llegan más allá del s. IX a.n.e. La intervención en el yacimiento ha estado motivada por la ejecución de las obras de urbanización del Plan Parcial Sector S-9 de Torrejón de Velasco, en donde tras localizar material arqueológico en superficie en una zona donde ya había catalogados dos yacimientos, uno de cronología romana y otro catalogado como Edad del Bronce/ Hierro, se procedió a una primera fase de desbroce mecánico y posterior limpieza manual, ampliándose el área inicial para posteriormente proceder a la excavación arqueológica extensiva de los yacimientos así delimitados. Durante la intervención se identificaron un total de 24 estructuras excavadas durante la primera fase y un total de 13 estructuras durante la segunda fase del movimiento de GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA tierras. A partir de su morfología, y la mayor o menor presencia de material arqueológico, se ha podido discriminar la existencia de distintos tipos de estructuras, aunque en algunos casos la escasez de material impida pronunciarse de forma clara en lo que respecta a su funcionalidad. Por un lado contaríamos con fosas de mayores dimensiones aunque de escasa profundidad, con formas en planta tremendamente irregulares, con siluetas de perfiles curvos o polilobulados y que tal vez puedan estar relacionadas con la extracción de arcillas para la elaboración de adobes y posteriormente han sido colmatadas con aportes de origen antrópico. Otro grupo correspondería a lo que podemos denominar silos o estructuras de almacenaje, de planta circular, sección acampanada y en torno a un metro de profundidad. El grupo más numeroso lo componen las estructuras de planta circular, escasa profundidad y paredes perpendiculares a la base. Las profundidades suelen variar entre los 10 y los 20 cm. aunque algunas se encuentran muy arrasadas. Sus rellenos no resultan en todos los casos homogéneos, de manera que algunas presentan más alto contenido en componentes de origen orgánico que otras, pudiendo en algunos casos haber funcionado como hogares dada su alta concentración de carbones y cantos rubefactados. Para finalizar, el quinto grupo de estructuras estaría representado por fosas de tendencia oval o circular de mayores dimensiones, pudiendo alcanzar los 4 m. en su eje largo. Las paredes son rectas o ligeramente reentrantes hacia el interior y la profundidad oscila entre los 20 y los 30 cm. El material arqueológico es relativamente abundante, pero lo reducido de su tamaño y la ausencia de hogares o huellas de postes hace que no se puedan catalogar como auténticas cabañas. Respecto al material arqueológico y en lo que al conjunto cerámico se refiere, encontramos producciones realizadas a mano y a torno, encontrando conjuntos similares para el primer caso en ocupaciones correspondientes a la transición del Bronce Final al Hierro I, por ejemplo en Pico Buitre, Guadalajara, con cronologías que podrían tal vez llevarse al siglo IX a.C., pero que parece más adecuado encuadrar en los siglos VIII y VII a.C. (Ruiz Zapatero –Lo- Fig.3.- Fragmento de cerámica con grafito de origen fenicio del yacimiento localizado en el PGOU de Torrejón de Velasco, Madrid. 409 GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA rrio, 1988). Unos paralelos próximos se hallan en la necrópolis de incineración del yacimiento D de “Arroyo Culebro”, Leganés, Madrid (Penedo coord. 2001) o también en yacimientos excavados recientemente como el de “Las Camas”, en Villaverde Bajo (Madrid) o conocidos de más antiguo, como el “Cerro de San Antonio”, Vallecas (Madrid) o “El Mazacote”, en la localidad toledana de Ocaña (González Simancas, 1933). ción en el uso del yacimiento desde el Hierro I que eviden- Junto a los recipientes realizados a mano, con acabados alisados y bruñidos y de colores grises, se hallan numerosos fragmentos de cerámicas a torno, entre las cuales predominan los bordes con forma de pico de ánade, que pueden ir pintados con la característica combinación de una su base, se hallan elementos de diversa procedencia con pintura jaspeada en negro al exterior, que cubre el propio borde, salvo un filete sin pintura en el arranque del mismo, y una franja de color rojo sobre el labio superior del borde, que usualmente se prolonga hacia el interior de la pieza. de entrar en contacto con la plasmación de la escritura, En conjunto la cerámica a torno ofrece algunos ejem- sólo la malformación de los signos de un alfabeto apren- plares que podrían atribuirse a momentos antiguos dentro de la Segunda Edad del Hierro, indicando una continua- dido y copiado por gentes que no sabían leer ni escribir. Fig.4.- Parcela 9 del PGOU de Torrejón de Vleasco, Madrid. 410 cian los productos bruñidos a mano, si bien las series tipológicas de las cerámicas a torno en la comarca presentan aún numerosos problemas en su adscripción cronológica. Estos documentos abren un nuevo campo de análisis en torno no sólo a la presencia fenicia en la península Ibérica sino sobre los sistemas de conocimiento y control del territorio de las poblaciones de procedencia oriental. En una formación y tecnología superior a la que encuentran en el territorio peninsular, permitiendo avanzar la hipótesis de un conocimiento y registro geográfico desde los primeros momentos. Las poblaciones autóctonas, a pesar no aplicarían la misma debido a la falta de estructuras político-sociales, si bien podría haberse dado la casuística de una imitación temprana de signos sin cohesión, siendo El uso de la escritura con un desarrollo de los signos feni- GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA cios aprendidos, sería una tarea a largo plazo como apunta J. de Hoz (1990: 228): “Desde el punto de vista histórico debe dar cuenta de la existencia de contactos, [...], y debe también justificar en la sociedad receptora de la escritura las condiciones necesarias para que no sólo se produjese la adaptación sino que ésta fuese adoptada, con toda la inversión de esfuerzo que eso supone para mantener y transmitir a través de un sistema de enseñanza la nueva técnica”. Sin embargo, ésta fue llevada a cabo seguramente en las escuelas de escribas de las ciudades fenicias peninsulares, y habría llevado parejo el problema de fragmentación de lenguas peninsulares que complicaría la creación de un sistema de escritura para transcribir la lengua autóctona hablada o incluso, una vez desarrollada ésta, la utilización de una escritura autóctona para ejecutar un texto claramente fenicio, como parece indicar la incisión de la palabra msk “mezclar” en signos levantinos (Sanmartín 1986: 94-95, I.3.3. MAMCart nº 2941; fig. I.8., foto 8). Además, aunque se conoce la figura del intérprete en el mundo fenicio-púnico (Bonnet 1995: 113-125), así como la presencia de un aparato administrativo en las polis feno-púnicas (Ruiz Cabrero 2009: 40-43), no creemos en una labor meramente pedagógica de estos individuos con una función, seguramente, menos altruista. 411 GRAFITOS FENICIOS EN EL CENTRO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA BIBLIOGRAFÍA AMADASI GUZZO, M. G. 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